HISTORIAS DE LA P... MILI.
Fue en el acto de licenciamiento del Servicio Militar Obligatorio, que como cualquier españolito sin recursos, tuve que cumplir. Dieciocho largos meses sirviendo a la Madre Patria es un tedioso, inacabable período de tiempo en el que, además, eres totalmente consciente de estar perdiéndolo en lo más jugoso de la juventud. Era muy triste ver a todos aquellos buenos mozos, a los que en muchos casos les esperaban sus padres para iniciar las labores de la cosecha, ayudarles en la construcción de una casa o, simplemente, para que les supliesen para llevar las vacas al prado, era doloroso digo, verlos en las “compañías” adormilados, abatidos por el sopor de la inacción, por la modorra que produce la alta temperatura dentro de un edificio mal acondicionado y también, porqué no reconocerlo, la ingesta de varios “calimochos” un poco cargados de alcohol.
Aquel era, para muchos de nosotros, los del reemplazo de enero de 1.9xx, nuestro último día de servicio. En pleno mes de julio, bajo el abrasador sol canicular, formamos las compañías que, a base de machacona instrucción, ya habían adquirido un cierto aire marcial. Antes, el día anterior, y en el ambiente tranquilo de las oficinas se había llevado a cabo el recuento de armamento, pertrechos y equipos. Como era habitual los del reemplazo anterior nos habían enseñado las triquiñuelas y subterfugios que debíamos utilizar para que los mandos no descubriesen las faltas que, desde tiempo inmemorial, se habían producido en pistolas, cargadores, arneses, etc. Tampoco aquí hubo incidencias; fuimos unos alumnos aprovechados en la picaresca militar.
El acto se desarrollaría en el patio central de la Academia Militar, con la presencia de generales, mandos y oficiales concernidos en el mismo. Bueno, hay que matizar. La presencia de tan ilustres “compañeros de armas” se vería -y era lo normal- muy limitada por las especiales condiciones meteorológicas de la época del año y por la escasa entidad de los “militarizandos”, o sea nosotros, los soldados de reemplazo. Se habían hecho “porras” para ver quien acertaba el número de desmayos que iban a producirse (la ceremonia, a pesar de todo, era obsesivamente larga); cuántas veces el cornetín de órdenes iba a dar una nota falsa y el menú previsto por el capitán de semana para celebrar tan brillante acto. Y en esas andábamos.
Yo tuve, en mi calidad de “abuelo” (hice la mili con dos años de retraso) una corazonada. Por aquellos días la actividad de cierta banda terrorista en el país vasco español se recrudeció alarmantemente. Varios atentados mortales hicieron aumentar controles y medidas de seguridad en un país como España que era una pura prisión a cielo abierto. Se me vino a la cabeza la posibilidad de que nuestro licenciamento se retrasase e, incluso, que alguna compañía fuese trasladada a la zona en conflicto, aunque realmente los atentados se producían con gran dispersión geográfica. Además yo pertenecía, por mi formación y por imperativo categórico del coronel del regimiento, al SIM (Servicio Militar de Información: era un vulgar espía) y fui advertido “diplomáticamente” al respecto. No puedo dar mayor información por ser secreto militar 

. Todo dependía de las órdenes que llegasen desde la superioridad.
Se inició la ceremonia con el rigor y austeridad castrense que eran de protocolo y esperábamos el “rompan filas” para lanzar la catarata de gorras al aire y salir como flechas a recoger los petates. Ya estábamos “lilis”, ya teníamos “la verde”. Se inició el último desfile bajo las banderas y enseñas del regimiento y todo parecía que transcurriría dentro de la normalidad. Pero mi maldito presentimiento se cumplió. Un coche oficial, negro, con la enseña de general entró en el recinto. Se produjo un alboroto entre los oficiales y el de mayor rango, el coronel, se dirigió con sus ayudantes a recibir a la autoridad. Rostros sombríos, tensos. Malas noticias. Un rápido intercambio de palabras apenas susurradas, el desfile paralizado (el cornetín de órdenes, una vez más, sopló una nota en falso) y las compañías aguantando el sol de justicia del mes de julio en Castilla.
El general volvió a su coche y, éste sí, salió como una flecha hacia el exterior del cuartel. El coronel, un avezado militar pero totalmente inexperto en comunicación, encargó a un capitán ayudante que transmitiese la noticia: “Los terroristas acaban de asesinar a varios efectivos militares en Lasarte, País Vasco. Quedan suspendidos todos los actos de licenciamiento y permisos y la tropa quedará acuartelada hasta nueva orden”.
Mardito prezagio er mío, porqué no hice la mili cuando me tocaba...
Nota.- Dedicado a los que, como yo, vivieron aquella época y sufrieron aquella "mili" que nos hacía hombres. Esos entenderán el argot utilizado. El resto pueden evacuar consultas en Información.