Pernicioso, persistente, Gloria, Paciencia, Esperanza, Acá, Baldosa, Pastizal
El Mandado
La tos perniciosa y persistente lo obligaba a escupir sangre. Sin importarle manchar las baldosas lanzaba escupitajos sin esperanzas en cualquier dirección, se acostumbró a vivir estos últimos días sin gloria, con más paciencia que indiferencia, intentó como lo hizo a lo largo de toda su vida, mirar cada día a través de un caleidoscopio de múltiples opciones, a pesar de conocer perfectamente y con detalles el diagnóstico y su futuro inmediato, buscaba en este lado del mundo, el de los vivos, una honrosa salida.
Antes del amanecer se levantó. La vieja Santa tenía el desayuno listo: café caliente, arepas amarillas, queso fresco, un par de huevos tibios. Apenas se sentó, Santa trajo de la cocina humeante un plato de hígados.
Sin esperar la pregunta y de regreso a la cocina comentó:
Calixto mandó decir que debía comer hígados.
De cuando acá Calixto ordena mi desayuno, contestó en medio de la tos que intentó ahogarlo.
Perdiéndose en sus dominios de fogones, finalizó la conversación con una sentencia:
Hay que oír consejos para llegar a viejos.
Terminó de comer en silencio, el sol apenas asomaba entre las montañas, buscó su caballo y lo montó, en un trote salió a la pradera, los pastizales habían crecido con las últimas lluvias y dentro de poco tendrían que traer el ganado aquí. Siguió cabalgando, allá encima de una colina divisó el rancho de Calixto.
Calixto había llegado en medio de la desolación de la peste, su padre le había cedido el pedazo de tierra y ese rancho donde se instaló y convirtió en hospital de campaña, a pesar de no haber podido salvar a su padre ni a sus hermanos, sin guardarle rencor a ese hombre de piel curtida y ojos amarillos, lo dejó estar allí cuando tuvo que encargarse de la hacienda sin haber cumplido aún veinte años. Quizás para no contravenir la disposición de un muerto.
Ya en la puerta oyó la voz ronca de Calixto, igual a la de treinta años atrás ¡Entra!
El sol había levantado, pero adentro apenas se colaban rastros de luz, entre las sombras logró verlo sentado en un rincón sobre la piel de cunaguaro, mucho más viejo, desde las penumbras, acostumbrado al efecto que causaba dijo sin esperar preguntas:
Alguien quiere tus tierras y te montó un trabajo. Tienes que obligarlo a que lo deshaga, de lo contrario te morirás con esa tos.
Esa misma noche visitó en el pueblo al nuevo Jefe Civil, quien lo recibió vestido de blanco.
Tosió, escupió y vio el brillo de codicia en los ojos del Jefe Civil al mirar el rastro de sangre, sacó dos tabacos baratos, le entregó uno y habló despacio:
Las tierras no me pertenecen, son de tíos y sobrinos que sobrevivieron a la peste, aun si muero no se pueden vender. Quítame el trabajo para que no te contagies. Cuando este tabaco se desmorone sabré que has cumplido.
Sin esperar respuesta se marchó acompañado de la tos.