Armando continuaba intentando verla. Tenía que hablar con ella a toda costa. Pero sus continuas negativas comenzaban a exasperarlo. No acababa de creer que ella le hubiera entregado la fórmula a Eduardo pero ¿Quién podía haber sido entonces? No había nadie más.
Se debatía entre el amor que sentía por ella y la casi certeza de la traición. De todos modos se daba cuenta de que sus actos habían sido desmesurados. Debería haberla escuchado antes de entregarla. Tenía que sacarla de allí, pero estaba seguro que entonces Marina desaparecería de su vida para siempre y eso no lo iba a permitir. Se le estaba empezando a ocurrir algo. Tenía una idea rondándole, algo que le permitiría retenerla a su lado y si realmente sus sospechas se confirmaban, le serviría de venganza a la misma vez. Aunque en un principio la había rechazado por descabellada, comenzaba a parecerle la mejor opción para no perderla definitivamente ¡Si! Era una idea soberbia. La sacaría de la cárcel pero la obligaría a permanecer con él. No se daba cuenta de lo mucho que sufrirían los dos de realizarse su proyecto.
Ajena a las cavilaciones de Armando, Marina obtuvo por fin el permiso para realizar una llamada. Su primera opción fue llamar a un abogado, pero entonces nadie más sabría donde se encontraba, amen de que no conocía a ninguno. Decidió entonces llamar a Javier y pedirle que él mismo le buscase uno. Brevemente le puso en antecedentes sobre su situación. Este se mostró muy sorprendido de las noticias que ella le estaba comunicando ¡Armando no podía haber hecho aquello! ¡Era imposible!
- ¿Pero que le ocurre a Armando? ¿Cómo ha podido...?- preguntó sorprendido.
- No lo sé. Pero está convencido de que yo le entregué la fórmula a Eduardo.
- ¿Pero como es posible?- no acababa de creérselo.
- Por favor Javier, necesito que me busques un buen abogado. Y además necesito que me hagas otro favor.
- Lo que tú quieras princesa.
- No tengo mucho tiempo, me están indicando que termine ya. Por favor necesito que localices a Eduardo y le pidas que venga. Tengo que hablar con él.
- ¿Lo crees conveniente dadas las circunstancias? Princesa creo que no deberías…
- Debo hacerlo. Debo intentar aclarar lo ocurrido y sólo él puede explicármelo. Por favor…
- Está bien, lo haré. Pero a Armando no le va a gustar para nada.
- Lo que piense Armando a mi ya me trae sin cuidado. Haz lo que te pido ¿Si?- su voz reflejaba tristeza.
- De acuerdo. Tendrás el abogado lo antes posible. Tengo un amigo que se puede encargar de tu caso.
- Gracias cielo. Te estaré eternamente agradecida. Adiós…ya debo colgar.
- Hasta pronto princesa.
Javier no podía creer lo que estaba ocurriendo. Armando se había vuelto loco del todo. Buscó el teléfono de su amigo abogado y le llamó. Le expuso el caso y éste prometió ir a ver a Marina ese mismo día. Ahora le quedaba por realizar la otra tarea que ella le había encomendado, buscar a Eduardo. No le hacía ninguna gracia tener que hablar con él, pero se lo había prometido a Marina y lo haría. Creía saber donde encontrarlo. Estaría en Ryna Cosmetics regodeándose de su triunfo sobre Armando. Subió a su coche y se encaminó hacia allí.
Anunció su llegada a la recepcionista, quién le indicó que fuera tan amable de esperar un momento. Avisó a la secretaria de Eduardo quién a su vez notificó a su jefe la visita. Eduardo se sorprendió bastante de la llegada de Javier. Nunca habían llegado a tener mucho contacto por la sencilla razón de que los amigos de Armando automáticamente pasaban a ser enemigos suyos. Le indicó a la secretaria que le hiciera pasar. Mientras Javier entraba, se preguntaba que podía querer hablar con él aquel tipo.
- Adelante Javier. Siéntate por favor ¿A que se debe esta inesperada visita?- preguntó Eduardo cortésmente.
