Un cortejo de hermosas y extravagantes muchachas, uniformemente vestidas con trajes largos color durazno y sugerentes descotes que muestran la piel más allá de las caderas, con el atrevimiento que la edad y sus cuerpos le permiten, se preparan para caminar un trecho por el medio de la calle en compañía de la novia, que ha querido así despedirse de su soltería y de sus amigas más cercanas. Es la primera de ese alegre grupo que abandona la casa de sus padres y cruza la frontera individual para convertirse en pareja única e indivisible.
En los relojes de estos hombres ha sonado la hora convenida, se levantan de sus asientos en silencio y se acercan al ataúd, cada uno de ellos toma el lugar que le corresponde. Están impecablemente vestidos de traje blanco según lo acordado, son el extravagante cortejo, que hoy acompaña al primero del grupo que vio de cerca la cara de la muerte, cruza solo la frontera ultima y enfrenta sin sus amigos lo desconocido.
El grupo de hermosas jóvenes se ha desbordado en alegrías, sus corazones sin espinas esperan con paciencia la aparición de la novia, para iniciar según lo acordado el camino hasta la iglesia, han planificado caminar por esa avenida que las ha visto crecer, hasta la Catedral del Salvador en Zaragoza. El novio impaciente se encuentra en la puerta.
Estos varones pacientes y silenciosos cambiaron su rutina, desdoblaron sus inflexibles horarios, colgaron sus uniformes y se vistieron para honrar a su compañero, admirador de los Beatles, que se fascino con la letra de Come Together y la figura de Lennon en la caratula del disco Abbey Road. Decidieron cruzar la Avenida cargando el ataúd hasta la Parroquia de Nuestra Señora del Pilar, patrona de los Guardias Civiles.
La novia aparece vestida con los brillantes rayos de un sol a las cuatro de la tarde, deslumbra a sus amigas que la rodean, abren las puertas y cantando se toman la calle, en un momento se arma una tranca descomunal, algunos aceptan y aplauden este momento y otros por el contrario se quejan, reclaman por lo bajo.
Con organización y disciplina los caballeros cargan el ataúd, han establecido un estricto orden para entonar cada canción, con sus rostros severos, sin ninguna condescendencia caminan sobre la calle, los carros se detienen de inmediato, una sombra de respeto y silencio los cubre bajo el manto de una solidaridad, que hasta ahora pensaban había desaparecido.
Ambos grupos caminan con el desconocimiento absoluto de un encuentro que puede convertir su decisión en una catástrofe, fuerzas más poderosas que sus deseos intentan arrebatarles este momento. La providencia mete la mano por esta impetuosa juventud, que empujada por firmes lazos de amistad se atreven a contravenir reglas establecidas.
Ambos grupos se enteran de la contingencia en un mismo instante y sin pensarlo han tenido la misma loca idea, un emisario de cada comparsa toma la delantera para impedir el encuentro inconveniente y salvar la situación.
Una de las muchachas llega sin aliento y descalza a la esquina, se tropieza con el joven vestido de blanco, que tomó la decisión y llega a la carrera con los ojos llenos de ansiedad y bañado en sudor, ambos se miran con franca intensidad, reconocen con sorpresa que las iglesias a donde van están una enfrente de la otra. No hay forma de detenerse, ni dar vuelta atrás, trazan una insólita parábola para evitar mezclarse y se separan.
Un residuo grabado de este instante los obligará a buscarse, ella llegará al velorio argumentando una excusa al alba, con el bouquet de la novia entre las manos.
OMAR
08-10-2014 23:36
Con un poco de atrazo pongo el número 10 de mi saga, quizás el último. Saludos
Quizás sí - 10
Luís y Tallina acababan de ver una película proyectada por un video-robot que los dejó atónitos.
Ella por ser miembro de una comunidad estelar asesina, que de manera insistente buscó y rebuscó por el universo lo que ellos mismos habían creado para eliminarlos. Y él porque esas inteligentes máquinas nacidas tan lejos escogieran su planeta para esconderse y se lograran colar de esa manera tan desapercibida. Claro, esos robots nunca pensaron la tremenda complicación a la que sometían a la Tierra.
Incluso cuando se terminó el video, varias fotografías fueron impresas por el mismo robot para que ellos tuvieran una evidencia más clara aún. Y el robot-biblioteca les entregó libros digitales para que los repartieran y revisaran con tranquilidad, si es que la podrían tener a partir de ese momento en el que los segundos eran vitales en la preparación para una batalla para nada simple. Y que podía inclinar definitivamente el trapecio donde se balanceaba toda la vida en la Tierra.
