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VAMOS A CONTAR HISTORIAS
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
14-10-2021 18:22

Ríos de Tinta sigue abierto, es cierto, pero me pasé todo un año con Tigana publicando, sobre todo por los que pasaban en silencio y eramos como dos ánimas en pena y por eso abandonamos. Queda abierto para la revisión y la relectura, realmente creo que hay textos maravillosos de quienes publicamos allí y por eso es bueno dejarlo abierto.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
14-10-2021 10:50

Tienes toda la razón, J.J. Era a Algo Azul a quien quise referirme. En cualquier caso la calidad de los textos de Tigana es indiscutible: eran de mis lecturas preferidas. Sobre Algo Azul escribí, cuando su supuesto fallecimiento, uno de los relatos que más me han gustado como autor.
Respecto a tu criterio de publicar en Grupo Búho (facebook) nuestros escritos de Rayuela para ayudar a vigorizarlo y darle ánimos a Luis, pues no me convence demasiado. El formato del grupo, su pertenencia a ese inmenso emporio que es facebook, creo que desnaturaliza su función de aglutinarnos en un tronco común. Él, Luis, abrió otra página en facebook, Inconsistencia literal, en la que he dejado varias de mis publicaciones hechas en Mundo Poesía. No parece tener demasiada vida esa página. En mi caso, dispersarme en varios foros me resulta negativo, porque yo tiendo a la dispersión y eso disminuye mi ya escasa concentración para la creación de textos. No obstante me pasaré por la página de GB y veré si me encaja. Un abrazo, querido amigo.
Por cierto ¿sigue abierto Ríos de Tinta? Quizás fuese más interesante tratar de revitalizarlo...

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
13-10-2021 14:32

Borrón y cuenta nueva

Inmovilizado en esta cama de hospital me desconozco, oigo historias ajenas que se cruzan y no encuentro conexión con mi propia historia, en un minuto que se hace eterno, las líneas rotas de mi paso por la vida se bifurcan y jamás se encuentran, me abandonaron el pasado y los recuerdos. El futuro se evapora sin asidero y el presente se compone de interrogantes que me asedian y se convierten, en oscuros símbolos que me lastiman, que me hieren.

Mi vida se ha convertido en un enigma a raíz de un accidente del que no tengo memoria. Mi pasado se convirtió en una enorme página en blanco y no tengo el menor recuerdo de mi existencia. Una mañana desperté en la cama de este hospital, las piernas inmovilizadas, la cabeza vendada, con moretones y raspaduras en los brazos, adolorido el cuerpo todo. Me espera una lenta, larga y exasperante evolución y sufro, según el diagnóstico de los doctores que me atienden, de amnesia.

Mi condición es producto de una fractura de cráneo. Los doctores suponen, que ocasionada al caer de la bicicleta en la que me desplazaba, presumen, que por la Avenida Victoria, allí me encontraron, inconsciente, al lado de una bicicleta destrozada, que asumen, me pertenece. Yo desconozco estos hechos y debo aceptar que son ciertos.

Por el tipo de heridas que observan, deducen, que mi cabeza golpeó el borde de la calzada en la caída, creen, además, que en ese momento se ocasionan las múltiples contusiones que presenta mi cuerpo y es posible, predicen, la fractura de los miembros inferiores y el cráneo.

En un intento de construir el pasado, conjeturan, que es muy probable, por los traumatismos generalizados que presenta mi cuerpo, que un auto me embistiera, especulan, que se dio a la fuga al pensar que estaba muerto.

Me desgasto en la posibilidad de descubrir en ese luminoso vacío una imagen, líneas, sombras, alguna letra, un gesto, una caricia, una mirada, un indicio menor de quien soy. Hasta ahora han sido inútiles mis intentos y permanezco al filo de la nada sin poder avanzar, sin un recuerdo que me impulse. Sin memoria para asirme, soy incapaz de saltar, de dar un paso. En este minuto me percato de la importancia de poder evocar el pasado, de tener un ayer que me permita construir el futuro.

Soy un rehén del hospital, me mantienen en observación y llevan registros detallados de los avances que presenta mi condición, yo gasto las horas en la observación de cuanto acontece a mí alrededor, esta información constituye mi pasado.

