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VAMOS A CONTAR HISTORIAS
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
14-04-2019 05:40

Un abrazo Rodrigo. El dolor como bien dices es por ese crimen que cometen a menudo en casi todo el mundo y convierten en parias a hombres que aspiraban un mundo mejor para su familia, porque todas las luchas son por el futuro de nuestros hijos. Mientras nos encontremos con hombres solidarios como tú hay esperanza.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
12-04-2019 20:35

EL PESO DE LOS RECUERDOS... J.J.
"Atravesé fronteras impasibles, llegué hasta el confín de los silencios para desafiar la fatalidad, que finalmente triunfó, y vino a darme alcance en un remolino de emociones encontradas, que creí haber enterrado."

Qué triste lirismo, que elegíaca tonada es la de este relato, querido J.J.; viajar, eso que tanto deseamos algunos y que con frecuencia en tiempos más jóvenes y más ilusionantes hemos hecho con fruición, puede convertirse en el drama más inhumano, el del viaje al exilio. Cuando fuerzas fatales arrancan a alguien de su tierra, a la fuerza, están cometiendo el peor de los crímenes posibles, el más abominable.
Y desgraciadamente es, a lo largo de la Historia, el crimen más frecuente. Lo has narrado con toda la trágica poesía que siempre acompaña la canción del exiliado. Es el único consuelo que me atrevo a ofrecerte. Un fuerte abrazo.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
12-04-2019 18:37

El peso de los recuerdos en la mirada del Migrante

Desde niño la estación de tren fue mi lugar favorito, crecí entre sus corredores, sus túneles imprevistos, sus obligados pasos subterráneos. Me escurría por su estricta geometría iluminada con candilejas dispuestas en orden simétrico y caminaba con paso seguro entre desconocidos que perseguían el último minuto, antes de verlo desvanecerse entre el murmullo de la multitud. En ese tiempo intenté sin éxito convertirme en un viajero, pero algo me faltó siempre y nunca me vi como ellos, me conformé entonces con imitarlos.

Imitaba los pasos frenéticos de estos fantasmas en tránsito, que sin razón alguna, por puro instinto, eludían los ángulos y atravesaban en línea recta su destino sin siquiera dejar huella, poblaban los pasillos en horarios irracionales, y avanzaban con el impulso repentino de prisas inusuales.

En ese tiempo me fue imposible transformarme en viajero, algo fallaba en la actitud, un detalle en la conducta, un nudo de arraigo me descubría y siempre fui un transeúnte local, que reconocido de inmediato, servía entonces para orientar a los viajeros en los vericuetos de la estación.

Los verdaderos viajeros llevan su equipaje en la memoria, intentan contrariar la mirada inflexible del guardia de turno y resguardan en las esquinas, doblados con inusual ternura, los tesoros imprescindibles que conservan a pesar del tiempo, de la distancia y creen que los distingue de los otros.

Con afán desmedido buscan el vagón que les corresponde, intentan encontrar en ese reducido espacio el rumbo que perdieron apenas se alejaron de su casa. Las ausencias obligan un suspiro sutil y se sientan finalmente con la derrota a su lado. La mirada insiste en buscar el camino de regreso, que los evade, que jamás encontrarán, porque se han hundido en el sopor del sueño de los adioses. Se han convertido en corazones extraviados y esa mirada los hace distinto, los transforma en viajeros.

Una vez más me encuentro en una estación de tren desconocida, a una hora impertinente. Ya no necesito imitar a los viajeros, me he convertido en un migrante, llevo impreso en la mirada el horizonte de un regreso que jamás encontraré, soy un corazón extraviado en fronteras desconocidas.

Yo vengo de tantos lugares esquivando la tristeza. Caminé bajo cielos remotos para escapar de las sombras de los malos recuerdos, eludí los mares del olvido, huí de la soledad y su tormento implacable. Yo vengo de una tierra arrasada por el odio que sembraron veinte años atrás, yo camino con el desierto del desarraigo a mis espaldas y la arena borra mis huellas.

