Transcurrieron varios días en los que solamente se veían a la hora de la cena, envueltos en un tenso silencio. Marina se entretenía en comer un poco para no provocar el mal genio de su marido, pero nunca conseguía terminar el plato. Ángela había optado por no acompañarlos a esa hora. No soportaba verlos así. Compartía la mesa con Marina en la comida y en el desayuno, pero la única que hablaba era ella, su nuera se limitaba a mirar su plato. Se había convertido en una especie de fantasma que deambulaba por la casa en las pocas ocasiones en que se concedía una pausa en su encierro, ya que se limitaba a permanecer la mayor parte del tiempo recluida en su habitación.
Armando desaparecía todas las mañanas muy temprano de casa y volvía al anochecer. Tampoco intentaba hablar con ella ya que las veces que lo había intentado terminaron teniendo un enfrentamiento. Finalmente llegó a la conclusión de dejar pasar un poco de tiempo para darle ocasión a ella de olvidar un poco lo ocurrido con Lucía.
Secretamente y sin que Armando ni Ángela se dieran cuenta, Marina había comenzado a ayudar a las empleadas en sus quehaceres domésticos, más que nada para que sus días no transcurrieran tan lentamente. Mientras las ayudaba no tenía tiempo para pensar, al principio las empleadas se habían negado en redondo a que las ayudara, porque además pensaban que quería vigilarlas, pero poco a poco fue ganándose su confianza realizando pequeñas tareas. No le importaba el tipo de tarea que fuera, lo hacía gustosa. En conclusión y una vez que se convencieron de que su interés por ellas no era para perjudicarlas, las empleadas la adoraban. Aunque nunca sonreía, sus palabras siempre eran amables y las trataba como a iguales algo que nunca dejaba de sorprenderlas.
Aquella mañana Armando había salido muy temprano como de costumbre y ella espero a oír rodar el coche por la calzada de guijarros, entonces bajó y se encontró con Gisela, una de las empleadas, que se disponía a limpiar la barandilla de madera de la escalera.
- Gisela, déjame que yo lo haga. Así puedes adelantar otra cosa.
- Pero Señora Marina, aquí está muy expuesta a la vista y alguien la podría sorprender.
- No te preocupes Gisela, mi marido ya se ha marchado y no volverá hasta la noche y Ángela no suele bajar a estas horas tan tempranas. Yo lo hago, gracias.
- Esta bien señora, como usted diga, pero tenga cuidado. Estas tareas no son propias de una señora como usted.
- Una señora como yo… - se quedo pensativa un rato.
Gisela se marchó a realizar otro trabajo y ella comenzó a sacar brillo a la barandilla, sentada en la escalera. Estaba muy concentrada en su actividad y no escucho el ruido de un coche que se acercaba y se detenía en la entrada.
Armando había olvidado unos papeles muy importantes y regresó a recogerlos. Entró en la casa y se encaminó al estudio sin reparar en quien se encontraba sentada en la escalera. Cuando ya pasaba de largo, percibió un gesto que le pareció muy familiar. Retrocedió extrañado y entonces la descubrió. Marina acababa de apartarse el cabello de la cara y eso fue lo que llamó su atención. Un sentimiento de extrañeza le invadió ¿Qué se suponía que estaba haciendo ella allí sentada y con aquel trapo entre las manos? Se acercó y con voz concentrada le dijo.
- Marina, quiero hablar contigo, vamos al estudio.
Ella se había sobresaltado al escuchar su voz y no contestó, bastante tenía con acallar los desbocados latidos de su corazón. ¡Oh no! ¡Otro enfrentamiento no! La había sorprendido y se imaginaba lo que le esperaba. Bueno, que ocurriera lo que tuviera que ocurrir. Lo siguió sin decir palabra. Una vez allí Armando cerró la puerta y entonces le pregunto.
- ¿Se puede saber que diablos se supone que estás haciendo?-su voz era dura.
- Pensé que estaba claro, limpiar la barandilla.- le mostró el trapo que todavía conservaba en su mano.
- ¿Y se puede saber por que?-se sentía incapaz de dominar su enfado.
- Por que me apetecía hacer algo. Me aburro aquí todo el día.
- ¡Pues vete de compras, o al salón de belleza como hacen todas las señoras! ¡Tú no eres una sirvienta! Eres mi esposa.- se acercó a ella.