- No creas que esta visita es de mi agrado Eduardo. Solamente vengo porque Marina me ha pedido que te comunique algo.
- ¿Ah si? ¿Y que le sucede a Marina? ¿Por qué no ha venido ella misma a decírmelo?- continuaba molesto por el último encuentro con ella
- Ella no puede venir. Por eso me lo ha pedido a mí. Necesita que vayas a verla, tiene que hablar contigo.
- ¿Y no podía llamarme? ¿Necesita un intermediario? No pienso escucharte, si Marina tiene que decirme algo que venga ella a hacerlo.
- Eso no va a poder ser. No se encuentra en disposición de poder ir donde ella quiera. Se encuentra en un lugar un poco peculiar.
- ¿Ah no? ¿Y se puede saber que lugar es ese? ¿Acaso alguien la tiene encerrada?- preguntó con una sonrisa sarcástica.
- Pues da la casualidad de que si, está encerrada. ¿Y tú como sabes eso?- preguntó inclinándose hacia delante.
- ¿Cómo se qué? ¿Qué es eso de que está encerrada? Habla Javier.- ordenó con ansiedad.
- Para tu información te diré que Marina se encuentra detenida. Pero tu parece que ya lo sabes ¿No es cierto?
- ¿Detenida Marina? ¿Por qué? ¿Cuándo? No, yo no lo sabía, era sólo hablar por hablar.-dijo con sinceridad.
- Pues creo que deberías estar al tanto, ya que tú eres el causante de su situación. Gracias a ti ella se encuentra entre rejas.- dijo acusadoramente.
- ¿Qué estás tratando de explicarme Javier?- no acababa de comprender lo que trataba de decirle.
- Trato de explicarte que debido a tu afán de venganza contra Armando, has arrastrado a Marina. Pero claro, debes estar disfrutando infinitamente. Dime ¿Cómo has hecho para conseguir la fórmula?- dijo reclinándose en el asiento.
- No entiendo nada ¿Podrías ser un poco más claro?- cada vez estaba mas desconcertado.
- ¡No te hagas el inocente conmigo Eduardo! ¡No sé como lo has hecho pero tú has robado la fórmula del laboratorio de Pimpinella! Y Marina ha sido acusada de habértela proporcionado ¡Eres un cerdo! -comenzaba a perder la paciencia.
- ¡Marina acusada de robo! ¡Oh Dios mío ella no! Yo no he robado nada, tengo unos técnicos muy cualificados trabajando para mí. – ignorando el insulto se levantó y se acercó hasta la ventana, de espaldas a Javier comento para si mismo.- Por mi culpa… Eso no lo había calculado…
- Eso es mentira. ¡Tú la has robado!- preguntó Javier
- ¡Dios mío! ¿Que he hecho? Mi niña preciosa está presa por mi culpa…- continuaba hablando para él mismo.
- ¿Cómo dices?- preguntó, Eduardo hablaba muy bajito.
- Nada, cosas mías. No te preocupes inmediatamente iré a verla. Esa fórmula llegó a mi a través de mis técnicos - dijo volviéndose de nuevo hacía él.
- Y ahora que ya te lo he dicho, me voy. Me molesta tu presencia. ¿Sabes una cosa? No te creo. Espero Eduardo que hagas algo para sacarla de allí, si no quieres ganarte otro enemigo... - advirtió dirigiéndose hacia la puerta.
Cuando Javier se marchó, Eduardo se dejó caer en el sillón. Se daba perfecta cuenta de lo que su acción había ocasionado, no se había parado a pensar en las consecuencias para Marina. Ese riesgo no lo había calculado, pero cuando había urdido su plan ella no le importaba lo más mínimo. Simplemente era un peón más en aquella partida de ajedrez y era sacrificable. Ahora no, no podía permitir que ella pagara las consecuencias de sus actos. La amaba demasiado para eso. Apoyando los codos en la mesa se cubrió la cara con las manos. ¿Qué podía hacer para sacarla de allí sin implicarse él? No estaba dispuesto a entregarse por un acto realizado para cumplir una venganza que el consideraba justa. ¿Cómo no había sido capaz de darse cuenta que la acusarían a ella? Tenía que pensar. Debía existir algún modo de liberarla sin que lo encerraran a él. De momento iría a verla y lo pensaría con calma. Algo se le ocurriría.