—Nosotros tenemos que salir ya al espacio, tenemos que alejarnos de aquí —esa es la opinión general del grupo de máquinas, hemos decidido enfrentar a nuestros creadores—. Y ningún meteco, con todo el respeto, vendrá con nosotros —así concluyó el robot que guiaba el intercambio de ideas con Luís y Tallina.
Una castañuela sonó detrás del grupo, después sonó otra, y otra. Eran los difuntos que solicitaban ser tenidos en cuenta.
—¿Y nosotros? —se escuchó la pregunta en forma de coro.
—Ustedes deben volver al descanso —respondió Luís dirigiéndose a sus padres que se ubicaban frente a todas las ánimas.
—Esa guerra nos atañe también y no queremos ser una excepción.
La discordia tomaba un matiz un tanto complejo mientras el robot-jefe era informado de que ya faltaban pocos minutos para despegar, se había comenzado a realizar el rasgado de la atmósfera por el lugar donde debían salir y ya sería cuestión de segundos.
Período de tiempo suficiente para que la joven pareja y todos los espíritus vieran, al voltearse de su «discusión» vieran una luz en cielo.
Estaba a punto de comenzar una confrontación galáctica de la que quizás nunca más se escuchara en la Tierra, o quizás sí.
«...solo el amor convierte en milagro el barro...»
S.Rguez
Jose Jesus Morales
07-10-2014 03:39
La Sintética
Por la avenida un cortejo extravagante, con técnica y paciencia dibuja una rítmica parábola, los residuos de mezclas culturales logran este milagro.
Gregorio Tienda Delgado
07-10-2014 01:01
DIAGNÓSTICO ERRÓNEO.
Caminé por el largo corredor blanco que desemboca en una sala de espera, blanca, donde hay una puerta blanca, con una inscripción que dice: NEUROPSIQUIATRIA. JEFE DE PLANTA. Dudé unos segundos antes de llamar. Respiré profundamente, me armé de PACIENCIA, y di dos golpes en la puerta.
―¡Pase! ―Dijo una voz de hombre desde el interior.
Conocía bien aquella voz. Giré el pomo, abrí y quedé parado.
―¡Pase! Enseguida estoy con usted, póngase cómodo ―dijo― señalándome el diván.
Era el doctor Valverde. Un tipo EXTRAVAGANTE que pretendía hacerme creer que curaba una locura que nunca tuve. Obediente, me tumbé y esperé. Ya conocía la rutina. Pasados cinco interminables minutos, comenzó.
―Cuénteme, Manuel. ¿Recuerda qué pasó? ¿Qué siente? ¿Qué le duele? ¿Cómo está?
―Intentaré fijar mi atención. El coche derrapó y él dijo: ¡cuidado! Según me informaron, el coche cayó hasta el fondo de un barranco. Yo salí despedido y eso me salvó la vida. Una vida que no deseo vivir, porque él murió. Sí, mi hijo de diez años murió y creo que desde ese día, yo también. Dicen que no estoy bien, que hablo raro, que por mi bien estoy en este lugar.
¿Qué siento? Siento mi mente llena de sombras. Una oscuridad que persiste, que no me deja pensar con claridad. Intento concentrarme pero dudo y esa inseguridad me produce temor. Y ese temor hace que no pueda evadirme del pasado y que el presente sea doloroso. Muy doloroso. Me siento huérfano de deseos, de ganas de vivir; sólo veo infortunios.
¿Qué me duele? El dolor físico se puede definir. Pero, ¿cómo se define ese otro dolor, el de haber perdido a un ser tan querido, que empezaba a vivir? Lo que siento es indefinible, es abstracto, pero mi padecimiento es real.
Sé lo que me contaron. Que estuve en otro hospital, quince días en coma, y lo que viví; cuatro meses más ingresado hasta que mis huesos soldaron y mis heridas cicatrizaron, aunque aún queda algún RESIDUO, de la dolencia sufrida. Luego me trajeron a esta planta, de este hospital en lo alto de esta colina, porque deliraba, hablaba solo, no comía por temor a ser envenenado, no quería salir de la habitación; eso es lo que me contaron y lo que viví allí.
