Armando no se separó de ella en toda la noche. Casi no durmió, no podía dejar de mirarla. Aquella preciosa mujer era toda su vida y quería mantener en la retina su imagen para siempre. Temía dormirse y al despertar comprobar que todo había sido un sueño. Por eso mantenía la mano de ella entre las suyas. Acariciándola se cercioraba de que todo era real, de que ella estaba allí.
Ángela llegó temprano, la noche anterior su hijo la había llamado para darle la buena noticia y se moría de impaciencia por ver a sus nietos. Como Marina todavía dormía, Armando la acompañó a la nursery y le indico cuales eran. En el mismo momento en que los vio Ángela perdió para siempre el corazón, sus nietos se lo robaron al momento. Se volvió y habló con su hijo.
- ¡Son bellísimos!
- ¿Verdad que si mamá?- le brillaban los ojos.
- Si hijo, lo son. ¡Que cositas más lindas! – se volvió hacia él- ¿Y tú como estás? Me imagino que encontrarte con esta sorpresa no habrá sido fácil para ti.
- Asimilándolo mamá, te confieso que cuando Javier me lo dijo no me lo podía creer. Pero cada vez que los miro y pienso que esas cositas tan diminutas dependen por entero de su madre y de mí, no deseo otra cosa que protegerlos y amarlos. Me tienen hechizado. Y cada vez que pienso que son una parte de mí no puedo más que sentirme el hombre más orgulloso del mundo. Son mis hijos mamá, creí que jamás llegaría a decir esto, pero ahora no me parece tan malo. Mis hijos…
- Es una experiencia maravillosa hijo, ya lo verás. Verlos crecer y corretear a tu alrededor es lo mas gratificante que existe.
- Espero que así sea, y que ellos también se sientan felices. No deseo que pasen por la misma experiencia que su padre.- se entristeció al recordar su infancia.
- Tu padre cometió muchísimos errores en su vida, pero te amaba, te lo aseguro. Únicamente ocurrió que no estaba preparado para ser padre y asumir esa responsabilidad le quedó grande. Tenía tanto miedo de fallarte, que al final eso fue precisamente lo que hizo. Intenta que no te ocurra lo mismo.
- Eso no ocurrirá. Se que con Marina a mi lado nunca cometeré los mismos errores que mi padre.
- ¿Ya habéis hablado de lo vuestro?
- Todavía no. Aún se encuentra bastante débil por el parto y no quiero agobiarla, pero ya habrá tiempo.
- Ojala y lo arregléis todo, hijo esos pequeños os necesitan a los dos.- le acarició el cabello.
- Lo sé y pondré todo de mi parte para que nos tengan.
Una enfermera les indicó que iban a llevar a los niños a la habitación de Marina que debido a su agotamiento todavía no los había visto. Se dirigieron hacia allí a toda prisa, Armando no quería perderse la cara de su brujita en el momento de verlos.
Llegaron antes que la enfermera, Marina todavía dormía y no la despertaron. La enfermera dejó a los niños allí al lado de su cama. Cuando por fin despertó lo primero que vio fue a Armando que le sonreía. Ella sonrió a su vez.
- Buenos días brujita ¿Qué tal ha dormido esta mamá tan bella?- se acercó a la cama.
- Bien, aunque todavía me encuentro un poco cansada.- contestó soñolienta.
- Es normal mi amor, hiciste un gran esfuerzo para traer al mundo a estos pequeños.- le señaló las cunas.
- ¿Están aquí? Quiero verlos.- intento incorporarse pero él se lo impidió.
- Quédate tumbada, yo te los acercaré.
Cogió un bebe y se lo puso en la cama a su lado, Marina lo miraba y no decía nada. Después le puso el otro al otro lado, ella no dejaba de mirarlos sin decir nada. Les acariciaba las caritas y les miraba las manos. Ángela salió discretamente de la habitación, consideraba que ese era un momento muy íntimo y solo les pertenecía a ellos.
Continuaba mirándolos en silencio, unas lágrimas comenzaron a bajar por sus mejillas. Armando alarmado se acercó a ella y sentándose en la cama con la espalda apoyada en el cabezal abrazó a Marina y recostó la cabeza de ella sobre su pecho.
- ¿Qué sucede Marina? ¿Por qué lloras?
- No es nada… Es que… son tan bellos, tan perfectos…- lo miró a los ojos- y son nuestros Armando.
- Si mi amor, son enteramente nuestros. Tuyos y míos. ¿Hay algo mejor?
- Debo confesarte algo…
- ¿Qué es brujita?
- Ahora soy yo la que tiene miedo de no ser capaz de educarlos bien, de cometer errores imperdonables.
- Eso no ocurrirá mi amor, entre los dos lo haremos bien, yo me siento capaz de todo si tú estas a mi lado.- le dio un beso en la frente.
- ¿Estás seguro?
- Segurísimo, no hay nada que no podamos conseguir si estamos juntos.
- ¿Y estamos juntos?
- Si tú quieres, yo también mi amor…- la miro fijamente - yo también.- la abrazó más fuerte.
- Pero… hay muchas cosas que aclarar entre nosotros.- dijo mirándolo a los ojos.
- Tenemos todo el tiempo del mundo brujita. No tenemos ninguna prisa… Pero no me has contestado aún.
- ¿A que?
- ¿Tú volverás conmigo?
Marina lo pensó durante un momento que para él resulto eterno. Tenía el aire retenido en sus pulmones y no se atrevía a soltarlo. Después lo miró a los ojos y le dijo.
- Si Armando, volveré contigo. He tenido mucho tiempo para pensar durante el embarazo y he llegado a la conclusión de que te amo más que a mi propia vida y ni todas las Lucías del mundo conseguirán que vuelva a apartarme de ti. Tenía tanto miedo de perderte que mi propia ceguera estuvo a punto de ocasionar lo que tanto temía, que te perdiera para siempre. Nunca más volveré a ocultarte mi amor. A partir de este momento me entrego a ti en cuerpo y alma, para siempre. Me he dado cuenta que vivir sin ti no vale la pena.- Armando cerró los ojos y soltó el aire lentamente.
