Le costó volver a conciliar el sueño, cada vez que cerraba los ojos volvía a su mente la imagen amenazante de las dos celadoras. Intentó pensar en otra cosa, pero entonces lo que acudía a su mente era Armando ¡Estaba tan guapo! Lo amaba tanto que había tenido que librar una dura batalla consigo misma para no echarse en sus brazos y perdonarle todo. A punto estuvo de sucumbir cuando la besó, pero algo en su interior la retuvo y entonces fue cuando él hizo aquella absurda proposición ¡Casarse con él! Era lo que más deseaba en el mundo, pero no de aquella manera. Así no conseguirían ser felices nunca. Aunque por otro lado esa podía ser la solución para salir de allí, una vez fuera podría buscar la manera de alejarse de Armando. Estaba muy confundida, se debatía entre aceptar la propuesta y casarse con él o negarse y pasar muchos años encerrada. Arturo le había dejado muy claro que iba a resultar difícil demostrar su inocencia. ¿Qué debía hacer? Pensando en todo esto volvió a dormirse, era un sueño inquieto que terminó de pronto. Alguien encendió la luz de su celda y se sobresaltó. Aguzó el oído y escucho unos pasos acercarse. Se acurrucó en un lado de la cama ¿Qué iba a suceder ahora? Comenzó a asustarse cuando vio entrar otra vez a la celadora de antes. Ésta se plantó ante ella y le ordenó que se levantara. Marina así lo hizo, entonces la celadora empujándola la hizo salir de la celda.
- ¿Dónde me lleva?- preguntó asustada.
- ¡Camina señorita! Te toca limpiar los lavabos.
- Pero… si es de madrugada.
- Y eso que importa. ¡Tú limpiarás los lavabos cuando yo lo diga! Ya has dormido bastante por hoy.
- Pero…
- ¿Te vas a resistir acaso?- diciendo esto sacó la porra y comenzó a golpearse con ella en la otra mano.
- No, claro que no. Limpiaré lo que me diga.
- Así me gusta bonita. Creo que me va a encantar esto de no dejarte dormir. Eres muy obediente - dijo riéndose.
Marina obedeció, limpió los lavabos bajo la supervisión de la celadora que no le quitaba el ojo de encima y que de vez en cuando volvía a ensuciar algo para que lo limpiase de nuevo. Al llegar la mañana, la llevó nuevamente a su celda, no sin antes advertirle que si se lo explicaba a alguien lo pasaría muy mal. Al verse sola de nuevo se echo sobre la cama y se hizo un ovillo, abrazándose a si misma y entonces se permitió el llanto. ¿Qué había hecho para que aquella mujer la tomara con ella? No lo entendía. Al rato sonó el timbre que llamaba al desayuno, pensó en saltárselo porque se encontraba muy cansada, la celadora le había hecho limpiar durante toda la noche pero luego recordó lo pasado la noche anterior con la cena y decidió acudir. Se aseó rápidamente y fue al comedor. Pensó que ya descansaría después, pero se equivocaba. Otra celadora se acercó a ella y le dijo que cuando terminara acudiera a la lavandería, le habían asignado el turno de trabajo allí. Terminó su desayuno y se encaminó hacia la lavandería. Se sintió desfallecer al ver el gran montón de ropa que le tocaba lavar. Pero empezó a hacerlo sin protestar. No sabía que podría pasar si decía algo y prefirió no hacerlo.
Armando no era consciente de lo que le estaba ocurriendo a ella, al aceptar la oferta de la celadora no se podía imaginar de qué manera lograría aquella mujer presionar a Marina para que aceptara su proposición. Poco podía imaginar que la estrategia de la celadora consistía en agotarla física y mentalmente. Decidió darle el margen de un par de días antes de intentar verla, aunque estaba impaciente por volver a sentirla cerca.
