| VAMOS A CONTAR HISTORIAS |
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| Gregorio Tienda Delgado |
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Me ha gustado tu relato, JJ. La situación que relatas es más habitual de lo que se supone, en los bares donde el alcohol ingerido calienta la sangre, enloquecen las neuronas, y hay personas que descargan su frustración contra la persona más próxima, como le ocurrió al protagonista de tu relato, que sin pretenderlo, se encontraba en el momento y el lugar, donde se produjeron los hechos. Buen trabajo. |
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Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas. |
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| Jose Jesus Morales |
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Cumplo con mi compromiso de esta primera quincena de octubre -el Bar-. El paso de la hora oscura
A mi hermano Ramón Morales Parece que me levanté con el pie izquierdo y el orden elemental de las cosas se trastornó, las dificultades comienzan desde el principio de la mañana, una tras otra y sin tregua las complicaciones se encadenan, no pasan desapercibidas y enturbian este día, a media tarde se suelta una sospechosa jauría de confusiones y abren la puerta a infinidad de pequeños y maliciosos embrollos, caigo en las trampas de la mala hora, no me permito un solo momento de ira y logró un triunfo. El ojo torcido de una luna menguante me vigila, el paso de una luna mala, impone su rigor y me toca entregarme sin resistencia a sus imprevisibles designios, me escudo en la resignación de la derrota. Total, reconozco que el poder de una hora oscura es efímero, transitorio, pasajero. Ante lo inevitable de esa fuerza que niega la luz, me sostiene el aliento de la sabiduría popular, la delgada llama de una vela, la memoria de los pueblos, que acuña estrategias de su experiencia y la presenta ante la eventualidad de los imponderables con la magnífica frase: -no hay mal que por bien no venga-. Llega la tarde entre escaramuzas, los amigos permanecen intactos, es un logro, pero la victoria no es un hecho todavía. El combate de este día ha sido duro y he logrado con éxito evitar más de un traspiés, el rigor de la mala hora se mantiene y no hay lugar para el descuido. No frecuento los bares, pero necesito mirar el mundo a través de otras ventanas, mirar de cerca a los insolentes fantasmas, a los terribles demonios que despiertan los vapores de alcoholes destilados y olvidarme de este día, del paso atroz de la mala hora. En el bar, al trasponer la puerta, la espesa densidad del ambiente y la falta de luz me confunde, con paso inseguro camino alrededor de la barra y al fondo, en la última esquina, encuentro un lugar vacío. Atrincherado entre botellas y copas, el hombre que nos atiende despacha solícito con maña y sabidurías aprendidas con el tiempo, se multiplica y es suficiente para el servicio, el espejo que cubre toda la pared repite sus movimientos, sus gestos, es la viva la imagen de la experiencia. Conocedor de su oficio, llena los vasos con precisión y presta sus atentos oídos a todas las historias. Pido un ron Santa Teresa de 1796, yo lo tomo en vaso corto y sin hielo, a diferencia de otros licores, en los vapores de este ron no se respiran rencores. Paseo la mirada por el entorno en donde otras vidas tan ajenas y distintas a las mías se diluyen en las bebidas, no me sorprenden los rostros, ni las circunstancias y me dedico a observar en silencio el paso de mi mala hora. Un hombre solo, frente a una botella de Tequila Reposado, se abandona a la silenciosa compañía de sus muertos, le pertenecen íntegramente, él condujo los cuerpos hasta el punto en donde no hay retorno y ahora salen del pico de la botella con la insolencia habitual de quien tiene vivos los reclamos, irreverentes lo escoltan, en los ojos de esos muertos que lo acompañan está grabado el asombro de tropezar con el último minuto de su vida antes de tiempo, los rostros lívidos denuncian la ausencia de aliento. En el bigote del hombre que bebe en silencio Tequila Reposado, se dibuja su ocupación y en la cintura asoma, tímida, la empuñadura de la pistola, que cruelmente fiel, lo ayuda en el ejercicio de su oficio. Alrededor de una mesa y frente a sus espumosos jarros de cerveza, la escandalosa juventud celebra sus triunfos, cumplen con el compromiso de vivir intensamente el instante: el pasado no ata, el futuro no inquieta, el dinero no