Alas de Fantasia
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CAPITULO 17 ...... “ LA BODA”
Marina intentó por todos los medios disuadir a Armando de tan tremenda locura en las pocas ocasiones en que él vino a verla. Estaba tan dolido y enfadado con ella que no atendía a razones. Cada vez que intentaba sacar el tema, él aseguraba tener prisa y salía dando un fuerte portazo. La fecha se acercaba y ella se sentía abatida y triste. Se pasaba la mayor parte del tiempo llorando sin saber que hacer para evitar la boda. Por más vueltas que le daba al asunto, no encontraba la forma de evadir el compromiso.

Javier llegó a verla en uno de los peores momentos de su desconsuelo. Al abrirse la puerta, se encontró con una Marina deshecha en llanto. Al verlo se abrazó a él, necesitaba el apoyo de un buen amigo.

- Princesa ¿Qué te sucede? ¿Por qué estás hecha un mar de lágrimas?
- ¡Ay Javier! Me caso en una semana y no hay manera de convencer a Armando de lo contrario.- paseaba nerviosa de un lado a otro.
- ¿Y si te niegas a casarte? ¿Qué podría pasar?
- He firmado un documento en el que me comprometo a hacerlo. No se que ocurriría si no lo cumplo. Pero viendo el carácter que se gasta últimamente, seguro que me encarcela de nuevo.
- ¿Estás segura de que lo haría? –preguntó, creía que estaban hablando de otro Armando. El que él conocía no sería capaz de hacerlo nuevamente.
- No lo se Javier, no lo se. Pero no pienso averiguarlo.
- Pero Marina… ¿Tú lo sigues amando, no es cierto?- se acercó a ella y la tomó por los hombros.
- Claro que si… Lo amo más que nunca. Pero no quiero casarme por obligación, se que no resultará. Además él solamente quiere vengarse por que cree firmemente que lo traicioné.- bajó la cabeza triste.
- A ver princesa… Yo creo que si lo amas lo suficiente, la manera como te cases con él no importa demasiado. Lo importante es que una vez casados, le demuestres tu amor.
- Eso no resultará. Está demasiado obcecado con su venganza. Si le demuestro que lo amo, me humillará y disfrutará viéndome vencida. ¡Y eso no va a ocurrir, te lo aseguro!- saltó como un resorte, su carácter combativo surgió de nuevo.
- Princesa, creo que el estar aquí sola, pensando todo el día en lo mismo, no te hace bien.- miraba alrededor, la casa estaba desordenada contrariamente a la costumbre de ella de tenerlo todo en su sitio.
- ¿Y que quieres que haga? ¿Dónde voy a ir?- preguntó.
- Vente a mi casa, Adriana estará encantada de que nos acompañes. Yo por mi parte prometo intentar disuadir a Armando. ¿Te parece?- le dedicó una sonrisa encantadora.
- Creo que no sería muy buena compañía para vosotros. Además supongo que preferís estar solos. Vuestra relación se está afianzando.- objetó.
- Todo lo contrario Marina, nuestra relación ya está consolidada y nos encantará tenerte en casa. ¡Por favor princesa! – puso una graciosa cara de súplica que a ella le arrancó una carcajada.
- Esta bien, de acuerdo. Si me lo pides de esa manera no puedo negarme – todavía sonreía.
- ¿Ves como te irá bien cambiar de aires y de compañía? Creo que estar aquí sola contigo misma no te beneficia para nada. Venga, prepara tus cosas y ¡Marchando a la casa de la playa princesa!- intentaba animarla.

Marina recogió lo más imprescindible ya que sólo se iba para una semana. Ya volvería a recogerlo todo una vez casada ¡Casada…! Cerró los ojos y suspiró, confiaba en que Javier lograra lo que ella no había podido, convencer a Armando. Cuando estaban a punto de salir llego él y se sorprendió al ver a Javier con la maleta.

