arina continuaba como petrificada en el umbral de la puerta, no podía dejar de mirarlo.
- ¿Cómo?... –trago saliva - ¿Cómo me has encontrado? ¿Te lo ha dicho Javier?
- No, él no me lo ha dicho.
- Entonces… ¿Quién?
- Eso no tiene importancia brujita, lo importante es que estoy aquí. ¿Me vas a dejar pasar? ¿O prefieres que hablemos en la calle?- dijo señalando la entrada.
- ¡Oh! Claro por supuesto que no… Entra por favor…- se apartó para que él entrara.
Armando entró y se paró frente a la chimenea, su presencia llenaba toda la estancia, ella cerró la puerta y se quedó en el mismo sitio sin saber muy bien que hacer. Le había visto cojear y recordó que por su causa podía haber muerto en el accidente. Se estremeció al pensarlo.
- ¿Y bien? Puedes acercarte, que yo sepa no muerdo todavía.-sonreía, pero de pronto su sonrisa se congeló- ¿O si? ¿Me tienes miedo verdad? Después de lo que te hice, no me extrañaría.
- No… no te tengo miedo y aquello ya está olvidado, de verdad. Es solo que…
- ¿Qué?
- Que me ha sorprendido verte aquí, no te esperaba.- estaba muy nerviosa, se retorcía las manos.
- Supongo que no. Pero puedes estar tranquila, sólo he venido a hablar. –dijo mirando sus manos.
- Pero siéntate por favor, perdona mi poca hospitalidad pero es por la sorpresa. ¿Quieres tomas algo, un café, un refresco?
- No te preocupes lo entiendo, prefiero quedarme de pie por el momento, aunque un café estaría bien.- no podía dejar de mirarla.
- De acuerdo enseguida vuelvo, ponte cómodo.- se dirigió a la cocina.
Armando la siguió con la mirada, había algo diferente en ella pero no sabía que, la notaba como más adulta, en esos dos meses sin verla había cambiado. Cuando desapareció en la cocina, él se dedicó a mirar a su alrededor, tenía vagos recuerdos de aquella casa como si ya hubiera estado allí antes, le resultaba un tanto familiar. Miró hacia la puerta de la habitación y algo en su interior le hizo dirigirse hacia allí. Entró y paseó por ella, una imagen en su mente quería abrirse paso. Se relajó tal como Javier le había indicado que hiciera y dejó que los recuerdos fluyeran.
A su mente acudieron breves flashes de aquella noche en la que entre lagrimas le confesó a Marina su problema, el modo en que ella se puso en su lugar y sufrió lo que él sufría, como lo consoló y lo acurrucó en su regazo durante casi toda la noche. Ella le había ayudado a superarlo con dulzura y amor. Le dijo que quería formar parte de su vida, le rogó que no la apartara de él. Esbozó una sonrisa al recordar lo sexy que estaba ella con su camisa, la primera vez que hicieron el amor. Marina le juró que no lo abandonaría nunca, que no le fallaría. Volvió a ser consciente de todo el amor que sentía por ella. La necesitaba. ¿Qué había ocurrido? ¿Qué había cambiado?
Marina salió con el café en una bandeja y al no verlo se sorprendió, dejó la bandeja sobre la mesa y lo buscó con la mirada ¿Se habría marchado? Percibió un leve movimiento en la habitación y se dirigió hacia allí. Armando se encontraba parado en medio de la habitación mirando hacia la cama. Lo observó durante un rato y por sus movimientos corporales pudo percibir sus cambios emocionales. Se acerco lentamente y situándose a su lado le dijo muy suavemente.
- Estabas aquí… ¿Sucede alguna cosa?
- No. No sucede nada, algo me decía que ya había estado aquí antes, he sentido un impulso de entrar en esta habitación, y al hacerlo he empezado a recordar.
- ¿Qué has recordado?- sentía curiosidad.
- He recordado la noche en que te confesé mi problema, el modo en que tu me decías que sólo eran fantasmas, tu ternura, tu amor. La primera vez en que gracias a tu ayuda conseguí hacerte el amor. Lo arrebatadoramente sexy que estabas con mi camisa… Como me juraste que no me abandonarías nunca, que no me fallarías… ¿Qué nos ha sucedido Marina? ¿Dónde quedaron aquellos momentos?- se volvió a mirarla.
- Se fueron, quedaron lejos. Después han sucedido demasiadas cosas que no hemos sabido superar, mejor dicho que yo no he sabido superar. Lucía… mi pánico a perder a otro ser amado… mi miedo de amarte sin reservas.
- Mi amor… Pero eso lo podemos superar juntos los dos. Si queremos no hay nada que no podamos lograr.
