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TALLER DE RELATOS
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
13-08-2014 20:51

Queridos compañeros: aunque de forma paulatina empezaré a incorporarme a las actividades del foro.
Quiero pedir permiso a Gregorio, donde pretendo publicar mi primer trabajo, para publicar, en dos capítulos, mi relato sobre el tema de la quincena. Voy por la primera parte y llevo 1.200 palabras. Aún necesitaré otras tantas. Y es que las retenciones son malas; luego toda la energía acumulada sale a borbotones y lo pone uno todo perdido.

Muchas gracias a J.J. por el sugerente tema que ha propuesto (y su elegante gesto de reconocer que es un texto de Cortázar.) No pensaba yo que me iba a dar tanto de sí.

Espero autorización y ya seguiré en contacto. Un abrazo.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
12-08-2014 22:29

Una Terrible Parada

El autobús de turismo se detiene en Culross, un pueblo anclado en el tiempo en alguna parte de Escocia, no estaba en el itinerario, pero una falla mecánica nos obliga a detenernos, al bajar del autobús de turismo y poner mis pies sobre la calle, la niebla que nos envuelve dispara un resorte en la memoria, son recuerdos a latigazos, evocaciones, instantáneas que logran deslumbrarme, destellos en la retina que no me permiten construir una historia, pero a cada paso confirmo mi presencia anterior en estas calles empedradas, me parece haber estado aquí mucho antes, en una época distante, en donde quizás mi nombre y mi condición eran otras.

Nos hemos desperdigado por el pueblo en pequeños grupos, sin darme cuenta he quedado con un matrimonio suramericano y un mexicano que no se separa ni un segundo del IPAD, está más informado que el propio guía y nos anuncia con entusiasmo algún detalle insospechado de cada lugar que encontramos.

Cada momento que paso en este lugar, cada rincón a donde miro me amenaza, siento que no soy bienvenido, comienzo a sentir un gran deseo de alejarme, de irme, de salir corriendo, es inevitable la sensación de miedo. Un miedo primitivo me arrincona sin motivo y por instantes me falta el aire, me sofoco, el miedo más allá de la razón me paraliza y a pesar del aire helado que sopla de la bahía me sudan las manos.

Consumido por la sensación de espanto, de oscuros recuerdos lamentables, me pierdo toda la explicación geográfica que el mexicano nos comenta desde su informante electrónico, a duras penas sorteando el pánico logro hilvanar la historia de este pueblo que vivió tiempos de gloria y abundancia producto de la sal y el carbón.

Por suerte son pasadas las 10 de la mañana, tropezamos con un Pub y acorralado por el susto que no termina de abandonarme, empujo la puerta.

Temblando, con la boca seca pido un Brandy que bebo de un golpe y pido el otro sin darle oportunidad al barman de dejarme solo. El alcohol enciende la sangre que se dispara y recobro finalmente el aliento.

En la calle, dueño de mis cabales y apoyado en los dos vasos de Brandy me encuentro de nuevo con mis tres compañeros casuales, llegamos a la plaza principal y para mi sorpresa, acostumbrado a ver únicamente próceres en las plazas, en esta han levantado un Unicornio.

El miedo desapareció abrasado por el fuego del Brandy, pero se abrió una puerta que ignoraba, absorto en el Unicornio traspaso un umbral inédito y siento por primera vez que fui otro, tuve una vida en este lugar, cumplí un destino. Estoy seguro de haber caminado por estas calles, de haberme guarecido de las inclemencias del tiempo en una de estas casas, diseminada en alguna parte de este pueblo mi impronta.

Desde ese momento cada piedra que piso en esas estrechas calles de adoquines, cada fachada, sus diversos colores, la neblina que sopla desde el mar confundiendo las siluetas, y hasta el reloj del Monasterio y sus catorce campanadas me son conocidas, familiares, amigas.

En los elevados riscos de la memoria, en las frágiles laderas del recuerdo, entre las grietas abiertas en roca sólida, en el rastro dejado por nuestras huellas indelebles, por esos pasos que aún resuenan en el eco del pasado, de improviso un relámpago, un destello incandescente enciende alarmas escandalosas, deslumbra y desnuda las certezas, deja al descubierto nuestra inmensa ignorancia, para señalarnos el desconocido y aterrador camino de las incógnitas, sus sorpresas, y el encuentro inevitable con una encrucijada en donde convergen inexplicablemente circunstancias escritas de antemano.

Desde un primer piso oigo claramente los gritos de una mujer que pide ayuda, con desesperación implora clemencia. A mi lado el mexicano señala el edificio en donde he creído oír los gritos y afirma que allí encerraban a las mujeres acusadas de brujas. La voz de la mujer cambia el tono y lanza hirientes acusaciones de injusticia, amenaza con muertes atroces a quienes se han confabulado para perderla, para quemarla como bruja.

