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VAMOS A CONTAR HISTORIAS
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
28-05-2019 21:06

CONFESION- J.J.
"Encuentro en la palabra la llave que hace girar las más férreas determinaciones y escribo a la carrera este texto, esta selección de ideas desordenadas, que intenta ser relato, vaga rapsodia, poema en prosa, una excusa que te convenza para que expongas ante mis ojos tus piernas desnudas."
Qué lírico erotismo, que elegancia al relatar sobre este delicado asunto, J.J. Acercarte al cuerpo de la mujer con esa estrategia, en principio perdedora como en una partida de ajedrez bien planteada, es insólito. Nosotros, los varones, todavía no hemos apeado nuestros erizados pendones de conquistadores natos. Y naturalmente, en ese terreno ellas nos vencen. Insiste así, amigo mío. Insiste como alguien que ya ha renunciado a tan exquisita plaza. Pronto esas rodillas se aflojarán y te abrirán esos pasos recónditos, esos desfiladeros que llevan a los valles del placer supremo. (Vamos, pienso yo, que no soy precisamente un experto...)

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
28-05-2019 13:50

Confesión

En el contorno de tus piernas descubro que existe un miedo aún más temible que la amenaza de la muerte, un sobresalto que jamás había sentido, un susto que conduce al detestable despeñadero de la cobardía. El temor me paraliza, la incertidumbre me domina, el espanto no me permite romper el círculo de fuego que me cerca y permanezco a tu lado en estado de deslumbramiento.

En el ombligo se desatan intensos remolinos. El aire me falta y lo único que me calma es mirarte, contemplarte en silencio, permanecer en tu presencia y respirar el indiscutible aroma que no puedes impedir y que está asociado a tu nombre, ese vago perfume que percibo más allá de los sentidos, desde el instinto, con intensidad inusitada.

El camino de regreso a la calma es esquivo, filosos cuchillos me impiden encontrar la serenidad perdida, enormes dificultades imposibilitan volver al anhelado sosiego y me extravío sin remedio en el desatino de un cruce de caminos. Ardo en fiebre y un frenético deseo me impulsa. Sospecho innumerables peligros, emboscadas que intentan detenerme y encuentro bríos desconocidos en el ímpetu arrebatado de la sangre, que se impone a la tímida razón.

Necesito con urgencia la revelación encendida de tus piernas, que con destrezas aprendidas me niegas y ocultas entre sombras de lino y seda. Impertinentes puertas de huesos recios y bisagras de cartílagos flexibles, perfectas y simétricas se alinean sin fisuras ni fracturas para mantener el secreto de la piel. Esas inusitadas puertas se convierten en el gran obstáculo que me impide descifrar el misterio que me obsesiona.

Tus redondas rodillas convertidas en piedras inamovibles mantienen firmemente el paso cerrado, intransigentes, obstaculizan mis insistentes arremetidas, son vanos mis intentos por encontrar un resquicio, una luz que descubra tus piernas. Las tenaces rodillas me niegan todas las posibilidades, no ceden ni un milímetro en su empeño de clausura, severas, inflexibles, ejecutan la orden de mantener completamente sellada la entrada, sin descuidar ni un instante su labor.

Un palmo más arriba de las redondas rodillas convertidas en candados el espacio está vedado, permanece oculto, desconozco absolutamente las formas, y me empeño en adivinar esa palpitante geografía que llega a trastornarme. He oído historias de navegantes que aseguran haber descubierto al final de los muslos la existencia de míticas arañas carnívoras, que tejen luminosos instantes, para aprisionar en sus redes viscosas los espíritus rebeldes, y saciar su hambre ancestral.

Me consume la prisa por desentrañar la incógnita, intento en repetidas oportunidades mirar con intensidad más allá. sin éxito y ante mi insistente asedio, esas puertas redondas se mantienen imperturbables en su firme oficio de impedir el acceso y se niegan incluso a mis inocentes y cristalinas miradas.

En apariencia impasible y sosegado, me permito distraídamente reclinar la espalda y aprovecho para lanzar vertiginosas saetas, ojeadas furtivas, vistazos atormentados, ataques sorpresas, pero ninguna de mis tácticas improvisadas, realizadas con la urgencia que me domina, rompen el entramado de calcio de esa fortaleza, que bloquea todas mis intenciones.

Encuentro en la palabra la llave que hace girar las más férreas determinaciones y escribo a la carrera este texto, esta selección de ideas desordenadas, que intenta ser relato, vaga rapsodia, poema en prosa, una excusa que te convenza para que expongas ante mis ojos tus piernas desnudas.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
13-05-2019 17:51

Imagina

Es un corazón solitario, está a punto de rendirse ante el enfado que lo domina y no lo sabe. Esconde su tristeza detrás de un díptico de círculos de mermelada. La pena lo envuelve y la disimula detrás del humo denso de sus innumerables cigarrillos.

Sin razón aparente el desánimo minó su espíritu y el silencio agazapado en su costado izquierdo lo muerde tenazmente, siente sus dientes afilados al buscar su lugar en estos antiguos campos de fresa, en donde no hay espacio para perder el tiempo, ni nada es real, y por ello no hay razón para preocuparse.

Intenta escapar del mazo que lo amenaza, pero cae en la trampa de sus días sin nada que hacer. Todos saben que no hay nada que hacer, pero él repite: Buenos días, buenos días. Sin nada más que decir cada día, sin encontrar ninguna treta para romper el cerco del dudoso sargento pimienta que lo persigue sin tregua.

Con desesperación quiere un consejo, una palabra, una señal, pero no tiene el valor para pedir auxilio, aunque sabe que una pequeña ayuda de sus amigos es suficiente, pero guarda un silencio obstinado para no desafinar, no quiere estar fuera de tono.

Quiere ser nuevamente John, nada más que John. Un hombre que juega con las palabras para expresar lo que siente. Necesita dejar de ser el prisionero de una banda que dejó de oír los acordes, y sus propias voces, en el tumulto de coros improvisados de seguidores afiebrados.

