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TALLER DE RELATOS
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
27-08-2014 19:41

FLASH-BACK

El cristal de la ventana, azarosamente recorrido en su exterior por gruesas gotas de lluvia, reflejaba impreciso el rostro de una mujer, un rostro anguloso, demacrado, monocromo en aquel vidrio que separaba dos mundos igualmente inclementes. La mujer, que antes pudo ser hermosa, de una lánguida hermosura, sobrevivida a las duras condiciones de su vida, se abrigaba en una especie de poncho de vivos, aunque ya desvaídos colores. Sus brazos exangües se extendían sobre una especie de mesa camilla, mostrando unas muñecas huesudas; un observador atento vería sobre la parte interior antiguas cicatrices que cruzaban las venas del antebrazo. Las manos, de dedos largos, descuidados, deformados por la artrosis y crispados por el dolor o la angustia estaban recorridas por los abultados salientes azul-violáceo de las venas. Varias fotos y algunos papeles escritos a mano, posiblemente viejas cartas de su ya lejana juventud, se extendían sobre el tapete sucio y deshilachado. Asimismo una botella de aguardiente y un vaso a medio vaciar subrayaban aquel sórdido ambiente en el que languidecía la vida de un des.graciado ser humano.

La mujer ahora observaba con atención una de las fotografías amarillentas y deterioradas: la fotografía de una niña de unos ocho años, de aspecto enfermizo, con cabello lacio y pobre. Vestía un humilde vestido que parece ser el uniforme anticuado de algún colegio religioso. "Para mis abuelitos con todo mi cariño." La mujer llora sobre aquellas ruinas de su pasado. Es un llanto manso, resignado, una especie de llanto de despedida, dócilmente aceptada, que se hace a un ser querido al que pronto dejaremos de ver. Entre los vapores del alcohol que enturbian su mente la figura de aquella niña se va abriendo a la débil consciencia que aún anima a la mujer. Toda una vida. Allí, en aquella inocente figurilla y aún antes, empezó toda una vida de dolor, privaciones y renuncias.

Hija no querida – la terrible guerra que asolaba al país no permitía a las buenas gentes de pueblo acceder a eso por lo que los llamaban proletarios, a la prole- nació entre las ruinas de un bombardeo, como una premonición de lo que luego sería su vida. Desnutrición y precarias condiciones hicieron muy difícil su supervivencia en aquellos primeros tramos de su existencia. Y aquello marcó su carácter y su propio físico. Parecía permanentemente asustada; el fragor de la guerra se instaló en algún lugar recóndito de su pequeño cerebro, asomando como un terrible monstruo que la inmovilizaba y acallaba hasta en los inocentes juegos infantiles.

Las manos de la mujer seguían triscando nerviosamente entre los papeles extendidos sobre la mesa.
Abrió una carta al azar: “Queridísima Natalia: Esta es mi última noche. Cuando leas estas líneas ya habré muerto, fusilado, como un traidor a la patria. Yo, que tanto amo a esta tierra sangrante que es España. Tanto como te amo a tí. Recuérdame siempre. Recuerda nuestro amor y todo lo con él pensábamos lograr. Mi último pensamiento será para tí y tu rostro la última imagen que me acompañe al más allá. Te amo. Rafael.”
Una crispación repentina, urgente, posiblemente incontrolada, la hizo arrugar el viejo papel entre los dedos.
Al azar tomó un destartalado cuadernillo de tapas verdes: “Libro escolar de la alumna: NATALIA FUENTECILLA AGÜERA. Colegio de La Asunción. Rvdas. Madres Consolatrices. MADRID.” Entre sellos y borrones todavía podía leerse el informe final de la Dirección del Colegio: “Alumna poco brillante. Apática y enfermiza. Se le concede el Certificado de Estudios Primarios, recomendando su dedicación a labores femeninas.” Ese fue el marchamo que iba a marcar su futuro. Debería dedicarse a “labores femeninas”: criada de servir, obrera no cualificada, madre de familia, prostituta... Prostituta; con aquel cuerpecillo suyo, esmirriado y con tan poca gracia; pero en la posguerra era una opción fácilmente alcanzable. Siempre habría alguna madame poco exigente. Claro que tendría que hacerse adepta al Régimen, por si las inspecciones. Un carnet. A ese Régimen que asesinó al hombre a quien dedicó intensamente su corta vida. Prostituirse como un permanente insulto, una roja maldición a esa nación cainita y deshumanizada, destrozada por odios, entre los que el suyo sería justificado, puede que exaltado, por un ideal arrancado brutalmente.

