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RELATOS
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
09-10-2015 01:00

El Sol y Sombra (Homenaje)

Este texto lo publiqué en otro foro. Lo cuelgo aquí para los amigos que no visitan otros foros, y a quienes agradezco enormemente su compromiso con Rayuela y los afectos que hemos logrado.

A comienzos de los setenta viví en una pensión en la esquina de Curamichate, en pleno centro de una Caracas amable para quienes llegábamos en busca de futuro desde el interior, esa ciudad desapareció y convirtió sus calles de asfalto en vidrios rotos y las esquinas en cuchillos afilados. Hoy es imposible caminar sin un sobresalto.

Apenas cumplí la mayoría de edad amarré con cabuyas una maletica de cartón y desde Río Caribe, en autobús, me vine a estudiar Comunicación Social en la Universidad Central.

Un día sin clases entré al Sol y Sombra, eran apenas las 11 de la mañana y quise acodarme en la esquina de la barra, la más próxima a la puerta y esconderme allí de todas las miradas, que terminarían por descubrir en mis maneras que no era un capitalino. Desconocía que los presentes eran tan extraños a la capital como yo y que habían venido desde los confines de esta tierra buscándose la vida.

El gallego de camisa blanca y mangas arremangadas al verme en esa esquina oscura de la barra, con cierta cortesía en el tono de la voz dijo: Ese lugar está reservado.

Me encaramé de mala gana en un taburete dejando la esquina de la discordia vacía, pedí un ron Santa Teresa. Colocó el vaso corto sobre la madera pulida, dejó caer el chorro oscuro de ron desde esa botella singular sin derramar una gota, sirvió también un vaso de agua que no toqué, entre sorbo y sorbo me parecía cada vez más amable esa esquina que me estaba prohibida.

Antes de terminar el ron un hombre alto y vestido con un impecable traje de casimir a la medida, se vino a sentar en la esquina reservada, antes de poder advertirle que no lo hiciera, el gallego se acercó solícito y preguntó: ¿Qué le sirvo Doctor?
Un Old Parr con agua y el hielo bien picado por favor. Sacó una cajetilla de Camel y encendió un cigarrillo.

Desde el costado esperé que le sirvieran, la lengua inquieta repiqueteaba dentro de mi boca, con el ardor en la garganta de trasegar un gran sorbo de ron comenté:
Es extraño que en un bar reserven una esquina en la barra.

Me miró sin sorprenderse, campaneó el vaso de güisqui, chocaron los hielos y el característico sonido de los bares se hizo música, bebió un trago largo y mirándome dijo:

Al gallego le gusta oír nuestras conversaciones.

Aspiró con fuerza el humo aromático de su cigarrillo y continuó con ese tono cordial, sin distancias, confesando infidencias:
Prefiere mantenernos en este rincón en donde la acústica es mejor y mientras va y viene se entera por retazos de la conversación, estoy seguro que lo que no puede oír se lo inventa, por eso y porque desde el lunes y hasta el viernes no fallamos a esta cita impostergable, decidió por nosotros mantenernos en este rincón.

Ese día me hice amigo del “Flaco” J.J. y pude sentarme en esa esquina privilegiada del Sol y Sombra, frecuenté ese bar durante mucho tiempo, me tomaba ciertas licencias y me permitía cada vez más algunas escapadas dentro de mi disciplina, nunca abandoné el ron y ellos tercamente insistían con el güisqui, acompañado de agua o con soda, jamás con Coca Cola.

En esa esquina conocí a poetas, escritores, pintores, artistas, fotógrafos y hasta viejos periodistas curtidos en el oficio, se dejaban caer diariamente a esta esquina del Sol y Sombra, una llama incandescente se mantenía con la fuerza de los alcoholes servidos por un gallego rojo y parecían todos convocados por la poesía, por la palabra franca del “Flaco” J.J.

Me hice amigo de esos hombres que me doblaban con largueza la edad y los oía hablar casi hipnotizado desde mi ron y ellos moviendo continuamente sus vasos de güisqui, comentando la vida y sus detalles, sobre todo los triunfos de los amigos, un buen texto escrito por alguno de ellos, o alguna desgracia ocurrida a algún integrante de esa cofradía sin nombre.

¡Sé que escribes! me dijo un día J.J.
Es peligroso y nos ganamos enemigos poderosos, comentó con una carcajada y su bigote bien cuidado teñido de nicotina se ensanchó sobre sus huesos cuando el desconcierto me descubrió.