- Hola… ¿Se puede saber donde vais con la maleta? Brujita no te estarás escapando ¿Verdad?- se acercó mucho a ella y la miraba fijamente.
- No Armando. Marina se viene a mi casa una temporada, aquí está demasiado sola.
- ¿Es eso cierto Marina?- Ignoró por completo a su amigo y no dejaba de mirarla, sus ojos centelleaban.
- Si, es cierto. Voy a pasar unos días en casa de Javier.- le aguantó la mirada.
- ¿Y cuando pensabas decírmelo? ¿O no pensabas?- la fulminaba con la mirada.
- Te lo hubiera dicho cuando llegara allí.
- ¿Si? Marina, sabes que no puedes escapar de mí.-advirtió.
- No pensaba hacerlo, simplemente quiero pasar unos días rodeada de personas que de verdad me quieren. - trataba de herirlo, y lo consiguió. Armando sintió como si una mano de hierro le apretara el corazón.
- Claro, no había pensado en eso… Personas que de verdad te quieren…- intentaba tranquilizarse, pero estaba colérico. Marina se iba sin decirle nada. Creía que se hubiera vuelto loco sin saber donde se encontraba ella.
- Armando… Tranquilízate amigo. Marina viene a mi casa y tú puedes venir siempre que gustes, tienes las puertas abiertas.- intervino, conocía a su amigo y sabía que estaba muy irritado.
- Marina… ¿Tengo las puertas abiertas? ¿O ya tienes bastante con la gente que te quiere? A lo mejor te incomoda mi presencia.- no podía estarse quieto, daba pasitos cortos en dirección a ella, le hubiera gustado retenerla.
- ¡Ya está bien Armando! Javier te ha dicho la verdad, ven cuando quieras. Allí estaré. No entiendo tu mal humor, no me voy al fin del mundo.- le estaba desafiando.
- Lo sé. Sólo vas a casa de Javier. Pero no creo que en esa maleta esté el vestido de novia. ¿Cuando pensabas venir a buscarlo?- él también la provocaba.
- Cualquier día de estos. Total, hasta el sábado no lo necesito.- estaba entrando al trapo.
- Es cierto, hasta el sábado eres libre, pero sólo hasta el sábado. Recuérdalo Marina.- le advirtió.
- ¿Cómo iba a olvidarlo? Ya te encargas tú de que no lo haga.-dijo subiendo el tono de voz.
- ¡Basta ya! ¡Los dos! Pero que es esto ¿Una batalla verbal? Debéis tranquilizaros por favor, estáis muy alterados.- Javier intentó calmarlos.
- Tienes razón, será mejor que me vaya- Armando comenzó a dirigirse a la puerta.
- Armando, puedes venir con nosotros si quieres- Javier lo invitó cordialmente.
- No creo que a Marina le agrade mi compañía- la miraba fijamente de nuevo.
- Por mí puedes hacer lo que quieras.- dijo con cansancio en la voz.
- Lo sé brujita, siempre hago lo que quiero.- se acercó a ella y cogiéndola por la cintura le dio un beso en los labios, después acercó su boca al oído de ella y le susurro – Recuerda, el sábado serás mi esposa. No intentes escapar de mí brujita…

Le dijo esto y guiñándole un ojo, se marchó. Cuando Armando llegó a su casa, Ángela lo estaba esperando.

- Hijo, ¿Podemos hablar un momento?
- Ahora no mamá. – continuaba enojado con Marina y no le apetecía hablar con nadie.
- Armando, últimamente nunca tienes tiempo. Te pasas el día enfrascado en tus pensamientos y no se te puede hablar porque siempre estás enojado.- le reprochó
- Lo siento mamá, pero ahora no estoy de humor.- adujo.
- ¿Ves lo que te digo? ¿Vienes de ver a Marina? Seguro que os habéis vuelto a enfrentar. Esto no os va a llevar a ninguna parte.- movió la cabeza con tristeza.
- Está bien ¿De que quieres hablar?- suspiró viendo que le iba a resultar difícil evadir la conversación.
- De la boda, de ti y de Marina ¿Estas seguro de que vas a hacer lo correcto? Deberías recapacitar.- aconsejó
- No tengo nada que recapacitar. La amo y quiero tenerla a mi lado, no pienso renunciar a ella.
- Creo que deberías pensarlo, esta no es la mejor forma de mantenerla a tu lado.
- Es la única manera mamá. Ella no me ha dejado otra elección, si no fuera tan terca todo hubiera sido de otra manera y ya estaríamos casados ¿Tan difícil es entender que me falta el aire cuando no la tengo cerca?- se acercó a su madre y le tomó la cara entre las manos.
- Hijo, creo que estás cometiendo el peor error de tu vida. Marina es tan orgullosa como tú y no podrá soportar un matrimonio por obligación. Esto os va a causar un gran dolor a los dos.- le acarició la cara con ternura.
- Lo sé, pero confío en que entrará en razón y se dará cuenta de cuanto la amo. Pondré todo de mi parte para que así sea. Verás como todo se soluciona para bien.- le aseguró
- Ojala estés en lo cierto. No me gustaría veros sufrir a ninguno de los dos. Os quiero demasiado y no lo soportaría.- se marchó para que él no la viera llorar, sufría por la tormenta que se avecinaba. Sabía que si ninguno cedía, ese matrimonio resultaría un infierno y los dos resultarían heridos en lo más profundo.

