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VAMOS A CONTAR HISTORIAS
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
06-01-2019 20:44

Regalo para el día de Reyes 2019

Premonición

Soñó que soñaba que un hombre la sueña. Al despertar del sueño, sobresaltada y con miedo, sabe con certeza, sin ninguna duda, que hoy morirá. Recién ha cumplido los veinticinco años. Tarde reconoce, que ha pospuesto vivir bajo el rigor que imprimen los caprichos del corazón, en cambio, ha cumplido con tenacidad los deberes impuestos al transitar un camino que ella misma ha trazado y que la ha llevado a lograr éxitos impensados para una mujer. Está orgullosa de su decisión.

Las señales vistas en el sueño son de extraordinaria claridad, está convencida que las imágenes del sueño son una premonición de su muerte irremediable, no tiene alternativa, ningún resquicio por donde escapar de su destino, ni siquiera puede huir de este día, tampoco puede ignorar el anuncio de la hora prevista.

Completamente segura de su muerte, sabe que no está preparada para esta contingencia, para enfrentar este evento que adolece de reglas y fórmulas, de esos elementales principios que ella tiene por costumbre seguir y le han permitido obtener los triunfos que ostenta.

Morirá sin otra gloria que su nombre. En el recuerdo quedará quizás, la reseña de su muerte, un titular obligado en el periódico local, su fotografía en blanco y negro sobre el papel. Ella conoce ahora su destino, el tiempo que le queda, sus escasas posibilidades. Se levanta de la cama dispuesta a enfrentar los designios de esta hora con todas sus consecuencias.

Sale de su casa descalza mucho antes del amanecer. Apenas la cubre un camisón blanco de algodón que le llega a los tobillos, entre las sombras parece un fantasma, una aparición, un espectro y no la virgen morena que es.

Camina por el sendero de helechos, calas y capachos que se abre desde la misma puerta de su casa, el olor de lluvias por venir la obliga a mirar hacia el cielo, ve un centenar de estrellas y piensa que quizás estén muertas a esta hora y de su existencia queda este reflejo en el tiempo. A pesar de la oscuridad, de la falta de luz, se mantiene sobre el camino que conoce de memoria.

Recuerda que en el sueño del hombre que la sueña, ella camina desnuda por una playa que no conoce, la miran asombrados las piedras y los cangrejos. En el sueño, el viento cubre su cuerpo. Un manto espeso abriga el cuello, envuelve los hombros, cobija la espalda, oculta su estrecha cintura, resguarda sus pechos firmes, viste su vientre plano, enfunda sus nalgas redondas, esconde sus piernas perfectas. Su cuerpo es una escultura tallada en ónix, su figura permanece envuelta en una brisa dulce. Quedan al descubierto sus pies descalzos. Sus pasos no dejan huella alguna sobre la arena y a pesar de estar completamente desnuda, se siente protegida, segura, a salvo. Camina despacio con la enorme satisfacción de saber que es hermosa.

En el sueño, el desconocido que la sueña: Un albino barrigón, lampiño, pequeño, de largas pestañas blancas, está acostado en un chinchorro desteñido, bajo la sombra de árboles de mango a la hora en que revientan las chicharras. En el sueño de este desconocido, se desatan los vientos y al encontrarse, forman enloquecidos remolinos que empujan nubes negras sobre la playa, borran el cielo y dejan un techo espeso que le oprime el pecho y amenaza con una tempestad que puede acabar en diluvio.

En el sueño del albino. Ella, Teresita Guzmán, a quien nunca nadie logró ver desnuda y por decisión propia no conoce de caricias, ni mucho menos, de sobresaltos del corazón, por primera vez no la consume la prisa. Para su asombro, ni siquiera tiene planificado el siguiente paso.

Teresita Guzmán ha postergado vivir bajo la dictadura de los sentidos, le ha impuesto al corazón una conducta estricta y en su vida sigue una línea obligada de compromisos, de deberes que asumió con valor antes de tener edad para responsabilidades y ha obtenido el éxito que esperaba.

En el sueño, el sonido oscuro y profundo de las olas la llama sin descanso desde grutas inundadas de espuma, de sal, de algas. Su nombre es pronunciado desde lo profundo de un barranco sin fondo y también, desde el pecho ronco y lampiño del albino que la sueña.

Teresita Guzmán se despertó temblando de miedo esa madrugada al oír claramente su nombre repetido por las olas de una playa que no conoce. Su nombre con sabor a piedras, su nombre y apellidos completos pronunciados en el tono profundo de una letanía aprendida en siglos anteriores.