preocupa. Tienen prisa por vivir y no permiten que las cervezas se entibien en los jarros. No hay lugar aquí para la pesadumbre, que huye de ese entusiasmo contagioso y se viene a refugiar en la barra, el viejo barman la sirve con hielo picado, en vasos largos y cristalinos. Este es un lugar de hombres, las mujeres son siempre bienvenidas, pero pocas se arriesgan a este bar de sombras, de inquietudes. Ellas prefieren salones más luminosos, con otra música que acompañe las conversaciones amenas y divertidas de las amigas, en donde el riesgo de un mal encuentro es menor y hasta un mal momento está medido. Hay un odio de víscera enferma, de entraña podrida, que no puede esconder el hombre sentado a mi lado, intenta ocultarlo dentro de su impecable traje a rayas y apura con prisa, uno detrás de otro, vasos de whisky con soda. Su intención no es el olvido, alimenta el encono e intenta inútilmente animarse con las infidencias que manifiesta con torpeza a quien nos sirve, que con su camisa blanca y su corbata negra oficia cada noche de confesor silencioso. El hombre de traje a rayas, que permanece sentado a mi lado, enciende detrás de cada sorbo la llama de la inquina, mantiene viva la animadversión con cada trago de whisky, el hielo de la bebida no le enfría la sangre y en su turbio pensamiento vence una vez más la sinrazón del incordio, que se esconde detrás de banderas de justicia. En una de esas vueltas de rostro perdido, su sonrisa tropieza conmigo, con mi vaso de ron, con mi resignación de transitar la mala hora que me tocó, con mi semblante inmutable. El resentimiento nubla la inteligencia, borra el juicio y lo obliga a cometer un acto imprudente, impropio, una acción impulsada por el rencor. El odio que lo sostiene se hace dueño del momento, guía sus actos y el hombre sentado a mi lado, que bebe whisky con soda, toma el cuchillo de cortar limones y me apuñala sin decir palabra. Amanece, son otros los afanes de este día, nuevos los imprevistos que debo enfrentar, el ánimo es distinto. Despierto frente a unos ojos del mismo color del ron que yo bebía, viste de blanco y me informa que estuve a un instante de perderlo todo, de cruzar la esquina, de no contarlo. Ella no sabe de la hora oscura, del paso de la luna. Yo le respondo con desatino. -No hay mal que por bien no venga-. Ella reconoce en el tono resignado un oculto entusiasmo y en mi respuesta se delata la intención de los acentos, pero responde. -No te hagas ilusiones-. Su gesto contradice las palabras y la mañana se ilumina con su sonrisa de dientes perfectos y labios pintados de azul cobalto. Se marcha sin promesas y me deja con mis vendas apretadas. |
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| Jose Jesus Morales |
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A mí me encantó, con lo que nos demuestras, que con un poco de disposición y oficio se es capaz de escribir sobre cualquier tema. |
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| Gregorio Tienda Delgado |
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Gracias JJ. Es mi único relato ambientado en un bar, y tenía miedo de no lograr algo coherente, por lo que me siento agradecido por tus palabras de ánimo. |
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Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas. |
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| Jose Jesus Morales |
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Es un texto fantástico por lo que tiene de fotografia, bien dibujada la linea de las imágenes, en un solo plano todo el pueblo desfila en un instante, con colores especiales para algunos personajes, pero el final es la gloria de este texto. Gracias por estos momentos maravillosos que pasé en el bar del chino. |
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| Gregorio Tienda Delgado |
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Mi aportación para la primera quincena de octubre. TEMA. EL BAR EL BAR DEL CHINO Desde el salón, con las persianas subidas, si se mira por los ventanales, se ven las nubes que flotan y se desplazan empujadas por el viento. Desde las vidrieras del bar, se mira, se sugiere, y se ven los árbol es de la plaza. Lo sé, porque soy cliente habitual. ¿Qué tiene de especial este bar? Vacío, es un espacio común, al que le falta pintura. Con unos ventanales con marco de aluminio y rejas metálicas, desde los que mirar pasar la gente sonriente por la plaza es agradable.