Eduardo por su parte no sabía que hacer para sacarla de allí, no lograba encontrar la solución sin implicarse él. Había pasado toda la noche dándole vueltas al asunto sin que la luz se abriera paso en su mente. La amaba y le dolía verla encerrada ¿La amaba realmente? Se preguntaba. ¡Si, claro que la amaba! ¿Entonces porque no era capaz de entregarse para salvarla? Después de mucho pensar llegó a la conclusión de era demasiado cobarde. Además no estaba acostumbrado a sacrificarse por nada ni por nadie, nunca había tenido necesidad. Siempre había tenido todo lo que deseaba sin esfuerzo. Desde pequeño siempre le habían dado todo. Había sido feliz sin preocuparse mucho de lo que ocurría a su alrededor. Tal era su desidia que había creído a pies juntillas lo que su madre le explico sobre el fallecimiento de su padre. Nunca intentó averiguar la verdad. A su mente volvieron las palabras de Marina. ¿Sería cierto que se habían tergiversado los hechos? ¿Y si resultaba que realmente los Espinares no habían sido culpables de la muerte de su padre? En ese caso no tendría sentido su venganza. Pero sin venganza ¿Qué sentido tendría su vida? Hacía tantos años que alimentaba aquel odio que era parte de su existencia, sin él y sin Marina su vida no valía nada.
Unos días después Armando acudió a visitar a Marina, esta se encontraba tan agotada que no protestó cuando la llevaron a la sala de visitas. Caminaba sin ganas y lo primero que hizo al llegar fue dejarse caer en la silla, llevaba tres días sin dormir, la obligaban a trabajar día y noche. Llevaba el cabello en una coleta medio suelta, le caían varios mechones de pelo por la cara. Él se acercó y suavemente le retiró el cabello de los ojos, al ver sus profundas ojeras se impresionó.
- Marina… ¿Qué te ha sucedido?- preguntó alarmado.
- Nada… ¿Qué me iba a suceder?- su voz sonaba muy cansada.
- ¿Te encuentras bien? Tienes unas ojeras muy profundas.
- Me encuentro perfectamente- mintió.
- ¿Segura? – no la creía visto su total abatimiento.
- Segura. ¿Querías decirme algo no?- no pensaba explicarle lo que le ocurría.
- Sólo quería saber si ya lo has pensado. Pero si lo prefieres volveré en otra ocasión- hizo ademán de irse.
- No, no te vayas todavía ¿Pensado que?- mientras él se encontrara allí, ella podría tomarse un descanso.
- Si has pensado en mi propuesta de matrimonio. Pero ¿Estas segura que te encuentras bien?- estaba preocupado por su aspecto.
- Si, solo estoy un poco cansada pero ya se me pasará.
- ¿De verdad? ¿No me estás mintiendo? Porque algo tienes.
- De verdad. Por favor no insistas, estoy bien.- volvió a mentir.
- Está bien, como quieras no insistiré. Aún no me has respondido si lo has pensado.
- Si lo he pensado. – le costaba mantener los ojos abiertos y apoyando los codos en la mesa dejó que su cabeza descansara en ellas.
- ¿Y has tomado alguna decisión?- insistió.
Marina se levantó y empezó a pasear por la habitación, presentía que si continuaba sentada se dormiría.
- Si, he tomado una decisión. – había tenido mucho tiempo para pensarlo, cada vez que las celadoras la obligaban a mantenerse despierta y a trabajar sin descanso, además Arturo la había visitado no hacía mucho con la noticia de que no se habían encontrado más huellas que las suyas y las de Armando en el laboratorio, lo cual iba a dificultar todavía más su defensa.
- ¿Y cual es esa decisión? ¿Me la vas a contar?- se acercó un poco a ella.
- Está bien. Me casare contigo Armando…
- ¿Estás hablando en serio brujita?- se acercó a ella ilusionado y la cogió por la cintura, pero esta se apartó.
- Déjame terminar por favor… Me casaré contigo con una única condición.- no se atrevía a mirarle a los ojos.
- ¿Y que condición es esa?- creía poder cumplir cualquier condición que ella pusiera, pero se encontraba tenso y a la expectativa.
- Seré tu esposa, pero sólo de nombre- le explicó.
- ¿Qué quieres decir con eso?- no acababa de comprender.
- Quiero decir que no me tocarás lo más mínimo. Si prometes cumplirlo, me casaré contigo.- y ahora si, le miró a los ojos. Lo que vio en ellos era desilusión, desesperanza.