- Ya no es posible. Hay demasiadas cosas que nos separan…
- ¿Cómo que Marina? Si yo logre superar mi bloqueo gracias a ti. ¿Qué no podremos conseguir juntos tú y yo? Nuestro amor es más fuerte que todos esos obstáculos.
- Ya no puede ser. Nos hemos herido demasiado…
- ¿Lo dices por…?- no le dejo acabar la frase, cogiendo su cara con las dos manos le dijo mirándole a los ojos.
- ¡No! No lo digo por eso, por favor Armando olvídalo. Ya pasó y yo lo he olvidado. Fue solo un arrebato en un momento con muchísima tensión entre nosotros. No te atormentes más. Créeme no es esa la causa.
- ¿De verdad? No puedo olvidar que he me he portado como un canalla contigo. Desde el día que lo supe vivo atormentado. ¿Cómo pude ser capaz? ¿Es que me había vuelto loco? ¿En que me he convertido Marina?- dijo dándole la espalda.
- Olvídalo, por favor. Bórralo de tu mente. Ese episodio no ocurrió. Es lo mejor.- se acercó y puso una mano en su espalda.
- Intentaré hacerte caso. Pero entonces ¿Qué otras cosas nos separan? ¡Dímelo por que me estoy volviendo loco! Se que te amo, pero no logro recordar lo que nos ha pasado.-se volvió y la tomo por los hombros
- Date tiempo, poco a poco todos los recuerdos volverán. Sólo necesitas estar tranquilo y relajado.
- No puedo. Estaría tranquilo y relajado si tú estuvieras conmigo. Lo sé, algo me lo dice.- la abrazó
- Eso no va a poder ser Armando. Por favor, no lo hagas más difícil.-intento soltarse del abrazo.
- ¿Es que tú ya no me amas?- preguntó separándola un poco pero sin soltarla.
- No es eso… Es sólo que creo que es mejor así, ya te he causado demasiado daño.
- ¿Mejor para quien? ¿Para ti?-la miró con tristeza.
- Para los dos, creo que si volvemos a estar juntos….- no terminó la frase, Armando la soltó de golpe, soltó un grito ahogado y comenzó a agarrarse la cabeza, cerrando los ojos.
- ¿Qué te pasa Armando?- preguntó alarmada.
- Este dolor de cabeza… sólo es de vez en cuando, pero parece que me va a estallar.- se iba agachando a la vez que se acercaba de espaldas a la pared
- ¿Puedo hacer algo? ¡Dímelo, por favor!
- No, no puedes, debo dejarlo pasar.
Llegó a la pared y una vez allí se deslizó por ella hasta quedar sentado en el suelo sin soltarse la cabeza. Marina intentó ayudarle pero él no consentía que se acercara.
- Déjame solo un rato, por favor enseguida pasará.
- Pero quiero ayudarte.- intentó acercarse.
- ¡No puedes! Esta vez no puedes…- puso una mano delante para que no se acercara.
Ella se levantó, lo miró y salió de la habitación. Comenzó a pasear por la sala y sintió el impulso de llamar a Javier, cogió el teléfono y marcó.
- ¡Hola princesa!
- ¡Javier escúchame! Armando está aquí…
- ¿Qué Armando está ahí? ¿Como te ha encontrado?- dijo mirando a Adriana que se encontraba a su lado. Esta empezó a disimular.
- Eso no importa ahora. Algo le pasa, estábamos hablando y de pronto se ha empezado a agarrar la cabeza, dice que le duele mucho. ¿Qué puedo hacer?
- ¿Dónde esta?
- Sentado en el suelo de la habitación, no deja que me acerque.
- Escucha bien, tienes que conseguir tumbarlo en la cama, cierra todas las cortinas y deja la habitación en la más absoluta oscuridad. Le molesta mucho la luz. En uno de sus bolsillos tiene que haber unas pastillas, dale una. ¿Oyes bien? Sólo una y el resto lo guardas tú, son muy peligrosas, si toma más de una podría ocurrirle algo.
- ¿Y porque va a tomar más de una?- no lo entendía.
- Princesa, ese dolor de cabeza es muy agudo, puede llegar a perder la conciencia, es debido al pequeño coagulo, poco a poco se esta disolviendo pero todavía le causa esos dolores, en su desesperación puede intentar tomar más de una y sería mortal. También puede resultar un poco agresivo pero entiende que en estos momentos no es él. Túmbalo y que descanse todo lo posible y procura que se relaje. Háblale muy suavemente. Procura no hacer mucho ruido, para él en estos momentos cualquier ruido es como si una manada de caballos trotara dentro de su cabeza.
- De acuerdo, entiendo. Voy a tumbarlo y luego te llamo.
- Espero tu llamada.
Marina volvió a la habitación y se acercó a él.
- Armando… ven, necesitas tumbarte. Por favor.
