Alas de Fantasia
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CAPITULO 18 ...... ” BENDITA TREGUA”
Armando no quiso despertarla, con suma delicadeza apartó el brazo de Marina, que descansaba sobre la cintura de él. La miró, la propuesta de tregua suponía un comienzo. Poco a poco volvería a recuperar su confianza. ¡Que serena parecía!, la beso en los labios y ella se removió y se acercó más a él. Armando sonrió ¡Lástima que hubiera prometido no tocarla! En aquel mismo momento le hubiera hecho el amor, sólo con verla allí dormida le invadía un irrefrenable deseo. Suspiró resignado y se levantó de la cama sin dejar de mirarla. Se dirigió al baño y se dio una ducha. Salió con una pequeña toalla ceñida a la cintura, que dejaba su torso y sus musculosas piernas al descubierto. Cuando se dirigía a vestirse a su habitación recordó que la noche anterior había dejado su reloj sobre la mesita al lado de la cama de Marina. Pensó si ir a recogerlo en ese momento o esperar a estar vestido, finalmente decidió ir en ese instante.

Entró en la habitación con cuidado, ella continuaba durmiendo, debía encontrarse exhausta. Con los nervios de la boda y luego ese desmayo…Le preocupaba muchísimo que en tan poco tiempo hubiera sufrido dos desvanecimientos ¿A que serían debidos? Hablaría con Javier a la mayor brevedad posible para que le realizara todos los exámenes que fueran necesarios para encontrar la causa, porque alguna causa debían tener y el quería estar preparado por si volvía a ocurrir.

Se dirigió a la mesita y al intentar coger el reloj, pero este cayó al suelo. Se agachó a recogerlo y no se dio cuenta de que ella había despertado al escuchar el leve golpe del objeto al caer sobre la alfombra. Marina lo miraba sin moverse extasiada por aquella imagen de Armando con el cabello mojado, al incorporarse él, admiró los músculos de sus brazos, su torso desnudo y sus poderosas piernas ¡Que sexy resultaba con aquella toalla! Pensó en cuanto le gustaría que le hiciera el amor. Dio un profundo suspiro y Armando al oírlo se volvió y la miró.

- ¿Te he despertado? Perdóname, no pretendía hacerlo.-se acercó a ella.
- No, no me has despertado, no te preocupes. ¿Qué hora es? Creo que he dormido mucho.-sonrió tímidamente.
- Casi las diez, pensé que después de lo de ayer te haría bien dormir ¿Cómo te encuentras hoy?- mostraba preocupación.
- Bastante bien, de momento parece que todo pasó.
- ¿Y tu linda cabecita ha dejado de dolerte?- se sentó en la cama y le acarició el cabello.
- Si el dolor se ha ido. –le satisfacía su preocupación.
- Me alegro brujita, hablaré con Javier para que te examine bien y tu me vas a prometer que te someterás a todas las pruebas que sean necesarias para saber por que ocurre.
- ¿Crees que sea necesario? Ya ha pasado y creo que sólo me ocurre cuando estoy en tensión.- le miraba a los ojos.
- Si, lo creo. Me quedaré más tranquilo sabiendo a que atenernos.- le acarició la cara y se quedaron mirándose sin hablar.

Después de unos momentos Armando se levantó y dijo divertido.

- Será mejor que vaya a vestirme, no estoy muy presentable para estar en presencia de una dama.- señaló la toalla, se abrió de brazos y encogió los hombros sonriendo.
- Pues yo creo que estás de lo más presentable.
- ¿De verdad? – preguntó acercándose nuevamente a la cama.
- Mmm… Yo diría que sí.- sonrió con candidez.
- Me encanta que te guste tanto mi aspecto, pero como comprenderás no puedo ir así por el mundo, resultaría sorprendente caminar por la calle de esta manera. Aunque si tú me lo pides soy capaz de hacerlo.- reía francamente.
- Ir así por la calle no puedes hacerlo porque te detendrían por escándalo publico, pero se me ocurren algunas cosas que si puedes hacer así vestido.- lo estaba provocando.
- ¿Cómo que?- se estaba divirtiendo.
- ¿Tengo que decírtelo?- su sonrisa era muy sensual.
- A mí también se me ocurren unas cuantas cosas que podría hacer así vestido… Pero no sé si será lo mismo que piensas tú…- dijo acercándose mucho a ella.

