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TALLER DE RELATOS
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
08-10-2014 20:56

No entendí bien si el trabajo era una obra de teatro desarrollada en el Metro o de tema general. Me ha salido este lacrimoso dramón de fin de siglo; nada tiene que ver con el Metro... o tal vez sí. Que os guste.

Título:
LA LIBERTAD Y LA MUERTE.

ACTO ÚNICO.
Escena primera.

Al alzarse el telón el escenario está en semipenumbra; representa una calle en alguna zona portuaria, un rincón en el que un cafetín, cuyas vidrieras discurren paralelas a la línea de la escena dejan ver un interior con un ambiente alegre y zafio; la clientela canta y bebe despreocupadamente. La luz del interior ilumina la acera de la calle, brillante por la humedad de la noche; la calle y la acera quedan así en primer plano; en medio de la acera se alza una farola con alguno de sus cristales rotos; su luz, junto a la que proviene oblicuamente del cafetucho, son las que producen la escasa iluminación de la escena. Del interior del cafetucho salen ruidos de risas, voces y alguna música de acordeón. Una mujer con el tópico atavío de las prostitutas callejeras camina contoneándose exageradamente alrededor del farol. La mujer viste un aparatoso chal que rodea su demacrado cuello, uniéndolo con el fuste de la farola, como si estuviese atada a ella con esa prenda en una forzada espera; fuma compulsivamente.
Aparece por el foro derecho un hombre, un marinero, con evidentes síntomas de embriaguez. Viste un grueso chambergo del que, de uno de sus bolsillos, sale una botella de vidrio.

Hombre.- Hola, Nadia. Mala noche para cazar lobos ¿eh? (Tose ruidosamente.)

Nadia.- Vaya, Vlad. Te hacía en la cárcel todavía. Pero me alegra verte de vuelta por tus reinos. (Da una profunda bocanada al cigarrillo, ya casi agotado.)

V.- Pronto volveré a la jaula, ya sabes. No se me da bien la libertad, esta libertad. Prefiero la libertad del barco, enjaulado en la inmensidad del mar; como la tuya, unida siempre a la farola con esa tela astrosa que parece que te nace del cuello. Allí, al menos, no me encierran si armo bronca. Me prefieren suelto para aprovechar mi fuerza. (Ríe.)

N.- Mi libertad, qué ironía, Vlad. Mi libertad es la que vosotros me permitís, sólo soy libre cuando no me usáis; por eso prefiero recordarlo con esta atadura, suave pero firme, de la que sólo me libro cuando os acompaño para satisfaceros en esa especie de pocilga donde nos revolcamos. La libertad que dáis los hombres a las mujeres. ¿Hoy no me necesitas? Te puedo acompañar gratis, por los viejos tiempos...

V.- Hoy no, Nadia. Hoy he venido para arreglar ciertas cuentas ahí dentro, en cuanto me emborrache y recupere mi valentía. Hoy, contigo, sólo podría llorar. Llorar por nuestras vidas que pudieron ser felices y quedaron como las manchas de grasa difusas, informes, que flotan en estas aguas. ¿Cuántos años, cuantas vidas llevamos juntos sin unirnos, Nadia?

N.- Ya vale, Vlad. No insistas en el pasado que fue y nos hace ser lo que ahora somos. Todavía me queda mucha noche y tal vez tenga que dar alguna alegría a alguien menos triste que nosotros.

Vlad acaricia con gran ternura la mejilla húmeda de la mujer y entra en el cafetín.

Por el mismo foro derecho que accedió Vlad entra Don Álvaro, personaje aristocrático, envuelto en su amplia capa de paño de Béjar, con forro de terciopelo rojo. Lleva un fino bastón de madera de ébano, que toma con fuerza por su empuñadura de marfil. Recio, erguido, seguro de sí mismo avanza sobre Nadia, que se arrebuja en su chal.

Don Álvaro.- Mi pequeña Nadia, siempre bella y a la interperie, como las rosas silvestres. Permíteme inclinarme ante tí, oh diosa.

(Hace una profunda reverencia, trastabilleando al hacerlo.)

N.- Alvarito, mi buen marqués, mi protector en las noches de luna clara; siempre borracho ¿no es así?
(Sonríe ampliamente mostrando sus encías rojas y descarnadas. Tiende una mano enguantada a Don Álvaro.)

D.Á.- Es mi estado natural, Nadia querida. Si a mi sangre le faltase ese componente alcohólico, sería la sangre pura de mi raza, de esa raza detestable que ha corrompìdo a seres tan divinos como tú. Entonces sería un pobre lobo sediento de otras sangres, de la tuya, por ejemplo; déjame con mi continua borrachera. Es mi forma de ser libre. Es como ese chal que llevas atado a tu cuello y te une a la luz. ¿Quieres ser tú mi luz, Nadia, mi amor de las madrugadas?
(Hace ademán de abrazar a Nadia, pero abraza únicamente a su delgado bastón.)

N.- Álvaro, ten cuidado. Dentro te esperan. La noche está cargada de presagios de muerte. Las risas de los borrachos suenan tristes y el acordeón canta destilando las penas que duermen en su alma. Ten cuidado.

(Don Álvaro acaricia la mejilla de Nadia, la misma mejilla que acarició Vlad y con la misma temblorosa ternura. Entra en el café por el forillo que disimula la puerta.)

Escena segunda.

El mismo decorado. A la escasa iluminación se ha añadido la luz de la luna, que empieza a asomar sobre la negra línea del horizonte, quebrado, irregular, que definen los edificios de enfrente. Desde el interior del cafetín se oye un estruendo de voces, ruidos de vidrios rotos, golpes y una confusa algarabía, como si dentro se luchase. Alguien golpea la lámpara colgada del techo, que se apaga. La escena sólo queda iluminada por la luz de la farola y la de la reciente luna, cerúlea, triste. Al cabo, unos hombres sacan del interior el cuerpo exánime de otro. Se trata de Vlad, moribundo, con una tremenda navaja clavada en el abdomen. Lo extienden sobre unas redes de pesca, cerca de la farola. Nadia lo contempla horrorizada. Pero enseguida aparece otro grupo que llevan casi en volandas el cuerpo de Don Álvaro, desprovisto de su capa, con la camisa ensangrentada. Aferra en su mano enguantada un estoque de acero que llevaba oculto en el bastón de ébano. Lo depositan con sumo cuidado junto al cuerpo de Vlad, sobre las redes. Nadia se desprende de su chal atado a la farola y se aproxima a los dos hombres.

Nadia.-(arrodillada entre ambos y tratando de cubrir los cuerpos con sus brazos.) ¡Álvaro, Vlad! Oh, dios mío ¿qué es esto, que tragedia ha ocurrido ahí dentro?

Vlad.- (con voz muy débil y entrecortada). Nadia, mi querida niña, ya no tienes que preocuparte por mí; ya soy libre por fin. Ya no volverán a encerrarme. Gracias a tí he ganado mi libertad. Tengo frío, mucho frío... Nadia... bésame... tu último beso... (Nadia besa a Vlad apasionadamente, pero se retira lentamente, sollozando. Vlad ha muerto.)