Soy el único que logra oír los gritos desesperados de la mujer, siento que la amenaza es en mi contra, estoy completamente aterrorizado.

En este estado lamentable, prácticamente soy empujado por los otros tres turistas dentro de una mínima librería, no puedo sacarme los gritos de la cabeza, paralizado de miedo miro al matrimonio seleccionar algunas postales, el mexicano ha encontrado un libro de tapas oscuras y letras doradas que revisa con atención, yo me cruzo de brazos inmóvil.

Las campanas del reloj de la Abadía anuncian las tres de la tarde, el mexicano ha encontrado un defecto de impresión en el libro, es una página en blanco, en ese momento se lleva las manos al pecho, suelta el libro y con sorpresa veo que el volumen que revisaba se escabulle, se pierde entre el desorden dejado por el mexicano al caer muerto.

Este relato está escrito a raíz de un texto, o micro cuento escrito por Julio Cortázar, que copio a continuación

La Página Asesina

En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.

Des
Des
09-08-2014 15:37

Todas las vidas, todas las páginas…son parecidas.

Escocia, Wigtown sería el punto de partida. Para una amantes de los libros como ella esa pequeña ciudad ,tenía mucho que ofrecer .

Desde la ventana del Wigtown Ploughman Hotel comprendió la sucesión de hechos que la habían llevado hasta allí.
El sonido de las hojas del libro que había comprado en una de las librerías de segunda mano del pueblo se había desvanecido al llegar a esa página en blanco.

La llamada de la nada , las tres campanadas de la cercana iglesia anunciaban que todo había terminado.

Repentinamente los libros secuestrados, secretos, empañados, ajenos, prohibidos, catalogados , imprecisos, imprevisibles , interrumpidos, necesarios …se alejaban en un movimiento circular dentro de esa página en blanco .

Todo estaba a punto de terminar , una lluvia menuda salpicada de horas fragmentadas, le anunciaba que nada regresaría, la oscuridad de la noche descendió sobre ella y todas sus vidas dejaron de existir, tal vez nunca existieron.

Mientras tanto en Kioto, una lluvia de flores de cerezo la cubría mientras pasea por el santuario Fushimi Inari, una mariposa se posaba sobre el cuaderno que acaba de cerrar , vio aparecer y desaparecer una figura de mujer, había encontrado el hilo que había perdido, no podría prolongar su estancia en Japón , una nueva novela la esperaba al otro lado del mundo.

De vuelta al hotel escuchaba la noticia “ Muere la escritora Violeta Benni a los 48 años, según han confirmado fuentes editoriales la autora de “Disculpad el retraso “ ha fallecido en extrañas circunstancias…nos deja una de las miradas ….”

Des.

Me encanta la propuesta de JJ, pero no tengo tiempo para escribir, os dejo un trocito de un intento de participar .
Besos para todos .


OMAR
OMAR
07-08-2014 17:51

Dos mundos, un amor

¡Qué tremenda explosión de viajantes a Escocia! Ya en toda Europa, e incluso del otro lado del Atlántico se hablaba de Dundee y no precisamente por ser la primera ciudad en el mundo que tuvo su propio sistema de alumbrado público. Todos llegaban para hacer cola a las puertas de una pequeña librería al norte de la localidad. Donde cada uno quería comprar y al mismo tiempo verificar lo que se hablaba sobre los libros que allí vendían.
—Déme cualquier novela de Agatha Cristhie —solicitó una muchacha rubia de pelo largo que pacientemente había esperado su turno.
De inmediato comenzó a hojear el libro buscando la página en blanco que según todos anunciaban te proporcionaba el contacto con la parca.
Ella quería morir. Solo había pasado un mes del accidente de su novio y ella quería verlo; y para eso necesitaba morir. ¡Ahí estaba la página blanca! Antes de las tres de la tarde debía leer los dos últimos párrafos de la página anterior e inmediatamente pasaba al mundo de los muertos.

