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Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
10-11-2021 12:41

Mi relato para la primera quincena de noviembre.

TEMA: LA LLUVIA

NAUFRAGIO

Todo empezó, cuando mis amigos Juan Carlos y Fernando se compraron un barco y me invitaron a un crucero. No me gustaba la idea de verme rodeado de esa inmensidad acuática en un barco pequeño, pero acepté a regañadientes. Emprendimos el viaje a las diez de la mañana del día uno de agosto de 2006. El barco, un Bavaria 32 Cruiser de una eslora total de 10 metros, una manga de 3,42 metros, con un calado de 1,95 metros y una quilla corta de 1,50 metros. Con una distribución interior muy generosa para un barco de aquellas dimensiones. Dos camarotes, uno con cama doble y otro con dos literas. En cada uno un baúl, supuse que con mantas y otros utensilios y un pequeño armario empotrado. Y entre ambos camarotes, un pequeño espacio con un lavabo y un inodoro. En el salón dos sofás triples, uno frente al otro, que podían servir como camas adicionales, y una mesa enana grande para seis personas. Al fondo, un pequeño espacio con un fogón y dos armarios para guardar los utensilios apropiados para la cocina. La mar estaba en calma y el barco navegaba no muy lejos de la costa. No había otros barcos cerca. Yo con los prismáticos de largo alcance, miraba las playas y el litoral. A las once llevábamos casi la mitad del recorrido hasta la primera parada. Llegaríamos en una hora, y descansaríamos unas horas allí. Juan Carlos conectó el piloto automático y pasamos al salón para almorzar. Fernando preparó huevos fritos con jamón, que comenzamos a devorar con fruición, regados con un buen vino. De repente, notamos una gran sacudida y vimos alarmados, cómo una gran tormenta, una ciclo génesis explosiva, nos envolvía y empezó a sacudir el barco con grandes olas y fuertes ráfagas de viento. Las olas eran enormes y las cuadernas del barco crujían como si fueran a romperse. Percibimos que podíamos naufragar, pero el barco se mantenía y avanzaba a gran velocidad, como si de un barquito de papel en un río se tratara. Así estuvimos varias horas sin ver nada ni mantener el rumbo, pero avanzando con una velocidad de vértigo, hasta que un gran crujido nos indicó que el naufragio era inminente. El barco casi destrozado empezó a hundirse. Tuvimos tiempo de ponernos los chalecos salvavidas, tirarnos al agua y alejarnos un poco. Vimos cómo se deshacía en pedazos, y pudimos aferrarnos a alguno de los trozos que flotaban. Las olas nos dispersaron, y poco después me encontré solo. Pasado un corto espacio de tiempo, la tormenta se difuminó con la misma rapidez con la que había llegado. Pasaban las horas sin que nadie me socorriera. Ya declinaba el sol por el horizonte y perdí la esperanza. Y en una situación límite como la que estaba viviendo, pensé primero en las posibilidades más habituales de salvación, y descartadas por improbables, y siendo yo muy antagónico a ciertas creencias, en ese momento de desesperación, paradójicamente me acogí a la última posibilidad. Pensé que tal vez se produciría un milagro y una corriente de aire soplaría en dirección al litoral y en poco tiempo estaría en tierra. O que un ser sobrenatural me echaría una mano…

En el cielo despuntaban las primeras estrellas. Un pedazo de madera más grande que al que estaba agarrado pasó junto a mí, y pude aferrarme a él. Era un trozo de la cubierta. Con mucho esfuerzo subí, me tumbé boca abajo, extendí los brazos en cruz y me agarré a los extremos. Estaba exhausto. Cerré los ojos y me rendí al destino. Pensé en mi familia y en mis amigos. Quizá no nos volveríamos a ver. La tensión que dominaba mi cuerpo fue cediendo, mis músculos se relajaron, noté una especie de sopor y me aferré a la madera con las escasas fuerzas que tenía para no caerme. No supe en aquel momento que sólo era el prólogo de lo que vendría después. La noche se me hizo larguísima. En varias ocasiones estuve a punto de caer de la madera, pues el sueño me vencía y las fuerzas me fallaban.

El nuevo día empezó a clarear, y unos minutos después un enorme sol emergió de los confines del mar. Nada de tierra a la vista. Ni barcos, ni aviones, ni gaviotas. La superficie del mar comenzó a agitarse, se encrespó y empecé a marearme. Tenía la piel arrugada a causa de tanto tiempo en remojo, los labios resecos, estaba sediento, hambriento, a punto de perder la vista por el salitre, y tenía mucho frío. Temía quedarme dormido porque sería mi fin.