Una mujer, cliente del café.- Nadia, querida. Alguien te insultó ahí dentro. Vlad y Don Álvaro hablaban en una mesa del fondo; algo tramaban. Pero al oír cómo te insultaban ambos de levantaron y fueron contra quienes lo hacían. Vlad rompió una botella que llevaba y quiso utilizar el casco roto como arma. Apenas pudo llegar. Uno de aquellos hombres le clavó su navaja en el vientre. Cuando Don Álvaro vio como caía su amigo se revolvió como un tigre y desenvainó un estoque que llevaba oculto en su bastón. Pero eran demasiados y él estaba bastante bebido. Creo que hirió a tres de ellos, pero finalmente también lo acuchillaron.

Nadia se abraza a la mujer, que la sostiene suavemente. Después se vuelve a Don Álvaro, agonizante, que sangra por varias heridas en los brazos y el pecho. Se abraza a él.
La luna, redonda y trágica, como una inmensa lechuza, asiste callada con su luz más triste al drama de aquellos seres humanos, a los que la Muerte viene a liberar de sus prisiones.

Nadia.- Don Álvaro, mi fiel y querido Álvaro ¿qué te han hecho?

D.A.- Oh, Nadia, Nadia; cuanta razón tenías. La noche estaba cargada de presagios de muerte. Pero ha merecido la pena: utilizar mi espada por defenderte, como hubiese hecho cualquiera de mis antepasados. Ya me has liberado de mi estigma de cobarde.

Nadia.- Calla, Álvaro, por dios. Tú eres fuerte; yo te cuidaré y te sanaré. Aún es posible...

(Don Álvaro la interrumpe poniendo su mano ensangrentada sobre la boca de Nadia. Al retirarla las huellas de sangre hacen parecer el rostro de Nadia como el de un trágico pelele, embadurnado de coloretes y potingues.)

D.Á.- Nadia, mi amor más puro, la mujer que he querido sobre todas las demás. Tú has decidido que te amase tal como eres, como te conocí, vendiendo tu cuerpo en este infame lugar. Nunca aceptaste venir a mi mundo, a ese mundo de oropeles, cinismo y artificios, en el que sabíamos que no seríamos felices, que nunca te aceptarían. Pero siempre supe que tu alma era mía.(La voz de Don álvaro se debilita, se entrecorta.) Ahora ya todo será posible. Volarás conmigo a ese otro mundo maravilloso que soñábamos en nuestras madrugadas apasionadas, las que me concedías cuando habías acabado tu trabajo. Ya nunca nos avergonzaremos, tú, pobre prostituta y yo, un truhán desclasado, oprobio y baldón de unos apellidos nobles. Siempre te acompañaré con orgullo por las avenidas celestiales, siempre, siempre, eternamen...
(Don Álvaro no puede terminar la frase y muere en brazos de Nadia.)

Otra mujer entrega a Nadia la capa de Don Álvaro. Nadia se abraza temblorosamente a ella y finalmente la extiende, cubriendo los cuerpos de ambos hombres, mientras llora con mansedumbre. El músico del acordeón se une al doliente grupo y, milagrosamente, hace sonar el viejo instrumento de un modo maravilloso. Nadia se incorpora, traza unos pasos de baile y se dirige a la farola, a la que se vuelve a atar desde su cuello con su viejo chal.

TELÓN

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
05-10-2014 13:24

Queridos amigos y amigas. Aunque la propuesta es mía, he de decir que esta es mi primera incursión en el mundo del teatro, y esto es lo que me ha salido.

Obra de teatro corta.

Título: La gente del metro.

Autor: Gregorio Tienda Delgado.

Personajes: Narrador, Tomás, una señora con abrigo azul, una chica con gafas, Natalia, hombre que habla a los viajeros.

Escenario: Un vagón de metro.

VAGÓN DE METRO ESCENA I

Narrador: Tomás Fernández Belmonte, viaja todos los día en metro. Llega a la estación, y como si de un telón se tratara, se abren las puertas del metro y entra con los demás, pasajeros. Dentro del vagón, Tomás observa la escena que ofrecen los viajeros: una señora de abundantes carnes con abrigo azul, va empujando con constantes e inquebrantables esfuerzos por lograr un asiento libre. Él la mira con cierto desdén.

La señora: ¿por qué me mira tan descarado? ¿Le molesta que me siente?

Tomás: No, señora. Me moleta su comportamiento. Con amabilidad se consigue el beneplácito de los demás.

Narrador: Una chica con gafas que no le ha dedicado una mirada, pese a sus intentos, interviene.

Chica con gafas: Tienes razón joven. Si pretendemos la igualdad entre hombres y mujeres, no debemos exigir privilegios.

Tomás: Gracias, ¿te importa que me siente a tu lado?

Chica con gafas: Por supuesto que no. Además, estamos en un vagón al servicio público. Puedes sentarte donde quieras.

Narrador: La señora la mira con desprecio, pero no dice nada. Tomás intenta seguir la conversación con la chica, pero ella se levanta para bajar en la próxima estación.

Tomás: (mientras la cica espera) Siento que bajes tan pronto; me gustaría seguir hablando contigo.

Chica con gafas: También a mí me gustaría, pero tengo que bajar. Quizá otro día.

Narrador: Se abren las puertas, la chica baja y se despide con un gesto de su mano. Tomas sigue observando la escena que los viajeros interpretan sin ser conscientes de ello; un chico con los auriculares que duerme, un avinagrado tipo que da codazos para situarse. Algunos se quitan las legañas, otros leen el periódico. Hay más gente dormida. La mayoría están ahí sólo físicamente, son transportados hacia el trabajo e intentan tener la menor conciencia de ello. Para Tomás, observar a la gente, es muy divertido. Observarlos mientras duermen le parece un regalo. Es como entrar en sus dormitorios, encender la luz y ver lo que sólo sus más íntimos tienen derecho a ver sin que lo noten, sin que les importe nada. Una chica duerme plácidamente, con la sonrisa en su cara. Parece que nada puede perturbar su sueño y que no puede haber hecho nada malo en su vida. La ve sentada, con la cabeza apoyada en el respaldo del asiento y cree, algo le hace creer que la conoce. Se sienta junto a ella. Justo en ese momento se despierta. La observa mientras intenta recordar. Quiere hablarle.

Tomás: Hola. Perdona, te he despertado sin querer. Me llamo Tomás Fernández Belmonte. Creo que te conozco, aunque no sé de qué ni de dónde.

La chica: Pues, yo me llamo Natalia Fuentecilla Agüera. Y… no recuerdo haberte visto. No te preocupes, por haberme despertado, pronto he de bajar.

Tomás: Me cuesta hacer memoria, pero sé que te he visto antes. Tal vez en algún bar, quizá en una biblioteca, o en uno de los muchos trabajos que he tenido. No veo el momento con claridad. Recuerdo tus ojos. Sí, son los mismos, de eso no tengo duda, que una vez se cruzaron con los míos. Sé que hubo al menos un momento en nuestras vidas en el que estuvimos juntos, como ahora, y hablamos, sí, hablamos...