Fuera la lluvia arreció con fuerza. Gruesos lagrimones iban cubriendo el vidrio de la ventana y sus recorridos irregulares, casi dramáticos, se sincronizaron con los recorridos obligados que las lágrimas de la mujer hacían por los surcos de su rostro, desde los ojos casi apagados hasta las comisuras de los labios, desde los labios hasta el mentón y el cuello de tendones perfilados. Desde el cuello hasta el pobre corazón de aquella vieja y digna prostituta. La desvalida bombilla que apenas iluminaba el escaso recinto osciló movida por una ráfaga de aire. Una trágica fantasmagoría envolvió, haciéndola temblar, a la mujer. Sus miedos de siempre. Fuera se oyó el silbido penetrante de un tren. El rápido del sur. Apenas cinco minutos, fue el último pensamiento, como un fulgor, de la mujer. Cinco minutos desde la caseta del guarda-agujas que por caridad le permitían utilizar como precario refugio hasta que el tren pasase frente al edificio. Apuró el vaso mediado y salió temblorosa a la lluvia pertinaz. Un ojo ciclópeo, fuertemente iluminado, contempló entre el aguacero el espantajo de una mujer que, entre las vías, braceaba angustiada ante el monstruo que había de liberarla. Después todo fue silencio.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
23-08-2014 22:29

Lo que demuestra que Caizan no miente y verdaderamente se entusiasmó, es que ademas de escribir largo, que como dice Gregorio es mejor que se pase de palabras y no que falye al conpromiso. En fin que se entusiasmó y lo publicó dos veces. Ya comentaré.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
23-08-2014 21:51

Tranquilo Caizán. Vale más un relato largo, que ninguno. Eso sí, lo has publicado dos veces; mejor que borres uno.

Saludos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
caizán
caizán
23-08-2014 21:20

HOY ME TOCA A MÍ PEDIR DISCULPAS AL COMPAÑERO GREGORIO, su propuesta me entusiasmo tanto que no pude parar. Aquí va.
FRÍO, SIEMPRE FRÍO