Inesperadamente, tuve la impresión de ser arrastrado por una corriente que se aceleraba cada vez más. No sabía la razón, pero empecé a encontrarme algo más animado. Supuse que la corriente me llevaría a la costa. La velocidad a la que me desplazaba no era uniforme. Unas veces rápida, otras lenta. El tiempo pasaba y todo seguía igual. Y cuando el sol estaba en su punto más alto, observé a lo lejos un peñasco en medio de aquella gran extensión de agua. No sabía si la corriente me arrastraba hacia él, pero notaba que el mar chocaba violento y devastador, contra la roca. Parecía imposible que se mantuviera erguida allí delante. Entonces mi esperanza renació. ¡Pájaros la sobrevolaban! Gaviotas, supuse. Poco a poco la roca se fue haciendo grande. Pasó de ser un puntito en la lejanía, a ser una roca más grande, y después una gran roca, lo que me indicaba que iba en la buena dirección. Intenté mantenerme en la corriente. Sin embargo, tenía que hacer un esfuerzo y soltarme de la tabla. La roca seguía allí y me precipitaba a gran velocidad hacia ella. Me estrellaría sin remedio. Me solté de la madera. Creí que de esa forma me sería más fácil y tendría menos peligro. Empecé a nadar en diagonal al empuje de las olas. Metía la cabeza bajo el agua, y movía los pies y los brazos, tan fuerte como me permitían mis escasas fuerzas, después de tanto tiempo sin comer ni beber. Lo fui consiguiendo. Sin la tabla, el empuje era más suave y estaba más cerca de la gran roca cada momento que pasaba, pero no exento de peligro. Vi como la madera se golpeaba contra las piedras que flanqueaban una pequeña ensenada. Como pude con mis escasas fuerzas, me coloqué en el flanco de la corriente, donde parecía que empujaba con menos fuerza. Aun así me precipité contra las piedras que formaban un pequeño arrecife, arañándome el vientre, la espalda y las piernas al dar varias volteretas. Con un gran esfuerzo me agarré a un saliente. Respiré profundo y permanecí allí unos minutos, hasta que pude recuperarme para intentar llegar a la gran roca que se erguía delante de mí, majestuosa, casi inaccesible.

Me encontraba entre las piedras contra las que había chocado, en las que rompía el mar. Formaban una barrera antes de una pequeña ensenada. Entre dos de ellas había un hueco de unos cinco metros. Hacia allí me dirigí nadando con muchas dificultades. Varias veces estuve a punto de ser arrastrado por el retroceso de las olas. Por fin llegué al remanso. Una playa pequeña sin arena. Sólo había piedras de diferentes tamaños. Al límite de mis fuerzas, empecé a escalar un pequeño acantilado y conseguí llegar arriba. Una minúscula meseta apareció ante mis ojos. En aquel instante de alegría en el que me dejé caer para descansar, no pensé en buscar alimento ni agua. Estaba derrotado y exhausto, después de permanecer aferrado a la madera durante tanto tiempo y de los grandes esfuerzos hasta llegar a aquella minúscula planicie. Necesitaba oscuridad y calor, pero no tenía fuerzas para buscar un lugar mejor. No supe cuántas horas quedaban para la noche, pero la luz llegaba oblicua, por lo que deduje que el sol había empezado su descenso hacia el ocaso. Aunque tenía la ropa mojada, el sol me calentó. La primera sensación placentera en dos días y una noche. Pronto anochecería y comenzaría a hacer frío. Me tumbé en el suelo, me enrosqué como un gusano y el sueño me venció…



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
10-11-2021 12:13

Tu relato, Rodrigo, además de lluvia, muestra un gran conocimiento de los habitantes y de los lugares en que se desarrollan las escenas relatadas, de sus costumbres, de sus placeres, hasta el punto de que los personajes se sienten fraternales con ellos. Además con un gran manejo de la palabra para expresar los acontecimientos vividos, de tal manera, que el lector también los vive. Extraordinario trabajo.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
09-11-2021 22:16

Mi móvil me incomunica

La comunicación ha cambiado dramáticamente, sobre todo con los móviles de última generación y sus numerosas aplicaciones, un acto formulario como hablar, comunicarse, transmitir información, se ha transformado en un ir y venir de caracteres sobre pantallas táctiles, de signos que expresan diferentes y variadas emociones, la inmediata versatilidad de la figura, antes que la escritura.

Dos veces al día veo a las madres de los compañeros de mi hijo, en la mañana cuando lo dejo en la escuela y en la tarde al finalizar las clases, muchas veces hablamos en los pasillos, en esos minutos interminables de espera, entre saltos y carreras. De este grupo de padres soy el único varón.

Ayer me enteré por casualidad, que se entregó un regalo colectivo a la maestra. Las madres, siempre organizadas, con los pies en la tierra y guardando economías, se habían puesto de acuerdo para entregar un regalo el día de su cumpleaños. Yo había enviado con mi hijo un costoso regalo y no me pareció justo ser la nota discordante.

