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jota jota
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08-09-2019 21:34

La inaudita decisión de Gerardo Guzmán

A mi amiga Tigana:
Me señaló la tendencia de los hombres en establecer rutinas, para preservar su seguridad.

El día de su octavo cumpleaños la algarabía se adueñó del patio de la casa y redujo a los adultos a la sala. Ese día apareció un tío desconocido, que desapareció de forma tan imprevista como llegó.

El tío vino sin avisar y tomado por sorpresa, al saber que era su cumpleaños, le regaló el reloj que llevaba en la muñeca. Con paciencia y terneza le enseñó a interpretar debidamente, en la esfera reluciente del reloj, el significado de las tres agujas de diferentes tamaños, que giran con aparente autonomía en la misma dirección, pero a velocidades distintas y señalan la sucesión de los doce números formados ordenadamente en un círculo.

El tío le dijo: en este universo circular gravitan el presente, el pasado y el futuro y con precisión muestra el instante en que se desarrollan los acontecimientos. El tiempo es noción de cambio, es la dimensión en donde ocurre la transformación de los objetos, el tiempo es una línea irreversible de infinitas situaciones en movimiento. Al ordenar la sucesión de esas múltiples variaciones fortuitas y medirlas en intervalos, podemos grabar en la memoria con cierto orden los innumerables eventos circunstanciales a los que somos sometidos.

Entre las primeras nociones del tiempo que el hombre elaboró y este reloj, han transcurrido más de 5.000 años de cambios. Tú decides si eres amo o esclavo del tiempo, o si por el contrario eres un hombre libre.

A Gerardo Guzmán le fascino el regalo, cronometraba cada paso, media en fracciones de segundo hasta las menores intenciones. Los hilos invisibles del tiempo lo atraparon y se convirtió en esclavo de la inflexible dictadura de la exactitud. En cuarenta años de puntualidad y rigidez había logrado el éxito y una fortuna considerable, también había perdido amigos, relaciones y contaba por montones sus enemigos. Era un hombre puntualmente solo.

Sus costumbres, sus hábitos cuidadosamente elaborados los rige el cronómetro y obsesivamente cumple con estricta exactitud la rutina que se ha impuesto. Guzmán condena enérgicamente la improvisación, no concibe una vida regida por el azar. Según su criterio, los imprevistos son distracciones que otros se permiten para incumplir con los compromisos establecidos de antemano.

La tarde del 15 de agosto, contraviniendo todos los pronósticos, súbita e inesperadamente, un aguacero impertinente lo sorprende. En el desatino del imprevisto chubasco corre apresuradamente a guarecerse. Entra a un café y tropieza con unos intensos ojos negros, que despiadados y sin consideración lo fulminan, sin saber que decir, sintiendo el miedo atroz de cometer una imprudencia y no volverse a ver en esos ojos brujos, temblando de miedo, se esconde en el silencio. Es ella quien inicia la conversación y él puede finalmente respirar con alivio.

Su nombre es Tania Torres. Esta azarosa coincidencia los envuelve en un amor improbable. En la opacidad que encubren esas conversaciones, en las que veladamente se descubren, Tania afirma que el amor no es eterno, que dura apenas un año, justo el tiempo en que las parejas instalan las odiosas rutinas, los intolerantes compromisos, los inamovibles horarios, los obstinadas ritos, las insoportables reglas de estricto cumplimiento y al cumplirse esa fecha ella desaparece.

Gerardo Guzmán se asoma a un peligro que no sospechó, y decide por amor dejar de ser esclavo del tiempo, trasponer el escaso límite que ella se impone para escapar, e impedir a fuerza de actos imprevistos y sorpresas, que Tania Torres desaparezca. Desde ese momento la única puntualidad que se permite es amar a Tania desesperadamente, con la prisa de los segundos desbocados. Regala el reloj y se declara un hombre perdidamente enamorado.

jota jota
jota jota
08-09-2019 14:45

Gracias Rodrigo. Con tus apuntes sobre mis textos se comprueba una vez más que es más importante para el escritor el "Critico" que le da consistencia a sus intentos de expresión. Cuando publique un libro de mis textos tendré que abusar de nuestra amistad y pedirte que escribas un prologo. Gracias por tu generosidad.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
19-08-2019 20:00

Otro comentario para reducir mi deuda con la parte que me autoasignado en el mantenimiento de la actividad forera. Un nuevo relato de J.J. que exige relectura y meditación.

