Encontré esta historia que se ajusta a la propuesta. Si tuviera que escribirla ahora seguro haría algo diferente, pero le tengo cariño y me agrada dejarla aquí.
EL TIEMPO ESTÁ DESPUÉS
“Un día nos encontraremos/en otro carnaval/tendremos suerte si aprendemos/que no hay ningún rincón/que no hay ningún atracadero/que pueda disolver/en su escondite lo que fuimos” Fernando Cabrera – Liliana Herrero
No es nada nuevo. Lo vengo haciendo desde hace más de un año, y sin embargo cada vez lo vuelvo a disfrutar. Estoy llegando a casa. A tu casa. Una casa de paredes rústicas y plantas agrestes que estaban en ese jardín desde mucho antes que yo las conociera. Abro la puerta y estás ahí sentado, con tu vaso de vino tinto y tu periódico. Me mirás y tus ojos se encienden. Te abrazo al pasar hacia la cocina, y acá termino lo que vos ya habías empezado. El crujido del pan, el agua que corre en la canilla. Retengo estos tesoros. Sólo nuestros sonidos le ponen música a esta hora, cuando los pájaros ya no cantan y no hay bocinas ni gritos en la calle.
En el comedor está tu biblioteca. Mis pocos libros fueron a parar ahí. También algunas carpetas de la secundaria. Y en un rincón del placard, escondidas entre la ropa, mis fotografías de la primaria y mi última muñeca. Los cuadernos con poesías que me da vergüenza mostrarte y que, sin embargo, vos no te cansás nunca de leer.
La puerta que da al jardín está entreabierta. La retama florece. Brotaron las semillas que sembré. Hace tanto calor. Un perro ladra, lejos.
Todo está quieto, y así debe seguir. No voy a ser yo quien mueva algo para que el resto se desmorone.
Ahora estás durmiendo y yo te miro. Tu respiración al dormir le pone un ritmo a mi insomnio. Me deslizo a tu lado y sin despertarte me arrimás a tu cuerpo. Así debe quedar eso también.
Estoy guardando mis cosas en una bolsa. Sólo la ropa que más uso, mis documentos; lo imprescindible. El resto lo dejo, no tengo tiempo para buscarlo; no quiero hacer ni el menor ruido mientras me preparo para irme.
Y nada vuelve a moverse desde el momento en que cierro la puerta. Nunca te despertaste ni supiste que yo ya no estaba. No saliste a buscarme ni preguntaste a mis amigas por mí. Jamás viniste a pedirme una explicación y yo sólo te di mis lágrimas por respuesta. Estás ahí, durmiendo todavía, y no vas a despertarte. Yo te detengo en esta noche de febrero.
Me acurruco a tu lado y me quedo al fin dormida. Mañana voy a despertar y estarás como siempre, caminando la casa con los pasos seguros y la espalda descubierta. Afuera está la calle, los años, el tren que sigue recorriendo los errores que me trajeron hacia esta realidad. Pero ahí estamos nosotros, durmiendo en esa noche de febrero. Apenas una brisa que mueve las cortinas. Todo en calma. Habrá un amanecer para nosotros. Tendremos otros días, otras vidas. Ahí esta nuestro abrazo en esa noche… El tiempo está después.
Jose Jesus Morales
20-11-2014 04:42
La ausencia es mala consejera
Retazos de una vieja melodía triste y dolida rompe y desgarra como sólo puede hacerlo una pérdida total e irreparable, se amarra a mis labios con gruesos nudos, y al pensamiento con los espesos hilos de los recuerdos.
Repito las estrofas grabadas en mi memoria por algún juego del inconsciente y logro entonar esa canción, casi sin fuerzas, en un murmullo, con más pena y sufrimiento que ritmo propiamente, con un agudo dolor, crucificado en la pasión dejo caer las notas masticando sufrimientos y olvidos:
Dos gardenias para ti
con ellas quiero decir
te quiero
.............
y si un atardecer
las gardenias de mi amor
se mueren
es por que han adivinado
que tu amor se ha terminado.
..........
Ella se perdía, se abandonaba en un abismo sin fe encerrada en una noche última de piedra y cal, no me dejaba saber razones, con un silencio testarudo me ocultaba el motivo de su actitud y mis preguntas quedaban sin respuesta, flotaban espesas hasta desaparecer inútiles.
