Marina fue despertando, no sabía donde estaba ni como había llegado allí. Poco a poco tomó conciencia de que se encontraba en un hospital. Miro a su alrededor y vio a Armando que permanecía sentado cerca de la cama inclinado, con los codos sobre las rodillas y la cara entre las manos. Parecía tan desolado… pero no iba a caer de nuevo en sus trampas. Suspiró y volvió la cabeza en la dirección contraria. No quería verlo. Armando al oírla dio un respingo y rápidamente se acercó a la cama.
- Hola mi amor. ¿Cómo te encuentras? -su voz denotaba un profundo alivio a la vez que preocupación.
- ¿Qué haces tu aquí?- dijo suavemente sin girar la cara.
- Estaba preocupado por ti. No quería dejarte sola.- dijo como disculpándose.
- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estoy?- preguntó.
- Te desmayaste Marina. Estas en la clínica, Javier te ha estado realizando pruebas para ver lo que tienes.- explico con suavidad.
- ¿Cómo llegue aquí? ¿Tú me has traído?
- No Marina. Te trajo Eduardo. Te desmayaste en sus brazos al salir de la presentación. Esta esperando fuera.-dijo desviando la mirada para que ella no viera cuanto le dolía haberlo encontrado allí.
Pero Marina seguía sin mirarle. Sabía que si lo miraba olvidaría todo lo ocurrido y volvería a confiar en él. Y no estaba dispuesta a que siguiera burlándose de ella.
- Marina… Mírame por favor…- rogó intentando acariciarle la mano.
- No quiero verte Armando. Vete.- pidió sin mirarle, apartando la mano.
- Cielo…tenemos que hablar. Debo explicarte…
- No hay nada que explicar. Lucía lo dejó todo muy claro. Por favor… Vete.- Armando cerró los ojos, para que ella no pudiera ver el dolor que le causaban sus palabras.
- Pero Marina… No quiero, no puedo perderte…
- Por favor… Dile a Eduardo que quiero hablar con él.- pidió.
- ¿A Eduardo?- preguntó con aspereza.- ¿Qué tienes que decirle tú a él?
- Eso a ti ya no te importa. Por favor… Dile que venga.
- No pienso hacerlo. ¡No quiero que ese hombre se acerque a ti!- dijo celoso.
- Necesito hablar con él. Por favor… - giró la cabeza y lo miró. Había tanta tristeza en sus ojos. ¡Tanto dolor en su mirada!
- Esta bien. Se lo diré.- Armando no pudo negarse. El corazón se le encogió al ver la mirada de ella.
- Gracias.-dijo volviendo a mirar al otro lado.
Armando salió de la habitación abatido. ¡Marina prefería hablar con Eduardo antes que con él! Se dirigió hacia donde se encontraba Eduardo hablando con Adriana.
- Eduardo… Marina ha despertado y quiere verte.- dijo sin mirarlo.
- ¿A mi?- preguntó
- Si, a ti. Quiere hablar contigo.- dijo con agresividad.
Eduardo se dirigió a la habitación sin contestarle. Adriana le preguntó como la veía.
- Triste Adriana. Muy triste. Pero no quiere escucharme. No sabes cuanto me duele verla así.-dijo apesadumbrado.
- Dale tiempo Armando. Por lo que sé Lucía se cebó con ella. Necesita analizar lo ocurrido antes de poder escucharte.- aconsejó.
- Espero que tengas razón Adriana. Yo la amo.
- No te preocupes verás como todo se soluciona. Voy a avisar a Javier que ya despertó.
- Está bien. Ve. Yo me quedo aquí.
- Deberías descansar. Llevas aquí toda la noche.
- No quiero irme. Y menos si anda por aquí Eduardo.
- Como quieras, pero creo que deberías darte una ducha y descansar.
- Gracias por preocuparte. Pero estoy bien. Anda ve a avisar a Javier.
Adriana fue a buscar a Javier. Armando se sentó y apoyó la cabeza en la pared. Cerró los ojos y pensó en si Adriana tendría razón. Marina no quería verlo. Le había pedido que se fuera. ¡Cuanto daño le habían causado esas palabras! Y había tanta tristeza en sus ojos… Recordó el brillo de la mirada de Marina cuando se encontraba entre sus brazos, antes de que interviniera Lucía. ¿Cómo lograría librarse de aquella loca mujer?
Eduardo entró en la habitación y se acercó a la cama.
- Marina… ¿querías verme?- preguntó.
- Si… Armando me dijo que tú me has traído .Quería darte las gracias.
- No tienes por que dármelas. No me quedó más remedio. Caíste rendida a mis pies.-dijo haciendo una broma.
- Eso tengo entendido.- dijo ella esbozando una pequeña sonrisa.
- ¿Cómo te encuentras?
- Un poco aturdida y con un ligero dolor de cabeza.- contestó.
- Entonces descansa. Yo puedo velar tu sueño, si quieres.- se ofreció.
- Gracias de nuevo. Pero no creo que a Armando le haga ninguna gracia. Aunque ya no importa.-y su voz sonaba abatida.
- ¿Qué pasó allí dentro Marina?- preguntó
- Prefiero no hablar de ello ahora. Por favor…
- Como quieras, no insistiré. De momento…
En ese momento entró Javier. Quería hablar con ella a solas y le pidió amablemente a Eduardo que saliera. Este así lo hizo y fue a sentarse frente a Armando que lo miró con rabia contenida.