Pregunté a la primera madre que encontré está tarde la razón de no incluirme, de mantenerme al margen, de no informarme, de no avisarme con anticipación de esos acuerdos y la respuesta fue tan contundente como sorpresiva.

Tú no estás en el grupo de WhatsApp de las madres.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
08-11-2021 23:23

Las Cargas del Camionero.

Son las tres y treinta de la tarde. El sopor de la hora se mete en la cabina del camión y me abruma, el viento, el brillo del sol sobre la carretera desolada y el calor, juegan con la densidad de los vapores sobre el asfalto y crean espejismos. Necesito espantar el agobio que intenta adormecerme y seguir adelante sin detenerme. Tengo miedo.

Los conductores somos prisioneros de las eventualidades, de los encuentros desagradables, de las sorpresas, de los accidentes y las pérdidas.

Los imprevistos son la pesadilla que amenaza a los camioneros, incluso, a los más avezados, que nos aventuramos con más necesidad que buena voluntad a los caminos y tragamos asfalto, respiramos polvo, acompañamos al día en su largo recorrido y seguimos sobre la carretera en el momento en que el sol se marcha y salpica de ocres y rojos encendidos los cielos con un adiós de sangre.

Los camioneros permanecemos en el camino y conducimos sin detenernos a la misma velocidad, incluso, cuando se apagan los colores contra la amenaza de violentos violetas y se inician otros contratiempos con la llegada de la noche.

Yo prefiero conducir de noche, pero el país y mis necesidades económicas no me permiten escoger los momentos para viajar. El día y la hora de transportar la carga no me pertenece, el dueño de mi tiempo es otro, otro quien impone las condiciones que yo acato y obedezco.

Al recibir la llamada para un nuevo trabajo, los conductores aceptamos el encargo en silencio, estamos siempre disponibles, una negativa implica perder la oportunidad de cargas futuras, esa es la primera condición de ese acuerdo tácito entre el camionero y quien lo contrata. La segunda condición es no indagar sobre la carga, nuestro trabajo es transportarla y entregarla según las indicaciones recibidas de antemano. La tercera condición es viajar sin acompañantes, tenemos prohibido tomar pasajeros en el camino.

Estas normas son nuevas y las dicta el dueño de la compañía que reparte las cargas, un General de la República que exige su estricto cumplimiento. Los negocios son ahora de los militares, son ellos quienes tienen las conexiones y las oportunidades abiertas. Nosotros, en cambio, dueños de los camiones y de la voluntad de manejarlos, prestamos un servicio independiente. El General, al pagar por nuestros servicios de transporte, compra, además, nuestra obediencia ciega.

Aquí se vive sobre un polvorín, entre sombras permanentes que impiden ver el próximo paso. Lo que consideramos válido, confiable y seguro hoy, mañana puede ser todo lo contrario, la justicia dejó de ser el marco de la ley y estamos completamente indefensos. Sin ningún temor a exagerar: ¡Estamos a la buena de Dios!

Antes podíamos viajar de noche y aprovechar el fresco de las horas y el escaso tráfico, pero hoy no es aconsejable, es una temeridad. Los camiones sobre la carretera despiertan sospechas e iluminan en las carencias, en el filo de la necesidad, las malas ideas. Los camiones transportan comida, alimentos, productos necesarios que ahora faltan y su costo se ha disparado, al viajar de noche, sin la protección de la luz, en algunas personas toma entonces cuerpo el oscuro pensamiento de provocar un accidente y sin importarles la vida del camionero vaciar el camión. El hambre es mala consejera.

Ahora los camiones son cargados bajo rudimentarios códigos de silencio, en galpones clandestinos, con determinadas medidas de seguridad, protegidos por un contingente de hombres uniformados pertenecientes a las fuerzas armadas.

Esta mañana a las siete me presenté con mi camión para un viaje. A las ocho ya estaba la carga dispuesta, un candado nuevo cierra las compuertas y no me dan la llave. La ruta, las paradas previstas y obligatorias, el destino final, los encontré dentro de un sobre en el asiento del copiloto.

Son aproximadamente nueve horas de viaje desde Caracas hasta Punto Fijo, las cinco de la tarde es la hora fijada para la entrega de la carga, al finalizar esta jornada lo recomendable es dormir en Punto Fijo y regresar al otro día.

Espero tener la suerte de llevar alguna carga de vuelta y completar un viaje redondo.

Al mediodía pasé por Puerto Cabello, desde lejos vi el Castillo de San Felipe, allí estuvo Miranda preso, al precursor de la patria lo mantuvieron encerrado en ese castillo antes de ser enviado al penal de las cuatro Torres, en San Fernando de Cádiz.

Otra quizás sería nuestra historia, sí ambiciones ajenas y la mezquindad de muchos no lo hubieran arrinconado a una capitulación y luego, sobrevino la denuncia y la entrega de sus propios compañeros de armas al enemigo.