- Pero Marina… no puedes pedirme eso.- lo que más deseaba en el mundo era tenerla entre sus brazos.
- Si puedo y lo estoy haciendo.- su voz denotaba una firmeza que estaba muy lejos de sentir. Le dolía tener que decirle aquello cuando lo que más deseaba era que la abrazara y la besara como solo él sabía hacer.
- Pero… ¿Sabes lo que me estas pidiendo?- no terminaba de creerlo.
- Si, lo sé. Si quieres que nos casemos tendrá que ser así, de lo contrario me quedaré aquí todo el tiempo que me asignen- se volvió de cara a la puerta para que él no viera lo que le estaba costando decir todo eso.
- Esta bien… Será como tú quieras, como siempre. Pero tendremos que parecer una pareja perfecta de cara a los demás. Dime, ¿Cómo lo haremos?- él también le dio la espalda para que no viera el dolor que le estaba causando.
- En eso no había pensado…
- ¿No? Y entonces… ¿En que habías pensado cuando me lo has propuesto?-se volvió hacia ella, se sentía dolido y sus palabras sonaron duras.
- No lo sé.
- No lo sabes… Pues yo también voy a poner mis condiciones. En público serás mi amante esposa, cariñosa, amable y enamorada. ¿Serás capaz de hacer eso?- se le estaba rompiendo el corazón en mil pedazos.
- Si, creo que seré capaz. Pero en privado no te atrevas a acercarte a mí. No me pongas una mano encima. – vio como él se encogía, sabía que le estaba causando un daño irreparable.
- En ese caso, no se hable más así se hará. Hablaré con Arturo para que redacte un documento en que tú te comprometes a casarte conmigo y yo me comprometo a retirar la denuncia en el mismo momento en que firmes.- tenía el corazón destrozado, pero por lo menos la tendría a su lado aunque iba ser un martirio no poder tocarla.
Salió de allí a toda prisa, eso no era lo que él quería. En su idea original, sabía que la convivencia iba a resultar difícil, aunque pensaba que con mucho mimo, dándole todo el cariño y demostrándole todo su amor, la iba a volver a conquistar. Pero esto no lo había previsto, Marina había dejado muy claro que no le iba a dejar acercarse a ella. La había perdido del todo, viviría con él, pero no sería nunca suya. Su idea no había resultado tan brillante como creía. Aún así, no iba a renunciar a tenerla cerca. Se casaría con ella bajo esas condiciones y confiaba en poder convencerla de su amor.
Se dirigió al despacho de Arturo y una vez allí, le pidió que redactara un documento en el cual constara el compromiso por parte de los dos, este aceptó redactarlo aunque no estaba muy de acuerdo con la idea de Armando.
- Mañana lo tendrás a primera hora.
- Gracias. Arturo… necesito que me hagas otro favor.
- ¿De que se trata?- preguntó.
- Quiero que redactes otro documento, en el que se especifique claramente que en el caso de que a mi llegara a ocurrirme algo todos mis bienes pasen a manos de Marina.
- Pero eso lo puedes poner en un testamento Armando.
- No. No quiero ponerlo en un testamento. Marina podría renunciar a el. Quiero que sea un documento que ella firme y que suponga una aceptación por su parte. Asimismo quiero que añadas que si llegamos a divorciarnos, la mitad de mis bienes pasaran a ser de ella.
- ¿Y crees que ella firmará algo así?- preguntó inclinándose hacia delante sobre el escritorio.
- Estoy seguro que no, ella jamás aceptaría firmar eso. Pero no debe enterarse que lo está firmando Arturo.-le miró fijamente a los ojos.
- ¿Y como piensas hacerlo? ¿Por qué algo tendrás pensado no?-se daba perfecta cuenta de que su amigo realmente amaba muchísimo a Marina para hacer aquello.
- Si, claro. He pensado que este documento vaya debajo del otro y los firme a la vez, sin que se de cuenta. Le puedes decir que es una copia del anterior. Sobre todo debe ser algo a lo que no pueda renunciar, es decir, que especifique claramente que lo recibirá tanto si quiere como si no.
- ¿La amas hasta tal punto?- estaba empezando a admirar a Armando.