Un profesor de la Escuela de Periodismo viene a otras horas, está muy dolido porque le quitaste una novia con un poema. Espero que no hayas copiado alguno de los nuestros, porque entonces tendrás que entregarnos la muchacha, le pertenece a quien escribió el poema que la conquistó, es la justa ley de las letras.

Es una negra dulce que tiene en la cintura la fuerza de mares embravecidos. Dije. Con otros compañeros de la Escuela elaboramos un panfleto “Garúa” mi poema la conmovió es cierto y logré el milagro de conocerla, no sé si podré conservarla, pero se lo debo a todos ustedes que me han ayudado a cabalgar sobre las palabras, soy apenas un discípulo que intenta ser muy aplicado.

La poesía es una mujer esquiva y voluptuosa, exigente e inclemente, no permitirá que la abandones y muchas veces se perderá para perderte, sabe que te hiere con su ausencia, te engaña fácilmente con fugaces conquistas, para luego confundirte, sé lo que digo, yo la persigo detrás del humo de este cigarrillo que me fumo con insistencia y es capaz de hundirme para siempre en el ámbar de este güisqui. Se oculta y no aparecerá hasta que seas capaz de convocarla con un conjuro único, que debes adivinar, crear.

Pisas un terreno que no conoces y yo llevo años intentando salir de ese laberinto, es mi deber alertarte. Luego que te lanzas al vacío con los ojos cerrados y la vaga esperanza de beberte las palabras, que pierdes definitivamente pie en fronteras conocidas, es imposible regresar y tendrás necesariamente que aprender a mantenerte en el límite exacto de lo posible, y buscar poseer la fuerza de la palabra, su ritmo, el exacto sentido de su significado, entre signos de admiración su fuerza liberadora.

Otro día le pregunté:
¿Por qué no se reúnen en sus casas?

Nuestras casas son espacios cerrado, que no nos pertenecen, es un frontera ajena que traspasamos cada noche en busca de otro tipo de sosiego, en donde somos extranjeros, esclavos de otros intereses, en donde la vida se circunscribe a cuatro paredes y obligaciones, que somos incapaces de cumplir en la mayoría de los casos y nos empujan a convertirnos en lo que jamás podremos ser.

Aquí con el humo del cigarrillo quemándome los ojos, los vapores de este güisqui, la algarabía de esta sala, entre amigos y desconocidos, con mis recuerdos y retazos de vida yo puedo escribir un soneto con su métrica exacta y que haga latir con fuerza inaudita tus sienes, pero es imposible escribir una línea en ese ambiente doméstico que me es ajeno.

En nuestras casas son los afectos, los compromisos de pago y sobre todo las responsabilidades que cumplimos a medias o evadimos de acuerdo al aguante de nuestras esposas, nosotros no somos dueños del espacio que habitamos, la casa pertenece a las mujeres y a los hijos y nuestros egoísmos mal dibujados no caben en esas cuatro paredes.

Aquí en cambio en el Sol y Sombra, en cualquier bar la vida fluye con la intensidad de la sangre que se evapora en el alcohol. La palabra está viva, justo al alcance de la mano, si tienes el valor suficiente para tomarla con todos sus riesgos, sin importarte hasta cuando, hasta donde te podrás hundir, si logras asumir ese riesgo y sus consecuencias, tendrás quizás la lejana posibilidad de dominarla sobre el papel en blanco.

Vengo a despedirme, conseguí una beca para estudiar fuera le dije un mediodía a J.J.

Del bolsillo de su paltó sacó un papel doblado cuidadosamente y me lo entregó. Quiero mucho este poema dijo.

El azar me entretuvo dando vueltas detrás de otras líneas, en otras fronteras, cuando finalmente regresé fui directamente al Sol y Sombra y ya no era ni la sombra, nadie recordaba al gallego, ni conocían de poetas asiduos al bar. No tuve valor para quedarme.

Me fui a otro bar lejos del centro, me arrinconé en una mesa pedí un Old Parr y un Santa Teresa. Desdoblé con cuidado el papel que me había dado J.J.

Sabía de memoria el contenido, pero quise leerlo nuevamente enfrente de esa silla vacía, de ese güisqui que se afloja en la medida que se derriten los hielos.