Desde esa primera República hasta hoy, la envidia, el resentimiento y las ambiciones han reencarnado en otros libertadores y nos han conducido a la desgracia de esta encrucijada.

Una vez en el Museo de Bellas Artes me detuve frente al cuadro pintado por Arturo Michelena: Miranda en la Carraca. A mi lado, alguien comentó sobre el academicismo venezolano y la técnica de escorzo utilizada, nunca supe de qué se trataba, pero la imagen pintada me conmovió.

Miré con detenimiento la tela, los colores, el cuerpo abandonado en el camastro, el desorden de la peluca y luego, casi en un descuido, sus ojos me miraron fijamente y me invadió la desesperanza, un soplo de desaliento me erizó la piel, el desánimo me aflojó la sangre y recuerdo que pensé:

Duele más el engaño y la cobardía de los compañeros, que la prisión.

Pasadas las dos de la tarde llegué al lugar previsto, una estación de gasolina y un restaurante de carretera, aquí pongo combustible y me sacudo el agobio con un almuerzo contundente. Atiendo primero el camión y lleno el tanque de gasolina, al comer no le quito los ojos de encima al camión, cuido mi única y más valiosa propiedad. En un pestañear dos extraños se bajan de otro auto, dan una peligrosa ronda y uno de ellos intenta abrir mi camión, robarlo. Sin terminar de comer me levanto y corro dando gritos, los hombres sacan unos pistolones, me quedo a mitad de camino petrificado, se oyen disparos, los hombres caen al suelo, seguramente muertos, la sangre se escurre entre las grietas del asfalto, el carro que los trajo hasta aquí huye a toda velocidad.

Un desconocido se acerca y me dice.

-Arranca el camión-. -No te detengas en ninguna parte hasta entregar la carga-. -Te marcaron-. -No te preocupes-. -Estás protegido-.

Con temblores y mucha dificultad enciendo el motor de mi camión y retomo el camino, dejo atrás la bomba de gasolina, a los muertos y también las preguntas. Me acompaña el susto y no me atrevo a pensar cual es la carga que voy a entregar.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
08-11-2021 14:16

SOBRE EL TEMA "LLUVIA".

RENACER BAJO LA LLUVIA.

Quizás sea Alejo Carpentier el autor hispanoamericano que con más intensidad ha descrito el fenómeno de la lluvia en los trópicos; el episodio que narra en “El siglo de las luces” es verdaderamente estremecedor. Nosotros, los urbanitas de las zonas subtropicales, no tenemos oportunidad de asistir a esos desastres naturales. Se nos acerca, aquí en el Mediterráneo, algo parecido con el fenómeno de las “gotas frías”, hoy llamadas “danas” por los metereólogos. Pero
no son ni asomo a aquella violenta manifestación de las lluvias tropicales. Aunque impresionan y causan sus estragos.

Yo he vivido en primera persona algunos episodios de lluvia que me dejaron impactado; durante mis andanzas camineras en mi juventud sufrí una torrencial lluvia en la llanura de Teruel. Otra, que me impresionó más, fue en plena carretera de subida al Pirineo, en la que al carecer totalmente de visibilidad tuve que parar el coche en medio de la carretera y pedir con mis escasos recursos de fe a algún santo que no viniese ningún camión en sentido contrario. Y entre estas experiencias personales y las lecturas de Alejo Carpentier he podido pergeñar estas líneas sobre el tema de la quincena.

Aquel otoño fue especialmente lluvioso. Por esa razón la búsqueda de exteriores que estábamos haciendo para nuestra próxima película se alargó mucho más de lo previsto. Perdidos en recónditos parajes de aquellas serranías, a los que las incesantes aguas daban un aspecto mucho más espectral y misterioso, estábamos casi dispuestos a pedir a los nativos que organizasen algunas preces y rogativas para que el sol volviese a lucir. Pero pensamos, no sin lógica, que siendo como éramos unos intrusos en aquellas duras tierras, nuestra intromisión en sus tradiciones para impetrar de las divinidades algún cambio en sus impredecibles planes podía ser considerado un sacrilegio. Porque posiblemente aquellos persistentes aguaceros eran consecuencia a su vez de otros ruegos y sacrificios a los dioses correspondientes, muy otros de los que en nuestro descreimiento podíamos adorar, que no entenderían, desde su sobrenatural perspectiva, la caprichosa mutación de su solícita atención.

