Lucía había apostado un hombre por los alrededores de la casa, para llevar a cabo parte de su plan necesitaba estar al corriente de los más mínimos movimientos de sus habitantes. Un segundo hombre se hacía pasar por repartidor de comida para tener acceso al personal del servicio, cada vez que iba a repartir se quedaba un ratito hablando con Gisela. Así fue como se enteró de que se iba a dar una fiesta en honor del nuevo matrimonio. La consumía la rabia, pero no se iba a dejar dominar por ella, si lo hacía cometería algún fallo y la acción que tenía en mente debía resultar perfecta. Había llegado el momento de poner parte del plan en marcha, sabía por su informador que Armando no se encontraba en la casa. Aún así llamó por teléfono con la esperanza de que lo cogiera Marina.
El teléfono no paraba de sonar y Marina pensó si no había nadie en la casa. Se acercó y lo cogió ella misma.
- Residencia Espinares dígame.
- ¡Hola! ¿Está Armando?- no podía reprimir una malévola sonrisa, había reconocido la voz. Todo estaba saliendo mejor de lo que esperaba.
- ¿Lucía eres tú? ¿Qué es lo que quieres?- ella también la había reconocido.
- ¿Pero Marina, todavía no te has ido? –se rió- ¿Cuándo te vas a convencer?
- Dime que es lo que quieres Lucía.- su tono era seco.
- Contigo nada, sólo llamaba a Armando porque hemos quedado en mi casa hace rato y veo que no llega ¿Está por ahí todavía?
- ¿Para que habéis quedado?- preguntó
- Marina… Como comprenderás no te lo voy a explicar a ti. Pero te puedes imaginar.- su sonrisa se ensanchó.
- Me lo imagino. No está pero no te preocupes que si lo veo le diré que has llamado. ¡Que lo disfrutéis!- intentó parecer indiferente.
- Eso pienso hacer. Si lo ves dile que lo espero impaciente.- intentaba torturarla.
- Ten por seguro que lo haré. Adiós Lucía.
- Adiós Marina… ¡Ah! Y olvídate de él de una vez, es demasiado hombre para ti.
Marina le colgó sin contestarle ¡Su marido se iba a ver con Lucía! ¡Eran amantes! Eso era más de lo que podía tolerar. Ese mismo día hablaría con él y le pediría el divorcio. Recordó que al día siguiente se celebraría la fiesta ¡Al diablo la fiesta! Se iría de allí esa misma noche.
No quería volver a saber nada más de Armando ¡Que disfrute con su Lucía! Lo que no alcanzaba a comprender era porque continuaba empeñado en querer tenerla a ella como esposa si estaba claro que con quien mejor estaba era con Lucía. Estaba hecha un lío, pero no importaba, acabaría con aquella farsa lo antes posible. Le daba lo mismo no cumplir su parte del trato. ¡Que la enviara de nuevo a la cárcel si quería!
Volvió a sonar el teléfono y nadie acudió a cogerlo, ella no se sentía con ánimos, pero ante la insistencia del timbre levantó el auricular de nuevo. Seguro que a Lucía se le había olvidado destilar un poco más de veneno.
- ¿Qué quieres ahora? ¿Te has mordido la lengua y te estás envenenando?- dijo con disgusto.
- ¿Marina? ¿Qué sucede, quien se ha mordido qué?- preguntó Armando.
- ¡Ah eres tú! ¿Qué quieres?- su voz sonó lejana
- ¿Pasa algo? Tienes una voz rara.
- No pasa nada ¿Dónde estás?- preguntó
- En Pimpinella ¿Dónde iba a estar?
- ¿Y no se te ha olvidado una cita importante?- dijo sarcástica.
- No. Precisamente te llamo para decirte que hoy no podemos ir a que Javier te vea, porque tiene el día muy ocupado.
- ¡Claro Javier! ¡No disimules más Armando! ¡Lo sé todo!
- ¿Sabes que? ¿De que diablos estás hablando Marina?