Adriana se alegró mucho de ver a Marina, y estuvo encantada de que se quedara con ellos unos días, creía como Javier que le sentaría bien un cambio de aires y no permanecer sola. La ayudó a instalarse y mediante su incesante charla intentó animarla un poco. Le pidió que le ayudara a preparar la comida y mientras lo hacían, la hizo reír con sus ocurrencias. Después de comer Marina salió a pasear por el bosquecillo, le sentaba bien caminar bajo aquellos frondosos árboles que la ayudaban a encontrar un poco de paz. Deambuló por allí sin un rumbo fijo ensimismada en sus pensamientos, al llegar a un claro se sentó en un tronco y reflexionó sobre lo ocurrido en su casa con Armando. Él no estaba dispuesto a renunciar a ella y parecía que no habría nada capaz de convencerlo. No creía que Javier tuviera éxito en su intento. ¡Dios! Amaba a Armando más que nunca, admiraba su perseverancia. Recordó lo perturbada que se había sentido cuando él le besó los labios y aquella voz susurrante en su oído. ¡Cuánto echaba de menos al Armando tierno y amoroso! Añoraba sus manos sobre su cuerpo, aquella suavidad con que la acariciaba. Cerró los ojos y se dejó llevar por el recuerdo de aquel ardoroso amante que la hacía sentir en el paraíso. Una solitaria lágrima comenzó a resbalar por su mejilla, aquello no volvería a ocurrir jamás. Armando y ella habían iniciado una guerra en la que los dos saldrían heridos. Adriana la encontró en el mismo lugar mucho más tarde. Viendo el estado de tristeza en que se encontraba sumida su amiga intentó ayudarla en lo posible. Se sentó a su lado y le dijo.

- Marina…tesoro no me gusta verte en ese estado de melancolía.- la abrazó.
- Adriana, por más que busco no encuentro solución a esto.- se lamentó.
- Javier me ha explicado lo ocurrido en tu casa. Amiga, ese hombre te ama mucho.
- ¿Estas segura? Yo no lo creo, solo quiere vengarse.- le objetó.
- ¡Que equivocada estas Marina! ¿Cómo puedes estar tan ciega?- se levantó y se plantó frente a ella.
- No estoy ciega Adriana, si me amara no me habría obligado a firmar ese documento. Habría confiado en mi.- dijo con tristeza
- ¿Pero como no te das cuenta? Lo que le pasa a Armando es que tiene miedo de perderte Marina, por eso actúa de esa manera.- se agachó y la cogió por los hombros
- ¿Miedo de perderme? Pues es lo que esta consiguiendo.
- ¿Pero tú continuas amándolo? ¿No soñabas con casarte con él?-preguntó
- Lo amo más que nunca Adriana, pero últimamente lo único que hacemos es discutir. Si, soñaba con casarme con él pero no así. Mi sueño era una bella boda, intima, con unos cuantos invitados y un hombre tierno que me esperaba en el altar sonriente y ansioso por tenerme entre sus brazos. Que se emocionara tanto como yo al dar el si quiero.- evocó soñadora.- Y en lugar de eso me voy a encontrar a un hombre enojado que lo único que quiere es tenerme prisionera de su voluntad. Pero te juro Adriana, que no lo va a conseguir. No me doblegará.- prometió.
- ¡Dios mío! ¡Vaya par de cabezotas! Marina vosotros dos os amáis como nunca he visto y estoy segura que si ponéis todo de vuestra parte las cosas serán diferentes, sin embargo sois dos orgullosos que no queréis admitir lo evidente. Vuestro matrimonio no va a ser para nada aburrido, todo lo contrario promete ser una batalla campal.

Irremediablemente se acercaba la fecha, faltaban sólo dos días para la boda y Marina cada vez se encontraba más nerviosa y más triste. Todos los esfuerzos de Adriana y Javier por animarla no tenían éxito. Cada vez pasaba más tiempo en el bosque perdida en sus pensamientos. Había tomado aquel tronco como algo suyo y siempre se sentaba allí para pensar.

Armando llegó a verla aquella mañana, después de varios días de no hacer ningún intento de ponerse en contacto, había estado demasiado enfadado pero ya se encontraba de mejor humor y quería preguntarle algo. Adriana le abrió la puerta, y lo hizo pasar. Vio con satisfacción que se estaban llevando a cabo los preparativos para la boda. Javier había vuelto hacía un rato de casa de Marina con el vestido de novia y todos los complementos, en ese momento Adriana estaba colgando el vestido en una percha.
- ¿Dónde esta Marina? Necesito hablar con ella.- dijo con una sonrisa.
- Ha salido a pasear hace un rato y todavía no ha vuelto- le explicó Adriana.
- ¿Estas segura que sólo ha ido a pasear? ¿Donde?- su sonrisa se esfumó, comenzaba a desconfiar.
- Claro que estoy segura, andará por el bosque como cada día.- le molestó que desconfiara de ella.- Armando, siempre me has caído bien y te he defendido a capa y espada pero me molesta tu desconfianza.- replicó.
- Perdóname Adriana, tienes razón. Pero es que estoy muy nervioso, me caso dentro de dos días y tengo miedo de que Marina huya ante la inminente boda. – se disculpó.
- Eso no va a ocurrir, es tan cabezota como tú y cumplirá su promesa aunque eso suponga vuestra infelicidad. Piénsalo Armando, creo que hay otras maneras de conseguir que se case contigo.- aconsejó.
- Lo he intentado todo créeme, pero no ha dado resultado.- le explicó.
- Armando voy a preguntarte algo y necesito que seas sincero por favor.- dijo Adriana.
- Seré todo lo sincero que pueda. Dispara.
- Marina cree firmemente que te casas con ella sólo para vengarte por su supuesta traición. ¿Es eso cierto? ¿O lo haces porque la amas sinceramente?
- La amo con toda mi alma Adriana, jamás seria capaz de casarme con ella por venganza. Eso se lo dije en un momento de crispación. Pero créeme, la necesito como el aire que respiro.- su voz era sincera.
- ¿Aunque vuestro matrimonio suponga un infierno?
- Aún así. No puedo vivir sin ella y confío en saber demostrárselo día a día.
- Pues te deseo la mejor suerte del mundo Armando, sinceramente espero que puedas hacerlo.- dijo y le dio un fuerte abrazo.
- Gracias. Ahora voy a ir a buscarla, quiero hablar con ella.- comenzo a salir.
- Búscala por el claro del bosque, suele ir allí… ¡Ah! Y por favor hazla muy feliz, ella se lo merece.- recomendó.
- Lo sé y pienso hacerlo lo mejor que pueda.

