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Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
31-05-2014 01:44

A Juan Villoro ya lo he recomendado en otras oportunidades, esta entrevista me pareció interesante por lo que nos puede aportar a quienes escribimos.

"los escritores somos como la caja negra de los aviones"

De sus modelos y sus formas inéditas de concebir el mundo, del humor y la contracultura, de la musicalidad en la literatura y de la memoria, aunque no por esta vez de futbol, de todo ello habla ...

Las aventuras con mi padre
Villoro
(Cortesía)
JOSÉ LUIS MARTÍNEZ
24/05/2014 07:02 AM
Ciudad de México
Juan Villoro es narrador, ensayista, cronista, dramaturgo, traductor, editor, tiene una memoria prodigiosa y un impecable sentido del humor. En febrero de este año ingresó a El Colegio Nacional con el discurso titulado “Históricas pequeñeces: vertientes narrativas en la obra de Ramón López Velarde”, que fue respondido por el antropólogo Eduardo Matos Moctezuma.

En su intervención, Matos Moctezuma destacó la “versatilidad impresionante” de Villoro y agregó: “nada en el mundo de las palabras le es ajeno, de su pluma brotan palabras que retratan situaciones y personajes que transitan por la vida con su propia carga y cargas ajenas”.

¿De dónde viene la literatura de Villoro, esa gran capacidad para mirar el mundo a través del cristal del humor y conciliar lo culto con lo popular? La siguiente conversación intenta responder esa pregunta.

El humor siempre está presente en tu literatura.

El humor es una manera de respirar, es consustancial a la persona que mira el mundo y creo que no hay nada más pesado que alguien que se quiere hacer el chistoso. Desgraciadamente, en la cultura mexicana no ha tenido un espacio privilegiado; han existido escritores con notable sentido del humor como Juan José Arreola, Salvador Novo, Carlos Monsiváis, pero no ha sido una constante de nuestra literatura.

Cuando hizo su titánica antología La poesía mexicana del siglo XX, Monsiváis decía en el prólogo que la gran asignatura pendiente de nuestra literatura era el humor. Porque era una literatura que se podía preciar de tener grandes hallazgos, pero todos eran serios, dramáticos, desgarrados, y es que rara vez la literatura mexicana le ha apostado a la ligereza o al humor. Basta ver los títulos de algunas obras clásicas: El luto humano, Los días enmascarados, El laberinto de la soledad, Muerte sin fin, Nostalgia de la muerte, El Llano en llamas: todos aluden a situaciones tensas, desgarradas, límite.

Yo me formé de manera irregular leyendo más cómics que libros. Disfrutando, por ejemplo, La familia Burrón, Los Supersabios, Los Supermachos, La pequeña Lulú; viendo las series de la época de oro de la televisión —Mi marciano favorito, El súper agente 86, La isla de Gilligan—; o escuchando las narraciones deportivas de Ángel Fernández, “El Mago” Septién y “Sony” Alarcón. En todos estos discursos de lo popular, el sentido del humor resultaba esencial. Era imposible oír un partido de futbol narrado por uno de estos cronistas o leer una historieta de estos caricaturistas [Gabriel Vargas, Germán Butze, Rius, Marge], sin entrar en contacto con el sentido del humor.

El caldo de cultivo que tenía para acercarme al mundo de la representación y de la palabra estaba impregnado de sentido del humor y a mí me parecía, por temperamento, que eso era muy deseable. No sabía que la literatura mexicana era muy seria.

El primer libro que yo leí por interés y por vocación de lector fue De perfil de José Agustín, irreverente y con mucho sentido del humor. Empecé a escribir en la estela de José Agustín, siguiendo sus procedimientos, en los cuales los albures, la picardía cotidiana, el humor callejero, eran esenciales, y lo asocié, también de manera muy libre, con lo que yo había recibido de estímulos en la televisión, las narraciones de los locutores, los cómics.

Luego, cuando Jorge Ibargüengoitia empezó a publicar en el Excélsior de Julio Scherer, encontré, digámoslo así, una manera autorizada, legítima, de entender que el humor es un atributo de la inteligencia; o sea, no es simple y sencillamente algo que esté destinado a hacer reír a las personas, sino que te revela algo oculto de la realidad.