Armando volvió a la cárcel para ver a Marina, pero esta vez urdieron un plan entre la celadora y él, a ella le caía bien aquel hombre y no entendía como Marina no quería verlo, cuando Armando le expuso su idea, accedió de inmediato. Lo único que tendría que hacer era conseguir que ella fuera a la sala de visitas y una vez allí hacerse la sorda. Nada fuera de la ley. Había tanta ansiedad en los ojos de aquel hombre y tanta desesperación en su voz que le rompía el alma. Se dirigió a la celda de Marina.
- ¡Salvador prepárate tienes visita!- dijo con autoridad, entrando en la celda.
- ¿De quién se trata ahora? –preguntó con cansancio en la voz.
- No lo se. A mi no me lo dicen todo. Lo único que me han dicho es que tienes visita. Vamos - dijo fingiendo enojo.
- ¿No será él otra vez?
- ¡Ya te he dicho que no lo sé! ¡Vamos no tengo todo el día!- dijo empujándola hacia fuera.
Marina accedió a ir aunque con desgana, no quería ver a nadie pero podría tratarse del abogado o de Eduardo. Esperó a que le abrieran la puerta de la sala de visitas y entró mientras cerraban la puerta a sus espaldas. Dio dos pasos hacia delante y levantó la vista, allí se encontraba Armando. Su presencia llenaba toda la habitación, se trataba de una estancia de cuatro metros por tres en la cual el único mobiliario consistía en una mesa de metal atornillada al suelo y dos sillas, una a cada lado de la mesa. Por un momento se quedó mirándolo, le pareció que estaba muy apuesto con una camisa de un precioso tono verde y un pantalón negro que le sentaba a la perfección. Llevaba el cabello suelto y un mechón rebelde le caía sobre la frente. Su primera reacción era acercarse y suavemente retirarle el cabello de sus bellos ojos, pero se retuvo. Sólo él podía llevar aquellos colores que le quedaban tan bien con su tono de piel. Armando a su vez no dejaba de mirarla, en sus ojos había una mezcla de amor y culpabilidad. Vio la cara de cansancio de ella, no debía haber dormido mucho desde que estaba allí. En sus ojos había tristeza. Él dio un paso hacia delante y ella reaccionó girándose hacia la puerta y llamando a la celadora.
- ¡Guardia! ¡Abra por favor! ¡Sáqueme de aquí!- gritó golpeando la puerta.
- Marina por favor… Tenemos que hablar.- su voz era muy suave.
- Yo no tengo nada que hablar contigo.- dijo con agresividad.
- ¡Pero yo si! Escúchame. Quiero pedirte perdón por lo que hice. Estaba fuera de mí y no pensé en las consecuencias.- dijo acercándose a ella.
- ¡No te acerques más! ¡Guardia!- volvió a llamar, pero nadie le hizo caso.
- Por favor… Marina escúchame.- rogó.
- Esta bien, visto que no viene nadie no me queda más remedio que escucharte. Habla de una vez- dijo acercándose a la mesa y sentándose.
- Marina… Lo siento, me deje llevar por mi mal genio. – dijo.
- ¡Ya! ¿Eso es todo?- dijo con expresión aburrida, se estaba haciendo la dura pero se moría por echarse en sus brazos y dejar que la acunara y la mimara.
- No, eso no es todo. Necesito que me perdones, mi amor.
- Bien, eso esta en tus manos. Sácame de aquí. Retira la denuncia.- pidió.
- Lo haré brujita, pero antes necesito que me prometas que no te alejarás de mi cuando estés libre.- dijo mirándola con ansiedad.
- Eso no te lo puedo prometer, porque no pienso cumplirlo. Entre nosotros todo ha terminado Armando.- dijo con tristeza.
- Pero eso no tiene por que ser así Marina.- dijo volviendo a acercarse a ella.