Me encuentro en una sala general con otros enfermos, la sala está cerca de la emergencia, es medianoche y me despiertan las incesantes sirenas de las ambulancias y los gritos desesperados de un hombre, que en un idioma diferente impide que lo atiendan, yo entiendo perfectamente la lengua que habla.

La enfermera de la sala corre a prestar apoyo y le digo, con una seguridad que no deja dudas: yo puedo ayudar, llévame, mi presencia es necesaria.

La enfermera conduce la silla de ruedas, aún me es imposible caminar por mis propios medios. Entramos a la sala de emergencias que está completamente congestionada, han chocado dos autobuses, abunda la sangre y se amontonan los heridos, las acciones se complican porque uno de ellos, quizás el más comprometido, no se deja atender a pesar de estar mal herido y lucha con doctores y enfermeras para no ser sometido a ninguna intervención, es un hombre grande que pierde sangre, pero gana la partida atrincherado en un rincón, por encima de las voces y el caos generado, en perfecto alemán saludo: -gute Nacht-.

Inmediatamente la sorpresa y el silencio son los dueños del momento, el hombre me mira con ojos de asombro y un destello inigualable ilumina su rostro y borra el miedo que lo mantiene convertido en una fiera acorralada, el hombre habla atropelladamente y explica con claridad su situación. Hago una traducción rápida para los doctores y les explico que es alérgico a la penicilina y al yodo, que por esa razón se resiste a ser tratado. Expuesta su condición de riesgo permite que lo atiendan, que curen sus graves heridas, que salven su vida, sin el peligro de matarlo en el intento.

Con este acto acabo de ganar en todo el hospital un prestigio insospechado, me permite también maquinar en silencio posibles caminos, salidas, hasta un posible futuro de éxito, sin el peso del pasado.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
13-10-2021 14:31

Las historias se cruzan y es posible llevarnos a caminos equivocados, Tigana es diferente a Algo Azul, que creo es a quien mencionas. Tigana estuvo hasta el final, conmigo, batallando en Ríos de Tinta, tiene muy buenos textos y esa frase que me pareció genial.

Cuando puedas date una vuelta por Ríos y vuelve a leer algunos de los textos de Tigana, estoy seguro que te van a gustar. Un abrazo Rodrigo, espero leer un texto tuyo con esa idea que te gustó, ya siento los giros del conocimiento en esas líneas que aún no has escrito.

Quiero insistir en que publiquen en el Grupo Buho los textos que colgamos aquí, es una forma de no dejar solo a Luis y a los amigos, que están haciendo intentos por mantener al animal despierto, permitamos que sean ellos quienes hablen de nuestros textos y no nosotros y nuestra exigente mirada.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
13-10-2021 11:12

Gracias, J.J. El recuerdo de Tigana siempre nos será doloroso a quienes tuvimos el privilegio de leer su obra. A mí me inspiró uno de los relatos que más me han gustado de cuantos he escrito. Lástima que su final fuese fraudulento.
Muy interesante tu idea "la forma contiene el caos que somos". Caos, fractales, belleza... muerte; todo un imaginario para inspirarse. Un abrazo.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
12-10-2021 22:47

Mas valee llegar tarde que no aparecer, o más vale tarde que nunca y sí encima, apareces con este regalo extraordinario que es el Café del Puerto, bienvenido. Es un texto de 20 historias y cada una nos lleva a un final distintio y lamentable, menos el final de la historia que es magnifico, pot toda la carga emocional de personajes arrastrados por el torbellino que es la vida.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
12-10-2021 14:47

Las tretas de la muerte
A Tigana.

Ante el inevitable poder de la muerte y la huella de estricta rigidez que deja tras su paso, capaz de transformar en fieros, los rostros más dulces, ante esa constante que presentan los cuerpos tocados por la muerte, él repite con fervorosa constancia palabras ajenas. Esas palabras que aprendió de memoria no le pertenecen, pero decidió adoptarlas como propias, no con la odiosa intención de plagio, por el contrario, cree que al pronunciarlas las rescata del olvido, las convierte en certezas y le permite borrar la rigurosa sombra que deja el paso oscuro de la muerte.

