| VAMOS A CONTAR HISTORIAS |
 |
| jota jota |
|
|
|
Hoy 02 de abril se celebra el día del libro infantil, para festejarlo les dejo este cuento. El Monstruo Come Letras Antonio le dijo a Juan y Juan le contó a Vicente, Vicente lo relató y yo lo narro para no olvidarlo. Los acontecimientos que voy a escribir se sucedieron en esta hora de cambios urgentes, en el momento en que presenciamos cada vez con mayor asombro nuevos y extraordinarios descubrimientos, ahora que vemos con sorpresa a cada minuto una novedad, un original artificio supera a la anterior innovación. Los insólitos descubrimientos hacen la vida unas veces más cómoda y otras veces más complicada.
Automóviles que corren velocidades imposibles, aviones que en el aire van conversando con las nubes y atraviesan el cielo entre rayos y centellas, satélites suspendidos en el espacio que vigilan lo que pasa en cada rincón de la tierra, teléfonos que caben en la palma de la mano y a través de ellos viajan nuestras voces y nuestras imágenes alrededor del mundo en un instante, dispositivos y computadoras que pueden repetir en una pantalla datos increíbles y donde podemos escribir y recibir respuesta casi en el acto desde lugares remotos.
Esta es la historia de una familia que tuvo que separarse y tomaron rumbos diferentes. Los hijos y la madre se fueron a un costado del mundo a buscar nuevos horizontes, abrir posibilidades de una vida mejor en otras tierras, allí los inviernos son largos y blancos, la primavera es azul y huele a torta de chocolate, los veranos son intensamente amarillos, se come sandía, en el otoño los rayos del sol son de cobre puro y el suelo se cubre con hojas color de bronce.
Armando, que así se llamaba el hombre de esta historia, en cambio, rodó en el mapa hasta el confín del sur buscándose la vida, se descolgó por la cordillera de los Andes y fue a detenerse en un lugar tan apartado y olvidado que los inventos tardan en llegar, muchos son desconocidos y a veces no aparecen. En este punto perdido del mapa, en el fin del mundo, apareció una tarde cuando el sol incendiaba el cielo, llegó cansado, cubierto de tierra y con un viejo sombrero de su abuelo rescatado de un baúl.
En este remoto pueblo las calles son de tierra, se anda a lomo de mula y en el cielo únicamente vuelan los pájaros y los volantines suspendidos con hilos a capricho de los muchachos. Aquí todos los días son iguales, se repiten con fidelidad, igual que se repiten las imágenes en los espejos.
De la noche a la mañana y sin darse cuenta se convirtió en minero, de esa forma Armando respondía la carta de un amigo. En la carta que recibió el amigo le contaba que había encontrado una mina y quería que Armando lo acompañara. El amigo le recordaba, que de pequeños, ambos jugaban a ser mineros y en los recreos, en aquella escuela donde eran compañeros, ellos se llenaban de piedras los bolsillos y colmaban de risas los pasillos.
El amigo de Armando le puso por nombre a la mina: La Extraviada. Era una mina que ya habían descubierto hacía mucho tiempo otros mineros, pero después de un terremoto no lograron encontrar la entrada, se había extraviado en un instante en que la tierra se sacudía con fuerza.
En la carta, el amigo le contó que una noche acampaba en las montañas y lo deslumbró un relámpago violeta, desde el cielo el destello le hacía señales urgentes, sin pensarlo caminó en la oscuridad toda la noche buscando el origen de ese extraño relámpago violeta que lo llamaba con insistencia, caminó entre los árboles sin seguir ningún sendero, el relámpago marcaba el rumbo.
Sintió el ruido de leves pisadas que lo seguían y sin prestarle mayor atención siguió caminando en la oscuridad, caminó muy despacio por brechas angostas y peligrosas, en algunas oportunidades caminaba con la espalda pegada a las piedras para no caerse al vacío, siempre atento al fogonazo violeta que se abría entre las nubes.
Desde el fondo de aquellos barrancos el ronco sonido del viento silbaba, lo llamaba con insistencia, él miraba a cada momento el cielo para no perder el relámpago y en el silencio, en medio de la oscuridad, solamente oía que algo o alguien lo seguía, pero no tuvo miedo y caminó sin descanso durante toda la noche.
