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Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
26-10-2021 21:33

Relato Rayuela 2ª quincena octubre 2020

SOBRE LA DROGADICCIÓN Y SUS CONSECUENCIAS.

MI SEGUNDA OPORTUNIDAD
La verdad es que para el tema de esta quincena no tengo, como creo que nos pasa a todos, experiencia directa, ni siquiera referencias de conocidos o familiares que hayan estado afectados por esta dolencia. Porque, eso sí, creo que la drogadicción, sea cual sea la causa de su origen, degenera en un estado patológico que afecta a la persona física y mentalmente.

Así que ante la falta de experiencia, personal o de alguien próximo, he recurrido a la creación literaria, inicialmente a la ajena para que sea una posible fuente de la mía. Thomas de Quincey, en su opúsculo “Confesiones de un inglés comedor de opio” y, naturamente, Carlos Castaneda con su “Las enseñanzas de D. Juan” he tratado que me sirviesen de fuente de inspiración.

Y ellas me han llevado a la drástica decisión de personalizar la experiencia: ser yo, hacerme con los riesgos que ello conlleva un consumidor de droga. Puede que, como en la novela de Stevenson “Dr. Jekill y Mr. Hyde” aparezca en mí esa doble personalidad que arruine esta última parte de mi vida. Así que fácilmente he adquirido algunas porciones de hachís marroquí que empezaré a tomar discretamente y analizar sus efectos en mí.

Hoy, sábado, después de una plácida comida, sin otras preocupaciones he fumado la primera dosis.
Previamente había preguntado a mi proveedor (que es a la vez mi peluquero, un marroquí joven afincado en el pueblo) sobre los efectos que sentiría. Yo sabía por los libros de Castaneda que el peyote producúa alteraciones graves y que había que tomarlo bajo la dirección de un experto: el yaqui D. Juan en su libro. Pero el peyote es un alucinógeno mucho más potente que el hachís.

Así, despues de mi primer “canuto” sólo sentí una especial sensación de bienestar, placidez y soñolencia. Nada especial. Poco a poco; a medida que iba habituandome en este consumno empecé a perfilar nuevas sensaciones, más profundas y a la vez más agradables. Pero, al mismo tiempo sentía una mayor adicción a aquellos placeres. Algo parecido a la alcoholización. Decodí experimentar con una droga más fuerte y de más difícil acceso: la coca.

Conseguí, no en el pueblo donde su compra es imposible, sino en la gran ciudad unas dosis de coca: el asesino blanco. Me explicaron cómo extenderla en líneas cortas y rectas y cómo aspirarla con un sencillo tubito a través de las fosas nasales. Yo lo había visto ya en alguna película, pero esta nueva experiencia me produjo, antes de realizarla, una fuerte excitación nerviosa.

Aspiré la primera “raya” y me dejé llevar. Un universo de formas y colores inéditos para mí se abrió en mi alterado cerebro. Totalmente sin fuerzas, mi cuerpo laxo y sin voluntad, era llevado en olas de color entre nubes de formas excitantes. Cuando me recuperé pude apreciar que aquello sí era diferente; aquello abría en mi mente unas dimensiones y unas sensaciones que nunca había imaginado. Mis potencias artística alcanzaron cotas insospechadas; imágenes insólitas aparecieron en una danza a veces suave que se transformaba en frenética sin motivo aparente. Necesitaba saltar, correr, alcanzar objetos inexistentes... Pero mi pobre y anciano cuerpo no respondía.

En una nueva experiencia recuerdo que una mujer de cuerpo exquisito se me ofrecía insinuando placeres nunca disfrutados. Con un insólito frenesí me uní a ella. Pronto aquellas carnes mórbidas y placenteras se volvieron una como especie de masa gelatinosa y fría que me envolvía axfisiandome. Yo era un insecto atrapado en una cápsula elástica y poderosa que me impedía liberarme de ella. Ya no había mujer complaciente; sólo un monstruo de ojos brillantes.

