Como somos mu moernos, vamos con las nuevas palabras aprobadas por la RAE.
¿Dos mejor que una?
serendipia.
Hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual. El descubrimiento de la penicilina fue una serendipia.
tunear. (Del ingl. to tune; literalmente 'afinar', 'ajustar'). tr. Adaptar algo, especialmente un vehículo, a los gustos o intereses personales.
Con rimas y a lo loco
Gregorio Tienda Delgado
09-01-2015 20:16
Ningún problema, Rodrigo. Ha sido una pregunta irónica, recordando tiempos no lejanos cuando sobraban palabras. Seguiremos manteniendo la antorcha encendida...
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Rodrigodeacevedo
09-01-2015 19:02
Aclaración: Gregorio plantea la duda ¿dos (palabras) por cabeza? He querido seguir la línea iniciada hace algunas semanas. Lo suyo sería una palabra por "mente pensante". Pero los tiempos vienen de escaseces y ya veis que no se cumple el cupo de las siete obligatorias. No obstante al final del recuento haremos la selección (ojalá) y propondremos las palabras por orden alfabético ¿os parece?
Gregorio Tienda Delgado
09-01-2015 16:56
¿Dos por cabeza?
accidental
accionista
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Rodrigodeacevedo
09-01-2015 14:27
Oído cocina... Como estoy de guardia me toca a mí abrir el saco palabreril en sustitución temporal del jefe "in pectore" de este cotarro, J.J. (Bueno, aquí todos somos "in pectore". Lo importante es que nos vayamos aguantando...)
Vale, empiezo (ya sabéis, dos palabras por participante; si sobran las expurgaremos "ad libitum"):
QUINCALLA.
(Del fr. quincaille).
1. f. Conjunto de objetos de metal, generalmente de escaso valor, como tijeras, dedales, imitaciones de joyas, etc.
Vale ampliar a "quincallero".
EMPECINAMIENTO.
1. m. Acción y efecto de empecinarse.
2. m. Actitud de algunos componentes de cierto foro literario que se resisten numantinamente a su cierre. Como los de "Charlie-Hebdo", mismamente, a quienes homenajeo desde aquí.
Pues hasta el domingo por la noche, que echamos el cierre.
Rodrigodeacevedo
05-01-2015 20:56
EL TESTAMENTO
Hace poco enterramos a la Feli, la mendiga de toda la vida que ya formaba parte del mobiliario urbano de la Plazuela de Santa Teresa. Su viudo, el Tani, lloraba desconsolado, limpiándose los mocos con la bocamanga de la astrosa chaqueta. En el cementerio, entre los parterres de una jardinería casi arruinada, el día lluvioso y frío no invitaba a los escasísimos asistentes al sepelio a continuar la pamema. Así que cuando el cura dió el último hisopazo al sencillo féretro y alguien depositó un sencillo ramo de lis -problamente sustraído de alguna otra tumba- yo inicié la retirada dándole un abrazo al bueno de Tani, con la consabida frase: “Hay que tener valor, señor Atanasio- le hacía una enorme ilusión que le tratase de igual a igual- la vida sigue, es necesario sobrevivir.” Volvimos a casa a través de los andurriales embarrados de los suburbios, entre las chabolas que aún no han sido demolidas y los perros de lanas empapadas, que nos ladraban como cumpliendo una obligación.
El tiempo seguía triste, como insatisfecho por el crudo invierno que padecíamos y al Tani no había quien lo sacase del sucio chiscón donde había compartido su vida durante muchos años con la Felisa. “Aquí, decía, a pesar de la miseria, he sido feliz”. Un día que pasé a darle ánimos me dijo: “Señor Miguel, he recibido unos papeles y no los entiendo: no se leer.” Se trataba de una comunicación notarial en la que se le requería para aceptar el testamento que le designaba como beneficiario de los bienes de la difunta Felisa.
Asombrado, le pregunté: “Pero, Tani ¿la Felisa tenía dinero o algo así?” Él se quedó con cara de alelado y negó con la cabeza. Procuré que se asease algo y se afeitase. Mi mujer le proporcionó algunas ropas mías usadas y, al día siguiente, nos dirijimos a la notaría.