- Gracias mi amor, no sabes cuantas veces he soñado con escucharte decir eso. Sin ti soy solo una sombra de mi mismo, te necesito a mi lado para sentirme completo.- la besaba en la frente, en los ojos, en los labios.
- Pues agarrese Sr. Armando Espinares porque a partir de ahora no me voy a separar de usted ni un solo instante. Que no le pase nada ¿Esta preparado para eso?- dijo con una sonrisa traviesa.
- Estoy preparado para eso y para mucho más Sra. Espinares siempre que usted siga conmigo. Ahora más que nunca me siento preparado para afrontar el futuro contigo y con nuestros pequeños.- acercando su cara, le dio un profundo beso.
En ese momento uno de los gemelos empezó a protestar y Armando dijo.
- ¡Eh! Caballerete empiezas pronto a sentir celos de tu padre. Me ha salido un serio rival ¡Vamos a aclarar las cosas entre tú y yo, tu madre también es mía y debemos compartirla! ¿Entendido?- y los dos comenzaron a reír a carcajadas.
- Debe tener hambre. ¿Me ayudas?
- Por supuesto mi amor.- cogio a uno de los bebes mientras el otro comenzaba a tomar pecho. Armando lo miraba comer extasiado. Jamás pensó que algo tan natural como ver tomar el pecho fuera una experiencia tan maravillosa. Le parecía increíble que aquel pequeño fuera suyo.
Mucho más tarde, después de que Marina les diera de comer, los gemelos se durmieron de nuevo. Armando los dejó en la cuna y se sentó al lado de ella. Le cogió las manos y las besó con delicadeza, primero una, después la otra.
- ¿Te he dado ya las gracias por estas personitas tan maravillosas que me has dado?
- Solo un millón de veces.- dijo sonriendo.
- Bien, entonces solamente me faltan unos diez millones de veces más. Gracias Marina.
- No tienes que dármelas, me parece que tú también has contribuido en algo.
- Si eso parece.– Armando se rió.- ¿Has pensado en algún nombre para ellos?
- Bueno… como pensaba tenerlo sola… - apartó la cara y Armando con mucha ternura la volvió a girar hacia él. - tenía alguno pensado, pero no importa, los podemos elegir juntos.
- Dime los que tenías pensados a ver si me gusta alguno.- pidió él.
- No es necesario, podemos pensar otros entre los dos.
- Marina…
- Está bien… Había pensado dos de chica y dos de chico. Daniel ó Héctor para chico. Helena ó Diana para chica. ¿Te gusta alguno?- lo miraba con curiosidad.
- Uffff, debo confesar que me encantan los cuatro. Pero yo me inclino más por Héctor para él porque se le ve fuerte y con carácter. Y Helena para ella porque es bella como el sol al amanecer. ¿Y tú cuales prefieres?
- Los mismos que tú, son mis favoritos.
- Pues entonces no se hable más, se llamaran Héctor y Helena.
- Gracias Armando. Estoy convencida de que serás el mejor padre del mundo.- se acercó un poco y le besó.
- Eso espero brujita. Y no hace falta que me des las gracias, me encanta complacerte.- la besó profundamente.
Pasaron un par de días y Marina ya se podía marchar a casa, se encontraba recogiendo sus cosas y de vez en cuando se paraba al lado de las cunas para mirar a sus bebes. Como Armando no podía pasar a recogerla ya que tenía una reunión muy importante en Pimpinella, Eduardo se iba a encargar de llevarla a su hogar. Ángela se había quedado en casa para preparar todo y que no faltara ningún detalle. Les había preparado un recibimiento a sus nietos y a su recién recuperada nuera. Marina se encontraba tan ensimismada pensando en sus cosas que cuando vio entrar a la enfermera no se fijo en ella.
La enfermera se acercó a la cuna y cogió a uno de los bebés en brazos.
- ¡Qué bebés más bellos Marina!- ella se quedó rígida, aquella voz… Levantó la vista y vio que era Lucía - Lástima que los vayas a perder de vista tan pronto. Espero que el amor fraterno-filial todavía no se te haya desarrollado mucho, porque de lo contrario vas a sufrir.
- Lucía, por favor deja al bebé en la cuna de nuevo.- rogó.
- De eso nada estúpida, me los voy a llevar conmigo a los dos.-dijo escupiendo las palabras.
Marina intentó acercarse para quitarle el bebé, pero Lucía le mostró una pistola y apuntó al niño con ella.
- No, no, no… Si te acercas lo mato. Estos bebés deberían ser míos y de Armando y por lo tanto me los llevo.- dijo convencida.
- Lucía, déjalo en la cuna. Podemos hablar tú y yo tranquilamente.- intentó.
- Mal intento Marina. Llevo mucho tiempo diciéndote que te alejes de mi hombre y tú no me has hecho el más mínimo caso. ¿Y ahora quieres ganar tiempo?- soltó una desagradable carcajada.
- Escúchame, entre Armando y yo no hay nada, te lo aseguro. Solamente viene de vez en cuando a ver a los niños. Pero sólo a ellos. –mintió para convencerla.
- Pues entonces más a mi favor, si me los llevo ya no tendrá que soportar tu desagradable presencia nunca más.
- Pero no puedes llevártelos, son mis hijos.- estaba desesperada.
- ¿Tus hijos? Si, unos hijos que deberían ser míos si tú no estuvieras en medio. No entiendo como pude fallar la otra vez. ¿Porque no cogiste tu coche? Ni eso sabes hacer bien.
- ¿Tú…? -trago saliva- ¿Tú fuiste quien manipuló los frenos?- preguntó.
- ¿Quién si no? Si aquella noche hubieras cogido tu auto nada de esto estaría pasando.
