Sin lugar para la alquimia del amor, para dulzuras, para gestos envueltos en ternuras, sin espacio para miradas de compromiso, él se conforma con encuentros ocasionales que concibe cuidadosamente entre turbulentas orillas y paga en efectivo, billete sobre billete.
Él es un convencido de que la vida es incierta, el futuro dudoso y la muerte, por el contrario, es segura e inevitable. Él se encarga de que así sea.
Él no cree en la casualidad. Él opina, de acuerdo a su propia experiencia, que la combinación de un conjunto de elementos produce el resultado esperado.
Él es un hombre acostumbrado desde muy temprano a involucrarse en inusuales eventos cuyo resultado final es siempre la muerte del otro.
Él organiza meticulosamente los acontecimientos que terminan por convertir al otro en difunto. Para lograr el éxito de su objetivo, él no permite la intervención caprichosa de la casualidad, el acaso representa en su oficio el mayor de los peligros y según él, el acaso es una circunstancia perfectamente predecible.
Él tiene la creencia de poseer la capacidad de torcer el destino y piensa secretamente, que ha enfrentado la adversidad y tiene el poder de vencer a ese fantasma.
Él está convencido, que los incontables éxitos que ha obtenido se deben a que sus actos son pensados y revisados hasta en sus mínimos detalles y no le da oportunidad ninguna al azar, que según él, es el resultado del descuido.
Sus actos constituyen una cadena de eslabones soldados en el fuego de una minuciosa planificación, bajo la revisión y el escrutinio continuo de acontecimientos firmemente trenzados entre sí. Cada uno de sus pasos es calculado obsesivamente, con la rigurosidad de quien se juega la vida y no quiere perderla.
La dimensión que separa la vida de la muerte es inestable y frágil, él lo sabe perfectamente, su trabajo consiste precisamente en ayudar al tránsito entre la vida y la muerte.
Él decididamente contribuye a ese suceso, él es el agente invisible que interviene y concreta ese paso definitivo. Él quiere creer que es el ángel de la muerte y desecha por supuesto el término sicario, o asesino. Él se considera la sombra inevitable que acompaña la vida, su lado oscuro, la contraparte obligada y necesaria.
Él admite ser el hombre que crea las condiciones suficientes y obligadas, para que en el momento oportuno y en forma accidental, ocurra la desaparición de la persona que le han encargado sacrificar, aniquilar.
Él camina por la acera con la acostumbrada seguridad que lo caracteriza, suena su teléfono móvil e intenta sacarlo del bolsillo para atender la llamada y de improviso, una mujer comete la imprudencia de revisar los mensajes del celular y caminar al mismo tiempo. La mujer tropieza justo en el momento que se cruzan sus caminos, trastabilla y se le echa encima. Los celulares caen al suelo. Él los recoge mientras ella pide disculpas y ríe francamente divertida, él le entrega el teléfono completamente hipnotizado.
El perfume de la mujer lo envuelve, la mirada de la mujer lo hunde en lo profundo de un mar tormentoso y violento, no sabe qué decir, ni puede articular palabra, frente a la risa franca de la mujer, él tan dueño de sus actos se pierde en esos ojos verdes y esconde el desasosiego en el silencio.
Ella al despedirse, inesperadamente, le planta un beso en la boca y desaparece.
Él no puede dejar de pensar en la mujer y repite obsesivamente ese instante, cada movimiento, los gestos, la risa de la desconocida. La mujer se le metió en la sangre, no hay forma de olvidarla y hace estragos en sus convicciones.
Él se encuentra por primera vez sin norte, perdido en los profundos ojos verdes de la mujer. Una y otra vez él repite el instante y cada vez en su recuerdo es más intenso el encuentro. Al final de la tarde, él está totalmente trastornado y piensa que puede cambiar de oficio para merecer a esta mujer y en el momento, en que ese pensamiento toma forma de decisión, suena el teléfono y como una revelación de salvación, oye la voz de la mujer que sin dejar de reírse le dice.