Mira la pantalla de su computador y la frase escrita es una difusa columna de diminutas hormigas negras, la fuerza de la costumbre lo impulsa a ejecutar un gesto que lo identifica. Cuidadosamente, con las dos manos, toma los delicados anteojos de alambre que descansan sobre la mesa y los coloca y ajusta con gestos de vieja práctica. Regresa la vista a la pantalla, ayudado por los lentes, con la claridad de una revelación, lee la certera línea que lo fulmina y desde ese momento la repite como una verdad indudable cada vez que se encuentra ante un cadáver.

Las palabras son ajenas, pero la imagen que la frase convoca le pertenece por completo, algunos destellos de esa idea han rozado más de una vez su pensamiento y quizás, por esa razón, repite la frase ajena con total convicción.

Él sabe que las palabras las escribió una mujer, sabe también, que vive en otro continente, que se hace llamar Tigana, él no conoce el rostro ni la edad de Tigana, que se hace representar por un vestido blanco, que el tiempo y la soledad deshilachan. El vestido huérfano, cuelga de un gancho sobre una gastada pared azul añil comida por el viento y por el sol. Al vestido lo acompaña una vieja y solitaria silla de madera, un traste, que perdió las esperanzas de ser útil y es una señal más, de las ausencias que acompañan a Tigana.
Tigana es el avatar de una mujer que escribe impulsada por la persistente búsqueda de nuevas formas de expresión, en esa ansiedad permanente que consume a esta mujer, ella logra escribir las palabras que a él o impactan, la frase escrita ilumina la imagen que lo asombra y que él, convertido en pregonero fiel, repite en presencia de la muerte. Tigana escribió.

“Qué celosa la muerte, que cubre con un velo al que se lleva, temerosa aún, de que alguien lo reconozca y se lo robe”.

Una vez más, él está ante esa celosa muerte ineludible y concreta que alude la frase. Una vez más, reconoce el velo que ha dejado la muerte sobre el rostro de quien ya dejó este mundo y en voz baja repite la consabida frase frente al cadáver. Baja la voz, no por respeto ante este acontecimiento íntimo, último y definitivo, baja la voz, para hacerle saber a la muerte que conoce sus tretas.

No le teme a la muerte, ni tampoco le teme al olvido. Cree tercamente que ambos son dos eslabones inseparables de la cadena de acontecimientos que las circunstancias entrelazan.

El rictus de la muerte transfigura la armonía del rostro. Ante un silencio inédito y eterno se ha convocado el caos, la celosa muerte ha cubierto con un velo intangible a quien ya se ha llevado y esconde sus señas particulares. Obediente y sumiso el pasajero viaja a través del tiempo y sigue el desconocido rumbo que la muerte ha trazado.

Se acerca al cuerpo tocado por la muerte y reconoce, sin inmutarse, al hombre que quince años atrás destruyó su legítima aspiración de convertirse en artista plástico. Es inevitable recordar, que quince años atrás, él quería crear ilusiones desde el color y la forma, convertirse en un hacedor de mundos posibles desde supuestas encrucijadas intangibles.

Llevado por algunas lecturas él concluyó que la armonía es cosa aparente y que la forma contiene el caos que somos, pinta con entusiasmo un cuadro de grandes dimensiones que titula: Desfragmentación de la forma. Un reconocido crítico de arte ridiculiza su propuesta plástica, utiliza fundamentos apócrifos para rebatir sus argumentos pictóricos y enaltece posturas conservadoras ante su novedoso y creativo planteamiento.
Hoy, las circunstancias lo colocan frente al mezquino crítico de arte, que años atrás, al no comprender la profundidad de su obra decidió destruirla. El crítico está desnudo y con la quijada dislocada, la mirada ausente, vacía de la autoritaria maldad que lo acompañó durante su vida.
Con fervorosa constancia repite las palabras que hizo suyas y sabe de memoria.

“Qué celosa la muerte, que cubre con un velo al que se lleva, temerosa aún, de que alguien lo reconozca y se lo robe”

El hombre al que el crítico de arte le cerró las puertas y envileció su propuesta pictórica, se ha convertido en un tanatoestético, es un creador consumado dedicado a este oficio, en todas sus intervenciones imprime la idea: que la forma contiene el caos que somos y por eso el resultado es la exposición del realismo. Con dedicación, con el genio particular que caracteriza a un artista, sin rencor, recompone la armonía perdida del rostro del crítico, logra recobrar para este difunto su peculiar gesto cínico, su perversa autosuficiencia, su aire infalible y el crítico entra a la muerte como quien entra triunfante a su última fiesta de arte.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
12-10-2021 12:11

Otra vez llego el último, pero llego. Algo de alimento para esta insaciable hambre de letras que mantiene viva a nuestra Rayuela. Feliz día, compañeros.