Se levanta de la cama y sale de su casa descalza, cubierta por un camisón blanco de algodón que le llega a los tobillos, necesita sentir la tierra bajo sus pies, el rocío humedeciendo su rostro, mirar los misterios del cielo, oír al viento entre las ramas de los árboles. Sale de su casa a caminar, como lo hace cada vez que en su cabeza se inicia un torbellino de ideas confusas y contradictorias, pensamientos que no comprende y que amenazan con paralizarla, con asfixiarla.

Teresita Guzmán deja sus huellas impresas sobre la tierra negra y húmeda, da un traspié y cae al fondo del barranco en donde termina el sendero de helechos, calas y capachos, que se abre desde la misma puerta de su casa.

El hombre que la sueña se mueve pesadamente en el chinchorro y sigue durmiendo.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
13-12-2018 21:24

Y como entreacto o entremés hasta que llegue la segunda parte de mi tremebunda historia de Teodulfo, el de la Baudilia, os dejo (no voy al foro de poemas para no andar con maniobras dilatorias) un romance o algo así, con algún verso desmandado en la métrica, relativo al tema que nos ocupa:

LAS BUENAS FORMAS.

Buenas formas se nos piden
es suprema hipocresía
ser sepulcros blanqueados
señal es de bonhomía.

Se nos pide ser productos
de muy mala calidad
que bajo un papel dorado
por lujos pueden pasar.

Es ese el mal de raíz
del que nacen otros males
aparentar con barniz
que los barros son cristales.

En nuestra España además
se añade la picaresca
que hace a nuestra sociedad
una farsa gigantesca.

Entonces, inevitable,
el recuerdo nos invade
los tiempos de hambre y miseria
se hacían más soportables.

Casi se llegó a vivir
la utopía cervantina
del discurso a los cabreros
de su novela divina.

Al menos en barrios pobres
como en los que yo viví
nada era tuyo ni mío
primero era compartir.

Hasta el banquero era amigo
aunque al banco no se iba
tampoco el gasto de luz
era factura excesiva.

A lo más que se llegaba
era a la riña entre vecinas
aunque luego los maridos
las retornaban amigas.

Y así entre mocos y tundas
nos iba pasando el tiempo
más llegó la democracia
y todo se fue jodiendo.

Y no es que servidor sea
proclive a las dictaduras
mas con más educación
habría menos caraduras.

Bendita la democracia
y el sabio que la pa.rió
mas la honradez en el trato
nunca nos perjudicó.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
13-12-2018 20:47

Muchas gracias, Oncina. Te agradezco sinceramente tus palabras. No es poca cosa (baladí, dicen los tertulianos) poder llevar algo de diversión y regocijo a quienes nos leen. Me comprometo a, como mínimo, dos entregas más del tema. Después "on verra"; dependerá de la capacidad de mi voluble musa. Gracias, amigo.

Oncina
Oncina
12-12-2018 23:32

Me he divertido mucho, Miguel

Espero una continuación, ¿Qué será del pobre Teo (ya le he cogido cariño y acortado el nombre) en ese pueblo inhóspito?
Me has recordado a un cuento dentro de El Quijote con adulterio de por medio. Creo que había un juicio, me acuerdo porque mi profe de literatura (extremeño, por cierto) nos hizo representar el juicio del que saldría absuelta o castigada la buena mujer.
Una historia con miga, me tocó interpretar al buhonero (por desgracia solo en el juicio) y no había hecho los deberes, no me había leído ni una letra del capítulo y tuve que improvisar.

Bueno, me he ido por las ramas bastante jajaja, pero sigue que aquí tendrás un lector interesado.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
12-12-2018 14:55

Como siempre, leerte es un gustazo, y mucho más cuando se trata de un divertimento, que promete en esta primera entrega una gozada.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
08-12-2018 21:50

Por orden: 1º.- Perdona, J.J. esta interrupción en tu "goteo poético", debido a la reestructuración del hilo. Pero tienes todo el portal para seguir "colgándote" y además quedas invitado a participar en estas alocadas y alucinadas historias que despuntan como nuevo verdor del foro.
2º.- Como lo prometido es duda (sic) aquí dejo la primera y más elaborada parte de mi obra de juventud "El Prostituto", que tantas alegrías me dio y espero me siga dando. Sólo alegrías, nunca derechos de autor. Si seguís, a pesar de ello, como miembros de este foro, Rayuela, espero publicar otras dos partes no pudendas de esta carnavalesca historia de nuestra España ambulante. Se abre el telón.

EL PROSTITUTO (1)

Aquel pueblo estaba a caballo entre la fábula y la tragedia. Todos sus habitantes, al menos los más representativos, disfrutaban o padecían peculiaridades que los hacían singulares, algo anómalos. Así el cura, viejo teósofo; la pareja de guardias civiles, reputados cómicos de la legua; el maestro de escuela, anarquista de maneras dieciochescas o el pastor de ovejas, profundo conocedor de la filosofía existencialista, curandero y experto en pócimas y brebajes. Quedan el Alcalde y el cacique, que además de coincidir en la misma persona representaban en las fiestas del pueblo, por separado, los papeles de Don Quijote y Sancho Panza, en versión para la ópera bufa “Don Chisciotte alle nozze di Gamaccio”, con libreto de un tal Esteban Ferrero, vaya usté a saber, con episodios musicales a cargo de la Banda Municipal, integrada por internos del oligofrénico del pueblo de al lado.

