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POEMAS
jota jota
jota jota
15-08-2025 17:57

Variaciones de Tinta y Tono CC

2
Absoluto es el vacío
y el silencio un misterio.
Asoma discreta
la chispa de un signo,
se revela el trazo,
surge la palabra y estremece.

jota jota
jota jota
14-08-2025 18:18

Variaciones de Tinta y Tono CC

1
Entre las fisuras del silencio
-en ese vasto asombro-
se desliza la palabra.
Se asoma tímida
y rasga el velo más espeso.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
13-08-2025 13:17

Mi querido compañero de esta balsa de La Medusa que es Rayuela. Si, efectivamente aunque difiramos en algunos aspectos (yo soy pícnico y tú creo que eres leptosomático) compartimos el mismo escenario espiritual. Incluso en la narrativa tenemos similitudes. Acompaño un viejo relato en el que también la protagonista es una ensoñación. Solo en el lenguaje poético encuentro las mayores diferencias, aunque nos siga uniendo la raíz, el amor a la poesía. Por lo demás nuestra peripecia vital está enmarcade en ámbitos muy diferentes. Yo no puedo dejar de ser un plácido burgués y tú de ser un luchador por las libertades. Eso merece mi admiración.
Te dejo el viejo relato.

ALGO AZUL

(Este relato es una reposición, editada, de otro que publiqué en febrero de 2018, con el título de "CON LA NIEBLA LLEGÓ , CON LA NIEBLA SE MARCHÓ".

Sobre la vieja ciudad, una noche más, las sombras de adensaban con la niebla gélida que llegaba desde el río. Una noche más las auras de tenue y difuso brillo enmarcaban las luces de las farolas y entibiaban las que provenían de los escasos escaparates que aún estaban iluminados. La niebla. Ese fenómeno metereólogico que, recurrente, disuelve las formas, difumina los contornos y aquieta, silenciandolos, los bultos móviles que, penetrándola, se diluyen en ella. La niebla en la vieja ciudad, un elemento que ya es consustancial con ella, que parece convocada cada comienzo de invierno, cuando los vientos del norte se sosiegan y el río, libremente, emana sus vapores sobre la ciudad inerme. En las calles, apenas iluminadas por las exiguas farolas, siluetas afantasmadas se recortan sobre las fachadas oscuras. De vez en cuando, como bocas que bostezan, las puertas cerradas de las casas modifican los fondos sobre los que esas siluetas discurren. El río, como una masa callada, arrastra los reflejos que le llegan desde las riberas pobladas por árboles desnutridos, desnudos, como llorosas osamentas. La vida en la vieja ciudad parece sincopada, sus latidos se hacen lentos, apagados y uno espera encontrarse con la Muerte al volver de cualquier esquina.

En esa vieja ciudad de la que yo formé parte circunstanciada de su población sucedieron los hechos.

Como cada tarde volvía, aburrido y desmotivado, desde mi rutinario trabajo como corrector de pruebas. Aburrido, por la falta de creatividad y autonomía que tenía el trabajo en sí; desmotivado porque el pequeño apartamento que me esperaba no tenía especiales alicientes para que pudiese crear en él esa vida ilusionada que cualquier humano en cuya alma lata una cierta inquietud creativa necesita para seguir vivo. Es decir, en aquella época, yo simplemente vegetaba. A veces en ese recorrido de vuelta a casa entraba en alguno de aquellos tugurios de torpe animación que salpicaban el Casco Viejo. A veces, en alguno de ellos coincidía con otros desilusionados como yo. Un par de birras y de nuevo hacia el dulce hogar. Al menos allí tenía el calor de la calefacción central y podía calentarme algún resto de comida mientras me dormía frente al televisor. Temía volver a la cama, ese mueble que tantos recuerdos me traía, todavía, recuerdos de una vida ya pasada en la que fui, si así puedo llamarlo, feliz. Una pareja, algunos encargos de artículos, viajes por las tierras antiguas a las que me sentía -nos sentíamos- profundamente enraizados era ahora una superficie fría, desolada, con su cobertor, sus sábanas, su edredón perfectamente alisados y con rigurosa geometría en su colocación (nunca perdí mis manías de limpieza y orden) y esa frialdad interior que me rechazaba.