LA ILUSIÓN DE ENCONTRAR EL ESPEJO DE LAS CERTEZAS.
“El espejo muestra que ante lo incierto no hacen falta las certezas, que es imprescindible una esperanza ciega.”
Con esta frese termina uno de los mejores relatos que le recuerdo a J.J. Un relato que me atrevería a definir metafísico, en el que enfrenta las inflexibles leyes de la Física a las percepciones, a esas íntimas realidades de quien se contempla en el vidrio. Dos mundos virtuales, el del reflejo más o menos distorsionado de la imagen reflejada y la cotidianeidad del personaje, ese gran desconocido muchas veces para sí mismo. El descubrimiento de esa realidad, tantas veces trágica, puede determinar la catástrofe o la sublimidad. El protagonista de este excepcional relato opta por lo sublime: la lucha cotidiana, prosaica pero motivadora que supone el ser hombre.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
19-08-2019 19:44

Repasando el foro compruebo con desolación que desde "Confesión" no he vuelto a dejar mis palabras acerca de los varios relatos con que J.J. sigue avivando esta pequeña hoguera. Me ha asignado, puede que indebidamente y sin la necesaria anuencia, esa la improbable tarea de dejar mis comentarios, de dejar constancia que alguien, aquí, sigue leyendo sus letras y admirándolas por su continua elevación en sus contenidos y sus formas. Algún día J.J. nos sorprenderá con la publicación de sus relatos y entonces, alguno, lamentará no haberse anticipado en su degustación.
Voy a tratar de recuperar parte de ese legado con que nos obsequia nuestro amigo, naturalmente fraccionando las entregas, pues compruebo con tristeza que mis capacidades para acometer tareas que requieran demasiado esfuerzo ya no me responden. (Y tampoco querría abusar de vuestra paciencia...)
EL HILO DE LA NOSTALGIA
Este es el primero de los relatos pendientes de glosar y, después de un rápido vistazo al resto, creo que marca un punto de inflexión en la narrativa de J.J. Relatos con mayor densidad personal, implicando su yo íntimo a la anécdota, dan a estos relatos un cierto aire proustiano. Concretamente en este aparecen los aromas que le hacen recordar a su abuela, tal como el famoso episodio del aroma de las magdalenas, trocadas aquí en guisado de pollo. El espejo, tantas veces el espejo como trasunto de nuestro otro yo, es también elemento recurrente en estos relatos. Testigo acusador del paso del tiempo y las derrotas cotidianas es, sin embargo, compañero que anima a continuar en la lucha; deja constancia del “ser” que en él se mira.
Una constante soterrada en las prosas anteriores se explicta en esta como una declaración de principios; se condensa en este párrafo:
“Por pura disciplina, impulsado por la fuerza de la costumbre, no me permito dejar desorden alguno detrás de mí, temo que al regresar el abandono se apodere de mi espíritu y finalmente me doblegue, y es por esa razón que me afano en ordenar compulsivamente.”
Así como se sigue desplegando la urdimbre sobre la que se teje la vivencia de los protagonistas: la nostalgia del solitario.
“Reconozco que quien se encuentra lejos de casa es prisionero de la memoria y vive acorralado por la nostalgia. La pared que divide el pasado con el presente es extraordinariamente sensible, detalles menores la derriban y se camina sobre escombros.”
Realmente los textos recientes de J.J. marcan un salto cualitativo en su narrativa y una exquisita sensibilidad en el enfrentamiento de los conflictos que nos definen como humanos. Seguiré leyéndolos minuciosamente, deleitandome con ellos y trataré de haceros partícipes de este disfrute (aunque supongo que alguno de vosotros también los lee y me tilde de pretencioso...)

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
01-08-2019 13:57

El desconcierto del Inspector

Miguel Andrade me desconcertó, su conducta inaudita me llevó a merodear por extravagantes extremos del racionamiento y mi pensamiento lógico se detuvo en el abismo entre lo real y la especulación de la imaginación.

El caso de Andrade me exige andar en actitud expectante, para no cometer la torpeza de un descuido. Me encuentro ante el enigma de una conducta humana que no responde a los parámetros establecidos entre los casos de estudio criminal.