Caminó por el bosque en la dirección que Adriana le había indicado, al cabo de un rato la vio sentada en el tronco. Su silueta se recortaba entre los árboles y la luz que proyectaban los tenues rayos de sol que atravesaban el follaje le daban un aspecto irreal, parecía una pequeña hada. ¡Su brujita…! estaba tan bella, que le entraron unas enormes ganas de abrazarla y consolarla. Deseaba asegurarle que todo aquello lo hacía por que la amaba, decirle que confiara en él. Convencerla de que no la defraudaría nunca, hacerle saber que era su vida misma. Que sin ella nada tenía sentido. ¡Cuan diferente sería todo si ella no fuera tan testaruda! Marina se apartó el cabello de la cara con aquel gesto que tanto adoraba. Al hacerlo se dio cuenta de que allí había alguien más y se sobresaltó.

- ¿Cuánto tiempo llevas ahí? Me has asustado.-le reprochó.
- Lo siento brujita no era mi intención, pero estabas tan bella y parecías tan serena que no he querido molestarte.- dijo con voz suave.
- Está bien, no te preocupes. ¿Cómo sabías donde estaba?
- Adriana me lo ha dicho. Necesito preguntarte algo.
- Muy bien, pregunta.- le miraba a los ojos al hablar.
- Marina… ¿Has pensado donde te gustaría ir de Luna de Miel? –preguntó ilusionado.
- A ningún sitio. No quiero Luna de Miel. – dijo levantándose.
- ¿No? ¿Y porque no brujita?- en su voz se notaba la desilusión.
- Porque lo nuestro no será una luna de miel. Además no quiero ir sola contigo a ningún sitio.- le daba la espalda mientras lo decía.

Armando cerró los ojos, acababa de recibir otro fuerte golpe en su corazón. Derrotado se dejó caer en el tronco, su última esperanza de demostrarle su amor se había disuelto como el humo. Bajó la cabeza para ocultar dos lágrimas solitarias y le dijo con voz triste.

- Marina… ¿Tanto te incomoda mi presencia?
- No es que me incomode, es solo que…- se volvió y al verlo tan derrotado algo se removió en su interior.

Ver a un hombre tan grande llorando como un niño, le llegó al alma. Se sentó a su lado y le dijo poniendo una mano sobre su pierna.

- Armando escúchame… Todavía estamos a tiempo de parar esta locura que sólo nos traerá desdicha.- suplicó.
- Ya no podemos pararlo Marina. –la miró a los ojos, los suyos empañados por las lágrimas.
- Pero, podemos intentarlo de nuevo Armando. Sólo con que me demuestres que me amas de verdad, estoy dispuesta a volver a empezar.- le acariciaba el cabello.
- ¿Cómo quieres que te lo demuestre? Lo he intentado todo brujita.
- Abrázame por favor, lo necesito.- no se lo tuvo que pedir dos veces, con un suspiro la abrazó con fuerza. Permanecieron así durante un rato, hasta que ella dijo.
- Por favor, anula la boda Armando. Es lo único que te pido.- tenía la cabeza apoyada en su pecho y notó como comenzaba a agitarse.
- ¡Eso es imposible! Todo está preparado y no voy a anularla de nuevo, esta vez no. Ya es demasiado tarde Marina.-dijo soltándola.
- Por favor Armando. No me obligues a hacerlo.- suplicó.
- Lo siento brujita, pero la boda se realizará. Y no te preocupes si no quieres luna de miel. Se hará como tú digas, como siempre.- la dejó allí y se marchó

Ella se quedó allí llorando, su último intento había fracasado. Como le había reconfortado sentirse de nuevo entre sus brazos, le necesitaba más que nunca. Le había dejado entrever lo vulnerable que era a sus caricias. Pero era un cabezota. Le había ofrecido volver a intentarlo y lo decía sinceramente. Pero él la había rechazado. No volvería a mostrar debilidad, a partir de ahora sería dura y fuerte.