- ¡Vete! ¡Márchate! Déjame solo…- intentaba apartarla con una mano sin soltarse la cabeza con la otra.
- Escucha, he hablado con Javier y ya se lo que tengo que hacer. Mi amor deja que te cuide. Ven, levanta.- lo dijo con mucha suavidad y eso pareció calar en su mente.
A desgana dejó que ella lo ayudara a levantarse, se pasó un brazo de él por encima de sus hombros y lo ayudó a llegar a la cama. Armando casi no podía caminar, entre el dolor de cabeza y la leve cojera se sentía incapaz de llegar a ninguna parte. Marina lo sentó en la cama y comenzó a quitarle la ropa. Cuando lo desnudó lo tumbó y lo tapó. Entonces se dedico a buscar las pastillas. Las encontró en un bolsillo del pantalón. Fue a buscar agua sin dejarlas allí, al regresar antes de dársela le preguntó.
- Armando, las pastillas ¿Has tomado alguna?
- ¿Las pastillas…? No, no he tomado. ¿Dónde están?- estaba aturdido.
- Yo te la doy, tómatela.- le ayudó a incorporarse y le dio la pastilla y un poco de agua.
- Dame otra, por favor.
- ¡No! Javier ha dicho que sólo una.
- ¡Si el tuviera el mismo dolor que yo, te aseguro que se tomaría toda la caja! Por favor…-rogó
- No Armando, ya te has tomado una. Ahora túmbate e intenta relajarte y descansar, yo estaré a tu lado todo el tiempo.
- Gracias brujita.
Se tumbó y cerró los ojos, frunció el ceño e hizo una mueca de dolor. Marina querría haber hecho más pero ya había hecho todo lo que Javier le había indicado. ¡Todo no! ¡Las cortinas! Se acercó a las ventanas y cerró todas las cortinas, la habitación quedó en la más completa oscuridad. Eso pareció aliviar un poco el gesto de dolor de Armando, que pareció empezar a relajarse. Ella se quedó allí a su lado tal y como prometiera.
Al cabo de una hora y no sin antes asegurarse de que él se encontraba dormido, Marina salió con mucho sigilo de la habitación y llamó a Javier.
- Hola princesa ¿Qué tal está Armando?
- Parece que un poco mejor, está durmiendo profundamente.- explicó
- ¡Fantástico! Déjalo que descanse todo el tiempo que necesite. Seguramente que cuando despierte se encontrará aturdido y no sabrá que ha pasado. Explícaselo con delicadeza y oblígale a que coma algo, esas pastillas son muy fuertes y seguro que no ha tomado nada en todo el día.- le indicó.
- No lo sé, cuando ha llegado aquí iba a tomar un café pero no ha llegado a hacerlo y no se si había desayunado, pero no te preocupes que le haré comer.
- Marina, lo que te voy a pedir se que es un poco difícil.-le costaba decirlo.
- ¿Qué es eso tan difícil Javier?- preguntó ella extrañada.
- Sería conveniente que Armando se quedara en tu casa un par de días, aunque sólo sea esta noche.
- Pero eso no puede ser…
- Marina, después de esta crisis es conveniente que no viaje y que se mueva lo menos posible. El coagulo podría reventar. Hazme ese favor.
- Esta bien, si es por su salud, lo haré. No te preocupes.
- Gracias, perdona que no pueda ir pero Adriana no se encuentra muy bien y no la quiero dejar sola, cualquier cosa que pase me llamas. ¿Tú como estas?
- Confusa, nerviosa, asustada, sorprendida de que me haya encontrado. ¿Qué más te puedo decir?
- Me lo imagino, recuérdame que la próxima vez le ate la lengua a este loro parlanchín que tengo por compañera. –dijo riendo.
- ¿Ha sido Adriana? Me lo debí haber imaginado.- dijo sonriendo.- Esta mujer se moriría antes que guardar un secreto.- se puso seria- ¿Qué más le ha dicho?
- Jura y perjura que solo tu paradero, del embarazo nada. Dice que ella esta exenta de cumplir el juramento porque el que lo hice fui yo, pero que del embarazo nadie le ha preguntado nada y por eso no lo ha dicho.- miro a Adriana y le dio un beso en la frente.
- Esta bien, tiene razón ella no hizo ninguna promesa, pero recuérdame que la mate en cuanto la vea.-rió, su amiga no tenía remedio - Cuídala mucho Javier.
- Por la cuenta que me trae, es la madre de mi hijo, solo por eso la cuido- Adriana la dio un azote y el le dio otro beso.
- Dale un beso de mi parte, si hay alguna novedad te llamo.
- Esta bien, y no te preocupes, se lo daré. Hasta luego princesa.