Natalia: Lo siento bajo en esta estación.

Tomás: Espero verte mañana.

Natalia: Creo que sí.

Narrador: El tren cerró las puertas. Tomás la siguió con la mirada, abstraído, con la esperanza de volverla a ver…

VAGÓN DE METRO ESCENA II

Narrador: Justo cuando Natalia ha bajado, un hombre interrumpe su grato momento

Hombre: Buenos días, señores y señoras. Me llamo Bienvenido, (añuque pera ustedes no lo sea), y llevo tres años en el paro. Perdónenme por las molestias que pueda causarles a esta hora tan temprana. Disculpen que hable con voz tan alta, pues, quiero que me escuche todo el pasaje del vagón. Como les decía, no tengo trabajo. Sé que esto a ustedes no les importa, cosa que entiendo. A mí, tampoco me importaban los problemas ajenos mientras tenía suficiente para mí y los míos. Sí. Este hombre que altera su tranquilidad, tenía trabajo, una casa y un coche. Sí, yo tenía televisión y a mis hijos no les faltaba nada. ¡Ay, mis hijos! Pobres. ¡Tengo dos! El mayor se llama José. Es un niño muy bueno... Y la niña, ¡mi princesita! Se llama Carmen, como su madre. Ella es muy pequeña para enterarse de lo que pasa, cosa que agradezco, ella no sufre las malas noches que hemos sufrido los demás en estos últimos meses. Veo que ustedes no me miran. Pueden mirarme, no les voy a pedir nada. Sólo quiero que se fijen en mí, en uno de tantos buenos trabajadores que antes ganaba lo suficiente para vivirla, y ahora esta maldita crisis les ha dejado sin nada. Y es muy duro que con treinta y cinco años, me sea imposible encontrar trabajo. Lo he intentado todo para conseguir comida para mi familia; he pedido aquí, en el metro, he pedido a la familia, a los amigos… que ya desaparecieron hace tiempo. Malvendí las lo que teníamos antes de que nos embargaran la casa, volví a la casa de mis padres, y mi mujer se llevó a mis hijos al piso de los suyos. Pero no quiero aburrirles. Deseo no molestarles demasiado. Mírenme, fíjense bien y no vean en mí sólo a un hombre. Vean a más de cuatro millones de personas en paro, y a una sociedad que se va a pique. Mírenme, despacio, quédense más que con mi cara, con mi expresión de tristeza. Y cuando salgan a la calle, busquen a esa gente que les recuerde al tipo loco que les ha perturbado la mañana, y ayúdenles porque lo necesitan. Háganlo antes de que sea tarde, antes de que se encuentren como yo, en esta irreversible situación de absoluto desahucio humano y personal. Muchas gracias, señores y señoras. Ha sido un placer conocerles. Hasta siempre.

Narrador: El hombre termina su triste monólogo al llegar a la estación y baja.

CAE EL TELÓN…



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
30-09-2014 17:40

Apreciados amigos y amigas. En esta etapa, 4 relatos.
Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.

Esta es la evolución del taller desde que lo iniciamos el día 25/05/2012.

6-5-7-5-4-6-4-4-4-5-5-2-6-6-7-5-6-6-6-7-6-4-3-2-8-9-9-8-8-8-7-8-7-5-5- 3-6-5-4-4-5-3-5-5-5-4—251 relatos.
Saludos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
30-09-2014 07:19

Un Camino en Medio de la Crisis

Miro este mar tranquilo, sus azules y verdes me remiten a obras de arte, inmediatamente los fogonazos de una lista con nombres de artistas plásticos conocidos y también de algunos desconocidos, que prometen desde su propuesta pictórica me deslumbran como si se tratara de un flash que se mantiene encendido con sus letras fosforescentes.

Mis ojos educados emiten ondas a alguna parte de mi cerebro, que automáticamente conduce el pensamiento sin bozal a estas asociaciones, se basan en el conocimiento y las nociones superiores sobre colores, texturas, combinaciones extraordinarias de profundidad, movimiento y todos los detalles relacionados con el arte de pintar.

De la mano de mi abuelo conocí el oficio de restaurador y aprendí que pequeños detalles, descuidos imperceptibles dejados por el artista son capaces de dañar una obra. De su corazón generoso aprendí a vivir con alegría y a enfrentar las situaciones que se presentan con firmeza y decisión.

Mi abuelo se hizo cargo de mí cuando mis padres faltaron y decidió morirse según su criterio cuando viera mi futuro asegurado y lo cumplió a cabalidad.

Yo emprendí una vertiente diferente en ese universo de la restauración de piezas de arte y me especialicé en plástica, en pintura y pintores, con los años, la experiencia, investigación y mucho estudio me hice un nombre, soy un experto en las artes plásticas, sus exponentes, tendencias y con facilidad puedo avizorar el futuro de un artista, he desarrollado un sentido extraordinario para descubrir talentos ocultos y mi voz es escuchada con atención de perito. Con frecuencia soy llamado para certificar la autenticidad de alguna pieza, para recomendar la compra de una obra, y lograr la garantía de un negocio de amplios y variados beneficios. Mi nombre Abelart Amat y mis opiniones son respetados en este mundo de amores con cuchillos.

Frente a este mar, frente al sol que se oculta dejando en el cielo los restos desperdigados de una explosión de ocres, naranjas y violetas entierro, hundo, sumerjo, ahogo en estas aguas, en la profundidad insondable de lo desconocido ese catalán que fui. Trabajador hasta la sangre, hasta el dolor, honesto conmigo y también con los otros, hasta ese día que las torvas agujas de relojes ajenos que señalan el tiempo inexorable del destino, marcaron mi hora menguada, mi perdición.

Llegué al Caribe, a esta costa colombiana, por ese apego sentimental a las Ramblas que no pude arrancarme de la suela de los zapatos, y también a ese pedazo de mar que mi abuelo llevaba en los ojos, y en el que deposite mis extravíos. Ese otro mar en Barcelona, con su incansable ir y venir de olas coronadas con espuelas plateadas, me entregó una salida. Ese mar me mostró un enrevesado camino de vientos encontrados y peligros, que me trajo a estas costas salitrosas, envueltas en una brisa inquieta, impetuosa, capaz de convertirse en huracán. Esta playa es el final de un viaje que inicie con múltiples y variados destinos, un viaje decididamente sin retorno, que me permite desaparecer tragado por la distancia y el olvido.

Hice de los museos una casa franca de puertas abiertas. De las Galerías de Arte, amables y lucidos lugares de encuentro con el futuro y sus innumerables posibilidades. De algunos entrañables Bares espacios abiertos para las tertulias y citas de intercambio de saberes, de inteligencias y también, porque no decirlo ahora, el sitio ideal para ligar por cortos periodos y hacerle trampas a la soledad, que de vez en cuando muerde los costados mejor acerados.

Se hace tarde, camino descalzo por la playa y dejo que las olas borren mis huellas. Allá en Barcelona vivía con la ilusión de dejar una impronta, cultivé con esmero y dedicación un nombre, me convertí en una referencia obligada, tuve una hermosa casa y la perdí. Un bar rentable que significaba la tranquilidad de una cómoda vejez y se lo comieron lo buitres. Ahora vivo en el extremo contrario, borrando huellas, desapareciendo cada noche, para renacer como una entidad nueva cada mañana.

