Marina se encontraba pensando en como había podido llegar a esa situación. Paseaba por la habitación intentando encontrar una solución a aquel problema. No se veía con fuerzas para seguir adelante……. ¡No podía hacerlo!…………
Se paró frente a la ventana, aquel paisaje la tranquilizaba, desde allí tenía una vista privilegiada, por un lado, las montañas escarpadas con una vegetación lujuriosa, aquel bosque tranquilo que llegaba casi hasta la puerta y por el que le gustaba tanto pasear cuando necesitaba estar en paz consigo misma, el cielo tan azul, sin una sola nube, claro y limpio, el embarcadero hasta el que se llegaba por unas escaleras que bajaban desde la terraza de la casa, en el cual se encontraba el pequeño velero donde había aprendido junto a Javier a sentirse libre mientras el sol le bronceaba la cara y el viento agitaba su cabello, y el mar de un color aguamarina, transparente y que en aquellos momentos se encontraba en absoluta calma, invitándola a salir a navegar.
Nada que ver con su estado de ánimo, necesitaba encontrar la manera de no hacer algo que no quería y de lo que estaba segura se arrepentiría toda su vida. Mirando por aquella ventana recordó como comenzó todo…
Ella había obtenido su licenciatura en Químicas después de mucho esfuerzo y de haberse quemado las pestañas estudiando todas las noches al volver del trabajo. Tenía que trabajar duro como ayudante de laboratorio en una empresa farmacéutica para poder pagarse la carrera, pero eso no la había amilanado, al contrario era una mujer jovial y alegre que siempre tenia una franca sonrisa en los labios y una palabra amable para todo el mundo por muy agotada que estuviera.
Por supuesto que hubiera podido obtener su licenciatura de otra manera, ya que debido a su belleza y a su carácter, algún profesor le había hecho alguna que otra proposición, pero a ella eso no le había interesado en ningún momento, quería obtener su carrera por sus propios medios.
Javier era su mejor amigo, casi un hermano, al que había conocido en la facultad mientras ella cursaba su carrera de Químicas y él la de Medicina. Al principio se sintieron atraídos el uno por el otro y empezaron a salir, pero la relación no terminó de cuajar y se convirtieron en los mejores amigos, desde entonces eran casi inseparables, de hecho se encontraba en ese momento en casa de Javier, adonde había acudido en busca de ayuda.
Meses antes había empezado a trabajar en “Pimpinella”, una prestigiosa empresa de cosméticos gracias a Javier que había intercedido por ella con el presidente de la compañía al que conocía desde niño, los dos provenían de familias influyentes. Gracias a ello, había obtenido el puesto de técnica del laboratorio de investigación de nuevos productos, y la verdad era que el sueldo no estaba nada mal.
Aún recordaba el día de la entrevista de trabajo, llegaba tarde a la cita y estaba nerviosa, al llegar cerca del edificio de la compañía, miró el papel donde tenía apuntada la dirección para asegurarse, pero sin dejar de caminar deprisa, por lo que no vio al hombre que se cruzaba en su camino y chocó con el con tan mala fortuna , que a el se le cayó el maletín que llevaba abriéndose y esparciendo su contenido por el suelo, los dos se agacharon a la vez para recogerlo y entonces fue cuando vio por primera vez aquellos ojos que centelleaban de puro enfado, aquel bello rostro, y aquella voz que acariciaba al hablar aunque pareciera enfadada. Cuando sus manos se rozaron, sintió como una descarga,
- ¿Está usted ciega? ¿Cómo puede ir así por la calle? Mire lo que ha hecho, llego tarde a una cita y usted me va ha hacer retrasar más.
- Disculpe no era mi intención, pero andaba distraída buscando una dirección.
- Pues a ver si la próxima vez presta más atención a su alrededor que no camina sola por las calles. Y ahora si me disculpa tengo mucha prisa. ¡Buenos días!
- Buenos días, y disculpe de nuevo.
Pero el ya había comezado a andar y no creía que la hubiera oído.
- Pero que hombre tan maleducado, ni siquiera me ha preguntado si me he lastimado.
Luego olvidó el incidente y se concentró en buscar la dirección a la que iba. Resultó que estaba delante del edificio que buscaba y era precisamente allí donde aquel hombre había entrado.
- Mmmm, espero no volver a encontrarme con el.
Le había desagradado mucho la forma de tratarla, como si estuviera acostumbrado a dar órdenes y a que le obedecieran sin rechistar.
Entró en el edificio y se dirigió a la recepcionista que se encontraba detrás de un gran mostrador atendiendo el teléfono con unos auriculares y un pequeño micrófono que salía de ellos, cuando se acercó esbozó una bella sonrisa.
- ¡Buenos días! Tengo una cita con el Sr. Armando Espinares.
- Buenos días. ¿Me puede indicar su nombre por favor?
- Si, soy Marina Salvador.
- ¡Ah si aquí está! Un momento que avisare a su secretaria que usted está aquí.