Poco antes del amanecer volvió a ver el relámpago violeta, asomó un instante, justo detrás de un árbol inmenso que le impedía continuar la marcha, no encontraba la manera de seguir, se quitó la mochila y apenas la soltó se coló entre sus piernas, a la carrera, el mapache que lo acompañó durante esa noche y se perdió entre las ramas del árbol con su mochila, trató de agarrarlo y no pudo, tuvo que arrastrarse entre las tupidas ramas del árbol y en ese momento vio por última vez el fogonazo del relámpago. El reflejo violeta que lo mantuvo despierto y caminando toda la noche desapareció justamente en la abertura de dos inmensas piedras sembradas detrás del árbol y por allí se coló, con dificultad, detrás del mapache, siguiendo el relámpago.
Al traspasar esa barrera se encontró tan cerca del cielo que pensó en agarrar las nubes con las manos y exprimirlas para que lloviera, el día era de un blanco que encandilaba y en la noche el violeta brillaba con el reflejo de las estrellas sobre el espejo de Litio. Había descubierto la mina extraviada.
Armando y su amigo se instalaron en ese pueblo de olvido. Cada 15 o 20 días Armando recibe las cartas que envían sus hijos, el correo es la única conexión con el mundo y llega los miércoles, apenas recibe las cartas las contesta y de esta manera mantiene un permanente contacto con sus hijos, pero un día ya no llegaron las cartas, comenzó a preocuparse y se dejó ganar por la tristeza. El tiempo se le escapa en esperar al cartero que se presenta sin falta cada miércoles a la misma hora.
Una mañana calurosa y soleada Armando ve llegar a un viejecillo de pelo blanco que carga un pesado bolso verde, un bolso curtido por lluvias, sudores y polvo acumulado. Es un cartero diferente. Desde la puerta Armando preguntó si había cartas para él. El anciano buscó una y otra vez con la paciencia que acompaña a las personas mayores y le respondió finalmente con una rotunda negativa.
Armando se puso tan triste que conmovió al viejo cartero. El anciano le pasó la mano por la espalda, le dio palmadas en el hombro con su mano pequeña y le preguntó.
- ¿De quién esperas correspondencia?-
Armando respondió en un susurro, apenas un soplo, conteniendo las lágrimas.
-Espero carta de mis hijos, ellos están muy lejos y hace mucho no los veo-.
-Estoy cansado, tengo mucha sed, dame por favor un poco de agua y te cuento una historia-. Comentó el anciano. Armando se dejó llevar por las palabras suaves del viejo cartero y por la promesa de la historia, sin saber su nombre lo hizo entrar a su casa, lo ayudó con el bolso que colocó sobre una mesa y le ofreció un sillón cómodo mientras le servía un vaso con agua fresca.
El anciano muy despacio, con mucha ternura, casi con dulzura, comenzó a contar la historia prometida.
-Un día, hace muchos años, en lo profundo de un inmenso cajón de madera pulida, tan hondo, que parece no tener fondo, allí donde se almacena la correspondencia, se me escapó una carta de las manos, sentí que me la habían arrebatado-. -En ese momento logré ver entre la montaña de sobres cerrados a un monstruo amarillo, de un amarillo intenso, tan brillante, que deslumbraba como el oro, con un par de ojos en el rostro parecidos a dos inmensas -S S- letras grandes y mayúsculas. Los pelos alborotados y erizados en la cabeza eran una gran confusión de letras enredadas entre sí y se podían leer a duras penas la -W- la -K- la -X- y otras que no se distinguían en el alboroto de letras enredadas entre sí, todas ellas, las más difíciles para construir palabras en español-.
El cuerpo del monstruo era una inmensa -Q- en su boca de media luna abierta destacan sus dientes blancos y verdes dispuestos sin orden, en esa boca de sonrisa permanente se distinguen con nitidez la -I- la -T- la -L-.
-En aquel tiempo yo era más ágil, de un manotazo lo agarré, me escupió un montón de letras secas, a medio morder, pero no lo solté, con firmeza lo sujeté con mis dos manos-. -El monstruo come letras soltó una sonora carcajada que parecía el sonido de piedras que chocan-. -Pensándolo mejor, el sonido de esa risa es más la A y la O resbalando por una montaña de papel de lija-.