Augusto Monterroso decía: “El verdadero fin del humorista es hacer pensar y, a veces, hasta hacer reír”. A él le parecía más importante que el humor te hiciera pensar y luego te provocara una carcajada, si eso era necesario o posible. Pero lo importante para él era que el humor te revelara otra forma de entender la realidad.

Entonces, de manera intuitiva, caótica, informal, estos gustos, estos procedimientos y mi propio temperamento me llevaron a hacer un tipo de literatura en la que, de pronto, aparece el humor.

Que ha sido cultivado sobre todo en la literatura inglesa.

Es bien difícil ser un clásico de la literatura inglesa sin sentido del humor. De Shakespeare en adelante el humor es casi un sello de calidad de la literatura inglesa. En Joyce, Wilde, en la mayoría de los autores en los que podamos pensar, el sentido del humor es lo que le da un extra a la literatura inglesa. Para nosotros, en cambio, más bien ha sido una excepción —desde el punto de vista literario, no en la cultura popular.

Por otra parte, se confunde el humor con el chiste.

Eso es muy frecuente. Entre los cómicos de Televisa, por ejemplo, resulta extraordinariamente ridículo que la figura del “joto”, del afeminado, por el simple hecho del amaneramiento sea chistosa; o el chiste de pastelazo, la humillación física de alguna persona; el clasismo, que está muy marcado en la televisión mexicana; o los albures, que me parecen un síntoma de primitivismo cultural (cuando en otros países ven al Compayito, tal vez imaginan que los mexicanos tenemos unas obsesiones sexuales muy primitivas).

Todo esto forma parte de esa zona del humor que es el humor por decreto —y que incluso en la tele te lo enfatizan con las risas enlatadas; hacen un chiste pésimo pero aparece la risa grabada y entonces, por decreto, eso fue chistoso—. El verdadero sentido del humor es muy distinto, es algo que está ahí como un experimento, a algunos les da risa, a otros no, pero lo importante es que te revele una manera diferente de ver la realidad.

En tu literatura hay humor, pero también música.

La literatura es una forma de la música. Cuando lees a un autor que te gusta, hay un sentido eufónico de las palabras absolutamente único. Cuando uno escucha los discos en los que Juan Carlos Onetti lee sus cuentos, te das cuenta que de esa respiración asmática, pausada, de un hombre que está fumando y tiene una visión melancólica del mundo, depende mucho la manera en que leía sus propios textos. Onetti tenía un ritmo interior extraordinario, que transmitía a su escritura con la textura melódica de una composición de jazz.

Lo mismo hacía Julio Cortazar, que era tan aficionado al jazz y a quien le interesaba de pronto que sus textos tuvieran ese grado de lirismo que puede tener la improvisación de un virtuoso del saxofón. Yo creo que la literatura está muy impregnada de musicalidad, pero es una música que se escucha en silencio.

La auténtica música te puede servir mucho como patrón y como estímulo para tu propia musicalidad. A mí me interesa, en ese sentido, como un compás percusivo, como una armonía, como un trasfondo de mi propio ritmo en las palabras.

En el caso muy concreto de la música de rock, me llamaba la atención el mundo que convocaba. Me volví aficionado, más que a los conjuntos y sus composiciones, al cambio de vida que estaba proponiendo, me interesaba muchísimo la contracultura y la posibilidad de entender que la juventud había dejado de ser una categoría biológica para convertirse en una categoría social, y que a partir de los años sesenta había formas específicas de ser joven: amabas como joven, te vestías como joven, tenías religiones de joven, hacías viajes de joven, tenías un lenguaje de joven.

Si antes los jóvenes eran adultos en miniatura —todavía en los años cincuenta los veías vestidos de traje, tratando de imitar a sus padres desde la presentación hasta la conducta—, en los sesenta esto se trastoca por completo y ser joven ya es un universo diferente. Esa revolución del comportamiento me cautivó. Lo que me interesaba, cuando empezaba a escribir crítica de rock, cuando escribía los guiones del programa El lado oscuro de la luna, era justamente captar ese contexto; cómo la gente estaba tratando de reinventar el mundo con el pretexto de la música; la música era un pretexto de siete notas para irte de tu casa, para viajar a la India, para volverte vegetariano, para descubrir que el zodiaco te tenía una sorpresa reservada.

Ese tipo de cambios de destino y de vida fueron los que a mí me parecieron extraordinarios en esa época y quise ser testigo de ello. Escribí un librito, Tiempo transcurrido, que trata un poco de este tipo de situaciones.