-Eres un bandido: cambiaste los teléfonos y te quedaste con mi celular. Te ofrezco un beso por mi móvil y otro para devolverte el tuyo.
Jose Jesus Morales
23-11-2021 18:13
El comentario es absolutamente acertado, muchas de las palabras que utilizo y han caido en desuso son modismos, americanismos, venezolanismos, que enriquecen el idiona español y son desconocidas para el castellano. Lo mio es utilizar cualquier excusa para escribir, que a veces, me ataca la desidia y tengo que luchar contra ese mal. Abrazos.
Rodrigodeacevedo
23-11-2021 14:07
Mi querido J.J.: Sin quitarle mérito a tu relato y a la buena intención que lo anima, la recuperación de viejas palabras y con ellas viejas tradiciones, me permito hacerte observar que muchas de las palabras que para nosotros, españoles, pueden resultar desconocidas son modismos hispanoamericanos, términos de los léxicos habituales en los diferentes países; español, sí, pero no castellano. Otra de las riquezas de nuestro común idioma.
Jose Jesus Morales
22-11-2021 21:41
Contribución a un improbable diccionario de palabras en desuso
A la familia. Por los recuerdos.
Un carcamal convertido en musulungo, que alguna vez fue un tragaldabas, maneja un roñoso catanare, de improviso el carro tose, escupe nubes negras de humo denso y ante la incertidumbre de quedarse varado en medio de la vía, con miedo de llegar tarde a una cita impostergable, lo estaciona de inmediato para no correr riesgos innecesarios.
Saca sus macundales y camina con lentitud hasta la parada de la guagua. Es todo un personaje. En la calle, su facha de estampa antigua se distingue desde lejos y algunos miran su pinta entre extrañados y divertidos. El vejestorio viste camisa de popelina estampada de flores menudas, que estuvo de moda en tiempos sin memoria. Lleva jeans desteñidos y ruyios, chancletas de cuero esguariladas, el cabello largo negro y chamisuo, lo recoge en una cola de caballo.
A pesar del inconveniente con el auto, llega a tiempo al cuchitril en donde ensayan. Es un tugurio escondido en un sótano, una pocilga llena de peretos viejos y chuchumecos, en desuso. Al dar un vistazo rápido se tropieza con innumerables cachivaches de todo tipo arrumados en las esquinas: una batea de peltre reventada, un canarín desfondado, una alacena con los vidrios rotos, cipotes desconchados. A cualquiera que entre por primera vez y se encuentre con este carapinche le puede dar un patatus, un yeyo. Pero él está acostumbrado a estos espacios infames y entra como un pachá en un castillo, los músicos, todos jóvenes, lo reciben entre abrazos y coscorrones, con cariño, respeto, afecto y mucha admiración.
Se coloca en posición y comienza a curucutear entre sus bártulos. Despacio, saca una esfera tejida con cabuyas y semillas, también un carapacho de morrocoy y de la busaca, salen a relucir los corotos, peroles, guarandingas impensadas. Con paciencia y método, las alinea frente a él. Los muchachos del grupo afinan los instrumentos, prueban los sonidos, ajustan el volumen.
Sigue jurungando y saca de la mochila el bastimento. Antes de iniciar el ensayo cumple con un rito y con cuidado de no hacer un pichaque, se sirve en un pocillo desportillado un chorro de cocuy de penca, se toma un trago largo, que aliviana la sangre y por un instante se siente levitar.
Sobre el catre desvencijado, cubierto con una colcha nueva, se apretujan en frágil equilibrio dos muchachas y una mujer ------. Son tres desconocidas, es la primera vez en todos los ensayos que tienen público, no parecen zafias, ni boleras, ni tampoco novias de los muchachos, no son safriscas, guardan silencio y se mantienen atentas a los detalles de la música que tocan.