EL CAFETÍN DEL PUERTO

A través de la niebla con la que la miopía enturbiaba su mirada, el viajero paseó su vista, torpe y cansada, por las instalaciones del puerto. Acababa de regresar a aquella tierra que le vio nacer y trataba de recordar. La lonja, los galpones, los almacenes de los pescadores, las escolleras, el pequeño faro... el cafetín de las noches turbias. Hubo un tiempo. Tendría que forzar la memoria para recordar con precisión aquellos lejanos años en los que el cafetín acogía, junto a otros juerguistas noctívagos, los ocios de sus noches. Aquellos años perdidos de su juventud que se disolvió en alcohol, drogas y sexo. Tienes madera de escritor, Manuel; incluso trazas de gran poeta. Y Manuel buscaba esa inspiración que muchos veían, él no sabía donde, y esa vena lírica de la que poco más que ripios redundantes salían de vez en cuando. Pero era joven; y alegre; y fuerte; y sus padres, ya a regañadientes, le facilitaban para sobrevivir. Su padre, personaje relevante en aquella ciudad costera, portuaria, del que se oían rumores, sólo rumores, claro, de su implicación en negocios turbios. Su madre...su madre, aquella mujer anodina, hermosa, sí, de una belleza ya apagada por la vida retirada que su padre le obligaba a llevar.

Manuel estudiaba en la capital, en la distinguida Escuela de Ingeniería Aeronáutica, con el propósito de ocupar en su día los puestos, calientes y bien remunerados, que dejaría libre su padre al retirarse. Y los fines de semana volvía al puerto, disfrutaba viendo las maniobras de los pesqueros, la esporádica llegada de algún paquebote con gentes de otras tierras. Y dusfrutando con sus amigos junto a los que recorría los bares y “el cabaret”, un único lugar de una cierta distinción al que sólo le permitían acceder con corbata y bien vestido. Pero que a su vez le permitía disfrutar de las más hermosas mujeres de la localidad. Y “la espuela”, inevitablemente, a altas horas de la madrugada y con la cabeza algo nublada por los excesos de alcohol, era en el cafetín del puerto.

Un escándalo descubierto en los negocios de su padre acabó con aquella estabilidad y prestigio de “niño bien”. El padre resultó condenado a una larga pena de cárcel. La familia hubo de trasladarse a otra localidad en la que eran desconocidos, reducir su tren de vida y Manuel conminado a trabajar abandonando sus estudios en la ciudad. Trabajar. Sin oficio ni beneficio, acostumbrado a la vida muelle y a la molicie, era aquella una ardua alternativa que inevitablemente tenía que aceptar. Pronto las nuevas circunstancias familiares, las escaseces materiales, la tristeza cada vez más profunda de su madre y el peso abrumador de sus responsabilidades que se negaba a asumir, le hicieron buscar un camino de salida. Lo encontró navegando, como marinero en mercantes sin importarle los rumbos y los destinos. Lo importante era huir, sin saber que hay huídas, como la suya, imposibles de realizar. Y así recorrió todos los mares y todos los puertos que a ellos se asomaban. Y así, como consecuencia no prevista, tenía siempre en su mente aquel pequeño puerto de una ciudad diminuta, en la que creció y de la que lo arrancaron cuando empezaba a ser hombre.

Con su formación, su fortaleza física y su buen palmito nunca tuvo dificultades para encontrar trabajo ni ocasiones de divertirse. Y siempre recordaba las noches interminables del “cafetín del puerto”, aquel casi mítico rincón, ahora engrandecido en su recuerdo, con su variado elenco de clientes, ocasionales o permanentes, que le daban un carácter, que él entonces creía especial y único y que luego vio repetido en todos los puertos que visitó. Marineros broncos, prostitutas decadentes, patronos y camareros violentos y sin escrúpulos, toda una hez humana que, sin embargo, a él le aportaba una grata sensación de camaradería, aunque se sabía señalado como desclasado por casi todos ellos; todos excepto algunas de las prostitutas que ejercían allí su degradado trabajo y que veían en el joven Manuel distinción y dinero.