En ese afán de mantenerme como un catalán responsable, de hacerme de un estatus, de construir una solidez de cuentas abiertas, una enorme seguridad que ofrecer, postergué la compañía duradera, perdurable y ahora mis amores y mis necesidades son obligatoriamente fugaces.

Amigo del Director del Banco, un avaro coleccionista de arte para la especulación, tenía una línea de crédito abierto y logré obtener un lindo departamento y un Bar que él mismo me recomendó que comprara en un remate y el Banco los avales necesarios con la firma de las correspondientes hipotecas.

Las letras en los periódicos sobre una crisis financiera fueron aumentando de tamaño y se convirtieron en titulares que duraron semanas, pensaba que mi seguridad era a prueba de crisis hasta que entendí, tarde, que todos somos susceptibles de entrar en crisis para no salir jamás. Hablé con mi amigo el Director del Banco y me explicó que mis deudas se habían convertido en lo que ellos y los economistas llaman “Deuda Balón”
Lanzas el balón contra el piso y llega hasta tus manos, pero el próximo rebote te sobrepasa unos centímetros y el otro está unos metros por encima de ti. Un balón del que perdiste el control y con cada rebote la deuda crece. Para el mes que viene tu deuda es el doble de lo que pediste y dentro de seis meses se habrá incrementado en un quinientos por ciento. La única salida es cancelar cuanto antes toda la deuda.

Tengo que tomar algunas decisiones. Encontraré una salida le dije, y sin saber qué hacer caminé por las Ramblas hasta esa punta de mar y el ronco sonido de las aguas, su lucha incansable por llegar a la orilla me abrió un camino para llegar hasta este otro mar, en el trayecto perdí el nombre que había construido y tomé uno prestado, total, de aquí en adelante la vida comienza y termina cada día.

Durante una semana abrí el Bar para amigos, conocidos y desconocidos, con la barra libre, en el calor del alcohol que rueda sin costo, y corre por gargantas sedientas, vendí, rematé, regalé y subasté absolutamente todas mis pertenencias, me quedé con un traje y unos jeans. Cuando ya no quedo nada más que beber pagué y liquidé a los empleados con largueza y cerré el Bar a esperar el embargo.

El traje lo utilicé por última vez el día que visité a mi amigo, el Director del Banco. Le llevé dos lienzos rectangulares de sesenta por cuarenta de un artista que sabía le interesaba, los extendí sobre la mesa y dicte mi última conferencia magistral sobre el artista, su obra y las ganancias exponenciales que significaba la propiedad de estas extraordinarias pinturas. Certifiqué su originalidad y le comenté que su venta me permitiría cancelar la deuda con el Banco.

Discutimos el precio con la frialdad de los negocios, cada quien jugó sus cartas y finalmente accedí a bajar hasta un veinticinco por ciento con el pago inmediato y de contado.

Antes de salir de Barcelona le pagué al copista que había contratado para que hiciera los cuadros y sin remordimientos inicié el viaje que me trajo a esta costa colombiana.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
24-09-2014 19:59

SIEMPRE HUBO EMPRENDEDORES.

España, Año del Señor de 1.645. En el camino real que une la Ciudad de Zaragoza con la capital del Reino, Madrid, sobre las parameras de Soria, a la altura de la población de Medinaceli, sede del Señorío Ducal de Medinaceli, famosa por sus casas-palacio blasonadas, refugio de viejos nobles y espíritus elevados que huyen del mundanal ruido confiando que, desde aquellas alturas y a través del límpido cielo castellano, están más cerca de Dios; allí, en aquellos silencios que eran fondo y mar de los ruidos apacibles de la Meseta -los balidos de las ovejas, el paso cansino de las recuas y algún alborotado rodar de las diligencias que unían las ciudades y pueblos más importantes de aquel Real Camino, desde Barcelona hasta Madrid, la nueva capital de aquellos depauperados y nobles reinos- se encuentra una antigua venta, que estuvo regentada por un payés catalán, el cual payés, huyendo de las guerras y pestes que asolaron las tierras catalanas desde la “Revuelta de los Segadores”, en aquel infausto Corpus de Sangre de 1.640, eligió ese punto del camino para establecer un nuevo negocio, el de ventero, del que desconocía todo, salvo lo que pudo aprender como mozo de mulas en su tierra natal de Lérida.

Abelard Amat; así se llamaba nuestro personaje, el payés convertido en un recio y simpático hostelero. Abelard es, efectivamente, joven y fuerte y su simpatía le hace granjearse pronto buenos y fieles amigos. Contra el estereotipo que en Castilla se tiene sobre el carácter egoísta y huraño del catalán, Abelard anteponía su carácter abierto, jocoso incluso, compartiendo mesa y mantel con sus huéspedes, ayudando incluso al desvalido. Él conocía de sobras la dureza de los tiempos, pues hizo su particular peregrinaje desde Lérida hasta Medinaceli en duras jornadas a pie, alimentándose con lo que podía ganar ayudando a los campesinos o mendigando las más veces en los tornos de los conventos, abundantes en la época. Sólo su complexión robusta y su optimismo le permitieron llegar sin desánimo al punto en el cual el Destino le había reservado su lugar bajo el sol. A veces pensó en tomar el servicio de las armas; las guerras en Europa, con la vecina Francia, o la aventura americana eran un aliciente para ello. Pero su natural pacífico y el respeto innato que sentía por sus prójimos le hacían repudiar tan violento y arriesgado porvenir.

Casualmente, en aquella venta, encontró Abelard una especie de nuevos e inesperados padres. Entró pidiendo un mendrugo de pan y algo de agua, a cambio de su fuerza y su habilidad. Eran los dueños de la venta un matrimonio ya de edad, a quienes la guerra y la peste habían llevado de esta vida los dos hijos que tuvieron; el mayor tendría ahora la edad del viajero Abelard. Una suerte de iluminación hizo pensar a los ancianos en la posibilidad de que Dios hubiese atendido sus ruegos y les hubiese enviado la ayuda que les era tan necesaria para acabar dignamente sus vidas, ya tan agotadas por las vicisitudes y las penas. Decidieron probar con aquel joven que la Providencia puso en su camino (o mejor sería decir a la inversa: que les puso a ellos en el camino de aquel joven catalán.) Y como conviene al buen discurrir de esta historia y porque el carácter de los tres personajes era noble y generoso, Abelard Amat, que entró pidiendo caridad en aquella venta, acabó siendo su dueño, en calidad de hijo adoptivo y heredero universal de los buenos ancianos que lo acogieron.

Pasaron los años y el buen hacer del catalán, la abundancia de sus yantares y su simpatía y franqueza en el trato con los viajeros hizo que pronto la fama de aquella venta se extendiese entre los acemileros y gentes del camino, que procuraban hacer un alto en aquel paraje, al que la industria y laboriosidad de Abelard habían transformado en un lugar acogedor. De los vecinos monjes del Monasterio de Santa María de Huerta, a pocas leguas de su venta, Abelard aprendió ciertas artes culinarias y los rudimentos de curas y emplastes con los que procuraba aliviar los frecuentes problemas sanitarios con los que llegaban los huéspedes.