- ¿Y porque tengo que ir de compras “como todas las señoras” si no necesito nada? Prefiero quedarme aquí y ayudar en las tareas de la casa.- lo miraba fijamente.
- ¡Porque tú eres una señora, “Mi señora”! Y las señoras no realizan las tareas de la casa, para eso les pago a las sirvientas ¿Que crees que deben pensar? ¿Qué obligo a mi esposa a trabajar en la casa?- en sus ojos se reflejaba su cólera.
- Pero a mi me apetece hacerlo, así me siento útil. Ellas no piensan nada de eso. Y además se me hace más llevadero el tener que vivir aquí contigo.- él entrecerró los ojos.
- ¿Tan molesto te parezco? No se si te has dado cuenta que no aparezco por la casa en todo el día para no estorbarte.
- ¿Así que lo haces para no estorbarme?- se quedo pensativa- Yo pensaba que había otros motivos. Pero lo tendré en cuenta para no estorbarte a ti tampoco.
- ¿Qué otros motivos podía tener?- se volvió de espaldas a ella para que no viera el dolor de sus ojos. ¿Qué te amo dolorosamente?- pensó.
- ¿Y que importancia tiene? Que más da. Si has acabado voy a terminar mi tarea.- y se encaminó hacia la puerta. Armando se volvió y entre dientes le dijo.
- ¡Te prohíbo terminantemente que vuelvas a realizar ninguna faena de la casa!- se acercó hasta ella amenazante.
- No pienso hacerte caso. ¡Realizare tantas tareas como me venga en gana!- lo desafió.
- ¡Basta! ¡Marina, no me provoques!- la cogió por los hombros.
- ¡O que! Vamos dime que pasara si no te hago caso ¿Me vas a encerrar?- Armando la soltó.
- No, no te voy a encerrar, pero espero que entres en razón.- su voz sonaba triste.
- En ese caso, me voy a continuar con lo mío. – abrió la puerta y cuando se disponía a salir, él le dijo.
- ¡Eres una cabezota! No quiero que te comportes como una criada.- ella lo miró desafiante. - ¡Ah! Y Marina… Tú a mi no me estorbas.- suspiró y su voz sonó cansada.
Marina salió del estudio y se dispuso a continuar con lo que estaba haciendo antes de la interrupción. Su corazón continuaba desbocado, no le agradaba enfrentarse con él. Pero no iba a aguantar que le diera órdenes. Si había esperado una esposa sumisa, estaba muy equivocado. Siguió limpiando mientras esperaba verlo marchar.
Armando se quedó parado en el mismo lugar hasta que su genio se calmó un poco. No le gustaba la idea de verla trabajando como una sirvienta. ¡Era su esposa! Y la amaba tanto que le gustaría tenerla entre algodones para que nada la perturbara. Pero Marina había salido rebelde y muy independiente. Sabía que no le haría caso y actuaría como le viniera en gana. ¡Era muy testaruda! Pero esa era una de las cosas que más le gustaban de ella, su testarudez. Cuando se hubo tranquilizado, llamó a Gisela.
Escuchó el ruido de la puerta del estudio al abrirse y tensó la espalda, continuaba sentada en la escalera limpiando. Armando salió dispuesto a marcharse y se paró frente a ella, Marina alzó la cabeza. Se miraron sin decir nada desafiándose, después de un corto tiempo movió la cabeza negativamente y se marchó. Ella emitió un hondo suspiro y se tapó la cara con las manos, el duelo de miradas había resultado terrible, pero ella no cedió ni un milímetro.
Gisela se acercó suavemente y poniéndole una mano en el hombro le dijo.
- Señora Marina, será mejor que deje de hacer eso.
- No Gisela, ya estoy terminando- su voz sonó triste.
- Pero… es que el señor nos ha prohibido terminantemente bajo amenaza de perder nuestro empleo que le permitamos realizar ninguna tarea de la casa.- explicó.
- ¿Eso ha hecho?- se sorprendió, por lo visto iba a ganar él.
- Si… comprenda que no podemos perder el puesto.- se disculpó.
- Lo comprendo Gisela, no te preocupes que no permitiré que nadie salga perjudicado de esto.- se levantó y subió a su habitación.