- Estuviste a punto de matar a Armando.- dijo y dio un paso al frente.
- No te acerques más. Afortunadamente eso no ocurrió. No me lo habría perdonado nunca.- confesó.
- Lucía, si te llevas a los niños, le harás mucho daño a él. Piénsalo.
- No. Porque podrá verlos siempre que quiera y si accede a casarse conmigo los tendrá con él para siempre. A quién yo quiero hacer daño es a ti y la mejor manera es llevándomelos. Vas a sufrir todo lo que yo he sufrido desde que pusiste tus ojos en él.- dijo con odio.
- Lucía, recapacita. Los niños no tienen la culpa de nada. Por favor.- Marina comenzó a llorar.
- Lo sé. Y por eso van a venir conmigo. No te acerques o me veré obligada a dispararte Marina.Y no quiero que ocurra eso, no sin verte sufrir antes. – Se rió desagradablemente. Marina se quedó quieta de nuevo.
En ese momento entró Eduardo que al ver la escena se hizo cargo de la situación enseguida, Lucía no se dio cuenta de su entrada. Estaba demasiado concentrada en los movimientos de Marina. Por señas Eduardo le indicó a ella que siguiera hablando, mientras él se situaba por detrás de Lucía.
- Lucía, por favor. Hablemos, seguro que entre tú y yo podemos arreglar esto.
- ¡Deja ya de decir estupideces! Tú y yo no tenemos nada que arreglar.
- Suelta al niño, por favor. Te prometo que si lo sueltas despareceré para siempre, créeme. - rogó, apartando las lágrimas de sus ojos con las palmas de las manos...
- ¿Sabes una cosa? No te creo. Y no voy a intentar comprobarlo.
- Dame el bebé Lucía.- dio otro paso hacía ella.
- Si das otro paso más, lo mato.-apuntó la pistola a la cabeza del bebe.
- Esta bien, esta bien. No me acercare más.- dijo levantando las manos, miraba a Eduardo con desesperación.
Lucía siguió la mirada de Marina y entonces lo vio. Pero no tuvo tiempo de reaccionar. Eduardo la agarró por detrás y le quitó la pistola. Lucía se revolvía intentando morderle.
- ¡Marina coge el bebé!- al ver que vacilaba, le grito- ¡Por Dios quítaselo, no se cuanto tiempo podré aguantarla, se revuelve como una fiera!
Marina se acercó y le quitó el bebé situándose al lado de la cuna.
- ¡Coge a la niña y sal de aquí! Espérame en el coche.- Ordenó Eduardo.
- ¿Pero y tú?- preguntó.
- Marina… ¡Haz lo que te digo! ¡Por lo que más quieras! ¡Corre!
Marina cogió también a la niña y salió de allí a toda prisa, escuchó a Lucía gritar.
- ¡Si, corre maldita! ¡Por mucho que corras acabaré encontrándote y entonces te mataré! ¡Por mucho que te escondas siempre estaré acechándote…!
No pudo continuar, Eduardo la empujó para separarse de ella y al hacerlo perdió la pistola, Lucía dio un traspiés cayendo al suelo, momento que aprovechó Eduardo para salir de allí corriendo llegar al aparcamiento y subir al coche. Lucía corrió detrás de él pero no llego a tiempo. Empuñando la pistola dijo.
- ¡Te encontraré estúpida! ¡Juro que te encontraré a ti y a tus asquerosos bebés y esta vez no tendrás tanta suerte!
Al ver correr a Lucía con la pistola alguien llamó a la policía y al escuchar las sirenas, ella reaccionó y se marchó de allí a toda prisa.
Eduardo conducía a toda velocidad. No dejaba de mirar el retrovisor. No llevaba un rumbo fijo.
- ¿Adonde vamos a ir?- preguntó Marina.
- No lo sé preciosa. No puedo llevarte a casa de Armando porque puede que nos esté esperando ella. Y a tu casa tampoco.
- Podemos ir a la casa del lago ¿La recuerdas?
- Si, claro que la recuerdo. ¿Esa loca conoce su existencia?
- Creo que no. Pero con ella nunca se sabe.- dijo Marina.
Eduardo sacó su teléfono y marcó un número. Cuando Armando se puso al otro lado, le explicó atropelladamente lo ocurrido, dónde pensaba llevar a Marina y los niños y le dijo que no se preocupara que él se haría cargo hasta que llegara. Después le pasó el teléfono a Marina.
- ¡Brujita! ¿Estáis los tres bien? - en su voz había ansiedad.
- Si estamos bien, pero si no llega a ser por Eduardo… - se estremeció- no se que hubiera podido pasar.
- Quédate con él en la casa y vigila mucho cada vez que salgas, yo iré inmediatamente.
- Esta bien, pero por favor ven en cuanto puedas. En estos momentos te necesito, ha sido horrible.- explicó.
- Lo sé mi amor, pero ahora no pienses en ello. Llegare pronto. Recuerda que te amo.
- Yo también a ti.
Colgaron y Marina, se recostó un poco en el respaldo del asiento y cerró los ojos. La tensión vivida hacia un rato la hizo romper a llorar de nuevo, pero esta vez con más fuerza.
- Preciosa… Tranquilízate por Dios, ya pasó. Sabes que no puedo verte llorar.- explicó Eduardo.
- Perdona, lo siento. Es que tenía que soltar la tensión. He pasado mucho miedo. Esa mujer quería llevarse a mis niños…
- Pero eso no ha sucedido ni sucederá, antes tendrá que pasar por encima de mi cadáver que llevarse a mis sobrinos.
- ¿Tus sobrinos? - lo miró esbozando una tímida sonrisa.
- Si. Mis sobrinos. Aunque no lleven mi sangre para mí es como si lo fueran y no voy a permitir que nadie les haga daño.- hablaba muy en serio.
- Muchísimas gracias Eduardo. No sé como agradecerte lo que has hecho.