- Ha llamado tu amante para decirte que te estaba esperando con impaciencia ¿Acaso lo habías olvidado?
- ¿Qué amante Marina? ¡Yo no tengo ninguna amante! – no entendía nada.
- ¿De verdad? Ya no hace falta que disimules, Armando ve a ver a Lucía que te espera. Adiós.
- ¡Marina espera! ¡No cuelgues!- ella ya había colgado.
Armando se quedó mirando el teléfono, ¿Lucía? ¿Se había atrevido a llamar a su casa para envenenar a Marina? ¿Pero cuando iba esa mujer a dejarlos en paz? Cada vez que había una especie de acercamiento entre ellos, volvía a aparecer para estropearlo todo. ¡Dios, que estará pensando mi esposa! Debo ir inmediatamente a hablar con ella. Salió de la oficina apresuradamente y le dijo a Mercedes que anulara todas sus citas. Bajó corriendo al aparcamiento y subió al coche, arrancó a toda prisa y condujo como un loco hasta que llegó a su casa. Buscó a Marina pero no la encontraba. Se sintió desesperado ¿No se habrá marchado verdad? ¡Dios dime que no se ha ido! Rogaba porque continuara en la casa. Preguntó a todos los empleados si la habían visto. Nadie sabía nada. Su desesperación iba en aumento. ¿Dónde buscarla? Su coche continuaba allí, así que no podía estar muy lejos. Caminaba de un lado a otro de la entrada de la casa, sin saber hacia donde dirigirse. En ese momento vio al chofer que se acercaba, se dirigió hacia él.
- ¿Se le ofrece algo señor?
- Martín ¿Has visto a mi esposa?
- Si señor, hace un rato.
- ¿Dónde? ¡Dímelo por Dios!
- La he visto caminar hacia la casa de invitados del bosque. ¿Ocurre algo señor?
- ¡El bosque! ¿Cómo no se me había ocurrido? No, no ocurre nada, espero. Gracias Martín.
- De nada señor, si necesita algo dígamelo.
- De momento no, gracias.
Salió corriendo en la dirección que Martín le había indicado. ¡Que estúpido era! Marina siempre que se encontraba inquieta o triste se adentraba en el bosque, eso parecía calmarla lo suficiente. ¿Cómo no lo había pensado? Necesitaba encontrarla y hablar con ella para hacerle entender que Lucía no era su amante. ¡Su amante! Si él sólo podía pensar en Marina en todo momento. Solo ella ocupaba su mente y sus pensamientos todo el día… y todas las noches.
Fue siguiendo el camino, mirando hacia todos lados por si a ella se le había ocurrido salirse de el y caminar entre los árboles. Al llegar cerca de la casa de invitados, la vio. Estaba sentada en un tronco que había cerca y que estaba allí para que quien ocupara la casa, pudiera sentarse a disfrutar de los cambios de luz y de la paz del bosque. Se dio cuenta que ella miraba al frente. Estaba encerrada en si misma, dándole vueltas a sus pensamientos. Se acercó a ella por detrás con cautela, para no asustarla.
- Marina… - su voz era apenas un susurro. Ella giró la cabeza sólo un poco.
- ¿Qué haces aquí? La pobre Lucía te debe estar esperando.
- Brujita… Nadie me esta esperando. Yo no iba a ver a Lucía. Si te ha dicho eso , te ha mentido- explicó
- No disimules más, por favor. Ve con ella. Yo no soy importante.- dijo tristemente.
- ¿Cómo que no eres importante? ¡Tú eres lo más importante de mi vida Marina! Doy gracias a Dios todos los días por haberte puesto en mi camino.- ella esbozó una especie de sonrisa.
- ¡Claro! ¿Eso también se lo dices a ella?
- No Marina, eso no se lo he dicho jamás a nadie, solo a ti mi amor.
- ¡No… me llames… mi amor! ¡No vuelvas a hacerlo nunca!- él intentó acercarse y acariciarle la cara.