Poco quedaba del brillo y la lozanía que fueron en otro tiempo admiración de todo aquel que la veía. La cuidé con dedicación sin faltar un solo momento a mi obligación, dedique horas sin término en las que acechaba un mínimo destello, una posibilidad, una señal remota de mejoría, días completos con sus noches y mis desvelos, sólo para atenderla, pero la consumía la fiebre, una calentura que marchitaba su piel y la mantenía agotada, sin fuerzas para levantarse.
La cubría con mis manos, la llevaba de un sitio a otro con esmero, cuidado y cariño, la dejaba descansar atento a cualquier cambio, unas veces la colocaba cerca de la brisa con toallas húmedas alrededor, otras tantas, cuando la sentía dominada por temblores incontenibles corría y la llevaba entre mis manos a tomar el sol, nada detenía esta enfermedad sin nombre, esta fiebre desconocida más parecida a la tristeza, a un dolor que subía de las raíces y minaba sus extremidades, el cuerpo todo.
Llegó un momento en que el esfuerzo de mantenerla con aliento me consumió, me perdió en afanes de socorro, con desesperación intenté salvarla, le daba agua fresca filtrada en las piedras de la montaña, que recogía apenas asomaba la aurora entre las sombras, la engañaba para darle las vitaminas y no reaccionaba.
Tú no estabas para ayudarme, me faltaban tus manos de arco iris, el brillo de tus ojos, el tono de tu voz, las campanas de tu risa, me ahogaba sin remedio en un lodazal de desesperanza.
Una noche de viento frío y luna menguante, contagiado por la fiebre y lleno de angustia, sin saber qué hacer, después de innumerables intentos y esfuerzos sin resultado, un delgado hilo del pensamiento cruzó entre la maraña de razones y preguntas sin respuesta, para tejer esta idea que fue tomando forma hasta hacerse luz.
¡Tú le hacías falta! te necesitaba y mucho, no lo pensamos cuando decidimos tu viaje, no podíamos imaginarlo y ahora no encontraba la manera de volverla a la vida, poco a poco la perdíamos sin remedio, tan pequeña, tan frágil, se sentía abandonada, huérfana y no estaba dispuesta a resistir por más tiempo tu ausencia, se negaba a aceptar esta obligada separación que nadie le consultó, ni siquiera le asomaron la posibilidad de no verte por un tiempo y desconcertada se echó a morir.
Comencé hablando entre dientes, murmurando, susurrando. No recuerdo exactamente las primeras palabras, ni siquiera como inicie esa conversación, más bien monologo, la bruma y la angustia de esa noche dan vueltas una y otra vez en mi cabeza.
Recuerdo eso sí que asomaron sin aviso a mis labios perdiendo el tono y el ritmo los retazos de esa vieja canción triste y dolida, que no puedo dejar de entonar:
Dos gardenias para ti
Con ellas quiero decir
Te quiero.
........
Y sí un atardecer
las gardenias de mi amor
se mueren
es porque han adivinado
que tu amor se ha terminado.
................
He debido repetirla hasta secarme la lengua, luego guardé un silencio sin tiempo, intentaba ordenar las ideas, o quizás la canción se había metido en la sangre y se adueñaba también de mí esa idea loca de perderte y que este era el reflejo como en la canción que tu amor se terminó y no has sido capaz de reconocerlo.
Hago un esfuerzo por revivir ese momento, sé que te nombré varias veces y como en un sueño vago le preguntaba, ¿la recuerdas? ¿la necesitas? para afirmar de seguidas, yo comencé a extrañarla antes, mucho antes que se fuera, el mismo día que supe del viaje me hizo falta, una falta enorme, que me mantiene aún sin aliento y a desearla desesperadamente, no se había ido todavía y ya me sentía perdido, me faltaba camino, horizonte, futuro, mañana. Cuidarte me ha servido para mantenerme fiel a una promesa.
Nada dije en su momento, ni un comentario, no intente siquiera por un instante hacerla desistir de la idea del viaje, guardaba silencio, me mordía la lengua, la ayudaba, le daba las fuerzas que yo había perdido, que me abandonaron mucho antes de sentir su ausencia y que ella necesitaba con urgencia. Entregué mi espalda como soporte.
Insistí con la terquedad de los niños ¿la recuerdas?, yo aún conservo su perfume alojado en mis narices, un aroma de nísperos maduros. En los espejos está grabada su imagen y su rostro se refleja con el mío, en las paredes permanece su sombra intacta, su voz me llama desde todos los rincones, el calor de sus manos calienta las mías, su piel suave se quedó entre las sábanas y mis sueños van tras la huella de su paso, ella permanece en esta casa, está aquí y nos necesita, somos nosotros quienes la sostenemos contra los vendavales.