Volvió a la habitación y se sentó al lado de la cama en la oscuridad, se quedó medio dormida y al cabo de unas cuantas horas notó movimiento en la cama, se acercó y vio que Armando había abierto los ojos. Le sonrió y volvió a taparlo.
- ¿Cómo te encuentras?
- ¿Qué ha pasado? Tengo un ligero dolor de cabeza y estoy como confundido. Me cuesta fijar las ideas, no recuerdo nada ¿Que hago en tu cama?
- Estábamos hablando y de pronto te has sujetado la cabeza diciendo que te dolía mucho. He llamado a Javier y me ha dicho lo que había que hacer, te he acostado, te he dado la medicación y he cerrado las cortinas. Parece que estas un poco mejor, pero debes quedarte en la cama.
- Pero… Debo marcharme ¿o no?- preguntó
- Todavía no, tal como estas no es conveniente que viajes ni que te muevas mucho. Quédate ahí tranquilo, yo voy a preparar algo de comer.
- No tengo hambre. Para mí no hagas nada.
- De eso nada, tú vas a comer lo que yo te ponga. Ordenes del médico.- dijo sonriendo.
- Pero si no tengo hambre, de verdad.- explicó
- Da lo mismo, tienes que esforzarte en comer, esas pastillas son muy fuertes y debes alimentarte. ¿O prefieres que me enfade?- dijo poniéndose seria.
- ¡Esta bien Srta. Rottenmeyer! ¡Haré lo que usted me ordene! Seré muy obediente.- dijo intentando sonreír, le complacía la preocupación de ella.
Marina soltó una carcajada.
- Así que tu también veías Heidi ¿No?- dijo divertida
- ¡Nooo! Yo era un niño ¿Cómo iba a ver esas tonterías?...- sonrió- Aquí entre nosotros, no me perdía ni un capitulo. Pero si lo dices en público, lo negaré todo.
- Yo tampoco me los perdía, enseguida vuelvo voy a preparar algo de comer. Descansa mientras.
- Está bien, por favor no tardes.- se recostó de nuevo y pensó en ella.
Durante el tiempo que había durado el dolor sus recuerdos se habían ido liberando e iba recordando más cosas, su infancia, sus padres, sus amigos. El inicio de su relación con ella. Su aroma… cerró los ojos y recordó aquel aroma que tanto le gustaba.
Al cabo de un rato Marina regresó con una bandeja, él se sentó y ella se la puso sobre las rodillas.
- ¿Tu no vas a comer nada?- preguntó
- Si, pero pensaba hacerlo más tarde.- explicó ella.
- Podemos hacerlo juntos, por favor. Sabes que no me gusta comer solo.- pidió
- Está bien, enseguida vuelvo.- salio de la habitación y regresó al cabo de un ratito con su comida.
- ¿Sólo vas a comer eso?- había traído una ensalada
- Si. Últimamente es lo único que me apetece. Como puedes ver es muy completa, lleva casi de todo. No te preocupes y come.
- Esta bien. Si tú me lo ordenas.
- Yo no, recuerda que te lo ordena la Srta.Rottenmeyer- dijo riendo.
Armando también rió de buena gana y se dispusieron a comer.
Eduardo había aprovechado la ausencia de Armando para tender una bien estudiada trampa a Oscar, durante el tiempo que su amigo estuvo convaleciente él estuvo tejiendo la trama para cogerlo con las manos en la masa y había llegado el momento de descubrirlo.
Habían contratado a un nuevo encargado de laboratorio de la absoluta confianza de Eduardo, este hizo creer a Oscar que había descubierto algo muy novedoso. La ambición hizo que este se pusiera en contacto con él, y Eduardo aceptó comprar la fórmula del producto. Oscar ajeno a la reconciliación de Armando y Eduardo se las prometía muy felices con el dinero que iba a ganar, pensaba retirarse a una isla paradisíaca, ese sería su último y definitivo golpe a la compañía. Estaba seguro que esta vez no se recuperaría de las pérdidas, ahora no estaba allí aquella estúpida de Marina para elaborar otro producto milagroso que los salvara.
Astutamente, el encargado del laboratorio dejó a la vista la supuesta nueva fórmula y Oscar no desaprovechó la ocasión, con su sempiterna cámara de fotos realizó todas las tomas necesarias y además tomó en un frasco una muestra de la que ya había elaborada y que hacía las veces de prueba antialergica. Lo que él no se imaginaba era que se habían colocado unas cámaras en miniatura en diversos puntos del laboratorio, que lo filmaron desde todos los ángulos posibles. Satisfecho consigo mismo y saboreando el golpe definitivo que iba a asestar a la compañía, se puso en contacto con Eduardo.
Este quedo en reunirse con él en un parque público para la recogida, avisó a la policía que se desplegó por la zona y acudió a la cita.