- Marina… ¡Escúchame! ¡Todo esto se tiene que acabar! ¡Debes confiar en mí!
- ¡No me toques! ¡No te atrevas! No se tiene que acabar ¡Se ha acabado! ¡Ya no puedo más!- una lágrima comenzó a caer por su mejilla
- ¡Entonces Marina! ¿Vamos a intentar ser un matrimonio normal?- había esperanza en su voz.
- Quiero el divorcio Armando. No quiero volver a verte en mi vida- dijo suavemente.
- Pero brujita, el divorcio no. ¡Por Dios! ¿Cómo me puedes pedir eso?- estaba desesperado. No podía, no quería dárselo. Su mundo se derrumbaba a su alrededor.
- Porque ya no puedo más Armando, hasta ahora he aguantado todos los ataques de tu amante, he intentado comportarme como se esperaba de mí en público tal y como especifica nuestro trato. He intentado terminar con los enfrentamientos entre nosotros. ¡Hasta he intentado alejar de ti la amargura! ¡Pero ya no más! ¡Hasta aquí!- se levantó y dio unos pasos.- Sólo dime una cosa… ¿Porqué te empeñas en continuar casado conmigo?
- ¡Por qué te amo Marina! ¡Porque tú eres la única mujer que he amado y amaré para siempre!- intentó acercarse de nuevo.
- ¿Y Lucía? ¿Qué significa ella para ti?- puso una mano por delante para que no terminara de acercarse.
- ¡Nada! Lucía nunca significó ni significará nada para mí. Créeme brujita. ¡Por favor! Lo nuestro se puede arreglar.- rogó.
- Ya es demasiado tarde Armando. Quiero divorciarme de ti, y si crees conveniente volver a meterme en la cárcel ¡Hazlo! Ya no me importa.
- Nunca podrás perdonarme eso ¿verdad?- dejó caer los hombros.
- ¡Ya que más da! El que te lo perdone o no carece de importancia en estos momentos.
- ¡Es importante para mí! ¿Me perdonarás algún día? Sé que cometí un tremendo error.- ella no contestó, en lugar de eso dijo.
- Me marcho hoy mismo Armando. Ya no quiero seguir aquí.- para él fue como si lo golpearan.
- ¡Pero no puedes irte! ¡La fiesta! Todos los invitados están avisados, ya no se puede anular.- dijo con la esperanza de que se quedara y así intentar de nuevo convencerla
- ¡No me importa la fiesta!- empezó a alejarse.
- ¡Por favor Marina! ¡Quédate a la fiesta! Si te quedas no me opondré a que te marches el domingo- dijo resignado.
- Esta bien. Me quedaré. Pero no esperes de mí que me comporte como una amante esposa. Haré lo que pueda. ¡Y después me marcharé!- se había dado la vuelta y lo miraba.
- Con eso me conformo, gracias Marina. – se quedó allí parado.
Marina se marchó hacia la casa. Él continuó en la misma posición durante mucho rato, mirando el vacío. Ahora si que la había perdido del todo. ¿Qué iba a ser de él si Marina desaparecía de su vida? No lo podría resistir ¡La amaba! ¡Oh Dios como la amaba! Se sentó y tapándose la cara con las manos rompió a llorar desconsoladamente.
Mucho más tarde se secó la cara con las manos y comenzó a caminar pesadamente hacia la casa. Todavía tenía hasta el domingo para intentar convencerla de su amor. Aunque no tenía muchas esperanzas de conseguirlo.