¿Cómo estoy? Hace un año del accidente y mis heridas internas siguen abiertas. Hoy va a evaluar nuevamente mi realidad mental. Intentará conocer si los vericuetos de mi mente han sido limpiados adecuadamente; conocer hasta qué punto mi mente ha sido aclarada; si razono con normalidad, o si soy un peligro para los demás, o para mí mismo. Pero no estoy loco. Cierto es, que vivo en una MEZCLA de luces y sombras, que a veces mis pensamientos se distorsionan y se pierden en los recodos de mi mente, creando trastornos en la asociación de ideas que perturban mi conciencia y no puedo discernir con claridad. Pero no estoy enfermo. Estoy convencido de que no lo estuve nunca. Cualquiera que se encuentre en mi estado de desesperación, se sentirá como yo. Así que poco me importa lo que pueda opinar sobre mí. No tengo nada que hacer aquí. ¡Quiero irme!
Me hizo veinte preguntas. Las conté. A todas ellas contesté con serenidad y precisión. No sé cómo, pues no estaba tranquilo ni había estado preciso en todo el tiempo que llevaba recluido allí. Pero el doctor Valverde llegó a la conclusión de que era apto para enfrentarme a la vida normal. ¿Normal? Me dio el Alta Médica y fui acompañado por un CORTEJO de enfermeras hasta la puerta.
Ya estoy fuera, en esta gran AVENIDA, hace sol y nadie me espera. Ahora no sé qué hacer con mi vida, una vida que no pertenece...
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Rodrigodeacevedo
06-10-2014 14:29
Bien hecho, J.J. Muchas veces se nos agota el tiempo, que no la paciencia, esperando esa última palabra que no acaba de llegar. Saludos, compañero.
Por la avenida adelante avanzaba el extravagantecortejo, mezcla de parábola con su imposible paciencia, y los residuos caniculares de muchedumbres hambrientas.
Jose Jesus Morales
06-10-2014 03:43
En este mes de octubre que apenas comienza, la luna se llena y el saco que abro cada viernes, permanece con la boca abierta por falta de un par de palabras que no terminan de llegar, es tarde el domingo se acaba y me domina el viejo voluntarismo de otros tiempos, encierro en el saco las primeras dos palabras que se me ocurren, lo cierro y publico la lista apresuradamente y espero las increíbles historias de mis amigos.
Esta tarde se escabullen, se cuelan, se filtran insistentes, señales alarmantes de un peligro inminente, que pasan inadvertidas frente a mis ojos. Aparecen rasgando velos, pero aun así esas manifestaciones me son ajenas y despreocupadamente, sigo adelante sin prestar ninguna atención a los signos que anuncian complicaciones, y me indican la urgente necesidad de prestar mayor atención a los símbolos que marcan riesgos, conflictos, apuros, dificultades, tropiezos.
Inocente ante este pavoroso e imprevisible futuro, que me espera literalmente a la vuelta de la esquina, en donde mi vida entrará en el vórtice de un trapecio, del cual se colgaran mis huesos peligrosamente dándole un giro inesperado a esta tarde, sin saberlo llegaré a limites impensados y únicamente el acopio de la serenidad me permitirá salir ileso.
Camino despreocupadamente por esta calle que conozco bien, atento a los recuerdos y a un futuro escurridizo. Estos eventos extraordinarios que estoy a punto de enfrentar cambiaran el rumbo de mis pasos y me empujaran por callejones de peligrosísimos acontecimientos y convertirán mi vida, el final de este día, las últimas horas, el simple acto de caminar por una calle de Caracas a las cuatro de la tarde en una experiencia que me mantendrá al borde del colapso.
Se rompe la cadena de la rutina, de esa estabilidad mínima con la que vivimos, de esa seguridad sostenida con alfileres y en un instante, un violento fogonazo me hará entender lo que niego con frecuencia en las conversaciones diarias y que particularmente considero una escandalosa exageración: Vivir en Caracas es mucho más peligroso que vivir en Kabul.
Siempre consideré esa afirmación un tremendismo de la oposición, un grosero exceso. Tercamente repito la propaganda del gobierno, cierro los ojos ante evidencias, estadísticas, cifras, y como un triunfo les aseguro: A mí nunca me han asaltado.
La situación que enfrentaré, ese futuro incierto y desconocido cuando se haga realidad me obligará a cambiar de opinión, tendré otra perspectiva y conoceré una faceta de mi personalidad que me era desconocida.