Entre aquel paisanaje vino al mundo Teodulfo Sangróniz, hijo del pecado y de Doña Baudilia Fuentidueñas, su señora madre. Su padre, marino mercante, que siempre fue un poco buscavidas, persona a quien el pueblo se le antojaba insoportable, se lo encontró en casa a la vuelta de una expedición a las Islas Feroe, islas que entonces, como ahora, estaban en el fin del mundo. Hombre de natural tranquilo no quiso asesinar a su infiel esposa, que es lo que hubiese sido políticamente correcto, bien visto y perdonado por la sociedad rural en la que vivían, vengando así el baldón que esa infidelidad arrojó sobre el escudo de armas, barrado en gules, con ciervo en sinople, pasante con astas ramosas en oro, de la familia.

Pero la enclaustró en un enorme caserón aledaño al pueblo, junto al arrabal, cuidada por dos mujerucas medio brujas que, para desmotivarla de aquellos desmedidos apetitos de la carne que fueron la causa de su caída y, como consecuencia, del nacimiento de Teodulfo, la sometieron a un riguroso régimen alimenticio, que determinó en poco tiempo que aquella lozana mujer, de curvas suculentas y alegría contagiosa, pasase a ser una especie de deforme imitación de mujer rubensiana, excepto en sus carnaciones y lozanía exultantes, como era fama que tenían las felices hembras de aquel pintor, barroco y vitalista.

Gorda, fofa y ojerosa, Baudilia Fuentidueñas, la madre de Teodulfo, que fue tan voluble y casquivana, ya no era, ya no podría volver a ser el objeto de pasión de ningún otro buhonero trashumante y desvergonzado que la volviese a preñar. Su cuerpo apetecible ya no sería dádiva generosa a cambio de una noche de pasión.

La criatura fue entregada al cuidado de dos hermanas de su padre, solteronas y beatas, que siempre vieron en aquel hijo del pecado un motivo de redención de su propia esterilidad y falta de productividad como madres. Teodulfo se crió físicamente sano y fuerte y anímicamente desvaído y con tendencia a la melancolía.

Con ellas practicaba toda clase de rezos, jaculatorias, triduos y novenas que sus buenas tías le imponían, pensando que, por aquello de que la cabra tira al monte, no fuese el mozo a salir otro pendón como su desnortada madre. El sombrío salón de la casona solariega, cuajado de imágenes y altarcillos donde se veneraba, en continua mudanza, todo el santoral en sus más variadas advocaciones, según las necesidades del momento (sequías, plagas, enfermedades) fue el marco donde Teodulfo creció supuestamente protegido de las perversas atracciones del mundo y de la carne.

Pero dejemos por ahora (por estrategia de edición) al joven Teodulfo, constreñido a vivir en aquella rutina, monótona y nada estimulante, que hizo que un día el marido de su madre huyese del pueblo buscando la aventura y ésta, la pobre, aburrida de tanto triduo y tanta novena, cayese en brazos de aquel jovial buhonero que, por una sola noche, la hizo tan feliz.

(continuará)

Paisaje del pueblo donde nació Teodulfo.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
22-11-2018 15:36

Aguijón de alacrán

A mi sobrino: Juanfri.
Acaba de cumplir
la mitad de mis años y
lo agobia la edad y una cana.



El látigo de la edad impone el ritmo a la vida. El almanaque transcurre inflexible y nos obliga a ver desde esquinas distintas el camino que atravesamos. El yugo de los imprevistos, la fuerza de lo inevitable frente a la incertidumbre del próximo acontecimiento, nos asigna el ángulo de mira que corresponde, siempre bajo el tono de amargas sincronías. La carga de los años nos obliga a mantener una posición determinada, una actitud acorde con el peso de la edad para enfrentar los sucesos que nos tocan vivir.

La vida dividida en etapas, en ciclos, en épocas, se diluye con el paso de los días que minan nuestros impulsos, doman los bríos y nos obligan a aceptar, casi con indiferencia, esta lamentable condición donde imperan los achaques, el cansancio, el abandono.

A mis setenta años cumplidos no puedo negar que estoy viejo, que las arrugas han desdibujado el rostro, tanto, que dan pena, y no me dignifican. Que las fuerzas físicas me abandonan y me llevan a escandalosos límites de decepción. Yo intento sobreponerme, mantengo el optimismo intacto y acepto sin miedo la disminución de mis condiciones: He perdido los reflejos y corro el riesgo de caerme en cualquier momento, los huesos se han convertidos en bolsas de harina y en la noche, debo levantarme dos o tres veces para orinar.