Ayer la vi

Ayer la vi, era la misma de antes,
los mismos ojos claros
que fueron espejos de los míos;
los mismos labios,
la misma curva bizarra de las piernas,
la misma mano alada…
Toda igual.

Y de pronto, soltó el recuerdo
el hilo viejo del carretel roído,
latió violento el corazón cansado,
con su carga de sueños imposibles
de veinte años atrás!...

Era la misma de antes.
Y que distinto yo,
visto en el vidrio de mi propio espejo.

La frente que fue tersa
surcada ahora por caminos insondables.
El alma niña que soñó horizontes
hecha girón de un cielo que no existe…

Ayer la vi. Era la misma de antes.

Y vive el corazón
late tranquilo, entre este vaho hondo
de humo, de alcohol,
de insomnio, de neblina,
como latió violento un día
de veinte años atrás…
¿La quieres todavía?
-pregunta ingenuo el corazón cansado-
y una arteria hipertrófica responde:
Ese es un lago que fluye con mi río…

J.J. Morales Espíndola

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
18-12-2014 01:29

Como principio a lo que puede ser una nueva época en el devenir de Rayuela dejo aquí -mensaje en una botella- un antiguo texto, de título contradictorio a su intención: no es "Adiós", sino un adelante. Pero así estaba escrito y así lo dejo. Si alguno lo lee y quiere dejar su opinión, aquí mismo puede hacerlo.

UN ADIOS.

Que la vida es un continuo acto de despedida, un rosario inacabable de adioses que termina precisamente con el que ya no podemos dar, es una evidencia aceptada por todos. Este periplo vital, esta estancia efímera y muchas veces atroz en lo que llamamos mundo real, es un desgranarse de vivencias, muchas de las cuales no pasan al dudoso almacén de la memoria. Otras sí. Otras desgarran y marcan a fuego actos y ocasiones que renacen con su aderezo de tristezas o nostalgias.

Unos adioses son desgarradores: la marcha de los hijos a sus nuevas e inciertas singladuras; otros, tormentosos, los de algunos amores frustados. Los hay que mueven a la súplica para evitar romper lo que ya está roto. Algunos remueven lo íntimo de nuestra estructura sentimental; otros inciden en lo que parece, a primera vista, accesorio. Y aquí, muchas veces, nos percatamos de lo peregrino de estos conceptos.

Estos adioses, llamemosles accesorios o circunstanciales, tienen a veces un calado y una capacidad generadora de emociones que, vistos desde fuera del que los da, parecen desmesurados, no se corresponden con el nivel emocional en el que en condiciones normales debieran situarse. Su esencia, en cambio hay que buscarla en otras capas más profundas e íntimas del que despide.

Esta reflexión, o meditación, viene a cuento porque se ha marchado una vecina de mi urbanización. Esto, así dicho, debe parecer algo baladí, intrascendente. Mi vecina es una mujer totalmente desconocida para mí: sólo significaba un misterio. Pero los hombres -puede que también las mujeres- nos solemos enamorar del misterio. Y de misterios la mujer es una fuente inagotable para nosotros. Yo suelo trabajar en una terraza abierta sobre el mar. Frente a ella, a pocos metros, está la vivienda de esa mujer ahora ausente. Una mujer ma.dura, de generosa melena rubia y formas armoniosas. Nunca le ví detalladamente la cara; siempre solía llevar unas grandes gafas de sol. Una mujer siempre solitaria y callada.

Nos percibíamos y nos ignorábamos cada vez que, ella en su terraza y yo en la mía, coincidíamos accidentalmente. Nunca, al menos por mi parte, pudo ser considerado una especie de espionaje. Pero nuestras presencias pasaron a formar parte de la rutina cotidiana. Yo acabé necesitando comprobar que estaba en casa -su coche, aparcado abajo, era mi aliado en eso. Como yo paso muchas horas sentado a la mesa de trabajo veía sus entradas y salidas: a pasear al perro, a la vuelta de la compra, siempre sola o acompañada de su perro. Nunca ví visitas en su casa. Eso aumentaba ante mí su misterio y lo teñía de drama. Una mujer joven, hermosa, solitaria, eran ingredientes suficientes para aderezar en mi imaginación una situación dramática.