Pero los tiempos seguían cada vez más duros; las alcábalas y los impuestos que el Rey y los nobles castellanos imponían a sus súbditos eran muy onerosos. El Imperio era un voraz e insaciable devorador de oro y las arcas de aquella aristocracia se vaciaban con presteza. Aunque procuró ajustar sus gastos y hacer todas las economías que pudo, en detrimento de la calidad de sus servicios, lo que le acarreó no pocos conflictos con sus clientes, avisados de la espléndida índole de los que ofrecía la “Venta del Catalán”, como había dado en llamarse, las deudas fueron acumulándose. Los prestamistas judíos endurecieron grandemente las condiciones de sus préstamos. Finalmente, apareció la peste negra que ya estaba diezmando gran parte del país. Abelard había ido aumentando en años, lo cual unido a la vida tranquila y sedentaria que el trabajo en la venta le había permitido en aquellos años de ventura, le hizo perder parte de su natural entusiasmo y energías. Pensó que el final había llegado.

Por edad y convicciones la opción de enrolarse en los Tercios ya no era válida. Madrid, que era la cloaca de los reinos, no le ofrecía ningún atractivo. Mucho menos Sevilla, a pesar de todo el oro que llegaba de las Américas.

Las Américas; conocía muchas historias que narraban los viajeros al amor de los fuegos invernales sobre gentes que se habían arriesgado a cruzar la mar océana. De muchos no se se supo nunca nada más; murieron o no regresaron. De otros se contaban maravillas; volvieron acaudalados señores, algunos hasta con blasones nobiliarios. Por otra parte sus deudas aumentaban y los usureros judíos le apremiaban para los pagos. La venta languidecía de sus esplendores; apenas llegaban viajeros y de ellos algunos se marchaban sin pagar. El pillaje y la ruindad eran frecuentes. Ni la Santa Hermandad, con sus alféreces corrompidos y mal pagados, podía restablecer un orden que estaba disolviéndose en anarquía.

Abelard acudió a sus amigos los monjes de Santa María en busca de consejo y ayuda. Los buenos frailes, que también estaban sufriendo la apretura de los tiempos, le aconsejaron la marcha a América. Aún era joven, apenas cincuenta años, bien conservado; con su simpatía y don de gentes no le sería difícil encontrar acomodo en aquellas tierras nuevas. Siempre que estuviese ojo avizor permanentemente, porque por su carácter abierto podía ser presa fácil de aventureros poco escrupulosos. Tampoco era hombre de espadas, por lo que en ese terreno normalmente llevaría las de perder.

Así que después de entregar sus enseres y propiedades a los judíos usureros para cancelar sus deudas, a lo que accedieron éstos refunfuñando y con miradas llenas de avaricia, hizo su hatillo y emprendió, ahora él, el viaje por las ventas y posadas de aquel largo camino. América era su destino.

De sus privaciones y penalidades hasta llegar al Nuevo Mundo la extensión de este relato no nos permitirá extendernos; sólo quienes estamos interesados en su vida y andanzas llegamos a comprobar, suponiéndolo, que allí encontró fortuna, que vivió y murió en una lejana tierra que para muchos seguía siendo España, pero que no lo era, y que fue feliz. Por la dorada California, por la noble ciudad de Monterrey y otros novedosos lugares encontramos huellas de su paso, del paso de un industrioso catalán que fue creando riqueza: “Rancho Amat”, “Amat Stores”, “Licores Amat, tequilas y pulques” y un sinnúmero de establecimientos con el marchamo de aquel apellido catalán, de Lérida, que aún perduran.

Nuestros actuales gobernantes estarían orgullosos de aquel precursor de emprendedores que hizo Marca España “avant la lettre”. Pero Abelard Amat nunca se sintió orgulloso de aquella patria, España, que le negó el pan y la casa arrojándolo al exilio. Los tiempos no han cambiado.

Nota.- Cualquier parecido con la realidad actual española es intencionado.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
16-09-2014 23:57

OTRA FORMA DE VIVIR.

Me llamo Abelard Amat, y hasta hace poco, era un hombre normal, con un negocio rentable y una buena casa. Un hombre integrado en el sistema, hasta que llegó la crisis. Pero la realidad era, que para montar el restaurante y comprar la casa, firmé una hipoteca bastante elevada, que fui pagando normalmente hasta que los gastos superaron con creces a los beneficios, dejé de pagar y me lo embargaron todo. Pero antes, viendo venir el desastre, vendí algunos objetos de valor que tenía en la casa, y me guardé el dinero. Cuando me quedé sin casa, y sin medio de vida, me compré una mochila, un saco de dormir, y desaparecí…

La oficina de contratación laboral estaba llena de gente cuando un hombre malhumorado salió diciendo que, guardáramos silencio, o nos echaba a la calle. Todos permanecimos callados durante unos minutos, pero pasado ese tiempo volvimos a hablar, y el hombre nos expulsó de la sala. Esa acción me resultó irónica, pues, en la calle llovía torrencialmente y hacía un frío que helaba hasta los huesos. Entonces decidí que ya trabajaría otro día, pues a pesar de que casi no tenía dinero, aun podía subsistir un poco más sin tener que pasar por excesivas penalidades.

Ahora, asumido mi fracaso, me gusta vivir como un poeta. Pues, los poetas sueñan, y a mí me gusta soñar y escribir lo soñado. No quiero decir que sea un verdadero poeta, tampoco un vago, sino que soy un soñador y un caminante de rumbo incierto. Amo la escritura y la singularidad de los versos, tengo un corazón sensible, y por alguna razón que desconozco, la suficiente fuerza de voluntad que me permite ser disciplinado y asentar los pies en el suelo. He descubierto que es maravilloso vagar por el mundo sin más responsabilidad que la del propio sustento. Un día subsisto en una pequeña ciudad, y otro lo haré en una remota aldea. En ocasiones respiro el humo contaminado de la urbe, otras lleno mis pulmones con aire fresco de las montañas y, de vez en cuando, me empapo de la suave brisa en algún pueblecito costero. No soy un errabundo sin más, sino un ser humano que pretende vivir la vida como lo que es, ahora, y no como un hombre artificial dominado por los entresijos y voluntades de sus semejantes. Cuando estoy en el campo, me siento feliz; cuando estoy en la ciudad, también. Y todo eso, con pleno conocimiento de que la dicha no cabalga a lomos de la perennidad.