Marina bajó la cabeza como avergonzada y él le puso la mano debajo de la barbilla y se la levantó con suavidad. La miró fijamente a los ojos y acercándose, le dio un profundo beso al que ella respondió.

- ¿Todavía tenemos tregua?- preguntó contra sus labios.
- Que yo sepa ninguno de los dos la ha roto todavía.-contestó Marina.- ¿Tú que crees?
- Creo que nunca me ha gustado tanto una tregua como hoy brujita, y cuando tú quieras podemos firmar el armisticio.

Volvió a besarla. Con la punta de sus dedos Marina acarició uno a uno los músculos de su pecho. A la vez que los acariciaba los miraba con delectación. Armando la dejo hacer y cuando ella terminó se acercó de nuevo y comenzó a besar sensualmente el nacimiento de su cuello.

Sintió un estremecimiento de placer, aquellos labios en su cuello la excitaban, él fue subiendo por el cuello y su lengua comenzó a juguetear con el lóbulo de su oreja. Marina enterraba los dedos en su cabello mojado, Armando dejó de jugar con su oreja y después de quitarle el camisón con suma delicadeza, se dedicó por entero a ir besándola, bajando muy lentamente por su pecho, encendiendo su pasión hasta límites insospechados, a la vez que su respiración se iba agitando más y más. La punta de su lengua se entretuvo en uno de sus pezones haciéndola gemir, mientras sus manos no dejaban de acariciar ni un solo centímetro de su dorada piel, su boca atrapó el pezón y comenzó a absorberlo con delectación. Ella acariciaba su espalda y Armando después de hacer lo mismo con el otro, continuó bajando con sus besos hasta el ombligo dejando un rastro de fuego. Luego la tomó de las manos y abriéndole los brazos en cruz continuó besando todo su cuerpo sin soltarla. Marina no creía poder resistirlo, se había propuesto hacerla morir de placer. Necesitaba tocarlo y él no se dejaba, la besó en la entrepierna y comenzó a subir de nuevo besándola toda. Le soltó una mano para poder bajar la suya y enterrar sus dedos entre las piernas de ella. Largos suspiros se escapaban de su boca mientras Armando con sus expertos dedos no le daba respiro, la besó en la boca con una pasión incontrolable.

Marina comenzó a pelear con la toalla para quitársela sin conseguirlo, la abrió un poco y su mano comenzó a juguetear con el miembro de él que ya estaba a punto. Con un profundo suspiro él enterró la cara en su cuello y continuó besándolo. Cuando ya no creía resistir más, Armando se incorporó de rodillas y sin dejar de mirarla con un brillo apasionado en sus ojos, se quitó la toalla muy lentamente mostrándole toda su excitación. Ella lo miró con deseo, a la espera de que la hiciera suya, pero continuaba haciéndose de rogar, le acariciaba las piernas sin dejar de mirarla. Marina ya no podía aguantar más, necesitaba sentirlo muy dentro de ella, pero él se resistía.

- Armando ¡Por favor!- rogó.

Armando se rió bajito y entonces la cogió por las caderas y la encajó en torno suyo, muy despacito comenzó a invadir su sagrado templo. Marina necesitaba más y más, pero él se tomó su tiempo. Poco a poco comenzó a ir más deprisa, con cada embestida ella gemía de nuevo cada vez más fuerte. La incorporó y la sentó sobre él. La besaba sin parar muy sensualmente. Después la pasión los desbordó a los dos, ya no podían contenerse por más tiempo. Cada vez más deprisa, la poseía. Sus agitadas respiraciones se entrelazaban con los profundos suspiros de los dos. En el último momento Armando la abrazó con fuerza y le susurró al oído.