Alguna vez, en mis paseos vespertinos a la orilla del mar, coincidí con ella. Siempre iba con su perrito. Detrás de sus gafas oscuras yo quería intuir que me miraba. Yo disimulaba y nunca mi mirada aguantó más de unas fracciones de segundo la de sus gafas. Nunca nos hablamos, nunca nos cambiamos ni siquiera una sonrisa. Pero ella ya formaba parte de mis sentimientos; difusos, sin base alguna, pero me era necesario saber que ella estaba allí.

Ayer se fue, con la misma discrección con la que ha estado viviendo junto a mí durante estos últimos años. Ya no se encienden por las noches las luces de su terraza; ya ha dejado de oírse el ladrido de su perrito asomado entre los barrotes. Pero esos elementos circunstanciales y aparentemente nimios, ahora lo sé, han arraigado en mi interior, al igual que esa presencia de la mujer desconocida y familiar lo había hecho sin que yo tuviese plena consciencia de ello.

Antes de subir al coche dirigió una última mirada a su casa e hizo un gesto amagado de dolor. Al mismo tiempo volvió la vista a mi terraza; yo me encontraba allí. Sonriendo con tristeza me hizo un escueto adiós con la mano, su primera y única señal de reconocimiento, al que yo respondí con un beso dirigido desde la mía. Ya no está y ahora me doy cuenta del enorme hueco que su ausencia deja en mi alma. La soledad profunda del ser humano también puede mitigarla su capacidad de ensueño.

Josefa Adam Castelló
Josefa Adam Castelló
24-06-2014 19:53

Precioso cuentecito, J.J. Como destinatario indirecto de tu texto permíteme felicitarte. Una nueva faceta de tu pródiga pluma, fértil en tantos campos. Felicidades, amigo.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
24-06-2014 11:36

Para Despistes, Victoria y los amigos de Rayuela.

El Rey Galleta

Me llamo Tomás y hace mucho tiempo, ayer, conocí al Rey Galleta, a su hija la Princesa Ponqué y al valiente Príncipe Maní. Yo caminaba tomado de la mano de mi papá por la acera de la avenida, en el cielo no había ni una sola nube y veíamos el interior de todas las tiendas a través de los grandes ventanales de cristal.

Me impresionó en el interior de una tienda un inmenso castillo azul de mazapán, rodeado de un gran lago plateado, de perlas azucaradas que rodean el castillo y su puente levadizo de chocolate. En los campos de menta dos alegres caballos corren libres, uno es pinto y el otro es de un brillante color de azúcar tostada, al final de los campos un tupido bosque de pinos encierra, esconde al castillo que está encima de una colina.

Entramos a la tienda y caminé directamente hacia el castillo, miré atentamente y allí los encontré, estaban encerrados en tres de las cuatro torres del castillo, las torres estaban construidas y dispuestas en los cuatro puntos cardinales, norte, sur, este y oeste y banderas de colores con dragones identificaban cada torre.
Con asombro escuché una vocecita que pedía ayuda, le pregunte a mi papá si podía oír la voz de auxilio, pero mi papá es muy viejo, tiene treinta años y ya no oye bien, guiado por la voz miré con mucha atención dentro de la torre sur y pude ver a un oscuro y pequeño maní, vestido con pantalones y chaqueta de seda, la cabeza cubierta con un turbante, el maní saltaba intentando llegar al borde de la torre sin conseguirlo, al verme agitó los brazos en señal de auxilio y dijo casi en un susurro:
Por favor ayúdanos; Yo soy el príncipe Maní heredero del Reino Concha y Cascara, mira bien dentro de las otras torres, ellos son el Rey Galleta y la Princesa Ponqué del Reino esponjoso, el Halcón es mi amigo y somos prisioneros en este castillo de azúcar de la bárbara Duquesa Roja.

Ella es la dueña de este castillo, una noche el dragón Dorado, su hijo, se robó al rey Galleta y a la Princesa, justo en el momento que miraban las estrellas y los trajo a este castillo, en donde la Duquesa Roja los encerró para casar a su hijo, el Dragón Dorado con la Princesa Ponqué y poder dominar todo el reino esponjoso, y comerse a los habitantes: roscas, galletas tortas.
El Dragón Dorado únicamente se alimenta de suaves pasteles, porque perdió todos sus dientes.