- Hola Oscar, a ver que me traes…
- Algo que esta vez si que va a dejar a Pimpinella en la más absoluta ruina Sr. Mendoza
- Bien, bien. Eso me complacerá y sabré recompensarte bien. A ver que es.
Cuando Oscar le entregó las fotos y recibió el dinero sonó una voz por detrás.
- Sr. Oscar Jiménez queda usted detenido por robo.
- ¿Qué dice?- dijo mirando a Eduardo- ¿De que habla este hombre?
- Este hombre es un agente de policía que te va a detener por haber robado la fórmula Oscar.
- ¿Qué me va a detener? Tendrán que demostrar que yo he robado algo, esto me lo encontré por ahí tirado.
- ¡Que casualidad! Para tu información te diré que todo está grabado, se han puesto unas cámaras en el laboratorio y las cintas son de lo más interesante.- Oscar se quedó blanco.
- ¡Pero usted también está implicado! ¡Él también esta implicado!
- Lo sabemos, él mismo nos lo ha explicado todo.
Se llevaron a Oscar detenido y le dieron las gracias a Eduardo. Había confesado antes de emprender la acción pero gracias a la ayuda de Armando estaba libre de cargos. Por eso no le explicó nada a su amigo, era su forma de darle las gracias, no quería implicarlo en la detención de Oscar. A este le iban a caer unos cuantos años.
Armando permaneció en casa de Marina durante dos días, durante ese tiempo hablaron mucho de todo, daban largos paseos por el lago y parecía que Armando iba aceptando porqué no podían permanecer juntos. No lo comprendía, pero lo aceptaba. Mientras Lucía continuara entrometiéndose entre ellos sería imposible su relación.
Marina en ningún momento le habló de su embarazo. Él no debía saberlo, no quería obligarlo a aceptar algo que no deseaba. Llegó el día en que Armando debía marcharse. Eduardo vendría a recogerlo, ya que él todavía no podía conducir. Mientras lo esperaban se sentaron al sol en la entrada de la casa. Ella había instalado un sofá balancín de dos plazas y allí pasaban algunas horas.
- Bueno brujita, parece que llega el momento.- dijo mirándola.
- Si, eso parece. Gracias por tu comprensión.
- No me las des. Acepto lo que dices, pero no te comprendo. Quiero que sepas una cosa…
- ¿Qué es?- preguntó interesada.
- Te voy a amar siempre, recupere la memoria o no. Tú eres la mujer de mi vida y jamás podré amar a otra.
Marina se levantó y de espaldas a él le dijo.
- No digas eso por favor… no lo hagas más difícil.
- Marina, prométeme que lo pensaras detenidamente y que si cambias de opinión volverás conmigo- dijo levantándose y poniendo las manos en sus hombros.
- Lo pensaré… pero no prometo nada.- dijo dándose la vuelta para mirarlo.
El la miró durante largo rato, en sus ojos se reflejaba todo el amor que sentía.
- ¿Puedo darte un último beso? Déjame llevarme ese recuerdo.- rogó.
- Esta bien, puedes.
La abrazó con infinita ternura y acercando su cara a la de ella le dio un profundo beso, con ese beso le dijo cuanto la amaba, cuanto la necesitaba. Y como iba a añorarla. Él no se hubiera marchado nunca, pero aunque con el corazón destrozado aceptaba su decisión. Nadie más que él sabía lo que le iba a costar no llamarla, no visitarla, no verla, no aspirar su aroma, no poder tomarla entre sus brazos, no besarla…
Eduardo llegó con una puntualidad casi británica. Se acercó y saludo a Marina, les puso al día de las novedades acaecidas en Pimpinella y le explicó la detención de Oscar.
- Marina, tu ya estás libre de toda sospecha. Oscar ha caído en la trampa.
- Gracias Eduardo.-dijo sinceramente.
- ¿Qué sospechas?- preguntó Armando.
- ¡Claro! Tú no recuerdas nada, no te preocupes por el camino te lo explico.
Se despidieron y se dirigieron al coche. Armando antes de subir a él se paró se dio la vuelta y la miró. Después de un rato le dedicó la mejor de sus sonrisas y le envió un beso soplándose en los dedos, Se tocó el corazón con los mismos dedos mirándola, se dio la vuelta y subió al coche. No volvió la vista atrás, sabía que si lo hacía no habría fuerza humana que lo hiciera marcharse de allí. En ese lugar se quedaba su corazón, junto a ella, para siempre. Él ya no lo necesitaba, si no podía estar a su lado para que lo quería. Se conformaría con recordar aquel último beso, con él le había entregado toda su esencia, lo demás ya no importaba.
