Cuando finalmente consiguió que se quedara dormida Armando con mucho cuidado para que no despertara, se fue levantando y acomodándola en la cama. Se la quedo mirando e inclinándose le acarició el cabello con ternura. Debía de haber tenido una espantosa pesadilla dado el grado de agitación en el que despertó y el desconsuelo con el que lloraba. Se quedó un rato allí mirándola y después regresó a su habitación. Se tumbó en la cama y recordó su hermoso sueño que había sido interrumpido por el grito de Marina. Poco a poco se fue quedando dormido.
A la mañana siguiente le sorprendió la visita de Eduardo, quería hablar con él y con Marina. Se le veía muy apesadumbrado pero algo en su expresión había cambiado. Se mostraba ante él casi humilde, Armando tenia la sensación de que había perdido aquella arrogancia y aquella altanería que siempre acompañaban a su persona. Hablaba bajito, su voz también había perdido aquel tono ofensivo, le rogó por favor que le escucharan, tenía algo que explicarles. Armando lo acompañó hasta su despacho y una vez estuvo acomodado, salió en busca de Marina. La encontró recogiendo sus cosas.
- Marina… ¿Qué haces? ¿No pensarás marcharte antes de la fiesta?- preguntó sorprendido.
- No. Me marcho mañana, pero como no quiero perder tiempo lo dejaré todo preparado.
- Entonces… ¿Estas decidida a marcharte? No hay nada que yo pueda hacer para convencerte de lo contrario ¿Verdad? – su voz era resignada.
- No Armando, no puedes hacer nada, me marcharé por la mañana. Continuar con esta farsa no tiene sentido.
- Está bien, como quieras. Sólo quiero que sepas que para mí no ha sido nunca una farsa. Pero por lo visto tú no opinas lo mismo.- le dio la espalda para que no viera el dolor en sus ojos- Eduardo quiere hablar con nosotros, está abajo en el despacho.
- ¿Eduardo? ¿Conmigo? ¿Con los dos? ¿Y que se supone que quiere ahora? No me apetece verlo Armando, atiéndele tú por favor.- le pidió.
- Ha dejado muy claro que tenemos que estar los dos, tiene algo que explicarnos.- dijo volviéndose a mirarla.
- No me explico que puede querer contarnos, por favor no quiero saber nada más de él nunca.
- No sé lo que quiere, pero no parece el mismo Eduardo. Baja conmigo, es el último favor que te pido Marina.
- Pero…
- Por favor… Te espero abajo.- y diciendo esto hizo ademán de salir de la habitación.
- Armando…
- ¿Si?- se paró en seco.
- Gracias por lo de anoche, me hizo mucho bien tu presencia en esos momentos.- Él cerró los ojos y alzó la cabeza recordándola entre sus brazos.
- No tienes porque dármelas hice lo que tenía que hacer, era mi obligación como marido. –su voz sonó seca, pretendía herirla como ella lo hería a él, y salió.
Marina se quedó un momento pensativa, no se explicaba que podía querer Eduardo y además no se fiaba de él, su presencia le desagradaba pero bajaría. Pretendía pasar su último día en paz con Armando y aunque sus palabras le habían hecho daño sabía que si no bajaba él se enojaría. Se retocó un poco y bajó.
Cuando entró en el despacho Armando le estaba sirviendo un whisky a Eduardo, este se encontraba sentado en uno de los sillones que había allí, al verla se levantó y se acercó a ella. Su marido se limitó a observarlos.
- Marina… gracias por acceder a hablar conmigo. Antes que nada quiero pedirte perdón por todo el daño que te he ocasionado.- le cogió las manos.
- He accedido por que me lo ha pedido Armando, yo no hubiera venido. Y no se que es lo que tengo que perdonar. Explícate.- retiró las manos con rapidez. Miró a su marido que los observaba muy serio.
- A eso he venido, a explicaros todo lo que he hecho y a implorar vuestro perdón.- Armando intervino en ese momento, le acercó el vaso a Eduardo.
- Te escuchamos, toma asiento. Tú también Marina, ven siéntate a mi lado.- dijo sentándose en uno de los brazos de un sillón y dejándole el asiento a ella.