La Princesa Ponqué es mi prometida, vine a rescatarla con mi amigo el Halcón, pero la Duquesa Roja nos descubrió, nos encerró en esta torre y ya no podré salvarla, a menos que tú nos auxilies, por favor necesitamos tu ayuda y rápido, esta noche se casará el Dragón Dorado con la Princesa Ponqué y el Reino Esponjoso terminará en la barriga del Dragón.

Intenté sacar con mis manos al Príncipe Maní de la torre, pero mis dedos son muy grandes y no pude meterlos por los delgados ventanales, busqué por todos lados algo con que ayudar al Príncipe y encontré dos largos bastones de colores, los tomé rápidamente y coloqué dentro de la torre, sube rápido antes que venga la Duquesa Roja, le dije al Príncipe Maní.

Sin pensar en el peligro, con valor, subió hasta la ventana y saltó hasta el corredor de la torre, no se detuvo y corrió en busca de la Princesa Ponqué encerrada en el otro extremo del castillo, en la torre Norte.

Mientras corría me dijo, trae los bastones tenemos que ayudar a la Princesa, de nuevo coloqué con mucho cuidado los bastones dentro de la torre y el Príncipe se descolgó por ellos y subió con la Princesa, a quien ayudó a llegar al corredor de la torre sin peligro.

La Princesa Ponqué es de un hermoso y brillante color bronce, viste una falda verde esmeralda y su corona reluce mientras corre por el corredor de las torres agarrada al Príncipe Maní.

Se dirigen a la torre este en donde se encuentra prisionero el Rey Galleta, ya sabía lo que tenía que hacer y coloqué los bastones, el Príncipe bajó por ellos, la Princesa me miró hizo una graciosa reverencia y agradeció mi ayuda.

El Rey Galleta no quería subir, pensaba que los bastones no soportarían su peso, el Príncipe trataba de convencerlo y en un momento me señaló y dijo algo al Rey que finalmente subió escalando los bastones con mucho cuidado y sin mirar abajo, detrás el Príncipe lo ayudaba. Ya en el corredor el Rey abrazó a su hija la Princesa Ponqué, el Príncipe los obligó a correr nuevamente por el corredor hasta una escalera de canela.

Ellos bajaron y el Príncipe Maní a la carrera se fue hasta la torre oeste donde estaba prisionero el Halcón, de nuevo coloqué los bastones y el Príncipe bajó por ellos, asombrado lo vi cortar las cuerdas que mantenían amarrado al Halcón y salir volando de la torre en busca del Rey y la Princesa.

Se encontraron en el puente y estaban a punto de cruzarlo, pero en ese momento apareció la dueña de la tienda, vestía un gran gorro de cocinera rojo, que le cubría los cabellos y la frente hasta las cejas, tenía un delantal negro con dibujos de dragones dorados que comían galletas y roscas.

Por un segundo se quedaron paralizados, pero el Príncipe reaccionó inmediatamente y me dijo, distráela para que podamos escapar. Caminé dos pasos y me coloqué de espaldas al castillo azul tratando de taparlo, tomé la mano de mi papá, el castillo quedó fuera de la vista de la Duquesa Roja y pregunté.

¿Qué sabor tienen esos caramelos que están al fondo, en el tarro de tapa amarilla?
La Duquesa contestó:
Son de tamarindo y jengibre, pueden ser picantes y un poco ácidos y a los niños no les gusta el sabor.

Ya soy grande, tengo cuatro años dije con firmeza, quiero probar uno.
¿Puedo papá?,
Sí, claro, dijo mi papá.

La Duquesa Roja dio unos pasos hasta el fondo de la tienda, yo caminé detrás de ella hasta el tarro de los caramelos, intentando que no viera el castillo, allí parado esperé, ¿son muy picantes? pregunte, con algo de miedo, un poco, contestó la Duquesa con una sonrisa y saco un puño de caramelos envueltos en un brillante papel escarlata, yo tomé uno y sin pensarlo, con los ojos cerrados me lo metí en la boca, realmente picaban mucho, pero lo mantuve dentro de la boca pensando que valía la pena por salvar a la Princesa Ponqué, al Rey Galleta, al Príncipe Maní y a su amigo el Halcón.
Caminé hasta la puerta, en ese momento los vi saltar encima de los caballos y correr hacia el bosque, mientras mi papá pagaba.

Al tomar el dinero que mi papá le daba la Duquesa Roja los vio escapar y gritó ¡¡deténganse!!