Al finalizar el ensayo, que esta vez de puro milagro no resultó un zaperoco, ni se armó ningún zafarrancho, la mujer ------ se le acerca sacándole cuadros. La cota que lleva es de cuello redondo sin mangas y deja ver los hombros bronceados y los brazos desnudos, en cambio, los pantalones anchos esconden las canillas y la boca pintada de carmesí le recuerda la canción de la bemba colorá.
-Quiero producir el disco. Dice la mujer.
-No soy el dueño de la banda. Dice el carcamal. Soy apenas el percusionista y no quiero ser maluco, ni mal agradecido, pero el jefe es aquel muchacho.
-Ellas son mis ingenieros de sonido. Puedo asegurarle que nunca antes habíamos oído la intensidad de colores que logran imprimir a las notas, toda la música que tocan se llena de espacios luminosos y con tú intervención el ritmo adquiere otra dimensión.
Quiere salir en golin golin, llegar a la cochinchina si es posible, mandar a esta mujer al mismísimo sipote. Mujeres como esta lo han llevado siempre por el camino de la amargura, pero no es capaz de huir de su destino y dentro de la cartera, el pitador se alebresta, cuando lo oye invitar a la ------ de la bemba colorá a tomarse un ron.
Rodrigodeacevedo
21-11-2021 13:40
Efectivamente tiene razón Gregorio: me toca proponer tema. Estos días he estado algo disperso por otras preocupaciones, pero no dejo de visitar nuestro pequeño rincón.
Alguien, en otra página, ha recomendado a J.J. que lea, que intensifique su labor de lector para mejorar como escritor. Suscribo ese consejo; y mi propuesta va en esa dirección: LECTURAS QUE NOS HAN MARCADO O, AL MENOS, HECHO SOÑAR. (Incluídas las infanties, claro.)
Vale, pues a por ello.
Jose Jesus Morales
20-11-2021 20:32
Una Esperanza Entre Derrotas
Para Roberto Rabinovich
por su incansable labor, por su encomiable tarea desinteresada
Francisco Aguirre tenía sesenta y cinco años cuando lo conocí, como tantas otras muchas veces en su vida, también esta vez y en ocasión de exigir sus legítimos derechos ciudadanos, llegó tarde.
Como otras tantas veces en su vida, fracasa, se repite la acción que conoce bien, pero esta vez, la derrota le deja un sabor a podrido y le indica con certeza que ha llegado el final del camino.
Desde que tiene memoria la vida lo arrincona y le señala su lugar en este mundo, el único territorio posible para sus huesos ¡La sombra de la esquina! esa zona invisible en donde se mueve entre grises opacos y se difumina.
La memoria no le permite a Francisco Aguirre recordar el primer revés, o quizás fueron tantos y tan seguidos sus naufragios, tan continuas las desgracias, tan permanentes sus caídas, que minaron su ánimo y sabe a fuerza de experiencia, que el destino de cualquier empresa que acometa terminará en ruinas, como su propia vida.
Se deja empujar en cualquier dirección por pura costumbre, total, sabe perfectamente que sus pasos lo llevan, invariablemente, de un desastre a otro.
De su apariencia frágil mana decadencia, negación y desidia, pero con qué valor culpar a Francisco Aguirre de su aspecto, cuando siempre estuvo indefenso y contra las cuerdas, no tuvo una sola esperanza que no finalizará en un descalabro y el pesar se convirtió en su dueño.
Aquel que conoció a Francisco Aguirre, que en algún momento tropezó con él, no lo recuerda. Yo encontré a Francisco Aguirre por casualidad. A sus sesenta y cinco años buscó el apoyo de sus iguales una mañana, intentó levantar la voz, soliviantar los ánimos en una cola interminable, una fila que creció desde la madrugada en las puertas de una farmacia. Para Aguirre es impostergable la compra de un medicamento, lo necesita con urgencia, pero por su carnet de identidad únicamente puede comprarlo dentro de dos días, la norma, el reglamento, no entiende de enfermedades ni acepta excepciones y la desesperación no comprende de disposiciones oficiales.