No puedes dejarme, no puedes dejarla ahora y entregarte a ese irracional desanimo que nos perderá a ambos.
Recuerdo claramente que esa noche dije: Es apenas un hilo la línea que en esta espera separa la tristeza de la alegría, la ausencia causa estragos y vacíos, tu mantienes viva su presencia, me la recuerdas cada instante y si tu llegas a faltarme también, quizás será como dice la canción, “porque has adivinado que su amor se ha terminado” y entonces esta espera es inútil.
Al final ya no supe lo que dije ni como terminó esa noche, al despertar me pesaba todo el cuerpo, una sensación de vacío, de pérdida me rodeaba. Caminé con paso lento hasta la ventana y encontré mustia y marchita la Cala Enana que dejaste, nada pude hacer, pero al revisar entre las hojas muertas, varios retoños de un verde intenso se dejaban ver. Limpié la tierra con manos temblorosas atropellando las lágrimas, las palabras, gracias, gracias por no abandonarme.
Han seguido creciendo fuertes y hermosos los retoños, las hojas suaves como tu piel, brillantes como tus ojos y las cuido con esmero hasta tu regreso.
Rodrigodeacevedo
18-11-2014 20:28
A TOD@S LOS RAYUELER@S
AVISO GENERAL.
Si pasáis estos días por la página veréis que nuestra actividad ha caído al nivel catatónico. Vivimos, pero sin síntomas aparentes de que estamos vivos. Hemos consultados a los responsables de la página y han declarado su intención de no seguir participando en ella. No obstante RAYUELA seguirá abierta. Los salarios de Adolfo y los gastos corrientes de luz y agua, de momento, nos los dejan a crédito
Y si a alguien se le ocurre alguna buena idea para reactivar este cuerpo en coma, la sociedad en general se lo agradecerá; no es bueno perder elementos culturizadores tan valiosos como es este foro. Y el calor de nuestras recíprocas amistades tampoco debiera perderse.
LA COMISIÓN DE MANTENIMIENTO,
OMAR, J.J., RODRIGO.
Supervivientes.
Gregorio Tienda Delgado
10-11-2014 17:24
Apreciados amigos y amigas. En esta etapa, 3 relatos en el taller.
Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.
Esta es la evolución del taller desde que lo iniciamos el día 25/05/2012.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
01-11-2014 13:23
LA VOZ DEL BOSQUE.
Es otoño, y estoy rodeado de un paisaje maravilloso, de árboles casi desnudos pero de un color con distintas tonalidades que van del amarillo al marrón y alguna florecilla tardía recién abierta salpicada del roció de la mañana, que emerge de una alfombra de hojas. He comenzado a andar y de pronto, he oído que algo ha sonado a mi espalda. Es un rumor débil que poco a poco es más claro, más audible. He notado como si me hablara al oído y me he puesto a escuchar sin conseguir ver a nadie. Es una voz preocupada, triste, la que de manera confidencial me está hablando.
─¿Quién me habla? ─He preguntado.
La respuesta ha sido inmediata:
─estás escuchando la voz del bosque. ─Me ha contestado una voz que rezuma tristeza. Estás en este incomparable rincón que todavía queda en nuestra Tierra, y te hablo para que comprendas lo valiosa e importante que es la naturaleza y cada uno de sus componentes. Es frágil a las continuas agresiones del hombre, que por ser el habitante más “inteligente”, debería tener el máximo cuidado, respetarla y protegerla. Haz lo posible para difundir lo que has visto y oído hoy aquí.
Este paisaje, ─ha proseguido la voz─, es el último trozo de paraíso que os queda en el Planeta Tierra. Fuera de él, todo está contaminado. Los incendios provocados por los humanos sabiendo el mal que hacen, matan a infinidad de animales y vegetación, y favorecen la erosión. La mar, los lagos, y los ríos están agonizando al mismo tiempo que sus habitantes. La atmósfera está llena de elementos químicos, nocivos que destruyen la capa de ozono y provocan los fuertes calores que abrasan la tierra, las grandes sequías y las lluvias torrenciales desordenadas, que contribuyen a su vez a que haya grandes inundaciones que arrasan ciudades y campos y matan personas y animales. Además, los insecticidas contaminan las cosechas, y los animales y las personas, padecéis las nefastas consecuencias de tanta degradación. ¿Hasta cuándo la especie humana permanecerá impasible contemplando la destrucción de su hábitat? ¿Qué necesitarán los seres humanos para desprenderse de su egoísmo y comprender el grave desenlace que amenaza a esta especuladora sociedad de consumo?
