Buhardilla, República, Abusar, Costra, Ontología, Zaguán, Playa
Una tarde con Amalia
Con cierto temor me detengo frente al caserón de paredes blancas, que luce tercas costras negadas a maquillajes superficiales y exigen soluciones a los despiadados ataques de las lluvias y el salitre.
Estoy a punto de seguir de largo, reconozco que el miedo es un pésimo compañero, pero se me pegó a la piel desde el mismo momento en que Amalia batió alas, me miró con sus brillantes ojos de miel y me pidió estudiar juntos para la próxima prueba.
Golpeo la aldaba con tanta timidez, que apenas se deja oír una queja apagada y luego vuelvo a golpear, pero esta vez con tanta fuerza que un estrépito retumba hasta en las casas vecinas y me avergüenzo del abuso.
Amalia abre la puerta, me hace entrar y caminamos juntos en silencio, el oscuro pasillo se ilumina con la sonrisa que me regala, pero con asombro noto que las paredes se cierran a cada paso.
Sujeto a los designios de los ojos de Amalia me dejo llevar, caminamos juntos y nuestros hombros y brazos y manos se juntan inevitablemente en la estrechez del zaguán, en ese momento ella pisa un mecanismo oculto en el suelo y se abren los paneles dejándonos en un jardín interior lleno de luz.
Atravesamos entre helechos y capachos y al fondo la esquina de un escalón abre una escalera, tan angosta que apenas cabe la punta del pie, subimos. Entre el asombro y la sorpresa sigo mudo. Al final de la escalera una puerta de madera circular, sobre la puerta puedo leer el letrero de latón labrado y pegado con remaches: La República del Saber.
Amalia abre la puerta y comenta:
Esto era una buhardilla y mi papá lo convirtió en esta biblioteca, él es un estudioso del lenguaje, sus múltiples formas, combinaciones e interacciones.
Según dice el silencio es un lenguaje contundente, la casa mantiene un lenguaje versátil, con la inaudita posibilidad de relacionarse sin imponerse, guardando ciertas distancias estipuladas.
Todos los libros aquí tratan ese tema desde diferentes ángulos, un día tomé uno al azar y leí que el lenguaje es el arte de la seducción y la simulación.
Mientras Amalia habla miro con atención los títulos y me llama la atención uno, lo repito para intentar grabarlo en la memoria, La Ontología del Lenguaje. Echeverria. Desconozco la palabra y no me atrevo a preguntarle a Amalia.
Ven, quiero mostrarte algo.
Abre una claraboya en el techo y sacamos la cabeza afuera, en la distancia se ve el mar inmenso, manso y la línea dorada de la playa. Un destello rojizo revienta en el horizonte, me mira y con un interés y entusiasmos diferentes dice:
Siempre he querido saber que es esa luz, siento que me llama a toda hora.
Un poco más dueño de mi le cuento:
Una noche salí a pescar con mi padre y una tormenta nos empujó a ese punto, es apenas un peñasco, intentamos quedarnos en el hasta que amainara, pero fue imposible, algo en su composición atrae los rayos, esos destellos son relámpagos incandescentes, que revientan sobre el peñasco y hace saltar chispas verdes.
Esa noche en medio del mar nos encomendamos a la Virgen del Valle que nos trajo de vuelta a casa, sin haber pescado nada, pero con la intención de no regresar jamás.
Amalia me miró intentando descubrir alguna mentira y yo en un arrebato, perdido ya en sus ojos le dije:
Cuando quieras vamos, pero no podemos decirle a mi papá nada.
Amalia cerró la claraboya y comenzamos a estudiar.