- ¡Te amo brujita!

Terminaron extenuados, se quedaron abrazados y Armando no dejó de acariciarla muy suavemente ni un solo instante. Adoraba aquel cuerpo que le provocaba aquellas maravillosas sensaciones. La adoraba a ella.

- Gracias brujita por este maravilloso momento.

Marina no dijo nada, pero lo besó en la boca. Dándole a su vez las gracias por aquellos momentos de felicidad. Después de un rato, Armando se levantó a desgana, hubiera preferido quedarse allí con ella todo el día. Pero comprendía que Ángela debía estar muy preocupada por Marina después de lo ocurrido la noche anterior. Habían vuelto muy tarde y no quiso despertarla para decirle que ya estaban en casa y que ella se encontraba bien.

- ¿Bajamos a desayunar brujita?
- No, por favor…
- Mi madre debe estar angustiada por ti. Debemos explicarle que estas muy bien.- Sonrió maliciosamente y la besó de nuevo.
- Es cierto, pero baja tú, me apetece quedarme un ratito más aquí. ¿Quieres?
- Sabes que no puedo negarte nada. Pero saber que estás ahí en la cama… Mmmm… Me va a costar mucho irme de aquí. . la miraba con pasión renovada.
- Pues no te vayas… Con lo bien que se está aquí…- sus palabras encerraban una promesa futura.
- Lo sé mi amor, pero debo avisar a mi madre o le dará algo con tanta ansiedad.- La beso apasionadamente y se dirigió al baño.

Marina lo escuchó trastear antes de ducharse. Se encontraba plenamente satisfecha. Armando era un amante excepcional que colmaba todas sus aspiraciones. Deseaba que la tregua se prolongara indefinidamente. Le pareció muy sincero cuando le susurró que la amaba, tal vez hubiera olvidado su pequeña venganza contra ella. Rogaba a Dios por que así fuera, de ese modo su vida en común resultaría maravillosa, por su parte estaba decidida a demostrarle su amor en todo momento, si continuaba convencida de su sinceridad.

Armando pensaba en los momentos que habían pasado juntos hacía un instante. Marina se había mostrado receptiva y ansiosa por sus caricias y sus besos. Podría significar que se estaban derrumbando sus defensas y que lo amaba tanto como él la amaba a ella. Estaba exultante. Mientras continuase la tregua, le intentaría demostrar la sinceridad de su amor. Y esperaba que nada empañara la felicidad que esperaba compartir con ella en todo momento.

Cuando estaba terminando de vestirse, sonó su teléfono, lo cogió y quedó sorprendido al escuchar la inesperada voz de Eduardo.
- ¿Qué quieres tú ahora?- preguntó con aspereza.
- En primer lugar, felicitarte por tu matrimonio… fue muy emotivo. Y si…estuve allí, no te molestes en preguntar. Tu has sido el triunfador en esta batalla Armando, espero que sepas hacerla todo lo feliz que ella se merece.
- Eso pienso hacer Eduardo. No te quepa la menor duda.
- En segundo lugar, necesito hablar contigo lo antes posible. Necesito saber algunas cosas.- explicó.
- No se que quieres saber, pero no creo que yo esté en posición de iluminarte. Tu y yo no tenemos nada de que hablar.
- Te equivocas Armando, necesito conocer tu versión de cómo ocurrieron las circunstancias que ocasionaron el suicidio de mi padre.
- ¿Y desde cuando te interesa saber mi versión? Cada vez que intenté explicártelo, no quisiste escucharme.
- Sólo quiero averiguar la verdad de lo ocurrido. Creo que ya es hora. Lo necesito para mi tranquilidad mental.- a Armando le pareció sincero.
- No sé si creerte. ¿Por qué ahora?
- Porque ayer en la iglesia comencé a preguntarme si no estaría equivocado con tu familia. Marina me lo insinuó en una ocasión y no quise escucharla, pero creo que tenía razón.
- ¿Marina? ¿Y que te dijo, si puedo saberlo?- estaba sorprendido de que hubieran tocado aquel tema.
- Eso carece de importancia ahora. Armando necesito saber la verdad. Por favor… Te lo pido en nombre de la amistad que un día nos unió.
- Está bien, no sé si debería hacerlo, pero me voy a arriesgar.
- Gracias. ¿Te espero en mi casa?- preguntó.
- No. Prefiero que vengas tú a mi oficina. Me sentiré más seguro.
- De acuerdo, veo que continúas sin fiarte de mí.
- Para nada Eduardo, no sé lo que tu mente estará maquinando y no quiero que me tome desprevenido.
- No planeo nada, créeme. Nos vemos en tu oficina.