Armando había estado a punto de aceptar su propuesta. Sentirla de nuevo entre sus brazos había sido una delicia. Si ella no hubiera dicho nada más, él habría aceptado. Pero tuvo que pedirle que anulara la boda y eso lo hizo reaccionar. No lo haría por nada del mundo. Haberla tenido entre sus brazos suponía un acercamiento, o eso quería creer él.

Marina se encontraba paseando por su habitación, no dejaba de darle vueltas al problema, su única esperanza era Javier. Había ido a hablar con Armando para ver si lo hacia desistir de aquella locura. No confiaba mucho que lo consiguiera. No se veía con fuerzas para seguir adelante… ¡No podría hacerlo!... ¡En unas horas se celebraría la boda. Una boda que sólo les ocasionaría desdichas. Confiaba en que su amor por Armando no se transformara en odio con la convivencia. Miró hacia la cama, allí se encontraba el vestido que con tanta ilusión había escogido personalmente hacia tanto tiempo. Le parecía que había pasado una eternidad desde entonces. ¡Que felices eran en aquellos tiempos! Se amaban sin reservas. ¡Qué distinto de ahora…! ¿Qué les había ocurrido para llegar a eso?

Javier la encontró mirando por la ventana ensimismada en sus pensamientos.

- Princesa… -dijo con voz suave.
- No lo has logrado ¿Verdad?- dijo volviéndose a mirarle.
- No. Armando es más terco que una mula. No piensa ceder. Lo siento princesa.
- No te preocupes, ya me lo imaginaba.- dijo con tristeza.
- Hasta le he llegado a prometer que si desistía, tú te comprometías a no desaparecer y darle una nueva oportunidad.
- En fin, no hay nada que hacer. Sólo me queda prepararme para la boda. Voy a vestirme.- dijo con indiferencia.
- Marina… me preocupas. Te lo has tomado con mucha calma. ¿No irás a cometer una locura no?- estaba realmente preocupado.
- No, no voy a cometer ninguna locura. O mejor dicho si, voy a casarme. Me lo he tomado con calma porque me lo esperaba Javier. Gracias por haberlo intentado.
- De verdad que lo siento Princesa.

Adriana entró como una exhalación interrumpiéndoles. Se encontraba muy nerviosa.

- Marina ¿Todavía estás así? Es tardísimo, tienes que prepararte o el tiempo se nos echará encima.
- Lo sabemos. Tranquilízate Adriana, cualquiera diría que la que se casa eres tú. – Javier se acercó a ella y la besó en los labios.
- ¿Cómo quieres que me tranquilice? Mi mejor amiga se casa en unas horas y todavía no ha empezado a arreglarse. Vamos Marina, yo te ayudo.

Eduardo se encontraba leyendo el periódico cuando al pasar a la página de sociedad, vio la reseña. ¡No podía ser cierto! Armando y Marina se casaban ese mismo día. ¡Esa boda no podía celebrarse! Debía impedirlo o la perdería para siempre. Salió apresuradamente a casa de ella, pero no logró encontrarla. Debía intentar convencerla de que no lo hiciera, pero ¿Dónde estaba? Se sintió desesperado, Ella no podía casarse con Armando. ¿Dónde buscarla? Recordó que en el periódico venia el nombre de la iglesia donde se celebraría el evento. Pero ¿Cuál era el nombre? Compró otro periódico y buscó la página. ¡Ya lo tenia! ¡La iglesia de la Divina Providencia! Tenía que llegar allí antes de que ella entrara a la iglesia o seria demasiado tarde.

Armando se encontraba nervioso, paseaba en la puerta de la iglesia esperándola. Ya hacía diez minutos que debería haber llegado. Los invitados ya estaban dentro ¿Vendría? ¿O se habría arrepentido de cumplir la promesa? La incertidumbre lo estaba matando. Decidió entrar y caminó con paso decidido hacia el altar, sonriéndoles a los invitados. Se acercó a su madre.

- No se porque no ha llegado ya mamá. ¿Y si decide no venir?- preguntó inseguro.
- Vendrá hijo, no te preocupes. Las novias siempre se hacen esperar. Es lo correcto.- le tranquilizó.
- Si, pero ¿Tanto? Lleva diez minutos de retraso.- miró el reloj.
- Ya verás como viene. Tranquilízate.