En esta ciudad, a la que el azar me trajo y cuyo nombre no quiero decir, cuando salgo a pasear embelesado por la paz y la tranquilidad que se respira en el ambiente, me deleito con el azul del cielo que se muestra con trazos de nubes esponjosas y livianas, como si estuvieran hechas de algodón. Paseo entre las antiguas y seductoras construcciones, tan bellas y fascinantes que es un deleite observarlas. Me siento siempre en la terraza del mismo bar, y sueño con plenitud de espíritu. En la mesa, un café, y yo deleitando mis oídos con suaves y apacibles notas musicales. Mañana, o pasados unos días, viajaré hacia algún otro pueblo o aldea. Dormiré bajo el techo estrellado que ofrece el Universo, soñaré con los días venideros, y despertaré acompañado por trinos de alegres pájaros. Me empaparé de bellos recuerdos y sueños futuros. Conoceré gente nueva, trabajaré un día y viviré al siguiente. Pescaré en algún riachuelo, recogeré frutos silvestres, caminaré por primitivas veredas y disfrutaré del planeta en el que tuve la suerte o la desgracia de nacer.

No niego que, de tanto en tanto, vivo momentos de indiferencia y desilusión. No sería hombre si los designios de la vida no me deparasen esas incómodas pruebas que sólo con el aplomo y el arrojo suficientes se pueden superar. Convertir lo negativo en positivo no es fácil, pero tampoco imposible. ¿Cómo quejarme de la lluvia, si calma mi sed y riega los campos donde crece mi sustento? ¿No es acaso el frío una buena excusa para que podamos disfrutar del plácido calor que proporciona una hoguera? ¡No soy pebre de espíritu! Si no pudiera vencer el sufrimiento y mi decadencia con voluntad, jamás me hubiera invadido esa energía que me permite lidiar en un entorno tan hostil. Cuando esa hostilidad embiste sin aviso, me cuelgo la mochila, salgo a la calle y le sonrío a la gente. Respiro profundamente, escribo un poema o un relato en mi cuaderno, cuento hasta cien y me doy cuenta de que el resentimiento se ha convertido en simpatía. Entonces doy un largo paseo, o subo al autobús que me lleva al otro extremo de la ciudad, donde probablemente me entretenga conociendo a nueva gente. O, me dirijo hacia una aldea próxima. Indudablemente, cada cual tiene su método. Para la nostalgia, una dosis de buena música, o un libro para leer, suele ser suficiente.

Soy un hombre resignado a vivir con lo justo, situación que me convierte en rico. Cada día necesito menos, y he aprendido a valorar lo que tengo. No tengo más compañera que mi propia vida, matrimonio hasta que la muerte nos separe. Trabajo lo justo para vivir, y cuando tengo problemas, sueño. Son esos sueños los que mantienen mis esperanzas y las acciones derivadas, las que conquistan mis metas. Dicen de mí que soy un bicho raro, pero también lo raro destila belleza. Sé quién soy, pues nadie me conoce mejor que yo. ¿Por qué se empeña la gente en juzgarlo todo? Quizá porque esas personas jamás se sienten felices por la tristeza airada, el disgusto por el bien ajeno, la envidia. Ese resquemor que nubla la visión e impide ver con sana alegría los logros y triunfos de los demás. Por suerte, a mí nadie me envidia, pues los prejuicios sobre mi estilo de vida, ocultan al ojo ajeno cualquier deseo de imitarme. Tampoco soy un ser envidioso, pues ahora, no hay nada que ambicione.

Resulta difícil sacar una clara conclusión sobre mi transformación. Aquel que lo intenta por el camino fácil, suele darse cuenta, con el paso del tiempo, que no es tan sencillo como parece. Ni siquiera yo, que me conozco bien, soy capaz de desentrañar el dilema. Considerando que la visión global que tengo del mundo, deriva directamente en mi comportamiento rutinario, no podría ser del todo objetivo realizando un análisis claramente individualista. De todos modos, la gran mayoría de las veces, tengo la fortuna de sentirme gratamente ignorado. Eso allana el camino que desemboca en la más absoluta simpleza y evita el siempre temido y nefasto vedetismo. No es la felicidad un sentimiento perpetuo, sino transitorio. La simpleza de las cosas y la visión lúcida del entorno, es lo que hace que me sienta bien, la mayor parte de las veces. Esa sensación me ha llenado de optimismo, ha enterrado para siempre mis preocupaciones mundanas y me ha convertido en lo que soy, sin caer por ello en la inexistencia. Ahora, no tengo teléfono móvil ni ordenador personal. No tengo la necesidad de estar anclado a un lugar. Sólo soy un ser humano sin atributos ni desgracias. Un hijo de la naturaleza, que también llora, porque a veces, llorar libera.
Así es como deambulo por el mundo. Mojándome cuando llueve, comiendo cuando tengo algo que comer, paseando cuando el cuerpo me lo pide; respirando.

Esporádicamente necesito algo de efectivo. ¡Maldito dinero! Entonces me dirijo a alguna fábrica, trabajo en el campo o le hago una visita a algún señor malhumorado. A veces, las cosas salen bien, a veces no tan bien, pero nunca salen del todo mal. Ni siquiera cuando escasea el trabajo en la fábrica, cuando no es temporada en el campo, o cuando el hombre malhumorado me echa a la calle por hablar en su sala de espera…



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
caizán
caizán
16-09-2014 02:05

