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RELATOS
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
18-07-2013 18:45

DANCING HALL: Rodrigo

Una muy buena fotografía de un momento histórico, con su dosis de justicia social y política, y esa inmensa capacidad del amor, que nos permite intentar proteger a los indefensos.
Para quienes no conocimos a los abuelos, resulta entrañable la imagen de los viejos llevándonos a comer helados, comiendo con nosotros y acompañándonos a los prostíbulos y terminando ellos también en la pieza contigua.

Observador
Observador
17-07-2013 12:07

No hay problema, compañero. Si tienes alguna duda sobre el funcionamiento de la página, comunícanosla en el apartado DEJA TU MENSAJE. Estaremos encantados de ayudarte.

Un fuerte abrazo. Gracias por tu participación.

moisesrgz
moisesrgz
17-07-2013 11:57

Ah. No lo leí!! Disculpa!!!

Lo colgué ahí porque la obra va para largo, y colgar cada capítulo en este foro lo saturaría.

Pero también puedo dejarlo en ese primer capítulo y ya está!!!


moisesrgz.blogspot.com
Observador
Observador
17-07-2013 11:52

Sí, Moisés. Te dejé un mensaje en el foro explicándote los motivos por los que cambiaba de lugar tu relato. Te lo copio aquí para que lo leas.

MENSAJE PARA MOISÉS

Estimado compañero, he copiado tu texto "El Bávaro" en el apartado RELATOS, ya que lo habías introducido en LA BIBLIOTECA, y allí se publica el conjunto de los textos escritos por cada autor en la página, pero no un solo relato. Puedes leer el subforo INFORMACIÓN SOBRE LA BIBLIOTECA, para saber cómo debes publicar tus textos en este espacio.

Un abrazo, compañero. Gracias por dejarnos tu relato.

moisesrgz
moisesrgz
17-07-2013 11:36

Muchas gracias por los comentarios!!!

No había dicho nada porque no me había enterado del cambio de sitio de mi historia.

¿A qué se debe? ¿La colgué en el lugar equivocado?

saludos!!!


moisesrgz.blogspot.com
caizán
caizán
13-07-2013 23:46

DANCING HALL - Rodrigo
Lo comento porque me menciona.
No se me contagia, por una sola razón: no lo viví; pero se que forma parte de la vida cotidiana de nuestra juventud efervescente, que integré, como no.La pesadez no la da el arroz, si no lo que se liba, durante.
Podría ser un buen tema para la pobrisima TV. No se, me parece, creo que tendría un buen rating, si le agregas: LOS PANCHOS y lluvia, puede haber una lágrima. Me anoto. Me gustó.

Eratalia
Eratalia
13-07-2013 23:11

DANCING HALL (RODRIGO)
Un texto rezumante de tristeza, o al menos eso es lo que me ha producido a mí al leerlo, la belleza en medio de lo sórdido, la impecable descripción, el regusto agridulce del recuerdo, conforman un relato magnífico.
Se ve que la paella te sentó divinamente.


Con rimas y a lo loco
Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
13-07-2013 21:28

Es sábado, tarde; los nietos y los hijos ya se han marchado y los sopores de la paella se están disipando. La tele está de pena en su absurda y zafia programación. Así que cierta nube de nostalgia (que no tristeza, compañero Caizán) me lleva a reescribir un viejo y dolorido relato. Espero que no se os contagie.

DANCING HALL

Sucedió en los tiempos ya brumosos, aquellos en los que, como crisálidas ansiosas de luz y de vida, emergía de la rígida costra de la adolescencia, con su desmañada potencia, nuestra juventud avasalladora, entorpecida aún por los primeros calores de la sangre en sus iniciales primaveras.

Sucedió cuando aún existían aquellos burdeles a los que nuestros abuelos nos llevaron para iniciarnos en las destrezas del amor carnal, amor que muchas veces fue contaminado en su pureza animal por otros tipos de amor; cuando en aquellos cielos grises del sexo mercenario aparecían ciertas nubes rosadas, como rosadas eran las suaves carnes de las mujeres que nos desvirgaban. Era el que nos estaba permitido celebrar, aunque clandestinamente, con ese tipo de diosas obscenas. En su envés, encapsulado todavía, estaba el otro amor, el que estaba reservado para la mujer que habría de ser la madre de nuestros hijos, la réplica de nuestra propia madre, nuestra bendecida esposa.

Una vez iniciados en aquellos ritos venéreos, ya hombrecitos de oscuro bozo sobre los labios, solíamos acudir a lo que solía ser la recámara del templo del amor impuro, a las salas de baile, donde los que andábamos escasos de dineros, por unas cuantas monedas alquilábamos el tiempo y el hombro de alguna máscara empolvada, mujeres macilentas, de trasnochada belleza, que aguantaban nuestra torpeza en el bailar y hasta admitían alguna caricia demasiado atrevida.

Solían ser salas enormes, destartaladas, con iluminación deficiente, en un primer piso de aquellos caserones antiguos, con polvorientos y desgastados pavimentos de madera . En la entrada espesas y raídas cortinonas de tercipelo amortiguaban las músicas y los frecuentes alborotos. Las chicas se alineaban junto a alguna pared, como pálidas máscaras pintarrejeadas, altorrelieves en los desvaídos estucos. Allí, sin protocolos, las sacábamos a golpe de ticket. Allí conocí a Elsa, la moribunda Elsa, la de los ojos claros y enormes, iluminados por la fiebre de la tisis que la corroía. Era un cuerpo evanescente, cubierto con ropas humildes, con algún detalle pretendidamente provocativo, que exacerbaba aún más su tristeza. Elsa llevaba la muerte escrita en su rostro demacrado, y las líneas torpes del maquillaje subrayaban su inminencia.