Entra a una exposición de arte conceptual. No conoce al artista. Le entregan una lupa y sube por una escalera improvisada y en el techo, en un panel de polietileno, con letra minúscula han dibujado (SI) Esa afirmación escueta y categórica crece en su cabeza y una carga positiva lo sacude. Se queda para conocer a la artista. Es una mujer menuda, viste enteramente de negro, cubre su rostro con una espesa cabellera negra y guarda dulces y prolongados silencios detrás de sus ojos rasgados.

En una oportunidad ella cuenta: De niña imaginé que del cielo se desprendían cápsulas de nubes, pero en realidad eran bombas que al chocar contra las casas, contra los campos sembrados de cerezos estallaron y dolió la explosión en los oídos atormentados. Ella lo mira con sus ojos profundamente negros y le confiesa: Ahora, lejos de casa, imagino que podemos tomar delicadamente las nubes, que silban, apacibles, engañando en el cielo a los pájaros, y enterrarlas en este suelo árido, para que no hagan daño y germinen dulces aguaceros.

Él entiende que imaginar es un acto de rebeldía liberadora. Al imaginar se desencadenan fuerzas desconocidas capaces de transformar el mundo que habitan. Al imaginar se desatan energías incontrolables y rompen el ruedo de las limitaciones que los cercan.

Sabe que no podrá separarse de esta mujer que vive intensamente el instante. Y que imagina el mundo sin fronteras, sin Oficinas de Inmigración, sin razones para matar o morir, sin religión ni dogmas que impongan falsas conductas, sin la codicia ni el tormento del hambre.

Con esta mujer es tan fácil ser un soñador, que supone el mundo lleno de soñadores como ella y como él, capaces de compartir el planeta como hermanos. Soñadores que creen y quieren que sus nombres estén asociados a la paz y al amor como ellos.

Desde ese mes de octubre han transcurrido cuarenta y siete años y ahora que ella lo piensa detenidamente, bajo el peso implacable del tiempo y la obligada ausencia que la acompaña, hoy asegura que se encontraron para escribir juntos ese himno genial que es Imagina y confirma sin rencor, que apenas en el 2017 se le reconoce oficialmente como coautora.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
11-05-2019 23:14

Estela

Acércate un poco más. Apártate de esa sombra que te oculta y ven donde la luz te ilumine, no tengas miedo Estela. Hoy no voy a repetir lo que sabes de memoria. Te he visto entrar. Salir. Revolver una y otra vez sin ningún sentido las gavetas de esta vieja peinadora, que te acompaña desde niña, y adivino que el río se revuelve, y la sangre se enturbia de pasado.

En silencio te observo entregada al desgano, abatida sobre la cama me miras de reojo. Vigilas mis movimientos. Adivino el temor que te causa la posibilidad de que grite y se enteren todos lo que ambos sabemos de memoria: Que no eres de acero, como haces creer, para que no se empeñen en golpearte sin descanso el lado izquierdo, en donde ambos sabemos que el dolor es bárbaro.

Espera Estela. Espera un momento. No apagues la luz con la sobrada intención de borrarme. Yo soy lo único fiel que tienes y lo sabes. No busques cercarme de grises, silenciarme en las sombras, envolverme en la oscuridad en un nuevo intento de escapar. Ya no estás en condiciones de otra huida.

Firme como corresponde a mi condición, cada vez que lo pides devuelvo tu imagen. Sin faltar ni una sola vez a la verdad repito con exactitud todos los detalles, no soy capaz de olvidar ninguno, respondo con extrema docilidad y en silencio a tus caprichos sin hacer incómodas preguntas, con la dignidad que me asigna ser tu compañero.

Puedo asegurar que conozco de memoria y mejor que tú misma el cuerpo que habitas y odias. Apenas te acercas lo copio con exactitud y lo muestro sin chistar. Conoces los detalles de tu espalda, los hombros y la nuca, el cabello crecido hasta los omóplatos gracias a mí. También por mi devoción a la verdad reconoces tu falta de carnes, tus tímidas nalgas, las estrechas caderas, tus piernas de tubos lisos y sin gracia y sabes también como yo, que no estás orgullosa de ser un montón de huesos erguidos y en constante movimiento, que detestas esa imagen de modelo esmirriada que otras añoran con desesperación, que desde siempre has deseado el volumen que se impone en el espacio de las miradas.

Sé que me odias Estela, no puedes evitarlo, y tampoco haces ningún intento por ocultarlo, en silencio enumeras las razones que justifican el rencor que me tienes y te faltan dedos para llevar la cuenta que crece cada día. Yo tampoco puedo evitar mi esencia. La índole de mi naturaleza me condena, mi condición de esclavo me castiga y soy incapaz de mentirte. No me intimida tu odio, ni siquiera, cuando me envuelves con tus ojos de fuego.

Me miras con un triunfo escondido entre la seda, en un intento fallido me escondes el cuello con tu impresionante colección de pañuelos, pero en un movimiento impensado se corren los colores, escapa la geometría de los dibujos y la memoria inflexible graba los testarudos pliegues del aborrecido cuello. El recuerdo lastima, se hace nudo, ahoga y maldices mi impertinencia de mostrar la verdad a toda costa.

Sabes perfectamente que los pequeños senos se marchitan sin unas manos prodigiosas que detengan su irremediable caída. Mi condición me prohíbe mentirte. Me es imposible esconder el lento y seguro rastro dejado por cada sonrisa, por cada gesto, por cada una de las lágrimas, por cada rayo de sol. No puedo borrar, aunque quiera, las líneas que los años han dejado en la comisura de los labios y que disfrazas cada mañana con aire triunfal, pero en el último instante, en la aprendida sonrisa de despedida que me dedicas, te hago saber sin ninguna mala intención que las cremas y los polvos carecen del efecto milagro, que esconden las señales más profundas y visibles, pero no las eliminan, permanecen agazapadas. El tiempo, como el recuerdo, deja su huella de fuego sobre la delgada piel.