Lentamente, cargando al hombro su pesado petate, se dirigió al lugar. Ya desde lejos advirtió lo cambiado que estaba. Un llamativo letrero de neón enmarcaba la puerta, pintarrajeos de vivos colores cubrían la fachada principal y algunos coches de lujoso aspecto aparcaban frente a ella. Un temor violento se apoderó de su recuerdo y lo paralizó en su caminar. Se sentó sobre un montón de redes y empezó a evocar con nostalgia aquellos tiempos lejanos. El cafetín del Puerto, el puticlub de la Encarna, el final de las noches turbias... Un destartalado almacén donde con pocos medios y menos imaginación se instalaron Encarna y las tres o cuatro mujeres que un día llegaron a la ciudad desde nadie sabía donde. Todas llamativas, entradas en años, de rostros ajados y vestidos que las viejas del lugar llamaron, piadosamente, descocados. La moral oficial, rigurosa pero acomodaticia, apenas puso objeción alguna. Una casa de -----; bueno, mientras no armen escándalos puede ser buea para el pueblo. Las cuatro mujeres no parecían especialmente alborotadoras, ya se vería.

Encarna, su hermana Marga, la Elisa y la Conchi. “Paseadas” por republicanas en la severa ciudad que perdió la guerra. Vejadas, maltratadas y expulsadas de aquel digno vecindario. Alguien les habló del pueblo y su pequeño puerto y allí habían llegado. La venta de las últimas joyas de Encarna y su hermana Marga les permitieron acceder al cuchitril donde instalaron su “negocio”. Lo escondido del lugar, la disparidad de la clientela y la especial característica del “producto” hizo que pronto floreciese; bueno, que les permitiese a aquellas víctimas del rechazo social sobrevivir e incluso estar mínimamente satisfechas y, porqué no, felices.

Y allí, casi disueltos por el humo de los cigarrillos y las pipas, como metáfora de la disolución de sus personalidades en aquel ambiente ponzoñoso, imposiblitado de hablar por lo elevado del griterío de marineros borrachos, Manuel y sus amigos esperaban “la del alba” para regresar a sus casas. Manuel y el Alvarito, otro guapo mocetón, hijo de un terrateniente del pueblo, eran los privilegiados por las atenciones de las mujeres. Arrumacos, carantoñas y prioridad en la ocupación del cuarto de los desahogos, un mínimo dormitorio que se encontraba al fondo del barracón. Una cama desvencijada, una mesilla de noche, un lavabo sobre un trípode y una bacinilla desportillada constituían su amueblamiento elemental. La ocupación del cuartucho no era demasiado habitual. La usual embriaguez de los marineros y el poco entusiasmo de las mujeres no propiciaban los encuentros íntimos.

Aquel ambiente excitaba alguna parte del cerebro de Manuel, aquella donde tal vez radicase su “inspiración” como creador literario. Agora Manuel, sentado sobre aquel montón de cuerdas,entre calada y calada, iba rememorando su vida alrederor del mundo, como simple marinero en buques de carga. Nunca aspiró a nada más; eligió esta vida en cierto modo, pensaba, como expiación de la anterior, en la que arropado por un padre poderoso y corrupto le eran permitidos todos aquellos extravíos de los que no era totalmente consciente.

Recordaba... cuando decidió marcharse y se lo comunicó a su madre, que ya era una especie de imagen de dolorosa, estática, silenciosa y con permanente gesto de amargura, esta se limitó a mirarle; una mirada nacida desde lo más profundo de sus entrañas de madre, una mirada callada, vacía, inexpresiva, una mirada de cadáver. Calló la madre, se giró y se perdió en sus habitaciones. Nunca más la vio.