Inmediatamente me miró fijamente, sus ojos echaban chispas de fuego y gritó de nuevo, los ayudaste a escapar.

Ya no podía soportar la mirada de la Duquesa Roja y tampoco el ardor en mi boca, sin contestarle dije: me pica mucho y solté el caramelo, que chocó contra el piso y se partió en pedacitos de cristal que rodaron hasta los rincones.

Al salir de la tienda pude ver a la Duquesa Roja que intentaba detener a los fugitivos pero ya los caballos se internaban en el bosque con el Rey Galleta montado en el hermoso caballo pinto, la Princesa Ponqué en el caballo color de azúcar tostada.
El Príncipe Maní encima del Halcón me saludó justo antes de perderse para siempre en el bosque de pinos.

juan fozara
juan fozara
15-04-2014 22:25

UNA MADRUGADA DE MAYO

Aquella noche me encontraba revisando mis apuntes, me sentía ajeno a mis diarios problemas. Entremezclado entre mis notas y mis garabatos, no podía a esas horas esperar a nadie. Así, cuando llamaron a la puerta con aquellos tres secos y espaciados golpes me extrañé, parecía talmente como si hubieran golpeado en mi pecho. Qué raro, ¿quién podría ser? No pensé en una equivocación porque presentía que venían por mí, Así que con una mezcla de curiosidad y temor me aproximé a la puerta.
- ¿Quién es?
Silencio...nadie respondió.
- ¿Quién es?
Nuevamente el silencio pero esta vez roto por una débil y fatigosa respiración.
Tras un momento de duda y armándome de mucho valor, abrí la puerta.
Era una mujer la que apareció ante mi asombrado rostro. Una mujer rubia, de facciones suaves, ojos claros muy líquidos y tremendamente tristes, vestía una túnica completamente blanca. Era una mujer bella, pero su belleza no tenía brillo, era opaca, sin alegría.
Antes de que pudiera reaccionar comenzó a hablarme.
- ¿Por qué has tardado tanto en abrirme, acaso has olvidado nuestra cita?
Cada vez me encontraba más confuso. ¿Quién sería aquella mujer que me hablaba con la confianza de toda una vida?
- Qué quieres? - le pregunté.
- A ti - me respondió, al mismo tiempo que sin poderlo impedir entraba en la casa.
Tratando de encontrar una solución seguí preguntando.
- ¿Qué quieres de mí?
- Te quiero a ti - volvió a responder.
No recuerdo si se situó en el centro o en una esquina del salón, pero sí que su presencia llenaba todo lo que me rodeaba. lentamente fue acercándose hacia mí, me abrazo, sus mejillas estaban húmedas...y la amé. Sí la amé.
Así fue como conocí a la melancolía.


" La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño ": Nietzsche.
caizán
caizán
13-04-2014 11:54

CUENTO DE NAVIDAD
Siguiendo la recomendación de Rodrigo hoy entré a este hilo y leí el relato de J.J. Me pareció una buena historia, bien contada, metes tus ingredientes habituales pero no es obsesiva. Me gustó.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
08-01-2014 02:18