- Te hemos realizado toda clase de pruebas y al parecer todo esta bien. La presión y el azúcar han vuelto a la normalidad. Pero no logro explicarme porque has tardado tanto en recuperar el sentido Marina.- explicó Javier.
- No lo sé. Pero si te sirve de ayuda, a mi madre también le sucedía algo parecido cuando se encontraba bajo presión o recibía fuertes emociones.- le refirió ella, hablando muy lentamente.
- ¿Y también tardaba en recuperar el sentido?- preguntó interesado.
- Si. Tardaba horas. También le realizaron montones de pruebas y nunca encontraron nada. Mi padre y yo decíamos que era su forma de escapar, de evadirse de la realidad.- explicó.
- Ya veo. Es algo hereditario.- dijo para si mismo.
- Si. Eso parece.- reconoció.
- ¿Te ha sucedido en alguna otra ocasión?
- No, nunca. Es la primera vez. ¿Cuándo puedo irme?- dijo.
- Mañana, hoy quiero que permanezcas en observación.
- ¡Pero si estoy bien! Tú mismo has dicho que no tengo nada.
- Princesa, haz caso a tu medico.- dijo con una sonrisa.
- ¡OH! Está bien. Te haré caso.- accedió con desánimo.
Cuando Javier salió de la habitación entró Adriana, quería ver como se encontraba su amiga y también quería escuchar su versión de lo que había sucedido en la presentación.
- Hola Marina ¿Cómo te encuentras?- preguntó
- Mejor, aunque tengo un ligero dolor de cabeza.
- Si te molesto vengo más tarde.
- No Adriana, tú no me molestas nunca – había una nota de tristeza en su voz.
- ¿Me puedes explicar lo que ocurrió anoche? Parecía que os habíais reconciliado.
Marina cerró los ojos y suspiro. Por lo visto todo el mundo quería saber y ella no se sentía con fuerzas para explicarlo. Pero a Adriana si se lo explicaría, era su mejor amiga y necesitaba que la aconsejara.
- Esta bien Adriana, te lo voy a explicar. Armando me ha engañado, me ha hecho creer de nuevo que me amaba y lo único que pretendía era reírse de mí.
- ¿Reírse de ti?... Eso no me lo creo Marina. Ese hombre te ama de verdad.-aseguró.
- No, no me ama. Eso es lo que nos ha hecho creer a todos.- dijo con amargura.
- A mi me consta que te ama y mucho. Deberías ver la cara que puso cuando entró aquí y vio que Eduardo estaba contigo. Casi lo mata de no ser porque Javier lo impidió. Estaba loco de celos.
- Pura fachada. ¿No te das cuenta de que ese es su juego? Hacernos creer a todos lo que no es.- dijo y una lagrima comenzó a resbalar por su mejilla.
- Marina créeme, ese hombre te ama. Ha estado aquí toda la noche muy preocupado por tu estado y ahora mismo está sentado ahí fuera frente a Eduardo. Parecen dos gladiadores a punto de enfrentarse a los leones. Sólo falta una pequeña chispa para que se enzarcen en una pelea.- dijo señalando hacia la puerta.
- Pero eso no es por mí, hace mucho tiempo que son enemigos.
- Te equivocas amiga. Armando se está muriendo de celos. Esos dos hombres te aman Marina.- Adriana se había dado cuenta de ello cuando al entrar esa noche había visto el modo en que Eduardo le acariciaba la mano.
- Si, claro. Por eso le ha pedido a Lucía que se case con él ¿no?- dijo levantándose de la cama nerviosa.
- ¿Qué le ha pedido que? ¿Te lo ha dicho él?- preguntó con incredulidad.
- No Adriana, me lo ha dicho la misma Lucía. Incluso me ha enseñado el anillo de pedida. Además me ha humillado delante de él ¡y no ha hecho absolutamente nada!
- ¿Y tú que has hecho? – preguntó
- He intentado mantener la calma. Me he defendido y le he devuelto el anillo a Armando. Es definitivo.- dijo estremeciéndose con los sollozos.
- Y entonces… ¿Se puede saber por qué llevas puesto el anillo?- preguntó señalándole la mano.
- ¿Qué anillo?- dijo y mirándose la mano se dio cuenta que lo llevaba puesto- ¿Qué hace aquí? ¿De dónde ha salido? Yo se lo devolví.- dijo mirando a Adriana sorprendida.
- Seguro que te lo ha puesto el mientras dormías. Ese hombre te ama más que a su vida Marina ¿No te das cuenta?
- Pero… ¿Y Lucía? Me aseguró que se iban a casar.
- Lucía lo único que quiere es sembrar la discordia entre vosotros. Cree que si te aleja de él ella tendrá una oportunidad.- razonó.
- Pues esta vez lo ha conseguido. No puedo volver a confiar en Armando. Esta vez no…
- Está bien, pero creo que te estas equivocando. Y ahora si no se te ofrece nada, me marcho a casa. Como puedes ver todavía llevo la ropa de la presentación.- dijo molesta por la incomprensión de Marina
- Si. Vete a casa y descansa Adriana. Gracias por preocuparte por mí.