Eduardo dejó la carta a un lado, no se atrevía a empezar a leer. Tanto tiempo esperando respuestas y ahora que las tenía al alcance de la mano, tenía miedo. Si debía reconocerlo, tenía miedo. Si la familia Espinares no había sido la causante de la muerte de su padre, ¿De que le servían todos esos años de odio? Se había mantenido vivo gracias a ese odio ¿Cuántas veces estuvo a punto de quitarse la vida? Muchas, pero alimentar ese odio y la esperanza de vengarse algún día lo mantenían. Perder a su padre había significado para él años de soledad, él era la única persona que le quería, aparte de la nana. Su madre jamás se había preocupado de él, siempre preocupada por su aspecto y por destacar en sociedad. Cuando su padre murió no cambió nada, ella continuó preocupándose de su posición social y a él ni siquiera lo miraba. Además como su situación económica no atravesaba un buen momento, su madre despidió a la nana con lo cual aún se quedó más solo. Eran cosas que hacía años que se esforzaba por olvidar, pero esas cartas estaban provocando que sus amargos recuerdos le golpearan de nuevo y muy fuerte. Miró la carta, debía comenzar a leerla. Necesitaba entender las razones que habían llevado a su padre a hacer lo que hizo. La volvió a coger y ahora si, se dispuso a leerla.
Las lágrimas corrían por su cara. ¿Podría perdonarlo? Era consciente de lo sólo que lo dejaba y aún así se suicidó. Pero no hacerlo sería una actitud egoísta de su parte. ¡Así que la culpable de todo había sido su madre! Sus exigencias habían llevado a su padre hasta esa situación. ¡Claro! Ella tenía que aparecer siempre como la más rica, la más bella, la más interesante. Exigía, exigía, exigía. Y su padre la amaba tanto que intentaba darle todo lo que pedía. ¡Como la odiaba! Jamás se preocupó de él, lo trataba como algo ajeno a ella. Seguramente hasta le estorbaba, le llenó la cabeza de mentiras en torno a los Espinares y él se las creyó ¡Que estúpido! Deseaba tanto agradarle que no cuestionaba lo que ella le decía. Pero él también tenía parte de culpa, recordaba sus pataletas cuando pedía algún juguete nuevo y tardaban en dárselo. También exigía lo mejor, lo más nuevo aunque después no le hiciera el más mínimo caso, lo importante para él era poseerlo. Ser el primero en tenerlo, tenía cientos de juguetes pero no importaba, siempre faltaba alguno nuevo. Lloró desconsoladamente al pensar en todo lo que su padre tuvo que soportar con ellos dos, pero a pesar de eso jamás escucho un reproche de sus labios, no se los hizo ni a él ni a su madre. Soportaba en silencio todas sus exigencias. Ellos lo habían abocado a robar para complacerlos, y después cuando su honradez quedó en entredicho lo obligaron a suicidarse. Él era tan culpable como su madre. Miró hacia el techo y gritó.
- ¡Papá, perdóname tú a mí! ¡No soy el hijo que tú esperabas! He alimentado mi odio hacia la familia de Armando, porque no quería ver la culpabilidad en la nuestra. ¡Perdóname papá! ¡Perdóname!
Continuaba llorando, se dio cuenta que había arrugado la carta al apretarla en el puño e intento alisarla con mucha delicadeza. Se la acerco al pecho y dejó fluir toda su angustia. Ya era de noche cuando volvió a la realidad. Estaba un poco más tranquilo, echar fuera todos esos demonios que le habían atormentado durante tantos años, le hizo mucho bien.
Recapacitó sobre las palabras de su padre y vio que había sido muy injusto con la familia de Armando, debía reparar tanto daño causado. Otra cosa por la que odiar a su madre, con sus mentiras le había privado de tener otra familia, de sentirse querido por alguien. Tantos años de soledad cuando hubiera podido disfrutar de la amistad de Armando que más que amigo siempre había sido un hermano para él. Tenía que hacer algo, lo mejor sería explicárselo todo e implorar su perdón. Ojala no tuviera tan malos sentimientos como él había tenido. Necesitaba un amigo. Necesitaba alguien con quién poder hablar, alguien que le escuchara, alguien con quien compartir sus penas y alegrías. Necesitaba la amistad de Armando.
Aquella noche Marina no bajó a cenar. Armando jugueteaba con la comida, pero no tomaba nada. Ángela no se atrevía a preguntar que pasaba, veía la tristeza en los ojos de su hijo aunque este se esforzaba por parecer tranquilo.