- No tienes que agradecerme nada. Para mi ha sido un placer convertirme en su caballero andante bella dama.- dijo con humor.
Armando se estaba preparando para ir a la cabaña, había anulado la reunión y todas sus citas. Cuando se disponía a salir sonó su teléfono. Creyendo que sería Marina contestó rápidamente.
- ¿Marina? ¿Eres tú?
- No, no soy Marina. Mi amor soy yo.
- ¿Lucia? ¿Se puede saber que te propones?
- Tú ya lo sabes cielo. Serás solo mío y de nadie más.
- Lucía, esta vez has llegado demasiado lejos. Escúchame bien, no te vuelvas a acercar a Marina o a mis hijos o no respondo.
- ¡No! ¡Escúchame tú a mí! No te vuelvas a acercar tú a esa estúpida, te estoy vigilando y conozco todos y cada uno de tus movimientos, y te juro que si vuelves a verla, los mataré a los tres delante de tus ojos y no es un farol Armando.
- ¡No te atreverás! ¡Te juro que si les tocas un solo pelo, seré yo quien te mate a ti con mis propias manos!
- ¡Que manera tan romántica de morir! Pero eso no pasará. Tú eres tan noble que no serás capaz de hacerlo. Recuerda lo que te he dicho mi amor. Te estoy vigilando.
- ¡Cada día estás más loca Lucía! ¡No me pongas a prueba o verás de lo que si soy capaz!- dijo con furia.
Lucía colgó y Armando se quedó mirando el teléfono. ¿Y si era cierto lo que había dicho y lo estaba vigilando? No podía ir a la cabaña, si lo hacía revelaría el paradero de Marina y sus hijos. Lo primero que hizo fue llamar a la policía y ponerlos sobre aviso, les explicó todo lo ocurrido y le prometieron que seguirían buscando a Lucía. Después llamó a Marina y le explicó lo que esta le había dicho.
- ¿Entonces no puedes venir?- pregunto.
- No mi amor, no puedo arriesgar vuestras vidas, Lucía está lo suficientemente loca como para cumplir su palabra.
- Lo entiendo, pero es que en este momento te echo tanto de menos…
- Y yo a ti mi vida, pero debes entenderlo. Eduardo se quedará con vosotros y os cuidará. Hazle caso en todo lo que te diga. Y por Dios Marina… ¡Ten mucho cuidado!
- Lo tendré mi amor. Nadie hará daño a los niños, eso te lo aseguro. Antes tendrán que matarme a mí.
- Lo sé, tienen la madre más valiente del mundo. Y por eso te amo- dijo sonriendo.
- Yo también a ti. Armando… Cuídate de ella por favor.
- Lo haré, no te preocupes mi amor.
Había pasado un mes y la policía no encontraba a Lucía, Armando empezaba a desesperarse, se presentó en la comisaría como tantas otras veces a preguntar como avanzaba la investigación. Como la policía no le dio ninguna noticia nueva, el mismo sugirió que le podrían tender una trampa a Lucía.
Eduardo esperaba ansioso la llegada de Mercedes, como cada jueves ella tenía que llegar a traer noticias y alimentos. Armando le había explicado a su secretaria la situación e inmediatamente ésta se ofreció para hacer de intermediaria, preferían utilizar los teléfonos lo menos posible por si Lucia los podía interceptar, con ella todo era probable. Como a Mercedes no la conocía, estaban tranquilos y podía moverse libremente. A Eduardo le gustó la primera vez que se acercó a la casa, la había visto antes pero nunca reparó en ella. Sus modales exquisitos y la manera de tratar a los bebés lo tenían encandilado. Además comprobó que era la mejor confidente de Armando y Marina y eso todavía le gustó más. Sus amigos estaban en buenas manos con ella.
Mercedes traía esta vez una larga carta en la que se les explicaba el plan para atrapar a Lucía, mientras Eduardo leía en voz alta ella no dejaba de mirarle, era atractivo y su voz le encantaba, se la imaginaba en la intimidad y le entraba calor.
Marina los veía a los dos y sonreía, a la legua se notaba que se estaban enamorando, pero ninguno se atrevía a decírselo al otro. Cuando Eduardo terminó de leer, soltó el papel con furia y se puso a pasear de un lado a otro de la habitación.
- ¿Pero es que se han vuelto locos? ¿Cómo pueden pensar en atraer a esa loca hasta aquí? ¡No lo voy a permitir!- estaba indignado.
- Eduardo, piensa que es la mejor manera de acabar con esa mujer de una vez y para siempre.- dijo Mercedes suavemente.
- No, Mercedes - su tono se suavizó al dirigirse a ella.- ¡Piensa un poco! ¿Dónde podemos llevar a Marina y a los niños mientras tanto? ¿Es que no lo ha pensado nadie?
- Eduardo, estoy segura que Armando tendrá algo pensado, por favor confía en él.- Marina se acercó y le puso una mano en el hombro.
- Marina… ¿Eres consciente del peligro que corréis tú y los niños si esto se lleva a cabo?
- Si Eduardo, soy consciente. Pero como bien dice Mercedes, es la mejor manera de acabar con Lucía y sus amenazas. No podemos continuar así toda la vida.
- Por mí no hay inconveniente en continuar así un tiempo más. - dijo Eduardo.
- No, tú debes volver a tu vida. Debes encontrar un amor y ser feliz. – dijo mirando a Mercedes que se sonrojó. Eduardo al oír eso también la miró.
- Puede que tengas razón, pero por mí no te preocupes creo que ya he encontrado a la mujer de mi vida.- miraba a Mercedes intensamente. Eso la hizo sonrojar todavía más. - pero eso no es lo que nos ocupa ahora.
Discutieron durante largo rato y al final entre las dos mujeres lograron convencerlo. Eduardo no las tenía todas consigo, se había convertido en el más ferviente protector de Marina y sus sobrinos, como él les llamaba y no le parecía bien arriesgar sus vidas.