¿Recuerdas acaso aquel tiempo, el que pasó?
Aquellos momentos que dejaron en tus ojos ese rastro que yo repito casi con angustia. Recuerdas aquella casa grande de paredes blancas, con zaguán y patios apacibles, sembrada entre aquellas montañas, que tenaces, se levantan como tus sueños, hasta el cielo.

Acaso olvidaste que corrías con tu falda batiendo el viento entre los cafetales, y te ganaba el asombro frente al fogón, con la cara enrojecida en el calor de los tizones colorados.

Recuerdas aquel amor sencillo, que se instaló sobre la piel con fragancia de hierbabuena aquella madrugada de ordeño, o quizás ese tiempo es apenas un rastro lejano, un olor perdido de naranjas -------, una marca del pasado, un olvido obligado como otros tantos que te impones.

Pasado es también y desde hace un puño de años, la huida a la Capital, porque aquello más que un cambio necesario y justificado con poderosos argumentos, fue una huida temprana al primer amor y desde entonces no has detenido esa carrera. Instalada en la capital, te perdiste en los caminos de hormigas de los libros de leyes, y te encerraste entre las páginas de los cuadernos de apuntes, para olvidar que intencionalmente te postergas, porque el príncipe azul no llega, o acaso, se quedó enterrado en las montañas que tú abandonaste.

Cada día fueron menos los sueños de encuentros con muchachos, y menos también las llamadas telefónicas, y crecía el silencio hasta que vencida por el sueño y la rabia, te quedabas sola, abrazada a la almohada.

Yo puedo asegurar que no te importan los títulos obtenidos con esfuerzo, ni el talento, tampoco los viajes que hiciste atravesando continentes, cruzando otros mares, volando otros cielos. Ni tampoco te importa la posición que ocupas y mucho menos las lenguas que dominas. Yo que te conozco puedo asegurarte, que todo eso lo darías gustosa, si al fin él llamara por teléfono y salieras de este cuarto, y el triunfo de su compañía finalmente logre envolverte en los vapores rejuvenecedores de su aliento.

Puedo asegurar sin temor a equivocarme, que esa voz que esperas rompe tus sentidos y borra ese aire de eficiencia con el que te defiendes, y aunque no lo digas, he visto la huella que dejan los lentes oscuros sobre tu rostro, el largo cansancio que te agota después de esas largas caminatas por calles que conoces de memoria en el frágil equilibrio sobre tus tacones altos. Caminatas en donde tus ojos se gastan detrás de los lentes oscuros buscando ese rostro que te desvela y en el que has puesto la última esperanza, pero él se escabulle entre serios compromisos y te obliga a sospechar de esas ausencias.

Espera Estela, no te levantes aún, no te molestes, no es eso lo que quiero decir realmente. No quiero herirte, intento detenerte para que mires el fondo, arranca la máscara de una vez y deja correr la alegría, que salga también el cariño que atesoras llena de temores.

Suelta al fin la ternura reprimida sin importar lo que digan las lenguas de fuego, échala ahora mismo por la ventana y espera que regrese con sus propias conquistas, no es precisamente este cuerpo que aborreces y que yo repito con fidelidad lo que traerá por fin la compañía que tanto deseas, que necesitas con urgencia. Pon tu mano derecha sobre el corazón y jura que a partir de este momento el dolor no tiene cabida en tu casa.

Estela permaneció muda por un instante, se miró largamente de cuerpo entero en el viejo espejo de la peinadora, tomó el cepillo, se apartó unos pasos, miró su propio rostro y oyó un suplicante, ahogado, y desconcertado ¡No!

Apretó el cepillo con fuerza en su mano y lo lanzó contra el rostro que la miraba con asombro. Esparcido por el piso en cuerpos multiformes el espejo repite con absoluta precisión su imagen fragmentada. Cumple Hasta el último momento sin asomo de rencor con el deber impuesto por su condición.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
09-05-2019 20:05

Consulta extraordinaria

Al trasponer la puerta del edificio en donde vivo un hombre joven se cruzó en mi camino, me miró directamente a los ojos y en completo silencio me entrego un sobre cerrado y siguió con pasos firmes sin volver la vista.

En la escueta comunicación de apenas cuatro líneas, ausente la cortesía, y dirigida a mí, se solicita mi presencia a una reunión esa misma tarde. Se me aconseja llevar mis libros de consulta, y aseguran que mis servicios serán compensados generosamente.

La curiosidad y la posibilidad de obtener un dinero extra son siempre poderosos incentivos, y me empujan a cumplir con esta inusual invitación recibida en las puertas del edificio en donde vivo de manos de un extraño.

Llegué puntual a la cita e inmediatamente fui conducido por pasillos alfombrados a un salón poco iluminado. En butacones de altos respaldos estaban instalados dos hombres y una mujer desconocidos. Los tres se mantenían ensimismados detrás de sus pensamientos y ni siquiera notaron mi presencia.

A los pocos minutos entró al salón un hombre de unos 50 años e inmediatamente se presentó: Me llamo Arístides Contreras, dijo, y sin esperar respuesta continuó hablando en el mismo tono impersonal. Se encuentran aquí porque son reconocidos representantes de las artes y ciencias ocultas. Nosotros requerimos sus servicios con urgencia. Necesitamos de un consejo acertado para enfrentar una enorme eventualidad circunstancial.

Quiero antes que nada presentarlos, quizás no se conocen y deben saber cuál experticia les precede, no tenemos ninguna duda que son los mejores y confiamos en la utilidad de sus conocimientos.
Espero que puedan realizar esta tarea en equipo, que sean capaces de unificar criterios, de mantenerse por encima de diferencias conceptuales y de celos profesionales, elementos perjudiciales para lograr nuestro propósito con éxito.