Terminó de arreglarse y fue a ver a Marina, se había quedado adormilada. Se acercó, y la besó en los labios. Ella se despertó.

- Mmm… ¡Que bien hueles!- Armando sonrió al escucharla.
- Cariño debo salir, me ha surgido algo urgente. Pero no tardaré, te lo prometo. No pienso dejarte sola más de lo necesario. ¿Continuamos en tregua?
- De momento, creo que sí.- le sonrió.
- Así me gusta. Bendita tregua…- la besó en la boca y se marchó.

Antes de salir se dirigió hasta donde se encontraba Ángela, le explicó que Marina se encontraba bien y estaba descansando.

- Armando, me preocupan esos mareos.
- A mí también mamá, a mi también. Pero le he hecho prometer que se someterá a todas las pruebas que Javier considere necesarias para averiguar la causa.
- Me parece perfecto. ¿Eso quiere decir que entre vosotros las cosas van mejor?
- De momento parece que si mamá. Hemos firmado una especie de alto el fuego y es maravilloso.- sonrió al decirlo.
- Me alegro muchísimo hijo. Ojala que dure y podáis ser felices. ¡Os amáis tanto!
- Yo también espero que dure mucho tiempo.
- ¿Vas a salir?
- Si. Eduardo me ha llamado, dice que quiere saber la verdad de lo ocurrido con su padre.
- ¿Y vas a ir? ¡Ten muchísimo cuidado hijo! No me fío de él.
- Yo tampoco, pero le he prometido que iría. Hemos quedado en mi oficina y así me sentiré un poco más seguro. De momento no le vayas a decir nada a Marina. No quiero preocuparla.
- De acuerdo, no le diré nada. Pero ten cuidado.

Le dio un beso en la frente y salió. Ángela se quedó muy preocupada, no confiaba para nada en Eduardo y esta necesidad tan repentina de información, no acababa de convencerla. ¿Qué se traería entre manos aquel miserable? Confiaba en que Armando pudiera cuidarse de él.

Lucía se enteró ese mismo día de la boda por una amiga que la había llamado para explicárselo, no acostumbraba a leer los periódicos y por eso no lo supo antes. Un sentimiento de odio la invadía ¡No podía ser! ¡Aquella estúpida se había salido con la suya! Pero no lograría arrebatarle a Armando por mucho tiempo. Haría todo lo posible para que volviera a ser libre de nuevo ¡Ese hombre tenía que ser suyo costara lo que costase! Estaba dispuesta a recurrir a cualquier cosa, por muy extrema que fuese la solución. Se encontraba fuera de sí. Sonrió para sus adentros. Marina no sabía de lo que era capaz, más le valía apartarse de su hombre. Llamó a casa de Armando y al enterarse de que no se encontraba allí, decidió pasar a hacerle una visita a Marina.

Llegó a la casa y preguntó por ella. Pidió verla y una criada la fue a avisar. Marina se preguntó que podía querer Lucía, creía que había desaparecido de sus vidas para siempre. Bajó la escalera prevenida, a mitad de ellas Lucía se le encaró.