Me he quedado quieto y en silencio, sin saber que decir ni que hacer. Sintiéndome un poco culpable y avergonzado de ser parte de la raza humana. Finalmente, la misteriosa voz ha dejado de hablar y ya no la he oído más. Pero sí he oído el crepitar de las llamas, el destructor sonido de la motosierra y el lamento de los árboles al ser sacrificados. Es la triste música del bosque, que sustituye al otrora canto de los pájaros, mugir de los venados, el croar de las ranas…
He comprendido el largo camino que nos queda por recorrer si de verdad queremos salvar nuestro Planeta. He reflexionado sobre la irracionalidad del proceder de los humanos en el discurrir de nuestra historia. Y he pensado que es bueno recobrar el optimismo y creer que el hombre cambiará su actitud actual por otra más sensata y evitará la progresiva degradación del Planeta.
Mientras pensaba en todo eso, una mano sobre mi hombro me ha zarandeado, produciéndome un gran sobresalto. Estaba todavía un tanto aturdido y pasaron unos segundos hasta darme cuenta de que todo había sido un sueño. ¿Un sueño?
Ahora estoy pensando en la gran lección que acabo de recibir, quizás por un sentimiento incrustado en mi subconsciente, por tantas veces que pienso en la gran responsabilidad que tenemos todos, pero mucho más, los gobernantes de nuestro mundo en salvar este planeta que es nuestra única casa.
Nos hemos puesto en marcha para volver a casa. Así ha terminado nuestra excursión al campo. Mirando al horizonte lejano se ve la ciudad un tanto difusa, llenándose de puntitos luminosos. El aire se vuelve cada vez más frío y más húmedo. Sigo pensando que somos capaces de arreglar en parte al menos, todo lo destruido hasta ahora. Que si intentamos solucionar los problemas de nuestro entorno y tratamos de una forma más racional a la naturaleza, el mar será azul, las gaviotas continuarán volando sobre él, y al mismo tiempo en tierra firme, las ardillas, las aves, y tantos otros animales, continuarán viviendo entre las ramas de los árboles. Que seremos capaces de vivir en perfecta armonía con La Naturaleza.
Me he propuesto hacer algo. Cualquier cosa. Aunque sólo sea escribiendo estas líneas. El fin es que si alguien las lee, tome la determinación de defender en la medida de sus posibilidades, como lo haré en la medida de las mías, a nuestro maltratado Planeta. Mientras escribo estas líneas, la ciudad se está quedando dormida. Solamente en el trocito de cielo que veo por la ventana, entre los claros de las nubes, unas pequeñas estrellas se asoman tímidamente sobre el silencio de la noche, y sus parpadeos me parecen guiños de connivencia con lo que estoy escribiendo…
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Jose Jesus Morales
31-10-2014 04:48
Gracias Rodrigo, seguramente yo en un afán desmedido por colocar la caricatura que me llevo a escribir este texto, lo duplique y no fui capaz de colocar la caricatura.
Corregido continuamos.
Rodrigodeacevedo
30-10-2014 20:16
DYONISOS Y AFËRDITA
«Que yo cortaba juncos vencidos en la lid
por el talento; al oro glauco de las lejanas
verduras consagrando su viña a las fontanas:
Ondea una blancura animal en la siesta:
y que al preludio lento de que nace la fiesta,
vuelo de cisnes, ¡no! de náyades, se esquive
o se sumerja ...»
S. Mallarmé.- “La siesta de un fauno.”
La factoría se levantaba frente al río. Era un gran edificio, limpio y moderno, que en nada rompía la tranquila armonía del paisaje. Allí, frente al claro edificio de la fábrica, el río se curvaba en un gran meandro, que remansaba las aguas permitiendo a la Naturaleza crear uno de sus frecuentes milagros de belleza; en la lengua de tierra formada por la secular erosión del río se había desarrollado un bosquecillo de los llamados “de ribera”, con árboles caducifolios que los otoños iluminaban con su infinita gama de rojos, amarillos, dorados... antes que la desaparición de las hojas dejase al descubierto su limpia estructura geométrica, como ciertas pinturas de Michaux, o incluso desmañadas procesiones de penitentes desorientados.