Marina vaciló, si se sentaba allí estarían muy juntos. Pero después pensó que era la mejor imagen que podían darle a Eduardo, que viera que estaban bien, no darle la oportunidad de que se diera cuenta de cómo estaban las cosas entre ellos. Se acercó y se sentó, Armando le dedicó una encantadora sonrisa y le echo un brazo por encima acercándola más a él.
Eduardo empezó a darle vueltas al vaso y a explicar como había encontrado las cartas de su padre y de su nana y lo que allí decía. Los dos le escuchaban en silencio muy conscientes cada uno de la presencia del otro, estar tan cerca de su marido le daba a Marina una sensación de seguridad. Por su parte Armando aprovechaba lo que sabía eran unos de los pocos momentos en que todavía podría sentirla tan cerca.
- Y así es como me he dado cuenta de lo injusto que he sido con tu familia y sobre todo contigo Armando. Siento haber intentado causarte tanto daño. Sólo espero que algún día me puedas perdonar y cuando puedas olvidar todas mis ofensas, me gustaría recuperar aquella amistad que un día nos unió como hermanos. Créeme que necesito esa amistad, la soledad ya se ha cobrado su tributo volviéndome un ser ruin, cruel y amargado. Me encantaría volver a ser el Eduardo que era cuando tenía doce años y saber que siempre tendré un hermano a mi lado. Para mí no ha sido fácil reconocer mis errores, estaba tan ciego que no quería reconocer mi parte de culpa en la muerte de mi padre y por eso culpé a tu familia. Por favor perdóname Armando. ¿Crees que algún día podremos recuperar aquellos lazos que nos unían?
Armando no respondió de inmediato, se quedó pensativo durante un momento. Nadie habló, Eduardo se mostraba ansioso por saber su respuesta y Marina contenía el aliento esperando ver la reacción de su marido. Él se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro, aquello no se lo esperaba. Eduardo le estaba pidiendo, casi rogando que volvieran a ser amigos. No sabía que decir. Por una parte le hubiera encantado echarlo de allí con cajas destempladas en venganza por todos los años de inquina, pero su corazón le pedía que le diera una oportunidad de demostrar la verdad de sus palabras. Dejó de caminar y parándose frente a él le dijo.
- He oído tus palabras y no se si creerte. ¿No estarás intentando ganarte mi confianza para asestarme un golpe definitivo? ¿Cómo puedo estar seguro?
- Comprendo tu desconfianza Armando pero créeme, no planeo nada contra vosotros. Realmente necesito tu amistad, desde que ocurrió todo esto he estado solo, jamás después de ti he encontrado a ninguna persona a la que pueda llamar mi amigo. Quiero dejar de ser una persona solitaria y amargada. Necesito alguien en quien confiar y poder hablar de mis cosas, necesito un hermano Armando y tú eres la única persona que siempre me demostró un afecto verdadero. Siempre estabas ahí cuando te necesitaba, siempre me escuchabas, compartías mis penas y mis alegrías. No sabes como me arrepiento de haberte apartado de mi lado. Te he echado de menos muchísimo todos estos años. Por favor… vuelve a confiar en mí.
- Está bien, aunque mi cabeza me dice que te eche de aquí a patadas, mi corazón me dice que te dé una oportunidad y le voy a hacer caso, pero tendrás que volver a ganarte mi confianza Eduardo, eso es algo que no te puedo dar así como así. Vamos a ir poco a poco. Debo confesarte que yo también he extrañado muchísimo a mi hermano Eduardo. Voy a intentar confiar en ti, pero por favor no me falles no podría perdonártelo jamás.
- No te arrepentirás Armando. Estoy dispuesto a hacer todo lo que tú quieras para volver a ganarme tu confianza. Gracias hermano. ¿Puedo darte un abrazo?
- Esta bien… ¡Venga ese abrazo! ¡Todos para uno!- aunque un poco reticente Armando le dio el abrazo, realmente lo había echado mucho de menos. Cuando eran pequeños se denominaban a si mismos, junto con Javier los tres mosqueteros y estaban dispuestos a salvaguardar el mundo de los malos. ¡Que lejos quedaba todo aquello!
- ¡Y uno para todos!- Eduardo estaba llorando de felicidad, su amigo todavía recordaba aquella frase. Lo abrazó con la esperanza que se abría ante él de recuperar a alguien tan querido después de tanto tiempo.