Sentía que cada vez era más fuerte mi dependencia de aquella blanca amante y que ésta me absorbía más y más. Los vuelos junto a ella eran cada más caóticos, más irreales, más convulsos y dañinos. Caídas vertiginosas por abismos sin final. Animales monstruosos acechantes. Caminatas sin sentido por piasajes y ciudades tenebrosos, aullidos, lunas de sangre... No eran alucinaciones plácidas como aquellas del hachís. Y sin embargo la llamada de la coca era cada vez más apremiante, más insidiosa; mi estado de felicidad dependía del cumpliento con aquella amante insaciable. Me parecía haber iniciado un camino de no retorno y eso me aterrorizaba. Empecé de nievo a consumir hachís como posible antídoto, ero era inútil: los síndromes de abastención de la coca eran cada vez más fuertes y frecuentes; no podía superarlos y una y otra vez reincidía en su consumo.

Por otra parte mis compromisos laborales y mi posición de padre de familia me impedían una solución radical, un período de retiro en el que pudiese superar aquella insostenible situación. Mi esposa era conocedora en parte de mi drama, ese drama que nos afectaba a toda la familia. Tendría que empezar por ella, informarla de la magnitud de la catástrofe. Hablamos; hablams mucho y a corazón abierto y encontré en ella mucha más comprensión y ayuda de la que esperaba. Verdaderamente en ciertas ocasiones críticas es cuando alcanzamos a conocer el valor de quienes acompañan.

Mi esposa ocupa un puesto directivo en una determinada empresa aseguradora. A través de ella y sus contactos médicos conseguí ayudas e información para retirarme a un monasterio de clausura que tenía establecido un programa de ayudas para personas como yo. Cancelé mis compromisos profesionales (afortunadamente nuestra situación económica no presentaba urgencias para mantener unos meses las finanzas de la familia) y aquí estoy; ocupando una celda en un apartado monasterio, en el que, a pesar que podría tener ciertas dispensas por mi condición de seglar, observo toda la disciplina que impone la vida monacal a sus congregados. Es una especie de disciplina que me autoimpongo por ese comportamiento que ha estado a punto de arruinar varias vidas, además de la mía. Una vida dura la de estos buenos monjes, austera y sacrificada como debiera ser en alguna manera la vida que debiéramos llevar en la vida civil.

Creo que saldré de esta, gracias a mi compañera, a mis hijos y a estos religiosos que me han admitido sin el menor cuestionamiento como uno más en su congregación. Es, desde luego, un punto de inflexión que, con toda certeza, va a cambiar muchas cosas de mi vida; requiere una reflexión general y ahora estoy empezando a hacerla.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
24-10-2021 17:00

Mi aportación para esta segunda quincena de octubre.

TEMA: DROGADICCIÓN Y SUS CONSECUENCIAS

RITUAL

El silencio impregnaba la noche. Nada se movía. Negras nubes ocultaban las estrellas. Entre el frío manto, la luz fantasmal de la luna llena, se filtraba por pequeños claros en forma de tenues rayos que se proyectaban sobre la gran urbe. Colisionaban contra los más altos edificios, sobre las torres titánicas de las iglesias y los monumentos más colosales. Se precipitaban contra el asfalto como centellas mortecinas destinadas a perecer. Pero antes de morir bajo las sombras de los gigantescos edificios, se mezclaban con la escasa luz de la ciudad. Se mezclaban y se fundían en ella para recortar el contorno inmenso que separaba la urbe de la lobreguez de sus alrededores.

Pero no sólo en el exterior anidaban las tinieblas. Entre las estrechas callejuelas que se cruzaban en laberínticas formaciones, la oscuridad nacía del suelo. Se aferraba a los pies de los edificios y se ceñía a ellos. Se agarraba fuerte para escalar como depredadora de la exigua luz, hacia los techos más bajos y desamparados. Sin cortesía, se colaba por cualquier resquicio, por cualquier rendija o ventana abierta, asaltando la tranquila seguridad de los hogares, ignorando la intimidad de sus moradores, despreciando a las gentes que en ellos habitaban.