- Claro que me preocupo. Eres mi mejor amiga, cielo. Pero te equivocas. Espero que cuando lo comprendas no sea demasiado tarde.-dijo abrazándola y acariciándole el cabello para consolarla.
Armando y Eduardo continuaban sentados frente a frente mirándose fijamente, como midiendo sus fuerzas. Cuando Adriana salió de la habitación, Armando se levantó y fue a su encuentro.
- ¿Cómo la has visto? ¿Qué te ha dicho?- le preguntó con ansiedad.
- Armando…Lo siento. Marina esta muy dolida. Lucía ha logrado sembrar la confusión en ella. Creo que va a necesitar tiempo para volver a confiar en ti.- le explicó poniendo una mano sobre su hombro para darle un poco de consuelo.
- ¡Dios mío Adriana! ¡Otra vez no! Yo la necesito para poder vivir ¿Qué puedo hacer?-dijo comenzando a pasear nervioso de un lado a otro.
- Darle tiempo e intentar que comprenda que Lucía estaba mintiendo para separaros. No se como lo puedes hacer, pero es lo que necesita. Armando ella te ama, pero en este momento ha perdido la confianza en tu sinceridad.
Ese fue el momento que escogió Eduardo para intervenir en la conversación.
- Vaya, vaya “amigo”. Así que Marina no quiere saber nada de ti. Eso quiere decir que tengo el camino libre para….- no pudo continuar porque recibió un puñetazo en la mandíbula de parte de Armando.
- ¡Ni se te ocurra acercarte a ella! ¡Estas advertido!
Eduardo se tocaba la mandíbula mirándolo fijamente. Cuando Armando se dio la vuelta para continuar hablando con Adriana, se abalanzó sobre él descargando toda la rabia que había acumulado durante tantos años hacia su enemigo. Se enredaron en una pelea en la que ninguno de los dos iba a salir victorioso. Fue una disputa cruel en la que los dos intentaban hacerse el mayor daño posible. Adriana trataba de separarlos, pero sus intentos resultaban infructuosos. Armando descargaba así su frustración por haber perdido a Marina. Para él esos golpes eran un alivio para su alma atormentada. Para Eduardo resultaba una pequeña venganza por todas las afrentas que creía haber recibido de parte de la familia Espinosa.
Javier apareció al oír los gritos y golpes, llamó a un enfermero y entre los dos consiguieron separarlos con mucha dificultad. Eduardo sangraba por la nariz y tenía una ceja partida, pero se revolvía en las manos que lo agarraban fuertemente. Armando también se revolvía, tenía un labio partido, había recibido fuertes golpes en las costillas y casi le faltaba el aire, además recibió un golpe en el ojo que se estaba comenzando a inflamar.
- ¿Pero se puede saber que creéis que estáis haciendo insensatos?- les grito Javier.
- ¡Suéltame Javier! – pidió Armando
- ¡Si suéltale que todavía no he acabado con él!- gritó Eduardo.
- ¡No os vamos a soltar a ninguno de los dos! ¿Pero es que os habéis vuelto locos? Esa no es la manera de arreglar vuestras diferencias. Además deberíais respetar el lugar donde os encontráis. Aquí hay personas que necesitan reposo.
Pero Armando había dejado de escucharle, al moverse Eduardo y su captor un poco, se dio cuenta que Marina se encontraba en la puerta de su habitación, mirándolos con cara de asombro. Al oír los gritos había acudido a ver que sucedía y los vio peleando como dos titanes.
- Marina…
Pero ella cambió su expresión por tristeza y volvió a entrar en la habitación. Armando dejó de luchar con Javier para soltarse y dejó caer los hombros. En ese momento comprendió la locura que había cometido al enfrentarse con Eduardo.
Se llevaron a Eduardo para curarle las heridas y Javier por su parte llevó a Armando a otra sala de curas.
Marina lo había visto todo, cada golpe que Armando recibía le dolía tanto como si se lo dieran a ella. Estuvo tentada de intervenir, pero pensó que ya no valía la pena. ¡Qué se mataran si querían! A ella ya no le importaba. Eso era lo que se decía a si misma, pero le importaba y mucho. Llorando se metió en la cama nuevamente. No pudo dormir en toda la noche reviviendo una y otra vez lo sucedido desde que llegó a la presentación. Daba vueltas y más vueltas a lo que Lucía había dicho. ¿Podía ser un invento de aquella loca como le había dicho Adriana? Tenía que recapacitar y volver a revivir los sucesos en la distancia para analizarlo todo bien.
Armando fue a la mañana siguiente a recogerla, Javier le había dicho que ese día le daría el alta. Tenía un ojo morado y dos puntos en el labio, aparte del dolor de las costillas aunque no tenía ninguna rota. Entró en la habitación con sumo cuidado, y vio que esta se encontraba vacía. ¿Dónde estaba Marina? Se dirigió al despacho de Javier para averiguarlo.
- ¿Dónde está? ¿Ya se ha marchado?- preguntó
- No te va a gustar lo que te voy a decir Armando.-dijo con expresión seria.
- ¿Qué pasa? ¡Habla por favor!- rogó inquieto.
- Eduardo ha venido a buscarla y la ha llevado a casa.- explicó.
- ¿Qué? ¿Como que se ha ido con Eduardo?