Así que, aceptando con estoicismo los imponderables designios de la Naturaleza, nos refugiamos en la lectura de viejos libros, una excepción casi impensable en aquel remoto poblado tropical. Pero la previsora cautela de Lucy, nuestra script, que por su experiencia pudo intuir algo parecido a lo que nos estaba sucediendo, hizo que sorprendentemente, en algún rincón del escueto equipaje que las autoridades nos permitieron acarrear al poblado, apareciesen obras de Carpentier, de Lezama Lima y otras que serían consideradas menos ortodoxas en una posible inspección y control de nuestras actividades. La lectura del pasaje de la tormenta en “El siglo de las luces” hizo que las lluvias que soportábamos pareciesen simples sirimiris (1) frente a la crudeza y fantástico realismo de aquellas otras que arrasaron el poblado donde Carlos y Esteban, junto a Sofía, trataban de encender la hoguera de las ideas revolucionarias en aquellas islas perdidas, que parecían reservadas por Dios, su Creador, como alegres castañuelas para sus juegos y desahogos. A cambio del desastre del calendario planificado, nuestro camarógrafo pudo obtener magníficas fotografías de la lluvia torrencial, de las cabañas de techumbres de palma abatidas bajo aquellas masas de agua; la vertiginosa altura de ciertas especies de árboles propiciaba espectaculares tomas que después, ya en Europa, causarían la admiración de los espectadores. No sólo ofrecían aquellas exóticas tierras sus paradisíacas playas y una vegetación exhuberante, según ilustraban los artificiales folletos publicitarios, sino rincones tenebrosos que todavía parecían guardar los arcanos indescifrables a los que nosotros, extranjeros, pretendíamos acceder.

La simbiosis de aburrimiento y curiosidad nacida de la ya larga estancia en aquellos parajes, abruptos y lejanos, hizo renacer en el equipo, como si fuésemos productos naturales, hijos o frutos aborígenes de estas tierras, los instintos primitivos que latían, fuertes y soterrados, en nuestros espíritus, iniciándose una especie de proceso de aculturación: las bellezas de los nativos, sus costumbres inalteradas, la naturalidad de sus comportamientos enraizó con violencia en nosotros. Pronto de aquellas figuras femeninas emergieron encantos insospechados para nosotros, varones amoldados a otros patrones antropomórficos; los hombres aparecieron bajo una nueva luz como seres deseables ante los ojos de las mujeres del grupo; las comidas mostraron aromas y sabores que poco antes nos perecieron repulsivos. En definitiva, el concepto de “salvaje” desapareció de nuestro ideario occidental y pronto el mimetismo más radical nos hizo ser como “ellos”.

Ya no hacía falta rodar ningún film. O si se rodaba, por aquel sentido del compromiso comercial que aún quedaba en nosotros, desde luego incluiría secuencias que no figuraban en el guión inicial, escrito desde una imaginación estereotipada y en despachos con güiski y aire acondicionado. Mientras la lluvia, tenaz, insaciable de tierra, seguía cayendo. Pero para la mayoría de nosotros ahora era un regalo de aquellos dioses que parecían habernos acogido entre los suyos.

(1) Sirimiri.- Llovizna menuda y persistente que se da en algunas regiones del norte de España. Se conoce también como orvallo, o “calabobos” en zonas mas meridionales.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
05-11-2021 20:22

La fuerza de un pinta labios

Este texto se escribió en el 2018 en medio de los asesinatos cometidos por Ortega y Murillo contra el pueblo nicaragüense. El próximo domingo se celebran elecciones en Nicaragua, el dictador ha encarcelado a sus opositores y las elecciones se convierten en una farsa ilegítima y no son reconocidas, se publica el texto para recordar, que las dictaduras celebran elecciones sin garantías.

Arriba, en un cielo limpio de nubes y amenazas, en el pálido azul, los colores del arcoíris cubren el miedo que permanece agazapado bajo la piel, escondido en los pliegues de las arrugas, mimetizado en los cabellos grises, oculto en los sesenta y ocho años de sobresaltos riesgos y alegrías que ella ha vivido en Nicaragua.

Es imposible no tener miedo hoy en Nicaragua. Cientos de muertos, miles de heridos, un número impreciso de detenidos y desaparecidos certifican el miedo. En este pequeño territorio de Centroamérica, por portar la bandera azul y blanca, la genuina identidad nica, te conviertes en enemigo de la patria, en objetivo de una bala. Ortega y Murillo han ordenado disparar a matar, perseguir, encarcelar, desaparecer. Copian los gestos del dictador, que ellos ayudaron a derrocar cuarenta años atrás, imitan el paredón de los Castro, en Cuba, los asesinatos de Chavez y Maduro en Venezuela.

Desde hace cuatro meses esta mujer cercana a los setenta años se declaró autoconvocada y a pesar del miedo a la violencia de los policías, del terror que causan las turbas armadas, marcha en las calles de Managua junto a miles. Su grito se une al coro que desnuda esta nueva dictadura ¡Ortega y Somoza son la misma cosa!

Marlén Chow sigue los impulsos de las dos corrientes ancestrales impresas en su sangre. Su madre es nicaragüense, miskita, un grupo étnico indígena, matriarcal, descendientes de los chibchas. Su padre es chino.