Marina los había estado observando sin decir nada. Estaba contenta por la reconciliación, pero no entendía su presencia allí. Ella no tenía nada que ver con aquel asunto, se levanto y acercándose a ellos que continuaban abrazándose les dijo.
- Me alegro mucho de que os hayáis reconciliado, pero no comprendo mi presencia aquí. Yo no tengo nada que ver en esto así que si me disculpáis…
Dejaron de abrazarse y la miraron. En los ojos de Armando había un poco de desilusión, había esperado que Marina se sintiera tan feliz como él, que compartiera la alegría por su reencontrada amistad con Eduardo pero no parecía ser así. Eduardo por su parte la cogió de las manos y la acompaño hasta el sillón diciéndole.
- Te equivocas Marina. Tú tienes muchísimo que ver, gracias a ti he comprendido lo mal que me he portado. Tú fuiste la que me abrió los ojos y me dijo que buscara la verdad. ¿No lo recuerdas? En otras circunstancias habría creído que estabas loca y no te hubiera hecho caso, pero para entonces ya estaba enamorado de ti.- mirando a su amigo le dijo- No te alarmes Armando, en este tiempo he comprendido que ella es la mujer de tu vida y si te ha elegido a ti yo no tengo nada que hacer.
- Me alegro de que pienses así Eduardo, porque no pienso renunciar a ella fácilmente.- dijo mirándola significativamente.
- Lo sé, si me hubiera elegido a mí, tampoco renunciaría. Lucharía con uñas y dientes por su amor. Pero desgraciadamente no ha sido así. Tú has sido el afortunado - dijo sonriendo.- Pero todavía queda algo que debéis saber, algo que te afecta directamente Marina y quiero que lo sepáis por mí.
- ¿De que se trata?- preguntó ella mirando a Armando.
- Yo robé la formula de Pimpinella, no directamente pero si utilicé a alguien para que la robara para mí.
- ¿Cómo?- dijeron los dos al unísono.
- Si, quería hacerte el mayor daño posible Armando y creí que la mejor manera seria quitarte esa fórmula. Pero no sabía que vosotros teníais otro as en la manga, así que no me sirvió de nada.
- ¿Qué as teníamos? ¿Quién te ayudó?- preguntó Marina.
- Teníais el maravilloso perfume de Marina, al lanzarlo al mercado frustrasteis todos mis planes de acabar con Pimpinella. Debo reconocer que eres una excelente profesional Marina, tanto el perfume como el maquillaje son brillantes.
- Pero…Dinos quien te ayudo- dijo Armando, tanto él como Marina estaban expectantes.
- Calma, calma os lo voy a decir pero quiero que sepáis que estoy dispuesto a declararlo ante un tribunal si es necesario aunque tenga que ir a la cárcel. Deseo que creáis en mi buena voluntad, y en mi sinceridad. Me ayudó tu encargado de laboratorio Oscar Jiménez…
- ¡Oscar! ¡Jamás lo hubiera imaginado! Pero ¿Por qué?- preguntó Armando.
- Se sentía muy dolido por que habías contratado a Marina y no le habías tenido en cuenta a él.- explicó.
- Pero es que él no esta capacitado para ese puesto- dijo Armando.
- Pero él cree que sí. Por eso me vigilaba en todo momento…- Marina se quedó pensativa, recordando que cada vez que se daba la vuelta Oscar estaba cerca.
- ¿Te vigilaba? ¿Por qué no me lo dijiste entonces?- preguntó Armando.
- Porque no le di importancia. Pensé que formaba parte de su trabajo. ¿Cómo contactaste con él?
- Yo no contacté con él, fue él quien contactó conmigo. ¿Recuerdas aquel día en el restaurante cuando Armando estaba en Nueva York?- preguntó
- Si, claro que lo recuerdo me seguiste hasta allí y te sentaste a mi mesa para proponerme que traicionara a Armando.- miró a su marido.
- Y tú te negaste, y te marchaste de allí. Pues Oscar también te había seguido y al salir tú se acercó a mí. Por cierto creo que nos hizo varias fotos comprometedoras para ti. Y no fueron las únicas, también hizo algunas en otra ocasión en que intente besarte a las puertas de Pimpinella, todavía me duele el mordisco que me diste.- dijo tocándose el labio.