La imagen de verse tirado en una cama, inmovil, inútil, en espera de la muerte, espanta a Francisco Aguirre y lo lleva a un grado de exaltación que no conoce. A las nueve y media de la mañana, atragantado de abusos, golpea con un aldabón la puerta de la farmacia, que sin razón alguna permanece cerrada y exige, amparado en la razón, que se cumpla el horario establecido. Otros, tan desesperados como él, que buscan leche, pañales para sus hijos, toallas sanitarias, inyectadoras, o algún medicamento desaparecido desde hace meses, empujan la puerta hasta romperla. De inmediato aparece la Guardia Nacional Bolivariana, las fuerzas armadas del orden, que no se presentaron antes, cuando la banda de motorizados llegó para instalar a sus mujeres en la fila de primeras, bajo la amenaza de sus pistolas y con los teléfonos celulares en la mano.
Los guardias revolucionarios buscan al responsable. Infiltrados en el tumulto aparecen los patriotas cooperantes, ese miserable invento cubano y señalan a Franciscio Aguirre, lo acusan y lo entregan con burlas y prepotencia.
Los uniformados se ensañan con el agitador inofensivo, con un anciano desarmado y derrotado de antemano, lo golpean sin importarle la edad, algunas voces intentan con timidez ayudarlo y los amenazan con la fuerza de los fusiles, el miedo, ese fantasma que congrega multitudes silencia la posibilidad de ayuda.
A Francisco Afguirre le ajustan unas esposas que le comen la carne, lo acusan de sedición y lo entierran con golpes de culata en una camioneta negra, apenas pudo pronunciar su nombre con la boca rota. La injusticia, la impotencia, quedan grabadas como un latigazo en mi memoria.
Yo estuve en esa cola, estuve a su lado y recuerdo sus ojos decepcionados. Francisco Aguirre había nacido en una dictadura y hoy desaparece bajo otra dictadura, sin oportunidad alguna.
Con letras firmes y negras, sobre la pared de enfrente un mensaje, una esperanza, un letrero que comprendo.
Contra el abuso eterno del comandante muerto. Contra la dictadura ¡¡vota!!
Contraviniendo mi habitual desidia, mi falta de interés, contra el miedo, contra el engaño, contra las amenazas, contra el permanente abuso de la dictadura y en nombre de todos los Francisco Aguirre, decido votar en las elecciones de este próximo domingo y dar paso a la esperanza.
Jose Jesus Morales
19-11-2021 16:00
Susurros. Voces. Temores
A mi hijo Diego, que abrió la puerta y se asomó al espacio sin fondo de los temores.
El miedo lo acompaña desde que tiene memoria. Alguna vez llegó a pensar que nació con miedo. En algún momento, obligado por el pánico y la angustia, buscó el origen de ese horror que lo acosa sin tregua, que lo amenaza con la constancia que sólo un enemigo acérrimo es capaz de mantener, que lo arrincona y lo obliga a pedir ayuda a los gritos.
Atribuye esa sensación de susto permanente, al temor que su madre sintió durante todo el embarazo y que en una oportunidad le confesó, al saber que él padece de un miedo irracional a lo desconocido. Su madre sufrió en silencio el acoso de un miedo insensato durante los nueve meses de su gestación, un temor atroz de perderlo antes de que él naciera. Sin razón alguna, el terror de perderlo la mantuvo en un estado permanente de zozobra durante nueve meses seguidos y la llevó a los extremos de no salir de su casa y necesitó la compañía de su madre durante todo el tiempo del embarazo. El miedo la abandonó justo después de su nacimiento.
Él sospechó por largo tiempo al oír esa confesión, que el inmenso amor que su madre le profesa, gestó como un hermano gemelo al miedo que lo acompaña, que orgánico, se quedó en su piel. Pero esa idea la descartó al descubrir, que el terror que lo paraliza desde niño, el pánico que sufre, es el resultado de voces que le susurran historias indescifrables.