Dos franjas de agua distintas descubren su horizonte abierto, dos oleajes desiguales terminan su viaje en playas de arenas diferentes. Una es dorada, del Norte del Caribe, allá en Alamikangban en donde nació y la otra es oscura y volcánica, la de la laguna de Tiscapa en Managua, a donde llegó antes de los veinte años a estudiar sociología.

Tropezó con dos dictaduras y ha tenido la obligación de desafiarlas a ambas. La primera a comienzos de su juventud. El dictador de ese momento era Anastasio Somoza. La segunda dictadura la alcanza en esa raya oblicua de los setenta años. El dictador de hoy es Daniel Ortega.

Enfrentar el miedo es una labor ordinaria y obligada en este ejercicio de resistencia pacífica, no hay tareas menores. Pequeñas acciones se convierten en proezas, personajes anónimos realizan hazañas y se convierten en héroes sin nombre. Ella misma se convirtió sin pensarlo, obligada por las circunstancias, en un símbolo de resistencia femenina y pacífica.

El 14 de octubre, Chow está nuevamente en las calles, exige junto a miles de autoconvocados en Camino de Oriente, Managua, la libertad de los presos políticos. Aparecen las turbas armadas del Frente Sandinista y se inician los disparos, llueven bombas lacrimógenas. Intenta escapar, pierde el sentido de orientación y su carrera la lleva al inicio de una subida imposible de escalar para el conjunto de sus años, el aire no le alcanza, le fallan las piernas, le faltan pasos. La detienen.

Junto a decenas de mujeres la llevan al cuartel de policía. Marlén Chow sabe que no debe y tampoco quiere presentarse vencida ante el enemigo, la cárcel no es derrota y antes que nada es mujer. Conserva aún su lápiz labial, se pinta los labios de rojo y lo entrega a las otras prisioneras, es una fórmula oculta contra el desánimo, una venganza contra sus opresores y la bandera roja y negra que los identifica.

Un oficial de policía, con la insolencia que otorgan las armas, con el desprecio que el poder confiere, pregunta de qué partido son y quien les paga para manifestarse contra el gobierno. Marlén Chow contesta. -Soy de la Asociación de mujeres Nicaragüenses Pico Rojo-.

Desde un celular anónimo se transmite la respuesta, se viraliza. Labios encendidos en rojo, de mujeres y de hombres alrededor del mundo, incluso, de personajes públicos reconocidos, se toman las redes sociales y exigen la libertad de los presos políticos de Nicaragua, el cese de los asesinatos y la renuncia de Ortega.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
05-11-2021 19:10

Desacuerdo

Tiene la piel tan delgada que una diferencia de opinión lo hace perder el juicio. Él afirma que no es la opinión lo que molesta. Que el tono de las palabras lo hiere, que el gesto es una afrenta y que la hora es impropia.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
02-11-2021 17:53

Caricatura de Rayma o Un Instante Insólito

Mi madre tiene 90 años cumplidos, es firme en sus convicciones e inflexible en sus decisiones, ha tomado todos los riesgos y vive sola. Está determinada a operarse, yo digo que para vivir más, ella afirma que para vivir mejor, esta es una incógnita que no intento resolver.

En estos últimos tiempos le ha visto la cara de cerca a la muerte y no se arredra, mantiene con terquedad la osadía de entrar a un quirófano en Venezuela, ella, que conoce los peligros que enfrenta, que conoce de primera mano que hay ausencia absoluta de los implementos necesarios para acometer ninguna intervención, ni siquiera una cura de emergencia es posible acometer con alguna seguridad, lo único que abunda es la sangre de los inocentes regada en las calles y esa no le sirve al Banco de Sangre.

Mi hermana entra en pánico, es la única que está cerca y como todo al que le ha tocado ir a una clínica, sabe que en Venezuela la firma roja de un déspota ha declarado la muerte al sistema de salud y en todo el territorio nacional. Avala la corrupción, la incompetencia, la violencia, la inseguridad, la impunidad. El genio de Raima lo grafica en su última caricatura antes de ser despedida del diario El Universal.

Aterrorizada mi hermana llama a mi hermano menor para que acuda en su auxilio en este delicado momento, que la acompañe en este trance; que esté allí en la sala de espera aunque sea en silencio, o también, si fuera necesario, para correr en cualquier dirección a buscar lo que haga falta, porque en las clínicas se trabaja con las uñas y la escasez es congénita con este proceso que lideran los cubanos, la escasez, las carencias, el hambre como otra forma de dominación. Mi madre carga a cuestas 90 años y a estas alturas el cuerpo no espera mucho para despedirse, para abandonar este mundo.