Pasó el resto del día intentando leer, pero no podía concentrarse. Una y otra vez acudía a su mente el enfrentamiento y sobre todo las últimas palabras de Armando.” Tú a mi no me estorbas.” Parecían sinceras, pero no se podía fiar. Decidió preguntarle que había querido decir con eso. Esperó con ansiedad la hora de la cena. Pero no hubo ocasión de preguntarle, Armando no regresó a cenar. Se quedó sentada en la terraza hasta que oyó el coche. Lo buscó para hablar con él, pero no lo encontró. Se dirigió al estudio y entró. Se encontraba allí sirviéndose un vaso de whisky.
- Armando… ¿Podemos hablar? Necesito preguntarte algo.- dijo tímidamente. El se volvió a mirarla.
- Claro que sí. Veo que ya no llevas el trapo… ¿Algún contratiempo?- su mirada era triunfante, notó que había bebido un poco.
- Ninguno.- le molestó ver el triunfo en su mirada.
- Entonces pregunta mi amor.- lo dijo en un tono que a ella le molestó.
- No tiene importancia, déjalo.
- Claro que la tiene, si tú quieres preguntarme algo seguro que es importante. De otro modo ni siquiera me dirigirías la palabra ¿Estoy en lo cierto?- sonrió
- No, no estas en lo cierto. Y no tiene importancia, era una estupidez. Olvídalo.- se dirigió hacia la puerta.
Se acercó a ella en dos zancadas y la abrazó por la cintura apoyando la barbilla en su pelo. Marina se quedó quieta. Él cerró los ojos y dijo.
- Brujita, tú nunca dices estupideces. ¿De que se trata?
- Me preguntaba… Si te molestaría que mañana pasara el día fuera. Tengo algunas cosas que hacer.- no pensaba hacerle la pregunta que la había llevado hasta allí, pero se había dado cuenta que no le iba a resultar fácil irse sin preguntarle algo.
Armando, se rió bajito y le dijo.
- Eso no es lo que me ibas a preguntar, lo sé. Pero ya que lo dices ¿Qué es lo que tienes que hacer?
- Había pensado ir a mi casa a recoger unas cuantas cosas y a echar un vistazo.
- Me parece bien… Pero con una condición…- su voz sonaba ronca.
- ¿Qué condición?- preguntó.
- Que me beses en este instante brujita.- la besó en el cuello.
- ¡Eso ni lo sueñes!- intentó zafarse del abrazo, sin conseguirlo.
- Marina… necesito besarte.- rogó.
- Armando has bebido. ¡Suéltame!- le gritó.
- ¡Si he bebido! ¿Y que? De alguna manera tengo que olvidar la amargura que supone el tenerte cerca y no poder tocarte.- la soltó con rabia.
- Pues creo que la solución a eso se encuentra en tus manos. – se volvió y se marchó dando un portazo.
Armando volvió a coger el vaso de whisky, lo miró y lo lanzó contra el suelo. Se pasó una mano por el cabello echándoselo hacia atrás y levantando la cabeza suspiró. No le iba a resultar nada fácil. Pero no pensaba ceder. Jamás la dejaría libre, si lo hacía desaparecería para siempre de su vida y no estaba dispuesto a pagar el precio.
Marina se fue a su cuarto, se preparó para dormir y se acostó. Se quedó a la expectativa para ver si él subía a dormir. Se encontraba adormilada cuando escuchó sus pasos. Era de madrugada. Armando abrió la puerta de su habitación, entró y la observó. Ella se hizo la dormida pero lo sentía cerca. Después de un rato él se inclinó y le dio un beso en la frente. Después se dirigió hacia el baño y antes de salir la miró otra vez.
La mañana siguiente, Marina se levantó muy temprano, y se preparó para salir. No quería encontrarse con él. Era la primera vez que iba a utilizar el coche que Armando le regaló el día siguiente de su boda. Ni siquiera lo había mirado en todo ese tiempo. Al verlo admiró sus formas, él conocía bien sus gustos y había acertado de pleno. El coche era fantástico. Subió y arrancó sin darse cuenta de que su marido la observaba desde una ventana.
Fue a su casa y recogió unas cuantas cosas, después como le sobraba tiempo decidió ir a casa de Adriana a ver a su amiga. La encontró radiante.
- Hola Marina ¿Qué tal tu matrimonio?
- Muy bien. ¿Y esa cara? ¿Ha pasado algo que deba saber? Estás muy contenta.- intentó cambiar de tema.