Él distingue el sonido de la voz que le habla, la particular intensidad de los tonos altos, la oscura profundidad en el matiz de los bajos, el ritmo que utiliza. La voz que oye no se parece a ninguna de las voces conocidas y al no lograr descifrar el mensaje de esos susurros continuos y persistentes, el miedo lo domina.
El eco que escucha es distinto al del viento cuando pasa libre entre los árboles, la voz es diferente al rumor del río y al choque de las piedras que ruedan bajo su cauce. El sonido que lo aterra es otro, se asemeja un poco a la crepitación del fuego devorando a su paso todo lo que encuentra.
En un intento fallido de transformación y para evitar que el temor sea su dueño, decide mudar la piel, como hace la serpiente cada tanto, él ha sido muchos nombres, no se reconoce en ninguno de los que fue y al abandonarlos, no tiene deudas con ellos.
Es un hombre atormentado, vive perseguido por voces incoherentes que lo han llevado al extremo de perderse en el camino. Hoy cumple treinta años y está decidido, listo a terminar con el extravío y el miedo. Camina sin rumbo, pero con la decisión tomada de descifrar el significado de las voces y la única forma es enfrentar al miedo irracional que lo domina. Con desinterés observa que un ventarrón arranca las hojas de un árbol y se las lleva
El murmullo, las voces, el susurro se hace presente de inmediato, esta vez él no intenta huir de la voz, se sobrepone al miedo y termina por aceptar su condición de receptor a esta señal incomprensible y testaruda que lo acompaña desde niño y jamás lo abandona. Hace un esfuerzo último, se enfrenta con decisión a los terrores de lo incomprensible y lucha por entender, por comprender este idioma al que le ha huido por treinta años, por desentrañar el significado de la voz que le habla, con gran dificultad intuye el sentido de cada sonido y logra finalmente entender todas las palabras.
Con una lucidez excepcional, admirable, la voz que tanto miedo le produjo desde que tiene memoria, relata con maravillosa maestría, con una carga de imaginación sorprendente, jugando con las palabras, la forma que toman las hojas al caer del árbol por los efectos del viento y un momento rutinario, una acción ordinaria y repetitiva se convierte en imagen.
Al enfrentar el miedo, limpia de ruidos el susurro y perfectamente oye lo que cuenta la voz. Dice la voz: Un viento tan atormentado como tú mismo, perseguido por los demonios de otoño, remece las ramas de un árbol y arranca sus hojas, una lluvia de pálidas hojas amarillas escarcha el asfalto, la frágil alfombra vegetal cubre esta tarde cargada de recuerdos, mientras un muchacho inocente cruza la esquina y un remolino amarillo envuelve sus pasos y se lo traga para siempre.
Al aceptar las voces acepta también su destino, regresa a su casa a escribir las sorprendentes y fantásticas historias que una voz desconocida le murmura en un susurro. Se ha convertido en escritor y asume todos los riesgos sin miedo.
Jose Jesus Morales
18-11-2021 16:07
Día de suerte
Me entregué al oficio de perseguir nubes, cerré los caminos y las generosas oportunidades que se abrieron ante mí y me exigieron algún esfuerzo, ahora, entrampado y quemadas las opciones, espero un ángel en esta esquina cruzada de cuchillos. Mi nombre es Ricaurte, tengo veinte años y en este semáforo espero conjurar mis tropiezos con un golpe de audacia y de suerte. Huir de la sombra de los muertos y esquivar la cárcel, ambas posibilidades me aterran.
Estoy de suerte, mi ángel detiene su camioneta frente a la luz roja del semáforo, lleva lentes oscuros, su sonrisa es perfecta, de dientes cuidados con esmero. Atravieso la calle, abro con sorpresa la puerta de su todo terreno con los ojos fijos en el miedo de mi ángel. Mi fiero silencio la amenaza más que un grito, que un insulto, que el filo del acero. Con fuerza la tomo de sus cabellos dorados y la veo rodar sobre el asfalto sin pizca de remordimiento, mi ángel deja el asiento vacío y se lleva el pánico tatuado en la piel. Sus gritos se confunden con el aullido del motor despidiéndose, alejándose a toda marcha.