Las huellas del desfile de clientes, han deslucido el mármol del suelo. Los colores del interior están gastados, hay que mirar bien para descubrirlos. Mesas viejas y sillas cansadas. El mostrador minimalista provisto de una máquina cervecera y muchos ceniceros recorre todo el largo de pared a pared. Su maderamen marchito tiene aspecto deplorable. Detrás, el mueble cuadriculado lleno de botellas, quesos y frascos con aceitunas. Sobrevolando el paisaje, jamones envueltos en tela de lienzo colgando del techo. Los ventiladores, gladiadores incansables ante el humo espeso, se empeñan en sacudir el polvo de cuadros de equipos de fútbol, y anuncios de bebidas. Sobre la pared del fondo, el reloj de madera circular, imparcial, sin opinión, pone principios, y finales. Por las tardes y los fines de semana, las mesas colocadas en la plaza, se llenan. No hay nada más deseado que un vino con un platito de patatas bravas.
El chino deambula de un lado a otro, gesticulando. Sus días comienzan y terminan calcados uno del otro. Tiene la experiencia del que lo ha visto todo y la candidez recién inaugurada. Tras cincuenta años, a quien se acerque a su mostrador le preguntó siempre inmutable: ¿Qué le pongo? La china, su mujer, permanece enclaustrada en la cocina. Casi nadie conoce su rostro, pues pocas veces sale a servir en el mostrador o en las mesas. Cuando en verano comienza el piar de los pájaros en los árboles de la plaza o en invierno la niebla baja espesa desde la montaña cercana, el izar de la puerta metálica de entrada compite con las campanas de la iglesia avisando a los feligreses. El domingo día de las familias, el bar muda su fisonomía. El eco de los murmullos se aplaca con los gritos de los niños. En el interior o en la plaza se disfruta del día, y del vermut. A mitad de la tarde, café y política. Los solitarios leen y apoyan sus sueños sobre el humo pardo. Los atardeceres pertenecen a las parejas jóvenes. Poemas y flores en servilletas de papel, sonrisas tontas, besos robados. Las noches, a los matrimonios sin niños, momento exclusivo para ahondar sobre cómo marchan las relaciones de pareja. Cenas en silencio monótono, recelos en cruces de miradas o cava con risas y miradas chispeantes. En la madrugada proceden amores y desamores, decepción, nostalgia y engaño. En los taburetes de la barra, arraigan clientes a los que les cuesta despegar los ojos del fondo de las copas. En doscientos metros a la redonda hay varios bares, y sin embargo, tienen su clientela más o menos habitual, pero no tan numerosa como el bar del chino. ¿Qué tiene de especial este bar? Una de esas tardes fue gratamente inesperada para mí. Estaba en el bar con un amigo, la tarde era cálida, una brisa muy suave llevaba aroma de flores como un regalo para los que estábamos sentados disfrutando de una rica bebida, y contando anécdotas que cada uno lo hacía para divertir, reír, pasarlo bien. El momento fue interrumpido por una bella mujer. Mi amigo la conocía y me la presentó como médico psiquiatra, y a mí me presentó como escritor. ¡Vaya! Una psiquiatra no me iría mal, porque como los escritores estamos un poco locos según dicen… pensé. Como el tema me interesaba, me puse en posición de escuchar y preguntar, qué hacía, donde trabajaba, como era el trabajo en un hospital psiquiátrico. Me sentía en mi salsa escuchando sus historias, la salud mental me interesó siempre como escritor. Pero ya era tarde y tenía que volver a casa. Me despedí y le dije a mi nueva amiga que me había encantado conocerla. Mi casa quedaba cerca y podía ir caminando. ―¿Quieres que te acompañe? Me encanta caminar y podemos ir charlando por el camino… me dijo la nueva amiga. ―Bueno... dije un poco sorprendido. La cuestión fue, que caminando despacito, llegamos a mi casa. Le invité a pasar y tomar una copa, que fue aceptada, y seguimos charlando sin parar. ―Me gustaría estudiar algo de psiquiatría. Estoy investigando un tema sobre una pareja y creo que puede ser de gran ayuda para mi próxima novela. ―Sí, me dijo mi recién conocida. Te puedo ayudar, pero a cambio, te quiero a ti. Y… me enseñó psiquiatría y sexología, y yo escribí un poema erótico sobre su cuerpo. |