Investigo la desaparición de Miguel Andrade. Entro a su departamento y no encuentro indicios de violencia, ni rastros que indiquen una huida, ni tampoco evidencia alguna que señale, que Andrade habitó este lugar. La falta de pistas dispara mi sospecha: Existe una intención premeditada que implica una cuidadosa planificación y una ejecución meticulosa.

Este descubrimiento me incomoda y no termino de aceptarlo, pero reconozco, que un hombre es capaz de esconder todos los hombres detrás de una sonrisa de abuelo dulce y afable.

Andrade cuidó con esmero la imagen de anciano bonachón, logró imprimir a su apariencia pinceladas que lo convirtieron en un viejecillo especial, condición que me impulsó desde el momento que nos cruzamos a mantener una cordial amistad. Al recordar ese evento en apariencia casual, la duda asoma y me advierte, que ese encuentro quizás lo planificó.

Miguel Andrade con esfuerzo y dedicación se empeñó en mantener vigente los modos de tiempos anteriores, francamente decadentes y en desuso. Cultivó la amabilidad como norma, la cortesía como regla de conducta, la bonhomía como ejemplo de comportamiento, la consideración y el respeto al otro, como la única fórmula aceptable para vivir en comunidad.

La desaparición de Miguel Andrade me lleva a intuir riesgos, conspiraciones, tramas oscuras y mi deber es descubrir las motivaciones que impulsan su conducta para establecer un mapa que me permita dar con el paradero del desaparecido. Por ahora me mantengo entre la sorpresa al asombro.

Con el grado de inspector ganado en las calles creo que me convertí en víctima y a pesar de haber tratado a Miguel, no puedo asegurar que conozco al hombre que una vez consideré mi amigo, y me es imposible definir un perfil que me acerque al verdadero Andrade, quien se ha convertido en un completo desconocido, en un misterio.
Recuerdo nuestra última conversación: Andrade se interesó en saber cuál es el mejor lugar para esconder un objeto y yo le aseguré, que dejarlo a la vista de todos es el lugar perfecto para ocultarlo. Presté mayor atención a lo obvio y descubrí una carta.

Mi querido Inspector:
Antes que nada reciba un abrazo fraterno de quien se considera su amigo, aunque quizás no merezca su amistad en vista de mi condición de bandido.
Yo me creo un “quijote” y al igual que el personaje de Cervantes, que se aficionó a las lecturas de novelas de caballería, yo me entregué al cine y a las películas de detectives, pero jamás quise ser un héroe, decidí por el contrario ser un villano y burlar la ley, pero sobre todo, el reto que me impongo es no ser descubierto.
Acepté un delicado trabajo y lo ejecuté, pero nos hicimos amigos y usted merece, más que una explicación, la tranquilidad de saber que no estoy desaparecido, que nada malo me ha sucedido, simplemente que no existo.

Gracias de antemano por entender mi situación.

Miguel Andrade es un figura de ficción, un cronopio, la invención de un personaje al margen de un guión en una película de detectives, que interpretado magistralmente merece un premio, y qué mejor premio que la libertad.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
12-07-2019 20:49

El reto del cambio

En esa áspera vigilia a la que me entrego en el exhaustivo y permanente examen de mis actos, entro al círculo cerrado de mi propio ego para entregarme al repaso constante y minucioso de mi conducta. Observo mis acciones y sus consecuencias en los extravíos de los recuerdos con meticulosa atención. La vergüenza de las faltas, ese oscuro animal que me posee, me abruma y es atroz el peso de la culpa.

Necesito con urgencia justificar mis lamentables caídas, mis irritantes omisiones, mis penosos descuidos y encontrar el origen de mis deplorables tropiezos. Avergonzado busco una decorosa salida que me redima para no enloquecer humillado por la pena. La idea de ser una pieza del destino, empujado a un camino trazado de antemano en el que se han escrito mis continuos desaciertos, me permite un respiro, un vago sosiego.

Impulsado por un deseo irrefrenable de escapar de mí mismo, de los reproches que utilizó para censurarme, de las recriminaciones con las que señala mi responsabilidad, salgo a la calle con la angustia mordiéndome la garganta, oprimiendo las costillas. Con los pasos apresurados de quien perdió el rumbo en los linderos del disparate y necesita con urgencia encontrar la huella extraviada, me interno por calles desconocidas.