Puerto tras puerto a lo largo del mundo. Barcelona, Lisboa, Amsterdam, Nueva York... decenas y decenas de puertos marítimos puntuaron su periplo y marcaron con señales indelebles su espíritu atormentado. Y en todos los puertos... el cafetín del puerto. Réplicas a distintas escalas de aquel de su juventud, en el que se había iniciado en el sexo, en la droga y se había asomado al abismo de la perdición. El viejo cafetín del puerto en el que, ahora iba a saberlo, no supo advertir aquellos atisbos de amor de mujer, tan improbables en un ambiente como aquel. Y en todos las mismas mujeres, pero no las de “su” cafetín, groseramente pintarrajeadas, llamativamente vestidas, o desvestidas. Alcohol de pega para ellas y alcohol adulterado para él. Muchas noches arrojado violentamente a los montones de maromas o cúmulos de redes, por los matones del local.
Y ahora había vuelto. Ya no tenía casa, ni parientes, ni amigos, ni juventud; y su apellido no era buen heraldo de su llegada.

Finalmente se animó a acercarse al llamativo local. Abrió y el pestilente y famiiar vaho de la atmósfera viciada y recargada de vapores del local le situó inmediatamente en aquel ambiente de sobras conocido. Se acercó a la barra e inmediatamente fue rodeado por varias de las mujeres de alterne, que ahora ocupaban los lugares de aquellas colonizadoras a las que un día conoció. Preguntó, haciendo algo de historia... “Yo conocí aquí, hace mucho tiempo, a Encarna, a Marga y a las chicas de entonces...¿Sábeis algo de ellas?” Miradas de interrogación entre ellas, quizás de un cierto temor por si el forastero fuese algo más, y peor, que un simple cliente. Una respuesta con voz cazallera: “Ellas han muerto, todas menos la Encarna. Está muy mayor, pero siguesiendo la dueña del garito...”

La dueña del garito, la Encarna... le era difícil aceptarlo. Quiso verla y una de las chicas (estas, sí; estas eran jóvenes y algunas muy atractivas) se marchó del grupo y se perdió tras las cortinas del fondo. Pronto volvió e hizo señas a Manuel para que lo siguiera. Dejó el petate tras la barra y acompañó a la mulata que le precedió. Todo estaba muy cambiado; casi lujoso, estridente en todo caso. Todo... menos el cuartito de los desahogos. En él se encontraba, en silla de ruedas, una anciana de aspecto jovial. Allí, donde la Encarna le había iniciado en los misterios del sexo y sin que él lo advirtiese, en los del amor. Algunas caricias, algunas miradas, algunas palabras... eran expresiones de un amor maternal. Pero Manuel nunca lo supo.

Manuel, mi Manoliyo... sabía que un día volverías. Ahora ya puedo morir en paz...

Inmediatamente Manuel regresó a aquellos tiempos de alegría inconsciente, cuando un hogar disipado y una juventud pujante, cuando la ausencia de un amor de madre con caricias y ternura femenina le empujaban a la liviandad de esos placeres efímeros y mercenarios que encontraba en el cafetín del puerto. Pero la Encarna no. Manuel siempre advirtió en ella algo que la distinguía de las demás, aunque no se preguntase el porqué. Y ahora venía a resultar que la Encarna, bajo su aspecto de ramera profesional, sentía hacia él, Manuel, un sentimiento maternal, aquel sentimiento que su pobre madre, recluída a la casi condición de esclava de un padre autoritario y déspota, no sabía o no podía expresarle.
Manuel sintió un estremecimiento interior, algo parecido a lo que Saulo debió sentir cuando fue derribado del caballo en su camino a Damasco. Besó dulcemente la frente maquillada de aquella anciana y exclamó: “Madre...”
El cafetín del puerto, de todos los puertos... cuántas historias, cuántos dramas, cuánta vida se gesta en ellos sin que, casi nunca, sepamos honrarla...

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
09-10-2021 17:57

Cacho en la manga -2016-

Armando Acuña acaba de cumplir veinte años y está de vacaciones en la hacienda de sus padres, creció en estas llanuras ordeñando vacas y arreando ganado sobre su caballo. Era un peón más, sin privilegios.

Armando conoce el comportamiento de los animales, en cambio, no termina de entender los códigos que rigen la conducta de las personas y confunde las señales de algunas miradas, también equivoca el sentido de las palabras, porque no percibe la sutil variación del tono y el énfasis de un acento, que convierten una rotunda negativa, en afirmación velada.