- ¡Si! ¡Ha pasado! Pero no te puedo decir nada todavía. Creo que esta noche vamos a cenar a tu casa y entonces te lo podré contar. Es una sorpresa- explicó sonriendo.
- ¿A mi casa? ¿Esta noche?- estaba sorprendida.
- ¿Armando no te ha dicho nada? A lo mejor te quería dar una sorpresa. – se dio cuenta que había metido la pata.
- Seguramente será eso porque no me ha dicho absolutamente nada. Pero no te preocupes, haré como que no lo sé.- decidió quitarle importancia al asunto.
- No habré hablado más de la cuenta ¿Verdad? Esta maldita manía de hablar sin parar, me va a ocasionar más de un disgusto.- se sentía mal por habérselo dicho.
- No pasa nada Adriana, si no me lo ha dicho sus motivos tendrá, seguro que luego me llama para avisarme. Ya verás. –estaba mintiendo para que su amiga no se sintiera mal.
- ¿Seguro? No discutirás con él por mi causa ¿Verdad?- no estaba convencida dada la expresión de Marina.
- Seguro cielo, además ¿No pensarás que haría algo para empañar tu felicidad? Por que se te ve radiante.
- Gracias cariño. Es que estoy muy feliz, y no digo nada más o cantaré y estropearía la sorpresa. Ya me conoces, no puedo estar callada ni un momento.
- Claro que te conozco, parlanchina.- su voz sonó risueña, pero no sonreía.
- Marina… ¿Eres feliz?- la miraba fijamente.
- ¡Claro que si cielo! ¡Inmensamente feliz!- mintió.
- No me mientas, soy tu mejor amiga y no te lo perdonaría.
- Sabes que sería incapaz de mentirte Adriana. – sonrió débilmente.
- No podía ser de otro modo, estas casada con un hombre que te adora cielo.
- Lo sé Adriana, lo sé…- no le iba a contar nada de lo que ocurría entre ellos.
- Me alegro por ti amiga. Pero ven vamos a merendar. – intentaba animarla, porque se dio cuenta de que algo ocurría. Ya se lo explicaría cuando lo considerara oportuno.
Pasaron la tarde recordando viejos tiempos. La incesante charla de Adriana fue para Marina como un bálsamo que la hizo olvidarse momentáneamente de sus problemas.
Eduardo estaba repasando viejos recuerdos que guardaba en una caja, fotos de sus padres, de él cuando era pequeño. Postales que su padre le enviaba cuando tenía que viajar, su vieja colección de sellos. Aquella pelota de baseball firmada por todos los jugadores de los New York Giants que su padre le trajo de uno de sus viajes, la acarició con nostalgia. ¡Que feliz fue al recibirla de sus manos! Adoraba a su padre y acusó mucho su pérdida tan repentina. La dejó a un lado y siguió mirando en la caja. Encontró la bolsa para guardar los cromos que su nana le había hecho con tanto amor, recordó a su vieja nana, si ella viviera seguro que le contaría muchas cosas. En aquel tiempo vivía con ellos y era evidente que sabría que ocurrió realmente, a su nana no se le escapaba nada. Pero hacía mucho tiempo que no sabía nada de ella. Decidió buscarla. Comenzaría por preguntar en la última dirección que tenía, la que le ponía en sus cartas. Si continuaba con vida la encontraría, removería cielo y tierra si era necesario.
Marina regresó a su casa al caer la tarde. Subía la escalera cuando Armando salió a su encuentro.
- Marina, esta noche vendrán a cenar Javier y Adriana. Tienen una sorpresa para nosotros.- le explicó.
- Lo sé, vengo de verla. ¿Cuándo pensabas decírmelo? ¿Cuando estuvieran aquí?- preguntó enfadada.
- No te lo he dicho antes porque aún no estaba confirmado, pero si tanto te molesta discúlpame por tan terrible omisión.
- Olvídalo. Voy a arreglarme para la cena.- se giró y continuó subiendo la escalera.
- Marina…
- ¿Si?- se paró y lo miró.
- ¿Recuerdas tu parte del trato?- preguntó.
- ¿Qué parte?
- La de que te mostrarás ante los demás como una amante esposa, que no se apartará de mí al más leve contacto.- la miraba expectante.