—¿¡Miguel…, Miguel…?! —temerosamente llamaba la muchacha, arrepentida quizás de entrar al enigmático mundo del que nadie había regresado.
En realidad esperaba algo diferente: fantasmas moviéndose sin parar, ánimas elevándose del suelo, oscuridad paradójica, en fin, no lo que tenía frente a ella.
Se encontraba en el centro de un parque (sin árboles, solo con bancos y áreas de estar) donde jugaban decenas de niños.
Ella comenzó a caminar entre los pequeños. El parque se le hacía infinito cuando escuchó su nombre:
—¡Jennedit!
Al voltear la cabeza lo vio. Miguel se acercaba a ella con una tremenda sonrisa que fue haciéndose más pequeña, hasta desaparecer totalmente cuando la abrazó.
—¡Cómo pudo suceder mi amor! ¿Cómo es que estás muerta?
—¡No cariño, no lo estoy! Escúchame.
Caminaron lentamente hasta uno de los bancos mientras Jennedit le explicaba a su novio cómo había llegado al mundo de los muertos.
Él se resistía a creerle, pero ¿podía haber alguna cosa inverosímil allí? Entonces la tomó por los brazos y corrieron largo tiempo (si es que este puede medirse en ese lugar).
—Te llevo a conocer dónde vivo… —la frase sonó un tanto anómala para los dos pero no dejaron de correr.
—¿Estás cansada Dit? —Así la llamaba él cuando compartían a solas momentos de amor— Estamos tan lejos porque en ocasiones salgo a correr sin parar y de esa forma no pienso en nosotros, en mamá, en…
—Gracias a eso me encontraste en aquel parque de niños —lo interrumpió ella que ya jadeaba un poco.
—En aquellos árboles nos detenemos para que veas mi casita desde lo alto.
Hermoso paisaje veía Jennedit abrazada de su novio, ¿estaba realmente en el mundo de los muertos? No dejaba de hacerse esa pregunta.
—Es aquella de allí, la del jardín amarillo. Son girasoles, que le gustan mucho a mi amigo.
—¿Vives con alguien?
—Sí, y nos está esperando.
Ella casi pregunta cómo le avisó a su amigo, pero recordó que estaba en el país de los muertos.
—¡No puede ser Miguel! Él fue quien…
Jennedit se encontraba delante del irresponsable que no había respetado la luz roja del semáforo provocando el accidente que la dejó sin su Miguel. Ese muchacho había estado en coma casi una semana y ella lo odió todo ese tiempo, imploró siempre porque no muriera para decirle algún día cuánto odio le tenía.
—¿Cómo puedes mi amor? Ese fue quien nos separó…, él te mató a ti…, y a mí… —los sollozos no se detenían.
—Siéntate cariño, siéntate. Ahora te lo aclaro todo.
Miguel le explicó que aquella era una comarca donde convivían los muertos por accidentes (de cualquier tipo), menos los niños y los ya muy ancianos. Se trataba de agruparlos por el motivo de la muerte; si el suceso que los llevó allí provocó muchas muertes (un choque de trenes, la caída de un avión), entonces todos ellos se reunían en un barrio que bautizaban con el nombre del lugar donde ocurrió.
Ella intentó hablar pero un gesto de Miguel la detuvo.
—En un caso como el mío, donde solo perdimos la vida dos personas, pues hacemos esto, convivimos, nos perdonamos, nos hacemos amigos. En fin, ¿puedes decirme para qué odiarnos, enemistarnos en este lugar donde en realidad sí somos todos iguales?
Jennedit no dejaba de mirarlos, ni de llorar. Tenía que entender que Miguel decía la verdad. Allá, fuera del libro, de la página en blanco que la llevó hasta su novio, el odio se imponía. Entonces, ¿era mejor estar muerta? La confusión comenzó a mellar su mente, ¿volvería?
—¡Por supuesto que vas a volver Dit!
Ella se sorprendió.
—Recuerda que estoy muerto y puedo entrar en tu mente mi amor —la miró un momento—, y sí, hay mucho resentimiento allá, las personas se maltratan, se matan; pero también hay amor, ¿o no era amor lo que sentíamos?
—¡Pero aquí es tan bello! Tú y él de amigos y sus familias irreconciliablemente enemistadas.
—Ellos irán llegando, y comprenderán —eso lo dijo el muchacho que por llegar temprano a una fiesta no respetó el semáforo—, yo iba rebuscando en mi mente qué decirle a Miriam para obtener un sí a mi propuesta de relación seria, y mira, ahora tengo que esperar que llegue acá —una pausa—, eso si no llega de abuela.
Los tres rieron y por fin Jennedit aceptó el té que había preparado Miguel mientras hablaba.
—¿Descansarás un rato Dit?
—¿Descansar? Para nada, solo podemos estar acá diez personas vivas. Y no sé cuántos habrán encontrado la página en blanco después que yo lo hice. Cientos quieren hacerlo.
—Entonces no sabremos cuándo tienes que irte.
—Por eso no podemos descansar. Quiero ver más de tu mundo.
En el otro mundo, el de los vivos, todos imaginaban este de una manera diferente, pero ella estaba segura que nadie lo imaginaba así, tan bello.
Había animales; ellos también morían. Jennedit pudo acariciar un cocodrilo que daba muestras de sentir su mano, tal y como hacen los gatos y perros cuando los arrullan. No se asustó con las ranas y algunos dinosaurios comieron de su mano.
Deslumbrada estaba la joven al escuchar la pregunta de Miguel:
—¿Recuerdas adónde íbamos cuando chocamos con mi amigo?
Tardó un poco en responder, quizás no esperaba la pregunta.
—A tu casa…
—¿Y a qué?
De nuevo unos segundos.
—Busquemos un lugar hermoso mi amor.
Encontraron un manantial que brotaba pequeño junto a unos árboles y allí comenzaron a besarse. Para ambos fue un poco incómodo al principio; ella tenía que adaptarse a una energía, un aliento y él a la materia pura. Pero cada uno en su espacio existía y el amor pudo unir ambos mundos.