Armando les escuchaba y cerrando los ojos recordó las fotos que habían aparecido en su despacho el día en que hizo encerrar a Marina, creyó que lo había traicionado tanto profesional como personalmente. ¡Todo era un montaje! Y él se había negado a escucharla…
Marina se enfureció con Eduardo. Él sabía perfectamente que ella no había robado la fórmula y aún así permitió que la llevaran a la cárcel. Se acercó a él y le asestó una fuerte bofetada en el rostro.
- ¿Cómo fuiste capaz? ¿Cómo pudiste dejarme en la cárcel?- Armando se acercó a ella y la cogió por los hombros acercándola a su cuerpo.
- Me merezco esta bofetada y todas las que quieras darme Marina, reconozco que tendría que haber hablado entonces. Pero era demasiado cobarde para implicarme a mi mismo aún a costa de tu libertad, no sabes como me remordía la conciencia y hubo un momento en que me hubiera entregado a la justicia encantado.- confesó.
- Si, cuando viniste a verme y me confesaste de nuevo tu amor ¿Verdad? -Armando miró a Eduardo sorprendido, no tenía noticias de esa confesión
- Si Marina, si hubieras aceptado, en ese mismo instante me habría entregado. Pero no lo hiciste, me dejaste muy claro que no era yo el hombre a quien amabas. Y me dijiste que no querías volver a verme nunca.
- Y era verdad. Algo me decía que tú tenías mucho que ver con el robo.
- Perdóname por favor Marina.- ella no contestó- Y ahora ¿Qué vais a hacer? ¿Vais a llamar a la policía?- preguntó.
- No. Eso puede esperar. Vamos a coger a Oscar pero haremos que se delate él solo. Y en cuanto a ti, si verdaderamente deseas que creamos en tu sinceridad, nos ayudaras a atraparle ¿Que piensas tú Marina?
- Me estoy pensando si denunciarte Eduardo, me encantaría verte encerrado unos cuantos días. Te lo mereces.
- Hazlo si lo crees conveniente Marina, me merezco eso y mucho más.
- De momento, esperaré hasta que Oscar se descubra.- dijo ella.
- Gracias a los dos. No os arrepentiréis de vuestra decisión.
Continuaron hablando durante largo tiempo inventando una estrategia para coger in fraganti a Oscar, Eduardo colaboraría en todo lo posible.
Cuando Eduardo se marchó, Armando le pidió a Marina que esperara porque quería hablar con ella. Necesitaba pedirle perdón por su desconfianza. Ella accedió a escucharlo.
- Marina, lo siento. Debería haber confiado en ti, pero me ofusqué tanto que creí que me habías traicionado. Al ver aquellas fotos los celos me volvieron loco.
- Eso ya no tiene importancia Armando. – dijo ella.
- Para mí si que la tiene. Te acusé injustamente y te hice encerrar. ¿Podrás perdonarme?
- No lo sé, en estos momentos ya no se nada. Necesitaré tiempo para pensar.
- Está bien. Tómate todo el que necesites. ¿Te quedarás?- preguntó con esperanza.
- No. Me marcharé mañana tal y como he decidido. Dime una cosa… ¿Confías en él?
- No lo sé. Quiero confiar, hoy nos ha demostrado que ha cambiado, pero algo me dice que este alerta. ¿Tú que crees?
- Que debes estarlo, no confíes mucho en él hasta que te demuestre que lo merece.
- Eso pensaba hacer. Gracias Marina.
Esa tarde fueron a visitar a Javier para que le realizara las pruebas, estuvieron hasta bastante tarde ya que Javier no quería dejarlos ir sin saber exactamente todos los resultados, finalmente entró en el despacho donde le estaban esperando y les dio el diagnostico. Marina sufría de una extraña malformación congénita. Tenía un estrechamiento anómalo en una arteria y cuando estaba en tensión o se alteraba en exceso, el corazón bombeaba más sangre de la que su arteria era capaz de transportar, lo cual le ocasionaba una especie de “atasco” y le provocaba los mareos y los desmayos. Nada grave si se andaba con cuidado y seguía un tratamiento específico con unas pastillas que Javier le recetó y que debía tomar todos los días para prevenir el “atasco”. De lo contrario en cualquier momento podía sufrir una trombosis e incluso un derrame cerebral. Al salir de allí compraron las pastillas para que comenzara el tratamiento lo antes posible.