-Yo lo tenía agarrado firmemente, pero comenzó a tomar aire y a inflarse, parecía un globo a punto de reventar, al principio lo sostuve con fuerza y en la medida que tomaba aire se convertía entre mis manos en un gran -8- me costaba mucho sostenerlo y el monstruo seguía inflándose y riéndose, no pude aguantar la presión por mucho tiempo, ni siquiera me dio oportunidad para pedir auxilio-. -El monstruo se hacía más y más grande hasta que finalmente se transformó en una inmensa -O- que se resbaló de mis manos y escapó-. -Desde el fondo del cajón, escondido entre los sobres me dijo con voz oscura, burlándose de mí-.
-Yo soy el espíritu de las cartas que nunca llegan-.
-Y continuó con un chillido como si chocaran dos hileras de íes-.
-Yo me voy comiendo las letras de esas cartas y por eso tú jamás las encuentras-.
-Luego, en un tono más tranquilo, de serena confesión dijo:
-Las cartas que más me gustan son aquellas que no guardan una línea recta y las palabras parecen olas sobre el papel, las que vienen sin fecha, las que escriben los niños con cómicos dibujos y bastantes errores-. -Me gustan mucho los manuscritos en donde encuentro palabras escritas con letras mayúsculas y minúsculas sin guardar ni orden ni reglas, formando una gran confusión, sin acentos, ni comas, ni signos de puntuación-.
-Las únicas que no toco y miro con asco, son aquellas que escriben con tinta roja, al comerlas el cuerpo se me llena de ronchas que arden y pican mucho, también se me humedece la boca y una gruesa baba como engrudo se me escapa entre los dientes, se me pegan las cartas al cuerpo y me duele mucho la barriga-.
-El Monstruo Come Letras guardó silencio y desapareció, ya no dijo una palabra-. -Rápidamente revolví las cartas con bastante fuerza, tenía la esperanza de encontrarlo nuevamente y sacarlo del cajón, pero era una tarea imposible, busqué una larga pala de madera que usamos para revolver el fondo y sacar las cartas, pero no lo volví a ver nunca más-.
-Yo sé que el Monstruo Come Letras está allí. Algunas veces me he acercado hasta el cajón sin hacer ruido, casi sin respirar, intentando sorprenderlo, pero no lo he logrado, oigo de vez en cuando rasgar las cartas y comerse las letras con apetito voraz-.
El viejecillo se levantó despacio y se despidió, caminó con sus pasitos cortos hasta la puerta, colocó la mano en el hombro de Armando le dijo adiós y le aseguró que muy pronto recibiría noticias de sus hijos.
Armando, lo despidió con el cariño que se siente por los abuelos, asomó en su rostro una sonrisa y ayudándolo con el bolso lo acompañó a la puerta.
Armando muy contento se sentó en la mesa y escribió una larga carta a sus hijos, les pedía que de ahora en adelante le escribieran con tinta roja, no quiso contarles la historia del Monstruo Come Letras.
Aguardó con paciencia unos días, la esperanza había regresado y volvió a ser el mismo, regresó cada mañana a La Extraviada y trabajó extrayendo las riquezas escondidas, se quedaba en casa los miércoles, estaba seguro de recibir en cualquier momento noticias de sus hijos.
Una mañana sintió las cartas deslizarse debajo de su puerta, las tomó, las letras eran rojas y supo que sus hijos le habían escrito, quiso en ese momento abrazar al viejo cartero y agradecerle.
Abrió la puerta, pero no vio a nadie, corrió en busca del viejecillo para darle las gracias pero no logró darle alcance, buscó en todas las direcciones posibles al anciano sin encontrarlo, corría de un lado para el otro, pero no encontró ni una sola señal.
Sin desanimarse siguió corriendo hasta las Oficinas del Correo, llegó completamente sudado y alterado, casi no se le entendía lo que hablaba entre la asfixia de la carrera y la emoción.