- ¿No? Ya me has demostrado tu confianza en mí. No puedo estar a tu lado sin saber cuando volverás a acusarme de algo.- dijo levantándose de la silla y alejándose de él.
- Tú tampoco has confiado en mi Marina. Me acusaste de engañarte con Lucía.- le recriminó.
- Si, pero mi desconfianza no te ha llevado a la cárcel Armando.- dijo encarándolo. Él sintió como si le hubieran abofeteado.
- Si… Tienes razón. Pero debes entender que el robo de la fórmula fue un duro golpe para mí.
- Eso puedo entenderlo. Pero lo que no entiendo es que me acusaras de ello sin intentar siquiera averiguar quién lo hizo. Claro, era más fácil echarme a mí la culpa.- dijo dolida.
- Perdóname por favor… - volvió a rogar.
- Está bien, pensaré en ello, pero no te aseguro nada.- concedió.
- ¿Volverás conmigo? Yo todavía te amo.
- No Armando, creo que será mejor que cada uno siga su camino. –dijo con tristeza.
- Pero… mi camino es el tuyo ¿Es que no lo entiendes?- dijo abrazándola.
- No Armando, ya no. Han ocurrido demasiadas cosas.- dijo sin intentar soltarse, quería retener su aroma en su mente.
Armando intentó besarla, pero ella no le respondió. Ansiaba hacerlo con toda su alma, pero debía rechazarle o no podría separase de él nunca más. Él se sintió dolido y apartándose le dijo.
- Está bien brujita ¡Tú te lo has buscado! Te propongo un trato. Yo retiraré la denuncia con una sola condición.- dijo muy enojado.
- ¿Qué condición es esa?- preguntó
- Que te cases conmigo. Si lo haces retiraré la denuncia y olvidaremos el tema.- dijo con esperanza en sus ojos.
- ¡Tú te has vuelto loco del todo! ¿Cómo puedes proponerme algo tan descabellado? ¿Para que quieres casarte conmigo?- no podía creerlo, ella le había dicho que no quería saber nada más de él y le proponía matrimonio.
- Por favor Marina… Cásate conmigo. – volvió a acercarse a ella y agarrándola suavemente por detrás, depositó un tierno beso en su cuello, apoyó la cara sobre su cabello y cerró los ojos.- Por favor…
- No Armando, eso no puede ser.- dijo cerrando los ojos a su vez para sentir mejor su caricia.
- Visto que mi humillación no ha servido para nada te diré la verdad, brujita, quiero casarme contigo para vengarme personalmente del robo que has cometido. Y te juro que lo pagarás muy caro.- estaba muy enfadado y no media sus palabras.
- ¡Olvídalo Armando! ¡Nunca me casaré contigo! Antes prefiero pudrirme aquí dentro.- dijo volviendo a acercarse a la puerta.
- ¡Y lo harás brujita! Ten por seguro que lo harás. La condena por espionaje industrial es muy, muy larga. Y solamente yo puedo retirar la denuncia contra ti. Piénsalo bien Marina- dijo conteniendo las ganas de acercarse nuevamente a ella y abrazarla.
Marina no contestó, volvió a llamar a la celadora para que la sacara de allí y esta vez si obtuvo respuesta. Antes de salir se volvió y miró a Armando una última vez. Quería retener su imagen en la memoria, para poder sobrellevar sus momentos de soledad en aquella celda. Le parecía increíble la propuesta de él. No pensaba ceder, todavía lo amaba más aún si cabe pero no era esa la manera en que ella pretendía iniciar una vida a su lado. No mediante un chantaje, no de esa forma. Llegó a su celda y se acurrucó en un rincón. Se había prometido a si misma no volver a llorar por él, pero las lágrimas pugnaban por salir y sabiéndose sola, las dejó fluir libremente.