- Hijo ¿No le vas a decir a Marina que baje a cenar?
- No mamá, si no quiere bajar déjala.
- ¿Y por que no comes tú? ¿Ha ocurrido algo que deba saber?
Él dejó de juguetear con la comida y con el semblante muy serio miró a su madre y le dijo con voz apesadumbrada.
- Se marcha mamá. Marina se va para siempre.
- ¿Cómo que se marcha? ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?- lo miraba incrédula.
- Esta tarde me ha pedido el divorcio.- miraba su plato.
- ¿Qué? Dime que ha pasado, porque algo ha debido pasar.
- Lucía.- dijo lacónico.
- ¿Lucía? Hijo por Dios, explícate porque me vas a volver loca con tus monosílabos. ¿Qué ha hecho esta vez Lucía?
- Lo siento mamá, pero no tengo ganas de hablar- hizo ademán de levantarse.
- ¡Armando! Me importa un bledo que no tengas ganas de hablar, pero me vas a explicar que ha pasado en este instante. Ya estoy harta de intentar no intervenir en vuestra relación. ¡Siéntate!
- Esta bien mamá, como quieras. Lucía ha llamado hoy y ha hablado con Marina- le explicó.
- ¿Y que le ha dicho esa loca?
- Le ha dicho que me estaba esperando y que llamaba porque me había retrasado ¿Puedes creer?
- ¿Qué te esperaba para que?
- En pocas palabras le ha dicho que ella y yo éramos amantes ¡Esa loca! ¡Si la tuviera delante podría estrangularla ahora mismo!- dio un golpe en la mesa
- ¡Ya! Y tu mujer se lo ha creído ¿no?
- Si, se lo ha creído. – dijo resignado.
- Pero, no puedes dejar que se vaya ¿Has intentado hablar con ella?
- Si, pero no me ha creído ni una sola palabra de lo que le he dicho.
- ¡No puede irse! ¡Vosotros os amáis!- se levantó y comenzó a pasear de un lado a otro.
- ¿Tú crees que me ama? Yo lo dudo, si me amara confiaría en mí.- la miró y sus ojos reflejaban una profunda tristeza.
- Armando, si no te amara no le importaría que tuvieras una amante o mil. ¿Es que no lo entiendes?- se acercó a él y lo sacudió por los hombros.
- No lo sé. Ya no sé nada mamá. Lo único cierto es que necesito tenerla cerca para poder respirar. ¿Qué va a ser de mí si ella se marcha?- sus ojos imploraban respuestas.
- No se puede ir, debéis aclarar las cosas de una vez y para siempre.- se acercó a él y le acarició el cabello.
- Ya lo he intentado, créeme. Y sólo he conseguido que se quede hasta después de la fiesta. Se irá el domingo.- se abrazó a ella y suspiró.
- Pues tienes hasta el domingo para convencerla de que no se marche. Armando tú eres muy inteligente, algo se te ocurrirá. –había determinación en su mirada.
- No lo creo, llevo todo el día dándole vueltas y no hallo la solución. Mamá debo reconocer que la he perdido.- una lágrima escapó de sus ojos.
- ¡Eso nunca! ¡No lo digas ni en broma! No te puedes dar por vencido. Debemos pensar en algo.- dijo mirando al frente, su cabeza ya comenzaba a darle vueltas al tema.
- Ya lo he intentado todo, no hay nada que hacer. ¡Olvídalo mamá!
- Todo no, ya verás como pienso en algo. No voy a olvidarlo ¿Cómo crees? No pienso dejar que tu felicidad salga por esa puerta hijo. Si crees que me voy a quedar de brazos cruzados, estás muy equivocado. A esta vieja todavía le quedan recursos.- se marchó y dejó a Armando solo con sus pensamientos.