Espesas nubes terminan por ocultar el sol y sin aviso alguno se inicia una lluvia persistente. A pocos pasos se abre un túnel estrecho y sin pensar, para escapar de este aguacero pasajero entro y me interno en la oscuridad. Las paredes de mosaicos hexagonales están unidas de forma tan peculiar, que asemejan las escamas de una víbora, camino a tientas por este oscuro pasadizo zigzagueante que se alarga con desconsideración y me obliga a creer que el túnel ha mutado en una serpiente descomunal. En el momento que pienso en regresar una luz pálida me señala que la salida está próxima.

Al salir del túnel encuentro un parque enorme, una brisa fresca y limpia murmura secretos antiguos a las grandes ramas de los árboles, el canto de una oropéndola y la algarabía de los loros me da la bienvenida. La nostalgia de una infancia feliz, sin errores, sin culpas, se mete en la sangre.

Cruzo el parque con los pasos del niño que fui, se intensifican los colores y puedo diferenciar el olor de las flores. Entro a un sendero de eucaliptos y reconozco los innumerables tonos de la brisa al bailar entre los árboles, la alegría de las hojas al ser acariciadas, los aromas de la tierra, mi respiración es otra y el corazón palpita en dulce armonía con esta tarde.

Sentado bajo la protección de los árboles entro a un estado de misticismo contemplativo que hasta ahora me era desconocido. A mi alrededor se forma una tromba y surge del centro de ese imprevisto remolino la voz de mi maestra de sexto grado. La señorita Aranguren me alecciona. Es necesario dice: Asimilar los fallos, los errores, aquellos que no logran aprender de sus equivocaciones y superarlas, obligan a fuerzas superiores a repetirlos una y otra vez hasta que se aprenda la enseñanza oculta en el dramático suceso. Quien se niega a aprender será cruelmente sometido, en cambio, quien acepta los errores cometidos iniciará un proceso de transformación vital, de crecimiento espiritual.

Regreso a mi casa con la firme decisión de aprender de mis errores, de cambiar, tengo el poder de hacerlo y elijo cambiar por mi propio bien. Me repito con seguridad: yo soy capaz de cambiar y estoy dispuesto a enfrentar el reto que ello significa. Me aferro a la sentencia de Dionisio Areopagita: Si yo cambio el mundo cambia.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
27-06-2019 19:16

La ilusión de encontrar el espejo de las certezas

A mi amigo Ismael (Pitillo)
Por toda la esperanza que corre en sus ríos
y anega las orillas de un país destruido.

El espejo en donde me busco con ansiedad inusitada no me repite, niega mi imagen, ni siquiera asoma un destello de mi esencia para mostrarla como un triunfo, o una burla certera. Tercamente se rehúsa a reflejar cuanto me rodea, no permite que vislumbre una sola referencia, ni tampoco el efímero detalle de alguna evidencia, que tímida, sugiera la seguridad que necesito para dar el siguiente paso con garantía de éxito.

El espejo está empañado con el vaho de acertijos disociados, ferozmente manipulados para distraer y paralizar. Al espejo lo enturbian las ávidas miradas de quienes se miraron antes que yo en busca de posibles salidas acertadas. Ellos, los otros, se anticiparon y corrieron los riesgos de avanzar entre tinieblas en busca de respuestas. Con miedo resbalaron por un sinuoso laberinto sembrado de inseguridades, de crueles interrogantes, pero decidieron seguir adelante sin ninguna certeza, con la esperanza puesta en un mañana distinto. Sigilosos y con innumerables precauciones, como pasajeros primerizos, siguieron por una complicada ruta de fronteras móviles y tiempos flexibles, con el único fin de detenerse ante este espejo convertido en oráculo infalible.

Las indecisiones, esas puntas afiladas de dagas, cogen la delantera, me acorralan y me imponen avanzar titubeando. Abrumado por las imprevistas incógnitas y la urgente necesidad de una certeza, busco este espejo precedido por la fama de ser auténtico y veraz, y ante el cual me presento con mis dudas intactas. Bajo el rigor de la desilusión, bombardeado continuamente por mentiras, esa argucia convertida en el amparo de los cobardes, cargo con el lastre de resistir imprevistos repentinos para sobrevivir lo inesperado.