Armando se había dejado caer en la silla y se tapaba el rostro con las manos. Lo había intentado pero ella estaba tan dolida que no estaba dispuesta a ceder ¡Dios cuanto la amaba! ¡Cuánto le dolía verla allí encerrada! Pero estaba seguro de que si la sacaba de allí sin el compromiso firme de casarse con él, la perdería para siempre. Se dio cuenta de que no había tenido mucho tacto al proponérselo. Su exabrupto se debía a la desesperación que sentía, y al aparente rechazo de ella a su beso. Debía haber previsto su reacción, Marina era una mujer con carácter, esa era una de las cualidades que más le gustaban de ella. Bien, le daría tiempo para recapacitar. Tenía que conseguir casarse con ella a toda costa. Ella era su vida y no podía dejarla ir.
La celadora regreso a la sala y lo encontró allí en aquella posición. Se le veía desesperado y a ella le gustaría ayudarle, lo veía como a su hijo muerto durante una reyerta juvenil hacía unos años. Ahora debería tener la misma edad que aquel joven. Decidió echarle una mano, pensó que por su hijo hubiera hecho hasta lo imposible para conseguir su felicidad. Se acercó a él y le acarició la cabeza, volvía a aflorar su instinto maternal.
- Muchacho, parece que la conversación no ha acabado muy bien ¿Eh?
- La verdad es que no. Marina es muy testaruda y no atiende a razones. – dijo bajando las manos y apoyándolas en la mesa.
- La amas mucho ¿Verdad?- preguntó con ternura
- Si, más que a mi propia vida. Le he propuesto que se case conmigo para sacarla de aquí y se ha negado.- necesitaba desahogarse con alguien.
- ¿Te ha rechazado? Esa mujer esta completamente loca. A la legua se ve que te mueres por ella.
- ¿Tan evidente es? La amo muchísimo ¡Pero es una cabezota!- dijo golpeando la mesa.
- Y si está en tus manos ¿Porque no la sacas de aquí?
- Por que la perdería para siempre y no puedo perderla. A ella no.- su mirada estaba perdida en la pared de enfrente.
- Bien, puedo intentar ayudarte.- se ofreció.
- ¿Cómo?- y la miró con interés.
- Puedo hacerle la vida imposible mientras esté aquí. Eso hará que se decida a casarse contigo para escapar.- ofreció.
- Pero yo no quiero que sufra más.
- No haré nada que le ocasione ningún daño, solamente la presionaré un poco, lo suficiente para que quiera salir de aquí a toda costa.
- ¿Y haría eso por mí? No se como pagárselo- dijo agradecido.
- No tienes que pagarme nada, para mi será como si estuviera ayudando a mi hijo.- su mirada se nubló.
- ¿Usted tiene un hijo?- preguntó
- Lo tuve. Pero murió hace muchos años. ¿Sabes? Ahora tendría tu misma edad.
- ¿Qué ocurrió? ¿Estaba enfermo?
- No. Lo mataron. Un día al llegar de trabajar, fue como siempre a buscar a su novia. Salieron a pasear y se encontraron de frente con una banda callejera. Intentaron esquivarla, pero estos comenzaron a meterse con ellos y a insultarles. Mi hijo que tenía un carácter muy fuerte, se les encaró. Y comenzó una pelea, en la que salieron perdiendo los dos, mi hijo y su novia murieron a manos de aquellos chicos.- amargas lágrimas resbalaban por sus mejillas.
- ¡Cuánto lo siento! Disculpe mi indiscreción, esto le produce mucho daño- se disculpó sinceramente, acariciándole el brazo para consolarla.
- No te preocupes, es algo con lo que tengo que vivir.- dijo secándose la cara con las manos.- Pero no hablemos más de mí. No te preocupes hijo, te ayudaré en lo que pueda.
- Se lo agradezco de corazón, quedaré en deuda con usted para siempre.
- Ya te he dicho que no me debes nada. Para mi es como si ayudara a mi hijo.- dicho esto salió de la sala.
Armando se marchó con una sombra de esperanza, esperaba que aquella mujer cumpliera su promesa, pero sin hacerle daño a su brujita. Cuando salía de allí vio a su amigo Arturo Guerrero, era abogado y pensó que debía estar allí por algún caso. Se acercó a saludarlo.
- ¡Arturo! Cuanto tiempo sin vernos amigo.
- ¿Armando? ¿Eres tú? ¿Pero que haces aquí?- preguntó extrañado pero contento de verlo.