El plan de Armando consistía en rodear la casa de policías y atraer a Lucía hasta allí, pero la parte que no le gustaba a Eduardo era que Marina debía dejarse ver paseando con los niños, luego debía entrar en la casa donde una policía tomaría su puesto y a ella la esconderían. La harían salir por detrás y la llevarían hasta el lago hasta que todo pasara. De ese modo intentarían acorralar a Lucía en la casa, suponiendo que intentara entrar. Si no lo hacía intentarían detenerla fuera. Pero Eduardo no dejaba de preguntarse ¿Y si algo sale mal?
- Marina si saliera mal te encontrarías desprotegida y ella podría mataros.- estaba muy nervioso.
- No te preocupes, nada saldrá mal Eduardo. Lo tendrán todo controlado, estoy segura de ello.- Marina no estaba tan segura, pero no lo dejaba traslucir.
- Esta bien, si tan seguros estáis, adelante. Pero que conste que no me despegaré de ti ni un solo instante, no te voy a dejar sola en sus manos.
- Si te quedas más tranquilo, acepto Eduardo.- dijo Marina.
- De acuerdo, pero me quedaría más tranquilo todavía si Mercedes se llevara a los niños.- dijo
- ¿Cómo? ¿Llevárselos donde? - preguntó Marina.
- Marina, yo no sé si podré protegeros a los tres, y preferiría centrar mi atención en un solo objetivo.- explicó Eduardo.
- Por mi no hay inconveniente en cuidarlos Marina, además creo que él tiene razón. Los llevaré a mi casa, ella no me conoce y no sabe donde vivo.- añadió Mercedes
- Está bien entonces, llévatelos Mercedes y cuídalos muy bien por favor.
- Eso está hecho, sabes que lo haré.
- Pero… ¿Cómo haremos para que Lucía crea que los niños están aquí? – preguntó Marina
- Mercedes se encargará de hablar con Armando y explicarle la situación y estoy seguro que a la policía se le ocurrirá algo. – aseguró él.
- De acuerdo, entonces adelante.- dijo Marina.
Mercedes se fue llevándose consigo a los bebes, al llegar a la ciudad dejó a los niños en casa de su madre y fue a hablar con Armando.
- Y esa es la situación Armando. Eduardo protegerá a Marina con su vida si es necesario.
- Sabía que podía confiar en él. – dijo
- Prométeme que procuraras que no sufra daño alguno, por favor.- rogó Mercedes.
- ¿Tanto te importa Eduardo?- preguntó
- Si Armando, me importa y mucho.-confesó
- En ese caso no te preocupes, no le pasará nada ¿Los niños están contigo? Me muero por verlos, deben estar enormes.
- Están muy grandes, y son tan guapos… pero no es conveniente que te acerques por mi casa. Ella podría seguirte.- le recordó.
- Tienes razón. Cuídalos Mercedes. Por favor.- le rogó.
- Lo haré jefe, no te preocupes.
Armando acordó con la policía el día en que se iba a llevar a cabo la acción. Sería dentro de tres días. Estaba muy nervioso, esperaba que el plan funcionara y Lucía cayera en la trampa. Si no ocurría así habrían puesto en evidencia el escondite de Marina. El plan era muy arriesgado, pero si como Lucía aseguraba, lo tenía vigilado, todo saldría a la perfección
Llego el día previsto y Armando se preparó para dirigirse a la cabaña, sabía que Lucía le seguiría hasta allí. Representó muy bien su papel de mirar a varios lados intentando distinguir si había alguien vigilándole. Cualquier persona que lo viera creería que realmente intentaba eso. Subió al coche y arrancó. Dio varias vueltas por diferentes sitios, lo suficientemente despacio como para que si alguien le seguía no le perdiera, aunque lo bastante rápido como para no levantar sospechas. Después enfiló la carretera que le llevaría hasta el lago. Por el retrovisor no veía que nadie le siguiera, aunque tenía la sensación de que era así. Después de un rato, tomó el desvío que conducía a la cabaña y entonces oyó el ruido de una moto bastante cercano. Por el retrovisor vio como un motorista tomaba el desvío también y sonrió. Allí estaba Lucía. Su plan estaba saliendo bien. Continuó por la carretera hasta ver la casa desde lejos, ese fue el momento en que Lucía se desvió hacia un lado y la perdió de vista.
Lucía continuó un rato a campo través y a unos cuantos metros de la casa paró la moto y bajó. Se asomó y con unos prismáticos vio a Marina que paseaba un coche de bebes. Armando paró el coche y se acercó a ella, la besó y se inclinó a ver a sus hijos. Así que allí se escondía aquella maldita mujer. La había encontrado por fin y esta vez iba a cumplir su amenaza, los mataría a los tres. A Armando lo dejaría vivir para que sufriera la perdida, tal como ella sufría por no tenerle. Comenzó a acercarse a la casa con mucho cuidado de no ser vista.
Armando y Marina entraron en la casa. Se abrazaron con fuerza y el le preguntó.
- ¿Tienes miedo mi amor?
- Ahora que tú estás aquí, ya no. ¿Y tú?
- Yo estoy muerto de miedo. No soportaría que te ocurriera algo Marina.-la abrazó con más fuerza.
- No ocurrirá. Tengo a mi lado a mis dos caballeros andantes.- señaló a Eduardo que los miraba.
- Eduardo… ¡Gracias por cuidarla amigo! - le dio un abrazo.
- Ha sido un placer. Es una dama muy obediente y se deja cuidar muy bien. –dijo con una sonrisa.
- Ahora vamos a centrarnos en el plan. Marina debe salir de aquí ¿Dónde esta la mujer que se hará pasar por ella?- preguntó mirando hacia todos lados.
- Se está cambiando. Pero ¿Y los demás? Aquí solo ha llegado ella.- explicó Eduardo.