En esa atmósfera de oscuridad, una silueta humana salió de una puerta que se abrió y cerró en un instante, sin dejar ver lo que había en el interior, y cayó pesadamente contra la dura piedra de la lúgubre calle. Se oyó un sonoro chapoteo del agua de un charco alimentado por la fina lluvia que no dejaba de caer. Tardó en levantarse. Sus movimientos se mostraban pausados y la debilidad de sus piernas se acentuaba en cada paso. Corrió sin dejar de mirar atrás, en dirección a la luz de una puerta que emergía entre la oscuridad, en los bajos de un edificio tan negro como la noche.

A sus espaldas, se oyó otro chapoteo uniforme, que precedió a un silbido posterior. Un silbido como el del viento, pero no tan fluido, sino que se parecía al disparo de una pistola, y poseía una cualidad amenazadora que se transcribió al movimiento aún más frenético de las piernas de la asustada silueta. A lo lejos, la puerta se reveló entreabierta, dejando escapar un suave halo de luz que se difuminaba en la barrera casi sólida que proyectaba la oscuridad.

La encorvada silueta aceleró aún más el paso, sollozando y gimoteando de agotamiento. Mientras corría escuchó pasos acelerados a su espalda, que resonaban en el silencio de la noche. Y fue tan grande su confusión, que tropezó, cayó y no se pudo levantar. Escuchó muy cerca de él varias palabras que no entendió, y antes de que pudiera escapar, ya le habían cogido por los brazos y le habían levantado.

Apresuradamente, lo introdujeron a través de la puerta que se cerró casi al instante. No tardó en percibir, mientras una gran bocanada de aire salía impulsada por su boca, que lo aferraban con fuerza y se aseguraban de que la puerta estaba bien cerrada. Él no estaba tranquilo. Se notaba en sus gestos. Corrieron en dirección a la procedencia de la luz, esquivando muebles y utensilios dispersos por toda la estancia.

Voces estridentes y gritos desenfrenados que se mezclaban en una insoportable cacofonía, asaltaron sus oídos. Sus ojos sufrieron una ceguera repentina, al recibir de golpe un flujo de luz lanzada por múltiples focos. Su cabeza se mareó y pensó que le iba a estallar. El redoble de palmas de un millar de manos brotó vertiginosamente en su mente, lanzando una rauda cadencia que atormentaba los oídos del joven que ahora se veía atrapado en una situación que no podía entender.

Poco a poco, sus ojos fueron recobrando la visión, y entre ese sonido bullicioso casi abstracto de un millar de manos golpeándose sin cesar en su cerebro, pudo descubrir una sala semejante a un teatro, en el que los actores vestían atuendos extraños cuyos gorros apenas dejaban ver sus ojos. Intentó zafarse de las manos que lo sujetaban, pero le fue imposible. Ni con todas sus fuerzas pudo quebrantar la fortaleza de aquellos robustos brazos. Entonces, de detrás de una cortina, surgió una figura ataviada con ropa oscura. Su rostro estaba oculto bajo una capucha que mantenía su expresión en el anonimato. La intensa luz se fue apagando paulatinamente, hasta que sólo quedó de ella una frágil luminiscencia que envolvía los cuerpos de los actores, creando una imagen fantasmal.

Los artistas sobre el escenario iniciaron una danza alrededor del paralizado joven. Su mirada frenética, se movía de un lado a otro observando con expresión enajenada, unos movimientos extraños que proyectaban formas decididas a poseerle e invadir su mente. Al ritual se le unieron más figuras ataviadas de igual modo, precedidas por la figura con ropas oscuras que portaba un extraño artilugio en sus manos que le produjo mucho miedo. En ese momento, el joven aterrorizado, con todo su cuerpo invadido por temblores, trató de huir acompañando sus intentos con gritos de socorro. La mente del pobre muchacho se colapsó.

No sabía qué hacer, no tenía fuerzas ni voluntad para luchar. Imágenes grotescas que no podría describir ante un psiquiatra, asaltaron su visión. Una indescifrable sucesión de sibilinas imágenes que lo arrastraban hacia la intensa oscuridad. Y al límite de la cordura, su mente se sumió en el terror más absoluto y perdió el conocimiento.