Todo lo tengo perfectamente calculado, en la próxima calle debo tomar la autopista y en escasos diez minutos llegaré a la Torre Alfa. En uno de los últimos sótanos del estacionamiento de la torre, la camioneta se quedará unos días, mientras se enfría. Al dejar la camioneta voy directamente a la dirección que me han indicado y allí debo entregar a quien paga por el encargo el ticket de estacionamiento y las llaves, a cambio, recibo el dinero acordado y chao pescao.
Con serenidad contenida voy al ritmo que marca el tráfico en la autopista, me muevo con lentitud, pero sigo avanzando sin detenerme, enciendo la radio para no pensar. En el auto de adelante una mujer habla animadamente con su compañero, los gestos se vuelven agrios de improviso. Este pequeño detalle no estaba previsto, ni escrito en el programa. Alarmado hago el intento de cambiar de canal y no lo consigo, el tráfico lo impide.
Suena un disparo. La mujer baja del auto, se me acerca con sus piernas blancas, sus tacones, su boca de rosa ensangrentada, en la mano izquierda un maletín, con la derecha empuña una pistola, sin dejar de sonreír me apunta..
En la radio la voz de Héctor Lavoe se adelanta a los timbales:
………...
Si el destino me vuelve a traicionar
Te juro que no puedo fracasar
Estoy cansado de tanto esperar
Y estoy seguro que mi suerte cambiará
Pero ¿cuándo será?
Pronto llegará,
El día de mi suerte
Sé que antes de mi muerte
Seguro que mi suerte cambiará.
Jose Jesus Morales
17-11-2021 21:47
El Tío Armonía
Armando camina por callejones estrechos y se pierde distraído en el laberinto de viviendas entregadas a la inclemencia del olvido, indolentes, las casas muestran las paredes sucias, la pintura descascarada y una que otra perforación de bala. Los improvisados constructores levantaron las precarias estructuras con la esperanza de hacer mejoras cuando el tiempo lo permitiera, pero esa hora se hizo esquiva y nunca llegó, alzaron vertiginosamente sus refugios con la urgencia de la necesidad, sin orden alguno, con escasos recursos, ausencia de planos y terminaron construyendo un laberinto. En una noche los ranchos se multiplicaron como ronchas sobre ese terreno baldío, era un cobijo temporal, pero lo temporal se hace eterno en estos rincones.
Ninguno de los residentes actuales recuerda quien bautizó este lamentable escenario de escasez con el orgulloso nombre que representa indoblegables esfuerzos -Barrio La Lucha-.
El nombre se convirtió en estigma o maldición y marca a los residentes y su eterna lucha por sobrevivir, la vida para estos desprevenidos habitantes es una incesante lucha por mantenerse y lograr salir, con algo de suerte, de las desgracias que llueven con insistencia desde todos los cielos.
Armando camina sin detenerse, su total atención está en localizar un detalle que le señale el lugar que busca, intenta llegar a una determinada casa sin ayuda, con las escasas pistas que posee, pero no lo consigue y está perdido.
La sensación de fracaso y el temor de lo desconocido lo tira de las piernas, lo mantiene en movimiento y lo conduce directamente al callejón del miedo y la desesperación. Antes de cumplirse el inevitable plazo de la rendición y de regresar derrotado a terrenos conocidos, la providencia viene en su auxilio disfrazada de niño. El muchacho lo vio pasar varias veces por el mismo lugar, sabe que no pertenece a estas calles y lo sigue con curiosidad, de cerca, intenta que el extraño descubra su presencia y finalmente en una esquina lo enfrenta y dice.