El último día hábil de cada mes el inspector Miraye se transformaba, ese día y solo ese día dejaba de ser el inspector Miraye, para ser: el sargento ayudante Francisco Miralles. Vestía el uniforme y partía hacia la ciudad, cabecera del partido, donde estaba la comisaría de la que él dependía. Retiraba el cheque de su sueldo y lo hacía efectivo en el Banco de la provincia.
La rutina era: llegar, saludar a todo el personal, pasar por la cocina a tomar unos mates y luego visitar al oficial de día, retiraba su cheque, firmaba el recibo y volvía a saludar a todos, en señal de despedida, hasta el mes siguiente.
En la acera notó el alboroto, en la puerta había tres coches estacionados y adentro había una actividad propia de una terminal de ómnibus; uniformados y civiles entrando y saliendo de una oficina en otra, decidió ir a la cocina para informarse. Solo estaba el encargado de turno haciendo café y llenando termos de agua caliente para el mate o el té, lo dejó hacer y cuando volvió lo saludó:
--¿Qué pasa Cáceres, por qué tanto barullo?
--El juez se constituyó aquí con su personal.
--¿el Juez de Paz?
--No. El doctor Estevez, el juez del crimen.
--¡A la pucha! ¿Qué pasó?
--Lo mataron a don Pancho.
--¿Fernández?
--El mismo.
--Pero ese viejo no jodía a nadie, estaba más muerto que vivo, de la cama a la silla de ruedas y de vuelta a la cama. Catalina le hacía la comida y Rosita lo cuidaba, cambiaba y dormía allí ¿Cómo lo pudieron matar?
--Rosita se fue a Buenos Aires, la hija va a tener familia. Hace una semana lo cuidaba una tal Felisa Agüera, la que lo degolló.
--¿Una mujer desconocida lo degolló? ¡No lo puedo creer! ¿Y qué motivo adujo?
--Ninguno, no habla.
--¿Cómo qué no habla, esta loca?
--Parece. Solo dice: “frío, siempre frío” El jefe se comunicó con el Juez y éste se constituyó aquí con el fiscal, siquiatras, psicólogos y un montón de tipos más que se la pasan tomando café, mate y té todo el día ¡Me tienen podrido!
Miralles optó por no complicarle más la mañana a Cáceres y siguió su rutina, fue a retirar el cheque y cobrarlo. Pasó por el semanario del pueblo, pidió un ejemplar con la noticia y se fue a almorzar a la fonda de Evaristo.
Pidió un vermut, mientras esperaba la comida leyendo la noticia sobre la muerte de Faustino Fernández, en realidad: Faustino Francisco Fernández o, como decían quienes no lo querían:”Un hombre de mucha FFFe”. El obituario era un panegírico para don Pancho que había hecho su fortuna apostando a la soja, y donaciones múltiples; moría soltero, intestado y sin familia. La Felisa lo había degollado con una navaja de afeitar mientras él estaba dentro de la bañera, para su higiene. Ella se sentó y allí se quedó hasta que vino Francisca y, ante el cuadro llamó a la policía, cuando llegaron, junto con el médico, Felisa seguía sentada, con la navaja en la mano y solo repetía:”frío, siempre frío”.
Cerró el periódico y se dijo que volvería a hablar con Cáceres. Miró la hora y fue hasta el teléfono, lo invitó a almorzar, sabía que no se iba a negar.
Un buen almuerzo con vino y postre, requiere un café, o dos y unos cigarrillos para hacer una buena sobre mesa.
Mientras le encendía el cigarrillo a Cáceres, Miralles preguntó:-- ¿Qué cosa pasó y no se publicó?
El aludido se atragantó con el humo, sorprendido por la pregunta. Cuando paró de toser dijo: --La muerte fue más cruenta, en realidad ella no lo degolló. Le seccionó el pene.
Miralles saltó en la silla, agarrándose el suyo y exclamó:--¡Ay!-- con un gesto de dolor.
--A todos nos pasó lo mismo, al enterarnos. Es una muerte de mierda, es el único órgano que te da calidad de hombre.
--Te voy a pedir un favor: dame los datos filiatorios de la Felisa esa y de don Pancho. Así lo hizo y Miralles se fue.
Cuando volvió, al mes siguiente, para cobrar su sueldo, preguntó a qué hora venía el Juez por la tarde, le dijeron que después de las 17 horas, le pidió al secretario que le diera una audiencia para la hora de su llegada y se fue a ver a su jefe, éste lo saludó diciendo: -- ¡Qué vidurria Miralles! Te tomaste un mes de vacaciones, sin aviso ¿Adonde fuiste?
Miralles, sorprendido, contestó:-- ¿Cómo te enteraste?
--Traté de ubicarte, porque supuse que ibas a investigar...
--Así fue -lo interrumpió -estuve todo el mes en la Capital Federal y ahora le voy a presentar al Juez mi investigación.
--No hermano, menos mal que me viniste a ver, ibas a hacer una cagada ¿Tenés aquí tu informe?
Miralles lo puso sobre el escritorio y el comisario siguió diciendo:-- A éste informe le agregás una primera página que diga: “Señor Comisario Cifuentes, atento a su pedido de investigación, procedo a entregar a usted el resultado de la misma” Nada más, le agregamos “mi pedido” de investigación y se lo paso al Juez, luego él te citará y te pondrá en autos.
--¿Y por qué todo eso?
--Porque todo ha cambiado y si yo no te valido este informe, va a la basura.
--¿Tan así?
--¡Tan así, viejo! Esto pasó a ser un hecho político internacional, aquí hay mucha guita, que empezaron peleando los dos Ministerios de Educación, el nacional y el provincial y cuando los gallegos se avivaron, aparecieron primos lejanos en España.
--¿Y qué ganan ellos con eso?
--Un impuesto a la herencia del 50% ¿Te parece poco? Resumime tu investigación.
--Bueno, mirá: don Pancho llegó a la Argentina con un poder que le dio su madre – su padre había muerto en la guerra civil - al matrimonio de Jesús Fuentecilla y Maria Agüera, tenía catorce años.
Este matrimonio tenía una hija de ocho años, Natalia. Los cuatro convivieron en unas casas municipales – que ya no existen – en el barrio de Barracas que formaban un conglomerado de casas individuales , con entrada por tres calles, una sobre avenida Montes de Oca, cuatro sobre Osvaldo Cruz y una sobre la calle Herrera y sus pasillos interiores unían las tres calles como un laberinto.
Jesús Fuentecilla era camarero en una de las cervecerías alemanas – famosas en esos años – que estaba sobre avenida Montes de Oca, su esposa era fámula a tiempo partido en casas de familia.
Don Pancho, en ese entonces era: Faustino Fernández, así lo acredita su cedula de identidad de la policía federal, entró a trabajar en una firma de “Acopiadores de cereales” que estaba sobre la avenida Pedro de Mendoza, a pocas cuadras de su domicilio.
La pequeña Natalia, según opinión de sus maestras, era algo escuálida y enfermiza, sensible, ingenua y proclive al miedo. Se hizo famosa por quedar embarazada a los doce años y parir a su hija a los trece cumplidos, fallece en el parto y el Juez autoriza a sus abuelos a que la inscriban como hija propia con el apellido de la abuela-madre, para re insertarla a la vida ciudadana sin problemas: FELISA AGÜERA. Natalia jamás dijo el nombre del padre ni si eso fue producto de una violación o consentido el acto sexual.
Cuando nace la niña, sus abuelos-padres se mudan a Wilde, una localidad de la Provincia de Buenos Aires, a 20 kilómetros de la capital, para iniciar una nueva vida y borrar el escándalo ocurrido.
Faustino desaparece, la firma en la que trabaja lo envía a Salto, en la provincia de Buenos Aires, lo curioso es qué en su momento a él lo dan por trasladado a la Provincia de Salta, a tres mil kilómetros de la capital, por un error tipográfico que nadie corrigió, porque no era noticia.
La hija de Natalia nunca se casó, cuando sus padres fallecen, cobra la pensión de ambos lo que le permite vivir para buscar a Faustino, por mandato de su abuela-madre, que la convirtió en el Ángel vengador de la familia.
Faustino hizo una gran fortuna, murió célibe e hizo todo el bien que pudo, lo qué, de alguna forma, lo llevó a la muerte ya que sus donaciones trascendieron a nivel nacional, los diarios capitalinos, de tiraje nacional, se hicieron eco de ello y Felisa lo ubicó.Lo demás lo sabemos todos.
--Miralles, te felicito, un trabajo formidable que nos va a hacer quedar de primera con el doctor Estevez, completá este informe como te pedí, yo le agrego mi pedido y se lo paso al Juez, para que te llame.
--¿Vos crees que me va a llamar?
--No tengas la menor duda, tiene que ponerle la tapa a la olla que vos destapaste, ¡Anda tranquilo!
Así lo hizo, retiró su recibo, fue al banco, luego a almorzar y volvió a Dosintre, para retomar su tarea habitual. A las dos semanas recibió una notificación para presentarse ante el doctor Estevez, en la ciudad de La Plata.
Llegado el día concurrió al Juzgado, el Juez lo recibió de pie con una sonrisa, diciendo: – Me satisface mucho conocerlo – y le dio un apretón de manos – Estuve leyendo su investigación, muy enjundiosa y quería felicitarlo personalmente como hice con su jefe, ha hecho usted una tarea improba, pero por favor, tome asiento ¿Gusta beber algo, café, té, una gaseosa?
--Un café está bien.
Levantó su teléfono y pidió:--Dos cafés, por favor. – y siguió:--Verá Sargento, nosotros llegamos a la misma conclusión que usted respecto a la posible motivación de esta pobre mujer pero, antes de dictar sentencia me llamó el Ministro de Justicia de la Provincia de Buenos Aires pidiéndome que cajonee el expediente, ya que se había generado un conflicto de intereses entre el Ministerio de Educación de la Nación y el de la Provincia de Buenos Aires, ambos querían ser los beneficiarios de la fortuna del señor Fernández; al morir intestado y sin familia directa el Estado se hace cargo de los bienes, pero, para eso era imprescindible que no hubiera dolo en su muerte, si nosotros hacíamos trascender el hecho realmente ocurrido el Estado quedaba inhibido para hacerse cargo de los bienes y, en ese caso podrían aparecer beneficiarios españoles, sin ninguna consanguineidad, patrocinados por el gobierno español.
--¿Con qué interés?
--Esas herencias devengan un impuesto del cincuenta por ciento y nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores fue advertido que existen herederos, primos muy lejanos, con derecho a esos bienes. Como comprenderá esto se me iba de las manos, ya era una cuestión de política nacional e internacional y no un simple caso de homicidio.
--¿Entonces...?
--Cerré el caso y Condené a Felisa Agúera a ingresar a un instituto Neuro psiquiátrico, hice incinerar el cuerpo del señor Fernández y..
--Evitó el posible ADN.
--Nosotros no podemos juzgar lo que ocurrió hace sesenta años, jamás fue acusado, y es preferible que un culpable quede libre a que un inocente sea condenado. La figura del extinto queda sin mácula y recibe todos los honores que merece y la culpable, en lugar de enviarla al Montes de Oca, donde moriría sin atención ninguna, la enviamos al mejor instituto neuro psiquiátrico, asegurándole una muy buena asistencia médica que podría reintegrarla mentalmente sana a la sociedad; ella de por vida tiene cubierta dicha asistencia médica, he creado un fondo a tal fin que se complementa con sus haberes jubilatorios, dado que carece de familia directa. Y como colofón, he pedido al jefe de policía que usted sea ascendido a Sargento primero o Sargento Mayor, con un aumento del salario y proveerle a su delegación de un vehículo automotor. ¿Qué le parece?
--Casi como Salomón. Doctor ¿El vehículo podría ser una jeep con techo?
El Juez se puso de pie, riendo-- Sí, haré el pedido. Ah, en cuanto a la frase que pronunciaba la mujer lo correcto era: “La venganza es un plato que se come FRÍO, SIEMPRE FRÍO”
Mientras se despedían, Miralles pensó:-- “Y la verdad también”.
JSM