El sotobosque de aquel paraje estaba cubierto por tamarices, saúcos, alisos y pequeños sauces, de tan elegante porte. Era un lugar ideal para el aislamiento y el disfrute de momentos plácidos, arrullado por el manso discurrir de las aguas y los trinos de los abundantes pajarillos que encontraron delicioso hábitat en aquel lugar. La vecindad de la discreta fábrica no alteraba para nada la pacífica convivencia entre Naturaleza y elementos de progreso, y así se había permitido la construcción de una pequeña pasarela que comunicaba el paseo que delimitaba la edificación fabril con el bosquecillo del meandro en el que, a veces, los propios obreros solían descansar en las pausas de su jornada.
El verano alcanzaba su cénit y todo aquel entorno parecía magnificado en sus potencialidades de deseo y de vida. Los blancos volúmenes de la fábrica, con sus elementos metálicos refulgentes y algún vaporoso penacho en el extremo de algunas chimeneas, daban el contrapunto adecuado a la mansedumbre del río y las sumisas masas de los árboles, que parecían buscar en el fresco suelo refugio al calor agobiante de aquel mediodía. Todo era voluptuosidad y calma. Todo era vida latente en la inmediatez de su eclosión; el fuego del sol ardía intensamente en el alma de las cosas.
Dyonisos era un inmigrante griego. Apenas hacía un año que había llegado a estas tierras tan diferentes a las de su lejana patria, que, aunque también cálidas, carecían de ese alma jubilosa que allá hacía la vida tan amable y tan deseable de ser vivida. Músicas sencillas, canciones con el ritmo del mar, vinos oscuros como el futuro y el amor. Dyonisos trabajaba ahora en la cadena fabril mientras que su alma viajaba a las plácidas montañas de Epidauro, con su teatro entre los pinos, su lejana y añorada patria. A veces solía disfrutar su hora de descanso entre las sombras del bosquecillo frente a la fábrica, en el centro del río. Allí, adormecido por el rumor del agua, por los trinos armoniosos de mirlos y verderones, sintiendo los ardorosos rayos del sol templar su cuerpo joven, se dormía. Y soñaba: su fogoso espíritu era transportado por las nereidas hasta el pie del Olimpo, donde jugaban y se deleitaban junto al festín de los dioses.
Afërdita, la gentil albanesa, trabajaba junto a Dyonisos en la cadena. Aunque nunca lo había manifestado estaba secreta y apasionadamente enamorada del joven griego. Ella, también inmigrante, sabía que el enfrentamiento que existe entre los nativos de ambas nacionalidades latía soterradamente también entre ellos. Nunca una albanesa, y menos en la emigración, debía aspirar a relacionarse con un griego. Sería, en el mejor de los casos, despreciada. Pero pedía en su interior a los dioses, a aquella cuyo nombre la hacía ser su diosa protectora, Afrodita, que el corazón de Dyonisos saltara sobre aquella barrera y la venda de la incomunicación cayese desde sus ojos. La sublime claridad del amor debiera brillar para ellos.
Afërdita sabía que el joven Dyonisos solía descansar en el bosque del meandro. Aquel día, incendiada su pasión por el propio calor del mediodía, salió ella también. Los compañeros de trabajo, el resto de los obreros prefirieron el confortable frescor del aire acondicionado de la fábrica. Disponían de cómodos rincones para el descanso. Era una fábrica adaptada a las modernas ideas de la productividad. Pero para Afërdita eran otras las razones las que la llevaron a buscar ese deseado encuentro. Allí, bajo un frondoso sauce, protegido por la bóveda verde y flexible de sus ramas, dormía plácidamente Dyonisos. Su joven cuerpo, bronceado y musculoso, yacía casi desnudo sobre la mullida hierba. Sigilosamente la joven Afërdita se introdujo bajo la fresca bóveda del sauce y quedó callada contemplando aquel cuerpo tan deseado. Ardía de pasión, pero sólo su muda oración a Afrodita era la expresión íntima de ese ardor.
