Réquiem, Cinemática, Estrategia Chapotear, Solventar, Lima, Lastre
La Fortuna de Encontrar Padrino
Detrás de la bata blanca, amparado en los protocolos establecidos por esta casa de reposo, miro y atiendo los internos con la distancia suficiente, sin una pizca de cariño, y mucho menos con lastima.Un sentimiento que aborrezco.
Hermanados detrás de estas paredes blancas, olvidados del mundo estamos los enfermeros y los internos, no tenemos alternativa, los enfermos porque ni la precaria salud, ni la carga del montón de años se lo permiten y nosotros porque la necesidad y las malas decisiones nos han empujado a esta esquina sin salida.
Coloco la bandeja del almuerzo frente a Emilio, me mira a los ojos fijamente, con desconfianza, intenta descubrir la falsedad de mis actos, observa mis manos, siempre limpias, cierra los ojos y en ese acto de desprecio me despide, al darme vuelta huele la comida con desconfianza, finalmente se convence que puede comerla y lo hace muy despacio.
No hay lima capaz de limar el limo que el tiempo ha logrado fijar a los actos de la vida, los recuerdos se han convertido en un lastre imposible de soltar, se quedan adheridos a la piel y se deben llevar hasta el último día, es inevitable avanzar con esos grillos, con ese peso, hasta con las malas costumbres que jamás se abandonan.
En el aburrimiento de mis interminables guardias los observo chapotear en el pasado, en sus glorias y desastres, en sus victorias y fracasos. Siempre atentos a los acordes del réquiem, que suena cada vez que uno desaparece, intranquilos, con miedo, buscan entre el humo de los recuerdos el rostro que falta, para reconocer quien los abandonó.
Intento adivinar quienes fueron, que vida llevaron y en cual esquina se vieron obligados a cruzar esta puerta en donde finalmente se entregan a nuestros cuidados, ya sin fuerzas para luchar, en esa aceptación resignada para solventar con dignidad este último tránsito a lo desconocido.
Emilio en cambio es diferente. Hay un brillo escondido en su mirada, una fuerza reprimida en ese cuerpo que no termina de abandonarse a la silla de ruedas, una expresión de violencia contenida en el terco silencio que mantiene.
Emilio me obliga a empujar su silla de ruedas por las veredas del jardín, oigo o creo oír un balbuceo con algo de sentido, presto mayor atención y con cierta claridad oigo una voz pedregosa que clama: ¡Ayúdame!
Mantengo silencio y lo obligo a repetir con mayor caridad ¡Ayudame! Sigo empujando la silla de ruedas y atinando una aventura pregunto:
¿Que necesitas?
Esta vez una voz de viejo firme y sin afectaciones me responde:
Necesito que me saques de aquí. El hombre que vino ayer es el Inspector Raimundo Rodriguez y está cercándome, te ofrezco libertad, trabajo y un futuro.
Con asombro, pero dispuesto a aprovechar esta oportunidad y darle vida a mis veinticinco años, pregunto.
¿Qué debo hacer?
Se mantiene engarrotado en la silla de ruedas y me dice:
En el bolsillo encontrarás una llave, una dirección y unas instrucciones que debes seguir al detalle sin hacer preguntas y en absoluto silencio, un comentario y la única estrategia posible, ya no servirá, no podremos borrarnos para siempre y nos perderemos ambos.
En la oscuridad llevo a Emilio fuera de la casa hasta el carro que he dejado estacionado. Manejo por carreteras vecinales, me detengo, ayudo a Emilio a bajar y me dice: recuerda los cálculos cinemáticos, ¡deben ser precisos!
Estrello el carro y le prendo fuego, caminamos hasta otro auto que he dejado cerca y nos despedimos de esa vida que dejamos calcinándose, para comenzar una nueva.