- Lo has escuchado bien. He intentado que te esperara a ti, pero me ha dicho que ella ya no tenía nada que ver contigo y podía irse con quien quisiera. -dijo mirándolo temiendo su reacción.
- ¿Eso ha dicho? Pues ahora mismo voy a hablar con ella. No quiero que ese hombre se le acerque.
- ¡Espera! Hay algo más. Marina ha dicho que no quiere verte… nunca más. Me ha pedido que te entregue esto.- dijo mostrándole el anillo.
Armando se dejó caer en la silla ¡La había perdido! Le devolvía el anillo otra vez y se había marchado con Eduardo. Era una clara invitación a que la olvidara. ¡Pero no lo haría! No le iba a resultar fácil librarse de él. Le daría tiempo como le aconsejó Adriana. Pero no demasiado. La necesitaba. Sin ella se encontraba incompleto.
- Armando… Deberías descansar.- aconsejó Javier.
- Tienes razón. Me encuentro agotado.-reconoció
- ¿Has dormido algo?
- Me ha resultado imposible. Una y otra vez e intentado encontrar la forma de hacer que Marina comprenda y vuelva a mí, y una y otra vez se me escapaba la solución.
- Cuando hayas descansado, veras las cosas diferentes. Dale un respiro a tu mente y veras como la solución aparece por si sola.
- Puede que tengas razón. Gracias por todo Javier.
- No tienes que dármelas. Eres mi amigo. Si necesitas cualquier cosa no dudes en decírmelo.
Armando dejó pasar unos días sin hacer ningún intento de verla o hablar con ella. Quería darle tiempo para que recapacitara sobre las palabras de Lucía y se diera cuenta por ella misma que no eran ciertas. Pero al tercer día ya no aguantaba más, tenia que verla, necesitaba hablar con ella, mirar sus bellos ojos y demostrarle cuanto la amaba sin dejar lugar a ningún tipo de duda.
Se acercó hasta la casa de Marina al anochecer, sus obligaciones en Pimpinella no le habían permitido ir antes, y cuando se disponía a bajar del coche vio que se acercaba Eduardo ¿Qué hacía él allí? ¿Por qué no dejaba en paz a Marina? Observó como llamaba al timbre y entraba al abrirse la puerta. Al rato los vio salir hablando animadamente, se dirigieron al coche de Eduardo, subieron y el coche arrancó ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Desde cuando eran tan amigos? Tenía que averiguar donde iban. Notó como los celos y la rabia le iban subiendo por la garganta. Grito. Necesitaba desahogarse. Su brujita no podía sucumbir a los manejos de aquel hombre que alguna vez fue su amigo. Marina era solo suya, era su otra mitad y no iba a dejar que él se la quitara.
Decidió seguirlos a una prudente distancia, salieron de la ciudad y al cabo de pocos kilómetros Eduardo paró el coche en el aparcamiento de un coqueto restaurante que Armando conocía muy bien. Era un lugar muy romántico rodeado de un precioso bosque de hayas y robles, en los jardines había unos preciosos cenadores en cada uno de los cuales se encontraba instalada una mesa y que servían de comedor cuando el tiempo lo permitía. Aquí y allá se veían algunos naranjos en flor y el aroma de azahar que desprendían era exquisito. Los cenadores se encontraban separados unos de otros por unos cuantos metros, en cada mesa había velas encendidas que junto a la tenue iluminación dotaba al conjunto de una intimidad incomparable. Era el lugar al que había pensado llevarla para celebrar su reconciliación. No había podido ser, y ahora ella se encontraba allí en compañía de Eduardo. Un camarero les acompaño a uno de estos cenadores preparado para dos personas. Esparcidas por la mesa había rosas rojas y algunos pétalos dejados caer como al descuido.
Parapetado tras un frondoso helecho Armando observaba a la pareja, estaba decidido a averiguar que tramaba Eduardo.
Este retiró la silla para que Marina tomara asiento y a su vez se sentó al otro lado de la mesa.
- Este lugar es precioso – dijo ella mirando a su alrededor.
- Espero que te guste, es muy acogedor y tenemos la suficiente intimidad para hablar.
- ¿De que querías hablarme?
En ese momento el camarero se acercó a tomar nota, realizaron su pedido y Marina inquirió.
- ¿Y bien? ¿Qué era eso tan importante que tenías que decirme?
- Disfruta de la cena y después tendremos tiempo para hablar.-dijo él.
- Veo que no me vas a decir nada hasta más tarde, esta bien.- dijo esbozando una tímida sonrisa.
Les sirvieron la cena que resultó deliciosa y mientras cenaban hablaron de cosas cotidianas. Una vez terminada la cena Eduardo comenzó a explicarle porque la había llevado allí.
- Bien Marina, puede que te resulte un poco chocante pero si te he traído aquí es porque quiero pedirte algo.
- Tú dirás… ¿Qué me quieres pedir?
- Dado que tu relación con Armando está rota y que vuestra boda no va a tener lugar, quiero pedirte… Marina, cásate conmigo. Yo te amo. No me preguntes como ha sucedido pero es así. – confesó y sacó de su bolsillo un estuche que le entregó.
- Pero… ¿Qué estas diciendo Eduardo? ¿Te has vuelto loco? –exclamó sin abrirlo.
- No preciosa. No me he vuelto loco, solamente me he dado cuenta de que eres la mujer con la que quiero pasar el resto de mi vida.