El suspiro de la muchacha morena llamó la atención de todos los que estaban en la cola.
—¡Por fin! —dijo la joven colocando el dinero sobre la mesa para inmediatamente solicitar un ejemplar de las Crónicas Marcianas de Bradbury.
Con el dedo recorrió las páginas buscando la que no estaba escrita y comenzó a leer casi en voz alta los dos últimos párrafos de la anterior; ella estaba muy feliz pero no imaginaba que terminar su lectura separaría dos mundos y un gran amor.


«...solo el amor convierte en milagro el barro...»
S.Rguez
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
02-08-2014 13:25

OJOS NEGROS.

Sucedió en un pueblo de Escocia, una noche silenciosa y helada. Después de la cena en el pequeño restaurante de la fonda donde se alojaba Tomás desde hacía cuatro días, salió a la plaza a respirar aire puro; el de la fonda estaba algo viciado. El poblado era un pequeño conjunto de casas del estilo del medievo, ordenadas de tal forma que todas las calles partían de la plaza dominada por una iglesia. Quién sabe cuántas gentes habían transitado aquellas piedras moldeadas por el tiempo que en aquellos momentos pisaba; cuántos ejércitos habrían pasado por allí, en pos de su mayor gloria o desastre.

De día, no era distinto de cualquiera de los que inundan los mapas europeos, con sus edificios de paredes de rocas sólidas, techos a dos aguas y balcones en verano llenos de flores. Pero por las noches, ese pueblo presentaba una característica especial: era invadido por una niebla espesa, impenetrable, que hacía imposible ver a más de tres o cuatro pasos.

Cuando salió de la hostería, notó que el propietario le miró con intranquilidad y se persignó disimuladamente. Lo tomó como muestra de una superstición pueblerina y se adentró en la plaza. A esa hora, sobre las diez, todo estaba en silencio. Sus pasos retumbaban contra las paredes, amplificando el sonido de una forma poco natural. La niebla todavía no era tan compacta como la había visto en las noches anteriores, por lo que sin dificultad se dirigió en dirección de la fuente. Se quedó allí un rato, en el cual se dejó ganar por un estado de ensoñación especial, como si su espíritu se encontrara en paz y vagara libremente, mientras la niebla cubría el pueblo con un manto blanco de algodones.

Algo le rozó el codo. Miró a la derecha, pero no había nadie. Aunque hubiera jurado que unos dedos muy sutiles habían tocado su ropa. Al girar su cabeza al otro lado escudriñando en la niebla, la vio a pocos pasos. Un escalofrío producido sin duda por la sorpresa, le recorrió la espalda. Quizá era una turista que, como él, sentía una especial fascinación por el raro espectáculo que la naturaleza les estaba ofreciendo. Avanzó hacia él y pudo distinguirla con más precisión. Era una muchacha joven, aunque de edad indefinible. Su pelo negro estaba sujeto en una cola. Su rostro no era el más bonito que había visto, marcado por un llamativo lunar oscuro en forma de lágrima junto al pliegue derecho de su boca, y su talle era más generoso que el que normalmente le atraía. Vestía con las ropas típicas de la zona.

Concluyó que no era una turista. Creyó reconocer su rostro como si la hubiera visto con anterioridad, pero todas las mujeres de esos lugares se parecen entre sí, con sus faldas multicolores, pañuelos en la cabeza las ancianas, miradas penetrantes, y movimientos felinos. Caminó hacia la fuente y se detuvo junto a él, sin demostrar signos de que lo hubiera visto. Se inclinó hacia la fuente, y ayudada por su mano, bebió unos sorbos de agua. Se mojó la frente y el pecho, haciendo que su blusa se pegara a su piel. Se preguntó, todavía en uso de su razón, cómo era posible que aquella mujer fuera indiferente al frío que a él le calaba hasta los huesos y pudiera ir vestida de verano, mojándose la piel para refrescarse.