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
22-08-2014 20:00

VIDA EN TINIEBLAS.

Natalia, no puede dormir por las noches. Son tantos y tantos los fantasmas que aúllan por encima de su cama, que se siente desasistida y abandonada. Su corazón palpita asustado y todos sus miembros se estremecen cuando la penumbra comienza a envolverla. Natalia no puede soportar la noche. La luz del día la calma, le da vida. Pero en la noche, cada espacio umbroso puede contener en su seno un monstruo terrorífico que le sorberá las entrañas. Cada rincón oscuro puede contener difusos espectros que se desvanecen al ser contemplados.

Natalia con sus ocho años, es una niña muy enfermiza, con una gran sensibilidad, y una imaginación extraordinaria. Pero sus miedos, los ha absorbido su cerebro debido a la angustia que le produce el entorno tan estricto en que vive. Sus padres la quieren mucho y la cuidaban con esmero, pero, por su actitud muy puritana propia de tiempos pasados, procuran no tener ni el más mínimo roce amoroso normal en una pareja, delante de ella. Ni tan siquiera un beso de despedida a su esposa cuando Andrés se va a trabajar o cuando vuelve a casa. Y las monjas del colegio La Asunción donde estudia, contribuyen a aumentar su ansiedad. El día que hablan de la omnipotencia de Dios, no dejan ninguna posibilidad de duda: lo mismo que Dios creó el Mundo en siete días, puede destruirlo en tan sólo uno. En el colegio, también exterioriza su inquietud. Casi no juega con sus compañeros. Es poco participativa. Procura aislarse en un rincón del patio y ver cómo juegan los demás. Su semblante... ¿cómo lo describiría? De una cara con nariz aguileña, se dice cara de pájaro. Si es ancha y con orejas grandes y separadas, cara de mastín... pues, Natalia con su rostro paliducho y sus ojeras por no descansar bien, puede decirse que siempre tiene cara de estar recién levantada.