- ¿Te crees muy astuta porque te has casado con él?- le escupió con rabia.
- Yo no me creo nada Lucía.- intentaba calmarla.
- ¡No me hables como si estuviera loca, estúpida!
- ¿Y como quieres que te hable?- dijo con cansancio.
- Como a la mujer que Armando ama ¿O acaso todavía crees que te ama a ti? No seas ilusa.
- No se lo que intentas decirme Lucía. ¿Se ha casado conmigo no?- intentaba mantener la calma.
- ¡Y que! Sus razones tendrá, pero quiero que sepas que ese hombre es mío. ¿ A que la noche antes de tu boda no estuvo contigo?- tanteó
- No, pero… ¿Adonde intentas llegar?- le temblaban las manos y las escondió para que ella no las viera.
- A que pasó la noche en mi cama. Y no dejó de repetirme cuanto me amaba. Me habló de ti y de lo patética que le parecías.
- ¿Te dijo que le parecía patética?- se mostró débil y Lucía aprovecho la ocasión.
- Si. No dejaba de decir que no sabía como podría hacer el amor contigo, porque le dabas asco.- Marina sintió como se le rompía el corazón.
- Pues debo decirte, que lo ha hecho. Y muy bien, por cierto. -decidió contraatacar.
- Pobrecito mío, lo mal que lo debe haber pasado. Tendré que consolarlo sin tardanza. Quiero que tengas cuidado Marina, porque pienso quitarte de en medio en cuanto pueda.- advirtió

Marina se había vuelto de espaldas y cerró los ojos. Volviéndose le preguntó.

- Ya has dicho lo que querías decir. ¿Quieres añadir algo más?- apretaba los puños en un intento de calmar la ira que le subía desde el estómago.
- No, solamente que creo que si tuvieras dignidad, desaparecerías de su vida en este instante.
- Gracias por tu consejo Lucía, pero creo que tengo más dignidad que tú. Por lo menos yo no me estoy arrastrando ante ti para suplicarte que lo dejes en paz. Si tú tuvieras esa dignidad de la que tanto hablas, te alejarías de un hombre casado.
- ¿Cómo te atreves?- levantó la voz.
- Me atrevo lo mismo que tú. Y te aconsejo que te olvides de él, porque yo no pienso dejarlo.- la enfrentó sin dejar de mirarla fijamente.

Lucía comprendió que Marina iba a resultar menos débil de lo que creyó en un principio y dejándose llevar por la rabia se abalanzó sobre ella y la golpeó en la cara. Marina se defendió lo mejor que pudo. En ese momento entró Ángela al oír los gritos y llamó para que las vinieran a separar.

- ¿Se puede saber que ocurre aquí? Marina hija, ¿Estas bien?- preguntó.
- Si Ángela, no te preocupes. Ya estoy bien.
- ¿Lucía, se puede saber que haces en mi casa?
- Solo quería advertirle a tu querida nuera, que no me voy a quedar de brazos cruzados y voy a conseguir a Armando.
- Lucía, ya se iba. ¿Verdad? –dijo Marina.
- Si es mejor que te vayas. ¿Cómo se te ocurre venir a agredir a Marina en su propia casa?
- No lo será por mucho tiempo. Si yo puedo evitarlo. Me voy, pero no te creas que te has librado de mi, estúpida. Me voy a convertir en tu sombra. Y conseguiré apartarte de Armando.
- Lucía, estás loca del todo si crees que mi hijo va a dejar a Marina por ti.

Lucía no contestó, se limitó a mirarlas desafiante. Se dio la vuelta y salió de la casa con la cabeza muy alta. Había subestimado a Marina, creía que podría acobardarla pero se había crecido al sentirse amenazada. Buena muestra de ello era la hinchazón que comenzaba a crecer en su ojo. Le había asestado un buen golpe. Pero ya llegaría su momento. Por lo pronto había sembrado la duda de nuevo en ella. Sonrió maliciosamente.

Ángela miró a Marina, que se había quedado extrañamente callada, se dio cuenta que sangraba por el labio y se le estaba comenzando a formar en el pómulo un morado muy feo.