Se dedicó a mirar a su alrededor. Se trataba de una iglesia con una amplia nave principal. El claustro constaba de dos pisos con numerosos arcos y columnas esculpidas con motivos religiosos, mitológicos y populares. El altar era abovedado y estaba soportado por una cruceta, en el fondo del cual se hallaba un enorme retablo. Se encontraba admirando la arquitectura para intentar tranquilizarse, pero sin dejar de lanzar fugaces miradas hacia la puerta. En una de esas miradas la vio, la música comenzó a sonar y el dejó escapar un suspiro de alivio. Marina había venido, se la veía hermosa, al trasluz parecía etérea. No podía dejar de mirarla mientras avanzaba hacia él. Venía del brazo de Javier, que hacía las veces de padrino. Cuando llegó a su altura y se la entregó Armando se quedó sin habla. Estaba bellísima. Llevaba el cabello semirrecogido con unos mechones que le caían a los lados, lo cual enmarcaba su rostro. Se dio cuenta que llevaba puestas las joyas que él le había comprado para la ocasión. Le dedicó la mejor de sus sonrisas para tranquilizarla, pero ella no se la devolvió, estaba seria. Aunque parecía serena, al mirarlo se dio cuenta que su mirada era triste.

Marina, lo vio nada más poner un pie en la iglesia. Admiró su inmejorable planta. Estaba tan apuesto con aquel traje de color gris satinado. Llevaba el cabello suelto, lo que contrastaba con su indumentaria. ¡Que hombre más guapo! Recibió su sonrisa con agrado, aunque no le correspondió. Se encontraba demasiado nerviosa para poder hacerlo. En el fondo sabía que esa sería su única boda. Nunca más se casaría de nuevo con nadie. Ese era el hombre de su vida, aunque esa vida se convirtiera en un infierno.

El cura comenzó a celebrar la boda. Marina no lo escuchaba, le parecía que estaba en otro mundo, eso no le estaba ocurriendo a ella. Recordaba los momentos felices vividos con el hombre que se iba a convertir en su esposo.

Eduardo llegó a la iglesia casi sin aliento. Demasiado tarde pensó, El cura ya los estaba casando. Se deslizo hacia el segundo piso y oculto tras una columna presenció la boda. Cuando Armando pronuncio el si quiero, se llenó de rabia. Aquel estúpido le estaba quitando a su único amor.

Cuando el cura le preguntó a Marina si aceptaba a Armando, esta no le oyó. Tan ensimismada estaba que él tuvo que apretarle un poco en el brazo. Sorprendida lo miró y él con una sonrisa le indico con los ojos que mirara al cura. Así lo hizo y el cura le volvió a preguntar. Antes de contestar volvió a mirar a Armando que ahora la miraba serio. Tenía miedo de su respuesta. De nuevo miró al cura y lo dijo- Si, quiero - cerró los ojos y pensó que su destino estaba sellado. Armando emitió un suspiro de alivio. Había estado conteniendo la respiración en espera de su respuesta.

Eduardo, oyó salir las palabras de la boca de Marina y gruesas lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas. Ahora si que la había perdido para siempre, pertenecía a Armando, era su esposa. Durante un breve instante creyó que ella no aceptaría, pero se había equivocado.
Cuando el cura le dijo que podía besar a la novia, Armando la cogió por la cintura y la besó. Marina no respondía a su beso, se separó de ella y acercándose a su oído le dijo con voz profunda.

- Responde a mi beso brujita, todos los invitados nos están mirando y debes parecer una novia enamorada. Y sonríe como si fueras la mujer más feliz del mundo. ¿De acuerdo?

Marina no contestó. Le miró a los ojos y vio en ellos furia contenida. Cerró los suyos y levanto la cabeza ofreciéndole sus labios entreabiertos. Armando volvió a besarla y esta vez si que ella le respondió. ¡Cómo había añorado besar aquella boca y que esta le correspondiera! Aunque sólo fuera porque estaban en público. Armando atesoraría aquellos besos como si fueran oro. Comenzaron a caminar por el pasillo central y fueron recibiendo las felicitaciones de los invitados. Marina las recibía como en una nube, todavía no acababa de creer que estaba casada con él.

Eduardo se deslizó de espaldas por la columna que le había servido de escondite. Se dejó caer al suelo y lloró desconsoladamente. Mucho más tarde cuando todos los invitados habían salido de la iglesia dejó de llorar y emitió un grito desgarrador que retumbó por toda la iglesia.

- ¡Marina!

El cura al oír el grito acudió a ver lo que sucedía. Y lo encontró allí tirado en el suelo.