Abrió los ojos en una cama de hospital. Vio dos figuras difusas que poco a poco se fueron revelando. Eran sus padres. El médico les avisó de que a su hijo lo habían ingresado en urgencias, con una herida de bala en la espalda y una sobredosis de heroína, y temía por su vida.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
22-10-2021 18:55

Iguales

Con las primeras luces de una mañana incierta, en el minuto señalado, el fabulador y el bergante toman agua. La chorrera de agua baja de una montaña próxima y corre sin detenerse por un cauce sonoro de piedras blancas. Los dos hombres no se conocen, jamás se han visto, llegaron a la corriente de agua desde caminos diferentes, causas distintas motivaron el arrebatado impulso, que los llevó a correr los riesgos de caminar sin tregua durante toda la noche y ahora, agotados por el esfuerzo, amanecen en la orilla de esta corriente de agua y para calmar la sed que los consume, se detienen un momento, sin imaginar, que al beber agua abren la puerta de la locura.

Ambos hombres están sedientos, han recorrido un largo camino y la casualidad los reúne. Para los destinistas, que niegan las casualidades, este encuentro de los dos hombres movidos por la urgencia de una cita impostergable, está escrito en el libro en donde queda asentado nuestro destino. En esas páginas manuscritas con letra menuda y en un lenguaje incomprensible, se describen las sutiles señales que operan en las sombras, para convertir los imprevistos en prodigiosos acontecimientos, que ayudan a girar la rueda del destino.

Sin haberse visto todavía, los dos hombres hunden sus manos en el agua helada, que brota como un milagro de la piedra y en el cuenco improvisado de sus manos, beben a pequeños sorbos. Calmada la sed, con el inconfundible gesto que los caracteriza, se quitan los sombreros y al levantar el rostro se miran por primera vez. Perplejos, sin dirigirse la palabra, descubren que son exactamente iguales, idénticos.

La primera impresión de estos hombres es que se encuentran frente a un espejo enorme que los repite. Cada uno de ellos cuenta con un enorme repertorio de gestos particulares que los nombra, bajo la dictadura del inconsciente utilizan estos gestos y en ellos se identifican como seres únicos.

Durante un tiempo los dos hombres se entretienen intentando sorprender al otro con un nuevo e inesperado gesto de los muchos que los caracteriza, pero la actitud es copiada con exactitud al instante, este juego genera una idea aterradora y a ambos se les ocurre el mismo pensamiento: quien es la madre de mi igual. Ambos intentan cruzar el hilo de agua que los separa y tropiezan con una barrera invisible que les cierra el paso, es imposible atravesar la barrera, se les niega la posibilidad de hermanarse en un abrazo y son obligados a permanecer uno frente al otro, en silencio, con cientos de preguntas sin ninguna respuesta.

El tiempo no se detiene, la mañana avanza y uno de los hombres, a pesar de su asombro y ante lo inexplicable de la situación, decide regresar, ya no quiere respuestas, quiere en cambio olvidar este momento, pero sobre todo, quiere llegar a su casa antes de que oscurezca, teme encontrarse con su gemelo en medio de las sombras.

El otro hombre olvidó por completo que lo trajo a este lugar y también regresa, pero en busca de respuestas. En el camino crecen dudas, temores y a la hora en que se oculta el sol llega a mi casa. Me aturde con cientos de preguntas desordenadas. Yo conozco a este hombre, es mi amigo y es también un fabulador. Logro que me refiera en orden los hechos y me cuenta con detalles la historia que acabo de contarles, pero a pesar de lo inconcebible de la historia, yo le creo. Soy físico, me baso en la comprobación de hechos y niego la casualidad y el destino. Estudio la teoría de las cuerdas y precisamente, dicha teoría explica la existencia de universos paralelos, o realidades iguales y relativamente independientes.

Intento darle tranquilidad a mi amigo, su estado de exaltación es muy grande y debo obligarlo a guardar silencio y a prestar la debida atención a mis palabras.