Abrió la boca para decirle algo. No dominaba su idioma, pero hasta entonces no había tenido mayores problemas para hacer que le entendieran. Usando la mímica más que las palabras, le preguntó si tenía frío. Por primera vez dio señales de saber que él estaba allí. Giró la cabeza y le miró. En sus ojos no pudo leer sorpresa o curiosidad por su pregunta. Al ver que insistió, arqueó un poco los labios y clavó sus negrísimos ojos en los suyos, dando un paso hacia él. Sin pensarlo, se quitó la chaqueta y se la ofreció, colocándola sobre sus hombros. La ráfaga de un fuego misterioso cruzó por sus ojos y para agradecer su gesto, acercó su rostro al de él, besando sus helados labios con los suyos, húmedos y tibios. Todo sucedió en pocos instantes. Al separarse, ella sonreía con malicia y picardía.

La voz del hostelero le distrajo de su excitante ensueño. Se giró un instante para verlo. Le estaba llamando, pronunciando su nombre con su extraño acento. En su voz notó alarma, e intranquilidad. Al volver su vista a la muchacha, había desaparecido igual que había venido, como una sombra surgida de la niebla.

Encaminó sus pasos hacia la hostería, sin percatarse de que ella se había llevado su chaqueta, hasta que el hostelero, un hombre barrigón, con un bigote espeso y puntiagudo, le miró y volvió a hacer la señal de la cruz sobre su pecho. Al entrar, el calor que se escapaba por la boca de la estufa, templaba de tal forma el ambiente que no tardó en olvidarse del frío. El hombre le ofreció una copita de un aguardiente típico de la zona, un líquido amarillento que contenía la furia del fuego de todos los infiernos, que aquella gente toma como si nada. Tal era su grado de turbación, que apuró la copa de un solo trago. El hostelero sonrió y preguntó algo en su idioma. Creyó interpretar que estaba preocupado por la falta de su chaqueta, y se dispuso a contarle lo que había ocurrido.

Cuando comenzó, cambió de idea. Una voz dentro de él, le dijo que no valía la pena, que la muchacha había tomado su chaqueta con su consentimiento, a cambio de un beso como el que nadie en su vida le había dado. Confundido por su excitación, le susurró buenas noches torpemente en su lengua y subió la escalera hasta el piso superior, en dirección a su habitación. Vio que el hombre le siguió con la mirada, y por tercera vez en la noche se persignó, murmurando algo entre dientes que no pudo comprender.

Entrar en su habitación fue como traspasar el umbral de otro mundo; como penetrar en un sueño vestido de brumas. Al lado de la puerta, en el perchero, colgaba su chaqueta. A sus pies, un sendero de ropas femeninas indicaba el camino hacia la cama, y pudo contemplar la silueta de la mujer de la plaza, con el cabello azabache suelto sobre la almohada y el cuerpo insinuando fascinaciones bajo la manta. Con un gesto de la mano, le invitó a unirse a ella. Se amaron el resto de la noche, como dos locos desconocidos que por fin encuentran un idioma común. Un dulce agotamiento les dio alcance cuando la madrugada anunció su proximidad.

Despertó, estiró el brazo y no la encontró. Alarmado, abrió los ojos y comprobó que se había ido. Saltó de la cama impulsado por un presentimiento y comprobó con tranquilidad, que todas sus cosas estaban en su lugar. Eran las tres de la tarde. Su mirada se posó sobre algo que no estaba antes. Sobre la mesita de noche, había un libro abierto. Empezó a leer pero no entendía nada. Pasó la hoja y apareció una página en blanco. Súbitamente, la mujer apareció de la nada, sombría y delicada como un cristal, y lo besó con una brisa de mortal ternura. La oscuridad lo envolvió, y ya no pudo salir jamás de ella. El dueño de la hostería, lo encontró muerto y avisó a las autoridades.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
31-07-2014 12:09

Apreciados amigos y amigas. En esta etapa, 5 relatos.
Comenzamos con un nuevo tema. Miren la propuesta, arriba en el inicio.

Esta es la evolución del taller desde que lo iniciamos el día 25/05/2012.

6-5-7-5-4-6-4-4-4-5-5-2-6-6-7-5-6-6-6-7-6-4-3-2-8-9-9-8-8-8-7-8-7-5-5- 3-6-5-4-4-5-2-5 —237 relatos.
Saludos.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
caizán
caizán
29-07-2014 10:35