- Lo recuerdo, no te preocupes. Seré la más enamorada de las esposas. No tendrás ninguna queja de mí “mi amor”- dijo con ironía y continuó subiendo.
Javier y Adriana llegaron puntuales. Se les veía muy felices juntos. Los recibió Armando.
- Marina bajará enseguida, se está terminando de arreglar, ya sabéis el tiempo que emplean las mujeres para estar bellas.- dijo con una sonrisa.
- Si lo sabemos- dijo Javier mirando a Adriana.
- Oye, ¿Qué insinúas? ¿No querrás decir que yo tardo en arreglarme verdad?- le dio una palmada en el brazo a Javier.
- No, claro que no mi amor. Solo te pasas dos horas delante del espejo cada vez.- sonrió y le guiño un ojo.
- ¡Serás…!- Adriana también sonrió.
- Javier… necesito pedirte un gran favor.- dijo Armando.
- Dime amigo ¿Qué favor es ese?
- Verás. Los mareos de Marina me tienen muy preocupado y me gustaría que le realizaras todos los exámenes posibles para ver de que se trata.
- Eso está hecho Armando, a mi también me preocupa, pero ella siempre se ha negado a que la examine a fondo, dice que no tienen importancia ya que su madre también los padecía. No lo consideres un favor porque por la salud de Marina yo haré todo lo que sea posible. Confía en mí- se acercó a él y le puso una mano en el hombro para tranquilizarlo.
- Gracias Javier, estaba seguro de que podía hacerlo.
En ese momento llegó Marina y después de darle un beso a su marido en los labios que lo dejó gratamente sorprendido, y saludar a sus amigos, los hizo pasar al salón para tomar una copa antes de la cena. Cuando todos estuvieron servidos y acomodados, Armando sentándose en el brazo del sillón que ocupaba Marina pasó un brazo por los hombros de ésta y preguntó.
- Bueno ¿Y cual es esa sorpresa que nos tenéis reservada?
Javier y Adriana se miraron y él dijo.
- Pues verás Armando… Es algo que nos hace muy felices y queríamos que fuerais los primeros en saberlo. ¡Adriana y yo vamos a ser papás!
- ¿Es cierto eso? Adriana como te has podido callar una cosa así. Nos sentimos muy felices por vosotros. ¿Verdad mi amor?- dijo Marina mirando a Armando.
- Si. ¡Claro que si! ¡Por supuesto que nos sentimos muy felices por vosotros!
- Gracias. Sabíamos que la noticia os alegraría. Ahora sólo falta que vosotros hagáis los deberes para que puedan crecer juntos.- dijo Adriana.
Armando se levantó y se situó frente a la chimenea de espaldas a ellos.
- Eso no va a ocurrir nunca. Yo sé que no sería un buen padre y no quiero que un hijo mío sufra como yo lo hice. – dijo con amargura.
Marina se levantó a su vez y se acercó a él, le acarició la espalda. Sabía por que lo decía, se lo había explicado en una ocasión.
- No te preocupes mi amor, que eso no ocurrirá. Estoy convencida que serías el mejor padre del mundo.- le apretó un poco el brazo para darle ánimo. La miró y sus ojos estaban velados. Ella le abrazó y le dio un beso en los labios.
- Yo también creo lo mismo Armando. –dijo Adriana.
- Yo también lo creo, pero no nos pongamos tristes que tenemos que celebrar nuestro embarazo.- dijo Javier para animar el ambiente que se había vuelto tenso.
- Es cierto, aquí lo importante sois vosotros ahora, y vuestro hijo. Vamos a brindar por ese pequeño ser. –dijo Armando sin soltar a Marina.
Cenaron en un ambiente festivo, Marina hizo cuanto pudo por que la cena resultara excelente y por animar a Armando que se mostraba taciturno. Fue la perfecta anfitriona y la perfecta esposa, pendiente en todo momento de su marido y haciéndole todos los mimos y arrumacos de los que era capaz. Cuando se marcharon sus invitados, Armando salió al jardín mientras Marina dejaba un poco en orden el comedor. Antes de ir a dormir, se asomó a verlo. Estaba de espaldas a la casa muy quieto, mirando al horizonte perdido en sus pensamientos. Ella se acercó por detrás y se situó a su lado. Hacía fresco y sintió un escalofrío. El se quitó la chaqueta y se la puso sobre los hombros.