El bulto negro surgió entre la niebla, en una vuelta de esquina junto a la plaza contigua. Apareció casi súbitamente desde los árboles descarnados, entre los destellos mortecinos de dos farolas. Traté de apartarme para evitar chocar con él, pero aquella mancha negra pareció querer provocar el tropiezo. Avancé mis brazos para esquivarla y entonces percibí que era una mujer, una mujer todavía joven, arrebujada entre bufandas, abrigo, y un gracioso gorro de piel que le daba un cierto aspecto de eslava. Me disculpé con palabras torpes y entonces ella se apartó de su rostro las prendas que impedían verlo. Era bastante agraciada, de edad incierta, pero sin sobrepasar todavía esos años prodigiosos en los que las mujeres están a punto de alcanzar la madurez, esa edad en la que la vida, generosa, las adorna con las mejores y más depuradas bellezas que sólo pueden admirar ciertos varones, expertos en ese arte, y degustarlas como se degustan las exquisiteces de las más delicadas joyas. Sus ojos, la perfecta forma de su nariz, algo grande como síntoma de inteligencia, la boca de labios ahora algo contraídos por el intenso frío, pero sugerentes para la íntima ceremonia del beso. Las crenchas de cabello que asomaban entre las cálidas telas que lo envolvían, de un indefinible dorado, como de hebras de oro viejo; en fin, toda una sugerencia de hermosura femenina a la que yo, indudablemente, adorné con extras imaginados nacidos de mi necesidad de compañía femenina.

En ese fugaz momento entre mis disculpas y su innecesaria retirada pude ver entre sus ropas una especie de joya, un colgante de pedrería en tonos azules, algo tosco. Después de mi atropellada disculpa logré preguntarle: “¿Vive usted por el barrio?” Yo mismo quedé inmediatamente sorprendido por esta audacia, tan insólita en mí. “No, caballero. Trabajo ocasionalmente en un despacho de abogados. Hoy he salido un poco tarde.” Desde un local próximo, uno de los muchos bares que existen en la zona, llegaban los turbios sonidos de una música algo violenta. Pero también la promesa de una temperatura agradable y algo de ambiente tranquilo a esas horas. “¿Podría invitarla a tomar algo caliente? Sería apetecible a estas horas y con este tiempo...” Para mi sorpresa la mujer accedió a mi oferta. “Desde luego sí que apetece algo caliente para reconfortar el cuerpo. Vaya frío con esta niebla...” Entramos y de una ojeada localicé enseguida una mesa al fondo, en una zona poco iluminada; pero ella debía ser conocida en aquel local. “Hola, Claudia” creí entender. “Qué, ¿a calentarse un poquito?” Le ayudé a despojarse del chal y una estola de lana. “No, el abrigo me lo quedo. Todavía tengo mucho frío.” Efectivamente era una mujer hermosa, no muy alta, de una belleza discreta pero muy personal. Y sí, de su cuello colgaba una especie de collar exótico, lo que se suele llamar étnico en la actual moda, hecho a base de piedras azules, redondeadas. Pude fijarme con detalle en sus manos, finas y bien cuidadas, de dedos largos y ágiles, en su cabello de grandes ondulaciones y tonos dorados y en sus ojos. Sus ojos. Unos ojos profundos, inquietantes, que parecían convocar algún misterio de épocas pasadas, traer hasta esta época, plana y sin trasfondo, alguna historia de diosas reencarnadas, de pasiones contenidas en cuerpos hermosos que vibran para salir a consumarse desde ojos como los suyos. Sin dificultad comenzamos nuestra converación desde las tópicas frases al uso: tiempo, trabajo, dificultades de la vida, nuestras inquietudes... Ella era pasante en un despacho de abogados; le gustó mi trabajo, corrector literario. Ella escribía, como aficionada, claro. Me ofrecí a leer alguno de sus escritos y si fuese el caso ponerla en contacto con alguna editorial para autores noveles. Sería estupendo, es algo que me satisfaría mucho. ¿Y si al final te descubro tu verdadera vocación, la de escritora? Bueno, esa ya hace tiempo que la descubrí, pero, ya sabes “primun vivere”... y se rio con una de las risas más musicales que yo he escuchado nunca. Su cara se iluminó como un sol de madrugada, sus ojos resplandecieron desde el fondo de su misterio. Fue la transfiguración de un rostro femenino desde la simple belleza hasta la hermosura idealizada por mí. Su “algo azul” conjugó con la más feliz de las armonías en aquel cuadro esplendoroso que me ofrecía su presencia.