DOS MILIMETROS

Los hábitos mueren con uno. En Argentina los domingos son: “de pasta”, fideos, ravioles, ñoquis, sorrentinos y toda la variedad infinita de esos productos, herencia de la inmigración italiana, que se pueden comprar en cualquier localidad de Argentina, quienes los hacen y venden operan bajo el rubro: FÁBRICA DE PASTAS y lo que venden son frescos, hechos en el día; nada que ver con los que venden los supermercados.
Dino se levantó, ese domingo, repitiendo el viejo mandato: hacer la pasta del domingo. Tomo unos mates, leyó los correos, preparó la salsa, puso a hervir el agua y preparó la mesa, observó si estaba todo, no, faltaba la grana padano que estaba en la nevera, cogió dos sobres, cerro la nevera y giró sobre sí mismo arrastrando su pie de apoyo, el derecho. La baldosa del piso, en ese lugar, tenía un pequeño desnivel de dos milímetros. La punta de su zapato chocó con el desnivel imperceptible ¡Y perdió el equilibrio! En el acto se dio cuenta de lo ocurrido y su consecuencia: CAERÍA AL PISO DE ESPALDAS. Quiso tomarse de una silla para evitarlo pero no fue suficiente.
Mientras caía hacia atrás comprendió el peligro: se iba a fracturar la cadera o desnucar, o ambas cosas. Era totalmente consciente del acto y sus consecuencias. Le pareció ridículo que su vida terminara así ¡Por dos milímetros! Y en soledad.
El golpe de sus glúteos contra el piso fue feroz, como el grito que soltó. Y supo, sin ninguna duda, que su cabeza, como un látigo, golpearía contra la pared como acto final de su vida ¡Qué pobre y triste final! ¿Cómo le podía estar ocurriendo ésto? Cuando ocurrió, por un momento quedó grogui, obnubilado, a punto de quedar inconsciente. Recuperó su capacidad mental y su alarido de dolor circuló por todo el edificio; llegaron vecinas a su puerta que no pudieron entrar ni él pudo abrir, estaba en el piso, lejos de la puerta de acceso. Una de ellas tenía el teléfono de su hija, que vivía a cincuenta metros; la llamó y entre ambas trataron de levantarlo del piso. Él pidió calma, estaban asustadas por la profusión de sangre que había sobre la pared y la cabeza de Dino. Cuando todos se tranquilizaron lograron ponerlo de pie, lavarle la cabeza y ver la herida.
--Papá, es un pequeño corte en el cuero cabelludo. Uno o dos milímetros como máximo.
El padre razonó: dos en el piso, dos en su cabeza y por dos milímetros no sé mató. Era para pensar.
No quiso ir a urgencias. Al día siguiente, cuando comenzó el dolor, insoportable, sí fue. Radiografías, ECG. No tenía nada roto, la columna bien, todo muy calcificado y soldadas las vertebras. ¿Causas del dolor? Empíricamente: consecuencias del golpe contra el piso, quizás hiciera falta una resonancia o una tomografía, pero él no era D. Juan Carlos, sólo Dino. Eso de que todos somos iguales es para las tribunas políticas o los discursos en Las Cortes. La realidad era ésta, somos parecidos, pero no iguales en los derechos, ni fiscales ni sanitarios, al momento de votar sí: un hombre, un voto. Y punto. El médico de cabecera también lo sabe por eso no indica ningún estudio complejo, si lo hace pueden ocurrir dos cosas: Qué cuando le den el turno no tenga síntomas, o qué no sea necesario, porque ha fallecido; la seguridad social no es preventiva ni inmediata, para ser efectiva necesita que el paciente sea eso: paciente y tenga buena salud para esperar los estudios complejos o la cirugía mayor, la menor se descarta en una segunda entrevista.
La segunda visita al médico fue para obtener un calmante más potente, las inyecciones no hacían efecto. En eso la alopatía es excelente, tienen unas dosis para antibióticos y calmantes muy eficaces, parten de la idea qué: si algo duele, cuando deja de doler, está curado; nadie va al médico para decirle que no le duele nada, por lo tanto el enfermo se muere, pero sin dolor; sería una especie de eutanasia a largo plazo. El tratamiento que le dieron: un comprimido cada ocho horas, hizo efecto, le permitió dormir. Y pensar.
Él había leído tantos libros, tenía tantas letras dentro de sí que podría hacer una sopa o, acomodarlas y discurrir algún pensamiento válido para ese momento. Eso decidió. Pensó en los conceptos de la felicidad, que entre otros, plantearon Epicuro y San Agustín; recordar a Epicuro le ayudó a resolver sus miedos: al dolor, a la muerte, e indagar en su concepto de la felicidad ¿Qué lo hacía feliz? Escribir ¿Quería trascender? No. Escribir era casi una necesidad fisiológica, se sentaba frente al ordenador, escribía la primera frase, que lo llevaba a otra, a otra, a otra, hasta el infinito. ¿Debía deducir que ahora no era feliz? ¿que el dolor bloqueaba esa felicidad? No sabía. Solo tenía en claro que no quería escribir azuzado, no tenía que ser una obligación, no tenía ni quería competir con nadie. Ser el mejor. No. Solo ser, fluir.
Solo ser. Pensarse, en soledad. Y decidir. No es bueno que el hombre esté solo, pensando, porque toma decisiones contrarias, opuestas a las oficiales de turno y puede ser peligroso, contagioso, como el Ébola. De eso también habla Epicuro: del miedo al fracaso.
Todo esto ocurrió por dos milímetros.
JSM