- Gracias ¿En que piensas?- le preguntó.
- En mi reacción de esta noche. No se que habrán podido pensar. Lo siento, Marina pero me ha salido así, es lo que creo.- contesto sin mirarla.
- No te preocupes, ellos sabrán comprenderlo. Pero no te atormentes de esa forma. Tú serías un excelente padre.- dijo con voz suave.
- ¿Estas segura? Yo no lo creo así. Sería un pésimo padre y mis hijos sufrirían tanto como yo.- dijo con amargura.
- Eso no es cierto y lo sabes. Tú tienes algo de lo que tu padre carecía. Y es esa infinita ternura que te caracteriza.- le acarició el brazo.
- ¿Eso crees?
- Si, lo creo. Lo que ocurre es que tienes tanto miedo de fallar, que ese miedo te paraliza. Armando, en una ocasión te dije que tu padre está muerto y que ya no tienes que demostrarle nada. Simplemente sé tú mismo. Y si llegara la ocasión de que tuvieras hijos. Solamente déjate llevar por tus sentimientos y verás como serás el mejor padre del mundo.- estaba convencida de ello.
- Si llega la ocasión lo haré. Seguiré tus consejos. Aunque confío en que esa ocasión no llegue nunca.- contestó.
- Por favor, no te atormentes más. Buenas noches Armando.- se dio la vuelta para irse.
- Marina…
- ¿Si?- se volvió.
- Gracias.
- ¿Por qué?
- Por haberte comportado esta noche como lo has hecho. Has sido tan convincente que por un momento hasta llegué a pensar que te importo. Eras la esposa perfecta. Gracias- sonrió tristemente.
- Y me importas, más de lo que crees. Sólo que he perdido la confianza en ti. No se si la lograré recuperar algún día.-confesó.
- Espero que la recuperes brujita, por que yo la necesito.- su voz era muy triste.
- No te puedo asegurar nada Armando. Buenas noches.- se despidió.
- Brujita… ¿Puedo darte un último abrazo por esta noche? Creo que lo necesito, por favor.- pidió.
- Si. Puedes dármelo, creo que yo también lo necesito.-dijo acercándose a él.
Armando la abrazó y ella apoyó la cabeza en su pecho. El cerró los ojos y pensó en lo reconfortante que era sentirla con la cabeza ahí en su pecho. Ese era su sitio, ese lugar estaba ahí para ella, para siempre. Le alzó la cabeza y le dio un profundo beso al que Marina correspondió. Separándose un poco le dijo.
- Buenas noches brujita. Gracias por esta estupenda noche.- agradeció de corazón. Su voz era muy suave.
- No me las des, he hecho lo que creía conveniente. Buenas noches Armando.- Su voz también estaba llena de ternura.
Se dio la vuelta y se marchó. Él se quedó allí durante un rato más rememorando todos los besos y caricias que Marina le había entregado aquella noche. Guardaría cada momento como un tesoro, igual que atesoraba los recuerdos de cada vez que habían hecho el amor y se habían entregado el uno al otro sin reservas. A los ojos de cualquiera, parecían una pareja feliz y enamorada.
Al día siguiente Armando llegó a la hora de comer, encontró a su madre y a Marina sentadas a la mesa. Ninguna de las dos hablaba. Besó a su madre en la frente y cuando se disponía a hacer lo mismo con su esposa, notó como esta erguía la espalda y desistió. Se sentó y cuando le hubieron servido dijo como sin darle importancia.
- He pensado que tenemos que dar una fiesta para que todos los conocidos que no pudieron asistir a la boda sepan que Marina y yo estamos casados.
- Eso sería estupendo hijo, yo me encargo de organizarla si te parece bien- dijo Ángela.
- Me parece bien mamá, encárgate tú entonces.- dijo sin dejar de mirar a Marina que continuaba mirando su plato y no había abierto la boca.
- Bien yo me encargo. La organizaré para el próximo sábado.
- ¿A ti que te parece Marina?- le preguntó.
- Lo que decidáis para mí esta bien.- continuó jugueteando con la comida, no se sentía muy bien.
- También puedes opinar ¿O no?- le molestaba su falta de entusiasmo.
- Me parece perfecto, si me disculpáis creo que no me encuentro muy bien y preferiría retirarme.- se levantó de la mesa y se dirigió a su habitación.