-Estás perdido y no eres policía, sí de casualidad vienes a buscar novia, tengo que advertirte, que en este barrio todas las mujeres están comprometidas y somos muy celosos, no te aconsejo una novia por estos lados.
Luego de esta introducción la pregunta se hace obligación y el espacio que deja la conversación es para dar explicaciones.
-¿A quién buscas?
Armando Arenas lo mira sin desconfianza, es un muchacho quien le habla y en el tono no encuentra amenaza alguna y sin otra alternativa, cargando las palabras de esperanza, contesta.
-Busco a un hombre, pero no se su nombre, me informaron que vive en este lugar, que su casa debe estar al fondo de las escalinatas, pero aquí cada veinte pasos se abren peldaños, surgen escalones como grietas. El hombre que busco es un extraordinario músico y está enterrado en alguna parte de este barrio.
El niño lo estudia con atención, confía en su instinto y quiere descubrir las intenciones de este desconocido, que se arriesga a entrar al barrio. En apariencia Arenas pasa la prueba, porque luego de la inspección el niño le dice.
-Estás buscando al Tío Armonía, pero llevas las manos vacías y así no te recibe. Yo te puedo llevar, pero tenemos que pasar por la bodeguita de Bartolo y comprar una botella de aguardiente, a esta hora al Tío Armonía le tiemblan las manos y necesita un trago para emparejarse.
Armando se deja llevar, no encuentra malicia en las palabras del muchacho, compra la botella de licor y baja por unas escaleras estrechas, toca la puerta y espera escoltado por el niño. Un hombre de piel oscura aparece detras de la puerta, es delgado hasta los huesos, lo cubre una vieja franela, jeans gastados de color azul y calza unas sandalias destruidas. Armando le entrega la botella en silencio y el hombre los deja entrar. En la humilde sala falta de todo y sobran instrumentos. Armando reconoce extrañado un charango, un bombo, una maraca de percusión, un bongó doble, una flauta dulce, un cuatro, varias guitarras, un bajo enorme y muchos más. El silencio se mantiene, se sientan en sillas destartaladas, el hombre bebe directamente de la botella y Armando finalmente habla.
-Mi amigo Héctor dice: que tú eres el único que puedes ponerle música a esta letra, inmediatamente le entrega un papel manuscrito.
El hombre lee y pregunta.
-¿Qué voz canta?
-Es voz de mujer, de bolero, de despecho, de adioses, de noches regadas con abundante ron y la garganta atormentada con el humo de innumerables cigarrillos. La letra está escrita para esa voz que me desvela desde el momento en que la oí.
-La letra no es de bolero.
-Esa es precisamente la dificultad.
-Tengo que oír el tono de esa voz para ajustar la melodía, tráela mañana.
El hombre mira el miedo en los ojos desorbitados de Armando, la duda de exponer a la cantante a un riesgo innecesario y a manera de explicación, con la clara intención de tranquilizarlo, luego de beber de la botella un trago largo, comenta.
-Los instrumentos no me pertenecen, son del barrio, un día los dejan y luego aparece alguien, seguramente el mismo que lo dejó en la puerta, que quiere aprender a tocarlo y yo le enseño, soy prisionero de los acordes.
-Hace mucho tiempo yo inicié un viaje sin retorno, me abandoné a los demonios, estoy entregado a la música y de aquí no salgo. Tienes que traer a la intérprete.
Al salir de la casa del tío Armonía, Armando pregunta al niño.
-¿Puedes esperarme mañana en la entrada del barrio? No quiero perderme de nuevo.
- ¿Cuánto hay pa eso? Contestó el muchacho.
- Lo que pidas. Dice Armando.
Y se entrega sin ninguna resistencia al son que le toca el Tío Armonía.
Gregorio Tienda Delgado
17-11-2021 17:22
Creo que le toca a Rodrigo, porque yo propuse tema para la segunda quincena de octubre, y tú para la primera de noviembre.
Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.