OMAR
OMAR
22-07-2014 17:44

Contrato de trabajo

Nunca pensé que así sería mi llegada. Nadie esperándome, busqué y rebusqué, leí y releí todos los carteles de nombres que algunos alzaban sobre las cabezas y otros mantenían en el pecho; como es habitual en aeropuertos y estaciones, ninguno decía Juan Antonio. No quedaba otra solución que preguntar y guiarme por las explicaciones que recibía, además por lo que podía ver que hacían los otros que llegaron; podía guiarme por cualquiera porque todos llegábamos por primera vez.
Claro, poco a poco me fui quedando solo; y así, sin compañía, avancé un rato.
Al tomar el tren dieron algunas indicaciones. Pero fue muy rápido, nos agitaban para el viaje y prácticamente no pude escuchar nada; en fin, ahora estoy solo en un lugar que nunca había visitado y por lo tanto desconocido.
Mi desconfianza me permitía ver, o imaginar cualquier cosa. Unos empinados cerros si miraba al este, un tremendo mar si miraba al norte, por el oeste aparecía un desierto que me recordada las viejas películas de indios y cowboy, contrastando este con la tremenda metrópolis que se veía renacer en el sur.
Yo estaba en el centro de todo, solo. ¿Adónde ir? El mar, siempre me fascinó nadar pero ese me inspiraba respeto. La altura de las lomas no era impresionante, y se veían hermosas, pero aquello de escalar solo las montañas, no me atraía.
Cualquier episodio entre indios y vaqueros prefería dejarlo para el cine. Me quedaba la ciudad, en una tremenda viví muchos años y sería un pecador de ignorancia si no tomaba en cuenta la magia que allí adentro existe, pero algo me decía interiormente que no fuera a ella.
Entonces qué hacer, no aparecía nadie, ni siquiera una señal de ayuda. Estaba completamente solo.
Valoré el entorno y no pude definirlo, ¿dónde estaba?, ¿por qué había llegado allí? En realidad no entendía.
Y ya prácticamente no recordaba el viaje, entonces tomé la decisión más acertada, a mi juicio, y me senté en unas rocas que tenían forma de banco terapéutico. En realidad me preocupaba más que a dónde ir, el por qué no recordaba bien de dónde venía.
Vagas imágenes recorrían mi mente pero no lograba definirlas. Me confundía mucho también la ropa que llevaba, yo nunca había vestido de esa manera tan…, no sabía cómo definirlo. Busqué en todos los bolsillos, muy amplios por cierto, y no encontré mi celular. (Aunque sería por gusto porque en ese momento no sabría a quién llamar), eso pensaba y ya comenzaba a sentir alguna turbación. ¡Nunca me había visto así!
A punto estaba ya de gritar, increpar, sermonear, incluso quería llorar, cuando una figura humana se acercó lentamente a mi.

—Disculpa el retraso al recogerte, pero el accidente fue tremendo; más de un centenar de muertos. Como tú nos faltan varios aún —y de manera categórica—. Puedes venir conmigo…

¡No podía ser cierto! Cuando montamos al tren íbamos a confirmar el mejor contrato de trabajo que alguna vez llegó a nuestras manos.


«...solo el amor convierte en milagro el barro...»
S.Rguez
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
22-07-2014 05:55

La suerte de encontrar un empleo perfecto

Tres palabras resumen mi vida: Desastre, inconstancia, abismo.

A los diez años mi padre salió al trabajo y no volvió, esa semana no fui a clases y sobreviví comiendo sándwiches de atún que yo mismo preparaba, mi madre en cambio caminaba por toda la casa sin poder encontrar la salida, se quedó encerrada en el círculo oscuro de la desesperación, al borde de la locura, ella logró mantenerse con un cigarrillo permanentemente encendido entre los labios y bebiendo café negro, se olvidó por completo de pintarse la cara, de peinarse, de cambiarse la ropa y también de mí, enmudeció, se perdió en el vacío del tiempo sin retorno en una pena de lágrimas y humo.

A medianoche yo despertaba y la sentía sonámbula entre las sombras, intentando alumbrar el caos al que había sido empujada por las circunstancias, iluminar su propia devastación con la punta del cigarrillo encendido, para levantarse a cualquier hora siempre entre sollozos, ella subsistió bebiendo café negro y fumando, con la mirada perdida detrás del humo, o buscando la huella del esposo desaparecido, en un intento desesperado por olvidar su aroma.