- Si. La amo más que a mi propia vida Arturo y quiero dejarle las espaldas bien cubiertas en cualquiera de los dos casos.- dijo sinceramente.
- Realmente eres un hombre admirable Armando. Me gustaría llegar a amar a alguien tanto como tú.
- Nunca se sabe amigo, puede que tu amor no ande muy lejos. Recuerda, ella no debe saber que lo está firmando. Y nadie debe saber nada de esto.
- No te preocupes, sabré guardarte el secreto. Y puedes estar seguro que firmará.- haría lo imposible para que así fuera.
Marina había regresado a su celda y se sentó esperando que vinieran a buscarla para ir a la lavandería. ¡Se iba a casar con Armando! Que bonito hubiera sido si se casara en otras circunstancias. Lo seguía amando, pero lo único que él quería era vengarse de ella. Bien, pues ya tenía su venganza servida. Se encontraba tan agotada que no le importaba lo más mínimo lo que él tuviera pensado para llevarla a cabo. Le extrañaba que no vinieran a buscarla todavía, se acurrucó en la cama de costado y comenzó a quedarse dormida. Soñó con un Armando sonriente que se acercaba a ella, la tomaba por la cintura y acercando su cara a la suya, comenzaba a besarla suavemente, ella inhalaba su aroma y se dejaba llevar por aquellos brazos fuertes que la abrazaban con amor. De pronto notó una sacudida, al abrir los ojos se encontró con una celadora que le decía.
- ¡Despierta holgazana! ¡Llegó la hora de lavar!
Marina se levantó y comenzó a caminar en dirección a la lavandería arrastrando los pies.
A la mañana siguiente muy temprano, la llevaron a la sala de visitas. Allí se encontraban Armando y su abogado. Él se encontraba de espaldas hablando con Arturo. Al oír la puerta cerrarse se volvió, estaba más apuesto que nunca o al menos a ella se lo parecía. Armando se sobresaltó al verla tan demacrada, le parecía que el día anterior no estaba así.
- Marina… ¿Estas bien?- preguntó preocupado.
- Si… Eso creo- su mente ya no daba para más, el agotamiento que sentía la embotaba.
- Siéntate, por favor. Parece que te vayas a desmayar de un momento a otro.
- No te preocupes, eso no ocurrirá. – parecía más segura de lo que realmente estaba.
- Está bien. Acabemos con esto de una vez para que puedas ir a descansar, creo que lo estás necesitando.-estaba realmente angustiado.
- Descansar…. – Marina se rió suavemente.
- ¿Qué te hace tanta gracia Marina?- preguntó.
- Nada. Cosas mías. Bien, ¿Que debo firmar?
Arturo que había permanecido en un segundo plano le puso los documentos delante. Armando se encontraba muy nervioso por si ella descubría el otro documento, aunque intentaba disimularlo lo mejor posible.
- Este documento Marina, si quieres puedes leerlo. En el tú te comprometes a casarte con Armando en tres semanas y él a su vez se compromete a retirar la denuncia en el mismo momento en que lo firmes. Son cuatro copias. Tienes que firmar aquí… aquí…aquí… y aquí… - le iba señalando los sitios donde debía firmar.
- Está bien, creo que no hace falta que lo lea. ¿Me puedes prestar un bolígrafo?- pidió, su mente no se encontraba en condiciones de leer nada.
- Claro, por supuesto. – Armando le prestó el suyo, sentía un alivio inmenso al ver que ella no iba a leer los documentos
- Gracias.- dijo mirándole a los ojos.
Una vez firmados los documentos, Armando retiró la denuncia y la dejaron en libertad. Él la estaba esperando cuando salió.
- ¿Puedo llevarte a casa?- preguntó acercándose a ella.
- Puedo tomar un taxi, aunque te agradecería que lo hicieras- casi no tenía fuerzas para nada.
- En ese caso, sube al coche brujita- dijo abriéndole la puerta del mismo.
Marina se dejó caer en el asiento, él subió y arrancó. Durante unos minutos ninguno de los dos dijo nada. Ella se estaba empezando a adormilar cuando Armando paró el coche y mirándola fijamente le preguntó.
- ¿Vas a decirme de una buena vez que te pasa?- lo dijo suavemente.