Susurrando apenas cantó una vieja canción de amor albanesa. Los pájaros habían cesado sus trinos. Tan sólo las cigarras y el zumbido de los infinitos insectos de la ribera, ponían el fondo rumoroso a aquel canto de amor. Dyonisos se estremeció, lo que hizo acurrucarse sobre sí misma a la ruborizada Afërdita. Al comprobar que el joven Dyonisos seguía durmiendo atribuyó la causa de aquel estremeciemiento a un escalofrío debido a la humedad y el frescor del lugar. La joven se desprendió del pañuelo que, a la manera tradicional de su país, recogía sus cabellos, dorados y largos, que ahora, sueltos, enmarcaban su bello rostro eslavo, y lo extendió sobre el pecho desnudo del griego, a quien miraba con arrobo.
Sonó la sirena para reanudar el trabajo y la joven saltó como una gacela corriendo a incorporarse a su puesto. Dyonisos se desperezó bostezando; había tenido un hermoso y voluptuoso sueño y el sonido de la sirena a él le había llegado como una dulce melodía, como el suave silbo de una flauta que acompañaba las palabras de una desconocida canción de amor. Tocó la tela de un pañuelo que cubría su pecho, extrañado y admirado por aquel sorprendente hallazgo. Lo replegó y frunció entre sus manos y aspiró el perfume que lo impregnaba; un delicado perfume femenino, desconocido para él. Un violento sentimiento de pasión removió sus entrañas; el animal que en él dormía despertó y buscó, olfateando, la mujer que había dejado su presencia en aquel trozo de tela. La tarde también despertaba de aquella cálida siesta. Los pájaros reanudaron su alocado trinar; un ligero viento removió las hojas de los árboles y entre los tamarices inmóviles comenzaron a surgir los pequeños y ágiles animalillos que los habitaban. Había que volver a la fábrica, pero ahora eran otros sueños los que lo llevaban volando a aquellas lejanas tierras en las que Afrodita dispersaba las semillas del amor.
Ilust.: Dionisio y Ariadna 2012
Photomyth by Michel Coven
Rodrigodeacevedo
30-10-2014 20:13
Una observación: Ignoro si existe una razón para ello, pero el relato que dejó J.J. está duplicado. Si procede, creo que debiera eliminarse uno de las dos copias.
Jose Jesus Morales
30-10-2014 05:50
Las laminas, las pinturas, me llevaron por diferentes derroteros del arte, llegué a la caricatura y salio este texto, no era lo que quería escribir al principio cuando acometí la atarea, pero este es el resultado.
Caricatura de Rayma o Un Instante Insólito
Mi madre tiene 90 años cumplidos, es firme en sus convicciones e inflexible en sus decisiones, ha tomado todos los riesgos y vive sola. Está determinada a operarse, yo digo que para vivir más, ella afirma que para vivir mejor, esta es una incógnita que no intento resolver.
En estos últimos tiempos le ha visto la cara de cerca a la muerte y no se arredra, mantiene con terquedad la osadía de entrar a un quirófano en Venezuela, ella, que conoce los peligros que enfrenta, que conoce de primera mano que hay ausencia absoluta de los implementos necesarios para acometer ninguna intervención, ni siquiera una cura de emergencia, lo único que abunda es la sangre de los inocentes regada en las calles y esa no le sirve al Banco de Sangre.
Mi hermana mayor entra en pánico, es la única que está cerca y sabe como todo al que le ha tocado ir a una clínica, que en Venezuela la firma roja de un déspota ha declarado la muerte al sistema de salud y en todo el territorio nacional. Avala la corrupción, la incompetencia, la violencia, la inseguridad, la impunidad. El genio de Raima lo grafica en su última caricatura antes de ser despedida del diario El Universal.
Aterrorizada mi hermana llama a mi hermano menor para que acuda en su auxilio en este delicado momento, que la acompañe en este tranc; que esté allí en la sala de espera aunque sea en silencio, o también si fuera necesario para correr en cualquier dirección a buscar lo que haga falta, porque en las clínicas se trabaja con las uñas y la escasez es congénita con este proceso que lideran los cubanos y son 90 años con los que carga mi madre y el cuerpo no espera mucho para despedirse.
Mi hermano contesta con un hilo de voz apenas audible desde la cama, entre los sudores de la fiebre de chikungunya, epidemia que azota todo el país y a valencia con fuerza. Estas fiebres intermitentes lo mantienen en un sopor desde hace una semana y los huesos se resisten a permanecer en pie, a cualquier movimiento. Está sujeto a las alucinaciones provocadas por esas calenturas, su esposa y sus hijos se multiplican para atenderlo, se dividen en búsqueda incesante de patas de pollo, para las sopitas reconstituyentes, se turnan entre atenderlo y hacer la cola en el mercado a ver que encuentran, con resignación y comiéndose la rabia colocan su huella digital para poder comprar lo que consiguen, bajan los ojos para que no les vean lo encendido de la ira al pensar: no hay derecho para tamaña vejación.