José Agustín hace la escritura del joven para el joven.

Además hizo una cosa muy interesante porque, en Estados Unidos y en Inglaterra, la música de rock era tan potente que los jóvenes podían encontrar mensajes de renovación y de cambio exclusivamente en ella. Escuchabas a Bob Dylan o años después a The Clash y había una serie de mensajes que podían cambiar tu manera de entender el universo.

En México esto no fue posible. Las tocadas de rock estaban prohibidas, no había conciertos, los cafés cantantes se habían cerrado, las revistas de rock zozobraban o muchas veces eran censuradas. Entonces ocurrió un fenómeno de sustitución y los escritores de “la onda”, con José Agustín a la cabeza, cumplieron ese cometido. En el México de los años sesenta, si tú leías De perfil, La tumba, Se está haciendo tarde (final en laguna), de José Agustín, o una obra de teatro espléndida como Círculo vicioso, te dabas cuenta de que todos los discursos, los temas, los cambios de comportamiento de la juventud estaban en esos textos.

Los mexicanos tuvimos mucho mayor acceso a la contracultura a través de la literatura que a través del rock, porque no hubo muchos grupos de rock que la encabezaran. Ha habido grupos de éxito como El Tri, pero es otro tipo de fenómeno. Ellos empezaron como un grupo que cantaba en inglés, Three Souls in My Mind, luego se desclasaron y se convirtieron en un fenómeno irónico, popular, muy interesante, pero menos complejo que la literatura de José Agustín.

En México ese compromiso contracultural lo hizo la literatura de una manera muy anticipada. España tuvo que esperar casi veinte años para que surgieran escritores como Ray Loriga, Chile otro tanto para que surgiera un escritor como Alberto Fuguet, Argentina para que apareciera Rodrigo Fresán, y México tuvo de inmediato a su escritor contracultural en los años sesenta, que fue José Agustín. Eso es muy significativo.

Como escritor, además de José Agustín, ¿quiénes han sido tus modelos?

Han sido muchos. En el campo de la mezcla entre lo culto y lo popular, en México fue esencial Carlos Monsiváis —en 1954 escribía de los poetas del modernismo y al mismo tiempo de un músico cubano como Bola de Nieve.

En aquel tiempo Umberto Eco, en Italia, comienza a hacer una exploración muy interesante de la cultura popular, ocupándose de los cómics, de los grafitis y de discursos que los semiólogos no habían tomado en cuenta.

En Francia, Roland Barthes en su libro Mitologías habla de la lucha libre, de los juguetes, de los menús, de la moda, y empieza a entender que la realidad es un discurso decodificable y que debemos ocuparnos de todas las formas de representación.

Este tipos de autores me marcaron mucho, si no ellos de manera inmediata, sí el tipo de búsquedas que perseguían, porque yo creo que no podemos entender nuestra realidad si no comprendemos las formas que la representan.

El deporte es una manera de representar nuestra realidad. Para conocer una época hay que saber cómo se entretiene la gente, qué ilusiones colectivas y qué frustraciones delega en actividades específicas; y fenómenos como el carnaval, el futbol, la lucha libre, el box, en fin, veinte mil cosas parecidas te dan una manera de representar nuestra realidad, y sería absurdo soslayarlas. Sobre todo a partir del momento en que vivimos en la sociedad de masas. Cuando la cultura deja de ser un asunto de consumo de las elites ilustradas y hay dos o tres tipos de consumo cultural, como el de las elites ilustradas, que sigue existiendo tal cual, descubres el de la gente que recibe todo tipo de influencias culturales a través de los medios electrónicos, de los periódicos, de las redes sociales. Entonces hay distintas formas de entender la realidad. No podemos comprender lo que somos sin atender a estas formas de representación, tan compartidas y tan decisivas para muchas personas.

Has dicho que tu literatura está hecha de memoria.

Me parece que la memoria es el gran compromiso que tenemos los escritores con el paso del tiempo. Escribimos para atesorar cosas, para demostrarnos que no han ocurrido en vano. Al final de Moby Dick, el narrador, Ismael, se salva del naufragio y les dice a los lectores: “Ustedes se preguntarán por qué me salvé yo y todos los demás murieron. Bueno, porque alguien tenía que contar la historia”. Siempre es necesario contar la historia. Los escritores somos como la caja negra de los aviones. Todo se puede destruir menos la caja negra; esa memoria es importante.