- ¿Quieres decir que la policía todavía no ha llegado? ¡Ya deberían estar aquí y haber tomado posiciones! Lucía anda por ahí fuera.- empezó a pasear de un lado a otro
- Pues no han llegado o por lo menos no los hemos visto.- dijo Marina.
- Esto si que no me lo esperaba. ¡Serán inútiles! ¡No me extraña que no hayan encontrado a Lucía durante todo este tiempo!- estaba muy nervioso. Marina se acercó.
- Mi amor, tranquilízate, ya llegaran. No creo que tarden.
Armando se paró y la miró. La abrazó y después de darle un beso dijo.
- Tienes razón. Debemos seguir con el plan. Marina tienes que irte.
- Pero…
- No hay peros que valgan ¡Eduardo llévatela ya!
- Cuídate mucho mi amor, esa loca es capaz de todo.-dijo abrazándolo con fuerza.
- No te preocupes, me cuidaré. Ella no me quiere hacer daño a mí, si no ya lo hubiera hecho. Vete ya Marina, por favor. Lucía puede entrar en cualquier momento y no quiero que te encuentre aquí.- la empujó suavemente hacia Eduardo.
Marina dio dos pasos, se giró y corrió a abrazarse a él.
- Por favor recuerda que te amo, y que te necesitamos los tres.- Armando la atrajo hacia si y la beso largamente.
- Ahora vete ya. Te prometo que esto acabará pronto brujita.
Eduardo salió por la puerta de atrás con Marina en el mismo momento en que entraba Lucía por la de delante. Lo primero que hizo esta fue acercarse al carro de los bebes y disparar un tiro a cada uno. Armando se puso blanco. Menos mal que Eduardo había previsto algo así y los había hecho salir de allí. Pero pensando en lo que hubiera podido pasar casi le fallaban las piernas.
- ¡Los has…matado! ¡Lucía has matado a mis hijos!- le gritó fuera de sí.
- Te dije lo que ocurriría si volvías a verla. Ahora sólo me falta ella ¿Dónde está?
- ¿Crees que te lo voy a decir para que la mates también?- se acercó a ella amenazador.
- Es igual antes o después tendrá que salir, yo no tengo prisa.- dijo sonriendo.
- ¿Por qué no me matas a mí y terminamos con esto de una vez?- preguntó.
- No, mi amor. Tú no debes morir. Quiero ver tu desespero cuando hayas perdido todo lo que más querías.
- Lucía, aunque mates a Marina no me conseguirás jamás. Nunca seré tuyo.- apretaba los puños.
- En ese caso te mataré a ti también, pero sólo después de ver tu cara cuando tu mujercita muera.- sonrió malévolamente.
- ¡Has matado a mis hijos, pero a ella no la matarás!- se acercó y la cogió por el cuello.
Armando comenzó a apretar y Lucía lo miró con asombro.
- ¡No serás… capaz… de matarme!- casi no podía hablar por la presión.
- ¡Te dije que no me pusieras a prueba!- dijo entre dientes.
En ese momento, la mujer policía salió de la habitación caracterizada como Marina, al oír los disparos se había quedado observando como se desarrollaban los acontecimientos y decidió salir entonces. Al verla Lucía levantó la pistola y disparó. Armando aflojó la presión de su cuello al notar una quemazón en el hombro. Lucía le había herido, al disparar a la mujer la bala le había rozado a él. La mujer se desplomó al suelo. Armando soltó del todo a Lucía que comenzó a boquear buscando aire. Él se acercó al cuerpo inerte y se agachó junto a ella. La mujer parecía muerta. La cogió entre sus brazos y entonces Lucía vio que no se trataba de Marina.
- Esa mujer… ¡No es ella! ¡Me has tendido una trampa!- se acercó al cochecito y vio los muñecos- ¡Tampoco están los bebes!
- ¿Me creías tan estúpido como para arriesgar la vida de mi familia? ¿De verdad lo creías?- le gritó.
- En ese caso, tú serás el que muera. Voy a disfrutar lo indecible viendo sufrir a “tu familia”.- le apuntó con el arma.
- ¡Dispara! ¡Vamos dispara de una vez y acabemos con esto!- dijo poniéndose delante de ella.
En el momento en que iba a disparar vio con el rabillo del ojo movimiento al otro lado de la ventana. Se giró para ver mejor y distinguió claramente a Marina y Eduardo que corrían hacia el lago. Sonrió y le dijo.
- Esto puede esperar de momento. Ahora tengo otras prioridades. Otros asuntos me reclaman. - se acercó a él y le dio una fuerte patada en la entrepierna, lo que propició que se agachara y entonces le propinó un culatazo en la sien que lo dejo sin sentido, se giró y salió corriendo.
Se dirigió hacia donde los había visto correr. No podía dejarla escapar, a ella no. La mataría por haberse casado con su hombre, por haberlo enamorado. Se había dado cuenta de lo mucho que Armando quería a su esposa hasta el punto de intentar matarla a ella y eso no lo podía soportar. Continuó corriendo cada vez más enloquecida. Tenía que encontrarla. Solamente sería feliz una vez que la viera muerta. Su locura iba en aumento. Los mataría a todos, pero antes tenía que ver la cara de Armando cuando se enterara de que Marina había muerto, sonrió. A ver si entonces era capaz de rechazarla a ella, si lo hacía lo mataría. Ya no le importaba nada. Escuchó voces y se paró. Se internó por entre la maleza y fue buscando el lugar de donde procedían las voces.
Eduardo buscaba un sitio donde esconder a Marina. Buscaba un hueco entre la maleza donde ella pudiera quedarse. Tenía intención de ir a ayudar a Armando, sospechaba que el asunto se les había escapado de las manos. La policía no había llegado todavía y habían oído varios disparos. Había intentado tranquilizar a Marina, que al escucharlos había decidido volver para ayudar a su marido. Le había costado mucho convencerla de lo contrario. Ella se encontraba en tal estado de nervios que no le importaba el peligro, lo único que quería era ver a Armando. Como no encontró ningún hueco lo suficientemente grande y escondido para meter a Marina, se acercó a ella y le dijo.