Mi hermano contesta con un hilo de voz apenas audible desde la cama, entre los sudores de la fiebre de chikungunya, epidemia que azota todo el país y a valencia con fuerza. Estas fiebres intermitentes lo mantienen en un sopor desde hace una semana y los huesos se resisten a permanecer en pie y a cualquier movimiento. Está sujeto a las alucinaciones provocadas por esas calenturas, su esposa y sus hijos se multiplican para atenderlo, se dividen en búsqueda incesante de patas de pollo, para las sopitas reconstituyentes, se turnan entre atenderlo y hacer la cola en el mercado, a ver que pueden encuentrar para alimentarlo, para curarlo. Con resignación y comiéndose la rabia colocan su huella digital para poder comprar lo que consiguen, bajan los ojos para que no les vean lo encendido de la ira al pensar: no hay derecho para tamaña vejación.

Obligada por las circunstancias, por lo adverso del momento, por el tránsito de esta angustia, mi hermana llama a la mayor de todos nosotros, que vive en el interior del país y ya carga con setenta años cumplidos y está dedicada a los nietos y al marido. Quiere pedirle que venga una semana a su casa, que apenas son cuatro horas de viaje hasta Caracas. Nadie responde el teléfono, insiste y ahora más preocupada por mi hermana que por mi madre, con la angustia que le come la garganta llama a una de las hijas de mi hermana y con una pesada resignación la sobrina le comenta que el río Turbio se desbordó, se llevó el único puente que los comunica, que al pobre puente lo abandonaron sin mantenimiento desde hace 14 años, que su mamá tiene tres días aislada sin agua, sin luz, sin teléfono; pero que parece que están vivos, que ella está esperando que bajen las aguas para poder entrar a la urbanización porque en Defensa Civil están ocupados atendiendo emergencias en Cuba y en África y nuestra gloriosa Guardia Nacional está combatiendo contra el Imperialismo en el medio Oriente, apoyando a Hamass en Palestina, persiguiendo mujeres sin Burka en Irán.

Mi hermana está a punto de gritar lo único que se le ocurre, esa frase aprendida desde niños y dirigida al dictador “EL ---- DE SU MADRE”
Me llama por teléfono desesperada a Santiago de Chile, se atropella con las palabras, con la impotencia que la arrincona, pero ella se resiste en la frontera de acciones desesperadas. Mi hermana dominada por la impotencia y la cólera, me explica a los gritos este insólito instante que le tocó vivir sola, sin apoyo. Va hilando una tras otra las cuentas de esta letanía de eventos insospechados, finalmente antes de que se le quiebre la voz grita ¡Puede fallar la luz en el quirófano! Contiene la rabia, se traga la desesperanza.

Aparentemente calmada, en otro tono, comenta sin cinismo, uno por uno, los pasos que conforman el drama que vive a diario quien necesita atención médica:

Necesitas llevar la aguja para cerrar la herida si te cortaron o dispararon en un atraco. Es más fácil que te asalten, que conseguir aceite, o una aspirina. Muchas personas que han podido comprar las agujas las llevan en sus carteras para no morirse de mengua sobre la camilla.

Finalmente mi hermana guarda silencio y en ese momento trato de llevarla nuevamente a la calma, recomponerla, sí eso es posible y con determinación le informo que voy a comprar un boleto y salgo de inmediato para Venezuela, que no la dejaré sola en esta encrucijada. Te llamo luego, digo y cuelgo el teléfono.
Soy un iluso, o quizás simplemente uno que no vive el día a día del venezolano. Me enfrento a una realidad desconocida, a la crueldad de la dictadura que no deja rendijas y choco contra un escenario brutal, que me desconcierta.

La mayoría de las líneas aéreas suspendieron sus vuelos porque el gobierno no les ha cancelado más de cuatro mil millones de dólares que les adeuda, no hay vuelos, las pocas líneas que vuelan no tienen cupo, no hay boletos. No puedo ir y tampoco se puede salir de Venezuela cuando se quiere, estamos a la deriva, o simplemente a la buena de Dios, en las perversas manos del dictador.

Llamo de vuelta a mi hermana descorazonado, la llamo sin saber que decirle y al oír mi voz advierte el desconcierto. Mi hermana me ahorra los detalles de las gestiones fallidas y no me deja explicarle lo que ya sabe y sufre en carne propia y dice con todo el peso del país encima: Colgaste el teléfono antes de que pudiera explicarte que no hay boletos para Venezuela y que si consigues llegar no tienes ninguna seguridad de poder salir del país cuando quieras, que las reservaciones no valen nada, que en Venezuela no hay seguridad, legal, ni jurídica, ni personal, que se entra bajo el propio riesgo del pasajero.
Agradezco el detalle y su comprensión, termino diciéndole en un intento desesperado por darle aliento: recuerda que mamá tiene sus mañas, que está protegida de los males terrenales por sus ejercicios espirituales, que justamente decidió operarse mientras los muertos están de fiesta y así pasar inadvertida y salvar la vida.