- Marina. Ven vamos a curarte esa herida.- la cogió del brazo.
- ¡No! no te preocupes por mí Ángela, te lo agradezco pero ahora lo que necesito es estar sola.
- Hija, no hagas caso de nada de lo que te haya podido decir esa loca. Armando te ama a ti.
- ¿Estas segura Ángela? Por que yo ya no se que creer. Necesito estar sola. Perdona por el lamentable espectáculo que has tenido que presenciar y gracias por todo.

Se dio la vuelta y comenzó a subir la escalera despacio, se sentía agotada, derrotada. Necesitaba pensar en las palabras de Lucía. Unas lágrimas comenzaron a bajar por sus mejillas, no le importaba el dolor de su cara ni el corte del labio. Ángela la miraba subir y movió la cabeza con tristeza.

Llegó a su habitación y se curó el corte, sin dejar de llorar. Se puso un poco de hielo en el pómulo, y se sentó en la butaca. No quería dar crédito a Lucía, pero la duda volvía a instalarse en su interior. Se quedó allí sentada todo el día, ni siquiera bajó a comer. No quería ver a nadie y menos a Ángela. Su suegra era muy perspicaz y no quería que notara como se sentía en aquellos momentos.

Armando se encontró con Eduardo en su oficina, tal y como habían quedado.

- Bien ¿Qué quieres saber?
- Todo Armando, lo quiero saber todo desde el principio.
- Según tengo entendido, tu padre vendió una novedosa fórmula que iba a proporcionar muchos beneficios a la empresa en caso de comercializarse.
- ¿Y porque iba a hacer algo semejante, si ganaba suficiente dinero?
- No lo sé, dímelo tú.
- Según me explicó mi madre. Le acusaron de algo que no había hecho y no pudo soportar perder su prestigio y la amistad de tu padre.
- Según yo recuerdo, se encontraron pruebas contundentes de que si lo hizo. Además al verse descubierto, lo confesó todo.
- ¿Es eso cierto? ¿Lo confesó?
- Si Eduardo. Es cierto.
- ¿Y entonces porque mi madre me mintió?
- Eso no lo se. Aunque reconozco que mi padre fue demasiado intransigente con el tuyo y no quiso darle una segunda oportunidad. Se sintió traicionado en lo más profundo. Confiaba ciegamente en tu padre y fue un golpe muy duro para él.
- Eso puedo entenderlo. Pero lo que no entiendo es el porque de sus actos.
- Eso lo tendrás que averiguar en otro sitio. Ahí no puedo ayudarte.
- Ten por seguro que lo pienso averiguar. Y si tienes razón, te pediré perdón por todos estos años de odio.
- Lo que no logro entender es que te ha hecho cambiar tanto Eduardo. Hace muy poco tiempo no querías ni oír hablar del tema.
- El amor, Armando, el amor me ha hecho intentar cambiar. Me he dado cuenta de que siempre he sido una persona egoísta que no se ha preocupado lo más mínimo de los demás. Siempre alimentando mí odio. Y una encantadora mujer, la tuya en concreto, me abrió los ojos. Procura hacerla feliz Armando, yo la amo y no consentiré que la hagas sufrir. Te lo advierto.
- Pienso hacerla feliz, te lo aseguro Eduardo. La amo más que a mi vida, y tampoco podría soportar verla sufrir.

Se despidieron dándose la mano como viejos amigos. Eduardo le aseguró que le mantendría al tanto de lo que averiguara. Armando no acababa de confiar en el cambio de él, pero decidió darle una oportunidad no iba a cometer el mismo error de su padre.

Tardó en regresar a casa porque decidió que Marina necesitaría un coche para poder desplazarse, hasta ahora no lo había necesitado pero su casa quedaba bastante alejada y si quería moverse con independencia le haría falta. Le compró uno no demasiado grande pero con una línea muy deportiva y femenina. Estaba contento con la adquisición, no veía el momento de darle las llaves a Marina. Esperaba que le gustara el regalo tanto como a él. Llegó a casa y al no ver a nadie, subió las escaleras de dos en dos y se dirigió a la habitación de Marina. Le extrañó encontrarla a oscuras, pensó que no había nadie y cuando ya se iba a marchar notó un leve movimiento que provenía de la butaca que se encontraba de cara a la ventana y de espaldas a él.