Una noche, Natalia esperaba temerosa que el mundo se despanzurrara de un momento a otro; que truenos y relámpagos dejaran hecha pedazos su pequeña vida y su cuerpo menudo. Más aún, porque ese día, en el colegio, había hecho una travesura sin importancia, pero que, su profesora, Sor Enmienda, calificaba de maldad y fue amenazada con terribles castigos si la volvía a hacer.

Un ruido en el techo de la habitación, es señal de que el poder divino lo acabará derrumbando y sus ripios la sepultarán castigándola por sus supuestas fechorías. Un movimiento de la persiana le anuncia el infierno para la eternidad. Y qué decir de las películas. No hace ninguna falta ir a ver películas terroríficas con vampiros y hombres lobo. “Los diez Mandamientos” es un paradigma de cine pavoroso. Aquella escena cuando la muerte recorría las calles matando a los hijos primogénitos de las familias, Natalia nunca la olvidará. ¡Cuántas noches pensando en aquella escena terrible! ¡Cuántas noches un soplo de viento es el sobresalto y el miedo! ¡Cuántas noches pidiendo a ese Dios del espanto y del temor, que no le envíe ninguna plaga! ¡Pobre inocente!

Natalia duerme incluso en verano, con la ventana cerrada y con una tenue luz encendida. No puede soportar la oscuridad ni la soledad. Se ha convertido en un ser aterrorizado y débil.

Otra noche, todo aullaba. El viento batallaba con la persiana dándole empellones. Queriendo entrar por la ventana para succionarla, y como no lo conseguía, emitía potentes y rabiosos silbidos de diferentes tonos, interpretando así su marcha fúnebre. La noche, oscura como la entrada del túnel de una mina de carbón, de repente, fue iluminada por un potente relámpago. Y acto seguido, una lluvia torrencial comenzó a caer sobre la casa. Natalia, acurrucada bajo la sábana, trémula, esperaba resignada el final de su humilde existencia. Toda la casa cobraba vida propia. La tenue luz de la lámpara al moverse, proyectaba formas extrañas en las paredes. El mundo parecía a punto de explotar, y de pronto, comenzó a oírse un ruido en la habitación de al lado donde dormían sus padres. Un cli, cli, constante, preciso, imparable. Sin duda, ─pensó─ algún ser sobrenatural había entrado. Quizás la ira divina cobraba forma monstruosa, o quizás la muerte se paseaba a sus anchas por la casa. Natalia se tapó la cabeza con la sábana, pero seguía oyendo aquel cli, cli, persistente, sincronizado, sin parar. Haciendo un gran esfuerzo, Natalia se armó de valor y se enfrentó a la realidad. Se incorporó, salió de la cama y recordando que en el cuarto de los trastos su padre guardaba un garrote por si entraban ladrones, lo cogió y con paso silencioso pero decidido, ganando la partida a sus miedos, fue a la habitación de sus padres. La lluvia continuaba cayendo impasible. Implacable en medio de la noche, y el ruido repicaba más fuerte que nunca: cli, cli. Cli, cli.

Natalia entró en la habitación. Era cierto. Sus temores se confirmaron. Debajo de la sábana, se movía alguna cosa de una forma muy extraña. Algo que tenía aprisionados a sus padres con sus grandes tentáculos y eso hacía que se retorcieran de aquella manera. Era indudable, porque el movimiento de sus padres iba seguido de un jadeo, prueba incuestionable del padecimiento de sus progenitores que en aquel momento podían estar a punto de ser engullidos por la bestia espectral y perversa que los tenía atrapados. Natalia superando su miedo, se aproximó a la cama con el garrote y golpeó con toda la fuerza que le permitieron sus ocho años. Al golpe seco, siguió un grito de su padre y un chillido de su madre. Su padre encendió la lámpara de la mesita y Natalia dio un tirón de la sábana dejándolos al descubierto.

Natalia no entendió por qué sus padres estaban desnudos, ni porqué su padre, todavía aturdido por el golpe, aplastaba con su cuerpo a su madre. No había ningún espectro; había desaparecido; se había esfumado en las tinieblas de su ignorancia.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
18-08-2014 21:45

Estoy seguro, J.J., de que sabrás darle vida a Natalia. Tenemos tres semanas. Hasta el día 7 de septiembre.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
18-08-2014 16:54

Extraordinaria la propuesta por el reto que significa, por lo menos en mi caso.
Tenemos el tiempo justo para darle un instante de vida a Natalia, ya se vera a donde nos lleva esta españolita.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
18-08-2014 16:46

Apreciados amigos y amigas. En esta etapa, 5 relatos.

Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.

Esta es la evolución del taller desde que lo iniciamos el día 25/05/2012.

6-5-7-5-4-6-4-4-4-5-5-2-6-6-7-5-6-6-6-7-6-4-3-2-8-9-9-8-8-8-7-8-7-5-5- 3-6-5-4-4-5-3-5-5 —242 relatos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
14-08-2014 20:01

Queridos compañeros:
Con el beneplácito de Gregorio dejo aquí este largo (puede que demasiado) relato sobre el asunto de la quincena.
A partir de ahora creo que iré normalizando mi actividad en el foro.
Felices vacaciones a quienes las disfruten

LA PÁGINA ASESINA.
(Cap. I)

Por fin estaba ante él; lo había encontrado. Después de casi un año de laboriosa búsqueda, en aquel pueblo perdido de la brumosa Escocia, el tercer volumen del aquel rarísimo ejemplar de “beato” lucía sus brillantes tapas de piel de cordero bajo la luz amortiguada de una lámpara especial. Los ojos de Don Álvaro brillaban con ese sentimiento mezcla de triunfo y ambición que caracteriza la mirada de los triunfadores cuando están a punto de alcanzar su objetivo, exteriorizando su voluntad de victoria.