Pasaron las guerras napoleónicas, la II Guerra Mundial, la Guerra Civil española, ahora la guerra del narcotráfico en México y quedarán testimonios memoriosos de eso. Yo creo que la memoria también nos permite establecer un tribunal moral, que no siempre ocurre en el mundo de los hechos. El mundo padece demasiadas injusticias y no siempre la gente que ha sido víctima de un abuso, de un ultraje, recibe una compensación. Con el tiempo, contar las historias de estas personas es una manera compensatoria de hacer justicia; esto no repara lo que se perdió, pero por lo menos impide que se olvide.

Yo creo que el olvido es un castigo muchas veces peor que la injusticia. Las víctimas del Holocausto no van a regresar a través de los testimonios que se han escrito, pero el hecho de que existan estos testimonios hace que no las olvidemos. Recordar es uno de los grandes compromisos de la literatura. A fin de cuentas se trata de una de las pocas actividades humanas en las que, todos los días, conversamos con los difuntos. Abres un libro de Shakespeare y está más vivo que nunca, y te conmueves con la suerte de Julieta como la de la chica adolescente que acabas de conocer. Eso es algo muy importante en la literatura, que está hecha de tiempo, de memoria.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
24-05-2014 02:02


En esta edición Letralia celebra su mayoría de edad con textos sobre el estimulo del alcohol, la ebriedad y las letras en este link puedes encontrar y leer todos los textos publicados y el que escribí con el Titulo el Sol y Sombra.
http://www.letralia.com/300/0520letralia.htm

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
21-05-2014 18:51

Les dejo este texto como abre bocas.

Un capítulo de “¿Hay vida en la tierra?”, el nuevo libro de Juan Villoro
Tenemos el gusto de compartir con los lectores de Prodavinci, por cortesía de la Editorial Puntocero, el capítulo "Un artículo de fe", parte del nuevo libro de Juan Villoro: ¿Hay vida en la tierra?
Por Juan Villoro
baja resolución hay vida 3d