Estos sucesos que alarman cada vez más a la comunidad, estos innumerables episodios diarios son las desgracias que nutren los noticieros, las situaciones inverosímiles que logran entintar las letras alarmadas de los titulares en los periódicos y los que siempre negué.
Instintivamente reviso los bolsillos y me percato que dejé las llaves, la cartera y el celular en el trabajo, pero no quiero devolverme, estoy en el límite del tiempo previsto y no puedo darme el lujo de llegar tarde, reconozco que con las carreras los olvidé, pero no me hacen falta.
Un auto se detiene junto a mí y un muchacho desde la ventana del copiloto pregunta una dirección, no puedo detenerme y respondo una mentira: No soy de aquí digo, e intento seguir mi camino, pero ese instante lo aprovecha el compañero que abre la puerta trasera y sin mediar palabra me empuja adentro.
Estoy sentado en el asiento trasero de un auto entre dos hombres desconocidos que me revisan y piden les entregue el celular y la cartera. Con violencia exigen la entrega inmediata de todo lo que tenga de valor y por si no me he dado cuenta confirman: Esto es un secuestro y la única manera que salgas vivo es que pagues.
Temblando de miedo les contesto otra mentira: Me acaban de robar, no tengo nada.
Vamos a tu casa entonces. Repito la primera mentira. No soy de Caracas, vivo en el interior. El conductor frena de golpe, me sacan del carro y me tiran en medio de la calle.
Estela
04-10-2014 00:20
EL SECRETO DE LAS MONJAS
La Madre Superiora del convento de las Clarisas, se enfrentaba a una enorme COMPLICACIÒN. La COMUNIDAD pasaba por un momento difícil; cada vez renunciaban mas monjas a esa vida de entrega, sacrificio y oración para la cual habían sido llamadas.
Ella era muy INSISTENTE en repetirles que no podían abandonar ese camino tan importante que habían elegido, para la salvación de sus almas y las del mundo.
Realizó una investigación SIMPLE para saber si las habían obligado a elegir la vida religiosa, pero de las pocas que quedaban, todas le contestaron que ellas habían optado libremente.
Eso sì, estas pocas religiosas, le presentaban quejas de que se congelaban, porque se COLABAN los mas helados vientos, y el frìo mas cruel, por las rendijas que abundaban en las paredes del antiguo convento.
Habìa entre ellas, dos monjas jóvenes, Sor Ana y Sor Cecilia, que parecían estar muy felices allì, pero la Superiora se había visto en la obligación de separarlas una y otra vez, porque siempre las sorprendìa cuchicheando en voz baja y riéndose ; en cuanto ella llegaba tomaban un aspecto circunspecto y piadoso.
Las regañò, les preguntò por separado, indicándoles que no podían tener secretos con ella, ni con su confesor,porque estaban en falta, y cometiendo un pecado de soberbia.
No había forma de sacarles una sola palabra para conocer de que cuchicheaban
Les preguntò si era muy duro para ellas cumplir con Maitines, Laudes y todas las obligaciones que conllevaba esa vida, pero le respondieron que no, que no les resultaba difícil, que por el contrario, amaban su elección.
Por lo tanto, decidió investigar, y si era necesario espiarlas, aunque eso no fuera digno de su condición, debía enterarse de que se trataba.
Recorriò el vetusto convento una y otra vez, advirtiendo que en efecto había hendiduras por todas partes; en una de las habitaciones que ya no se usaban, descubrió detrás de las cortinas RASGADAS una pequeña puerta; la empujò y se encontró en un bellísimo jardín, con àrboles podados en forma de triángulos, TRAPECIOS, de arcos. Avanzò por èl y llegó a una pequeña habitación ruinosa. Cuando apoyò su mano en el picaporte para abrir, comenzó a escuchar suspiros; al abrir la puerta, advirtió a las dos monjitas absortas en la contemplación de las estatuas de cinco sátiros.
Hace tanto que los tengo abandonados que no logro recordar mi contraseña para entrar
caizán
03-10-2014 21:20
Ingresar a una comunidad es una complicación nada simple, uno deber ser insistente para colar en ella; si es musulmana, es más fácil columpiarse en un trapecio que ver rasgado un velo femenino.
Estela
03-10-2014 16:26
AVENIDA
Hace tanto que los tengo abandonados que no logro recordar mi contraseña para entrar