- Hijo mío ¿Tienes algún problema?
- La he perdido padre. La he perdido para siempre.- se lamentó.
- ¿A quien has perdido hijo?- no acababa de entender
- A Marina. La he perdido, se acaba de casar con mi peor enemigo- seguía sollozando.
- Bueno hijo, eso quiere decir que no debía ser para ti. Encontrarás a la mujer que te esté destinada. Y deberías olvidar ese odio que te invade- lo intento consolar.
- No quiero otra mujer. La quiero a ella. Pero creo que he pecado de soberbia y por eso la he perdido. La familia de ese hombre fue la causante de la muerte de mi padre. Aunque yo no me enteré muy bien de lo ocurrido.- explicó
- ¿Estas completamente seguro de lo que dices? ¿Has intentado averiguar lo que ocurrió realmente? Puede que hayas estado cometiendo una injusticia con ese hombre. Si has sido soberbio debes intentar ahora ser humilde, no te ayudará a recuperarla pero podrías reparar el daño ocasionado.
- Lo intentaré, no le puedo asegurar nada. Pero voy a poner remedio a tantos años de inquina. Gracias padre.

Se levantó y salió de allí dispuesto a averiguar la verdad sobre la muerte de su padre.

Armando estuvo pendiente de Marina durante todo el banquete, se dio cuenta de que no había probado bocado y la animaba para que comiera, pero ella se limitaba a juguetear con la comida.

- Brujita, debes comer algo. No has probado bocado.
- No tengo hambre. No me siento muy bien- le explico.
- ¿Qué te sucede?
- No lo sé ¿Podríamos irnos ya?- la cabeza se le iba y notaba un ligero mareo.
- Ahora no podemos los invitados se sentirían decepcionados, pero te prometo que en cuanto efectuemos el primer baile nos iremos. ¿Podrás soportarlo?- preguntó, le preocupaba que no se encontrara bien.
- Creo que sí. Por lo menos lo intentaré. Será producto de la tensión.
- Sonríe un poco, la gente se empieza a preguntar cosas.- le dijo al oído.
- Está bien. Lo haré- esbozó una sonrisa.

Al llegar la hora del baile Armando la condujo al centro de la sala y empezó a sonar la música. Comenzaron a bailar y Marina notó como volvía el mareo. La cabeza le daba vueltas, se paró en seco. Armando la miró y vio que se había puesto pálida. Ella se agarró a él con fuerza y le dijo.

- Armando… Ayúdame por favor…- y cayó desmayada en sus brazos.

Todos los invitados se arremolinaron en torno a ellos, Javier se abrió paso y la examinó.

- Javier ¿Qué le pasa?- en su voz había preocupación.
- Creo que se trata otra vez del desmayo que sufrió anteriormente, debemos llevarla a la clínica para asegurarnos.- aconsejó
- Voy a por el coche. ¡Por Dios Javier, no permitas que le ocurra nada!- le suplicó.
- No te preocupes, no permitiré que eso ocurra.

La llevaron a la clínica y la examinaron. Javier determinó que se trataba de un desmayo, ya que haba estado sometida a mucha presión. Al despertar vio a Armando que estaba sentado a su lado, su rostro se mostraba atormentado. Le tenía cogida una de las manos y la acariciaba.

- ¿Qué ha pasado?- preguntó. Armando se inclinó rápidamente sobre ella.
- ¡Gracias a Dios ya has despertado! Te has desmayado de nuevo. Me tenías muy preocupado brujita.
- Lo siento, no era mi intención.- se disculpó, todavía le dolía un poco la cabeza.
- ¿Te encuentras mejor?- preguntó preocupado.
- Me duele un poco la cabeza, pero ya pasó. ¿Podemos irnos?- quería salir de allí. La proximidad de él la perturbaba.
- En cuanto Javier te dé el alta, nos iremos brujita.- le continuaba acariciando la mano.

Javier entró en ese momento y al verla despierta sonrió.

- Bien princesa, veo que esta vez te has recuperado muy deprisa. ¿Como te sientes?
- Bien, ¿Puedo irme a casa?
- Si te encuentras bien, no veo por que no.
- Javier, dice que le duele un poco la cabeza ¿Crees conveniente enviarla a casa?- le explicó Armado.
- Si sólo es un ligero dolor de cabeza si, es normal tras un desvanecimiento. ¿Te duele mucho princesa?
- No, es solo un dolor tenue.- explicó ella.
- Entonces puedes llevártela Armando, pero vigílala esta noche. No me gustaría que se volviera a repetir el desvanecimiento. Si ocurre algo llámame de inmediato. ¿Lo harás?
- Puedes tener por seguro que sí, no la voy a perder de vista en toda la noche. Te lo aseguro- dijo sonriendo divertido.

Se despidieron de Javier en la puerta de la clínica y antes de que subieran al coche este les dijo.

- Bueno pareja, os deseo toda la felicidad del mundo, de corazón. Se que si los dos ponéis de vuestra parte, lo conseguiréis.
- Gracias Javier, tú si eres un amigo. – Armando lo abrazó.
- Marina, intenta ser feliz princesa. Te has casado con el mejor hombre del mundo.- y la abrazó también.

Armando la ayudó a subir al coche y subiendo a su vez arrancó. Ninguno de los dos hablaba, Armando puso su mano sobre la pierna de ella y le preguntó.