De esa catástrofe nos rescató un tío y la vida se convirtió en calamidad, mi madre se entregó con obstinación al servicio de la iglesia y se fue transformando en una de esas velas pálidas y delgadas que encendía para alumbrar a los santos y terminaban por derretirse después, ella en cambio no la consumió el fuego, se fue secando y en apenas seis meses se la llevó la pena.

No volví a la escuela y terminé de aprender lo poco que sé en un puesto del mercado vendiendo pescado con mi tío, un hombre grande de pocas palabras y menos amigos, ignoraba por completo la importancia de dar y recibir afecto, se guiaba por un estricto sentido del compromiso, por viejos códigos dictados por la rutina. Sin saberlo vivía en un naufragio permanente al que me llevó y en donde aún permanezco, braceando en ese océano sin horizonte ni esperanza, por el puro instinto de sobrevivencia.

A media tarde terminábamos en el mercado, almorzábamos, regresábamos a la casa. Mi tío anotaba en líneas irregulares los números de las cuentas y miraba por la ventana, quizás las formas de las nubes, nunca me dijo pero estoy seguro que en ese momento decidía que pescado vendería al día siguiente. Luego dormíamos para despertar de nuevo a la madrugada, cada día exactamente igual, sin cambios, hablábamos justo lo necesario en una economía asfixiante de palabras.

Soy incapaz de entablar una conversación con alguien, de intimar, de establecer un nexo, de hacer o mantener una amistad, ni siquiera puedo ser parte de una pandilla, para eso también se necesita una mínima capacidad para compartir una idea, y yo no desarrollé esa facultad, carezco por completo de la posibilidad de socializar. No tuve tiempo de aprenderla, tampoco quien me la enseñara.

Una madrugada camino al puerto me vi las manos reluciendo en la oscuridad, parecía estar cubierto de escamas brillantes, en el espejo mis ojos inmensos, que a duras penas cubren los parpados sobresaltan en mi rostro picudo, sin mentón y para rematar una boca ridículamente redonda y pequeña, descubro sin asombro que parezco un pejerrey.

Me entró un miedo terrible de transformarme definitivamente en pescado, ese mismo día al almuerzo le dije a mi tío que estaba muy agradecido, pero quería buscarme la vida por mi cuenta, me miró, intentó decirme algo pero no pudo pronunciar las palabras que se le quedaron atoradas en la garganta, nunca tuvo costumbre de dar consejos, ni tampoco de expresar sus sentimientos.

No volví al mercado y tampoco al puerto, las olas chocando contra las piedras producen una sensación de abismo sin fondo del que trato de escapar, vivo a orillas de un precipicio, no tengo amigos, me sobran miedos y mis recuerdos se pierden entre ausencias y carencias.

Una tarde que buscaba trabajo casi con desesperación, en medio de la calle me detuvo una gitana que me dijo espantada: Tienes mirada de cuchillo, de punta de pedernal, das miedo. Desde ese día no miro a nadie a los ojos y camino con la cabeza enterrada en los hombros, mirándome la punta de los pies, no quiero herir a nadie.

Tengo treinta años, he intentado todos los trabajos ocasionales posibles y mi condición me obliga a dejarlos, pero debo justificar mi existencia sin otra ilusión que continuar vivo, respirando, comiendo y necesito trabajar, confío en que algún día encontraré el trabajo que me acomoda, pero no tengo idea de cuál puede ser y hasta que lo encuentre seguiré dando tumbos.

Finalmente la suerte me sonríe y me ha permitido encontrar el puesto ideal, para quien la soledad, el silencio, las sombras son la única alternativa de vida posible.

Mientras otros buscan desesperadamente compañía, incluso momentánea y son capaces de pagar por ella para combatir el ensordecedor silencio que los abruma y no soportan, a mí en cambio me aterra, la sola idea de compartir un momento con un desconocido me hace sudar las manos, intercambiar opiniones, o confesar alguno de mis recuerdos es un acto impensado.

Este empleo me permite estar a mis anchas, en mi elemento. Me he convertido en recepcionista nocturno de un hotel para parejas ocasionales, las miro entrar con un destello lejano de esperanza reflejado en sus ojos, una emoción en el tono de la voz, pero al salir ese destello se ha apagado y en su lugar se ha pintado un enorme desamparo imposible de esconder. La emoción se ha convertido en desaliento ¡me dan pena!

Paso la noche despierto con las palabras justas para entregar una llave de habitación y recibir el pago por el servicio de cobijo temporal. Durante el día duermo en el mismo hotel, no tengo siquiera que salir a la calle a buscar lo que no se me ha perdido.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
17-07-2014 12:51

Queridos amigos y amigas, para los, o las, que no hayáis leído el aviso anterior, lo vuelvo a publicar.

Hay novedades en el taller de relatos. Léanlas en la cabecera, en color rijo.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
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