Ha llegado el momento. Estoy frente al espejo y espero encontrar en la imagen devuelta una evidencia sólida, para espantar este miedo que paraliza, pero tropiezo con una nueva dificultad, el espejo está oculto tras el espeso humo de incendios anteriores, agotado y sin respuestas.

Me resisto a vivir con miedo en la ignorancia impuesta por la incertidumbre, paralizado entre las sombras. Persisto en buscar la exactitud de la verdad y con tenacidad exijo a esta hora incierta una respuesta frente al espejo empañado. La intensidad de mi deseo devela al fin el secreto que esconde el espejo en su pulida superficie, finalmente vencido por mi firme decisión, devuelve fielmente mi imagen. Miro el rostro que conozco de memoria, cada arruga, cada marca ganada en todos estos años vividos bajo el sino de la incertidumbre.

Recorro una vez más esa carretera interminable que he transitado durante setenta años sin seguridad alguna, azotado por el temor, y aquí estoy entero. Construí una vida bajo los términos de principios propios, entre aciertos y errores desafié los riesgos de lo incierto y encontré en la confianza una certeza para seguir adelante. Hoy comprendo que todos contamos con herramientas suficientes para plantarnos ante lo confuso y atrevernos a vivir bajo condiciones inesperadas. Ante la incertidumbre que nos rodea necesitamos el impulso de una meta y la extraordinaria fuerza de un rayo de esperanza. El espejo muestra que ante lo incierto no hacen falta las certezas, que es imprescindible una esperanza ciega.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
24-06-2019 19:26

El consejo de la abuela

Un hombre aparece en la puerta del vagón y su perfume se expande por todos los rincones, lo ayuda la brisa de la mañana que baja de la montaña, cargada de colores cogidos al vuelo y lavados en hilos de agua helada. Los pasajeros repartidos en los asientos, con sus pertenencias ya ordenadas, respiran el aroma que despide el recién llegado y levantan la vista de sus asuntos para mirarlo.

Ella se paraliza, hace acopio de todas las normas de comportamiento aprendidas en su casa, para no sucumbir ante el nocivo deseo de mirar al desconocido. Se mantiene intacta, la mirada fija detrás del ventanal. Ella considera que las despedidas son un acto íntimo, y para no convertirse en testigo de los excesos que los adioses acarrean cierra los ojos, y se niega observar las despedidas ajenas, que se repiten con terca insistencia sobre el andén.

La verdad, es que mantiene los ojos cerrados para imaginar al hombre capaz de usar semejante fragancia, un hombre, que en este momento avanza con paso sonoro por el pasillo del vagón en busca de un lugar para sentarse.

El pensamiento de ella resbala mucho más allá de ese primer deseo de beberse a un extraño. Con los ojos cerrados, envuelta en esa particular esencia de hombre que inundó el vagón, se pierde detrás de las imágenes que su imaginación desata: Cruza sobre un mar tranquilo el Canal de la Mancha y se detiene en York. Camina desnuda en medio de las espigas aromáticas y púrpuras de lavanda bajo el cielo desteñido de Inglaterra.

Desea con la intensidad de la sangre enloquecida, que el hombre y su perfume, ahora metidos en su blusa, en sus pulmones, entre sus pantalones, no la condenen una vez más a realizar este viaje sola, necesita desesperadamente que esta travesía sea diferente a las otras y para ello requiere compañía.

El hombre decidió sentarse a su lado: La casualidad, el juego de los imponderables, la fuerza del deseo, el vagón con muy pocos espacios vacíos, el momento, una mañana de promesas. Todo conspira para cumplir su impetuoso capricho. En el instante que el hombre resuelve sentarse al lado de la viajera desconocida, también decide con indiferencia, tomar la sinuosa carretera del engaño para conquistarla,

El hombre mantiene con sobrada cautela una cordialidad distante y franca. Se comporta como un huésped sumiso, calcula cada movimiento. Con gestos educados el hombre abre puertas al futuro, juega todos sus trucos, despliega con maestría dosis justas de afectos familiares para disfrazar la traición que esconde en la sombra de las palabras.