Atravesé fronteras impasibles, llegué hasta el confín de los silencios para desafiar la fatalidad, que finalmente triunfó, y vino a darme alcance en un remolino de emociones encontradas, que creí haber enterrado.

Un batallón de grillos impenitentes ha copado todas las posiciones y me asalta sin darme tregua. Con insistente terquedad, la estridencia chocante de los recuerdos me obliga a permanecer oculto entre grises antipáticos.

Intento arañar el futuro sobre huellas distorsionadas por los vendavales del tiempo, pero cada nuevo esfuerzo me impone la barrera implacable del pasado, la cobardía de la huida.

Entro a la cabina del desaliento, una vez más recorro los manoseados, gastados y doblados bordes de las fotografías que me acompañan, se han diluido los colores entre la bruma de un tiempo estancado en la memoria, la imagen es difusa y tan dudosa, que no atino a saber si es recuerdo o una invención para llenar mis propios vacíos.

Imágenes fugaces. Rostros detenidos en un instante. Las palabras rotas abren viejas y dolorosos heridas de otros recuerdos, de otros errores cometidos a lo largo de la vida.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
01-04-2019 19:30

ARTURO CONTRERAS. J.J.

Otra vivencia relatada, desgajada de tu intimidad para compartirla con nosotros y así aliviar, si ello es posible, la tragedia de la que nace. Una prosa de extrovertido intimismo, derramada sin estrépito sobre el lector, que se hace al momento cómplice de quien escribe. Habría faltado acompañar el texto con alguna fotografía alusiva, no necesariamente de Arturo ni de los hechos aludidos. Aunque tus "mil palabras" imaginadas de tu texto valen, en este caso, más que la imagen omitida. Un abrazo, querido J.J.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
28-03-2019 17:12

Arturo Contreras

Por aquellos días Arturo Contreras ya se perfilaba distinto, pero no podíamos notarlo, todos nos sentíamos peculiares en aquellas gloriosas tardes cuando tocábamos el cielo con las manos. Las horas aún no rigen nuestro destino, desconocemos el peso de la rutina sobre los días, el significado del tiempo, la carga sobre los hombros. Éramos libres y dueños de las calles.

El eco de nuestros pasos resuena en las esquinas a toda hora, un tropel de risas y gritos, un coro de voces, una bulla en donde apenas se distinguen matices diferentes: el sonido solemne, oscuro como una sombra, de una voz grave, o un agudo más alto, casi un grito, también, a veces, el extremo marcado de un acento, señal inequívoca de un país extranjero. Pequeños detalles nos diferencian y por extraño que parezca, esas diferencias, esos rasgos apenas percibidos en el tumulto que éramos, servían de cohesión y le otorgaban carácter a un grupo de muchachos sin líder, que daba tumbos hacia adelante, con la mirada puesta en el mañana y la clara intención de ocupar con dignidad, el lugar que la vida nos asigne.

Arturo y yo participamos con entusiasmo medido en todos los juegos, en las innumerables iniciativas y travesuras del grupo, sin demostrar, porque carecemos de ellas, grandes destrezas. Ambos éramos discretos y tímidos, y quizás ese detalle nos convirtió en cercanos.

Nos reconocemos en los cultivados silencios. En los silencios encontramos el equilibrio ante el asombro de los abismos, a los cuales nos acercamos desde nuestras circunstancias, con ese afán de descubrir cuanto antes los secretos ocultos de la vida, sin la punzada de vértigo que produce el miedo.

Arturo descubrió temprano el mundo en las imágenes. En los rectángulos instantáneos, en los planos grabados de sus fotografías levantaba su mundo particular y quedaba expuesta en esos instantes fugaces la voz de una verdad que hiere, que lo identifica y lo distingue de los demás. Yo, en cambio, me encontré con las palabras y entré al laberinto de los significados, al círculo de las definiciones y quedé deslumbrado con el brillo de cobre de las manoseadas palabras.

Arturo me mostraba sus fotografías conteniendo el aliento y sin decir una palabra esperaba mis comentarios. Las imágenes muestran la intensidad de su entusiasmo y yo preguntaba: la hora de la toma, el nombre del lugar, detalles de los personajes, el motivo que lo impulsó a disparar su cámara. Con la fotografía latiendo en mis recuerdos, y la economía con que siempre contestaba mis preguntas, yo escribía un relato paralelo al que contaban sus imágenes, ilustraba desde otro ángulo vidas anónimas, espacios deshabitados.