Por más que preguntó, que contó una y otra vez del viejo cartero, de su bolso verde, de sus cabellos blancos, nadie pudo ayudarlo ni responder en donde encontrarlo, nadie lo había visto, nadie lo conocía. Ningún anciano trabaja en el correo, dijeron. |
|
|
|
 |
| jota jota |
|
|
|
Gracias. San Miguel es un grande, que venció y vence a los demonios cada día. Cuento con eso. |
|
|
|
 |
| Rodrigodeacevedo |
|
|
|
Desde luego, querido J.J., ni la fe ni la política, ninguna connotación ideológica va a interferir en nuestra amistad. Creo que cada uno, a nuestra manera (la tuya evidentemente mucho más dramáticas y arriesgadas que la mía) somos convencidos defensores de la Libertad, en su sentido más épico. Mi anterior post no fue más que una expresión de sorpresa. Pero nunca crítica ni, mucho menos, rechazo de tus posicionamientos ideológicos. Además te supongo sobradamente equipado de credos e idearios como para no dejarte arrastrar por dogmatismos. En tu caso, además, creo que la fe es un elemento imprescindible para tu lucha. No flaquees: si necesitas ayuda llamaré a mi santo patrono San Miguel para que, de mi parte, os eche una manita.  
Un abrazo muy fuerte y adelante con la escritura; es una excelente válvula de escape. |
|
|
|
 |
| jota jota |
|
|
|
Mi querido Rodrigo: gracias por esa amistad que hemos construido,que mantenemos con nuestras diferentes opiniones y que celebro cada día. Entiendo y acepto que la religión te de escozor, no te asombres de esas referencias religiosas, que la fe no ponga barreras. La lucha es en todos los terrenos, creo que del texto lo más importante y que pasa un poco desapercibido son estas lineas.
Solamente quise ser tu humilde servidor, que cada uno de mis actos sirviera de alabanza y prueba de mi veneración, pero alguien vio en mí la capacidad innata de poder mimetizarme, el don divino de pasar desapercibido, de ser un fantasma en el olvido y realicé tareas innombrables por orden de la iglesia.
Nosotros somos casi piezas de museo a cuidarnos y mantenernos encerrados. Un abrazo y siempre gracias. |
|
|
|
 |
| Rodrigodeacevedo |
|
|
|
Querido J.J. Acabo de leer este post tuyo en facebook pero he preferido responderlo en nuestro pequeño e íntimo foro. Allí he dejado un "me asombra". Porque, desde luego, esta faceta religiosa tuya no la conocía y me aporta una nueva luz sobre tu personalidad. Desde luego no se si es cierto o parte del relato que, post tras post, haces de tu personalidad. Por supuesto nada que objetar en ese sentido. Pero te prefería en el avatar de luchador político sin otras adscripciones. Me deja un cierto tufillo procedente de experiencias propias y antiguas en mis intentos de integración en esos grupos. Y concretamente en España, los Legionarios de Cristo no tienen precisamente muy buena fama de gente libre y liberal. Pero reconozco que es una visión muy parcial de la situación. ´Animo y que San Expedito te siga protegiendo. Yo te seguiré apoyando como amigo. En tú lucha contra las dictaduras tienes todo mi apoyo. |
|
|
|
 |
| jota jota |
|
|
|
Soldado de Cristo Por voluntad propia me he recluido en este viejo monasterio que momentáneamente me sirve de parapeto. Quienes me apoyan no imaginan que huyo, que escapo. Reconozco lo inútil de este acto y tarde o temprano mi perseguidor me dará alcance, pero debo intentar evadirlo hasta donde me sea posible. Soy integrante de la Legión de Cristo, acudí al Obispo y le pedí licencia para quedarme en este lugar y hacer penitencia, meditar y orar. Sin hacer preguntas, acostumbrado a llevar acuestas el peso de secretos inconfesables de la curia y de particulares, el Obispo firmó los documentos necesarios. Desde la almena de esta vieja y magnífica construcción puedo ver lo portentoso de la creación de nuestro Señor, la presencia Divina en cada grano de polvo, en el viento, que incansable acaricia los árboles, que pone a las nubes en movimiento, que no conoce el ocio. Cada elemento ocupa su justo lugar para ser posible el milagro de la vida y esto se lo debemos únicamente a la gracia de Dios. Los científicos se vanaglorian de sus avances, demuestran que las fibras de colágeno confieren una resistencia mayor a los tejidos que las contienen, como el aire da vida al rebote de un balón. Según sus descubrimientos el colágeno está presente en las arterias, el esófago, la piel. Cegados por su gigantesco ego únicamente ven a través de sus microscopios, desconocen, apoyados en la ignorancia del conocimiento, que el gran poder de Dios es lo que permite a los tejidos que lo necesitan contener colágeno. Dios mío, tú que eres mi soberano guíame en esta penosa hora que sobrepasa mi humilde condición de estropajo terrenal, no tengo dudas acerca de tu existencia, creo firmemente que eres mi salvador, omnipotente, omnipresente, omnisciente, mi juez y protector y a ti acudo en este momento menguado. De la mano de San Expedito entraste a mi corazón. Santo de las causas justas. Patrono de las fuerzas armadas. Protector de la juventud, de viajeros y navegantes. Consuelo de los moribundos y los enfermos. Guiado por San Expedito abracé la fe cristiana y con fervor dediqué mi vida a servirte.
