Viajaba en la noche hacia otra noche, una noche prolongada, fría, espesa; la que me esperaba ahora sin ella. Sentado en mi asiento, confortable y aislado, como sería mi vida de ahora en adelante, daba vueltas sin cesar a mi anillo de casado, ese sencillo y tópico eslabón de una cadena que ahora, para mí, se había roto. Una pequeña y entrañable joya que me recordaría todavía, durante quién sabe cuánto tiempo, su perdida presencia. Mi universo sería apenas como el de la lluvia que azotaba el exterior de los cristales del tren. Lágrimas frías que corrían alocadas en la oscuridad, con trayectorias paralelas, variables según la variable velocidad del ferrocarril. Mis lágrimas, en cambio, nacían cálidas y discurrían obligadas por los surcos de mis mejillas, lentas, ominosas, con la secreta intuición de que no eran merecidas; pequeñas gotas saladas y tibias para acaparar, como en pequeñas cárceles transparentes, todo el dolor de esta desalentadora ruptura.
En el imposible duermevela que el rítmico traqueteo del vagón trataba de sumergirme (mi angustia y su traducción en un dolor en el pecho, que comenzaba a ser insoportable)me impedían conciliar el sueño tan necesario y en mi calenturiento cerebro comenzaron a figurarse una suerte de alucinaciones. Las gotas de agua estrelladas contra el vidrio iniciaron unas extrañas transfiguraciones. En su interior, como en las retortas de un viejo alquimista, aparecieron figuras, ya monstruosas, ya plácidas y queridas. Veía a su través, tal que en los espejos deformantes de las ferias, rostros que me eran conocidos, pero terriblemente desfigurados. Las efigies de mujeres que amé y que, como si se tratase de mi destino irremisible, abandoné o me abandonaron llevando con ellas trozos de mi alma atormentada, ahora estaban contenidas en esas terroríficas placentas. Paisajes que me fueron gratos en mi juventud se me mostraban velados por extrañas nieblas, deformados por la fealdad, como si un sereno paisaje de Constable se viese reflejado en un espejo curvo, leproso, lleno de imperfecciones y turbulencias. Una y otra vez me asaltaba la tentación de golpear el cristal hasta hacerlo trizas y después... después sumergirme en la noche definitiva.
Aunque la experiencia de una separación amorosa no me era desconocida nunca como en esta ocasión estaba siendo tan acerba, tan cruel e inconcebible. Ahora me daba cuenta (aunque racionalmente invalidaba esta sensación dolorosa el hecho de que brotaba de un corazón en alma viva) que esta mujer que acababa de apartar de mi vida, era mi vida misma. Tenía por tanto una sensación de suicidio, de estar colgado por una áspera cuerda de la rama de un árbol. Del árbol de mi vida, de una de sus ramas, puede que la más vigorosa, como vigoroso había sido mi amor por Celia. Sólo me quedaba la esperanza de que aquella rama, como el tronco del que nacía, estuviese seca en su interior, quebradiza, inservible para llevar la vida a improbables hojas, ni para llevar la muerte a quien se la solicitase. Una esperanza.
El silbido agudo del tren me hizo estremecer. Una secuencia rapidísima de luces iluminó el exterior. Las líquidas gotas estrelladas contra la ventana se iluminaban fugaz y cegadoramente, oscureciéndose a continuación. De repente, como en un final de sueño, me vi yo mismo, brillante y apagado, en el interior de aquellas gotas; yo, en mi juventud malgastada, en mi presente madurez carente de sentido. Vi una figura absurda y miserable. Pero era yo.
La voz metálica e impersonal de una mujer anunció por megafonía el nombre de la siguiente estación. No era la mía, pero decidí bajarme. Así, por impulsos siempre impredecibles, muchas veces destructivos, había transcurrido mi vida. No iba a cambiar ahora. Ayudé a descender a una atractiva mujer cargada con su abundante equipaje. Nos sonreímos... Seguía la vida.
Jose Jesus Morales
20-10-2014 15:24
La Sintética
La presencia inconcebible y desalentadora de esta lluvia torrencial borró la tentación de entregarle el anillo. No mojarse acapara toda su atención.
Rodrigodeacevedo
20-10-2014 13:01
M.- Tratemos de enhebrar tan disímiles vocablos en una sintetifrase que nos pueda dar una idea de sus potenciales riquezas expresivas.
R.- Pues, vale. Tratemos.
La presencia de la lluvia parecía acaparar la atención del público fuera de lo que ocurría en el anillo. Parecía inconcebible tan desalentadora actitud del respetable, ajeno a la tentación de contemplar el sublime espectáculo de la lidia.
Juan Fernández es el último hijo de una familia de músicos, no defraudó a su apellido y apenas pudo tomó el camino de los acordes, lograr compases, mantener el ritmo con su voz, las manos o los pies es tan natural para Juan como beber agua, según los entendidos su oído es perfecto.
Ejecuta difíciles arreglos con cualquier instrumento sin equivocación alguna, entre el pulso, el acento y el compás logra resolver la incógnita de imposibles ecuaciones musicales.
Con resultados asombrosos sus dedos ágiles pisan con seguridad las teclas y cuerdas de pianos, órganos teclados, guitarras, cuatros, bajos y el acordeón lo toca mientas baila rítmicamente, sus manos hacen retumbar las congas y los tambores. Juan Fernández logra sacarle música hasta las piedras.
Desde niño se lo peleaban para parrandas y serenatas. Instintivamente lograba dar color e intensidad a cada nota y quienes lo oían se sentían envueltos por una emoción jamás sentida que les duraba días. Su vida era la calle y aprendió sin ninguna dificultad a huir del alcohol y la camorra.