Ángela y Armando se miraron pero no dijeron nada. Él se quedó en casa el resto del día. Más tarde Marina se encontraba sentada en el jardín leyendo y aprovechando los últimos rayos de sol. No se dio cuenta de que alguien se acercaba hasta que lo tuvo delante.
- ¿Te encuentras mejor brujita?- pregunto preocupado.
- Si, creo que solo era un ligero mareo pero ya pasó.
- ¿No será por la alimentación? Últimamente comes muy poco y me preocupas.- se agachó para estar a su altura y poder mirarla a los ojos.
- Seguramente será eso, intentaré comer un poco más. Seguro que no tiene más importancia. - intentó esbozar una sonrisa.
- ¿Se han vuelto a repetir los desmayos?- estaba realmente preocupado.
- No. Estoy bien, no te preocupes tanto que seguro que es falta de alimento.- intentó tranquilizarlo. Armando entrecerró los ojos.
- Quiero que vayas a ver a Javier y te sometas a todos los exámenes que el considere oportunos sin más demora. Mañana mismo. Yo te acompañaré si no te molesta.
- No me molesta, pero creo que no es necesario que me realice esas pruebas, estoy bien, de verdad. – lo creía firmemente.
- Marina, te los vas a realizar quieras o no. Me preocupas y no quiero tener ninguna sorpresa.
- Esta bien, mañana iré. ¡Pero que cabezota eres!
- Tanto como tú brujita. Y una vez aclarado esto, quiero que me des tu opinión sobre la fiesta. No te ha servido de nada escaparte del comedor.-dijo con una sonrisa.
- Ya te he dicho que lo que decidas, me parece bien.
- No Marina, la fiesta es de los dos y los dos debemos decidir si es oportuna. Quiero saber que piensas al respecto.
- De acuerdo, te lo diré. No me apetece mucho pero considero que es necesaria para que vuestros amigos no crean que sois unos ingratos. Hazla Armando y yo asistiré y me comportaré como debo.
- Gracias brujita. Entonces está decidido, la fiesta se hará el sábado próximo.
Armando se levantó y ya se marchaba, cuando Marina le dijo.
- Armando…
- ¿Si Marina? Dime.
- ¿Y tú como estas? Espero que mejor que anoche.
- Estoy bien, he recapacitado durante toda la noche sobre lo que me dijiste y creo que tienes razón. Tengo mucho miedo de fallarle a mi padre, pero él ya no está. Haré caso de tus sabios consejos. Gracias por preocuparte por mí.
- No es nada. Solo que no me gusta ver esa amargura en tus ojos.- dijo sinceramente.
- Intentaré que no vuelva a ocurrir. Por cierto, cómprate el vestido más bonito que encuentres para la fiesta. Quiero que esa noche estés espectacular, para que todos mis amigos vean que soy el hombre más afortunado del mundo por tener una esposa tan bella como tú y que se mueran de envidia.- sonrió francamente.
- Lo haré, seré la mujer más espectacular de toda la fiesta. – sonrió ante la idea.
Él se marchó y Marina continuó leyendo con una sonrisa, parecía que después de todo su marido la amaba un poquito. Se preocupaba por ella y además desde el día anterior no habían vuelto a pelear. Se sentía contenta.
Armando se encerró en su estudio y agradeció en silencio que su esposa se preocupara sinceramente por él. La noche anterior se había mostrado muy cariñosa y estuvo pendiente de él en todo momento. Además no habían peleado. ¿Estarían cediendo sus barreras? Rogaba a Dios por que así fuera. Pero de momento se conformaba con lo que tenía. Era un logro en su intento de acercamiento.
Lucía no paraba de darle vueltas a la cabeza. La había sorprendido la energía de Marina para defenderse, no iba a ser suficiente con sembrarle de dudas el corazón. Debía hacer algo más drástico para apartarla de Armando para siempre ¿Pero qué? En su mente comenzó a formarse una idea. ¡Si! Eso sería lo mejor para todos. Lo sentía por la pobre Marina, pero se lo merecía por haberse cruzado en su camino. No había prisa, tiempo era lo que a ella le sobraba. Terminaría de fraguar su idea con calma para no cometer ningún fallo y después se encargaría de buscar quien la llevara a cabo. Sería su golpe maestro. Después de eso Armando estaría tan desolado que caería rendido a sus pies. ¡Otro estúpido! ¡Despreciarla a ella por esa mujer insignificante! Pero todavía no la conocía. Ella siempre conseguía sus caprichos y él era su obsesión. No lo amaba, de eso estaba segura pero no podía soportar la idea de que la despreciara. Conseguiría hacerlo suyo aunque fuera la última cosa que hiciera. ¡Que se vayan preparando esos dos! Se reía y su risa era cruel.