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Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas. |
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| Rodrigodeacevedo |
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Oido cocina, J.J. Un tema verdaderamente interesante, aunque uno se haya sido adicto a esos ambientes. Me pongo al tajo. |
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| Gregorio Tienda Delgado |
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Tu relato, JJ, es un buen ejemplo de que hay personas que si se lo proponen y tiene suerte, pueden cambiar su vida, como es el caso de Julia. El protagonista se apiada de ella, le tiende la mano para ayudarle, ella la acepta, y acaba ayudando a otras mujeres a dejar la prostitución. Buen relato |
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Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas. |
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| Jose Jesus Morales |
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2017 La mujer de Jacinto Lima
Jacinto Lima es un compañero de trabajo y también es mi amigo, él manifiesta con convicción y una seguridad, que certifica con evidencias, que su esposa no es de este mundo, Jacinto está convencido que su esposa tiene cualidades extraordinarias, fuera de lo común y por esa razón afirma categóricamente, sin ninguna duda al respecto, que su mujer es extraterrestre.
En el tono de voz de Jacinto encuentro pesadumbre y entrega. El amor, el afecto, la costumbre, vaya usted a saber cuál de esos sentimientos tan humanos lo amarran a lo imposible y le impiden abandonar a su cónyuge. Él acepta compartir sus días con una mujer que viene de una estrella, o de un planeta diferente al nuestro, que posee cualidades excepcionales y mantiene a mi amigo bajo el rigor de un escrutinio permanente. Jacinto Lima tiene treinta años de casado y yo en cambio, giro en la espiral incierta de relaciones ocasionales, con rupturas tempranas, que me impiden conocer a las mujeres con quienes comparto la cama, pero jamás la casa y eso, de alguna manera, no me permite saber las razones que obligan a mi colega a no separarse de su esposa. Hoy en la mañana, al llegar a la Oficina, me extraña encontrar a Jacinto hablando solo, balbuceando incoherencias. -Mi mujer es extraterrestre, no me cabe ninguna duda-. -Tiene que ser de otro mundo-. -No hay otra explicación posible-. Al principio me toma por sorpresa, creo que es una broma, pero compruebo con alarma que Jacinto Lima habla totalmente en serio, su certeza radica en la observación de los detalles y sustenta tan descabellado despropósito con argumentos que a él le parecen pruebas irrefutables y por lo tanto, no necesita mayores comprobaciones, es un hecho que él acepta como una verdad irrefutable, así como acepta el amor desmedido que siente por su esposa. Jacinto comenta. -Ebrio de ignorancia y soledad cabalgué las estrellas en busca de una compañera única y un día apareció en mi camino para alumbrar mi mundo, yo la acepto tal y como es, pero confieso, que para alguien que es un simple mortal es realmente difícil vivir con alguien excepcional-. -Ella y yo, de común acuerdo, pospusimos por veinticinco años nuestro matrimonio eclesiástico, nosotros somos católicos, pero al cumplir esa fecha, por razones que desconozco, mi esposa decidió renovar nuestros votos con la bendición de Dios-. -No me opuse, por