Al pronunciar nuestros nombres nos señalaba:

Trinidad Medina: Tarotista
Ramiro Rengifo: Astrólogo
Alcides López: Babalawo

Camilo Contreras: Estudioso del I Ching

Mi jefe se encuentra en una peligrosa encrucijada y es necesario optar por una única opción, tenemos muchas, pero hemos llegado a un punto en el cual no estamos en posición de equivocarnos, hay demasiados intereses en juego. Nos encontramos con variadas posibilidades, y de acuerdo a estudios de campo hemos logrado establecer un marco de variables predecibles, pero únicamente podemos tomar la decisión correcta, no hay lugar para los errores.

}Tenemos otros equipos revisando diferentes áreas estratégicas, no desdeñamos ninguna opción, por ese motivo hemos instalado salas situacionales con equipos multidisciplinarios nacionales y extranjeros. Todos los elementos son confrontados para tomar la única decisión posible.

Ramiro Rengifo, el astrólogo, interrumpió el discurso y comentó: Necesito datos precisos para obtener la respuesta que requiere.

Sin esperar a que terminará de hablar, Arístides Contreras se dirigió a un escritorio de madera pulida situado a un costado del salón, tomó un sobre blanco y se lo entregó, al tiempo que decía: Aquí tiene la fecha, la hora, el lugar de nacimiento y otras coordenadas que pueden serle de utilidad.
Además un mapa cosmogónico con posibles variantes que estoy seguro será de gran ayuda.

Sin decir palabra se le acercó a Alcides López y le entregó otro sobre. También a Trina Medina y le comentó a ella, mirándola con aire de suficiencia, de quien cree saber todas las respuestas: El mazo de cartas está debidamente barajado y cortado tres veces con mano izquierda, mientras lo hacía, mi jefe concentró sus pensamientos y energía en la consulta, nadie más las ha tocado.

Como ven, sabemos cuáles son sus requerimientos y hemos tomado las previsiones necesarias para que puedan realizar su tarea sin el consultante, creemos que no es necesaria su presencia, que en todo caso, puede causar disturbios en su concentración.

Me entregó finalmente el último sobre y dijo: Aquí encontrará el hexagrama que responde a la pregunta. Se dirigió a todos nosotros y recalcó: Intenten ser lo más claro posible, eliminen metáforas confusas, acertijos, etéreas profecías. Nosotros necesitamos una respuesta precisa, sin dudas, ni tampoco sombras sobre el futuro próximo.

En dos horas regreso. Creo que es tiempo suficiente para obtener la respuesta a nuestra pequeña interrogante, pueden comentar sus impresiones y encontrar las palabras más sencillas y directas para responder con mayor claridad. Necesitamos una sola respuesta de sus saberes.

Alcides López, el Babalawo, es el primero de nosotros que busca la respuesta que se nos exige. Entre dientes levanta una plegaria en lengua desconocida a fuerzas ocultas, a dioses o demonios y termina pidiendo permiso para realizar la consulta y también ayuda para desentrañar la respuesta.

Lanza los caracoles, estudia las diversas posiciones, hace comparaciones, elabora y desecha conjeturas. Concluye: La letra de Ifa es Oshe fun: En este patakie se nos cuenta, que los orishas protegen esta región del sur, que atravesada por grandes y portentosos ríos posee riquezas en abundancia. Los dioses Obatala y Oshun ayudan a gobernar el territorio, pero Shango reclama su puesto para ser él quien dirija los destinos de los pobladores, porque un mal gobernante ha equivocado el proceder, ha traído la escasez, las penurias y trastocado el orden imponiendo la violencia. Shango obtendrá merecidamente su puesto para regresar el orden, aún si se hace necesario utilizar la fuerza para ello.

Alcides López concluye categórico:Los líderes deben ser más amplios, saber escuchar y proceder en consecuencia. Preguntar y seguir las indicaciones salva al hombre de cometer errores.
El awuó sabe lo que será hoy, pero no lo que será el mañana.

Ramiro Rengifo busca sus escuadras, traza líneas entre planetas, eleva números sobre circunferencias de estrellas incandescentes, dibuja elipses infinitas sobre nebulosas, elude los peligros de huecos negros en el espacio sideral y finalmente establece las coordenadas de un mapa. En conclusión los astros dejan claro sus designios: Saturno ha concluido exactamente 29 ciclos perfectos, en este momento se confabula con Mercurio Retrógrado. La violencia y la mentira han liberado los temores por encima de la sangre y el dolor, la libertad es lo único que mueve a los hombres y hoy ya no se detendrán hasta alcanzarla.

Trinidad Medina, al igual que sus compañeros, con seriedad y mística asume levantar el velo de las incógnitas para poder responder una consulta que desconoce, las cartas le hablarán y ella traducirá los arcanos a un lenguaje comprensible para los mortales y sobre todo para el consultante.

Despliega un terciopelo negro, entre dientes recita plegarias antes de iniciar su tarea. Ordena las cartas en forma de cruz sobre el terciopelo, memoriza posiciones, construye un círculo de cartas, mentalmente toma nota y con sólo siete de las cartas traza una línea horizontal de derecha a izquierda. Finalmente habla en voz alta para sí misma: Nada queda estático o inamovible. Todo cambia, incluyendo la moral. La importancia relativa de las cosas, el sentido del deber, el sentido común. Cada era trae consigo una serie de estándares que se abren paso sobre los anteriores. Pero estos estándares no son permanentes, también ellos a su debido tiempo serán sustituidos por otros nuevos.

El signo que inevitablemente nos rige es el eterno movimiento, el cambio es lo permanente.
Miro el hexagrama. De inmediato lo identifico, no tengo necesidad de consultar los libros, lo puedo recitar de memoria si fuera necesario. Sé que es el número 30, LI. Fuego sobre fuego. Lo comento a mis compañeros.

El abismo, la sensación de caída, el derrumbamiento inevitable de lo que ha sido impuesto con violencia, para construir la paz desde los escombros.
El fuego no tiene forma definida, pero oscila peligrosamente para intentar incendiar, consumir, el objeto que alumbra. Es necesario acabar con los dirigentes y capturar a los seguidores que aun los secundan. No habrá error.