La vida nos señaló un rumbo y ambos nos atrincheramos en la misma esquina, decididos a defender principios. Sus fotografías se convierten en un grito de auxilio y mis textos en denuncias.

Arturo Contreras cultiva capacidades innatas y logra mimetizarse en espacios prohibidos. Entra a la Central Eléctrica que se encuentra bajo régimen militar, logra tomar fotografías que por sí solas denuncian el descuido, la falta de inversión, el abandono, la incompetencia del General Director y desnudan y desmienten al tirano, que acusa una guerra cibernética, un ataque electromagnético, el disparo de un francotirador extranjero, la intervención terrorista por parte de fuerzas imperiales.

Las fotos se publican y dan la vuelta al mundo, pero la intransigencia tiene un brazo largo y logra torcer las leyes, la respuesta del dictador es violenta y se ensaña con el fotógrafo, allanan su casa, rompen con torpeza lo que encuentran a su paso, le roban las cámaras, le siembran evidencia y lo comprometen en un complot de sabotaje.

Yo escribo este texto en su defensa y espero vengan a tumbar mi puerta.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
12-03-2019 15:56

Cada día un paso más. Gracias por el apoyo incondicional a nuestro pobre país y el cariño a mis textos.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
10-03-2019 11:09

UNA GOTA DERRAMÓ EL VASO.- J.J.
Un escrito con una fuerte carga revolucionaria: describes con frases enérgicas la asunción por el oprimido de su injusta condición de esclavo. Una chispa de rebeldía apartó los pensamientos cobardes de la huída. Se encendió la hoguera, tal vez pequeña, de la reacción, pero que al igual que esa gota metafórica, puede correr por todos esos espíritus acobardados por la violencia de un régimen opresor. Lo suscribo plenamente, mi cada día más admirado compañero de letras, querido amigo J.J.
Creo como tú que ese régimen que oprime a tu país está viviendo en sus últimos espasmos, que suelen ser también los más dolorosos. La agonía de la fiera a la que cuesta soltar su presa. Ánimo y que las fuerzas de la esperanza no os abandonen, amigo mío.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
09-03-2019 20:59

Una gota derramó el vaso

Al despertar confirmé el rigor del ensañamiento, el cerco de la violencia. La ración de miedo. Una vez más falta la luz. No logro aceptarlo. No lo soporto.

Doy vuelta a la llave de la regadera y con creciente desilusión compruebo que también falta el agua. Sin bañarme, sin cepillarme los dientes, de mala gana, me visto en la oscurana. Contengo la ira. Bajo por las escaleras los 19 pisos que me separan de la calle.

Camino hasta la parada del autobús y resignado hago mi primera cola del día, está más larga que de costumbre. Se dispara el fogonazo de un pensamiento y me asusta.

Y si lo mando todo bien lejos. ¡Al mismísimo carajo!

Otros pensamientos acuden de inmediato y sofocan el arrebato. Cuidadosamente envuelven este pensamiento. Lo amordazan con la letra incandescente de una sentencia. ¡No puedes darte ese lujo! Finalmente llego a las puertas del Ministerio para cumplir con desgano este turno de ocho horas, y esperar el pago del salario mínimo, a ver cómo me las arreglo.

Me acomodo la sonrisa de cada día, ajusto la corbata, bajo la cabeza. Hago otra fila y espero mi turno para subir en el ascensor. Miro el suelo y acepto en un silencio cómplice el engaño que dictan los televisores encendidos. Conozco la amenaza velada.

En treinta y dos años no he vivido nada sensacional. Mi vida es la secuencia repetida de actos que han de llevarme por un camino deslucido y en sombras, se cumplen veinte años de la Revolución Bolivariana y no he tenido siquiera borracheras providenciales y mucho menos noches extraordinarias de lujuria. Mi rutina es asfixiante.