Al llegar a su casa ya era bastante tarde y el tiempo se les echaba encima. Marina comenzó a arreglarse para la fiesta. Se duchó y se secó el cabello, se puso un maquillaje muy suave que le daba a su rostro luminosidad, se puso el vestido que había comprado para la ocasión. Era un precioso vestido negro que se adaptaba perfectamente a sus contornos con un amplio escote hasta casi el final de la espalda. Se hizo un gracioso recogido que acentuaba sus facciones. Complementó el vestido con un largo collar que le caía por la espalda lo que atraería todas las miradas hacia aquella parte de su cuerpo, unos preciosos pendientes a juego con el collar y unos zapatos con unos tacones vertiginosos. Se estaba terminando de retocar los labios cuando entró Armando en la habitación. Este se quedó parado allí en medio mirándola, no sabía que decir. Le había hecho caso y estaba realmente espectacular. Como le hubiera gustado abrazarla en ese mismo instante y deslizar sus manos por aquel provocador escote. Marina continuaba frente al espejo terminando de retocarse. De reojo miraba a su marido y se sintió satisfecha de su aspecto al ver la expresión de la cara de Armando.
- ¿Querías decirme algo Armando?- preguntó con una sonrisa traviesa.
- No… Si… Venia a… Estas bellisima Marina.- balbuceó
- Gracias, solo he hecho lo que me pediste. ¿Venias a que?
- Venía a ver si ya estabas lista, pero veo que sí. ¿Bajamos?
- Claro, solo dame dos minutos.
Marina tomó el frasco de perfume y se roció por detrás de las orejas, en la base del cuello y en las muñecas. Armando la miraba perfumarse fascinado. Sus ojos seguían todos los movimientos de sus manos. Ella dejó el frasco del perfume en su sitio y acercándose a él le dijo.
- Ya estoy lista, podemos bajar cuando quieras.
Al ver que él no se movía, le preguntó.
- Armando… ¿Te ocurre algo?- él reaccionó a la pregunta y se acercó más a ella
- No, no me ocurre nada. Solo estaba pensando que en otras circunstancias no te dejaría bajar a la fiesta, me quedaría aquí contigo toda la noche. Me encantaría poder quitarte ese vestido muy lentamente.- su voz parecía un ronroneo.
- En otras circunstancias a lo mejor a mi también me hubiera encantado que me lo quitaras, pero no es el caso. ¿Bajamos?
Armando cerró los ojos por un instante y después haciéndole una especie de reverencia le dijo.
- Usted delante señora…
Bajaron y se dedicaron a recibir a los invitados. Todos alabaron la belleza de Marina y Armando se encontraba muy orgulloso, aunque un poco triste cada vez que recordaba que aquella sería la última noche de ella en la casa. Comenzó la música y Marina se vio asediada por todos los invitados varones que querían bailar con ella. El último en pedirle un baile fue Eduardo que había acudido a la fiesta. Pensó en negarse, pero finalmente accedió. Armando no había dejado de observarla en toda la noche y al ver la manera en que Eduardo la cogía al bailar sintió una punzada de celos. Se dirigía a arrebatársela de los brazos cuando notó que alguien le agarraba, se volvió y vio a Lucía que le sonreía sensualmente.
- Deja a esa estúpida que disfrute y baila conmigo Armando. Esta noche estas guapísimo.
- ¿Qué diablos estas haciendo tú aquí? ¿No has causado suficiente daño?- dijo entre dientes.
- ¿Daño yo? Mi amor, ni te imaginas el que puedo llegar a causarte.- dijo melosa.
- ¿No nos vas a dejar en paz nunca?
- No hasta que consiga lo que quiero.
- ¿Y que es lo que quieres?- preguntó muy molesto
- A ti por supuesto mi amor.
- Eso no lo vas a conseguir nunca Lucía. Yo amo a Marina.
- ¿Estas seguro de que no lo conseguiré? Ponme a prueba Armando.
- No pienso hacer nada de eso Lucía, lo que si pienso hacer es pedirte que te vayas de aquí, no quiero que Marina te vea.
- Me iré con una condición.
- ¿Qué condición es esa?
- No te la puedo decir aquí, vamos al jardín que se puede hablar mejor.
- Está bien, te escucharé pero después te marcharás.