Con ideas sencillas intento explicarle la existencia real de mundos paralelos y le aseguro, que es posible la interacción entre estos universos a través del intercambio espontáneo de partículas elementales, con la seguridad del conocimiento y la convicción que me permite la ciencia, le demuestro a mi amigo con ejemplos sencillos, que un universo paralelo es idéntico al nuestro, pero con eventos históricos diferentes.

Rodrigodeacevedo
Rodrigodeacevedo
20-10-2021 20:47

Bravo, Gregorio. Excelente tema. Me esmeraré.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
19-10-2021 21:31

Las incógnitas de la edad

Tengo setenta y cinco años y me siento con ánimos suficientes para seguir viviendo, desde luego, no quiero crear confusiones ni falsas expectativas sobre mis capacidades y debo decir, que se suman a los años las limitaciones propias de la edad y muchas veces, el cuerpo no acompaña al espíritu, pero ante esas eventualidades predecibles, el carácter inquieto que me identifica no me abandona, ni tampoco la decisión de seguir adelante.

Reconozco sinceramente que carezco de aquellos bríos de los cuarenta años y son otros los intereses que me animan, totalmente distintos a los que en aquella época me acompañaban y me obligaban a llevar los zapatos apropiados, puntual la etiqueta en el vestir, los trajes a la moda, justa la corbata, exacto el nudo, impecable el cuello de la camisa. Pero a falta de esos bríos de los cuarenta años y con la esperanza de otros deslumbramientos, poseo la misma emoción por seguir el rumbo que mi destino dibuja.

Debo confesar que en otro ciclo de mi vida, en ese lúcido período de los cincuenta años, gobernaron mi comportamiento los horarios que impone el compromiso laboral. En ese entonces, defendía con argumentos propios y ajenos los enunciados del trabajo en equipo y el estricto cumplimiento de las normas establecidas.

También, es verdad, no puedo ocultar, que a esa edad mantenía la lejana esperanza de obtener un cargo que me permitiera impulsar las novedosas ideas que se me ocurrían y asumir otros compromisos en el trabajo, era yo en ese entonces quien imponía el ritmo para cumplir las tareas en una desaforada carrera por la obtención de un reconocimiento, reconocimiento que nunca obtuve, pero pensé merecer por el esfuerzo realizado.

Hace rato que pasé por los sesenta años y en esa etapa recuerdo los temblores, las convulsiones, el espanto, el vértigo que me causó la amenaza de la jubilación, ese nombre con el que se designa la exclusión del ambiente en donde has crecido profesionalmente. A mis sesenta años y obligado por la inevitable circunstancia de la edad, enfrenté el miedo a la jubilación, que en aquel momento sonó temprana y también injusta. Parece una paradoja, pero retirarse requiere un mayor sueldo, esa es la estricta realidad de las matemáticas de quien está próximo al retiro, de mala gana esta otra cara del destierro y me despedí de un entorno que hice mío por más de tres décadas.

Hoy, a mis setenta y cinco años mantengo el paso firme todavía, he dejado mucho lastre en el camino, pero no me rindo. Soy un hombre activo y a pesar del carnet de jubilado, que me acredita a participar en las reuniones de esa cofradía, me niego a ser parte de esa asociación de quejas ambulante, de ese grupo de eternos convalecientes que se reúnen para hablar de sus falencias, del dinero que no alcanza, de los achaques, de la salud que siempre falla, de la falta que hacen los ausentes, de los muertos que nos alcanzan. No hay nada positivo en esos encuentros en donde la risa es tan falsa como los dientes.

Mi afán por vivir sigue intacto, están presentes las mismas intenciones de contribuir, de aportar mis conocimientos, de compartir mi experiencia y por el puro placer, por la necesidad del ejercicio intelectual, mantengo presencia junto a un grupo de profesionales jóvenes y activos, por supuesto sin sueldo, sin salario, sin pago alguno. Mi única exigencia es un espacio para realizar las tareas que se me asignan, este requisito que pido para colaborar en las investigaciones es un ardid para escapar del encierro de mi casa.

Mi colaboración es flexible y me doy la libertad de trabajar cada día el tiempo que considero justo, pero he advertido a mis colegas, que la hora del almuerzo es sagrada, porque apetito no me falta y me alimento con porciones abundantes.