A la hora del almuerzo decido emprender la inusual cacería a un paquete de café, nuevamente la afrenta de una cola interminable, esta vez en el supermercado. Se siente el peso opresor del silencio. Inesperadamente, de improviso, se levanta insolente, sin pedir permiso y mucho menos disculpas, la voz de una mujer: Esta escasez es parte de la política del gobierno, nos ha paralizado de miedo y nos mantiene sujetos, embozalados, mendigando. Cada hora que pasa sin levantar nuestras voces, sin exigir lo que es nuestro legítimo derecho, es una victoria de la Dictadura, cada injusticia sin denuncia nos hace cómplices, el miedo nos aniquila.

Alguien comenta a mi lado. Esa mujer no debió reclamar. Cierro los puños con fiereza, me ahoga la impotencia y aquel pensamiento de la mañana surge con mayor intensidad.

Y si lo mando todo bien lejos. ¡Al mismísimo carajo!

La mujer abandona la fila, se marcha con los ojos encendidos de rabia y las manos vacías. La moto, ese símbolo de miedo y terror que nos persigue hasta en sueños, pasa a su lado, le arrebatan la cartera, la tiran al suelo y oímos claramente la amenaza, que va dirigida a nosotros: ¡Aprende a mantener silencio!

La moto sigue su marcha amparados en la impunidad, intocables, crecidos en la costumbre de no encontrar resistencia. Pero hoy un resorte desconocido, la pequeña llama de una esperanza, despierta un reflejo y los empujo, pierden el equilibrio y se van al suelo, a uno se le escapa un tiro y mata al conductor.

Corro. Con un miedo atroz corro, aterrorizado corro en medio de los autos y oigo los gritos de mi perseguidor: ¡Es la policía! ¡Detente! ¡Te digo que te detengas! Más disparos. La suerte me acompaña y no me alcanzan los proyectiles. Escapo. En este momento, en este día, una vez más, la frase regresa al pensamiento y un sol enorme la ilumina

Y si lo mando todo bien lejos. ¡Al mismísimo carajo!

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
01-03-2019 00:20

ELLA PREFIERE LA NOCHE.
NUEVA YORK.
Relatos de J.J.
Qué emocionado homenaje a tu sobrina, junto a un no menos emocionante diario de sucesos, luctuosos, horribles, por lo que está sufriendo tu querida patria, JJ.Efectivamente, es preferible la impunidad, la mágica ceguera de las noches de alcohol y droga antes que vivir ese infierno permanente. Ojalá termine pronto.
El otro relato es un, al final, divertido cuento de lo tontos que somos los hombres, sea cual sea el lugar donde residamos.
Felicidades, compañero.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
01-03-2019 00:01

Rememorando aquel proyecto inefable de "Prosas leprosas", en el que creo recordar participé únicamente yo (la inolvidable Despistes debatió conmigo sobre el nombre del invento)os dejo aquí un intento de recuperación de aquel festivo modo de "prosar". No os pido que os guste, pero tenedlo en cuenta para las próximas antologías del disparate.

EL INTERIOR DE MIS BOLSILLOS.

Oigo con frecuencia la expresión tópica de “lo conoces mejor que el interior de tus bolsillos.” Expresión que me sorprende porque, al menos yo, nunca se que hay en el interior de mis bolsillos, sean del pantalón o de las prendas superiores. Nunca sabría responder si alguien me lo preguntase. Así que para tratar de enmendar esta actitud casi delincuente por mi parte (¿cómo se puede ir por la vida y sus peligros sin saber qué hay en el interior de algo tan íntimo y personal como son los propios bolsillos?) pues como digo, hoy, al recluirme en mi pequeño tabuco donde vegeto, me he dispuesto a reconocer todos y cada uno de los recovecos de mis bolsillos. Y ha sido verdaderamente sorprendente la cantidad y variedad de objetos, entes, ideas, criaturas, elementos… que he encontrado allí.