supuesto, y con entusiasmo hicimos los preparativos-. -Mi mujer no me permitió mirar el traje de novia alegando costumbres y tradiciones familiares y casi me mata de un susto al verla en la puerta de la iglesia-. -El sol de esa tarde maravillosa iluminó la piel morena de su espalda desnuda, estoy seguro que todos los presentes contuvieron la respiración al verla subir los escalones, radiante, con el vestido rojo escarlata que la ceñía y no le alcanzaba para cubrir las rodillas-. -Yo comencé a sudar frío y palidecí dentro de mi tradicional esmoquin-. -El padre que ofició la misa pidió ayuda al altísimo para no perder los ojos sobre el cuerpo de mi esposa y le tembló la voz durante todo el servicio-. Jacinto intenta no abrumarme con los innumerables detalles que confirman su teoría y continua con una relación general de sus días, para probar que su esposa es extraterrestre-. -Mi esposa come sin reservas lo que se le antoja y no mantiene dietas, pero conserva milagrosamente la misma figura y el mismo peso del día en que la conocí-. -Ella se prohíbe dar un paso sin utilizar enormes tacones, que contravienen las leyes de gravedad-. -Yo estoy seguro que mi esposa es única en la tierra-.
Jacinto, un poco perdido, continúa hablando: -Yo soy un hombre enamorado, estoy fascinado por mi mujer, únicamente tengo ojos para mirarla y no tengo miedo de reconocerlo. Me encanta observar a mi esposa en silencio mientras ella gira en su propio mundo, en algunas oportunidades la descubro extraviada mirando la luna, inmutable, en el rostro se dibuja la nostalgia de cruzar fronteras imposibles, de saltar entre las estrellas-.
El otro día me pidió quitar un tamo del sofá, intenté cumplir su deseo pero no logré ver la pelusa minúscula que me señalaba, ella se acercó, la tomó entre los dedos, me miró con severidad y exclamó: ¡Contigo no se puede contar para nada!
-Ante el reproche, que en ese momento me pareció injusto, caminé hasta la cocina-. -Yo debo tener un callo en la lengua de tanto hablar entre dientes, abrí la nevera y apenas audible pronuncié una queja sorda y ella me contestó desde el baño: ¡No es para tanto!
-Hace un mes me pidió pegar un adoquín suelto, te juro que yo me desbauticé buscando cual era el que estaba flojo y no pude encontrarlo, pero tampoco me atreví a preguntarle, finalmente ella lo pegó y por supuesto reprochó mi dejadez, mi abandono a las circunstancias y dijo con chispas en los ojos: ¡No tienes la menor iniciativa!
-Ayer en la mañana, justo antes de salir, me golpeé el tobillo con una de las patas de nuestra cama, con el grito de dolor, sin poder controlar mi organismo, entre los intestinos se me escurrió una pluma silenciosa, no descubrí ningún olor en ese fallo sin control, pero por precaución abrí las ventanas, el aire fresco de esa hora temprana ventiló la habitación durante un rato y antes de venir a la Oficina cerré de nuevo las ventanas-. -Ella regresó en la noche de su trabajo y yo la esperaba con el entusiasmo de un hombre enamorado, servida la cena sobre la mesa, yo ya había olvidado el incidente de la mañana, pero apenas traspuso la puerta de la habitación salió disparada, me miró con rabia y dijo-. -Hoy dormirás solo, yo no puedo con tus cochinadas y se encerró en otra habitación-.
Jacinto concluyó nuestra conversación diciendo: -No me cabe ninguna duda-. -Mi mujer tiene que ser extraterrestre-. Yo soy un hombre afortunado-. |
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| Jose Jesus Morales |
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Se inicia el mes de octubre y nosotros seguimos adelante, para estos primeros quince días propongo un texto que tenga que ver con un bar, con el alcohol, con los personajes que en el bar se encuentran. |
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