Yo me enamoré perdidamente de Elsa, como me enamoré perdidamente de la prostituta que me desvirgó. Pero en Elsa había una dimensión menos carnal, una conexión más directa con su pobre alma de muchacha apenas adolescente, a quien, como a tantas otras, un señorito rural dejó embarazada en cualquier noche de lujuria veraniega. Pobre país aquel y pobres amores aquellos que, sin embargo, dejaron tantos fuegos encendidos en sangres borboteantes de vigor y de inocencia.

No se cuando murió. La moral oficial mandó cerrar los burdeles y los locales de baile. Todos nos dispersamos; algunos con las cicatrices rosadas de las primeras derrotas titilando como luciérnagas en nuestras almas. Ellas, muchas, en su anónima diáspora, encontraron acogida en versos y nostalgias de gentes que las quisimos.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
13-07-2013 12:13

PREMONICIÓN.- José Jesús.

La figura del personaje que sueña con alguien a quien él (ella en el relato) sueña, en un ciclo que puede ser eterno, ha sido exhaustivamente tratado por Borges y algún otro escritor contemporáneo y coterráneo suyo. Y, en general, el estilo, las metáforas y el fatalismo que nutren este relato recuerdan a esa brillantísima generación de escritores. Y no la desmerece en absoluto. Hay, no obstante, en mi opinión, una sintaxis, una puntuación que no se atiene a la del castellano español. Y algo chirría. Me resulta especialmente atractivo ese subrayado que el autor hace del carácter voluntarioso, rígido casi, de la protagonista en su aceptación de lo que ella entiende por su destino: “Teresita Guzmán ha postergado su vida siguiendo una línea de compromisos, que asumió con valor y decisión antes de tener edad para responsabilidades.” Una narración, en definitiva, que es una muy valiosa aportación al hilo de “Relatos”. Que falta le iba haciendo.

Observador
Observador
13-07-2013 11:30

PREMONICIÓN - JOSÉ JESÚS

Soñó que soñaba que un hombre la sueña, al despertar del sueño, sobresaltada y con miedo, sabe sin ninguna duda que morirá hoy a los veinticinco años. Tarde reconoce que ha pospuesto vivir, en cambio, ha cumplido con tenacidad los deberes que le ha impuesto este caprichoso camino que le tocó.
Las señales vistas en el sueño son extraordinariamente claras y no le dejan alternativa, ningún resquicio por donde escapar de su destino, de este día, está completamente segura de su muerte y no tiene preparación alguna para esta contingencia.
Morirá sin otra gloria que su nombre, en el recuerdo quedará quizás la reseña de su muerte, un titular en el periódico local, ella lo sabe y se levanta de la cama dispuesta a enfrentar este día con todas sus consecuencias.
Sale de su casa descalza, apenas cubierta por un camisón blanco de algodón que le llega a los tobillos, en medio de la noche parece un fantasma y no la virgen morena que es.
Camina en la madrugada por el sendero de helechos, calas y capachos que se abre desde la misma puerta de su casa, el olor de lluvias por venir la obliga a mirar hacia el cielo y logra verlo despejado a pesar de la oscuridad de esta madrugada sin luna.
Recuerda, que en el sueño del hombre que la sueña, ella camina desnuda en una playa que no conoce ante la mirada asombrada de piedras y cangrejos, en el sueño el viento cubre su cuerpo, el cuello, los hombros, la espalda, su estrecha cintura, sus pechos firmes, su vientre plano, sus nalgas redondas, sus piernas perfectas, su cuerpo es una escultura tallada en ónix envuelta en una brisa dulce, al descubierto quedan sus pies, que no dejan huellas sobre la arena y a pesar de estar completamente desnuda, se siente protegida, segura, a salvo.
En el sueño del desconocido que la sueña, un albino barrigón, lampiño, pequeño, de largas pestañas blancas, acostado en un desteñido chinchorro, bajo la sombra de árboles de mango a la hora en que revientan las chicharras. En ese sueño, nubes negras se detienen sobre la playa, borran el cielo y dejan estacionado un techo espeso, que oprime el pecho, amenazando con una tempestad que puede acabar en diluvio.
En el sueño del albino; ella, Teresita Guzmán, a quien nunca nadie logró ver desnuda, que por decisión propia no conoce de caricias, ni mucho menos sobresaltos del corazón. Por primera vez desde que tiene memoria no la consume la prisa, para su asombro, ni siquiera tiene planificado el siguiente paso.
Teresita Guzmán ha postergado su vida siguiendo una línea de compromisos, que asumió con valor y decisión antes de tener edad para responsabilidades.
El sonido oscuro, profundo, de las olas la llaman sin descanso:
Ven; le dicen desde grutas inundadas de espuma, de sal, de algas.
Ven; repiten de nuevo, desde lo profundo de un barranco sin fondo.
Ven; desde un pecho ronco y lampiño de albino.
Teresita Guzmán se despertó temblando de miedo esa madrugada, al oír claramente su nombre repetido por las olas en una playa que no conoce, su nombre con sabor a piedras, su nombre y apellidos completos en el tono profundo de una letanía aprendida en siglos anteriores a mitad de la noche.
Se levanta de la cama y sale de su casa descalza, como cada vez que en su cabeza se inicia un remolino de ideas que no comprende y amenaza paralizarla, asfixiarla.
El hombre que la sueña se mueve pesadamente en el chinchorro y sigue durmiendo.
Teresita Guzmán da un traspié y cae al fondo del barranco donde termina el sendero de helechos, calas y capachos, que se abre desde la misma puerta de su casa.

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