Era de ver la cara de estupefacción del bueno de Tani al entrar en la lujosa oficina. Ante el notario, joven, elegante, con sonrisa profesional, el pobre Tani no sabía cómo ponerse. Finalmente, después de un pequeño incidente ante la falta de documentos de identificación del Tani, que el notario resolvió aceptándome como garante, éste le comunicó que, como cónyuge supérstite era heredero universal de todos los bienes legados por su difunta esposa Doña Felisa, consistentes en ¡un montón de millones de euros! depositados en la cuenta corriente tal y tal del banco tal.
Cuando pude reponerme del pasmo traté de explicarle al Tani que ahora era rico, muy rico, que podría hacer realidad sueños y proyectos imposibles hasta ahora, que la Felisa había sido una hormiguita y había ahorrado para él una enorme cantidad de dinero. El Tani había quedado mudo e hiératico. Sólo giraba sin cesar su mugrienta boina entre sus manos. Ante nuestro asombro, con la mirada perdida y el rostro crispado, exclamó: “Ahora me lo explico. ¿Hormiguita? Pu.ta, eso es lo que era la Felisa, una pu.ta.” Y salió de estampida. Nunca se le volvió a ver en la ciudad.
El impulso de un instante, el arrebato de un segundo, el arrojo, la audacia y un alto grado de inconsciencia, se confabularon en un momento único y me empujaron a un torbellino de acontecimientos absolutamente contrarios a los aburridos y rutinarios días de este año, que hoy se termina.
No imaginé nunca ser protagonista de sucesos de tal intensidad, luego de estar envuelto en ellos y sin haber salido completamente de la situación, con terrible certeza puedo asegurar que, este año se presenta completamente incierto.
Decidí recibir el año nuevo en un Club. El preámbulo para traspasar con buen pie la frontera de un año y comenzar otro es en mi criterio, precisamente, “echando un pie” con la euforia de estar en medio de la pista de baile, los acordes alegres de la música, y sujeta a mi cuerpo, entre mis manos, la cintura de una mujer desconocida, con todo el tiempo para conocer.
El acceso a este evento no fue fácil, la fiesta la organiza una élite a la que no pertenezco, pero voy contra corriente, me gusta romper las reglas y con dinero, astucia y amigos me he acostumbrado a abrir innumerables puertas.
Aún falta una hora para el final del año, la pista de baile está vacía, la orquesta se prepara para iniciar un nuevo set y en ese momento una mujer de rasgos marcadamente asiáticos, de cabellos largos, íngrima y sola, entra al Club. El traje negro que lleva es de alta costura, de corte atrevido parece cosido encima, la boca, los zapatos y el cinturón son de un rojo tan intenso que deslumbran, y contrastan con la palidez de su espalda desnuda hasta más abajo de la cintura, hay provocación en sus pasos medidos.
Con la elegancia sublime de una princesa oriental atraviesa la pista de baile, la orquesta ha cocido su estrategia y toca un merengue. En ese instante me perdí, un impulso más fuerte que el miedo me hace saltar del asiento, me obliga a encerrar las razones en el cajón del olvido, salté a la pista, la tome entre los brazos y la guie con paso seguro.
Ella sigió el ritmo con destreza y también cada figura que dibujé, adivinó las intenciones de mis giros y se pegaba a mi cuerpo.
Todos los ojos fijos sobre nosotros. Viví en ese instante la gloria de mi atrevimiento. El mundo es de los audaces, pensé.
En la última nota un suspiro y el murmullo con acento extranjero de una súplica, ¡Sígueme!
Perdí el juicio y traspuse la puerta.
En silencio llegamos a su departamento.
Espérame, dijo. En su sonrisa brilló un caleidoscopio de promesas, su vestido se deslizó hasta el suelo y mudo vigilaba mis pensamientos, cubierta apenas por un hilo rojo que se pierde entre sus piernas desapareció en un pasillo.
El cielo se enciende de colores, el primer día del año me encuentra en medio de una aventura extraordinaria, fascinado con las luces proyectadas en el infinito me acerco al balcón.