- Seguro mi amor.
Se dirigieron al jardín. Marina no se había dado cuenta de nada, cuando la música cambió le dijo a Eduardo que estaba cansada de bailar y quería descansar un rato a lo que él accedió. Una mujer se acercó a ella y entablaron conversación, cuando llevaban un ratito hablando la mujer le dijo que se encontraba un poco mareada y le pidió que la acompañara al jardín. Marina accedió, cogió una copa de un camarero que pasaba con una bandeja y se encaminaron hacia allí. A Eduardo le pareció sospechosa la actitud de la mujer y las siguió a prudente distancia.
Armando y Lucía llegaron al jardín, sin que él se diera cuenta Lucía se había parado en un sitio que era fácil de ver desde la puerta que daba acceso. Armando le dijo.
- Ya estamos en el jardín, ahora dime de una vez que es lo que quieres.
- Quiero que me beses Armando.
- Tú estas completamente loca Lucía. ¿Cómo me puedes pedir eso? ¿No te he dejado bastante claro que no quiero nada de ti?
- Mi amor, te prometo que si me das un beso me marcharé, sólo te pido un beso.
- Estás loca si crees que te lo voy a dar- dijo molesto.
- Sólo uno Armando, si no me lo das iré a hablar con tu querida esposita y le contaré alguna cosa que se me ocurra- dijo riéndose- Si quieres tener la fiesta en paz más vale que me beses, te prometo que después me marcharé, me he convencido de que será lo único que podré obtener de ti y me resigno.
- ¿Lo que dices es cierto? ¿Si te beso desaparecerás de nuestras vidas para siempre?- preguntó
- Lo prometo, no te pido tanto creo que es un precio que puedes pagar para que desaparezca.
- Esta bien, si es así lo haré.
Se acercó a ella y cogiéndola de los hombros acercó sus labios a los de Lucía y la besó. En ese momento Marina y su acompañante se pararon en la puerta, la mujer le dijo.
- Mira, no hay nada más bonito que el amor de una pareja ¿Verdad?
Marina miró en la dirección que le señalaba y la copa se quedó a medio camino de sus labios. Los reconoció al instante, se quedó mirando como se besaban y no sabía como reaccionar. Eduardo también los vio y se dirigió hacia donde se encontraba Armando.
- Armando ¿Se puede saber que estás haciendo? Marina está allí y lo ha visto todo. ¿Cómo puedes hacerle esto?
- ¿Marina? No puede ser. ¡Oh Dios! – se lamentó.
Armando se giró en redondo y vio a su esposa allí parada. Marina se limitó a levantar la copa hacia ellos haciendo un brindis y después dio un largo trago, a su lado la mujer se reía bajito, ella la oyó.
- Si, el amor de una pareja que se ama de verdad es muy bonito. Y ahora, debo continuar atendiendo a mis invitados.- comenzó a caminar pero se volvió.- Por cierto, puedes decirle a tu amiga que puede besar a mi marido tantas veces como guste, al final la que se va a la cama con él todas las noches soy yo.- se giró y se marchó.
Lucía estaba disfrutando de la situación, lo había planeado todo y había salido a pedir de boca. Armando salió corriendo en pos de Marina, pero esta ya estaba bailando con uno de los invitados. Se acercó y le dijo al hombre.
- ¿Me permite bailar con mi esposa?
- Claro que si, toda suya.- contestó el otro apartándose a un lado.
Armando la tomó por la cintura y comenzó a bailar con ella. Marina estaba tensa y miraba hacia otro lado.
- Marina, mírame.-ordenó
- No puedo, estoy siendo amable con los invitados y los saludo cuando pasamos por delante de ellos. No querrás que crean que soy descortés ¿verdad?
- Me gustaría poder hablar con mi mujer, no he podido hacerlo en toda la noche. Mírame, Marina. – dijo entre dientes.
- Ya te estoy mirando ¿Satisfecho?- lo miraba a los ojos.
- No es lo que crees- intentó explicar.
- Yo no creo nada. Además lo que yo crea o deje de creer carece de importancia.
En ese momento la música cambió y se vio obligado a soltarla ocasión que ella aprovechó para alejarse y mezclarse con los invitados. No tuvo ocasión de volver a hablar con ella, lo estuvo esquivando toda la noche.