Marina se quedó mirando como se alejaba el coche que se llevaba su amor para siempre. Si él hubiera bajado en ese momento, se habría echado en sus brazos sin pensarlo. Nada hubiera importado, tal vez con el tiempo él hubiera aceptado a ese hijo de los dos. En su retina todavía tenía la imagen de aquel bello hombre alto y fuerte, que tanto amor le había dado, su beso había quedado grabado a fuego en su boca. Su corazón viajaba con él, le acompañaría siempre, donde quiera que él se hallara. Recordaría aquella sonrisa para darle fuerzas en los momentos de flaqueza. Se dió la vuelta y pesadamente entró en la casa.
El tiempo trascurrió para los dos de similar manera, Marina se encontraba en su noveno mes de embarazo, haciendo caso del consejo de Javier se instalo en su antiguo piso en la ciudad, estaba más cerca del hospital para cuando llegara el momento. Añoraba a Armando como nunca, le hubiera gustado tenerlo a su lado.
Armando se recuperó de la cojera y cada vez estaba más fuerte, los dolores de cabeza habían remitido, el coagulo se había disuelto y como consecuencia había recuperado la memoria al cien por cien. Sólo le faltaba una cosa para ser feliz, Marina, la necesitaba. No había vuelto a sonreír, se había tornado serio y adusto. No le interesaba nada, solamente dejaba transcurrir el tiempo.
Ella se encontraba recogiendo la compra que acababa de hacer, cuando le sobrevinieron los primeros dolores. Con el primero se quedó doblada, algo no iba bien. Javier le había explicado como debían ser y no se parecían en nada a lo que él decía. Lo llamó para explicárselo, este le envió una ambulancia enseguida. Al llegar al hospital ya había roto aguas. Javier la examinó y se dio cuenta de algo que habían pasado por alto, no sabía como había sucedido pero era evidente. Al vivir Marina tan apartada sólo le habían realizado un par de ecografías y no se dieron cuenta que en vez de un bebé venían dos. Uno de ellos tenía el cordón enrollado en el cuello y había que desenrollarlo. Al ser dos la cuestión resultaba un tanto delicada. Además había alguna pequeña complicación más. La ética de Javier le indicaba que debía avisar a Armando, pero había prometido no decirle nada del embarazo…. ¡Claro! Del embarazo pero no del parto. No sabía que hacer, al final optó por llamarlo.
- Armando, soy yo ¿Puedes venir ahora mismo al hospital?
- ¿Qué ocurre Javier?
- Prefiero decírtelo en persona, por favor ven. Es urgente.
- ¿Qué me tienes que decir?- se hacía de rogar, no le apetecía salir de casa.
- ¿Vás a venir o no? Se trata de Marina.- eso hizo saltar todas las alarmas.
- ¿Que le pasa a Marina? ¡Dímelo Javier!- se había puesto en pie de un salto.
- Ven por favor y te lo explicaré. Es un tanto delicado para decirlo por teléfono.
- Salgo para allá ahora mismo. En diez minutos estoy allí.-ya estaba saliendo.
- Conduce con cuidado, no quiero que te pase nada a ti.
- No te preocupes.
Salió a toda velocidad, llegó al hospital en menos de diez minutos, buscó a Javier y empezó a asaltarlo a preguntas.
- ¿Dónde está ella? ¿Qué le pasa? ¿Qué ha sucedido? ¿Esta bien? ¿Puedo verla?- su desesperación se reflejaba en su cara.
- Ven vamos a mi despacho y tranquilízate, de momento está bien.
Llegaron al despacho y Javier lo hizo sentarse a regañadientes hizo lo que su amigo le pedía, pero estaba en tensión parecía a punto de saltar.
- Verás, es algo delicado de contar. No te lo he dicho antes porque Marina me hizo prometer que no lo haría. Pero dadas las circunstancias creo que debes saberlo.
- ¿Qué debo saber? ¿Qué es lo que ella no quería que me contaras? ¡Habla por Dios! Me muero de la angustia.
- Marina está de parto.
- ¿Qué? ¡Imposible, me lo hubiera dicho!- se levantó como un resorte.
- Ella no quería que lo supieras, porque sabe que tú no quieres tener hijos. Pero debo decírtelo porque hay alguna complicación y necesito tu autorización.
- Mi autorización ¿para que? – estaba aturdido.
- No tiene porque ocurrir nada pero si ocurre algo ¿A quien prefieres que salvemos? ¿A Marina o a los bebés?
- ¿Los bebés? No entiendo nada, explícate.
- Vas a ser padre de gemelos, pero uno de ellos tiene el cordón enrollado y tenemos poco sitio para desenrollarlo al ser dos, además el parto se ha adelantado un poco, Marina acaba de entrar en el noveno mes de embarazo.
- ¿Y quieres que yo te diga a quien salvar?- como Javier asintió, el le dijo.- A los tres por supuesto. Javier prométeme que vas a hacer lo posible por salvarlos a los tres.