LOS FUEGOS

El local estaba atiborrado de cosas: mesas, sillas, mostradores, frigoríficos, neveras, ollas, sartenes, vajilla, cocinas eléctricas y a gas, cubertería, manteles, servilletas. Todo era un desorden, se había hecho una gran mudanza y allí estaba: desordenado, amontonado.
Sentado a una mesa, un hombre leía varios diarios. Por entre las mesas apareció otro, alto, atlético y atractivo, sonreía mientras de acercaba, diciendo:-- ¿Somos famosos?
--En singular, Abe, en singular.
--¿Qué dicen los diarios? ¿Queda café?
--Queda, y algunos bollos también. Pues mira, los diarios traen algunos títulos interesantes y casi todos coincidentes, palabras más palabras menos: “LA CRISIS SE COMIÓ HASTA LOS FUEGOS” Es el más creativo, y luego una foto tuya y una breve reseña: “El cocinero Abelard Amat, un español emprendedor de cincuenta años no pudo ganar la pulseada que tenía con bancos e inversores privados, la crisis se llevó su casa y su restaurante “Los Fuegos”, lugar de moda y cita obligada del mundo de la moda y de los aspirantes del cine y la TV. La sucesivas re financiaciones llevaron la cuota hipotecaria a un número imposible de pagar por la caída de las ventas en su local. El costo operativo superaba largamente a sus ingresos, finalmente ayer bajó los brazos, y dijo: Basta.
El único comentario que hizo fue: --"Lamento no poder cubrir lo que adeudo a mi personal, espero poder hallar una solución válida para ellos en poco tiempo. Les he pedido que me inicien demanda para defender sus derechos, son las víctimas inocentes de este desastre”.
--Esa parte final la reivindico, casi todos tienen familia; algunos, como yo, son solteros y el problema no los afecta tanto. Cuando los reuní para informarlos de la situación, pedí que me iniciaran juicio laboral. Pero, también les informé que dentro de tres o cuatro meses estaríamos abriendo un nuevo local gastronómico, y les aclaré “No digo esto para paralizar los juicios, no, los juicios los arreglaremos con los nuevos contratos de trabajo” y la opción será de ustedes: el que no quiera trabajar otra vez conmigo podrá seguir con el juicio iniciado. Nadie está obligado.--Se dio vuelta hacia el otro y siguió:-- ¿Alguna vez vas a aprender a hacer café, con sabor a café? Esto es una mierda y frío.
--Venga tío, encontrar las cosas aquí es la ostia, ésto parece una demolición.
--Vale, Manolo, vale, pero ponle un poco de cariño, hombre, no te acojones tan rápido.
--Veré qué puedo hacer-- Se levantó dispuesto a realizar la tarea pedida. En tanto Abelard se abocó a la lectura de las noticias que le atañían, mientras encendía un cigarrillo. Los dos guardaron silencio hasta la llegada de Manolo, con café para ambos. Revolviendo su pocillo Abelard preguntó:--¿Se te ha pasado el susto?
--Del todo no, supongo que dentro de una semana estaré más tranquilo, Hoy aún tengo miedo. Me gustaría que lo entiendas Abe, es mi primera vez.
--Esto lo aprendí de mi tío Antonio, un gran cocinero con un terrible defecto: era ludópata, cuando cerraba el negocio, abría la caja y arramplaba todo el dinero, menos la calderilla, todo; según él, era todo ganancia para invertir en su pasión: el poker. Cuando quedó en la ruina con su primer negocio juró que nunca más le iba a ocurrir, y así fue. Cuando armó su segundo negocio, previamente, le creó a mi padre, su cuñado, una S.L. cuya finalidad era: El alquiler o venta de todo el material necesario para instalar negocios de bares o restauración, todo lo que formaba parte mueble de dicho negocio era provisto y, por ende, propiedad de ésta S.L. Por lo tanto, si el local cerraba por quiebra, ningún acreedor podía tomar parte alguna de los muebles e instalaciones de dicho negocio, para resarcir su crédito, ya que el dueño del local era un arrendatario de todas las instalaciones que allí había y así constaba en el contrato previamente firmado y legalizado ante Notario por la S.L. Aprendí a ser cocinero trajinando los fuegos con él, y los sucesivos negocios que emprendimos fueron posibles porque todo lo importante, lo que hacía que el negocio de restauración funcionara, era de una S.L. que confiaba en él y a quién jamás dejó de pagar el alquiler mensual de esas instalaciones ¿Lo has entendido Manolo?
--Casi. Creo que lo entenderé mejor cuando ésto esté funcionando.
--Manolo, ¡Manolo! El próximo restaurante está aquí, ahora, míralo, no falta nada y en “tu negocio” tienes acumulado el dinero que todos estos meses te he pagado, con ese capital pondremos en refacción éste local y dentro de tres o cuatro meses, llamaré a mis viejos empleados, les mostraré el resultado final y les propondré un nuevo contrato fijo y cancelar las litis por un convenio de pago de deuda, mensual. Lo único que espero y deseo es: que no se convierta en un lugar de moda, las modas no son eternas y me gustaría no tener que repetir todo esto. ¡Brindemos por ello! Pero no con café. Venga, busca algo de beber, ¿Vale?
--¡VALE!
JSM

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
09-09-2014 01:50

Apreciados amigos y amigas. En esta etapa, 5 relatos.

Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.

Esta es la evolución del taller desde que lo iniciamos el día 25/05/2012.

6-5-7-5-4-6-4-4-4-5-5-2-6-6-7-5-6-6-6-7-6-4-3-2-8-9-9-8-8-8-7-8-7-5-5- 3-6-5-4-4-5-3-5-5-5—247 relatos.
Saludos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
05-09-2014 07:01

Una trampa para Era, a ver si se enreda y se queda

La fuerza de las palabras.

El viaje se hizo interminable, pronto pasó la novedad del avión y el aburrimiento la llevó de la mano al pasillo de lo desconocido, a ese futuro al que debía enfrentarse sin conocimiento y con enormes dudas.
Entró en silencio a una habitación en donde habita el miedo, se sintió amenazada una vez más sin compasión, por los fantasmas que la habían atacado durante estos ocho años de vida, fantasmas crecidos en las historias interminables que su abuelo contaba, días terribles de una guerra en donde todo se perdió, y él también.
De los escombros de su vida, perdido en una noche sin esperanza lo rescató la abuela, según sus propias palabras, con la fuerza de un afecto que creció de una chispa en la mirada, con mucha paciencia lo reconstruyo, lo hizo un hombre de bien, pero jamás pudo borrarle los recuerdos grabados con humo de pólvora y miedo, mucho miedo, que sin saberlo transmitió a su nieta.
Natalia Fuentecilla Aguerra, andaluza, de grandes ojos verdes, largos y rebeldes cabellos negros, su nieta, viaja en este avión con sus padres que se largaron a buscarse la vida en las Américas y se llevan con ellos a Natalia. Han cifrado sus esperanzas en las oportunidades de trabajo que no tienen en esta España, que se ha vuelto hostil a jóvenes matrimonios como ellos y los convierte en inmigrantes sin arraigo.
A la semana de llegar Natalia ya está asistiendo a clases y sus padres dedicados al trabajo, no tienen tiempo para vivir y mucho menos para compartir con ella, tuvo que asumir muy pronto la actitud de la abuela y se hizo cargo de su propia vida y también un poco la de sus padres, que la fueron abandonando poco a poco en la medida que la pequeña Natalia se hacía más responsable y seria. Mucho más de lo que su edad le permitía.
El colegio al que asiste cada mañana es grande y mixto, unas veces su padre y otras su madre la dejan en la sala de clases y siempre es su madre quien la busca. En esta escuela todo es diferente, tiene una maestra por cada materia y las llaman “tías” los padres no son representantes, son apoderados, poco a poco se da cuenta que el español es un idioma capaz de confundir a quienes lo hablan y a veces puede ser incomprensible, ese mundo de las palabras la atrapa y le comenta a la “tía “Aurora, que da clases de Lenguaje:
Aquí he encontrado que las palabras tienen otro significado y no puede entender a mis compañeros.
Al otro día la “tía” le regala un diccionario de americanismos con una sonrisa de dientes perfectos.
Desde ese día se extravía por las calles ajenas que le señalan las palabras y no quiere que la molesten con juegos que no entiende ni comparte, prefiere estar en ese mundo extraordinario de los diferentes significados de una misma palabra, los diferentes usos y sentido que tienen, ha logrado abrir una puerta fascinante y al traspasarla, sin darse cuenta, se aísla del resto de compañeros, que no la entienden y la abandonan dejándola en su mundo sin molestarla.
Ha oído a sus padres hablar y sabe que su madre se preocupa por los abuelos, por su salud, y lo avanzado de la edad, que su madre se siente culpable por haberlos dejado solos, pero su madre tiene la convicción ciega que los abuelos son fuertes y pueden esperar con salud hasta el día que puedan vivir juntos en este país, en donde el clima es más benigno, en este trópico que los ha recibido con cariño y está segura que este aire los recuperará de sus múltiples dolencias y podrán acompañar a su única nieta. Esta idea le da mayor fuerza a su decisión de ayudar a sus padres.
Natalia entendió con apenas ocho años, que es una pieza fundamental en el futuro que sus padres están construyendo con esfuerzo y sacrificios. Sabe perfectamente que no pueden regresar y ni siquiera lo piensa, debe hacer esfuerzos por adaptarse, entiende que sus padres confían en ella, tiene la enorme responsabilidad de no ser una piedra de tranca, un estorbo, una complicación, un peso más.
Una mañana entra a la sala la “tía” Aurora y se sobresalta al oír que la llama y pide con cariño que la acompañe, con el corazón disparado y sin control enmudece, pero obediente se levanta y camina fuera de clase al lado de la “tía”
Quiero pedirte un favor le dice y le regala una sonrisa de dientes blancos que a Natalia le encanta. Pero cuando tiene alguna duda y no sabe lo que sucede se llena de temores, aún no sabe manejar sus miedos, ni muchos de los sentimientos que tiene y entonces le dan ataques de asfixia que no sabe controlar, la “tía” coloca su mano en el hombro y ese pequeño contacto le da seguridad y vuelve a respirar tranquila.
Caminan hasta el parque del colegio, se sientan en un banco bajo los árboles y mientras el viento juega con las hojas la “tía” le explica:
El colegio ha aceptado a dos niñas extranjeras de tu edad y se ha comprometido a su adaptación y a que aprueben el curso, no saben español y será muy difícil para ellas salir adelante, le he comentado a la Directora tu extraordinaria inquietud por el sentido diverso de las palabras y el extenso vocabulario que manejas, creo que puedes ayudar a estas niñas mejor que cualquiera de nosotras y estoy segura que esta responsabilidad te gustará mucho más que los juegos en los que jamás participas.
Estaré siempre a tu lado para ayudarte, además será un gran aprendizaje y un enorme reto para ambas, yo confío y creo en ti.
De donde vienen preguntó Natalia.
Vienen de mundos y costumbres totalmente opuestas a las nuestras y necesitan una amiga de su edad que les preste toda la atención y afecto que necesitan. Una es de África y la otra es de China, contestó la “tía “Aurora.
Entusiasmada con esta responsabilidad y la confianza que la “tía” le tenía, buscó el mejor momento para comentarle a sus padres, pero jamás lo encontró, comprometidos con sus trabajos no tenían oídos para nadie más y esto la llevó una vez más a guardar silencio.
Estudiaba con intensidad y compartía a toda hora con sus nuevas amigas, atenta para salir en su ayuda cuando fuera necesario. Logró que se incorporaran a las actividades del colegio, que hablaran un español rudimentario que les permitía entender y hacerse comprender y al final del año escolar cumplieron con los objetivo y pasaron al próximo nivel.
Los padres de Natalia hicieron un alto en las responsabilidades laborales y ambos asistieron al acto de fin de curso, en donde se daban cita los apoderados desde el primero hasta el último curso. Se preocuparon al darse cuenta que su hija no participó en ninguno de los actos que se organizaron, ni siquiera se presentó con sus compañeros de sala. Pero fue aún mayor la sorpresa de los tres cuando para finalizar el acto, la Directora del Colegio pidió la presencia de Natalia Fuentecilla Aguerra y cuando esta se presentó todos los maestros y profesores se levantaron de sus asientos y la aplaudieron.
La Directora le da las gracias y le dice que ella ha sido una inspiración a la labor docente y finaliza el acto explicando al auditorio, el valor y la capacidad docente de una niña extranjera, española, de apenas ocho años, que se hizo cargo con éxito de dos historias gastadas y supo sacarle brillo.

