Inglaterra, 1877.
Sentía que en cualquier momento caería y no sería capaz de levantarme de nuevo, mi corazón bombeaba con tanta rapidez que creía que saldría disparado por mi pecho.
Alexander y yo estábamos corriendo a través del bosque en medio de la noche, él iba delante de mí, lucia tan exhausto como lo estaba yo. Su mano sostenía la mía y sinceramente no encontraba otra razón para no rendirme en ese momento que esa, él estaba conmigo.
—Eleanor…—suspiró deteniéndose y girándose enseguida— Sé que ellos nos alcanzaran muy pronto, yo puedo detenerlos un momento mientras tú continuas…
—No te dejaré, Alex...
A pesar de su mirada angustiada logró sonreírme o al menos hacer un intento.
—Imagine que dirías eso —murmuró— Pero tienes que prometerlo, prométeme que esta vez harás lo que digo, tu vida peligra.
No podía hacerlo, lo amaba, no podía dejar que hiciera ese sacrificio por mí.
—Mi vida no tendría el mismo valor si tú no estás en ella.
Sus ojos se cerraron con fuerza, estaba apunto de romperse, jamás lo había visto tan vulnerable. Alexander aparentaba ser un hombre imperturbable, pero claramente nadie lo era, era demasiado que soportar.
—Entonces ¿Así es como terminará todo? —preguntó abriendo sus ojos impregnados de dolor.
Busqué apoyo en su pecho y me estiré hacia arriba hasta que mis labios chocaron con los suyos.
No tenía una mejor respuesta que esa.