Hoy, por cierto, no pude resistirme a un plato rebosado de caraotas negras, regadas generosamente con azúcar y picante, acompañadas de arroz blanco y carne asada, que ingerí despacio con una una cerveza helada. Regresé a la oficina, continué mi labor y a las seis de la tarde entré a mi casa bañado en sudor, me acuchilló en el abdomen de improviso un retortijón, un nudo en el estómago me dobló de dolor. Mi esposa corrió en mi auxilio. Para ella, un quebranto por pequeño que sea siempre enciende las alarmas y se disparan alertas exageradas. De inmediato llamó al doctor, un viejo conocido y le habló de apendicitis, o su estado más agudo, la peritonitis, de un posible colapso de los intestinos, de una falla en la vesícula, de la sombra de la muerte que se acerca, que me cubre.

El doctor se presentó a la carrera y luego de examinarme con rigor me obligó a contestar un cuestionario de preguntas sobre mis hábitos alimenticios y concluyó con un diagnóstico menos extremista, más moderado y nos dijo. -No hay necesidad de realizar exámenes de laboratorio y menos de hospitalizarse en una clínica para realizar una peligrosa intervención-.

Luego, con una desacostumbrada carcajada comentó. -En esta oportunidad se te atravesaron los porotos-. Y puntualizó con la seriedad que acredita el título de doctor. -A tu edad, debes ser más comedido en las porciones-.

Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
19-10-2021 21:31

Genial, yo saludo a quien va a escribir.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
19-10-2021 17:09

Para la segunda quincena de octubre, propongo un relato sobre la DROGADICCIÓN Y SUS CONSECUENCIAS.

"El que va a escribir, os saluda"



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
19-10-2021 14:32

El mes de octubre estuvo marcado hasta el 18 por Mercurio retrógrado, para quienes siguen los astros, no desde los enormes telescopios de La Palma, que han cerrado sus ojos por las cenizas del volcan, si no, para aquellos que encuentran explicaciones a su vida con el movimiento de los planetas esta ilusiñon de regreso de Mercurio afecta las comunicaciones y quizás por esa interrupción en la comunicación, o cualquier otra razón nuestro querido Gregorio nos ha dejado en suspenso con el tema de final de mes, yo lo recuerdo, por aquello de ser el más joven y andar inquieto sin saber que hacer. A ver Gregorio con que tema nos sorprendes.

Gregorio Tienda Delgado
Gregorio Tienda Delgado
17-10-2021 12:06

Nunca es tarde si la dicha es buena, dice un refrán. Tu relato Rodrigo, es un paseo por distintos lugares del mundo, donde hay un cafetín en cada puerto, que el protagonista, Manuel, describe con detalle y nos permite ver a través de sus ojos, las historias terribles que en dichos lugares se viven, sin que nadie haga nada para ayudar a las personas que las sufren. Buen trabajo.



Me gusta soñar despierto... dormido tengo pesadillas.
Jose Jesus Morales
Jose Jesus Morales
14-10-2021 18:22

El mago malo

Mi abuelo es mago. Es un hombre largo y delgado que viste trajes oscuros y camina con elegante desenvoltura, desde lejos, parece un enorme lápiz negro ataviado con su inseparable borrador blanco.

Ayer mi abuelo estuvo en casa, se empeñó en no saludar a nadie, pasó cómo una delgada estela de humo y escondido en las esquinas del misterio me entregó un pequeño obsequio envuelto en papel de seda. Cruzó la puerta y desapareció sin pronunciar una sola palabra.

Corrí a mi habitación y sobre la cama, con mucho cuidado, desenvolví el regalo. Un disco macizo y grueso de ébano pulido, en relieves de oro y plata extraños símbolos en forma de arabescos asoman sobre la circunferencia del pesado disco. Mi abuelo tiene la costumbre de regalarme extrañas piezas antiguas de fascinante apariencia, pero que en realidad, esconden objetos de asombrosa utilidad, siempre lo sorprendí, o creí sorprenderlo, al encontrar la verdadera intención dentro de una magnífica ilusión.