La recepcionista llamó por el teléfono y anunció su llegada.
- La Srta. Salvador esta aquí………..Bien gracias, enseguida le indico. Srta. Salvador, vaya usted por el pasillo de la izquierda y tome el ascensor hasta la sexta planta, allí la recibirá la secretaria del Sr. Espinares.
- Gracias, es usted muy amable.
Se dirigió al ascensor y pulsó el botón de la sexta planta. Cuando este se detuvo y se abrieron las puertas, se encontró con un despacho bastante amplio en el que había fotos de modelos maquilladas en las paredes, dos sillas que parecían bastante confortables junto a una mesa con revistas de moda y al fondo un gran ventanal que ocupaba toda la pared, delante del cual se encontraba la mesa de la secretaria. Se acercó a ella y se presentó.
- Buenos días, soy Marina Salvador.
- Buenos días. Mi nombre es Mercedes Gutiérrez, El Sr. Espinares la está esperando. Pero debo advertirle que llega usted con diez minutos de retraso y el Sr. Espinares odia la impuntualidad, por lo que es probable que se encuentre de muy mal humor, pero aquí entre nosotras ya se sabe que perro ladrador poco mordedor, en el fondo es un encanto pero el aún no lo sabe.
- Muchas gracias por su advertencia Srta. Gutiérrez.
- Por favor, llámeme Mercedes, ya que usted va a trabajar con nosotros. ¿No es cierto?
- Eso espero Mercedes, eso espero.
Mercedes le causó muy buena impresión, era una simpática mujer de unos cuarenta años, con una esplendida figura y un cabello largo y moreno que llevaba suelto, pómulos altos, nariz recta y unos bonitos labios que llevaba pintados de un color rosa suave. Tenía la sensación de que llegarían a ser grandes amigas, si es que obtenía el puesto…
Armando Espinares se encontraba en su despacho, sentado en su cómodo sillón de espaldas a la gran mesa, mirando por el ventanal, con las manos juntas a la altura de la cara pensaba en como era posible que su empresa estuviera presentando pérdidas, una firma con tanto prestigio como Pimpinella, que tenía un alto volumen de ventas. Pero llevaban algún tiempo sin lanzar al mercado ningún nuevo producto, y eso a todas luces no les beneficiaba en nada.
Tenían que lanzar algo nuevo lo antes posible, pero para ello debía encontrar un nuevo técnico de laboratorio, ya que el anterior había renunciado alegando problemas personales. Llevaba meses buscando alguien lo suficientemente cualificado para cubrir el puesto, pero hasta el momento no lo había encontrado. Le quedaba la esperanza de que la persona que Javier le había recomendado fuera la que necesitaba.
Había heredado la empresa de su padre, y no iba a permitir que siguiera teniendo pérdidas, todo lo contrario se proponía aumentar sus beneficios. En eso venía pensando cuando había chocado con aquella mujer, estaba distraído y contrariado y solo le había faltado el encontronazo, sabía que había sido maleducado y nada amable con ella, pero tenía prisa y además, no había sido culpa suya ¿o si?, cuando se agacho a recoger los papeles pudo verle un momento la cara a la mujer, y le había parecido bellísima, tenia un rostro angelical, y cuando sus manos se rozaron sintió como una descarga, aún sentía esa sensación ¿Qué le estaba pasando? Bueno, total no la iba a volver a ver más…
En aquel momento, sonó el intercomunicador y oyó la voz de su secretaria.
- Sr. Espinares, la Srta. Salvador está aquí
- Está bien hágala pasar y no me pase llamadas.
Marina entró en el despacho y vio el sillón vuelto hacia la ventana.
- Buenos días Sr. Espinares, soy Marina Salvador.
- Llega usted con diez minutos de retraso, y no me gusta la falta de puntualidad.
Marina pensó que aquella voz le resultaba familiar.
Armando giró el sillón, miró a la visitante y se quedó sorprendido al ver a la mujer con la que había chocado hacía un rato en la calle.
- ¡Ah! Así que es usted, debí imaginármelo además de despistada es usted poco puntual.
- Le pido disculpas de nuevo por el tropiezo, en cuanto a mi puntualidad debo decirle que suelo ser muy puntual, pero no encontraba la dirección. De todas formas no se preocupe que ya me voy, no he venido hasta aquí para que me insulten ¡Buenos días!
Marina se dio la vuelta para irse y entonces oyó que el le decía.
- Así que además tiene mal genio. ¡Que bien! Pero no se vaya todavía, aún no hemos hablado sobre el empleo y me gusta que mis empleados tengan carácter. Empecemos de nuevo, a veces no mido mis palabras y puedo ser bastante grosero, pero ya se acostumbrará, le pido disculpas. Permítame presentarme como es debido, soy Armando Espinares, presidente de la compañía, Javier me ha hablado muy bien de usted y de su trabajo. Pero siéntese por favor.