ENCUENTRO.
Una semana buscando lugares a través de Internet, fue suficiente para decidir que no valía la pena complicarse la vida viajando por libre, y tuvo la gran idea de viajar embarco. Así evitaba los problemas propios de viajar en avión: esperas, pérdida de maletas, etc. En una agencia de viajes, compró el pasaje para un crucero por el mediterráneo. Una semana que prometía ser inolvidable. Cuando un mensajero le hizo entrega del billete, su cuerpo se alarmó al tener el pasaje entre sus largos y delgados dedos.
Sentía galopar su corazón a medida que el tiempo en su inexorable avance arrancaba páginas al calendario, minutos y segundos al reloj. Al llegar al puerto, notó cómo la brisa del mar cortante resbalaba sobre su rostro. Un inconfundible olor a miedo y ansia apareció en el esbelto cuerpo de la chica cuando TRASPASÓ la pasarela y entró al barco. Iba a una aventura. Sus ojos almendrados color miel, inquietos, buscaban refugio en el azul del mar. Dudas y más dudas asaltaban su privilegiada mente muy lúcida para escribir, pero lenta e inquieta en la aventura. Intuía que su viaje no tendría un buen FINAL.
El barco era un lujoso crucero selecto, de vanguardia, que invitaba a entrar en sus entrañas a saciarse de sus manjares. Era un barco titánico, consistente, capaz de aguantar el implacable mar enfurecido. Llegó la gran noche. Una fiesta en la que el boato era el anfitrión, y el punto de encuentro el salón donde bailaría hasta el amanecer. Allí estaba, altiva, ataviada con un elegante vestido de seda azul cielo y un collar de perlas luciendo sobre su pecho. Su largo cabello castaño ondeaba como bandera agitada por el viento de la noche. Aunque ella no lo sabía, un apuesto caballero la esperaba junto al ACCESO al salón. Contemplaba la belleza de su idolatrada escritora, y se sentía como si Morfeo le hubiese preparado un sueño de fantasía. Se puso delante de ella, tomó su mano con suavidad, y con una agradable SONRISA, flexionó ligeramente sus rodillas en señal de cortesía y la invitó a bailar.
La velada prometía ser apasionada. El salón brillaba majestuoso, reflejando en los espejos su magnificencia como si de un CALEIDOSCOPIO se tratara. Ella se estremeció presa de un repentino frío que nada tenía que ver con la agradable temperatura que se dejaba sentir. Un olor extraño, flotaba en el aire. El baile y su ilusión se tornaron en pánico, cuando recordó que una amiga suya desapareció de un barco en el que hacía un crucero, y nunca más se supo de ella. Sacudió su cabeza, intentando borrar aquellos recuerdos que venían a su mente como destellos y entró al salón, acompañada de aquél apuesto hombre, provocando que todas las miradas se posaran en ellos. Iniciaron el baile. El caballero cuando la tuvo cerca, y su nariz captó su olor, notó una punzada en el estómago como PREÁMBULO de que se había vuelto a despertar su apetito. Otra hermosa víctima inocente iba a ser devorada por las fauces de aquel hombre. La seduciría, y cuando ella se rindiera dócilmente, la llevaría a su camarote para saciar su apetito, como hizo tantas veces en distintos lugares.
Comenzaron a conversar, mientras el salón daba vueltas a su alrededor. Y bailaron sin parar durante horas. Él, olvidó quien era y empezó a sentir unos extraños sentimientos, desconocidos hasta entonces, y una intensa ternura le envolvió. Salieron a la cubierta a tomar el fresco. Era noche de luna llena. Estaban paseando cuando de pronto, aquella maldita punzada en el estómago volvió. Maldita apetencia, ―pensó. ¡Esta vez no podía hacerlo! La miró largamente, la besó y se marchó deprisa. Ella quedó sola, mirando la extensa oscuridad del mar.
Al día siguiente, encontraron en el camarote del hombre un animal semejante a un lobo. En una garra empuñaba un cuchillo clavado en su corazón. En la otra, un pequeño pañuelo de seda.