Un artículo de fe

Al subir a un avión sonreímos sin saber muy bien por qué. La posibilidad de tentar al destino hace que seamos más supersticiosos que racionales: no sonreímos por dicha, sino como un conjuro contra la adversidad.
Pensé esto al tomar un avión de hélice de Zacatecas a la ciudad de México.
En la fila para documentar me había llamado la atención un hombre con el pelo al rape, camiseta de basquetbolista y botas de una piel que no supe reconocer, una piel de reptil con crestas diminutas. En su brazo, un Cristo tatuado lloraba lágrimas azules. Tres cadenas de oro le pendían del pecho y dos celulares del cinturón de pita. Lo escuché hablar en buen inglés por uno de sus teléfonos. Luego sonó el otro y habló en susurros. Su equipaje era una bolsa verde, como las que usan los soldados norteamericanos. Parecía un ranchero que hizo negocios al otro lado de la frontera y empacó de prisa. Iba acompañado por su mujer y un hijo pequeño, que tenía en los brazos calcomanías que semejaban tatuajes.
Antes de documentar, me encontré a un conocido y sobrevino uno de esos diálogos de esmerada cortesía que los mexicanos sostenemos con personas que no volveremos a ver. La mujer me vio con curiosidad.
Aunque éramos pocos pasajeros, la azafata nos dijo que debíamos respetar los asientos asignados para mantener el equilibrio de la nave. Me tocó el 12D, en la última fila, donde el respaldo no puede reclinarse. A mi lado se sentó la mujer del hombre de los collares de oro.
He oído a conocedores encomiar los aviones de hélice, que pueden planear en caso necesario. Para el viajero común, la cabina estrecha, su tendencia a surfear en las corrientes de aire, y el hecho de que las aspas pertenezcan a una tecnología anterior, sugieren un ambiente algo precario.
Me persigné y abrí una novela para evadirme.
Después de una bolsa de aire, la mujer de al lado preguntó:
– ¿Puedo hablar con usted?
Me quité los lentes para escuchar, como si lo hiciera por los ojos. La siguiente pregunta me tomó por sorpresa:
– ¿Usted cree que un enemigo puede perdonar?– sus ojos me vieron con preocupación.
A diferencia de su marido, ella vestía con sencillez: pantalones de mezclilla, sandalias, camisa a cuadros.
– ¿A qué se refiere?– le pregunté.
Enrolló con nerviosismo su pase de abordar en el dedo índice y me contó que su marido tenía que respetar un acuerdo hecho por sus jefes. «Hay gente a la que no le gusta lo que uno hace, gente que se mete con uno», dijo de manera enigmática.
Desvié la vista al hombre que dormía plácidamente. «Él es leal», la mujer hacía pausas para encontrar las palabras correctas: «Siempre ha trabajado para la misma gente. Ahora le dijeron que ya no podía trabajar así. Tuvo que aclarar cosas con otro grupo, gente que no lo quiere. Hizo cosas que no le gustaban a esos señores». Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas: «Sus jefes lo mandaron a verlos».
– ¿Y qué pasó?– pregunté.
– Le dieron una chanza.
Yo acababa de leer en Proceso un escalofriante reportaje de Ricardo Ravelo sobre el narcopactoentre los cárteles del Golfo y el de Sinaloa. De acuerdo con esa información, entre mayo y junio de 2007 las bandas habían celebrado siete encuentros para negociar una tregua. Las ejecuciones perjudicaban su negocio. El pacto tenía una cláusula para tratar a los traidores: «El grupo agraviado decidirá qué hacer con ellos: si los castiga o los ejecuta».
– ¿Un enemigo puede perdonar?– la mujer repitió su pregunta.
El atuendo de su marido y la fuerza magnética del reportaje de Ravelo me hicieron pensar en una trama del narcotráfico. ¿Qué hacer en una situación donde se mezclan el miedo, el dolor de una mujer, la imposibilidad de entender, el inesperado contacto con datos oprobiosos?
El hombre dormía, como si cayera dentro de sí mismo. ¿El peligro representaba para él algo elemental? ¿Estaba tan extenuado que al fin su organismo se rendía?
¿Hasta qué punto yo quería interpretar de más? Tal vez las noticias de los últimos meses habían activado mi paranoia y me llevaban a buscar coincidencias donde no las había. Tal vez los problemas del hombre se referían a dos grupos de rancheros y no perdería otra cosa que su empleo. ¿Acaso un ranchero no se harta y se deprime y desea cambiar de aires?
Vi el pase de abordar con el que había jugueteado la mujer: su lugar era el 10D. No había sido asignada a la fila 12 ni estaba por comodidad en ese espacio donde los asientos no se reclinan. Aunque nos prohibieron cambiar de sitio, ella se había trasladado, en pos de una respuesta.
– Un enemigo puede perdonar– le dije. Entonces ocurrió lo más raro del viaje:
– Gracias, padre– contestó.
Yo era tan exótico para ella como su marido para mí. Reparé en mi atuendo y mi conducta: iba vestido enteramente de negro y el cuello blanco me asomaba como un collarín, llevaba en las manos El día de todas las almas de Cees Nooteboom (ella no tenía por qué saber que se trataba de una novela), me persigné durante el despegue y en la cola para documentar hablé con un conocido en un tono que –ahora me daba cuenta– era bastante sacerdotal. Dos realidades ilusorias se cruzaban en el vuelo. Yo le atribuía a su marido un drama de sangre y ella me atribuía una espiritualidad difusa. Pero su angustia era genuina. Hubiera sido terrible revelarle a esas alturas (nunca fue más lógica la frase) que mi verdadero oficio me lleva a escuchar sin sacramento de por medio.
La mujer necesitaba creer en la palabra empeñada por un adversario y en la respuesta de un extraño en la realidad suspendida del avión. Por la ventanilla, se veía la tierra a la que bajaríamos pronto, donde la gente se entendía tan poco como los pasajeros de los asientos 12C y 12D. Pensaba en esto cuando la mujer sonrió y me mostró su pase de abordar, confesando que había cambiado de sitio:
–Hace demasiado que no hablaba con un padre– me vio con una confianza inmerecida.
Me había regalado un artículo de fe.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
14-05-2014 13:10

Estela: has definido perfectamente la novelita de Barreau, una encantadora frivolidad muy parisina. Para quienes París es la ciudad de nuestros sueños estos continuan con la nueva novela del mismo autor: "Me encontrarás en el fin del mundo." Aquí se añade al mágico encanto parisino, esta vez ambientado en galerías de arte, una especie de suspense: un bon vivant buscando a la mujer de su vida. Para pasar tres horas fuera de la desolación de la vida cotidiana.