- Ya ves, vengo de visitar a alguien.- explicó.
- ¿Tienes algún problema? ¿Puedo ayudarte?
- Problemas tengo muchos, pero no te preocupes, ya los solucionare. ¿Y tú que haces aquí? ¿Tienes algún caso entre manos?
- Pues la verdad es que si. Javier me llamó esta mañana para pedirme que llevara el caso de una amiga suya acusada de espionaje industrial. Y aquí me tienes.- le contó. Armando comprendió que Arturo estaba allí por ella.
- Ya se porque estas aquí entonces. Vienes a ver a Marina Salvador ¿no es cierto?-inquirió.
- Exacto. ¿Tú también la conoces?
- Si. Desgraciadamente soy yo quien la ha acusado de robo.
- A ver, a ver. Explícame eso. ¿Cómo es que tú la acusas y Javier me pide que la defienda? No entiendo nada.
- Es algo largo de contar. Si tienes un momento te lo explicaré.
- Está bien vamos a tomar un café y me cuentas. Luego volveré a ver a mi cliente.
Salieron los dos juntos y en ese momento llegaba Eduardo, que al verlos se quedó parado frente a ellos. Armando reaccionó agresivamente.
- ¿Qué vienes tu a hacer aquí -----------?- intentó golpearlo, pero Arturo lo retuvo.
- No es la mejor manera de arreglar lo que sea que tengáis entre vosotros Armando.- dijo. Eduardo sonrió irónicamente.
- Parece ser que nuestro amigo todo lo soluciona a golpes.- dijo con ironía.
- ¡Te he preguntado que haces tu aquí!- dijo conteniéndose a duras penas.
- Pues creo que lo mismo que tú. He venido a ver a Marina.- explicó.
- ¿Para que quieres verla? Déjala en paz. Bastante daño le has causado ya.
- Estas equivocado Armandito, no he sido yo el que la ha hecho encerrar. Además, ella misma me ha pedido que viniera.- su voz sonaba sarcástica.
- ¿Marina te ha hecho llamar? ¿Para que?- preguntó interesado.
- Eso no lo sé. Y aunque lo supiera, tú serías la última persona a la que se lo dijera. Adiós “amigo”. Dedicándole una sonrisa irónica, se marchó.
Se dirigió al interior de la comisaría. Armando hizo ademán de ir tras él, pero su amigo se lo impidió.
- No creo que sea lo mejor. Vamos a tomar ese café y me lo explicas todo. Creo que aquí hay algo más que nadie me ha contado.- dijo cogiéndole del brazo y llevándoselo de allí.
Eduardo pidió ver a Marina y le hicieron pasar a la sala de visitas. Se sentó y se dispuso a esperar. Imaginaba de lo que quería hablarle y no sabía que le iba a decir. Había cometido un error y ella estaba pagando las consecuencias.
Marina acudió a desgana, no sabía quién había ido esa vez pero no se fiaba. No quería volver a ver a Armando, todavía no. Al entrar vio de quién se trataba y fue como si hubiera pisado un resorte, se abalanzó sobre él y le abofeteó. Eduardo no intento defenderse, era consciente de que merecía aquello y más.
- ¡Eres un cerdo Eduardo! ¿Cómo has podido hacerme esto? – le gritó.
- Yo no te he encerrado preciosa. Ha sido tu Armandito creo.- intentaba mantener la calma.
- Si ha sido él, pero por causa tuya. Desde el principio tenías planeado esto ¿No es cierto?- le acusó.
- No preciosa, no era esto lo que yo pretendía. Tú no deberías estar aquí.
- Claro que no. El que debería estar aquí eres tú.- le increpó, estaba furiosa.
- No mi amor, yo tampoco. Pero no te preocupes, veré que puedo hacer para sacarte de aquí.- le dijo.
- ¿Ah si? ¿Y como pretendes hacerlo? ¿Te vas a entregar?- preguntó.
- No ,claro que no. No pretenderás que me quede yo encerrado para que tú seas libre ¿Verdad mi amor?