Finalmente, nos reímos un rato en buen venezolano de nuestras propias miserias, de nuestras sublimes desgracias. Cuelgo el teléfono y escribo este texto y me entrego en oración permanente hasta que mi madre salga del quirófano.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
01-11-2021 15:02

La farsa del siglo

En apoyo a la marcha convocada para el 15 de noviembre de 2021 por el pueblo cubano contra la dictadura y para todos aquellos que aún permanecen deslumbrados con las luces de la impostura.

Un hombre de barba irregular toma por asalto un pedazo de tierra y expulsa a otro hombre que imponía supuestos desarrollos. Este acto es el principio del gran engaño, de la farsa del siglo. La verdad, este momento marca el inicio de la destrucción despiadada de los valores elementales del hombre y mantiene a una isla en el ojo de los huracanes de la perversidad sin límites del apellido Castro.

El barbudo impone una patraña con sangre inocente, impulsa la mayor farsa que el mundo ha presenciado, se tejen mantos de mentiras y la gran estafa toma cuerpo, invade subrepticiamente el pensamiento de notables personajes, los subyuga, les venda los ojos con quimeras y terminan por aceptar y defender la ignominia, la destrucción, la violencia encarnizada contra indefensos individuos en nombre de una supuesta idea de libertad, se instaura una dictadura.

El engaño se dispara con certera puntería a los cuatro puntos cardinales, se utilizan métodos probados por oscuros personajes alemanes y la guerra fría ayuda a su desvarío, la imagen construida en laboratorios de propaganda logra envolver al globo y obliga a tomar partido entre dos bandos.

El hombre mantiene la barba como un símbolo y se disfraza de verde olivo, se coloca estrellas por batallas jamás peleadas, superpone tretas y trampas, ocupa lugares que no le corresponden, arma enredos en África, embrollos en América, en una isla que apenas se sostiene siembra cabezas nucleares y por arte de la propaganda un déspota, un tirano con falsos discursos, con invenciones, con engaños y simulaciones, se convierte en el mensajero de la paz, en un mito, en el adalid de un hombre nuevo.

Amparado en quimeras, en ficciones, en simulaciones, falsifica la verdad y se convierte en el fraude del siglo. Los años lo consumen, el símbolo que fue la barba pierde color y se torna en un blanco decadente y sucio, los ojos que alguna vez brillaron entre los fogonazos de las cámara fotográficas, ahora sobresalen de sus órbitas y parecen los de un poseso, el verbo que fue vivo sucumbe ante enormes vacíos y abruptos silencios, se hace incontenible el temblor de las manos, el cuerpo firme que vistió un uniforme militar que nunca le correspondió, se ha encorvado y los huesos apenas soportan buzos deportivos de marca registrada, importados, en un lugar que tiene prohibido a sus habitantes su consumo.

La recia voluntad con la que sometió a sus amigos y a enemigos, es finalmente doblegada por los años. No se puede terciar contra la edad, contra el invencible tiempo. No hay forma de falsear lo que consume el ciclo, no hay artificio que logre disimular la decadencia. El ocaso se hace presente y el inevitable plazo se cumple.

A los noventa años no se puede ocultar el deterioro de la carne y finalmente muere al lado de su familia, mucho más de lo que le concedió a sus compatriotas, a los ciudadanos sometidos por la fuerza del hambre y el paredón.

Quienes han mentido durante tanto tiempo no pueden dejar de hacerlo y una vez más se prepara otra comedia, otra parodia. Sobre el misterio de la muerte, una bufonada, un simulacro para dolientes enceguecidos y obligan bajo un sol inclemente a largas colas para rendir tributo a una jarra mortuoria vacía.

Las cenizas de quien fue en vida un puntilloso personaje, según su propia decisión, serán esparcidas sobre el mar, sobre unas coordenadas establecidas de antemano por el gran déspota. Entre la bruma de la madrugada, en la mitad de las aguas, en la proa de un lujoso yate que le pertenece, se preparan para ejecutar la maniobra y cumplir el último deseo de un autócrata. Pero Yemayá, la Diosa madre lo impide, no permitirá que contaminen sus aguas con ese veneno y levanta olas enormes, se encrespan de espuma las aguas, el yate se convierte en un cascarón sin gobierno y a un instante de zozobrar aparece Oggun con su machete en la mano, toma el ánfora y desaparece en un torbellino hacia los montes, de dónde salió este hombre un día y durante cincuenta y siete años atroces, pisoteo con desprecio, amparado en el engaño y en la fuerza, todos los derechos de los ciudadanos cubanos.

Patria, vida y libertad.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
01-11-2021 15:02

Es una realidad terrible, como tantas otras que vivimos y que somos los hombres quienes la generamos. Escriberemos también sobre la belleza que el hombre es capaz de generar, que hay para todas las miradas.

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