Un bocadillo de mortadela grasienta envuelto en una partitura autógrafa de Johann Sebastian Bach.
Un viejo rosario hecho utilizando dientes como cuentas. (Puede que sea una fila de hormigas secuenciada en intervalos de a diez.)
El último poema que escribió Paul Celan antes de arrojarse al Sena (El trágico puente Mirabeau...).
Un pañuelo manchado con lágrimas de sangre.
Un ramito de violetas milagrosamente lozanas del que no recuerdo su origen. (Esto me permite fantasear sobre algún improbable amor de juventud.)
Un ejemplar en muy malas condiciones del libelo “Camino”, de Mns. Escrivá de Balaguer, pintarrejeado, con anotaciones satíricas y burdas ironías escritas en los márgenes, seguramente por mí.
Un esbozo dibujado con lápiz rojo sobre un papel de envolver , de un busto de mujer con sombrero. Otro motivo de ensoñación…
La receta manuscrita (posible recuerdo de mi madre) para guisar bien las judías pintas.
Una pequeña foto de un niño casi bebé. Posiblemente sea yo, aunque el niño es demasiado hermoso y guapo.
Un billete antiguo de tren. No consigo leer los puntos de origen y destino.
Monedas fuera de curso.
Unas bolitas de vidrio coloreadas.
Diversos trozos pequeños de piedras: un gneis, otro de roca volcánica, un pequeño adoquín de caliza blanca de los empleados en los pavimentos de Lisboa. Un trozo de mica y otro no identificable por mi. Los considero cristalizaciones de mis fantasías viajeras.
Alguna pluma de ala de pájaro de pequeñas dimensiones o aleta de pez volador entregado voluntariamente al último suplicio.
Un recordatorio del fallecimiento de algún familiar del que no tengo recuerdo.
Unas hojas de papel de periódico antiguo cuidadosamente dobladas que reproduce el último discurso de D. Manuel Azaña en las Cortes de Madrid. Tiene subrayados con lápiz azul, seguramente hechos por mí.
Trozos de cuerda, algún tornillo torcido, la navaja multiusos que alguien, no recuerdo quien, me regaló en algún tiempo impreciso.
Una pequeña lupa con la lente convenientemente rayada para la lectura de textos esotéricos.
Otro recordatorio de un óbito, sin nombre ni lugar, en el que está escrita una fecha del futuro. Intuyo que será la de mi fallecimiento.
El cadáver de un escarabajo pelotero en buen estado.
Algunas fotografías desvaídas en color sepia con personajes diversos que no logro reconocer. Algunas de tema por-no-gráfico.
Un trozo mordisqueado de lápiz con la punta roma todavía humedecida por la última sangría de palabras con la que expiró.
Una pequeña caja de cerillas, antiguas; tiene los colores de la bandera republicana. La abro y se escapan unos a modo de suspiros o débiles aleteos como de espíritus que huyen.
Trozos irregulares de páginas arrancadas de libros antiguos. En algunos están escritos versos incomprensibles. Ignoro si serán de mi autoría.
Entre estas irrecuperables páginas destacan algunas que contienen proyectos de escenas de un film surrealista que nunca verá la luz.
Otras páginas y trozos de papel donde también están escritos versos inconexos, absurdos, con escritura crispada e irregular. Evidentemente deben de ser míos.
Una cuerda de guitarra sin estrenar. Pero… yo nunca he tenido guitarra ni ningún otro instrumento de cuerda. Recuerdo haber leído que estas cuerdas son muy eficaces para estrangulamientos rápidos.
Un billete del metro de París.
Un pase caducado para el acceso a la Biblioteca Nacional de España.
Fotografías recientes de nubes blancas sobre un cielo azul radiante.
Algunas evidencias de relaciones con mujeres que ya no puedo recordar. Un pequeño collar, un pañuelo perfumado, un dije con cabellos rubios…
Recibos de tintorerías con indicación de prendas femeninas.
Gotas de lluvia.
Nubes de otoño.
Hojas secas de castaños, de París sin duda; alguna tiene todavía restos de escritura ¿versos?

Y un gran vacío. Un vacío inmenso, resplandeciente y puro. Un vacío que me permitirá llenar vidas y más vidas desde las oscuras noches de esta vida que no he vivido.


Ilust.: “El carnaval del Arlequín”. Joan Miró. 1925

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