Arístides Contreras regresa, se sienta sin decir palabra y espera con cara de triunfo anticipado nuestra respuesta.

Cada uno de nosotros expone sus criterios con la misma seriedad que hemos asumido nuestros estudios, sin mentiras, descarnadamente, tal cual se nos ha exigido en esta extraña convocatoria.

Contreras presta absoluta atención, mide cada una de nuestras palabras, escruta nuestros gestos, permanece atento al menor giro del tono de nuestras voces. No necesita mayores explicaciones, conoce la interrogante por la que fuimos convocados, sabe perfectamente cuales son los designios, cual es el futuro que le espera a nuestro incógnito consultante.

Con la misma voz neutra que nos reunió en esta sala dijo: No me dejan alternativa, la respuesta era más sencilla, me conformaba incluso con una mentira y poder contener la ira de quien consulta.

Por encima de mis compañeros, que han enmudecido bajo el embrujo de una reacción inesperada, soy yo quien habla, quizás me mueve el ímpetu de la juventud, o la temeraria seguridad de saber quién soy y digo: Nadie puede escapar de su destino, mucho menos de sí mismo. Son inútiles los intentos por evadir los resultados de nuestros actos, aunque con frecuencia intentemos falsear la realidad, perseguidos por nuestros miedos.

Sin prestarme ninguna atención, sin oírme siquiera, Arístides Contreras nos informó: Por ahora están detenidos por traición a la patria, presos por conspirar para derrocar al Gobierno.

Con asombro oímos sus palabras y aceptamos la injusta condena, confiamos en conocer el futuro, lo acabamos de descubrir. Sabemos que estaremos muy poco tiempo presos, porque también sabemos con absoluta certeza, que el gobierno ha perdido el ejercicio de su autoridad, que ya se inició su caída y no hay fuerza capaz de detener el fin de un drama que nos consume desde hace veinte años.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
05-05-2019 16:00

Advertencia

Mi conducta es el reflejo de una estricta y estudiada lógica, no se trata de la lógica matemática, ni la simbólica, ni la Aristotélica, y mucho menos la lógica de la lucha de clases. Mi lógica es la lógica de la sobrevivencia contra el fracaso, ese adversario formidable que llevó siempre la partida ganada hasta el día de hoy. Mi lógica de sobrevivencia es la respuesta al torbellino de circunstancias que me envolvieron tras tomar una decisión equivocada.

Cometí un grave error de cálculo y en mi absoluta ingenuidad, no hice ningún caso a los acertados y aterrizados consejos de amigos y acepté un alto cargo en el gobierno.

Pensé equivocadamente, que podía realizar cambios menores, pero sustanciales, y transformar, desde el cargo que ocupaba, las terribles condiciones de los marginados, de aquellos que se encuentran en la otra orilla de los beneficios, y son quienes cargan con todo el peso del sistema, un sistema ideado para mantenerlos justamente en la raya de la injusticia, lejos de la cuchipanda, recogiendo las migajas agradecidos.

Un torrente de aduladores me condujo a vivir un espejismo, una impostura, y a gran velocidad, en un breve espacio de tiempo me estrellé contra fuerzas superiores, que me empujaron inmisericordes a un abismo. Para no caer me aferré por puro instinto al equilibrio de la sobrevivencia y finalmente logré sostenerme con los dientes al borde del precipicio, la providencia se compadeció de mi esfuerzo y la lógica de la sobrevivencia vino en mi auxilio. Debo confesar que desde ese momento mi comportamiento se acomodó a la seguridad que ofrece esa lógica insustituible.

Obligado por las circunstancias, pero siempre en el marco de la lógica de la sobrevivencia, en un acto genuino de auto conservación, me permito desoír las normas establecidas, pasar por alto las leyes que rigen este mundo enfermo gobernado por el supremo capricho de intereses mezquinos. Y en mi nueva condición rechazo participar, o integrarme, a alguna organización, comité, liga, junta. Todos los organismos están minados, las instituciones contaminadas, el concepto mismo las limita y les impide ejercer acciones capaces de abrir a las mayorías las compuertas de futuros pertinentes.

Instalado en esta lógica de sobrevivencia me tropecé con Cortez, él se encontraba perdido entre los destellos de una revelación informática de enormes dimensiones. En un acto de caridad, impulsado por un sencillo gesto de solidaridad humana, lo rescaté de ese estado de deslumbramiento, que tanto se parece a la locura.

Cortez había descubierto, o ideado, la fórmula para crear un cataclismo económico mundial y no sabía qué hacer con tamaño descubrimiento.

Juntos leímos las teorías de Jacques Maritain sobre el hombre, el Estado y el humanismo integral. También estudiamos a Héctor Casanueva y su teoría de una organización política mundial. Esas y otras lecturas nos convencieron que la raza humana había entrado a un callejón sin salida, pero el descubrimiento de Cortez iluminaba una posibilidad para la sobrevivencia global.

Es imprescindible, pensamos, establecer las bases de una forma superior y humana de organización política mundial como garantía de paz, libertad, y prosperidad, basada en el principio fundamental de la hermandad y la solidaridad y no en las leyes del mercado.

Llegamos a la conclusión que la esperanza de la raza humana está en el cambio radical del pensamiento y la conducta del hombre, y para lograr ese cambio de conducta en beneficio de toda la humanidad Cortez y yo encontramos en una idea descabellada un resquicio probable.

Quiero dejar constancia que no soy parte de una conspiración, ni pertenezco a una confabulación y mucho menos soy el cabecilla de una conjura. Soy simplemente un hombre sometido a una lógica, a la lógica de la sobrevivencia. Apenas soy la imagen que el espejo devuelve intacta.