Desde lejos, su hermana llama, a los gritos reclama la atención que merece por ser hermana menor, ella también viene a la casa de sus padres para las vacaciones en familia, acaba de llegar y para sorpresa de Armando, está acompañada.

Armando se les acercó a galope y obligó al animal a detenerse con un golpe de freno en sus narices, miró a su hermana y contempló por un momento a la amiga, algo en la mirada de esos ojos negros, con chispas de fuego, lo trastornó.

Obligó a su montura a dar unos pasos elegantes, logró que los cascos resonaran sobre las piedras con un inusual y rítmico: Pá cutupá pá. Pá cutupá pá y finalizó con una reverencia del animal.

Saltó de la montura, abrazó a su hermana y luego estrechó, quizás con demasiada fuerza, la mano de la amiga. En ese momento supo que su nombre era Amanda.

Espero que podamos cabalgar juntos, y si no sabes montar, yo quisiera enseñarte, dijo con la franqueza llana de muchacho de campo.

Amanda no le quitó los ojos de encima y con toda intención, tejiendo una farsa, respondió con palabras cargadas de intenciones y dijo. -Espero que me enseñes a montar, estoy segura que es diferente cuando quien monta es mujer. Las palabras quedaron rebotando en su cabeza, sin comprender la verdadera intención de la respuesta.

Armando se encontró corriendo riesgos innecesarios por una sonrisa de Amanda, ella lo sabe y cada vez exige mayores demostraciones de temeridad, en pocos días ya intercambian besos por proezas, caricias por pruebas de audacia que ella pide.

-Los toros coleados son una demostración de máximo valor y destreza, un deporte típico del llano-. Explica Armando: -los hombres montados en sus bestias, esperan tan ansiosos como sus caballos en una esquina de la manga de coleo la salida del novillo, lo persiguen y gana quien logre tomarlo del rabo y tumbarlo-. -Las muchachas enloquecen con el riesgo de la montura, y la osadía de hacerse con el rabo-. Armando sonríe con la picardía de haber logrado más de un triunfo.

Todo el pueblo se ha volcado a la manga de coleo y ya por los parlantes llaman a los competidores. Amanda adivina la intención que anima a Armando y le grita antes de que se pierda entre el grupo de muchachos a caballo. -El novillo tiene que caer a mis pies para montarme.

Amanda sube de inmediato a las tranqueras ayudada por su amiga, respira en el ambiente los olores únicos que el viento confunde y remueve en esta tarde de toros coleados: bosta de vaca, miaos ácidos y carne asada en vara.

El contrapunteo del arpa, el chiquicha, chiquicha, chiquicha de las maracas, el golpe del cuatro, el joropo se detiene y se oye por los parlantes la voz de la partida, el anunció que compromete a hombres y animales en una peligrosa competencia.

¡Caaaacho en la maaaanga!

Corre el novillo asustado entre los gritos de la multitud y los relinchos de los caballos que lo persiguen, montados en sus animales, entre carajos, insultos y ocurrencias, algunos hombres intentan al maldecir ganar una mejor posición, otros juran salvar su honor en la carrera.

Con arrojo y coraje, con una intrepidez que raya en lo temerario, sin soltar las riendas del potro que monta, Armando logra agarrar el rabo de el novillo, entre el tumulto de hombres y bestias se ladea sobre la silla para tenderlo a los pies de Amanda, logra derrumbar el novillo y se oye un bramido, pero al intentar ver el rostro de la muchacha ante su proeza, Armando pierde pie y cae de la montura, siente los cascos de los caballos sobre el torso, el peso de un mundo desconocido lo hunde en una noche interminable y pierde el conocimiento.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
09-10-2021 17:07

Gracias Gregorio. Nosotros debemos mantenernos activos escribiendo y no andar frecuentando bares, antiguamente eran el centro desde donde irradiaban las letras, era el lugar de encuentro, pero todo ha cambiado y mientras tú estás en Barcelona y yo en Indianápolis, sin movernos del frente del computador, podemos intercambiar ideas, textos, alegrias tristezas, preocupaciones políticas y todo lo que queramos. Siempre nos va a faltar el contacto humano, el abrazo, los gestos, el tono de la voz, pero mientras podamos lo imaginamos. Un abrazo.

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