Cuando la primera bala atravesó mi cuerpo no sentí nada más que el leve pinchazo de una aguja, pero cuando las otras la siguieron el dolor fue llenando poco a poco cada rincón de mí haciendo que disminuyera la velocidad de mi paso e iniciara a jadear.
— ¡Deténgase! —continuaron gritando los hombres armados a mis espaldas.
No me detuve, no dejé de luchar, con alguna distancia entre ellos y yo a mi favor logré arrastrarme a mi misma a una vieja caseta de seguridad abandona. Una vez dentro caí de rodillas y la sangre que brotaba de mi cuerpo empezó a formar a mi alrededor un charco de color rojizo.
—No debe estar lejos, esta herida…—escuché que uno de ellos dijo— ¡Encuéntrenla!
Mis sentidos comenzaron a fallar, solamente podía oír un chillido aturdidor y ver una cegadora luz blanca acercarse en medio de la oscuridad, me sentía tan ligera y pesada al mismo tiempo.
“Jase” pensé y el nombre de mi hermano dispersó la niebla en mi cabeza por un breve momento.
“Él es un chico fuerte, estará bien…” traté de convencerme mientras era atraída por la brillante luz frente a mi, pero sabía que no lo estaría, él solo me tenía a mi. Jase debía ser mi ancla, no podía dejarlo, tenía que resistir un poco más, irme y dejarlo era lo peor que podía hacer, pero la luz me atraía como lo hacia un imán cada vez más.
“Perdóname, Jase” fue lo último que pensé antes dejarme ser adsorbida por completo por la luz.