A una hora imprecisa, la fuerza de la costumbre condiciona los sentidos y me despierta la urgencia de ir al baño. A diferencia de otros viejos, no tengo la costumbre de utilizar pijamas y duermo en calzoncillos, tampoco uso pantuflas y no pierdo el tiempo buscándolas en la oscuridad. Salto de la cama y al poner el pie en el suelo un pinchazo en el dedo me hace levitar, pero no puedo detenerme, renqueando y de cualquier manera llego al baño para terminar orinando sentado.

Estoy seguro que me picó un alacrán, una gota de sangre mancha el dedo gordo, el veneno avanza y el dedo se calienta, siento el aguijón enterrado bajo la piel. Debo encontrar el alacrán, es importante llevarlo para que lo examinen y me apliquen el antídoto correspondiente. Enciendo las luces, busco con desesperación por los rincones de toda la casa, el animal ha desaparecido, pero el dolor se mantiene.

Me visto y logro calzarme los zapatos, debo llamar a un taxi que me lleve a la clínica, a mi edad y con fallas de la vista tengo expresamente prohibido conducir en las noches.

En urgencias le explico al Doctor que debo tener el aguijón de un alacrán en el dedo, me mira con desconfianza, casi con burla. No me cree. Es otra de las desventajas de llegar a viejo, no nos creen y dudan de nuestro buen criterio.

El Doctor ordena una ecotomografia de partes blandas. En silla de ruedas me trasladan a un cubículo y me realizan el examen, el Doctor pasa por el dedo afectado la esfera de un grueso lápiz conectado a una pantalla, en donde se refleja la imagen de un cuerpo extraño, lineal, ecogénico, de 16 mm de longitud y 1 mm de ancho, localizado a 2 mm de la superficie cutánea. Me llevan a pabellón y en un procedimiento quirúrgico logran extraerme una aguja de coser.

Dos días atrás había pegado un botón a una camisa y en un olvido involuntario, dominado por las prisas, por la indolencia, ganado por la desidia, no me tomé la molestia suficiente para buscar la aguja que cayó al suelo y terminó clavándose en el dedo.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
22-11-2018 15:34

Era: Dominas la técnica a la perfección y aprovechas, con palabras medidas, un instante de duda, para pasearnos por la vida toda de una mujer y nos dejas la puerta abierta de la esperanza. Gracias.

Eratalia
Eratalia
21-11-2018 22:13

Inauguro la sección con un relato antiguo mío que escribí hace tiempo, solo para ubicar la sección.Aquí os lo dejo:

Hacia quién sabe dónde

Alargó una mano trémula hacia el pomo dorado que se mostraba ante ella tentador, lo asió con cuidado dispuesta a girarlo, pero algo la detuvo. No sabía bien de qué se trataba, quizás era solo una vaga sensación que la demoraba y la sumía en la duda. Quería hacerlo, de eso estaba segura, ¿pero por qué aquella falta de decisión? Miró hacia atrás por encima de su hombro, como atisbando su propio pasado…
Aquellas largas tardes con Marta acudieron a su mente, aburridas, pero relajantes… Marta, tantos años con ellas, su amiga y confidente. Su madre, mayor y enferma requería toda su atención y cuidado y así ella se había visto relegada a un puesto de hija amante y servicial olvidando su vida propia, ya inexistente y le causaba pena.
Sacrificar unas horas a la semana por su amiga tampoco era tan grave, e incluso se sentía bien acompañándola, le reportaba una especie de paz, de estar a salvo. Sus tertulias junto a la mesa de camilla, en las que se contaban sueños y deseos, ilusiones y penas, frustraciones y miedos, eran como una verdadera terapia que las mantenía unidas.
Luego apareció él, Marcos. Marcos se volvió para ella como una insustituible droga, le colmaba el espíritu y las ansias, su cerebro y su corazón rebosaban bendiciones, era su “todo” vivido y disfrutado cada día, era su complemento, su guía, su norte y su faro, su deseo de futuro y su olvido de pasados menos propicios, su felicidad, en suma.
Después, no quería recordar el resto… estas personas no formaban ya parte de su vida, ahora estaba sola, sola e indecisa ante el pomo dorado tentador que se ofrecía a su vista como algo inquietante, pero quizás lleno de esperanzas.
¿Dar el paso? ¿Permanecer en su segura y cotidiana vida? Se demoró un minuto más, como despidiéndose de aquella habitación, testigo mudo de risas y llantos, y por fin, con un golpe seco de muñeca, lo giró…


Con rimas y a lo loco
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