- Lo voy a intentar, pero no prometo nada.
En ese momento comprendió las barreras insalvables que Marina le había explicado que existían entre ellos. ¡Estaba embarazada! ¡Iba a ser padre! Y sus vidas corrían peligro. Ella había pasado por todo el embarazo sola, por miedo a su reacción al saberlo. ¡Como no se había dado cuenta! ¡Que ciego podía ser! Sus argumentos para no estar juntos carecían de una base sólida y el no se había percatado. Por eso la había notado más adulta y un poco más rellena ¡Estaba embarazada cuando el fue a verla! ¡Que estúpido podía llegar a ser!
- ¿Puedo verla?
- No creo que sea conveniente ponerla más nerviosa. Ella no sabe que te lo he dicho.
- Por favor Javier, tengo que verla.
- Está bien, cinco minutos. Hasta que la llevemos a la sala de partos.
Salieron en dirección a la habitación donde se encontraba Marina y Javier le abrió la puerta y lo invitó a pasar. Los dejó solos. Ella se encontraba con los ojos cerrados, sudorosa y respirando fuerte.
Se acercó a la cama y con infinita ternura le apartó el cabello de la cara, Marina abrió los ojos y se quedó paralizada.
- ¿Qué?... ¿Qué haces tú aquí?- continuaba respirando fuerte.
- Javier me lo ha dicho, brujita vamos a ser padres. Gracias por este regalo.
- Pero… Tú no querías hijos. Yo no quiero obligarte.
- Tú no me obligas a nada, he comprendido que no podía desear una madre mejor que tú para mis hijos. Contigo si quiero tener muchos. Tú me ayudarás a ser el mejor padre del mundo ¿Verdad?
- ¿Tus hijos? Tu hijo querrás decir.- cerró los ojos al venirle una contracción.
- No Marina, nuestros hijos, son dos.
- ¿Dos? ¡No puede ser! Javier no me ha dicho nada.
- Porque no se habían dado cuenta hasta ahora. Mi amor prométeme que vas a ser fuerte, yo voy a estar aquí todo el tiempo.
Marina asintió, pero no pudo contestar el dolor se lo impedía.
- Pero nosotros no… Nosotros…
- Ya hablaremos más adelante de nosotros, verás como todo se arreglará ahora de momento sólo piensa en ti y en nuestros hijos. Tienes que ser fuerte.
Javier entró para llevársela a la sala de partos. Armando le dio un beso en los labios y cogiéndola de la mano los acompañó hasta la puerta de la sala, sólo la soltó cuando la entraron. Marina lo miraba a los ojos, en los suyos había miedo. Él la tranquilizó con una sonrisa. Cuando Javier iba a entrar, él le puso una mano en el hombro y le dijo.
- Sálvalos a los tres, por favor.
- Haré todo lo que pueda Armando.
Él sabía que su brujita se encontraba en las mejores manos. Se quedó allí fuera esperando, paseaba de un lado a otro de la sala. No podía sucederle nada a su brujita, Javier los salvaría. Estaba seguro de ello. ¡Iba a tener dos hijos! La noticia se había ido abriendo paso en su mente. Sentía un pánico atroz de no ser un buen padre, pero estaba convencido que con la ayuda de Marina lo conseguiría. ¡Dos hijos suyos y de su brujita! ¿Cuándo había ocurrido? De pronto se paró en seco. ¡Tenía que haber sido aquella fatídica noche! No podía haber sido otra, la noche en que él… Cerró los ojos e intentó alejar aquellas imágenes de su mente ¡Dios! ¿Cómo podía el destino jugar tan malas pasadas? Aunque algo bueno había surgido de allí, sus dos hijos. En aquel momento amaba a Marina más que nunca, su brujita había pasado por todo aquello sola y sin reprocharle nada.
El tiempo transcurría muy lentamente, Marina llevaba allí dentro siete horas, nadie había salido a decirle nada y él comenzaba a temerse lo peor. Eduardo había llegado hacía un rato, él lo llamó para que la espera fuese más llevadera.
- Están tardando mucho Eduardo ¿Qué estará pasando ahí dentro?
- Tranquilo amigo, todo irá bien ya verás. Javier es muy buen médico.- intentaba tranquilizarlo.
- Lo sé, pero no por eso dejo de estar muy preocupado. Ya han pasado siete horas…
- Si hubiera ocurrido algo malo, ya te lo habrían dicho. Tranquilízate, así no adelantas nada.
En ese momento se abrió la puerta y salió una enfermera con cara de cansancio, Armando se levantó de un salto y se dirigió a ella.
- ¿Qué ha pasado? ¿Cómo está mi esposa? ¿Y los bebés?-no podía ocultar su ansiedad.