- No vuelvas a decirme mi amor. Yo no soy tu amor.
- Vuelves a equivocarte preciosa. ¡Tú eres mi amor! Sabes que te amo.- dijo acercándose a ella.
- Valiente forma de demostrármelo Eduardo. ¿Sabes? Desde que te conozco no hago otra cosa que tener problemas. Tienes una manera de demostrar el amor muy extraña.- dijo alejándose de el todo lo posible.
- Vamos, ¿No pensarás que yo he robado esa dichosa fórmula?
- No lo pienso, lo sé. Lo que no consigo averiguar es como lo has hecho.- le dijo.
- Venga Marina, yo no he robado nada. Confía en mí.- pidió.
- No confío para nada en ti. Dime ¿Cómo la conseguiste?- le exigió.
- Como comprenderás, no pienso decírtelo mi amor. Digamos que llegó a mis manos.
- Claro, y para pagar las consecuencias, ya estaba la estúpida de Marina ¿Verdad? ¡Eres un cínico!
- Créeme si te digo, que tú no tendrías que estar aquí. Esa posibilidad se me pasó por alto.- dejo escapar.
- ¿Cómo has dicho? ¿Estás admitiendo que tú la robaste?- preguntó
- Yo no admito nada preciosa, únicamente he dicho que tú deberías seguir libre.
- ¿Y que has querido decir con que no calculaste esa posibilidad?- preguntó.
- ¿Yo he dicho eso? No lo recuerdo.- estaba en un atolladero y no sabía como salir de el.
- Esta bien Eduardo. Ya he averiguado lo que quería saber. Ahora márchate para siempre. No vuelvas nunca.
- Pero Marina… no puedes pedirme eso, yo te amo. Y voy a intentar sacarte de aquí como sea.- prometió.
- ¿Y como lo harás? La única forma que yo veo es que digas la verdad, y eso no piensas hacerlo ¿Cierto?
- Cierto preciosa, eres muy perspicaz.
- ¡Ya esta bien! Lárgate Eduardo. Desaparece de mi vida para siempre- diciendo esto se dirigió a la puerta y llamó a la celadora.
- Pero mi amor…- intentó detenerla, pero ella ya había salido de allí.
Tenía la certeza de haber perdido la única posibilidad de que ella le quisiera algún día. No había sabido manejar la situación. Pero el amor era algo nuevo para él y no sabía controlarlo. Su forma de amar era muy egoísta, pero es que nunca antes había sentido algo parecido. Podía ser debido a que nunca se sintió querido por nadie y por eso no había aprendido como hacerlo. Se sintió derrotado, se debatía entre sacarlo todo a la luz o callar. No sabía que hacer, pero lo que si tenía claro es que si llegaba a hablar sería sólo por ella.
Armando, le había explicado a Arturo todo desde el principio, incluida su propuesta de matrimonio. Su amigo le dijo que lo pensara bien, porque basar un matrimonio sobre un chantaje podría hacerlos muy -----------s a los dos. Pero él no lo creía así, pensaba que una vez casados todo entre ellos volvería a ser como antes. Y si no ocurría así, por lo menos la tendría a su lado. Con eso se conformaba. Se despidieron y Arturo se dirigió a ver a Marina.
Marina entró por tercera vez en la sala de visitas. Se encontraba muy cansada. El enfrentamiento con Eduardo la había agotado.
- Hola Marina, soy Arturo Guerrero y creo que soy tu abogado. Javier me ha llamado esta mañana para pedirme que llevara tu caso- explicó.
- Hola Arturo, gracias por venir.- agradeció.
- Bueno, he estado revisando el expediente y creo que la cosa esta bastante mal, pero necesito que tú me expliques tu versión sin omitir nada. Y por favor, confía en mí.
- Está bien, intentaré explicarlo todo tal como ha ocurrido.- dijo.
Marina le contó todo desde el principio, desde que entró a trabajar en Pimpinella, hasta los encuentros con Eduardo. Y como creía que se habían hecho las fotos. Esto le llevó un rato. Cuando iba terminar le habló también de la certeza de que Eduardo lo había planeado todo para vengarse de Armando.