- Ya te he dicho que no me pasa nada- contestó.
- ¿No? Entonces… ¿Por qué tengo la impresión de que estás completamente agotada? ¿Y porque estás tan demacrada? ¿Qué ha ocurrido allí dentro Marina?
- Es cierto que me encuentro agotada, pero es algo largo de explicar y estoy demasiado cansada para hacerlo. Además prefiero no hablar de ello.- volvió a cerrar los ojos en un intento de descansar.
- De acuerdo, descansa. Creo que necesitas dormir.- accedió de mala gana, quería averiguar por que estaba así.
- Gracias Armando. En otro momento tal vez te lo explique – dijo sin abrir los ojos.
Armando arrancó de nuevo y ella se dejó vencer por el sueño. Al llegar a su casa, él la despertó suavemente. Marina se despidió de él y se disponía a marcharse, cuando cogiéndola del brazo le dijo.
- Marina… Déjame acompañarte.
- No es necesario, lo único que pienso hacer es dormir hasta que ya no pueda más.
- Por favor… Déjame velar tu sueño. Te prometo que no ocurrirá nada. Solo quiero asegurarme de que estás bien.
- De acuerdo, haz lo que quieras. – no se sentía con fuerzas para discutir.
La acompaño a la casa. Marina se preparó y se metió en la cama mientras él se dedicaba a velar su sueño. Estuvo durmiendo dos días seguidos. Al despertar no sabía bien donde se encontraba hasta que echó un vistazo a su alrededor y comprobó que estaba en su cama. Sintió un gran alivio, con un suspiro se arrebujó entre las sabanas y se amodorro un poquito. De pronto recordó que Armando debía encontrarse en la casa y se levantó. Lo buscó pero no estaba, pensó que se habría cansado de esperar que despertara y se habría marchado. Mucho mejor así pensó, no le apetecía mucho encontrarse con él. Se dispuso a entrar en la ducha y estuvo durante bastante rato bajo el agua, después de haber tenido que ducharse casi con agua fría durante su cautiverio, le reconfortaba sentir el agua caliente resbalar por su cuerpo. Salió envuelta en una toalla y se quedó parada en medio de la habitación al llegar a su nariz el olor del café recién hecho. Se asomó a la cocina y allí estaba él, preparándole el desayuno. No sabía que hacer, se dispuso a ir a su habitación a vestirse sin que Armando se diera cuenta, pero al darse la vuelta tropezó con la alfombra y casi se da de bruces. Se quedó quieta esperando que él no se hubiera dado cuenta. Este se dio la vuelta y se quedó mirándola con fascinación. La miraba fijamente con una bella sonrisa en su semblante. Estaba tan hermosa con esa toalla que le dieron ganas de arrancársela de un tirón.
- Buenos días bella durmiente, creía que no despertarías nunca.
- Buenos días. Pensaba que ya te habías ido- no sabía que decir, se encontraba incomoda vestida así.
- Pues como puedes comprobar, sigo aquí. Te dije que velaría tu sueño brujita.- su sonrisa era arrebatadora.
- Gracias, pero ya desperté. Disculpa voy a vestirme, creí estar sola y por eso llevo la toalla.- dijo comenzando a dirigirse a la habitación.
- Por mí no lo hagas, esa toalla te queda estupenda. Te ves tan bella… Aunque creo que tienes razón, debes vestirte porque me están entrando unas ganas tremendas de arrancártela de un tirón. Y tú no quieres que eso ocurra ¿Verdad?- dijo acercándose a ella y hablando con una voz muy profunda.
- Armando por favor…- dijo ella retrocediendo.
- Claro, lo había olvidado. No debo tocarte ¿Cierto?- continuaba acercándose.
- Cierto, ese era el trato. Y prometiste cumplirlo.- hizo un intento de que no se acercara más.
- Es verdad, pero el trato es para cuando estemos casados brujita. No se habló nada de antes de la boda. –terminó de acercarse y la cogió por la cintura acercando su cara a la sien de ella.
- Por favor Armando, suéltame.
- No puedo, tu aroma me atrae. Me encanta cuando sales de la ducha, con el cabello mojado.- la besó en la base del cuello.