Aplicamos la fórmula de Cortez y durante dos días el mundo conocido se desmoronó, el impacto paralizó la tierra y un silencio extraordinario se expandió como una onda explosiva, el asombro de la civilización se hizo presente ante las puertas de un desastre hasta ese momento inimaginable, desconocido. La humanidad estaba a punto de caer en un agujero negro formado de improviso ante sus ojos desconcertados.

Al tercer día restablecimos el orden subvertido y un mensaje apareció en todos los dispositivos electrónicos, en los anuncios de neón, rebotó a las pantallas de los televisores, lo repetían las emisoras de radio y terminó grabado en la conciencia colectiva.

El mensaje decía: Somos la inmensa mayoría que dejó de clamar por justicia y libertad y hoy exige a todos los gobiernos del mundo encontrar el camino para vivir en paz y armonía. Nos hemos convertido en los vigilantes del nuevo orden y exigimos que se inicie el proceso para eliminar las diferencias y encontrar el camino que nos permita llegar a establecer un gobierno global inclusivo, eliminando las diferencias y la inequidad.

Esta es una única advertencia, de no avanzar en ese sentido y perdernos en estériles discusiones, acabaremos con este sistema y entraremos al universo del caos y sus impredecibles consecuencias para la raza humana.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
29-04-2019 17:45

Exceso

Con movimientos medidos cubro de peripecias el borde de un acantilado, la niebla es espesa y me impide ver el próximo paso sobre el frágil equilibrio de dudas que presenta la piedra indiferente. Las nubes pesadas y oscuras convierten el horizonte en un margen borrascoso.

Al fondo del precipicio las olas revientan indómitas contra las rocas impasibles, que mantienen su habitual actitud desafiante, de reto permanente, y convierten ese combate eterno en un eco profundo, un hondo lamento que aviva los recuerdos.

Un rayo parte en dos la densa oscuridad que me rodea, ilumina el cielo cargado de nubes negras y su estallido retumba en los confines de las sombras. De la nada, al final del estruendo emerge una garra incandescente de siete dedos alargados y deformes, que se abalanza sobre mí y se aferra a mi abdomen ahorcando mis intestinos.

A los gritos y sudando frío me despierto de esta pesadilla, aún tengo la dolorosa sensación de la garra sobre mi abdomen retorciendo mis intestinos.

No puedo levantarme, permanezco tirado en esta cama con desesperantes dolores, con punzadas lacerantes en el estómago. Reconozco que soy víctima de mis propios excesos, comí como un bárbaro, tragué y bebí sin medida hasta más allá del hartazgo. En este momento recuerdo esa expresión, esa frase que utilizan los muchachos hoy y que rechazo por considerarla redundante y gramaticalmente incorrecta, pero enfrentado a esta circunstancia que la retrata, la entiendo perfectamente y la acepto:
“Me excedí, fue mucho con demasiado”

Abusé, abrí la puerta de par en par y dejé entrar a la gula sin pensar en las consecuencias. Nuestros actos, nuestras pequeñas maniobras para vivir, nuestros más íntimos e insignificantes pasos tienen un costo y somos los únicos responsables, el dolor es la señal inequívoca de nuestros errores. Mi padecimiento es agudo, insistente hasta los gritos y verdaderamente me anula, me aniquila.

Sufro una congestión intestinal insoportable. El dolor me doblega y me empuja a una cumbre insospechada de sufrimiento, en uno de esos picos de tormento me asomo a la intención de vomitar, trato de contraer los músculos del abdomen sin éxito. En un acto inaudito intento una acción desesperada, nunca lo he conseguido y esta vez tampoco, se me hace repulsiva y por tanto imposible, desisto cobardemente de meterme el dedo hasta la garganta y devolver todo lo ingerido horas antes.

Es imposible en esta condición de desfallecimiento general obligar una arcada, la cabeza estalla por sectores con explosiones concatenadas. Soy perecedero, lo entiendo perfectamente y acepto la muerte, el punto final, la conclusión de mis actos, pero el dolor es diferente y me inutiliza, me paralizan estas punzadas de martirio, soy incapaz de una respuesta acertada.

Las funciones intestinales se han paralizado por completo, con rigidez calcárea se han detenido los movimientos habituales, el libre tránsito se ha atascado, el padecimiento es insufrible y me encuentro en un desagradable trance que no consigo manejar.

Necesito ayuda con urgencia, el calvario que atravieso me da una tregua, un respiro que aprovecho. Anulado por el dolor me es imposible caminar y ni siquiera lo intento, me arrastro hasta el teléfono y con dificultad, sumido en el sopor de la inconsciencia prematura marco el número de urgencias, apenas puedo articular palabra, con extrema dificultad pido ayuda con desesperación, doy mi dirección y espero que se cumpla sin demora el designio de mi destino.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
25-04-2019 23:28

Un hombre marcado

Estoy convencido que detrás de las esquinas se esconde el asombro de los sobresaltos, en esa grieta que se abre justo al final de la calle, en ese resquicio que se oculta de miradas inocentes, emboscadas, las sorpresas indiscretas esperan a los transeúntes desprevenidos.

Mido con el centímetro del miedo cada paso que me acerca al destino inaudito que me espera embozado detrás de un recodo, calculo los riesgos, pero es un ejercicio inútil, porque sin importar el resultado de mis complicadas operaciones, sigo adelante, avanzo incluso en medio de la asfixia que me ataca.

Al aproximarme a esos bordes me lleno de sospechas y es inevitable sentir un temblor que recorre mi espina dorsal y acto seguido me falta oxígeno, tomo bocanadas de aire y aun así la sensación de ahogo persiste y únicamente desaparece en el momento que cruzo el incómodo vértice y el horizonte se ilumina sin contratiempos. En el momento que la calle se despeja libre de inconvenientes regresa la calma.

Con dificultad me sobrepongo al castigo que me infieren las esquinas, a esa mala costumbre de sentir temor. Cada vez que tropiezo con un canto de concreto que interrumpe la línea recta de la calle avanzo con miedo, con la íntima esperanza de encontrar el silencio plateado de los cuchillos.