Ella presta sus oídos a los halagos del hombre y se deja cautivar. Él emplea mucha maña innata de ladino para deslumbrarla. El tren cruza por un campo sembrado de claveles, es la flor preferida de su abuela, y en ese momento recuerda: Su abuela vivió unos amores contrariados en su juventud y se volvió intolerante. Un día la abuela escapó con el hombre que la pretendía, pero a medio camino el amor se transformó en un dueño hostil y el hombre en amo insolente, brutal. Antes de llegar a su destino la abuela regresó a su casa y confesó a sus padres que se había equivocado de tren y que había saltado para poder regresar.

Mucho antes de llegar a su destino, antes que el hombre se transforme en un amo cruel, el cariño de su abuela, su conmovedora fuerza de voluntad viene en su auxilio. Ella no espera perderse detrás de un nuevo dueño desconsiderado y se baja del tren sin despedirse, de la misma manera que hizo su abuela setenta años atrás. Ella se encontró sin proponérselo en el vagón equivocado y decidió saltar a tiempo.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
13-06-2019 22:06

El hilo de la nostalgia

Un segundo antes de salir de la habitación, el último movimiento me detiene un instante frente al espejo, que con cierta indolencia, sin agotar su enorme paciencia, me devuelve el gesto y la mirada que conozco de memoria. El espejo no se toma la molestia de esconder o suavizar los cambios que la vida ha impreso con saña sobre mi rostro y con exactitud de cálculo matemático repite mi imagen indiferente.

Los años, la rutina cruel y los desvelos dejan huella, profundas líneas marcan la expresión que hoy me caracteriza. Las tristezas y alegrías vividas quedan grabadas en los surcos que me cruzan la frente. La piel, ese órgano enorme, el más grande de nuestro cuerpo, cede ante el empuje constante de muecas convertidas en respuestas automáticas, las arrugas son el resultado de mi actitud ante la vida, son las cicatrices de esta guerra sin cuartel que libro para poder vivir intensamente.

El espejo es testigo fiel de mis momentos terribles y repite con cruda rudeza el agobio de la angustia que me posee. Cierro con cuidado la puerta del departamento, detrás de mí queda huérfano y a oscuras, expuesto a la contingencia de alguna calamidad. Por pura disciplina, impulsado por la fuerza de la costumbre, no me permito dejar desorden alguno detrás de mí, temo que al regresar el abandono se apodere de mi espíritu y finalmente me doblegue, y es por esa razón que me afano en ordenar compulsivamente. Elimino la sombra que deja mi cabeza sobre la almohada y estiro el rastro de mi cuerpo sobre las sábanas, incluso, sacudo las hilachas sueltas de algunos sueños que se quedan dando vueltas. Mantengo un orden estricto y riguroso, que me permite conservar la disciplina que me impongo, cumplir la rutina establecida es el innegable hábito del inmigrante que huye, que escapa. Es el único método que conozco para sobrevivir el silencio de los afectos.

Cumplo con la costumbre que me he impuesto y sin ningún rito adicional, sin una oración, acuerdo una tregua y le entrego a los fantasmas del silencio la pieza que habito en las noches y me protege de ese viejo enemigo, que se agazapa en las sombras y se esconde detrás del viento.

En el angosto pasillo, cuatro puertas permanecen cerradas, pero indiscreto, el olor a concentrado de pollo escapa de la cocina y gana con tenacidad la libertad, mientras espero el ascensor el hilo de un recuerdo me asalta desprevenido.

Se dispara la memoria y mi abuela aparece frágil y menuda. Crece en la distancia ante la llama azul de los fogones encendidos, el delantal protege su impecable vestido de medio luto, que viste desde siempre y lleva con dignidad de viuda. Entre sus manos salpicadas de minúsculas estrellas sostiene con firmeza el cucharón de palo.

Sin mirarme, en un murmullo, bisbiseando un secreto de familia me dice: Hijo. Recuerda que por nuestras venas corre confundida la atropellada sangre de los conquistadores de América y también la firmeza de quienes resistieron con valor la acometida. Somos una raza que enfrenta el presente con decisión y construye el futuro con esperanzas.

Entro al ascensor, ajusto la bufanda, los guantes y espanto esta barrera helada que me separa del Caribe. Reconozco que quien se encuentra lejos de casa es prisionero de la memoria y vive acorralado por la nostalgia. La pared que divide el pasado con el presente es extraordinariamente sensible, detalles menores la derriban y se camina sobre escombros.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
29-05-2019 19:58

Gracias rodrigo. No me queda más remedio que insistir en eso me va la vida.

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