Aquella búsqueda había comenzado tiempo atrás en su casa de Córdoba, en la ahora lejana Andalucía. Una llamada intempestiva, cerca de la medianoche, le urgía a una visita para tratar un asunto de la máxima importancia. Alguien, coleccionista de libros raros, que decía haber sido robado y le requería para la recuperación de lo que él llamaba su “joya más preciada”. Concertaron una entrevista para el día siguiente citándose en el Casino para desayunar juntos.

Don Álvaro de Quesada, aristócrata venido a menos, vivía en su vieja mansión cordobesa, que servía al mismo tiempo de museo a su rica colección de antigüedades; su biblioteca de incunables y una selecta tienda turística, para subvenir con la venta de souvenirs para gentes entendidas la falta de rentas que antes le garantizaba su extenso patrimonio, ahora convertido en bargüeños de taracea, tapices, mobiliario de antiguos palacios, cuadros, marfiles, viejos cordobanes, y sobre todo, una extensa y valiosa colección de códices, incunables y toda clase de libros raros. Todos objetos de un valor enormemente superior a la de sus tierras que fue vendiendo poco a poco, pero un valor subjetivo, ajeno a los vaivenes del mercado y a los que había tomado tal afecto que le era imposible desprenderse ya de ellos. Don Álvaro era de la creencia firme que el Arte nunca debería ser objeto de negocios pecuniarios.

El Sr. de Quesada, un hombre alto y bien formado, en la sazón de la edad , gesto altivo y aristocrático porte a la antigua usanza, tenía además fama de ser un experto conocedor de esa especial faceta de la anticuaria que son los libros raros. Muchos bibliotecarios de renombre le consultaban sus dudas y pedían su expertización ante ejemplares dudosos. Usaba unos delicados quevedos de oro y siempre, de su chaqueta, pendía un viejo reloj sujeto por una leontina al ojal de la solapa. Esto y el innecesario uso que hacía de un bastón de ébano con empuñadura de marfil primorosamente tallada, situaba al personaje en lo que el hombre de la calle llamaría “alta alcurnia”: su sola presencia imponía.

Su visitante, que dijo ser ciudadano alemán, hablaba un castellano fluido y correcto, con fuerte acento. El motivo de su visita era solicitarle, rogarle, que a través de su amplio conocimiento del mundo del libro antiguo, tratase de recuperar uno de los tres ejemplares de un rarísimo beato, herencia familiar, que le había sido robado por alguno de los empleados a su servicio. La policía no podía intervenir por razonas muy particulares de las que en su día podría informarle. Herr Karl von Esenbach, que así dijo llamarse el extranjero, pagaría desde luego muy generosamente todos los gastos y emolumentos que se le solicitasen. Rogó a Don Álvaro que se sirviese acudir a su habitación del hotel donde se alojaba (uno de los más lujosos de la ciudad) pues quería mostrarle los ejemplares del beato que aún permanecían en su poder. Don Álvaro aceptó sin reservas y se emplazaron para comer en el afamado restaurante del hotel, del que, por otra parte, era un viejo conocido.

Cuando el extranjero le mostró, desenvolviendo un discreto paquete, los dos ejemplares del viejo manuscrito, Don Álvaro no pudo contener una exclamación de asombro. Se trataba de la copia alemana del ejemplar que se suponía depositado en el Monasterio de Ebersberg, en Baviera, y del que se tenían noticias entre los iniciados de que había sido robado.

-Sr. von Esenbach, dijo Don Álvaro, usted sin duda conoce las sospechas que existen sobre la legitimidad de una propiedad privada de estas joyas. No puedo en modo alguno ayudarle en su búsqueda. Es más, mi deber cívico es el de denunciar la existencia de estos libros ante la policía.

Von Esenbach sonrió despreocupadamente y en sus ojos por primera vez pudo ver Don Álvaro la malicia de su interlocutor.

-Perdóneme, Señor de Quesada. Esperaba esta respuesta suya, pero si estoy aquí es por que conozco perfectamente su, llamemoslo, curriculum y tengo mis ases en la manga. Usted me ayudará y yo le ayudaré a usted mejorando su maltrecho patrimonio. Además, una vez en el secreto, su única salida es la del silencio de la muerte.

Ante esta respuesta Don Álvaro no tuvo más remedio que aceptar el misterioso encargo.

-El volumen robado, Don Álvaro, tiene la particularidad de incorporar un ritual antiquísimo de fórmulas mágicas: esotéricas, ya me entiende. Estas fórmulas son de vital importancia para la Orden a la que me honro pertenecer. No puedo explayarme más. Es por eso muy importante que compruebe usted la existencia de esa addenda en el volumen y por los medios que sean necesarios la recupere usted como pieza principal. En este sentido puede usted contar con nuestra colaboración si surgiesen imprevistos que usted no sepa o pueda solventar.