Cuento de Navidad

Tambaleándome, a tientas, enceguecido por la intensa luz de este verano inclemente, con lágrimas nublándome la visión entro hoy 24 de diciembre a una iglesia. Al trasponer las enormes puertas la penumbra calma el ardor de los ojos, voy directamente al confesionario, me arrodillo y sin esperar la voz del padre hablo con firmeza:
Vengo a pedir ayuda, ayuda divina, esos dos niños sentados allá son mis hijos y me necesitan, no puedo faltarles y siento que estoy a punto de fallarles a ellos y al Señor.
Educado en el profundo conocimiento de la conducta humana el padre guarda silencio, en apariencia sumido en una íntima conexión con Dios y espera con paciencia que me descubra, sabe que en algún momento le daré la clave que servirá para darme el consejo, la serenidad, la paz que vine a buscar.
Continuó la confesión, mejor dicho la catarsis, la liberación de angustias y miedos que me oprimen. Soy un extranjero, un paria sin futuro y sin camino, que llegó a este fin de mundo a buscarse la vida huyendo de la violencia desatada en el Caribe por un Teniente Coronel resentido, que abrió heridas profundas, distorsionó el sentido de justicia, dejo entrar a los demonios, sembró odios y acabo con la paz siempre frágil.
Escapé de la violencia huyendo de Satanás, que sabe tengo la sangre encendida, y corre a borbotones a punto de reventar mis venas, que soy un genuino heredero de los Caribes, que la impotencia me ciega y empuja al desatino.
Hace exactamente cuatro días el Doctor Roberto Sibira, me revisó de emergencia en su consulta, le comenté que de la noche a la mañana mis ojos miopes distorsionan las letras, deforman las figuras y aun con los lentes no puedo ver con nitidez, ni claridad.
Luego de revisarme y dilatarme las pupilas me dijo: Para realizar un diagnóstico acertado debe hacerse un examen de la retícula, eso me permitirá saber el origen de la mancha en la mácula del iris, que es lo que le impide ver y me entregó una orden para el laboratorio de la misma clínica.
Inmediatamente solicité el examen y me lo hicieron al otro día, me aconsejaron que fuera acompañado, pero no pude cumplir con esa recomendación, mi esposa al llegar a este país contrajo una extraña enfermedad que le impide moverse y está prácticamente postrada en la cama, ella y los niños cuentan conmigo para sobrevivir y yo debo estar sano, no puedo darme el lujo de enfermarme ni un minuto y me he convertido de la noche a la mañana en un inválido inútil, con una responsabilidad imposible de cumplir y también imposible de evadir.
Al salir voy directamente a la consulta del Doctor para que revise los exámenes y finalmente saber que tengo, me informan que el Doctor no viene hasta el 24, que lo llame por teléfono ese día entre las nueve y las doce de la mañana. Me llené de valor y paciencia y esperé hasta hoy, con mucho esfuerzo logré marcar los números del teléfono y comunicarme con la clínica, pido hablar con el Doctor, pero no puede atenderme porque está con pacientes, me aconsejan que deje el mensaje y el devolverá mi llamada. Una hora más tarde vuelvo a llamar, me explican que le han pasado mi mensaje y me llamará al terminar la consulta.
No se preocupe, dice la secretaria, el Doctor lo llamará. Vuelvo a comunicarme con la clínica al finalizar la consulta y me confirman que el Doctor ya no está y que regresa en una semana, al finalizar las fiestas.
La impotencia enciende mis palabras, se sale la sangre de su cauce, atropello a la indefensa secretaria encadenada a un trabajo de intermediaria, a ser la fuerza de contención, a calmar con sonrisas y palabras suaves la impaciencia impertinente de los pacientes. Con el tono de voz convertido en trueno, no oigo explicaciones, exijo que alguien me atienda, arrinconado por la impotencia, en el mismo tono pido hablar con el Jefe de Sala, pero hoy es 24 de diciembre y está de vacaciones hasta mediados de enero, sin ninguna cortesía, ni consideración, perdida la compostura clamo por respuestas, la voz impersonal y calma detrás del teléfono me informa que puedo hablar con el Departamento de Reclamos y me comunica inmediatamente. La secretaria con amabilidad estudiada pregunta cuál es mi denuncia y explico que no quiero hacer ninguna denuncia contra el Doctor, que lo único que aspiro es que alguien revise mis exámenes y me dé un diagnóstico, una salida a esta ceguera repentina. Se repite la escena anterior y comprendo que estoy indefenso ante el estricto cumplimiento de los protocolos establecidos por la clínica; la persona que atiende mis exigencias me informa que ningún otro Doctor puede darme respuestas, que se van a comunicar con el Doctor Sibira y está segura de que me devolverá la llamada. Una vez más se repite la frase que intenta desarmarme “no se preocupe señor pronto el doctor lo llamará”