Obligada mi hermana llama a la mayor de todos nosotros, que ya tiene setenta años y está dedicada a los nietos y al marido. Quiere pedirle que venga una semana a su casa, que apenas está a cuatro horas de Caracas. Nadie responde el teléfono, insiste y ahora más preocupada por mi hermana que por mi madre, con la angustia que le come la garganta llama a una de las hijas de mi hermana y con una pesada resignación la sobrina le comenta que el rio Turbio se desbordó, se llevó un puente que abandonaron sin mantenimiento hace 14 años, que su mamá tiene tres días aislada sin agua, sin luz, sin teléfono; pero que parece que están vivos, están esperando que bajen las aguas para poder entrar a la urbanización porque en Defensa Civil están ocupados atendiendo emergencias en Cuba, en África y nuestra gloriosa Guardia Nacional esta combatiendo contra el Imperialismo en el medio Oriente, apoyando a Hamass en Palestina, persiguiendo mujeres sin Burka en Irán.
Mi hermana está a punto de gritar lo único que se le ocurre “EL ---- DE SU MADRE” Me llama por teléfono desesperada a Santiago de Chile, atropellándose con la impotencia que intenta arrinconarla y ella se resiste en la frontera de acciones desesperadas, sin inmovilizarse. Me explica a los gritos, encolerizada, este insólito instante que le tocó vivir sola, sin apoyo. Va hilando una tras otra las cuentas de esta letanía de eventos insospechados, finalmente antes de que se le quiebre la voz grita ¡Puede fallar la luz en el quirófano! Contiene la rabia, se traga la desesperanza.
Aparentemente calmada, en otro tono, comenta sin cinismo uno por uno los pasos que conforman este drama que se vive a diario y continúa: Necesitas llevar la aguja para coserte si te hirieron en un atraco, es más común que te asalten que poder comprar aceite, una aspirina. Ya muchas personas que han podido comprar las agujas las llevan en sus carteras para no morirse de mengua sobre la camilla. Finalmente guarda silencio.
Aprovecho para intentar llevarla nuevamente a la calma, para recomponerla si eso es posible y le digo: Compro un boleto ahora mismo y te acompaño, no te voy a dejar sola en esta encrucijada. Te llamo luego.
Soy un iluso, o quizás simplemente uno que no vive el día a día venezolano. Me enfrento a la realidad y choco con un escenario brutal que me desconcierta.
La mayoría de las líneas aéreas suspendieron sus vuelos porque el gobierno no les ha cancelado más de cuatro mil millones de dólares que les adeuda, no hay vuelos, las pocas líneas que vuelan no tienen cupo, no hay boletos. No puedo ir y tampoco se puede salir de Venezuela cuando se quiere, estamos a la deriva, o simplemente a la buena de Dios.
Llamo de vuelta a mi hermana descorazonado, sin saber que decirle la llamo, al oír mi voz advierte el desconcierto, me ahorra los detalles de las gestiones fallidas y no me deja explicarle lo que ya sabe y sufre en carne propia y dice con todo el peso del país encima: Colgaste el teléfono antes de que pudiera explicarte que no hay boletos para Venezuela y si consigues llegar no tienes ninguna seguridad de poder irte del país cuando quieras, las reservaciones no valen nada, a Venezuela se viene bajo el propio riesgo del pasajero.
Agradezco el detalle y su comprensión, termino diciéndole en un intento desesperado por darle aliento: Recuerda que mamá tiene sus mañas, que está protegida de los males terrenales por sus ejercicios espirituales, que justamente decidió operarse mientras los muertos están de fiesta y así pasar inadvertida y salvar la vida.
Finalmente nos reímos un rato en buen venezolano, de nuestras propias miserias, de nuestras sublimes desgracias. Cuelgo el teléfono y escribo este texto y me entrego en oración permanente hasta que mi madre salga del quirófano.
Gregorio Tienda Delgado
20-10-2014 21:24
Apreciados amigos y amigas. En esta etapa, 2 alumnos en el taller.
Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.
Esta es la evolución del taller desde que lo iniciamos el día 25/05/2012.