Esta conversación, ahora en aquel lejano pueblo escocés, le parecía a Quesada que nunca había tenido lugar. Pero allí estaba, ante ese magnífico ejemplar, escrito parcialmente en aljamía y el resto en antiguo alto alemán, con sus bellísimas iluminaciones mozárabes. La singladura había sido larga, tortuosa y no exenta de peligros. Algunas indiscreciones de los elementos que tuvo que consultar le llevaron a situaciones rayanas en la ilegalidad (admitiendo que no fuese ilegal la propia búsqueda.)

Madrid, Barcelona, París (las excepcionales casas de anticuario del Marais), Londres, Edimburgo, Glasgow... Un largo periplo, casi iniciático, que únicamente una persona de sus conocimientos y contactos podría haber realizado, le habían llevado hasta Kirkcaldy, cerca de Glenrothes, cuna de uno de los mejores güiskis que conocía. Alguna parte positiva habría de tener su esfuerzo.

En Kirkcaldy, pequeña ciudad costera, casi frente por frente a Edimburgo, sobre el Mar del Norte, sus últimas pesquisas le habían llevado hasta un tenducho de aspecto miserable, regentado por un típico escocés, como salido de las viejas películas. En una amplia trastienda, acondicionada sin embargo con los más sofisticados sistemas de conservación de ese material tan precioso y sensible como es el libro antiguo, el escocés le exhibía sin reparos aquel soberbio ejemplar, cuyo aspecto parecía impecable. Provisto de unos delicados guantes de látex, Quesada hojeaba con todo cuidado las bellísimas páginas. Pero no estaba la addenda misteriosa. El escocés le miró maliciosamente y manipulando con menos ciudado el volumen abrió una contratapa situada ocultamente en la cubierta posterior. Allí estaba, cosida con un tosco bramante, la peligrosa addenda. Escrita en caracteres góticos y con alguna iluminación menos brillante que las del beato, exhibía sin embargo, unos cuidados y detallados gráficos, dibujos relativos a los rituales allí contenidos: círculos, tetragramaton, rudimentarios zodíacos, símbolos celtas... muchos de ellos de clara anacronía con el texto del beato.

Pero aparentemente todo estaba en orden. Quedaba únicamente la cuestión económica y en eso, ya se sabe, los escoceses son muy especiales. Además aquel hombre sabía los muchos valores añadidos de aquel ejemplar. Don Álvaro tenía plenos poderes para negociar, y él sabía hacerlo, pero aún no había empezado la batalla.

LA PÁGINA ASESINA.

Cap. II.

Álvaro de Quesada se alojó en un “cottage” de las afueras, un verdadero hotel con encanto. Cerca de los acantilados, entre el rumor amenazador del mar y el suave murmullo de las hojas de los frondosos olmos que ya amarilleaban tocadas por el hálito del otoño, se disponía a preparar los últimos escarceos, duras batallas tal vez, para recuperar el libro. Ya no era sólo cuestión de pundonor profesional: se había enamorado de él; tenía que conseguirlo. Durante las breves inspecciones que había podido realizar había comprobado que algunas páginas, algunas de las vitelas que conformaban el volumen podrían ser verdaderos palimpsestos; le pareció observar trazas de escrituras más antiguas borradas para poder reescribir en su lugar otros textos. Aquel beato, además de ser una joya bibliográfica, se había convertido en una fuente de misterios. Tenía que ser suyo.

De camino a su hotel, en la noche oscura y lluviosa, decidió tomar una cerveza en el pub del puerto, a pesar de que aquella cerveza negra y caliente le repugnaba ¡Donde estuviesen los perfumados caldos de Moriles!. Entró al ambiente cálido, alegre y bullicioso característico de los pubs británicos. Lo encontró agradable y pronto entabló conversación con algún parroquiano. Y entonces la vio. Como una llamarada alborotada y juguetona que se movía a increíble velocidad entre los clientes, que la asediaban con bromas y algún intento de caricia. Y ella reía y se zafaba con sus pintas en la mano. La presencia de aquella alegre camarera sacó a Quesada de las preocupaciones acerca del manuscrito, que no dejaban de rondarle. Con un gesto, imitando los que hacían los demás parroquianos, llamó la atención de la joven para que acudiese a servirle. Una hermosa y lozana mujer en plena juventud, radiante bajo su melena rizada y pelirroja, de finísimo cutis blanco levemente punteado de pecas asimismo rojizas, acudió sonriente, hablándole en aquel gaélico endemoniado del que Quesada no entendía ni una palabra.

Pero el seductor poder de la sonrisa hizo que pronto se allanasen los obstáculos de comunicación. El español, sabio en mujeres, aunque soltero recalcitrante, consiguió rápidamente su pinta y algo más: el compromiso de un nuevo encuentro a solas con la bella. Sobre la marcha Quesada decidió que bien podía dedicar unas semanas más al asunto del manuscrito, en forma de merecidas vacaciones y nadie mejor que Mae, que así se llamaba la joven, para compartirlas y disfrutarlas conjuntamente.