Desde tu primera llamada decidí alejarme de rangos y posiciones, abomino empañar la firme convicción de tu existencia en una lucha sin cuartel por un lugar de sacerdote en tal o cual diócesis, obtener por cualquier medio, en contra de los principios de la misma iglesia, el título de Obispo, o enfrentarme a mis hermanos por las vestiduras de Cardenal. Voluntariamente me convertí en el más obediente integrante de la Legión de Cristo. En un intento por emular a San Expedito, quien fuera un valeroso soldado romano, me transformé en un soldado anónimo y disciplinado de Cristo.
Solamente quise ser tu humilde servidor, que cada uno de mis actos sirviera de alabanza y prueba de mi veneración, pero alguien vio en mí la capacidad innata de poder mimetizarme, el don divino de pasar desapercibido, de ser un fantasma en el olvido y realicé tareas innombrables por orden de la iglesia. Mi Dios, no puedo culparte. Soy el único responsable. Me entregaste entendimiento, el libre albedrío, la libertad, los mandamientos y me convertí en instrumento de intereses mezquinos ajenos a tu bondad, a tu amor. Hace mucho tiempo que no me pertenezco y estoy perdido, acepto mi culpa, mi gran culpa, merezco un castigo ejemplar. Debo preparar la bienvenida. Mi perseguidor se acerca, oigo el ritmo sincopado de sus pasos irregulares. Tocan la aldaba. Ahogo un grito. Abro la puerta. Es imposible mimetizarme, esconderme de mi sombra, que se ha erigido en juez supremo y me exige la debida rendición de cuentas. Ha llegado finalmente el día señalado. |
|
|
|
 |
| jota jota |
|
|
|
Gracias por tus comentarios, mejor que ninguna otra persona puedes observar los cuatro pasos que he dado mejorando mis textos, eso por supuesto es obra del oficio y de compañeros como tú, que con sus observaciones me ayudan cada día a intentar ser mejor.
Tienes razón cuando asocias el texto con el maestro Borges, hay mucho de sus lecturas en ese escrito. Pero creo que lo mejor es esa identificación que nos hermana en los errores y lo que sentimos ante ellos. Gracias. |
|
|
|
 |
| Rodrigodeacevedo |
|
|
|
EL OTRO, SIEMPRE EL OTRO.- J.J. Otro magistral relato de nuestro amigo J.J. Con una original pirueta asigna las veleidades del destino a la figura del Otro. Aquí si aparece la influencia del Hesse que cito en el otro post. Y otras influencias más. Ese desdoblamiento de personalidades, aquí tratado de una forma especial, es un recurso utilizado por varios escritores y que, sin embargo, no desmerece en nada la calidad de este relato. El inesperado final con vecina incluída, el gato como animal premonitorio y el desenlace en general da al relato un vigor de auténtica originalidad. Mis felicitaciones, compañero, por este espléndido momento de inspiración que vives. |
|
|
|
 |
| Rodrigodeacevedo |
|
|
|
EL SINGULAR PESO DEL SILENCIO. J.J.