- Marina, espérame aquí. Vuelvo enseguida. No te vayas a mover por lo que más quieras. Voy a ver si encuentro algún sitio para esconderte.
- Esta bien, te espero.- miraba con ansiedad hacía la casa.
- ¡Prométeme que no vas a ir allí! - dijo siguiendo su mirada.
- Pero es que… - al ver su mirada dijo- ¡Oh está bien! ¡Te lo prometo! Aunque me muera de ganas por ver como se encuentra Armando, te haré caso. ¡Vete ya!
- ¡Marina, me lo has prometido! Por favor preciosa, comprende que si no no podré protegerte.
- ¿Y quién lo protege a él? – gritó.
- Créeme si te digo que sé por lo que estás pasando, yo también estoy preocupado. Pero Armando es fuerte y sabrá protegerse, tu amor y vuestros hijos le darán fuerzas. No dejará que le ocurra nada, ya lo verás. Si además tiene que protegerte a ti en un sitio tan cerrado, podría ocurrir algo irremediable.
- Tienes razón, lo único que yo haría allí sería estorbar. Anda, ve que te espero. Pero por favor no tardes.
Eduardo se internó un poco entre la maleza y comenzó a buscar un sitio. Marina se quedó de espaldas mirando el agua del lago. Estaba muy angustiada pero por fin había comprendido que Armando se protegería mejor si no tenía que preocuparse de ella. Escuchó un ruido a su espalda pero no se giró pensando que se trataba de Eduardo.
- ¿Ya has vuelto?- preguntó.
- Si, por supuesto que he vuelto y esta vez será la definitiva.- se rió.
Marina se quedó helada, era Lucía, la había encontrado. Despacio se dio la vuelta y se enfrentó cara a cara con ella.
- ¡Lucía!
- ¡Si, Lucía!
- ¿Dónde está Armando? ¿Qué has hecho con él? –preguntó
- Ya no tienes que preocuparte más por él. – estaba disfrutando al ver su cara de angustia.
- ¿Qué quieres decir con eso?
- Ni más ni menos que lo que he dicho. – le brillaban los ojos anticipándose a lo que iba a hacer.
- ¿Esta…? – trago saliva antes de preguntar - ¿Esta muerto?
- Tú lo has dicho, no yo.- se divertía jugando con ella.
- Pero… a quien tú quieres hacer daño es a mí, él no debía morir.- le dijo con la mirada perdida.
- ¡Uyyy! ¡Que creído te lo tienes! En un principio él no debía sufrir ningún daño, pero se puso en medio y créeme que vale la pena solo por ver tu cara en estos momentos.
- Está bien. Aquí me tienes. Si vas a disparar hazlo de una buena vez y acabemos con esto.
- No tan deprisa, así no me gusta. Pensaba que te ibas a resistir más. Demasiado fácil. Quiero verte suplicar por tu vida… ¡Piensa en tus hijos Marina! ¿No te interesa saber lo que haré con ellos?
Marina cerró los ojos y respiró hondo. ¡Sus hijos! Debía sobrevivir para cuidarlos. No podían crecer sin sus padres. Por lo menos ella lo debía intentar. Miró a su alrededor sopesando la posibilidad de salir corriendo, calculando la rapidez con que podría hacerlo y la capacidad de reacción de Lucía. Intentó ganar tiempo.
- A ellos jamás podrás hacerles nada por que no los encontrarás nunca.
- Eso es lo que tú te crees estúpida, yo tengo mucha paciencia. Antes o después los encontraré y entonces…- echó la cabeza atrás y emitió una lúgubre carcajada.
Ese fue el momento que aprovechó Marina para echar a correr en dirección a la maleza, pensaba que si iba por allí le dificultaría a Lucía el que la encontrara. Pero Lucía reacciono al momento y apuntándola disparó. Algo se cruzó en el camino de la bala. Y a su vez otra se incrustó en el pecho de Lucía que cayó al suelo.
Eduardo sintió una quemazón en el hombro, pero no le dio importancia. Lo principal era que había evitado que la bala hiriera a Marina y había acertado de lleno a aquella mujer. Lucía consiguió incorporarse y se miro el pecho, de la herida brotaba mucha sangre. Pero ella no se daría por vencida, tenía que matar a aquella estúpida. Se levantó a duras penas y volvió a disparar. Esta vez él esquivo la bala pero se distrajo por un momento, lo que ella aprovechó para desaparecer. Salió corriendo tras ella, no iba a permitir que aquella mujer se saliera con la suya.
Marina lo había visto todo escondida. Al desparecer ellos de su vista, salió todavía conmocionada por la noticia de la muerte de Armando. Se quedó durante un rato allí de pie mirando al lago sin ver nada. ¿Qué iba a ser de ella y de sus hijos sin él? No creía poder vivir sin verlo, sin oír su voz, sin acariciar aquella piel, no volvería a sentir su aliento en su pelo, su boca buscando la suya, sus caricias, su cariño, su ternura. Debía ser fuerte, pero no podía. Lo necesitaba. Recordaba sus ojos, su sonrisa, su forma de hablarle al oído, de susurrarle cuanto la amaba. Recordó la vez en que el desde el coche le sonrió tan dulcemente, el beso que le envió y la forma de tocarse el corazón para indicarle que la llevaba dentro y que este le pertenecía por completo a ella. Lloró…. Lloró como nunca antes había llorado. Estaba rota por dentro, le habían arrebatado una parte de ella misma, la más querida, la más amada. Le habían arrebatado a su amor. Ahora que todo iba bien, que se habían reencontrado. Que podían haber sido tan felices. Se lo habían quitado todo. La felicidad se le escapaba de las manos. Se dejó caer arrodillada en el suelo, con las manos arañaba la tierra. ¿Por qué? Miró al cielo y gritó.