Recordé la letra de aquella vieja canción: “Los bares, que lugares/Tan gratos para conversar./No hay como el calor/Del amor en un bar.” Inopinadamente, con toda discreción, una especie de campana aislante se había instalado sobre nosotros, recluyéndonos en un espacio íntimo, un pequeño mundo aparte e incomunicado del resto del local. Una grata sensación nos envolvía -pienso que a ella también- en ese mínimo e improvisado paraíso que, sorprendentemente, se había creado para nosotros. La conversación fluía sin dificultad, las miradas directas a los ojos se prolongaban deliciosamente y hasta algún intento mío de acariciar sus manos pareció ser aceptado. Pero debieron sonar las doce de la medianoche y el encanto se rompió. Alguna carroza transfigurada en taxi reclamó la presencia de ella. La campana se hizo trizas y el ruido de la música y las conversaciones y las risas en tonos altos invadió la paz paradisíaca que estabamos disfrutando. “Me tengo que ir, es muy tarde y tengo trabajo en casa. Déjame tu correo, te enviaré mis textos para que los leas; luego hablamos sobre tu oferta.” “Pero, tu nombre, tu teléfono...” “Calla, ya seguiremos en otro momento. Por hoy ya he tenido mi suficiente dosis de felicidad. No sabes cómo te lo agradezco.”

El frío y la niebla se habían intensificado. El taxi, como una especie de carreta de Elías, arrebató de mi lado a aquella aparición con forma y hechuras de mujer. Una última sonrisa, ya menos luminosa y una última refulgencia de aquellos ojos cautivadores. Adiós, adiós. El taxi arrancó con violencia.

Al día siguiente, en mi correo, estaban, como ella había prometido, varios textos de relatos cortos y algún pequeño poema que devoré con fruición. Su manera de narrar se corspondía a su personalidad en general. Una especie de halo misterioso envolvía a sus personajes, sus actos, sus pasiones e ilusiones. Eran, en general, muy aceptables; algunas correcciones de estilo, pequeñas precisiones de lenguaje y podrían ser perfectamente publicables. Pero a ella nunca más la ví. Demoraba mis paseos nocturnos de vuelta a casa; recorrí los despachos de abogados de la zona preguntando por Claudia, la pasante; en todos el mismo gesto de extrañada desconfianza; “¿Claudia, pasante? No, está usted equivocado.” Entré en el café donde ella se hizo sueño, pregunté al camarero: “Oye, esa señorita, Claudia, con la que estuve aquí hace algunas noches...” ¿Claudia? Nunca he oído que nadie se llame así. No; no recuerdo que estuvieseis aquí.” Era mi última baza. La niebla se retiró con los primeros cierzos fríos, el paisaje de mi barrio ha cambiado con ello; ahora es más triste e impersonal. Y ya sólo me queda el recuerdo de la mujer con “algo azul”, la que vino desde la niebla y con la niebla se marchó.

jota jota
jota jota
12-08-2025 17:36

Supervivencia CC

Ciego de hambre deambula por las calles, se aleja de los problemas y el instinto lo mantiene vivo. Guiado por su olfato cruza oscuros callejones y atraviesa con sobrada precaución el peligro de las esquinas, solo, siempre solo, sigue adelante. En el olvidado rincón de una calle ciega se acumulan desechos; prudente se acerca con mucha malicia y hurga con maña entre la basura. Encuentra un tesoro y lo toma de inmediato.