- Enseguida saldrá el médico y le explicará todo con detalle, si me disculpa…
La enfermera se marchó y el se quedó mirándola, no le había dicho absolutamente nada. Su preocupación se acrecentó. Se estaba comenzando a desesperar. Notó una mano en su hombro y al darse la vuelta vio a Javier, con unas profundas ojeras. Armando lo miró con miedo en los ojos.
- ¡Enhorabuena papá! ¡Tienes dos bebés hermosos y sanos!- Armando no sabía si reír o llorar de alivio.
- ¿Y Marina? ¿Cómo está ella?
- Está muy bien, cansada pero bien. En un rato podrás ver a los bebés, por cierto son una pareja de lo más lindo. Un niño y una niña. – Javier le dio un gran abrazo.
- ¿Y a Marina? ¿Cuándo podré verla?
- En cuanto la lleven a la habitación, pero recuerda que debe descansar, ha soportado un tremendo esfuerzo y esta exhausta.
- Lo recordaré. ¿Podré quedarme con ella?
- Por supuesto señor papá. Quédate con ella esta noche. Le hará bien.
- Javier… Gracias por todo amigo.- le dio un fuerte abrazo.
- Ha sido un verdadero placer Armando. Marina es una gran mujer y se ha comportado como tal. Hazla feliz, se lo merece.
- Eso pienso hacer… si ella se deja…
Javier soltó una carcajada y se marchó riendo. Armando se quedó junto a Eduardo esperando a que la llevaran a la habitación. Una enfermera salió y les dijo que podían ir a ver a los bebés a la nursery y mientras llevarían a la madre a la habitación, la estaban terminando de preparar.
Acompañaron a la enfermera y se pararon detrás del cristal. La mujer cogió a uno de los bebés y salió con él en brazos. Lo depositó en los brazos de Armando y se dirigió a buscar al otro.
Armando no sabía como cogerlo, tenía la sensación de que aquella cosita tan pequeña se iba a romper en sus torpes manos, lo miró, era hermoso. Aquel personaje diminuto era su hijo, sus facciones eran perfectas o a él se lo parecían. La enfermera trajo al otro bebé y le indicó la forma de poderlos tener a los dos en brazos, sin que se cayeran. El otro bebé era una niña preciosa con cara de ángel. Armando los miraba y se sentía el hombre más orgulloso y más feliz del mundo. No pudo evitar que unas lágrimas de felicidad resbalaran por sus mejillas. Eran sus bebés, aquellas dos cositas eran suyas y del amor de su vida, de su brujita.
Más tarde, fue a la habitación de Marina. Se encontraba descansando, se la veía agotada. La besó en la frente y le acarició el cabello. Ella abrió los ojos y lo miró. El le dijo emocionado y con lágrimas en los ojos.
- Gracias… Gracias mi amor por tan estupendo regalo, son los bebés más lindos del mundo. Te amo.
- ¿Los has visto? ¿Como son?- preguntó.
- Bellos, hay una linda señorita tan bella y delicada como su mamá y un caballerete tan fuerte y apuesto como su papá. Gracias de nuevo brujita.
- ¿Podrás perdonarme que no te lo haya dicho?- preguntó con temor.
- ¿Perdonarte que? ¿Qué me hayas dado dos hermosos hijos? Tú eres la que tiene que perdonarme a mi por mi inseguridad, de no ser por eso no me lo hubieras ocultado ¿Verdad?
- ¡Claro que no! Lo que más deseaba en este mundo era ver tu cara al saberlo. Pero no me atreví.
- Y renunciaste a mí por ellos.- dijo besándola en los labios.
- No podía perder a un bebé tuyo, eso nunca. Antes sola que perderlo.
- Lo sé y por eso te amo más todavía. Y en cuanto a mi cara, podrás verla cuando tengamos otro…
- ¡No por favor! ¡Dame tiempo!- dijo ella sonriendo.
- ¡Lo tendrás brujita! Tendrás todo el tiempo del mundo.- dijo besándola.
- Tenemos que hablar de nosotros….
- Ya habrá tiempo, ahora descansa mi amor. Nosotros podemos esperar…
Aquella frase encerraba una esperanza, una promesa de futuro. Pero eso podía esperar, ahora lo importante era que ella se restableciera. Esta vez hablarían largo y tendido, no la dejaría escapar nunca más, aunque le fuera la vida en ello. Ella era la dueña de su corazón y sin su presencia este no podía latir. Sentía un gran alivio, por fin se iban despejando las dudas y los oscuros momentos vividos. Tenía dos bebés hermosos y llenos de vida. Era su obligación que fueran felices al lado de sus progenitores. En cuanto Marina se encontrara bien hablarían del futuro, de su futuro…