- Para. Deja de besarme. - realmente no deseaba que parara.
- ¿Y si no lo hago?- pregunto muy suavemente en su oído, sin dejar de hacerlo. En ese momento comenzó a silbar la cafetera y dando un profundo suspiro levantó la cabeza y le dijo.
- Salvada por la campana brujita. Anda ve a vestirte o no respondo. Terminaré de preparar el desayuno.
Marina salió corriendo hacia su habitación con el corazón a punto de salirse del pecho. Tanto la había perturbado su contacto que estaba sofocada. No podía permitir que volviera a tocarla o no sabría resistirse. Mientras se vestía rememoró esos labios que la besaban con tanta dulzura y esa voz sensual que él tenía cuando le hablaba al oído.
Cuando volvió a la salir, se dio cuenta que Armando había preparado la mesa para el desayuno en la terraza. Él todavía se encontraba trasteando por la cocina. En ese momento apareció portando una bandeja.
- Vamos. ¡A la mesa! Seguro que estás hambrienta. Espero que el desayuno sea de su agrado señorita.- volvía a tener aquella sonrisa que a ella la desarmaba por completo.
Se sentaron a la mesa, él no había olvidado ningún detalle. Había fruta fresca, zumo, tostadas, mantequilla, mermelada, café, leche y algo de repostería. Además encima de su servilleta había una rosa roja. Se encontraba desconcertada, si eso formaba parte de su venganza, la debía haber meditado muy bien. Marina se quedó mirando la rosa, una lágrima pugnaba por salir. En otras circunstancias, se hubiera levantado y le hubiera dado un beso. Pero eso no debía ocurrir, creía que su estrategia consistía en conquistarla para una vez tenerla a su merced, asestarle un certero golpe a su orgullo rechazándola. Se mantendría firme en su decisión de no dejar que la tocara. Aunque le iba a costa un tremendo esfuerzo, ya que lo único que deseaba era dejarse caer en sus brazos y complacerlo en todo lo que él quisiera.
Desayunaron en silencio, Armando la miraba de vez en cuando. Estaba tan bella y tan inaccesible a la vez. No había esbozado ni una tímida sonrisa en toda la mañana. Su semblante estaba completamente serio. Comenzaba a creer que el encanto que había estado desplegando todo ese tiempo no surtía efecto en ella. ¡Como la amaba! Le gustaba su manera de mover las manos, su forma de masticar, como ponía los labios al beber, y sobre todo su forma de mover la cabeza para apartarse el pelo de la cara.
Cuando terminaron de desayunar él, recogió la mesa y le dijo.
- Ahora brujita ven, quiero que veas una cosa.- la tomó de la mano, ella intentó resistirse.- No voy a hacerte nada, solamente quiero que veas algo.
- Que quieres que vea. - cedió de mala gana.
- Ven, está en la sala- la llevó hacia allí – Aquí está, espero que sea todo lo que necesitas.
Marina miró hacia donde él señalaba, encima del sofá había una serie de cajas. Armando comenzó a abrirlas. Le enseñó unos preciosos zapatos blancos, unas medias de seda blancas también, una finísima ropa interior, y finalmente el vestido de novia que ella había elegido la otra vez que estuvieron a punto de casarse. Estaba boquiabierta, no faltaba nada. Todo lo que pudiera necesitar para la boda lo tenía allí, incluido un delicado camisón semitransparente.
- ¿Te gusta? ¿Crees que falta alguna cosa?- su mirada reflejaba ilusión.
- ¿Cuándo…? ¿Cuándo has comprado todo esto...?- casi no podía hablar.
- Mientras dormías… Pensé que te gustaría tenerlo y así te ahorraba el trabajo de tener que buscarlo tú… Pero todavía falta lo más importante. – cogió una bolsa que aún no había abierto y sacó dos estuches de joyería.
Abrió el primero que contenía un precioso collar de diamantes y unos pendientes a juego.
- El conjunto más bello, para la novia más bella.- dijo poniéndoselo, ella no sabía como reaccionar.