Finalmente el destino se pone de su lado. El tesoro le pertenece y no está dispuesto a compartirlo. Pretende correr con su fortuna hacia un lugar seguro, pero se paraliza, otro lo acecha. Aprieta el hueso entre los dientes, se da la vuelta dispuesto a defenderlo, pero el enemigo es feroz. El otro es más grande, más fuerte y se impacienta.

El otro le enseña los colmillos y gruñe furioso, listo para enfrentarlo y arrebatarle por las malas su tesoro. Basta ese instante para quebrar sus arrestos. Suelta el hueso dócilmente y huye con el rabo entre las piernas. El hambre lo acuchilla y siente una vez más, que el destino lo traiciona.

jota jota
jota jota
07-08-2025 18:30

Tu poema es de una extraordinaria ternura, con intensas imágenes, y esa delicada progresión de una mano que avanza temblando desde el rostro y baja hasta el infinito de la vida. Gracias.

jota jota
jota jota
07-08-2025 18:23

Imprecisiones. Celajes CC

Sigo una silueta en apariencia conocida, la sigo por puro instinto. Camino detrás de esa sombra y entro a un laberinto de calles peligrosamente desconocidas. Ciego de deseo me avivo.

Persigo el celaje de un recuerdo, una fantasía. Creo distinguir en el filo de una esquina la punta de unos cabellos negros que se me antojan conocidos, la redondez de esas pronunciadas caderas llevan su nombre. Desde lejos percibo el acento de su olor; el eco repite el tono grave de sus pasos y creo reconocer el sonido de aquellos que una vez fueron inseparables compañeros de los míos.

Sin precisión alguna, obligado por el agudo deseo de verla nuevamente, asumo que esa sombra imprecisa, que se escabulle esta tarde sobre las calles es ella. Me apresuro para no perder su huella, quiero oír de nuevo su voz y su risa.

Sin certeza alguna persigo a ciegas un encuentro con el pasado. Ese afán mío de revivir un instante, una herida, una duda. Rescatar del olvido la intensidad de afectos que el destino se tragó. Reconozco que mis continuos errores ayudaron.

Creo en las jugadas del destino y quiero darle alcance cuanto antes. Al doblar la esquina, en el fondo de esta tarde surge imprecisa una delgada duda. Supongo otras compañías mejores que la mía. Imagino renovadas celadas, otros engaños, de regreso las mentiras. Una sospecha toma forma y me domina. La desconfianza corrompe mis certezas, la esperanza se quiebra ante el recuerdo, los juramentos, el amor fallido.

Me detengo. Doy la vuelta.

Se desmorona en un instante la ansiedad anterior, el deseo es viento pasado. Regreso a mi vida. Lo perdido perdido está, y así se quedará.

jota jota
jota jota
07-08-2025 18:22

No tienes idea lo parecido que son nuestras vidas. Igual que tú, de la playa solo tengo o tuve el bronceado, me encanta el mar, pero apenas me sostengo sobe el agua y además de respeto le tengo miedo. Tampoco se bailar, tengo unas orejas grandes, eso sí, pero poco oído, así que pierdo el ritmo. Como ves, lo mio es pura ficción, vivir los personajes intensamente, lo que no puedo hacer en la vida real y eso es lo maravilloso de escribir, Soy y puedo ser cualquiera. Este próximo relato que te dejo, sí lo he vivido varias veces, yo confieso que soy reincidente, A ver sí a ti también te ha sucedido. Un abrazo.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
06-08-2025 12:35

Muchas gracias, Jota, por tu amable aclaración. Y por este nuevo relato que, sí, es más próximo a mi experiencia. Aunque he de aclararte que, a pesar de llevar casi veinte años viviendo en la costa mediterránea, sólo me he apropiado del suave bronceado, del maravilloso espectáculo que a veces nos ofrece y... poco más. Apenas se nadar, pero la intensidad de tu texto me aproxima a una experiencia que nunca he vivido (y nunca viviré, espero...)

Os dejo uno de los escasos poemas de amor que he escrito en mi vida. Afrodita, o Eros, muy pocas veces me ungieron con sus pócimas transformadoras del "homo" en "deus". Y esas escasas veces apenas han dado frutos. Qué se le va a hecer...