- Pero no me conoces.- dijo ella intentando salir de aquella situación tan embarazosa.
- Te conozco lo suficiente para saber que te amo profundamente.- y en su mirada se reflejaba todo el amor que sentía.
- Y… ¿Cuándo te has dado cuenta de eso?
- El día que caíste inconsciente en mis brazos, cuando vi que no te recuperabas me creí morir. Ahí me di cuenta de lo importante que te habías convertido para mí.
- Eduardo… No quiero herirte, nada más lejos de mi intención pero… Yo no te amo.- dijo ella.
- Lo sé, todavía estás enamorada de él, pero se que con el tiempo aprenderás a amarme, yo voy a poner todo de mi parte para que así sea.- dijo poniendo su mano sobre la de ella- Ábrelo por favor.
- No se si debo… Eduardo por favor… No puedo casarme contigo. Al único hombre que amaré siempre es Armando. Después de él no podría amar a nadie más.- dijo retirando la mano y devolviéndole el estuche.
Armando no vio como se lo devolvía, porque al verlo en su mano se le encogió el corazón de tal modo que tuvo que salir de allí a toda prisa. Eduardo le estaba proponiendo matrimonio a su brujita. ¿Y si ella aceptaba? No podría soportar saberla de otro. La amaba tanto que se sentía desesperado. Subió al coche y comenzó a circular a toda velocidad por la carretera, no le importaba morir si no podía tenerla a ella. Gruesas lágrimas comenzaron a bajar por sus mejillas entorpeciéndole la visión. Por su mente empezaron a pasar imágenes de ella, su sonrisa, sus ojos llenos de amor cuando le miraba, aquellos preciosos labios que tanto le gustaba besar, sus noches de amor, Marina recorriendo su cuerpo beso a beso sin dejar ni un solo palmo de piel, aquellas caricias que le hacían estremecer de placer. Como respondía ella a sus besos y caricias, como se moldeaba su cuerpo a sus manos. Su primera noche juntos cuando ella con tanto amor le había consolado en aquel lavabo. Recordaba como lloró con él, con cuanto cariño lo abrazaba y le acariciaba el cabello. Como le rogaba que la dejara ser parte de su vida, que no la dejara fuera. La primera vez que hicieron el amor, para el fue una liberación y todo se lo debía a ella… Paró a un lado de la carretera y entonces dejó salir todo su dolor y frustración. ¡Marina se iba a casar con otro! Y el la perdería para siempre. Salió del coche y caminó hacia el bosque. Al penetrar en el, camino largo rato, no notaba las ramas que le golpeaban las piernas. Al llegar a un claro se paró y mirando hacia el cielo grito como nunca antes había hecho. Alzando los brazos gritaba pidiendo una explicación, las lágrimas no dejaban de fluir.
- ¿Por qué Dios? ¿Por qué me haces esto? ¿Qué te hecho yo? ¡No me la quites! ¡No la apartes de mí! ¡Ella es mi vida! ¿Es que no te das cuenta que sin ella no soy nada?
Se dejó caer de rodillas y comenzó a golpear el suelo con los puños.
- ¿ Porque? ¿Por qué? ¡Marina!
Su último grito era desgarrador. Se fue deslizando hasta caer de costado en el suelo y encogiéndose sobre si mismo continuó llorando, no le importaba el dolor de las costillas. Se quedó allí en la misma posición por tiempo indefinido. No le afectaba el frío del bosque, ni lo notaba. Agotado se quedo dormido, pero era un sueño inquieto.
Eduardo y Marina habían decidido regresar a la ciudad. Al pasar por ese punto de la carretera, ella vio el coche de Armando.
- ¡Por favor Eduardo para el coche!
- ¿Por qué?- preguntó
- Me ha parecido ver el coche de Armando a un lado de la carretera. – explicó ella.
- No es posible ¿Qué iba ha hacer el aquí?
- No lo se, pero por favor para.
- Estas viendo visiones Marina. El no está ahí. – se resistía a parar.
- ¡Para el coche!- gritó
- ¡Esta bien! Pero ya verás como no es él.
Eduardo dio la vuelta y retrocedió unos kilómetros. Al llegar a la altura del coche paró y Marina bajó corriendo.
- ¿Ves como es su coche? ¿Qué hará aquí? ¿Dónde está él?
- No lo se y tampoco me interesa averiguarlo. Vámonos Marina.
- ¡No! Yo no pienso irme hasta que lo encuentre ¿Y si le ha sucedido algo?
- Y yo no pienso quedarme a buscarlo- dijo con aspereza.
- Pues entonces vete – contestó ella.
- ¿Pero como voy a dejarte aquí? Tú vienes conmigo- y la agarró del brazo.
- ¡Suéltame! Yo me quedo. Ya puedes irte.
- ¡Esta bien! Si eso es lo que quieres… ¡Ahí te quedas!