- ¿Te encuentras mejor brujita?
- Todavía me duele la cabeza, pero si, creo que ya estoy mejor.- no le retiró la mano, su contacto la reconfortaba en aquellos momentos.
- Cierra los ojos y descansa, yo te avisaré cuando lleguemos a casa.
- A casa…. – Se había olvidado por completo de que ahora la casa de él era su casa. Era su marido. Cerró los ojos y se quedó adormilada.

Al llegar, la despertó con mucha suavidad y como notó que estaba un poco desorientada la cogió en brazos, ella protestó.

- Bájame, puedo caminar.
- No pienso hacerlo brujita, es tradición que el novio entre a la novia en brazos en su nuevo hogar.- explicó sonriendo.
- Por favor, bájame. – aunque en el fondo la divertía que hiciera eso.

Hizo caso omiso a sus ruegos, entró en la casa y subió por las escaleras con ella en brazos. Al llegar a la habitación que ocuparía Marina, la depositó en la cama con mucha delicadeza y le dijo.

- Ahora brujita cámbiate y métete en la cama mientras yo voy a mi habitación a cambiarme. Enseguida vuelvo
- Pero… habíamos quedado que tú no dormirías conmigo.- se empezaba a poner nerviosa. ¿Pensaba acaso dormir con ella?
- En eso habíamos quedado y así será, pero ya has oído a Javier, esta noche no me queda más remedio que dormir contigo. Tengo que vigilarte.- le divertía ver su desconcierto.
- No es necesario que me vigiles, si me ocurre algo te avisaré. Lo prometo.- intentó convencerlo.
- Lo siento, pero son órdenes del medico mi amor. Enseguida vuelvo. – se marchó.

Marina lo escuchó trastear en la habitación contigua. Sólo les separaba un baño que servía para las dos habitaciones. Se cambió rápidamente y se metió en la cama tapándose hasta la barbilla. Armando regresó al cabo de un rato envuelto en una bata.

- De veras Armando, no es necesario que te quedes. Prefiero quedarme sola.
- Brujita, estoy demasiado cansado para discutir y para intentar nada, así que puedes dormir tranquila. Ha sido un día muy largo.

Acercó una butaca a la cama y se sentó allí dispuesto a velar su sueño. La miraba y pensaba en cuanto le gustaría compartir aquella cama con ella, aunque sólo fuera para reconfortarla y hacerla sentir segura. Realmente se encontraba demasiado cansado para nada más. Los nervios pasados durante todo el día lo habían dejado agotado. Pero le iba a tocar quedarse toda la noche en aquella incómoda butaca, por ella haría lo que fuera, hasta pasar la noche allí sentado.

Marina no podía conciliar el sueño, lo escuchaba removerse en la butaca, no debía encontrar una postura cómoda. Le remordía la conciencia que tuviera que pasar la noche allí sentado. Tomó una decisión que esperaba no tener que lamentar.

- Armando…
- Mmmm…
- No puedo dormir sabiendo que estás ahí en esa butaca- le explicó.
- Pues lo siento brujita, porque aquí me voy a quedar. Le prometí a Javier que te cuidaría toda la noche y así lo haré. No podría perdonarme si te pasara algo.
- Bueno, es que había pensado….- estaba nerviosa por lo que iba a decir.
- ¿Qué brujita?
- ¿Hacemos una tregua por esta noche? Si me prometes que te portarás bien, puedes dormir aquí conmigo…- ya lo había dicho.
- ¿En la cama? ¿Contigo?- se sorprendió.
- Pero solo si me prometes portarte bien. No podría perdonarme que mañana te levantes con dolor de huesos. –sonrió en la oscuridad.
- Claro que me portaré bien brujita, ya te he dicho que estoy demasiado cansado para nada más que dormir. Acepto la tregua, pero sólo por esta noche.- también sonreía, algo era algo.
- Entonces ven y acuéstate de una vez. – dijo divertida.
- No me lo digas dos veces brujita.- se quitó la bata y se metió entre las sábanas. Encontró una postura cómoda y se quedó quieto.

Marina también se había quedado quieta, casi ni respiraba. Le reconfortaba sentir el calor de aquel cuerpo tan amado.

- Armando…
- ¿Qué pasa ahora brujita?
- ¿Podrías abrazarme? Lo necesito. – pidió.
- Pero me has pedido que me porte bien, y si te abrazo no se si podré cumplirlo.- dijo divertido. Se moría de ganas de abrazarla.
- Sólo abrazarme, por favor. Necesito sentir tu calor. Sólo por esta noche. –rogó.
- Claro que sí brujita, sabes que tus deseos son órdenes para mí.- La abrazó con delicadeza. Le gustaba sentirla entre sus brazos. Creía que no iba a resultar tan difícil como pensaba que ella volviera a confiar en él.

Aquella noche de bodas iba a resultar mejor de lo que ninguno de los dos se había imaginado. Así se quedaron dormidos, uno en brazos del otro…
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