ARS AMANDI

Mi mano acarició tu mejilla
y se mecieron tus trigales
con el rojo escalofrío de la amapola.

Mi mano acarició tu leve pecho,
lecho de un mar blando y tranquilo,
y nacieron jubilosos los cantos de las sirenas.

Mi mano acarició tu vientre,
y como cálamo o buril escribió
en su fulgor el último sortilegio,
el que abrió para nosotros
las cerradas puertas de la noche.

Mi mano acarició tu sexo,
misterio y alborada,
y callaron estremecidas las estrellas
que anunciaban la epifanía
de los nuevos océanos.

Mi mano te acarició completa
en tu desnudez sagrada
como espada u ostensorio.
Y comulgué en tu carne
e hiciste tuya mi sangre.

jota jota
jota jota
06-08-2025 00:13

Un impulso de soberbia CC

Desde la orilla de la playa, sin atrevernos a entrar en el agua, observamos las señales de este día que apenas comienza. El cielo se mantiene intacto, pero el mar cambia su tono de improviso, se inquietan las aguas en las profundidades. El talante es otro. El reclamo de las olas es grave, áspero. Ronca y oscura es su voz y definitivamente está revuelto y sucio. El color otro.

El día se tiñe de miedo y el mar insiste en provocarnos, es el rugido de un ser enfurecido. El mar dejó de ser amable, ya no es un murmullo de espuma y de sal y termina por alejarnos del agua. Se impone la prudencia por encima de la temeridad. Formamos un grupo compacto de muchachos con sus tablas como lanzas, fascinados, frente a una fuerza y un poder desconocidos.

Tengo miedo, todos tenemos miedo, sostenemos con más fuerza nuestras tablas sin atrevernos a entrar al agua, intimidados por la furia repentina de un mar desconocido. Miramos con deseo de triunfo las inmensas olas que se levantan, pero el miedo es más fuerte y nos mantiene con nuestras tablas clavados en la arena. La altura de la espuma en la cima de esos enormes edificios líquidos es de vértigo, soñamos este momento, montar la ola, domar el mar, pero el temor mata nuestro entusiasmo. El ronco rugido del mar embravecido, más temibles que el tamaño de las olas aumenta y espanta al viento.

Esteban mira un punto impreciso entre el cielo y la espuma que corona las aguas bravas, se separa del grupo decidido a montar las olas sin importar el tamaño del riesgo, camina con su tabla encerada sobre la arena dorada, el paso firme, en silencio, hipnotizado por un llamado que supera el miedo.

Intentamos detenerlo, pedimos, suplicamos, gritamos, pero es en vano. Fallamos en nuestro intento, Esteban, como otras muchas veces, desoye nuestros ruegos y se mete al agua a domar las olas, empujado por la obsesiva soberbia que lo domina, por el testarudo orgullo, ese compañero suyo, siempre inoportuno.

Esteban oye únicamente el ronco desafío de ese mar impredecible y se mete al agua empujado por un impulso de arrogancia y temeridad incontenibles.

Acostado sobre la tabla, con fuertes brazadas, supera el empeño de las olas y avanza. Las aguas parecen enloquecer con este agravio de Esteban. Lo vemos levantarse sobre la tabla, comenzar a deslizarse sobre la inestable pared líquida. Es enorme y no le da el tiempo suficiente de sentir el triunfo, la ola revienta en direcciones contrarias y el mar se traga a Esteban, a la tabla y también a la soberbia.

Cobrado el diezmo, la cuota, el mar cambia de nuevo su color, vuelve a ser amable, nos invita a correr con nuestras tablas sobre sus olas, el viento regresa, pero el mar no devuelve a Esteban, que desaparece para siempre, con su orgullo y con su tabla.

Hoy no entramos al agua.

jota jota
jota jota
06-08-2025 00:13

Tienes toda la razón con respecto a la palabra mosaico, el texto quedaría mejor sin esa repetitiva letanía, pero quise explorar hasta cuanto se pueden estirar las diferentes acepciones de una palabra y ya ves, no tanto, para que no desentone. Gracias. Un abrazo.

Aquí te dejo otro, más cercano a tu experiencia con los elementos y con la conducta de los hombres.

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