Me ha impactado este relato, de singular fuerza emotiva.Hay una frase que reproduce un sentimiento que yo mismo -y creo que todos- hemos sentido en nuestra experiencia vital: "Reconoce que en más de una oportunidad cometió un disparate, que equivocó la respuesta, que su conducta debió ser otra y no la que desatinadamente ocurrió y entonces le pesan un mundo los errores." Un relato medio onírico, medio real, de alguien que desde la imprecisión de sus rasgos se dibuja reproduciendonos. Hoy leí en facebook un comentario a este post de alguien que relacionaba tu relato con la novela de Hesse "Demian". Yo no le encuentro ninguna; más bien, y cada vez más, te relaciono con el maestro Borges. Y en esa aproximación es en la que se acrecienta mi admiración por tus escritos. |
|
|
|
 |
| jota jota |
|
|
|
El singular peso del silencio
Dócilmente peregrina por el camino que le ha trazado la mano del destino. Sin una sola queja enfrenta los avatares que le han sido impuestos y se mantiene sobre el rumbo señalado con la misma actitud resignada. Es capaz incluso de dar gracias porque estos eventos no representan mayores dificultades y en esa suerte de destino que le ha tocado, no padece ninguna enfermedad que revista gravedad. Sus días suelen ser tediosos y hasta rutinarios, pero nunca iguales. No se vuelven a repetir con la misma exactitud y aunque la acción en apariencia sea la misma, sutiles cambios lo obligan a insistir en la torpeza de sus propios errores. En cambio, bajo el riguroso examen a que somete sus actos sus noches son exhaustivas y transcurren en una minuciosa revisión de mínimos detalles. Bajo ese microscopio, bajo esa lupa de imágenes totales, adivina enemigos en las fantasmales sombras que crecen entre grises y revisa bajo el peso de la angustia creciente los intolerables errores que durante todo el día cometió. Imprudencias, groseras impertinencias lo enfrentan. Reconoce que en más de una oportunidad cometió un disparate, que equivocó la respuesta, que su conducta debió ser otra y no la que desatinadamente ocurrió y entonces le pesan un mundo los errores, pero con la misma actitud con la que lleva la vida se dice a sí mismo, casi con optimismo: ya no puedo remediarlo, me equivoqué, fallé. Clavo pasao. En algún momento del insomnio imagina otras respuestas más certeras, y observa la posibilidad de otros caminos a seguir, pero al llegar a estas encrucijadas se detiene, no es capaz de ir más allá, no se atreve a imaginar acontecimientos desencadenados a raíz de otra respuesta menos cobarde. Emerge de estos desconciertos nocturnos con la carga de la derrota a cuestas. El primer paquete que debe entregar hoy está a una distancia considerable y lo conduce a un rincón desconocido, toma una ruta inédita y reconoce que esta vez hay un salto considerable de desconcierto en su rutina. Cruza la ciudad y pasa por sectores que no se atrevería a frecuentar. Al llegar le resulta familiar el terreno, la atmósfera. Aquí, recuerda, lo han traído sueños tumultuosos. Frente a la puerta sabe lo que le espera, sabe que va a encontrar un gato negro dormido sobre un mueble de terciopelo amarillo y que debe cruzar un zaguán oscuro que huele a lavanda. Pero no sabe nada más, cuando sueña, al dar los primeros pasos por la oscuridad del pasillo se despierta, y recuerda perfectamente el sueño. Esta vez no es un sueño. Entra sin anunciar su llegada. Como en su sueño mira el gato que permanece dormido y avanza sin hacer ruido. Atraviesa el oscuro pasillo acompañado del olor a lavanda y en ese momento siente por primera vez el peso del silencio. El silencio es cosa seria, nunca antes había estado ante un silencio tan absoluto y categórico, piensa que el silencio es una bruma espesa que lo envuelve y también es una sábana que lo arropa, pero ambas, la bruma y la sábana son pasajeras. Hoy, mientras atraviesa esta oscuridad lineal, guiado por la intensidad de la lavanda, en medio de este singular silencio, se acerca a otra conjetura el silencio es una prisión de la que jamás se sale ileso, el silencio instala la desesperanza se adueña del pensamiento hasta anularlo completamente, el silencio abruma y castiga con mayor ferocidad que un grito, el silencio se convierte en cuchillo afilado que lastima. Al finalizar el pasillo, sentado en una mecedora, un hombre parecido a él, semejante a él, treinta años más viejo, lo recibe con alegría, festeja su llegada y extiende las manos para recibir el paquete. La sorpresa le impide por un momento reaccionar, finalmente entrega la encomienda, el hombre le pide que espere y escucha su voz treinta años más vieja. El hombre abre el sobre, saca un libro y le dice: quiero que oiga el acápite con el que se inicia este libro. Él asiente y guarda respetuoso silencio. Un pájaro al nacer está obligado a romper el cascarón, romper un mundo para vivir en otro completamente libre, nosotros cada día debemos destruir el mundo que nos hemos forjado para crear otro y poder vivir en libertad. |
|
|
|
|
|