Con los regalos de mi abuelo he cultivado la paciencia, he aprendido a seguir el instinto, a observar con la debida concentración y la atención de todos mis sentidos, a estudiar cada objeto con perseverancia, con voluntad y el debido respeto, para poder encontrar lo que se oculta en los obsequios que recibo de sus manos.

He descubierto que los objetos tienen vida propia y que ocultan maravillosas sorpresas en su interior. Mi abuelo y yo sabemos bien, que las cosas enmascaran con trampas los verdaderos elementos que contienen, que se divierten con nuestra torpeza al no poder descubrirlos, pero también, que no pueden resistir la tentación de revelar los misterios que ocultan a quienes de verdad buscan con verdadero empeño, finalmente, terminan por rendirse, por descubrirse, por mostrarse, siempre que seas amable en medio de los fracasos.

Me encierro en la habitación con el círculo de ébano que me dejó el abuelo, le doy vueltas en la oscuridad y sigo los relieves con mis dedos, un rayo de luna entra por la ventana abierta, ilumina el oscuro disco que sostengo entre las manos y con el pálido haz de luz descubro un detalle que había pasado por alto. Los relieves de arabescos sirven para enmascarar una espiral, al final de la espiral y sobre un número dos deforme descansa un pico de pato encuadrado entre flechas minúsculas que apuntan direcciones opuestas.

Me acerco a la ventana para aprovechar toda la luz que ofrece esta luna llena y examinar con atención el regalo de mi abuelo. Una y otra vez doy vueltas al disco en busca de una fisura, sin resultado alguno, me detengo y miro fijamente la espiral, enfoco la mirada directamente sobre la espiral y descubro con entusiasmo, que la función de los arabescos que adornan el círculo de ébano es la de ocultar la espiral, entiendo que la espiral, el deforme número dos y las flechas son la clave del secreto guardado en este regalo.

Pierdo la noción del tiempo persiguiendo sombras entre las líneas de esta espiral absurda y una idea surge luminosa entre las dudas, creo haber descubierto el secreto del disco de ébano que mi abuelo me dejó esta mañana, cuando pasó por casa envuelto en el misterio del silencio.

Bajo el dictado de mi intuición sigo la pista que presenta el dos deforme y las minúsculas flechas y recorro el camino de la espiral con mi dedo índice, hago el movimiento dos veces en dirección del norte y lo repaso en dirección al sur otras dos veces, inmediatamente el disco se abre y queda al descubierto un círculo rojo encendido, está hecho de un material desconocido y en el centro de este redondo cero, labrado y pintado en negro, un caracol, una nueva espiral camuflada, la recorro nuevamente de la misma forma que la vez anterior y cobra movimiento, comienza a girar vertiginosamente. La espiral se separa del disco, se convierte en un tornado que gira en el centro de la habitación, me absorbe y todo lo conocido desaparece.

Aparezco en medio de una tormenta de arena intermitente en los médanos de un desierto, en el oriente, en el horizonte del desierto, un volcán hace erupción, el fuego intenta incendiar el cielo que se oscurece con nubes de pájaros y aparecen manadas de animales que corren en estampida en mi dirección, han desaparecido las diferencias entre presas y depredadores, impulsados por el instinto intentan salvarse, enceguecidos, por el humo y la ceniza del volcán buscan posibles salidas con la ayuda de su infalible olfato, por increible que parezca, mi abuelo viene a la cabeza de la estampida, me alcanza y antes de ser atropellados sopla sobre la palma de la mano y crea una burbuja que el viento lleva lejos del peligro.

-Un mal mago-. Dice mi abuelo. -Me envió a esta dimensión y la única forma de escapar era encontrar quien pudiera abrir el portal que conduce a este lugar-. -Tú eras el único que podía hacerlo. Me anticipé a los designios del mago malo, me adelanté al destino que había escrito para mí y pude crear una ilusión para entregarte el disco de ébano, que en realidad es la llave de un portal.

Abrí la mano y brillaron nuevamente, bajo el resplandor del sol de una insólita dimensión, los arabescos grabados en oro y plata sobre el disco de ébano que me regaló mi abuelo.

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