Contrariamente a lo que creía el haber tomado la decisión de marcharse a Marina no le suponía un alivio, saber que a partir del domingo no volvería a ver más a Armando le creaba un vacío en la boca del estómago. Pero no podía quedarse, Lucía siempre estaría entre ellos. Rememoró las palabras que él le había dicho en el bosque. ¡Si tan solo pudiera creerle! Quería con todas sus fuerzas hacerlo, pero no era capaz ¡Sólo el imaginarlo en los brazos de Lucía la hacía enfermar! En ese momento llamaron a la puerta de la habitación. Era Ángela.
- Marina… ¿Podemos hablar un momento?
- Claro que si, pero te advierto que si vienes a hablarme de Armando, no hay nada que hacer.
- No Cielo, vengo a hablar de ti.- dijo.
- ¿De mí?- preguntó extrañada.
- Si, de ti. Quiero que me expliques exactamente como te sientes en este momento.- pidió.
- ¿Y eso para que?
- Tú explícamelo y después te lo aclaro.
- Pues… que quieres que te diga Ángela, siento rabia, impotencia, una profunda tristeza y un gran dolor en mi corazón.
- ¿Por qué esa rabia?
- No lo sé, quizás por Lucía y por todo el daño que me esta haciendo. Me imagino a tu hijo en sus brazos y se me revuelve el estómago.- Ángela asintió con la cabeza.
- Ya, por Lucía. Si pudieras ¿Qué harías?
- Matarla, para que no se volviera a interponer nunca más en mi vida.- había cólera en su voz.
- ¿La impotencia?
- Por no haber sido capaz de sacar mi matrimonio adelante. No tenía una buena base, era equivocada.
- ¿Crees que lo has intentado?
- No, debo reconocer mi parte de culpa. Podía haber hecho más. No lo intenté lo suficiente. Pero creo que estaba abocado al fracaso desde el principio.
- ¿La tristeza?
- Por todo lo que voy a dejar atrás. A ti, Armando, esta casa. Tantos momentos bonitos que he pasado aquí, también los ha habido muy malos, pero creo que aunque los buenos han sido menos, compensan por todo.
- ¿Y el dolor de tu corazón?
- Eso es lo más difícil de explicar Ángela. Siento que voy a perder algo muy importante para mí. Sé que más adelante me arrepentiré de abandonar a tu hijo. Voy a echar de menos su ternura, su voz, su risa, su olor. Esa sonrisa tan especial que tiene, sus miradas… Pero lo nuestro ya no tiene solución. Se terminó.
- ¿Por tu parte o por la de él?
- Por la de los dos, él tiene una amante y yo podría perdonar cualquier cosa, pero eso no. Sería incapaz de compartirlo.
Ángela la había escuchado atentamente sin perder detalle. Ahora se disponía a hablar ella.
- Ahora permíteme explicarte como me siento yo cielo.
- ¿Tú?
- Si yo. También tengo sentimientos aunque no lo parezca. Y necesito expresarlos.
- Adelante entonces, Ángela.
- Siento rabia, por que veo que la estúpida de Lucía va a conseguir su propósito, ha ido envenenándote poco a poco para que no confíes en mi hijo, y lo más triste es que lo ha logrado. Dolor, porque veo como sufre como un condenado por tu amor. Te ama de tal modo que no cree ser capaz de vivir sin ti. ¿Y sabes una cosa? Creo que no mereces que él te ame así, no te mereces su amor. Frustración, si, me siento frustrada por no poder ayudarle a superar esto, lo intentaré pero no creo que lo consiga porque te ama demasiado, ver como estáis desperdiciando vuestra vida en esta lucha continua y no poder hacer nada, me exaspera. Tristeza, porque eres tan terca que por no confesarte a ti misma que lo amas más de lo que puedes reconocer, eres capaz de perder al amor de tu vida, y veo que mi hijo se precipita hacia un pozo sin fondo. E impotencia, porque por más vueltas que le doy al asunto no encuentro la forma de convencerte para que no lo abandones, sin ti se hundirá Marina. ¿Serás capaz de vivir con eso en tu conciencia?
Marina tardó en contestar, las palabras de Ángela habían calado hondo en su mente.