- Pero… Esto es excesivo…
- De eso nada brujita, el día de nuestra boda quiero que seas la novia más espectacular que nadie haya visto y que todo el mundo se muera de envidia porque yo seré el afortunado que se case contigo.- le hablaba por detrás mientras le ponía el collar, cerca de su oído con voz muy suave.
Marina no podía reprimir su emoción, si tan sólo se casaran por amor seria todo tan distinto. Habría resultado tan bonito.
- Y ahora por favor- dijo abriendo el otro estuche del que asomaba el anillo de compromiso que ella le había devuelto, poniéndoselo en el dedo- Quiero que lo lleves, es tuyo brujita. Ese es su sitio, nunca debió faltar de tu dedo.
Ahora sí que ya no pudo reprimir por más tiempo las lágrimas y apartándose de él se dejó caer en el sofá. Los sollozos estremecían su cuerpo de manera violenta.
- ¿Qué sucede Marina? ¿Por qué lloras?- preguntó desconcertado.
- Piensas seguir adelante con la boda ¿Verdad?- preguntó entre sollozos.
- Claro, por supuesto. ¿Acaso tu no?
- Tenía la esperanza de que recapacitaras y me liberaras de ese compromiso.
Para Armando fue como si le echaran un jarro de agua fría. Marina no tenía intención de casarse con él. Se sentía como un estúpido, había pensado que cuando lo meditara bien la idea le habría agradado tanto como a él. Pero estaba visto que no. Se empezó a enfurecer.
- Te recuerdo que has firmado un documento. Yo he cumplido mi parte del trato. Ahora lo entiendo, firmaste solamente para salir de allí ¿Verdad? – dijo mirándola fijamente.
- Pero es que yo… no quiero casarme contigo. ¿Es que no lo entiendes?- dijo suplicante. Él cerró los ojos y suspiró.
- Pues lo siento Marina, pero en tres semanas serás mi esposa te guste o no.
- Pero es que no quiero… No puedo… Así no.- continuaba llorando.
- ¿Así como? ¿Obligada por un documento? Tu te lo has buscado brujita, he intentado por todos los medios que aceptaras casarte conmigo y siempre has encontrado la excusa perfecta para no hacerlo. Ahora no tienes escapatoria.- se acercó a ella y la cogió por los hombros.
- ¡No me toques! Está bien me casaré contigo, pero recuerda tu parte del trato. No te acerques a mí, si no es en público Armando. – su voz sonó dura, se apartó de él y se secó las lágrimas.
- ¿Y si no lo hago?- la desafió, estaba muy enfadado.
- Me marcharé lejos y no volverás a verme nunca más.- amenazó.
- Muy bien Marina. Tenía la esperanza de que nuestro matrimonio resultara armonioso. He comprado todo esto con muchísima ilusión, escogiendo cada detalle especialmente para ti. He intentado demostrarte todo mi amor, aunque veo que para ti no es suficiente. Pero si quieres guerra la tendrás, eso no lo dudes ni por un momento brujita. Ves haciendo acopio de fuerzas, porque nuestro matrimonio va a resultar ser una dura batalla en la que voy a salir airoso. Eso te lo aseguro.
Cogió su chaqueta y salió dando un portazo. Marina volvió a dejarse caer en el sofá y volvió a deshacerse en llanto. No quería terminar su conversación de esa manera, había confiado en convencerlo de olvidarse de la locura que iban a cometer.
Armando cogió su coche y arrancó chirriando ruedas. Salió a toda velocidad, amargas lágrimas comenzaban a bajar por sus mejillas. Lo había intentado, había puesto todo de su parte para que ella se sintiera feliz. Pero todo había resultado inútil. La convivencia diaria iba a resultar más difícil de lo que él había creído. Pero no pensaba rendirse, Marina sería suya costara lo que costase. Se dirigió hacia la playa, le reconfortaba caminar por la arena y dejar aflorar sus sentimientos. Al llegar paró el coche y se quedó pensando en la manera de conseguir que ella le volviese a amar. Golpeó el volante con las dos manos. ¿Por qué había resultado tan terca? ¿No se daba cuenta de que se moría por ella? Si quería guerra, la tendría. En tres semanas se celebraría la boda. De eso estaba completamente seguro.
Bajó del coche y comenzó a pasear por la playa perdido en sus pensamientos…