Cuando todos los invitados se hubieron marchado, Marina comenzó a subir la escalera con cansancio para retirarse a su habitación. Armando le salió al paso y desde abajo la llamo, ella se paró y lo miró.
- Marina… ¿No tienes nada que decirme?
- No. ¿Debería tener algo que decir?- preguntó, sabía muy bien a lo que él se refería.
- ¿Estás segura?
- Segura. ¿Sobre que debería decir algo si puede saberse?
- Lucia…
- ¡Ah! Sobre eso. No, no tengo nada que decir y ahora si me disculpas estoy muy cansada, me marcho a dormir.- continuó subiendo la escalera.
- Marina… Puedo explicarlo.- intentó justificarse.
- Yo no te he pedido ninguna explicación, creo.- dijo volviendo a pararse y apoyándose en la barandilla
- Pero yo quiero dártela, por favor…
- Mejor lo dejamos para mañana, de verdad estoy muy cansada y solo deseo ir a dormir. Buenas noches Armando.- terminó de subir y se dirigió a su habitación.
Armando se quedó allí viéndola subir, después se dirigió a su despacho y se sirvió un whisky. Se sentó y recapacitó sobre la trampa tan bien urdida que le había tendido Lucía. Y él había caído como un tonto. Estaba convencido que ahora si que después de ver aquel beso con sus propios ojos Marina no querría saber nada más de él. Se lo acababa de demostrar obviando el tema y no haciéndole ningún reproche por lo que había visto. Se aflojó el nudo de la corbata, se sirvió otro whisky y se lo bebió de un trago ¡Que estúpido podía resultar! ¡Dejarse engañar de semejante manera! Se quedó mirando el vaso y después de pensárselo un rato se sirvió otro.
Al cabo de un rato decidió subir a hablar con ella y aclarar el tema, estaba seguro de que no podría dormir sin hacerlo. Un poco achispado comenzó a subir a la habitación de Marina. Entró sin llamar, su esposa ya se encontraba durmiendo. Durante un tiempo infinito se quedó mirándola dormir. ¡Estaba tan bella! Se retiró el cabello de la cara, pasándose la mano por el. Después se acercó a la cama y se inclinó sobre ella, la besó. Marina se despertó sobresaltada e intentó apartarlo pero él no se dejó. Intentó besarla de nuevo y ella se incorporó de golpe y se puso de rodillas sobre la cama. Agarró las sábanas y apretándolas contra ella le gritó.
- ¿Qué estas haciendo? ¡Vete de aquí!
- No pienso irme brujita, eres mi esposa y tengo derechos.
- ¡No tienes ningún derecho! ¡Márchate!
- ¿Estas segura? Yo creo todo lo contrario.- dijo acercándose de nuevo hacia ella.
- Armando, has bebido. Por favor vete.
- No voy a irme brujita, vete olvidando de eso. Esta noche vamos a dormir juntos.
- Armando no lo hagas, no empeores las cosas por favor.
- Mañana te vas ¿Crees que pueden estar aun peor? – la agarró por los hombros y la besó a la fuerza.
- Por favor… no lo hagas, por favor…- De sus ojos empezaron a derramarse las lágrimas.
- Esta vez tus lágrimas no me van a ablandar. Antes no me has dejado quitarte ese vestido tan… Sexy. Pero ahora estas a mi merced -dijo volviendo a besarla y arrancándole el camisón
Ella intentó zafarse de su abrazo pero al estar en la cama no tenía suficiente espacio para escapar y Armando se abalanzó sobre ella. Como era mucho más fuerte no le costó inmovilizarla bajo su peso.
Marina intentaba a toda costa deshacerse de él, pero su peso sobre ella se lo impedía, le daba golpes en la espalda e intentó arañarle, pero él no soltaba su presa. Le sujetó las manos a cada lado de la cabeza. Intentó darle patadas pero él era más hábil y terminó de inmovilizarla. Después de un rato de lucha ya agotada y viendo que no iba a ser posible deshacerse de su marido, Marina dejó de pelear. Se quedó quieta. Volvió la cabeza hacia un lado mientras él continuaba besándola y le dejó hacer pasivamente mientras sus ojos se anegaban de lágrimas. Aquella noche Armando iba a hacer algo de lo que se arrepentiría antes de lo que pensaba…