Estela
Estela
14-05-2014 00:14

La sonrisa de las mujeres de Nicolàs Barreau

Encantador y simpàtico, yo lo llamarìa literatura liviana, sin que esto implique decirlo en forma peyorativa. No es un libro que deje huella, pero sì alegra el corazòn, es divertido y càlido, y eso es bastante para un libro que entretiene.

Para pasar un rato agradable.


Hace tanto que los tengo abandonados que no logro recordar mi contraseña para entrar
Estela
Estela
14-05-2014 00:12

EL JARDÌN DE BRONCE-Malajovich Gustavo
La hija del arquitecto Fabiàn Danubio, Moira, de cuatro años, desaparece sin dejar rastro alguno. La pequeña y su niñera debían ir a un cumpleaños, pero jamás llegaron. Así comienza para Fabián una pesadilla que habrá de durar años.

En la novela, lo ayuda en la bùsqueda un entrañable detective privado.

Para quienes gustamos del suspenso, altamente recomendable.


Hace tanto que los tengo abandonados que no logro recordar mi contraseña para entrar
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
26-04-2014 14:52

Para acompañar en su soledad a Estela en este hilo tan interesante como poco frecuentado os dejo mis últimas aventuras lectoriles.

PARADISO.- De Lezama Lima. Para lectores muy valientes, dispuestos a disfrutar a tope de una lectura difícil, muy difícil. La esencia de la belleza de nuestro idioma en símbolos, metáforas y un leguaje críptico. Ya veis que no os estoy animando, precisamente.

Para los atrevidos les recomiendo la lectura previa de una recensión y guía de la novela publicada en el siguiente enlace:

http://www.opuslibros.org/Index_libros/Recensiones_1/lezama_par.htm

No os asuste lo de Opus Dei. No tiene ninguna connotación ideológica; en cambio es un índice de recensiones muy útil para acercarse a lecturas difíciles.
Y así, para distraerse, "EL PESO DE LA NOCHE", de Jorge Edward, una incursión crítica en la burguesía chilena y la enseñanza religiosa. Se lee de un tirón.

Hala, a animarse y a dejar constancia de vuestras lecturas para que Estela se sienta querida y acompañada.

Estela
Estela
28-03-2014 06:02

Moisés ,el faraón rebelde, del francés Bernard Simonay

Con una reinterpreación moderna de los Diez Mandamientos, y un alegato en contra del integrismo y la intolerancia, Simonay nos introduce en el Egipto de Ramses II.

Una lectura apasionante en la figura de Moisés, el personaje bíblico, desde una óptica completamente sorprendente

Un libro inteligente, original y atrapante, mostrándonos el verdadero itinerario del Exodo y muchos episodios de la Biblia.

!Chapeau!


Hace tanto que los tengo abandonados que no logro recordar mi contraseña para entrar
Estela
Estela
28-03-2014 05:55

Terminé de leer la saga de Sarah Lark .En el país de las nubes blancas(primero) La canción de los maoríes(segundo) y el último "El grito de la tierra".

Me encantaron los tres, porque la autora ha sabido realizar una investigación exhaustiva sobre Nueva Zelanda ,introduciéndonos en sus costumbres, ubicando a personajes a los que nos acerca, y atrapándonos con su trama

A pesar de ser un complejo cruce de parentescos, personas, y situaciones, recién en el 3er libro hace una especie de árbol genealógico. Asombrosamente, NO hace falta preguntarse ANTES ... de quien es hijo este o aquel personaje.

Y con la compleja trama que menciono, eso NO es poca cosa.


Hace tanto que los tengo abandonados que no logro recordar mi contraseña para entrar
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
18-02-2014 12:38

Lectora incansable, esta nuestra Estela. Yo me estoy iniciando en la literatura de ficción de Lovecraft, tal vez influído por la saga aeroespacial de nuestro compañero Omar. Nunca me acerqué a este tipo de literatura (creo que sólo leí "En busca de la ciudad perdida", asimismo de Lovecraft. Me parece muy interesante sobre todo en cómo acerca al lector a temas que siempre se juzgan como menores ("son ciencia-ficción") pero que tienen un trasfondo muy interesante: multiuniversos, accesos a otros espacios, etc...
Claro, diréis, con lo complicado que resulta vivir en éste para que andar buscando otros mucho más complicados. Pues tal vez por distraernos de las calamidades cotidianas.

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