- Mi amor ¿Qué haces aquí a oscuras?- se acercó con la intención de darle un beso, pero la voz de Marina lo detuvo en seco, sonaba muy rara, como lejana.
- No te acerques, no te atrevas.
- ¿Qué sucede Marina? ¿Te encuentras bien?- comenzó a alarmarse, algo en el tono de voz le indico que las cosas no iban bien.
- Perfectamente.

Armando encendió la luz y se acercó, al ver la cara de Marina se asustó, además del moretón y el corte del labio la tenía hinchada a causa de las lágrimas.

- Marina… ¿Qué te ha pasado? ¿Por qué tienes la cara así?- ella no contestó.

Intentó acercarse a ella, pero esta lo rechazo.

- Por favor… Dime que ha sucedido. Me estas asustando.
- Pregúntaselo a tu querida Lucía, que ella te lo explique.- tenía la mirada perdida.
- ¿Lucía? ¿Cuándo has visto tú a Lucía?- ahora si que estaba asustado.
- Esta mañana, vino a explicarme vuestras aventuras.
- ¿Qué aventuras? Marina, no se de que me estas hablando.
- ¿No? Pues que te lo explique ella. Por cierto te informo que a partir de ahora no tendrás que aguantarte las nauseas cuando hagamos el amor, ya que no volverá a suceder.
- ¿Pero que estas diciendo Marina?- no entendía nada.
- Lucía ha sido tan amble de explicarme el asco que te doy y lo patética que te parezco. Lo asumo y a partir de ahora se acabó la tregua. Siento haberte obligado a acostarte conmigo.- no lo miraba.
- Marina, mírame. Eso que te ha dicho es mentira, tú no me das ningún asco, yo te amo.
- Comprendo que necesites hacérmelo creer para culminar tu venganza, pero lo siento, ya no se que creer. Es mejor que no intentes ponerme un dedo encima, vamos a limitarnos a cumplir los acuerdos y punto.
- ¡Marina por Dios! ¿Crees que lo de esta mañana hubiera sido posible si sintiera asco por ti?
- Ya te he dicho que no sé que creer. Pero lo que si sé es que si te lo doy, eres un excelente actor- se rió - ¡Hasta volví a creer que me amabas!
- Y te amo Marina. Jamás he tenido nada que ver con Lucía, por favor créeme. ¡Te amo! – intentaba que lo mirara, para que viera todo el amor que reflejaban sus ojos.
- Por favor Armando, en estos momentos lo que menos necesito es que me hables de amor.
- ¿Porque nunca me crees a mi Marina? Siempre haces más caso de lo que te dicen los demás que lo que yo te digo.
- Por favor Armando estoy cansada y quiero dormir. No tengo nada más que decirte.
- Marina… Por favor…- rogó
- Buenas noches Armando.- lo despidió.
- Esta bien Marina, se hará lo que tú quieras, como siempre. Si quieres que nos limitemos a cumplir los acuerdos, así se hará. Por cierto, te había comprado un regalo, lo tienes en la entrada de la casa.- dejó las llaves del coche en la mesita. Marina las miró y volvió a romper a llorar.

Salió de la habitación con los hombros caídos, por enésima vez su corazón se había hecho añicos. Sus esperanzas de reconciliación se quedaron dentro de aquella habitación que no le volvería a recibir amorosamente.

Se dirigió a su cuarto y se dejó caer en la cama. Ángela entró en ese momento.