El inestable equilibrio en el que juego mi existencia no es nuevo, ni tampoco de hace unas semanas, ni de meses, me mantengo en ese peligroso límite inestable desde hace más de veinte años.
Reconozco que soy cada día más vulnerable, que el paso del tiempo acrecienta el miedo que se hizo presente con fuerza desconocida en aquella mala hora que tropecé con la esquina del desconcierto. En ese momento no tuve el valor suficiente para desterrar el miedo que se apoderó de mí, y recurrí a la mala idea de enterrarlo en el olvido, pero no lo conseguí y hoy me es imposible enfrentarlo con dignidad.

Hago malabares para ocultar el pavor que me domina al acercarme a una esquina, mis cercanos no conocen mi debilidad, con dificultad y grandes esfuerzos de control he logrado disimular ante mis amigos el terror que siento al llegar a una intersección cerrada y mi propia familia desconoce este miedo atroz que domina mi extravagante conducta.

El pánico que me producen esos ángulos erizados de incógnitas es mi secreto inconfesado. Hay quien le teme a la oscuridad, a la altura, a los trenes, a los aviones, a los ascensores, a los túneles, al silencio, a la muerte, al vértigo de estar enfermo.
La mayoría de las personas que sufren de este miedo irracional no saben que lo causa, que produce esa sensación de parálisis que domina su estado de ánimo. A diferencia del resto de las personas que sufren de ataques de pánico, yo sé perfectamente el origen de mi miedo.

Era todavía un niño, pero con edad suficiente y enorme disposición para estar en la calle y cumplir la obligación de hacer las compras, obediente cumplía con los mandados, en ese momento las esquinas eran uno de tantos accidentes menores que debía solventar. Eran las seis de la tarde, el sol ya se había entregado y las primeras sombras avanzaban agazapadas. Distraído en recordar la lista del encargo, doblé la esquina y tropecé con la barrera de sangre y un par de ojos que se apagaban desconcertados ante lo inesperado de la muerte que lo acoge agradecida. El silencio cubre el momento y los ojos del asesino me miran un instante y me señalan como la próxima víctima. Soy un hombre marcado por la muerte en una esquina sin nombre.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
23-04-2019 19:15

Una Obstinada Justificación

Con la edad desaparecen los recuerdos y también las utopías: esas extravagantes ideas de victorias inauditas, de grandes conquistas, de sublimes enfrentamientos contra sombras demoledoras, de batallas extenuantes contra emisarios malignos que obligan tareas titánicas.

Alguna vez pensé que mi nombre estaría asociado al triunfo y estuve cerca de lograrlo, pero un detalle menor, una palabra ajena, un gesto equívoco espantó los triunfos y los llevó a espinosas fronteras inalcanzables y mi vida se convirtió en una fatigosa y agobiante rutina.

Mi sueño de éxito se extravió en una cadena interminable de derrotas. El peso del fracaso es el complemento inexacto que acompaña mis pasos, esas piruetas inseguras dejan una huella difusa en la superficie. Finalmente, un día cualquiera, sin fecha grabada en la historia se borrará mi nombre junto con mis huesos en estos suburbios marginales, en este subterráneo donde decido refugiarme, en donde me escondo de la tiranía que me persigue y de la misericordia, esa actitud gratuita que intenta disculpar mi falta de voluntad, mis continuos errores, y no deja ni un recuerdo útil a mi vida. Vida que hoy prefiero llevar con esta actitud recalcitrante, que utilizo como escudo y me precede, es una pose pasajera, una conducta estudiada que represento bajo los signos de este guión que escribo y actualizo a diario, actúo en estos círculos oscuros a donde vine a parar en busca de olvido, olvido que me permitirá seguir vivo en una sociedad amparada en mentiras consecutivas, en la violencia permanente, en la indiscriminada diseminación de rencores y resentimientos.

Intento mirar mis actos en el turbio cristal de los recuerdos, descubrir mi imagen en el espejo convexo del tiempo. Mi figura ha sido deformada en esa distancia improbable y persisto en buscarla, es un desesperado afán por encontrar una señal que me indique, en que momento crucé la línea y transformé mi posible futuro de éxitos en un presente de desgracias.

Hago este ejercicio de revisión obligado por las circunstancias, debo saber, necesito saber, si mi destino estaba marcado de antemano, lo forjé en el fuego de mi ignorancia, o quizás surgió de las brasas incandescentes de mi soberbia.

Desde los bigotes manchados de nicotina, con voz de trueno y dicción perfecta, mi padre se anticipó y me señaló el camino que me aguardaba desde la experiencia de quien ya lo anduvo y lo perdió todo, menos el juicio. Yo no quise escuchar sus palabras, la soberbia de los veinte años me hacía intocable, pero ahora, pasados los cincuenta, la edad obliga una revisión constante.

Desde el afecto repartido entre mis hermanos y con un conocimiento ancestral intuitivo, mi madre nos alertó: Cada uno de nuestros actos, por mínimo que sea, levanta poderosas fuerzas ocultas y desata vendavales de consecuencias impredecibles. No nos vamos de este mundo sin pagar nuestras deudas, deben cuidar su conducta.

Impulsado quizás por ese legado, por esta herencia que agradezco, me coloco invariablemente al lado del más débil, de aquel que no tiene ninguna oportunidad, del indefenso. Jamás me verán apoyando al oportunista. Defiendo y defenderé los actos que considero justos, sin medir ventajas ni consecuencias.

Un giro distinto se hace dueño de nuestra querida geografía, de esta tierra que limita con el sur del continente y también con el maravilloso mar Caribe. Las botas asfixian mucho más que los gases lacrimógenos. Se ha perdido la seguridad y la confianza en el Estado, en sus Instituciones. La ley es un instrumento flexible y caprichoso en manos del dictador, que castiga con rigor a inocentes. En las calles la siembra de odio se cultiva con pólvora y cenizas.