Se subió al coche y arrancó. Eduardo se había marchado y ahora ella tenía que averiguar donde se encontraba Armando. Se acercó al coche y comprobó que el motor estaba frío, lo cual indicaba que llevaba allí mucho rato. ¿Le habría sucedido algo? Se dirigió hacia el bosque y comenzó a llamarlo. Al llegar a la linde se estremeció, le daba miedo entrar en el bosque de noche y además hacía mucho frío, el chal que llevaba sobre los hombros no la protegía para nada. Pero si él estaba allí ella le encontraría. Tragó saliva y se dispuso a adentrarse en el. Los tacones se le iban hundiendo entre la hojarasca y las sombras de los árboles le parecían amenazadoras. Pero se había propuesto encontrarlo y no pararía hasta conseguirlo. Caminaba despacio y escudriñaba entre las sombras llamándolo. Pero nadie contestaba. Fue avanzando e internándose en el bosque durante bastante tiempo, se había desgarrado el vestido con unas ramas y un tacón se le rompió al engancharse en una raíz. Se estaba empezando a poner nerviosa ¿Dónde podía estar Armando? ¿Estaría herido? Se golpeó la cara con una rama y comenzó a sangrar un poco. Cuando ya iba a desistir de su búsqueda, llegó a un pequeño claro. Se paró y miró a su alrededor. Vio una sombra, como un bulto en el suelo. Se acercó despacio y entonces lo vio. ¡Si, allí estaba Armando! Sintió un gran alivio al verlo. Pero se dio cuenta que no se movía. Se precipitó hacia el angustiada.
- ¡Armando! Despierta, por favor despierta. ¿Qué te ha sucedido?
Él continuaba sin moverse, se dio cuenta que tenía las manos llenas de tierra y se las intentó limpiar un poco con el vestido.
- Armando ¡Por Dios! ¿Qué te pasa? ¡Despierta!- lo sacudió.- ¡Despierta mi amor!- al ver que no despertaba las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.
Comenzó a palparle todo el cuerpo para ver si se encontraba herido, pero aparte del ojo morado y los puntos del labio no parecía tener nada más. Al tocarle las costillas Armando gimió de dolor. A Marina la invadió una inmensa alegría ¡Estaba bien! Dolorido, pero bien.
- ¡Mi vida despierta! – y volvió a sacudirlo. Él comenzó a abrir los ojos.
- Marina… ¿Eres tu?
- ¡Si! Soy yo Armando ¡Estoy aquí!- ella lloraba y reía a la vez. Tanto era el alivio que sentía.
- ¿Qué haces aquí? ¿Qué te ha pasado en la cara?- preguntó entornando los ojos y tocándole la herida.
- Me he golpeado con una rama, no es nada de importancia. He visto tu coche al lado de la carretera y me ha extrañado.
- ¡Oh! Mi brujita ¡Estas aquí! ¡Gracias Dios mío!- dijo mirando al cielo.
- Si estoy aquí. Cuando he visto que no despertabas me he angustiado ¿Qué haces tu aquí?- preguntó ella
- Nada. Lo importante es que te tengo a mi lado- dijo abrazándola.
- ¿Pero como has llegado hasta aquí?- preguntó correspondiendo a su abrazo.
- Eso no importa ahora. Marina… Escúchame por favor…
- Te escucho
- Te amo. Eres lo más importante para mí. Sin ti mi vida no tiene valor. – dijo abrazándola más fuerte.
- ¿Y Lucia?- preguntó ella intentando separarlo.
- Lucia es una loca que quiere separarnos mi amor. Yo te amo a ti.- dijo y sus ojos se lo confirmaban.
- Pero entonces… ¿No te vas a casar con ella?
- ¡Nunca! ¡Óyeme bien! Nunca podría casarme con alguien que no seas tú.
- ¿Y todo lo que me dijo?
- Puras mentiras, no puede soportar que te ame a ti. Por favor brujita créeme.
- Esta bien. Voy a intentar creerte.
- Por favor Marina… No me dejes nunca. No vuelvas a hacerlo, no podría soportarlo.- intentó besarla, pero el dolor del labio se lo impidió. Se lo tocó como indicándoselo a ella y ambos rieron.
Se levantaron y despacio salieron del bosque. Marina le cogía por la cintura para ayudarle a caminar porque el dolor de las costillas se había acentuado debido a la postura mientras se encontraba en el suelo. Lo acomodó en el asiento del acompañante y ella tomó el volante.
- ¿Adonde me llevas? –preguntó Armando.
- A mi casa. No creo que quieras que tu madre te vea así ¿Verdad?
- No claro que no. Tendría que darle muchas explicaciones de porque llevo toda la ropa manchada de tierra. Gracias brujita.
- Pues a mi casa entonces. Creo que necesitamos una buena ducha ¿No crees?
- Claro que si mi amor. Lo que tú digas brujita. Tus deseos son órdenes para mí. Te amo.
- Descansa un rato mientras llegamos, pareces agotado.
Armando se recostó en el asiento y cerró los ojos. Realmente si se encontraba agotado, pero no quería dormirse. Prefería disfrutar de la compañía de Marina. Ella conducía suavemente. Y acabó adormeciéndose.
Llegaron a casa de ella y le despertó suavemente.
- Armando… despierta, ya hemos llegado.
- ¿Si? Perdona me he quedado dormido.
- No importa, te hacía falta.
- Si eso creo.- dijo sonriendo.
Marina amaba esa sonrisa. Cuanto la había echado de menos. Cuanto había añorado sus abrazos. Cuanto añoraba sus cálidos besos. Le ayudo a salir del coche y a entrar en el apartamento. Lo acomodó en el sofá mientras le preparaba la ducha. Cuando se hubo duchado, lo acomodó en la cama y se dispuso a ducharse ella y a curarse la herida de la cara. Al acabar, vio que estaba dormido y lo dejó descansar. Cogió unas sabanas y una almohada y se dirigió al sofá. Se encontraba extendiendo la sábana cuando escuchó su voz.