- Todo esto que me has explicado es muy interesante, pero no tenemos pruebas.
- ¿Y no se podrían conseguir?
- Lo intentaré, pero lo veo difícil Marina. Todas las pruebas que existen hasta ahora te acusan a ti. – le dijo.
- Y en el caso de que no se pueda demostrar mi inocencia ¿de cuantos años estamos hablando?- preguntó, necesitaba saber si lo que le había dicho Armando era cierto.
- Pues… entre quince y veinte años Marina- dijo con preocupación.
- ¿Tantos? Pero si soy inocente. – estaba asustada, quince años eran muchos.
- Lo sé. Pero la pena por espionaje industrial en este país se paga muy cara. Y de momento todo te acusa a ti.- explicó.
- Entonces… no me va a quedar más opción que…
- Más opción que aceptar la oferta de Armando… Si, estoy enterado. He hablado con él antes de venir aquí. Si quieres mi sincera opinión, creo que deberías aceptarla. No es la mejor opción, pero es la única posibilidad que veo en estos momentos.
- Pero es que yo no quiero casarme así con él, no de esa forma.
- Créeme que he intentado que retire la denuncia, sin que tengas que casarte con él, pero está decidido a no hacerlo a menos que tenga un compromiso claro por tu parte de que lo harás.
- Se ha vuelto completamente loco. No quiero aceptar su oferta, pero tampoco quiero pasarme el resto de mi vida aquí. ¿Qué hago Arturo?- le pidió ayuda.
- No lo sé Marina, sinceramente no lo sé. Lo único que te puedo decir es que nos va a ser muy difícil demostrar tu inocencia, no es imposible. Pero no puedo garantizarte nada. Piénsalo detenidamente y cuando lo decidas entonces veremos que hacer.
- Esta bien, aceptaré tu consejo y lo pensaré. Pero no te prometo nada.
Arturo se marchó y ella regresó a su celda, era tarde y se tumbó en la cama, necesitaba pensar mucho en la decisión a tomar. Amaba a Armando pero no creía que su matrimonio fuera a prosperar dadas las circunstancias. Por otro lado la posibilidad de pasar quince o veinte años encerrada la aterraba. Ella necesitaba libertad, sentir el viento en su cara, los rayos de sol. Ver amanecer. ¿Qué iba a hacer? Pensando en esto se quedó dormida y no escuchó cuando llamaron para cenar. Despertó sobresaltada cuando escuchó un estruendo dentro de la celda. Allí había dos celadoras que la miraban amenazantes.
- Así que la señoritinga esta no ha querido acudir a cenar… ¿Qué pasa? ¿Qué la comida de aquí no es digna de tu fino paladar?- le preguntaron con sorna.
- Es que me he quedado dormida… No he oído la llamada…- intentó explicar.
- ¡Claro! La señorita se encuentra muy cansada. ¡Como ha trabajado tanto! ¡Pobrecita!- dijo empezando a desordenar la celda, le tiró toda la ropa y sus objetos personales, así como los de aseo por el suelo.
- Pero… ¿Qué pasa? ¿Por qué me hacen esto?- preguntó, no entendía que estaba ocurriendo.
- ¡Cállate! Y recoge la habitación ahora mismo, eres muy desordenada ¿Sabes? Quiero todo esto en orden dentro de cinco minutos, si no volveré y te arrepentirás de no haber ido a cenar. –diciendo esto salieron de la celda.
Marina estaba desconcertada, no sabía que ocurría. Sólo se había saltado la cena. Pero no era tan grave, en alguna otra ocasión se la había olvidado y no ocurrió nada. Se apresuró a poner la habitación en orden, estaba asustada. No entendía nada. A los cinco minutos, tal y como prometiera la celadora volvió a aparecer y revisó la celda.
- Así me gusta, que seas una chica obediente, preciosa. No olvides la cena la próxima vez o no seré tan benévola contigo.- amenazó.
Se quedó acurrucada en un rincón de la cama sin comprender. Hasta ahora la habían tratado bien. Pero parecía que todo había cambiado. Debía salir de allí lo antes posible…