Des
Des
28-08-2014 02:14

Princesas.

-La felicidad es algo subjetivo, cada niño es un mundo y cada uno tiene un ritmo diferente.Habla con tu hija, atrévete a soñar con ella, Virginia Satir decía que "Siempre hay esperanza y oportunidad para cambiar , porque siempre hay oportunidad para aprender"...-

Me llamo Irene , trabajo como psicóloga en el colegio de la Asunción, escribo cuentos infantiles y en mi casa siempre hay un plato de sopa caliente y una luz encendida para compartir.

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Natalia ya se ha vestido y está lista para ir al colegio, sentada en uno de los sillones del salón espera a que su madre se levante de la cama, son casi las ocho y media , empieza a preocuparse porque llegará tarde, no se atreve a volver a llamarla.

Natalia se hace un sándwich de nocilla, su madre sigue acostada , hoy no irá al colegio , sabe que cuando llegue su padre del trabajo se enfadará, no se atreve a poner la televisión.

Natalia no dice nada cuando ve a su madre despeinada y con cara de sueño, le quita su libro de princesas, la manda a su habitación, se acuesta en el sofá y enciende el televisor.

Natalia escucha como su padre le riñe a su madre porque no ha ido al colegio, su padre entra en la habitación con su libro de princesas y la abraza muy fuerte, las lágrimas de su padre mojan su cara.

...................................................

Antes de continuar , les contaré que mi primer año en el colegio de la Asunción estuvo ligado a Natalia; su melena mustia, su aire humilde , sus delgadas manos , sus ojos azules, parecía que nada podía salvarla de tanta tristeza.

Pero yo era una niña de ocho años tenaz , que se abría paso en un nuevo colegio , estaba dispuesta a ser su amiga y le regalé mi cuento de las princesas.

Crecí con historias que inventaba mi madre , sus angelicales rizos dorados resultaban encantadores , era una de esas mujeres de risa fácil , casi todo la sorprendía, los fines de semana la casa estaba llena de gente y ella cocinaba para todos , yo estaba convencida de que todas las familias eran como la mía.

...................................................

Natalia ha escondido el tesoro que le ha regalado su amiga, tiene miedo de que su madre lo encuentre y se lo quite, el curso ha terminado y no volverá a verla hasta después de las vacaciones .

Natalia abre la cajita pintada de azules, su madre está en el cuarto de baño. Hay un cuento escrito en papel rosa, un pequeño dálmata ,un dibujo de las dos amigas cogidas de la mano y vestidas de princesas, un anillo con un corazón , un hada madrina y dos ratoncitos, es su tesoro.

Natalia lo vuelve a esconder , su madre la llama , el baño está preparado, no imagina lo que está a punto de suceder.

....................................................

No volví a ver a Natalia tras aquellas vacaciones, siempre deje un hueco en mi corazón para ella, quien sostenga que es cosa del pasado se equivoca .

Cuando logre entender lo que había ocurrido, un sentimiento imposible de explicar hizo que me encerrará en mi misma , la incapacidad de aceptar lo inaceptable confundía mi mente.

Cuando conseguí calmar el dolor y gracias a mi madre entendí que cada cosa que nos ocurre en la vida se convierte en parte de nuestro recorrido.

He terminado mi tesis doctoral “ Violencia , signo oculto de la depresión” mi dedicatoria es para mi madre , la persona que me ha permitido ser quien soy y para Natalia, mi amiga del alma, la princesa de mis cuentos.

Soy una mujer tenaz, que tuvo la suerte de ser amada y protegida cuando era una niña, que se abre paso en un mundo donde siempre hay un poema que avanza y un cuento esperando ser contado.


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