Su abuelo antes de morir le entregó una delicada caja negra forrada en piel con elaboradas hojas de acanto repujadas en plata, al abrirla encontró un desconocido instrumento de viento, que estaba protegido por tules y terciopelos.
Su abuelo con voz suave y melodiosa le comento: Este es un añafil, llega a tus manos como llegó a las mías para cambiarte la vida, así como cambió la mía.
Con la paciencia de sus años aprovechó el tiempo que le quedaba de vida y le enseñó los trucos que conocía para soplar solamente el aire necesario y contener el resto en los pulmones, con el extraordinario resultado de transformar el simple aire en música devocional.
El instrumento lo cautivó apenas oyó algunas catingas ejecutadas por su abuelo, esos himnos sagrados, místicos, que reflexionan sobre la virgen se le metieron en la sangre y Juan Fernández se entregó con pasión al aprendizaje y sus desvelos fueron otros distintos a las parrandas.
Igual como lo hiciera su abuelo y los Fernández anteriores a él, un día en qué los vientos se habían enredado en los arenales del pueblo Juan tomó el camino hacia el oriente, su único equipaje era la caja que su abuelo le regalara la semana anterior.
No sabía exactamente que ruta tomar y se entregó a su destino confiado en encontrar el buen rumbo. El camino lo llevaría por vericuetos desconocidos a encontrarse con el verdadero propósito que su abuelo no supo explicarle y que estaba relacionado con ese instrumento de viento que ahora regía su vida y su futuro.
Atravesó pueblos sin siquiera detenerse, un impulso más grande que la razón lo obligaba a continuar, el día que cumplió la mayoría de edad llegó a una playa de arenas rojas y asistió asombrado a un evento inesperado, este suceso sorprendente lo anclaría a ese pueblo olvidado de la mano de Dios.
De un mar con olas dulces emergió destilando agua una soberbia muchacha de inigualable hermosura, la sangre de todas las razas confluía en sus rasgos extraordinarios y con voz serena de contralto repetía ¡Milagro! ¡Milagro!
Se acercó y le mostro una figura de madera, una virgen negra completamente seca, en perfecto estado, sin rastro de deterioro. La muchacha caminó hacia el pueblo, Juan Fernández cerró los ojos, caminó tras ella y toco su añafil con tanta emoción que hizo llorar al instrumento.
El pueblo entero se levantó de inmediato con las notas de armonías desconocidas tocadas por Juan, que levantaron una enorme ola de devoción en la que quedó sumergido el pueblo para siempre.
Jose Jesus Morales
20-10-2014 04:48
Se nos vino encima el domingo con sus innumerables tentaciones y con esa palabra cerramos las siete palabras, e iniciamos el lunes dispuestos a reventar las teclas de nuestros pobres equiposa con nuevas historias.
Acaparar
Anillo
Desalentadora
Inconcebible
Lluvia
Presencia
Tentación
Jose Jesus Morales
18-10-2014 05:28
Gracias Estela por tu aporte doble, en estos tiempos es importantisimo.
Tanto anillo como lluvia son bienvenidos, tienen enormes posibilidades para su utilizcion. La lluvia renueva y trae cambios y el anillo es mucho mas que un compromiso, una odiosa obligación, un anillo ademas de todas las posibilidades representa la defensa de un mundo nuevo.
Estela
18-10-2014 02:48
ANILLO
Que tal vez ya se ha colocado alguna vez, así que si alguien lleva la cuenta , por si acaso ya se ha usado, aquí va otra
LLUVIA
No me digan que ya se han usado las dos, porque me hago el ikebana con una galletita de agua!
Hace tanto que los tengo abandonados que no logro recordar mi contraseña para entrar
Gregorio Tienda Delgado
17-10-2014 22:42
acaparar.
(Del fr. accaparer).
1. tr. Adquirir y retener cosas propias del comercio en cantidad superior a la normal, previniendo su escasez o encarecimiento.
2. tr. Apropiarse u obtener en todo o en gran parte un género de cosas.
3. tr. Adquirir y retener cosas propias del comercio en cantidad suficiente para dar la ley al mercado.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Rodrigodeacevedo
17-10-2014 19:16
Bienvenidas estas nuevas palabras para una nueva edición de nuestro hilo.
Pertinaces, constantes, inasequibles, tozudos en la permanencia; así seguimos los habituales de "Vamos a contar..." y con las puertas abiertas de par en par a los no habituales, lectores en y desde la oscuridad, pero cuyo calor de amigos nos llega por encima de sus ausencias.
(Vaya por dios, ya me salió la vena de predicador norteamericano.)
Mi palabra:
PRESENCIA
(Del lat. praesentĭa).
1. f. Asistencia personal, o estado de la persona que se halla delante de otra u otras o en el mismo sitio que ellas.
2. f. Asistencia o estado de una cosa que se halla delante de otra u otras o en el mismo sitio que ellas.
3. f. Talle, figura y disposición del cuerpo.
4. f. Representación, pompa, fausto.
5. f. Memoria de una imagen o idea, o representación de ella.
~ de ánimo.
1. f. Serenidad o tranquilidad que conserva el ánimo, tanto en los sucesos adversos como en los prósperos.
~ de Dios.
1. f. Consideración de estar delante del Señor.
Jose Jesus Morales
17-10-2014 04:23
Continuamos en el mes de octubre, que por un instante pensé pasaría sin dejar huellas, pero he recibido noticias tristes, vertiginosas ausencias que no contaron con mi presencia, ni mi aliento. Culpable es este destierro que cumplo con cierto estoicismo, sin lamentarme.
La propuesta de esta semana es entonces: Desalentadora/o.
Para confirmar mi animo y por si hace falta
Inconcebible.