Mantengo mis convicciones y hago fila con los débiles. Un estudiante es arrastrado y golpeado salvajemente por uniformados a la orden del dictador, levanto la Constitución y recito de memoria un párrafo de los Derechos Humanos. Tomados por sorpresa se detienen y me miran incrédulos, el muchacho escapa, yo grito: ¡Justicia! ¡Libertad! y corro con el demonio pegado a los talones. Pierdo el aliento, me fallan las piernas, pero consigo escapar entre los recovecos accidentados del barrio, que salen en mi auxilio.

Ese momento es captado por algunos celulares y mi imagen en pleno acto de rebeldía exigiendo justicia, se repite con terca insistencia a lo largo del día en todas las redes. Ese acto inconsciente, empujado por el impulso de mi educación familiar, rompe con el imperio del miedo que domina multitudes. Muchos copian la actitud, se quiebra el silencio y ya no hay complicidad posible.

Esa noche allanan mi casa y se la entregan a un patriota cooperante, que obtiene sin ningún esfuerzo todas mis pertenencias. Soy otro perseguido, uno más, de esta larga lista de enemigos del régimen, que crece en silencio con las horas y se hace innumerable.

En un acto sin testigos quemo mi carnet de identidad, dejo de ser ciudadano de esta tierra invadida por cubanos y me convierto en una sombra que no abandona las calles y que exige justicia y libertad.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
18-04-2019 17:57

Una esperanza entre derrotas

Francisco Aguirre tenía sesenta y cinco años cuando lo conocí, como tantas otras muchas veces en su vida, esta vez también llegó tarde para exigir sus legítimos derechos ciudadanos.

Como otras tantas veces en su vida fracasó, pero esta vez la derrota le dejó un sabor a podrido y le indicó el final del camino.

Desde que tiene memoria la vida lo arrinconó y le señaló su lugar en este mundo, el único territorio posible para sus huesos es la sombra de la esquina, esa zona invisible en donde se mueve la derrota entre las sombras grises apagados.

La memoria no le permite recordar el primer revés, reconocer la zancadilla y la primera caída, o quizás, fueron tantos y tan seguidos sus naufragios, tan continuas las desgracias, tan permanentes sus fracasos, que desbordaron su ánimo y terminó por perder la esperanza. Francisco Aguirre sabe a fuerza de experiencia que el destino de cualquier empresa que acometa terminará en ruinas, como su propia vida.

Aguirre se deja empujar en cualquier dirección, la fuerza de la costumbre obliga sus movimientos, sus acciones son reflejos condicionados, es un hombre entregado al peso de las circunstancias, total, sabe perfectamente que sus pasos invariablemente lo llevarán de un desastre a otro.

De su aspecto frágil mana la decadencia, la negación es costumbre aprendida y la desidia la única conducta posible, pero con qué valor lo culpo. Siempre estuvo indefenso y contra las cuerdas, no tuvo una sola esperanza que no finalizará en un descalabro y el pesar se convirtió en su dueño.

Quien conoció a Francisco Aguirre no lo recuerda, yo lo encontré por casualidad. A sus sesenta y cinco años intentó soliviantar los ánimos en una cola interminable que se hizo insoportable. La fila se inició una madrugada de necesidades y creció a las puertas de una farmacia. Para Francisco Aguirre era impostergable la compra de un medicamento que necesitaba con urgencia, pero por su carnet de identidad únicamente podía comprarlo el día viernes y apenas era miércoles, intentó un acto desesperado, un gesto contra el destino, contra la frustración de verse tirado en una cama, inmóvil, esperando la muerte. Esa imagen lo espantó y lo condujo a ciegas a un grado de exaltación que no conocía. A las nueve y media de la mañana, atragantado de abusos, golpeó con un aldabón la puerta de la farmacia, que sin razón alguna permanecía cerrada y exigió a los gritos que cumplieran el horario establecido. Otros, tan desesperados como él, que buscaban leche, pañales para sus hijos, toallas sanitarias, inyectadoras, algún medicamento desaparecido desde hacía meses, empujaron la puerta hasta romperla. De inmediato apareció la Guardia Nacional Bolivariana, que no se presentó antes, cuando la banda de motorizados, de paramilitares armados, llegó para instalar a sus mujeres de primeras en la fila, bajo la amenaza de sus pistolas.

Los guardias buscaron al responsable, infiltrados en el tumulto aparecieron los patriotas cooperantes, ese miserable invento cubano, y señalaron a Francisco Aguirre, y lo acusaron, y lo entregaron con burlas y prepotencia.

Los uniformados se ensañaron con el agitador desvalido, con un hombre derrotado de antemano. Lo golpearon sin importarle la edad, algunas voces intentaron con timidez ayudarlo y los amenazaron con la fuerza de los fusiles. El miedo, ese fantasma que congrega multitudes le negó la posibilidad de ayuda.

Le colocaron unas esposas, lo acusaron de sedición y lo enterraron en una camioneta negra, apenas pudo pronunciar su nombre con la boca rota. La injusticia, la impotencia quedaron grabadas como un latigazo en mi memoria.

Yo estuve en esa cola, estuve a su lado y recuerdo sus ojos decepcionados. Francisco Aguirre había nacido en una dictadura y hoy desaparecía bajo otra dictadura, sin oportunidad alguna.

La camioneta negra que secuestró a Francisco Aguirre arrancó con rumbo desconocido y dejó al descubierto la pared de enfrente, sobre la superficie plana, con letras firmes y gruesas la piedra grita un mensaje, una esperanza, un letrero que comprendo, que hago propio:

Contra la Tiranía del Usurpador
Incorpórate a la Operación Libertad
¡Resiste! ¡Persiste! ¡Insiste!

Contraviniendo mi habitual desidia, mi falta de interés. Contra el miedo. Contra el engaño. Contra las amenazas y sobre todo contra las dudas y en nombre de todos los Francisco Aguirre, decido levantar la bandera de la esperanza y mantenerme en las calles movilizado.

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