Por encima del estruendo de los fuegos artificiales una explosión de ira estalla detrás de mí. Un hombre enorme se me viene encima, los destellos de un cuchillo encendían sus manos.
Salté del balcón por puro instinto y corrí desesperadamente, el hombre también saltó y al caer gritó de dolor, me persigue con dificultad y no deja de lamentarse, me busca con insistencia para darle paz al filo de su cuchillo.
Intento transformarme en el humo de los fuegos artificiales. Me arrincono, me agazapo, me ovillo. Espero.
Rodrigodeacevedo
03-01-2015 13:05
Pues, amigo Gregorio, para no tener costumbre tu sintetifrase te ha salido "redonda". Con la elegancia de la sencillez y el trasfondo de tu permanente enamoramiento. ¡Felicidades!
Gregorio Tienda Delgado
02-01-2015 21:31
No tengo costumbre, pero...
Después de sobrevivir insatisfecho, durante 2014, me siento feliz en este nuevo año, y tengo el proyecto, porque me gusta la jardinería, de cultivar la flor de lis, para conquistar a la dama de mis sueños.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Rodrigodeacevedo
02-01-2015 21:25
EL PRISIONERO
Él podía apreciar la inmensa variedad y riqueza de reflejos que los neones repartían con generosidad por todos los vidrios que amueblaban su nuevo domicilio. También el sol, a ciertas horas, colaboraba en aquella eclosión luminosa, que tanto le tranquilizaba. A veces, sombras ambiguas inquietaban su silencioso reposo. Él, naturalmente, era ajeno al paso del tiempo. Para ser precisos, era al tiempo a quien él le resultaba totalmente ajeno.
Como una extraña deidad, cuya horizontal inmovilidad recordaba a aquella lejana y multicolor cordillera de la que quizá provenía –no se, fueron tantos avatares los de su traspaso hasta aquí-. Pero allí también el sol, filtrándose entre la hojarasca, le regalaba a veces ese caleidoscopio reconfortante. También allí, gotas de la lluvia nueva eran sus precisos espejos. Y también allí, a veces, sombras ambiguas le inquietaban y le hacían buscar acomodos más seguros. Quizá lo más extraño fuesen los ojos. Aquellos múltiples ojos que, de dos en dos, sin pudor y sin recato, desvestían su intimidad. Él sabía de su propio poder. Estaba muy bien dotado… pero aquellos ojos, iluminados -él no sabía el porqué- por tan bella sonrisa...
No sabía por qué, pero intuía que sus dueños podían dominarlo. Aquella su magia, su fuerza, su astucia, que hasta ahora le hacían invencible, se estrellaban contra los nuevos ojos; como si fuesen el preámbulo de su propia decadencia, el acceso a un nuevo mundo. Pero él los deseaba. Deseaba hasta la convulsión poseer aquellos ojos. Y mirar, expectante, desde sus brillos qué aspecto tendría ese otro mundo. Los miraba fijamente. Quería poseerlos utilizando sus antiguas técnicas. Fijamente. Pero ellos eran burlones. Esquivaban fácilmente el poder de su mirada.
Los ojos de aquellas sombras. Las otras, las de allí, no tenían ojos. Eran sólo sombras, a veces inquietantes, pero sólo sombras. Por fin, hoy, con los múltiples reflejos de todas las luces revoloteando a su alrededor, los dos ojos se anclaron en los suyos. Intensificó el furor de su mirar, querría verlos cocidos. Pero los otros ojos aguantaban impertérritos.
Entonces, un fuerte tirón hizo desprenderse al camaleón de la rama donde, en aquel terrarium, llevaba expuesto a la curiosidad humana desde hacía dos semanas, algo que él no podía valorar, puesto que el tiempo le era ajeno. Parecía el final. Sólo los insectos capturados, eso sí, con mayor facilidad que allí, eran su referente. Pero aquellos ojos que, de dos en dos, pero ¿cuántos eran dos?, habían desmoronado su mundo, tan ajeno al de la selva tropical donde nació.