- ¿Por qué Dios mío? ¿Por qué…? ¡El no debía morir! ¡Era yo! ¡Ella me buscaba a mí! ¡El no! ¡El noooo…! ¿Por qué…? – se tapó la cara con las manos y continuó dando rienda suelta a su tristeza.
Paso bastante tiempo así. No sabía cuanto. No dio importancia al sonido de unos pasos, si Lucía quería matarla que lo hiciera, ya no iba a correr más. No le importaba nada. Los pasos se acercaban despacio con mucha cautela. De pronto se detuvieron muy cerca de ella. No levantó la vista. ¡Que más daba ya! Se estremecía con los sollozos. Una mano le acarició el cabello.
- Mi amor… ¿Por qué lloras así? ¿Qué ha pasado?
¡Esa voz! Le parecía estar oyéndole, pero era imposible. Él estaba muerto. ¿Se iba a volver loca?
- Marina… Brujita, mírame.- ella levantó la vista despacio.
- ¿Armando? ¡Eres tú! ¡No estas muerto!- le tocaba con ansiedad, no lo podía creer. Él estaba allí arrodillado a su lado.
- ¡Claro que soy yo! ¿Acaso lo dudabas?- la abrazaba con ternura.
- ¡Oh Dios mío, creí que…! ¡Ella me dijo…!- se abrazó a él con desesperación. Sentía un gran alivio, reía y lloraba a la vez.
- ¿Te dijo que había muerto?- ella asintió sin dejar de llorar- Desde luego su crueldad no tenía límites.- la besó en los labios.
- ¿Tenía? ¿Qué quieres decir con tenía? ¿Por qué hablas en pasado? – preguntó extrañada.
- Marina, Lucía esta muerta. Todo ha terminado.-le explicó.
- ¿Muerta? ¿De verdad?- no quería soltarlo.
- De verdad mi amor. El disparo que le hizo Eduardo era mortal. Pero aún así, la policía la tuvo que abatir porque comenzó a disparar a lo loco. Ya no debemos tener miedo nunca más. Ya somos libres de nuevo. - le explicó.
- ¡Gracias a Dios! ¿Y Eduardo? Ella le disparó ¿Está bien? ¿Dónde esta?- hacía una pregunta y otra y otra. Los nervios pasados no la dejaban parar.
- ¡Tranquilízate mi amor! Eduardo está bien, solo tiene una herida superficial. Los sanitarios ya se lo han llevado al hospital.
- ¿Y la policía? ¿Dónde esta?
- Te están esperando. Debes explicarles lo que ha ocurrido aquí.- la besaba con ternura.
- Está bien, vamos. Cuanto antes mejor. Quiero acabar con esto de una vez.- se dirigió a la casa.
Mucho más tarde, Marina se encontraba en el lago otra vez. Temblaba al recordar lo ocurrido. Había hablado con la policía y les había contado todo lo que había visto. Mientras despejaban la zona, ella sintió la necesidad de esta sola un rato y se acercó de nuevo al lago. Lamentaba la muerte de Lucía, pero había sido lo mejor para todos. Afortunadamente nadie más resultó muerto, solo hubo algunos heridos, entre ellos la mujer que se hizo pasar por ella. Gracias a Dios llevaba un chaleco antibalas, de lo contrario el disparo le hubiera alcanzado de lleno el corazón. Se estremeció al pensar que ese disparo iba dirigido a ella. Cerró los ojos al recordar el estado en que habían quedado los muñecos después de los disparos ¡Dios mío, si hubieran estado allí mis hijos estarían muertos! Sintió frío al pensarlo.
Su marido se acercó despacio, se había quedado despidiendo a los policías. Pero ya se habían marchado todos.
- Brujita, ya se han marchado todos. ¿Qué haces aquí?- dijo abrazandola.
- Necesitaba estar sola. Tanta gente me estaba poniendo nerviosa.- contestó.
- Pues ya estamos solos. Tú y yo. Esta noche es nuestra mi amor.
- ¿De verdad? ¿Solo nuestra? – dijo apretandose contra él mimosa.
- Exactamente eso he dicho. Solamente nuestra. – agachó la cabeza y le sonrió.
Armando la besó con ternura, no tenía prisa. Esa noche era toda para ellos. Comenzó a besarle el cuello, ella echó la cabeza hacia atrás. Le desabrochó la blusa muy lentamente, recreándose en la piel que iba quedando al aire, le bajó los tirantes del sujetador y admiró su pecho tan firme, tan lleno. Con sus dedos rozó unos de los pezones que enseguida se endureció. Rozó el otro y continúo bajando la mano por su vientre, sus caderas. No dejaba de besarla. Marina le desabotonó la camisa y se la quitó. Besó aquel maravilloso torso que creyó que no volvería a besar. Le acarició la espalda. Le desabrochó el pantalón y él la tumbó en la hierba. Comenzó a besarla con pasión, chupó sus pezones y continuó bajando. Marina gemía, al contacto de su lengua creía morir. Se deshizo de los pantalones de los dos y se situó encima de ella.
- ¿Crees que podemos?- le susurró al oído.
- Claro. ¿Por qué lo dices?- preguntó en el mismo tono.
- Porque acabas de ser madre mi amor y no me gustaría lastimarte.-le hablaba sin dejar de besarle el lóbulo.
- No me harás daño, lo sé. Adelante Armando.- dijo besándolo.
Armando no se hizo de rogar, con suma delicadeza se situó sobre ella y con suavidad la hizo suya. Llegaron al éxtasis juntos con las respiraciones entrecortadas.
El amanecer los descubrió desnudos y muy juntos. Ya no se separarían nunca. Comenzaba una nueva vida para ellos. Habría muchos amaneceres tan bellos como aquel y pensaban salir a su encuentro de la misma manera que ese día. Amándose desnudos, disfrutando de su libertad…
Ya habría tiempo para hablar…
Ya habría tiempo para aclarar las cosas…
Ya habría tiempo…
Ahora lo único que importaba era su amor…