Respondo con insolencia, no me preocupo señorita, Yo me ocupo. Cuelgo el teléfono, me encierro en la cocina impotente, me siento en el suelo y lloro en silencio, estoy seguro que no me llamará y mi familia corre un grave peligro en manos de un inútil.
Por eso necesito ayuda Padre, la impotencia me empuja a cometer actos violentos de los cuales me arrepentiré.
En un tono suave y con seguridad absoluta de lo que está diciendo, con la certeza de quien se comunica con Dios, el Padre responde:
Jesús en su infinita bondad no te abandona hijo mío, con su inmensa misericordia te mostrará el camino, abre los ojos. Vete en paz.
Salgo de la iglesia y en la esquina uno de mis hijos señala a un hombre acompañado de una mujer y me dice: papá ese es el Doctor que visitamos en estos días, ese que te puso a leer letras con unos aparatos.
Distingo los cuerpos que entran a un restaurante en la Plaza Mañio, siento a los niños en un banco y les pido que me esperen. Me ciega la ira, la impotencia, mucho más que la mancha en la mácula del iris, entro al restaurante y el Doctor Sibira camina hacia el baño, asumo que es la señal de Dios, camino tras él, empuño la navaja en el bolsillo y con claridad me veo cortando la yugular mientras se lava las manos. Saco la navaja y un destello plateado, un fogonazo en el confín de la memoria repite la vieja y conocida sentencia, esa que me obligo a dejar el país y que hoy detiene mi mano: La violencia es el arma de los que no tienen razón.
Derrotado salgo del restaurante, el fracaso es peor que esta ceguera momentánea pero una idea me anima y en un impulso tomo a los niños de la mano y entro al restaurante nuevamente, esta vez armado con mi mejor sonrisa me siento con los niños en la mesa del Doctor y exclamo ¡Feliz Navidad! la sorpresa y el asombro se dibujan en el rostro del Doctor ante esta incomoda interrupción a su espacio sagrado.
Guardando las formas al hablar delante de niños, de una desconocida y de un lugar público hago mi reclamo. No me regreso las innumerables llamadas que le hice hoy, intenta una respuesta, quizás una excusa y lo interrumpo con una orden directa en el mismo tono suave, pero visiblemente transformado en fiera que muestra los dientes. ¡Vamos a la clínica ahora mismo y me da la respuesta que necesito!
Ya dejé la consulta, dice con la arrogancia de un triunfo.
En mis ojos sin luz pongo toda la intensidad de rencores anteriores y con suavidad y firmeza contesto: Lo sé, pero me debe una respuesta y me la da ahora mismo.
En el rostro del Doctor Sibira me veo reflejado, la impotencia lo domina, sé que quiere saltarme encima, pero una mirada de su esposa lo fulmina, ella que lo conoce bien sabe que en un segundo perderá la compostura y se transformará en un energúmeno, ella que si sabe de gestos y simulaciones ha visto mis manos crisparse sobre los cuchillos dispuestos en la mesa y no quiere ser noticia en los periódicos, le aterroriza el titular.
Con dulzura, mediando entre odios le dice: ¡Es un momento Roberto y hoy es navidad!
Encuentra un respiro entre cientos de ideas que se le ocurren, lo que cree una salida inteligente en medio de la rabia contenida y la impotencia de esta molestia inesperada y me dice: Espéreme en la clínica por favor.
Con la humildad que raya en el cinismo respondo. Usted mejor que yo sabe que no veo, no puedo ni debo manejar sin arriesgar mi vida y la de estos inocentes, vamos en su auto por favor.
No encuentra otra salida y su esposa lo apremia con miradas de reproche.
En silencio llegamos al consultorio, pide los exámenes y los revisa con atención repasa algunas notas, habla consigo mismo, me sienta nuevamente ante los equipos y concluye: vamos a pulir los lentes intraoculares y debe colocarse estas gotas dos veces al día por el resto de su vida.
Gracias Doctor, debe agradecer a Dios que contuvo mi mano en el baño del restaurante y no le corte la yugular con esta navaja, es el milagro que Jesús ha obrado esta navidad para los dos.

Estela
Estela
20-10-2013 21:23

Una tarde de Perros de Era

Esas anécdotas verídicas, de las que uno se ríe(después que han suceido,por supuesto) .

Tienes un don enorme para escibir, ERa. Me has hecho pasar de la risa a la preocupación, a tener la adrenalina en la Luna(¿donde estará el marido?¿porqué no lo encuentra? ¿no se habrá clavado Era un clavo oxidado en el talón caminando casi descalza por la grava?

Precioso tu relato.

Des
Des
10-08-2013 17:58

Me encantan los finales felices Era, Rex es muy afortunado .

Después de una semana de perros también para mí y de finales menos felices ( cosas de mi trabajo), es un placer leerte.


juan fozara
juan fozara
10-08-2013 14:56

Eratalia, amenísima narración de una anécdota que, efectivamente, da lugar al suspense, la tensión, la sorpresa y el desconcierto. Tal como lo has contado te ríes al leerlo, pero no me hubiera gustado estar en vuestro lugar.


" La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño ": Nietzsche.
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