Eduardo llegó a la dirección que la nana le había escrito en su carta. Le abrió una anciana que dijo ser la hermana pequeña de la nana. Él se presentó y la anciana le informó que había muerto hacía unos años. Cuando se disponía a marchar la anciana le preguntó.
- ¿Mendoza? ¿Ha dicho Eduardo Mendoza?
- Si, eso he dicho.
- ¡Gracias a Dios! Espere, creo que tengo algo para usted.- entró en la casa y salió con una caja en la mano.- Esto lo dejó mi hermana para usted. Me dijo que si alguna vez lo encontraba, se lo entregara.
- ¿Y por que no me lo dio ella misma?- preguntó mirando la caja.
- Lo intentó, pero cuando quiso hacerlo ya había perdido el contacto con usted. Le buscó durante unos años, pero entonces le atacó su enfermedad y ya no pudo.
- ¿Qué enfermedad fue esa?
- Alzheimer, comenzó a perder la memoria y la noción de donde se encontraba, a duras penas recordaba quién era ella. Pero en uno de sus momentos de lucidez, me entregó la caja y me hizo prometer que si alguna vez lo encontraba se la entregara.
- ¿Y que hay dentro?
- No lo sé, jamás la abrí. Me explicó que era tan importante para ella dársela, porque había algo dentro que sólo usted debía saber. Ella lo quería mucho ¿Sabe? Siempre hablaba de lo buen chico que usted era.
- Gracias por conservarla, le estaré eternamente agradecido.- era sincero.
- No lo esté, yo sólo he cumplido lo que le prometí a mi hermana. Y me alegro de haberlo hecho.
Eduardo se despidió de ella y se marchó, depositó la caja en el asiento del acompañante y la acarició con cariño. Por lo menos alguien lo había querido de verdad. Su corazón palpitaba deprisa ¿Qué habría en la caja? ¿Qué era eso tan importante que sólo él debía saber? La curiosidad lo estaba matando, pero decidió esperar a llegar a su casa para abrirla. Cuando llegó depositó la caja en la mesa de su estudio y se preparó una copa, estaba seguro de que la iba a necesitar. Su impaciencia podía esperar un poco más, se acomodó en el sillón y acercó la caja. La abrió. Dentro había unas fotos de él de varias etapas de su vida. Fotos con la nana. Algunos objetos personales de ella, como aquel camafeo que a el tanto le gustaba quitarle. Y unas cartas. Había dos montones, uno envuelto en un lazo de color rosa y otro con un lazo azul. ¿Cuál abría primero? Tardó largo rato en decidirse, pero al final abrió el del lazo rosa, cogió la primera carta de encima y la abrió. Era de la nana y estaba dirigida a él. Miró las otras cartas y por las fechas comprobó que esa era la última que ella había escrito. Decidió leerla, ya tendría tiempo de leer el resto. Tomó aire y empezó a leer.
Eduardo se limpió unas lágrimas que corrían por sus mejillas y pensó que la nana tenía razón, en aquel entonces era muy feliz. Ella siempre estaba alrededor suyo protegiéndolo y dándole todo su amor.
Tomó un trago del vaso y continuó leyendo.
Eduardo necesito de toda su fuerza de voluntad para dejar de llorar, aquellas palabras le habían afectado profundamente. Su nana lo adoraba. ¡Qué mujer más dulce! ¡Claro que la recordaba! Más que a su propia madre, que nunca tenía tiempo para él. Miró el otro montón de cartas. ¡Eran de su padre! Cogió el montón con manos temblorosas y sacó la primera de arriba, si conocía a la nana estaba seguro de que la última sería la que estaba arriba. La sacó. Estaba cerrada y no se atrevía a abrirla. ¿Qué le diría allí su padre? Finalmente la abrió y la sacó. Miró la amada letra de su padre, suspiro hondo y se preparo para leerla. Estaba seguro de que en aquellas letras hallaría la respuesta a todas sus preguntas…