- No me hagas esto Ángela por favor, ahora no.
- Tengo que hacerlo para que reacciones ¿No te has dado cuenta de hasta el punto que lo amas? Todo lo que me has explicado que sientes, es por eso. Si no lo amaras, no te importaría que tuviera una amante. No desearías matar a Lucía. No echarías en falta su risa, sus miradas, su voz, su olor, su ternura. Reconócelo Marina tienes miedo de confiar en él, porque te sentirías vulnerable si abrieras tu corazón.
- Eso no es cierto- se defendió.
- Si que lo es, eres demasiado cobarde para entregarte a él sin reservas. Lo de Lucía es una simple excusa que te ha venido muy bien, para resguardar tu corazón. Tienes miedo de lo que sientes y por eso has creado una serie de barreras a tu alrededor. Si no fuera así, Armando ya habría podido llegar a ti. Él ha sido sincero contigo desde el principio, no tiene ninguna amante, sólo ama a Marina. Sólo piensa en su brujita a todas horas. Se ha mostrado ante ti tal como es, sin máscaras. Te ha abierto su corazón de par en par y tú pretendes destrozárselo, piénsalo Marina, pero piénsalo bien antes de hacer algo de lo que luego te arrepentirás.
Ángela se marchó y ella se quedó pensando en todo lo que le había dicho ¿Y si tenía razón? ¿Y si lo que tenía era miedo de amar? ¿Por qué sentía esa sensación extraña en el pecho? Era como si algo de su interior pugnara por salir ¿Pero que podía ser? Aquella sensación no la abandonó en toda la noche, sentía una angustia vital. Como si algo muy escondido dentro de ella le estuviera pidiendo paso.
Armando se encontraba en su habitación, ya era tarde e intentaba dormir pero no lograba conciliar el sueño. Pensaba en la manera de que ella no se marchara ¿Cómo lo podría conseguir? Sentía como si algo se desgarrara en su corazón ¿Que más puedo hacer? ¡Dios ayúdame a no perderla para siempre! Cayó en un sueño inquieto en el que la veía cargando las maletas en el coche. De pronto notó una presencia a su lado, abrió los ojos y allí estaba ella de pie, al lado de la cama. Se incorporó y le preguntó.
- Marina ¿Ocurre algo? ¿No te sientes bien?
- No ocurre nada, estoy bien- respondió.
- ¿Querías decirme alguna cosa?- no se explicaba su presencia allí.
- Si Armando, quería decirte que he recapacitado y no pienso dejarte, si es que todavía me amas.
- ¡Claro que te amo brujita! ¡Siempre te amaré!- dijo levantándose de un salto y acercándose a ella.
- Entonces abrázame por favor.- pidió.
- No sabes cuanto he deseado oírte decir eso mi amor.
Armando la abrazó y ella se refugió en sus brazos. La acunaba en ellos y le acariciaba el cabello, Marina levantó la cabeza y lo miró. Armando acercó su cara a la de ella sin dejar de mirarla. La besó con infinita ternura. Ella se abandonó a ese beso y comenzó a acariciarle la espalda. Se sentía reconfortado con ese contacto. El beso se fue haciendo más profundo. La cogió en brazos y la depositó sobre la cama con suma delicadeza. Apoyando una rodilla en la cama se acercó hasta casi rozar sus labios y le susurro.
- ¿Estas segura de esto? Marina si empiezo no seré capaz de parar.
- No quiero que pares mi amor. Necesito estar entre tus brazos.