Con este objetivo cumplido Don Álvaro volvió a sus cavilaciones. Durante la conversación con el librero del pueblo éste le había preguntado sobre la leyenda maldita del manuscrito, acerca de la cual Quesada no tenía idea. Al parecer, si durante la lectura del libro alguien, y precisamente a las tres de la tarde, encontraba una página en blanco, el des.graciado lector moriría. Pero era sólo una leyenda. Y con muchos argumentos que la invalidaban; a las tres de la tarde ¿en qué huso horario? Una página en blanco ¿quien la había visto? Además, con no leer el librote en ese horario fatídico, asunto concluído. Pero algún temor irracional quedó albergado en la mente de Quesada y él necesitaba erradicarlo.

Durante los siguientes días, además de las fatigosas negociaciones acerca de la compra del libro, Quesada avanzó extraordinariamente en su relación con Mae, “su” bella pelirroja. Tanto, que Don Álvaro sintió por primera vez en su vida que estaba enamorado. El grácil cuerpo de la joven, sus mórbidas carnes de una blancura que él no conocía, su desparpajo y una sensualidad inédita para el andaluz en su relación con mujeres, hizo que sucumbiese a los asaltos de aquel Cupido septentrional, de aquella ardiente frialdad nórdica, que lo enervaba y encandilaba sus tórridos instintos de hombre del sur.

Finalmente, como paso final a la adquisición del manuscrito, Quesada exigió un reconocimiento más detallado del libro, que le fue concedido de mala gana por el vendedor. Quesada pasó horas y más horas escudriñando sus páginas, sus ilustraciones, interpretando y reinterpretando los textos y adquiriendo un exhaustivo conocimiento del volumen. Junto a él pasaba largas horas su amada y amante Mae, descuidando su servicio en el pub y animando al pobre Quesada cuando decaía en su labor. Entonces el fuego de la pelirroja incendiaba la estancia y una voluptuosa mezcla de perfumes, carne tibia y ropas desordenadas por todo el cuarto sustituía la pausada y ordenada labor de investigación de nuestro personaje.

Don Álvaro, en su exhaustivo examen del texto había llegado a una conclusión liberadora: “todo el que desemboque en la página en blanco a las tres de la tarde, muere.” Pero aquello era una burda tautología; todos tenemos que morir, así que el aserto de la maldición era inconsecuente. No había por tanto peligro alguno. Celebrando tan vital conclusión con la incansable Mae, en el suelo, sobre unas cálidas y confortables pieles de oveja escocesa, frente a la amorosa chimenea, la pareja consumó por enésima vez sus ardorosos vínculos. Y allí Don Álvaro decidió que su futuro estaba allí, en Kirkcaldy, junto a Mae, entre las brumas que tan nítido hacían su futuro. Volvería, como tantos nórdicos, de vacaciones a la vieja Andalucía y disfrutaría como un turista más de las muchas cosas buenas que a los forasteros cultos ofrece aquella bendita tierra.

Pero aún faltaba una última y definitiva prueba. Llamó a Herr von Esenbach para comunicarle la situación de sus pesquisas y pedirle un adelanto de sus honorarios, una muy importante cantidad. Cuando estuvieron juntos le rogó que examinase el volumen; eran casi las tres de la tarde, meridiano de Greenwich y la página en blanco estaba cuidadosamente señalada. Pero, “herr von Esenbach, no tenga cuidado, la leyenda es un bulo; yo lo he comprobado”. Cuando sonaban las tres en el viejo reloj de péndulo del hotel, Von Esenbach posaba sus dilatados ojos en la página asesina. Inmediatamente cayó fulminado. La leyenda era, entonces, cierta. No exactamente; en una de las páginas modificadas Quesada encontró restos de palabras que le permitieron reinterpretar aquella frase enigmática y fatal: si el lector que encuentre la página en blanco a esa particular hora estuviese verdaderamente enamorado, quedará libre de la maldición. Álvaro lo estaba. Para mayor garantía, una pequeña dosis de activísimo veneno (los druidas escoceses son maestros en esta materia) diluída en el excelente güiski con que Herr Karl celebraba el hallazgo de su manuscrito aniquiló al ladrón que había robado
aquella joya robada.

No hubo demasiadas investigaciones; von Esenbach estaba fichado policialmente y el manuscrito fue devuelto junto a sus otros dos hermanos al monasterio del que fue sustraído. Todo fueron felicitaciones y parabienes. Don Álvaro fue inmediatamente adoptado por la comunidad de Kirkcaldy y allí sigue feliz con su ardorosa Mae. Por informaciones que no puedo revelar se que se asoció con el librero de viejo y han montado una floreciente empresa de antigüedades. Y también se vinculó financieramente al mayor fabricante de güisky de la vecina Glennrothes, excelente e inspirador licor que recomiendo a ustedes en pago a su paciencia por haber llegado hasta el final, aunque cualquier lector interesado podrá argüir que este relato deja demasiados flecos sueltos, muchas y puede que jugosas “segundas y terceras partes”. Todo se verá. Pero eso le pasó al fallecido escritor sueco Stieg Larsson con su trilogía “Millenium” y yo no quisiera morir tan joven.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
13-08-2014 21:34

Bienvenido, amigo, y adelante con tu relato. No sé si has leído, que aumenté la extensión de los relatos, a 1200 palabras, con el fin de facilitar la publicación de relatos de archivo, que coincidan con el tema propuesto y no con la extensión anterior(700) palabras.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
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