- Marina…
- Dime ¿Qué necesitas?- dijo acercándose a él.
- ¿Dónde estabas? ¿Por que no te has acostado?- preguntó soñoliento.
- Iba a hacerlo ahora mismo. Hasta mañana Armando.- y se encaminó hacia el comedor. Armando se despertó de golpe.
- ¿Adonde vas Marina?- preguntó incorporándose bruscamente lo que le provocó dolor y lo obligó a emitir un gemido.
- Al sofá. A dormir.- contestó
- ¿Al sofá? ¿No vas a dormir aquí conmigo? Por favor… Te prometo que me portaré bien. No haré nada que tú no quieras. Te necesito a mi lado.- dijo tocándose el costado donde sentía el dolor.
- Pero es que…
- Por favor Marina…
- ¡Esta bien! ¡Que diablos! Ahora vengo.
Recogió la ropa que había extendido en el sofá y la guardó. Después se metió en la cama. Armando la abrazó y ella se dio cuenta de cómo lo había echado de menos ahí en su cama abrazado a ella. Sonrió, ese era su sitio, al lado de él. Se encontraban tan cansados que se durmieron enseguida.
Se despertó en mitad de la noche, al principio no recordaba donde se encontraba. Cuando sus ojos se adaptaron a la oscuridad, comenzó a distinguir los contornos de la habitación ¡Estaba en casa de Marina! ¡En su cama! La oyó suspirar y entonces su mente lo recordó todo. La tenía allí a su lado, podía tocarla. Notaba aquel aroma que tanto le gustaba, la miró. Su cabello esparcido por la almohada, esa expresión de tranquilidad infinita en su bello rostro cuando dormía. La curva de su hombro que tanto le gustaba besar. ¡Ella estaba ahí! Se acercó un poco y comenzó a besar su hombro con sumo cuidado. Como había echado de menos el sabor de su piel, su tacto aterciopelado. Marina se removió un poco, el continuó besando sus ojos, su herida de la mejilla, su nariz, sus labios. Ella despertó a medias y lo miro con aquellos bellos ojos que lo enloquecían.
- ¿Qué haces? ¿No duermes?
- Te miro. Me encanta verte dormir. Estas tan bella, tan serena…
- Anda, no digas tonterías.
- No son tonterías Marina. Te amo más de lo que nunca llegué a imaginar. Te necesito brujita.
Y diciendo esto la beso en la boca, fue un beso cálido, tranquilo, tímido. No sabía si ella le rechazaría. Pero no lo hizo, correspondió a su beso abrazándose a él. Este gesto dio alas a la pasión de Armando que comenzó a acariciarla por debajo de la camiseta. Sus besos se volvieron más ardientes. Ella a su vez, acariciaba la musculosa espalda. Lo deseaba, lo necesitaba. Quería sentirse segura en sus brazos. Abandonarse a la pasión con aquel hombre, que era su vida. Más adelante habría tiempo de hablar. Ahora lo urgente era amarlo como el se merecía, con toda el alma. Armando enredó los dedos en su cabello y aspiró su aroma. Le volvía loco. Volvió a besarla, su lengua intentaba explorar cada rincón de su boca. Le quitó la camiseta y la miró. ¡Que bella era! Le beso el cuello y fue bajando lentamente hacia sus senos. Al llegar allí los beso, lamió sus pezones y los mordisqueo con delicadeza, mientras su mano bajaba por la cintura de ella y apartaba el obstáculo que suponían las braguitas para llegar a su preciado tesoro. Ella le cogía la cabeza acariciando su cabello, gemía de placer. Aquella boca la enloquecía, por donde pasaba dejaba un rastro de fuego que era imposible apagar. En un momento dado Armando soltó un quejido. El dolor de las costillas se había intensificado.
- Armando ¿Qué te pasa?
- Nada mi amor, un ligero dolor pero ya pasó.
- Armando ¿Qué estamos haciendo?
- Amarnos mi vida. Amarnos como nunca antes lo habíamos hecho.
- Pero… ¿Y tu dolor? No quiero que te hagas daño.
- El dolor no importa si estoy contigo mi amor.
Volvió a besarla con pasión. Bajo desde el pecho por su abdomen, hasta su ombligo y continuó bajando. Sus respiraciones eran cada vez más agitadas. Marina se dejo llevar. Aquel hombre sabía muy bien como hacerla morir de placer. Su lengua exploraba todos los rincones haciéndola gritar. Después le tocó el turno a ella. Comenzó a besarle el pecho acariciándolo a su vez. Fue bajando poco a poco demorándose en cada músculo de su abdomen. Armando no creía poder resistirlo, despacio le fue acariciando la cadera con la mano y continuó bajando hasta que sus labios llegaron a su miembro erecto. Y comenzó a besarlo. El gemía y agarraba las sabanas con fuerza. Cuando ya no resistía más, se incorporó y tomándola por la cintura la sentó encima de él. Marina gemía, se sentía feliz, volvía a sentirlo dentro de ella. Aquel ser maravilloso era completamente suyo en ese momento. Le besó en la boca con ardiente pasión. Armando la recostó sobre la cama y continuó haciéndola suya. Le susurraba palabras de amor en el oído con una ronca voz producto de la pasión. En el momento más álgido le volvió a decir que la amaba. Cuando todo terminó, continuó acariciándola. Se sentía feliz. Agotados se quedaron dormidos.