- Mamá, no deseo hablar con nadie, ahora no.
- Hijo, lo siento. Quería avisarte pero no te he visto llegar.- se disculpó.
- ¿Cuándo ha pasado?- preguntó.
- Poco después de marcharte tú.
- ¿Y porque no me has llamado?- su voz sonaba cansada.
- Perdóname, pero me he puesto tan nerviosa que no lo he pensado. ¿Hubiera cambiado algo?
- No lo sé. O si. ¡Hubiera podido matar a Lucía! Esa mujer se ha empeñado en romper mi relación con Marina y a este paso lo va a conseguir.
- Lo sé hijo, pero Marina se ha defendido muy bien.- sonrió.
- Nadie lo diría a juzgar por el estado de su cara.
- Pues deberías haber visto a Lucía, creo que su ojo tardará bastante tiempo en volver a ser normal. –se rió.

Armando sonrió con tristeza. ¡Su brujita se había defendido con uñas y dientes! Eso le gustaba. Había recibido cortes y golpes, pero Lucía no había salido mejor parada.

Cuando su madre salió de la habitación. Armando se quedó pensando en como habían vuelto a alejarse de nuevo. El que llegaba tan contento, con su regalo, prometiéndoselas muy felices esa noche con su esposa. ¡Su esposa! Suspiró, y se había encontrado con un rechazo que no se esperaba. Debía alejar a Lucía definitivamente de sus vidas si quería ser feliz con Marina.

Al día siguiente, ella no bajó a desayunar ni a comer. Se negó en redondo a que le subieran algún alimento. A la hora de la cena, Armando preguntó por ella al sentarse ala mesa.

- No ha bajado en todo el día hijo- le explicó Ángela.
- ¿Ha comido algo?
- No, no ha querido que le suban nada, dice que no tiene hambre.
- ¡Esto se acabo!- se levantó arrastrando la silla y se encamino hacia la escalera.
- ¡Armando! ¿Qué vas a hacer?- su madre salió detrás de él.
- ¡La voy a obligar a bajar a comer mamá! ¡No voy a permitir que no coma nada en todo el día!- estaba furioso y preocupado, temía que si se negaba a comer se agravara lo que fuera que le provocaba los desmayos.

Entró en la habitación como una tromba. Marina se limitó a mirarlo desde la butaca, pero no se movió.

- ¡Marina, tienes que bajar a cenar!- dijo suavemente.
- No tengo hambre gracias.
- No te lo estoy pidiendo. ¡Te lo estoy ordenando!
- ¿Y con que derecho me lo ordenas?
- Con el que me da el ser tu esposo. ¡Vas a bajar a cenar ahora mismo!- se acercó y la cogió por el brazo.
- Me haces daño. ¡Suéltame!
- ¡No pienso hacerlo! Vas a bajar conmigo. Y a partir de hoy bajaras a hacer todas las comidas del día con nosotros.- dijo arrastrándola hacia la escalera.
- ¡Te he dicho que me sueltes!- se resistía.
- ¡Y yo te he dicho que no te soltaré hasta que me prometas que bajaras por propia voluntad!
- ¿Por propia voluntad? Me estas obligando, no se si te has dado cuenta.
- Marina. Por favor… no me obligues a tratarte así, porque me estas sacando de mis casillas y al final conseguirás lo que estás buscando…
- ¿Y que es lo que estoy buscando?- le provocó.
- ¡Que te trate igual como tú me tratas a mí! Mi paciencia tiene un límite y te advierto que estas llegando a ese límite.- sus ojos centelleaban de ira.
- Esta bien, bajaré. Dame cinco minutos.- no había previsto su reacción. Por un momento había olvidado el mal genio de su marido.
- Dos, te doy dos Marina. Aquí te espero.

Bajaron juntos al comedor sin hablarse. Se sentaron y les sirvieron la cena. Marina se limitó a juguetear con el tenedor y a ir apartando la comida a un lado del plato. Armando la miraba y se contenía las ganas de obligarla a comer. Ángela los miraba a los dos sin atreverse a abrir la boca más que para introducir alimento en su boca. Si continuaban así, esas dos personas a las que tanto quería iban a sufrir lo indecible. Se amaban como nadie, pero los dos eran igual de tercos. Les esperaba un infierno y ella confiaba en poder resistirlo. No soportaba verlos sufrir de ese modo. Pero el tiempo diria la última palabra…
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