Marina fue la primera en despertar, sin hacer ruido se dirigió al baño y se duchó. Después preparó el desayuno, no quería despertarlo. No sabía que le iba a decir. Había sido una locura hacer el amor con él, pero lo había disfrutado. Amaba a aquel hombre, pero todavía no acababa de fiarse del todo. Las palabras de Lucía resonaban en su mente. Necesitaba analizarlo todo con calma para tomar una decisión definitiva. Necesitaba creer en él de nuevo.
El olor del café recién hecho despertó a Armando. Se duchó y se vistió, menos mal que todavía no se había llevado de allí su ropa, su traje de la noche anterior estaba para el arrastre. Se puso un pantalón tejano y un jersey que acentuaba su musculatura. Se dirigió a la cocina y allí se encontraba Marina terminando de preparar el desayuno. Se acercó por detrás la abrazó y le besó el cuello. Ella se tensó. Al notarlo Armando le preguntó.
- ¿Qué sucede Marina? ¿Ocurre aluna cosa?
- No nada. Es solo que…
- ¿Qué?
- Necesito tiempo Armando. Compréndelo. Han ocurrido muchas cosas y necesito analizarlas.- el la soltó y su cara mostraba perplejidad.
- ¿Qué quieres decir con eso Marina?
- Que de momento es mejor que continuemos sin vernos. Necesito pensar.
- ¿Pensar que? Tú me amas, me lo acabas de demostrar hace un rato.
- Lo sé, ha sido una locura por mi parte. No debería haberlo hecho.
- ¡Por Dios Marina! ¿Te arrepientes de haber hecho el amor conmigo?- le increpó.
- ¡No! No es eso. No me arrepiento. Pero temo haberte creado unas esperanzas y una seguridad que estoy muy lejos de sentir.-dijo acercándose a él y acariciándole la cara.
- ¡Pues claro que me has creado esperanzas! Marina tú me has correspondido. ¿Cómo quieres que no tenga esperanzas después de esta inolvidable noche?- dijo apartando la cara.
- Sólo te estoy pidiendo tiempo Armando... Por favor…
- ¿Y que crees que voy a hacer yo durante ese tiempo? ¡Claro! ¡Ya sé! Lo necesitas para decidir si te casas o no con Eduardo ¿Verdad?- y en su mirada había dolor, reproche.
- ¡No! Yo no me voy a casar con Eduardo… ¿Pero tú como sabes eso?- y entonces todo empezó a encajar en su mente, los había seguido por eso estaba allí en la carretera cerca del restaurante- ¿Nos seguiste?
- Si. Necesitaba hablar contigo y vine a tu casa justo a tiempo de ver como te ibas con él. Me volví loco de celos y decidí seguiros. Cuando vi como te entregaba el anillo, creí que me moría. Te estaba perdiendo definitivamente Marina. No lo pude soportar.- la miró con tristeza.
- Y por eso fuiste a parar al bosque…
- Tenía que desahogar mi rabia y mi frustración. O eso, o mataba a Eduardo allí mismo por osar acercarse a ti. ¿Comprendes ahora porque no puedo darte ese tiempo que me pides? No quiero perderte. Marina, puedo parecer egoísta. Pero en todo lo que se refiere a ti lo soy y mucho.- dijo volviendo a abrazarla.
- Armando, te entiendo perfectamente. Se como te sientes, porque yo siento lo mismo. Puedes estar tranquilo, yo no me voy a casar ni con Eduardo ni con nadie. Pero necesito ese tiempo. Compréndelo.- en sus ojos había súplica, pero también determinación.
- ¡Es que no quiero dártelo! ¡Brujita no entiendes que no quiero perderte!- dijo con desesperación.
- Armando, entiende que me perderás si te obstinas en no dármelo. Por favor necesito pensar y analizar todo lo que nos ha pasado y contigo a mi lado me va a resultar imposible.- rogó.
- Está bien. Será como tú quieras, como siempre. Pero por favor vuelve a trabajar en Pimpinella, por lo menos podré verte todos los días.
- No Armando no voy a volver. Es mejor que no nos veamos en un tiempo. Además tu debes estar muy ocupado con la comercialización del nuevo maquillaje.- dijo mirándole a los ojos.
- ¿Qué maquillaje? ¡Oh Dios la fórmula! Con todo esto que ha pasado no había vuelto a acordarme de ella. Pero te prometo que lo voy a hacer. Mañana mismo la llevaré a registrar.
- Está bien, te creo.- dijo sonriendo.
- ¿Por lo menos podré llamarte de vez en cuando?- pregunto sonriendo a su vez.
- Claro que si. Siempre que quieras. Es más esperaré tus llamadas. – dijo besándole en los labios.
- ¿Puedo darte un último beso brujita?
- Por supuesto. Quiero que entiendas que esto no es definitivo Armando.- acariciaba el cuello de su jersey.
- ¿Estas segura de eso?- preguntó esperanzado.
- Te lo aseguro Armando.- dijo dándole un largo beso en la boca.