Era lo que necesitaba para dar rienda suelta a su pasión. Comenzó por besarla en la base del cuello, allí donde latía esa venita que tanto le gustaba, ella gimió. Continuó bajando por el hombro hasta encontrar el tirante de su camisón que retiró despacio mientras continuaba depositando tiernos besos en los mismos lugares por los que el tirante se deslizaba, con la otra mano retiraba el otro a la vez. Dejó al descubierto su pecho deleitándose en mirarlo ¡Como había deseado volver a sentirlos bajo sus manos, estremeciéndose al contacto de su lengua! Atrapó uno de sus pezones y lo lamió con delectación. Marina tenía los ojos cerrados y gemía por el ardiente contacto. Su respiración se agitaba más y más. Sus manos la acariciaban toda sin dejar un centímetro de piel, quería cubrirla de besos por entero. El fuego que estaba despertando en ella, necesitaba ser apagado con urgencia. Marina, retiraba suavemente el pantalón de él, dejando a la vista toda su masculinidad. Comenzó a acariciarle muy suavemente. A la vez que él le abría las piernas e introducía sus dedos en su interior haciéndola gemir de placer. Sin dejar de besarla ni por un instante, retiró su mano de allí y se comenzó a acomodar sobre ella. Marina fue acoplando su postura hasta quedar encajada bajo él. El le retiró el cabello de la cara y comenzó a mordisquear su oreja. Ella se abrazaba como con miedo de que escapara. Armando soltó una risita y a la vez que la besaba en la boca, la penetró con suavidad al principio, con más ímpetu cada vez. Marina se abrazó a su cadera con las piernas, no quería dejar de sentirlo muy dentro de ella. Sus movimientos se aceleraban a la vez que sus respiraciones. Cuando estaba a punto de llegar al clímax, escuchó un grito.
Armado abrió los ojos y buscó a Marina con la mirada, se encontraba sólo en la habitación. Aquello no era posible ¿Dónde estaba ella? Hacía un momento se encontraba en sus brazos y ahora estaba solo. Su respiración todavía era agitada. Se incorporó un poco. Dolorosamente se dio cuenta que todo había sido un sueño. Notaba que tenía una fuerte erección, suspiró sonoramente y se dejó caer nuevamente en la cama. Volvió a escuchar un grito proveniente de la habitación de Marina. Se levantó de un salto y se dirigió corriendo hacia allí. Algo le pasaba porque la oía agitarse y gritaba. Entró en la habitación y la vio en la cama, tenía una pesadilla. La despertó con delicadeza.
- Marina… Despierta brujita. Sólo es una pesadilla.
Ella se despertó llorando y se abrazó a él con fuerza. Intento apartarla un poco, pero ella no lo quería soltar.
- Ha sido horrible, mis padres…- su voz sonaba desesperada.
- Ya esta, brujita. Ya pasó todo- le acariciaba el pelo.
- Pero mis padres… Armando ellos se han ido, y me han dejado sola…- se aferraba a él como a una tabla de salvación.
- Brujita, ya pasó. Ha sido una pesadilla.- la acunaba entre sus brazos.
- Ellos se han ido… se han ido…- continuaba llorando.
- Mi amor, ellos se fueron hace mucho tiempo. Tranquilízate, por favor. Todo está bien. – intentaba calmarla.
Marina se separó un poco de él y Armando le secó las lágrimas del rostro. Cuando parecía que se había tranquilizado, se levantó para irse a su habitación. Ella le rogó que no lo hiciera.
- Por favor… No te vayas todavía, no quiero quedarme sola. Por favor…
- Está bien me quedaré un rato.- concedió.
- Abrázame, necesito sentir tu calor.
Armando se sentó en la cama sobre la almohada, ella quedaba de espaldas. La abrazó y apoyo su cabeza en su pecho. La acunó y le estuvo susurrando palabras tranquilizadoras durante mucho rato. Le acariciaba el cabello. Ella se había aferrado a sus brazos y lentamente se fue tranquilizando, aunque una verdad se había abierto paso en su mente como una explosión. Estaba sola, tremendamente sola. Comprendió que Ángela tenía razón. Tenía miedo de amar, temía entregar su corazón. Le daba miedo hacerlo y ser vulnerable. Había sufrido tanto con la muerte de sus padres que inconscientemente se cerró a la posibilidad de resultar nuevamente herida por la pérdida de un ser amado. Se había sentido tan profundamente sola que creó un muro a su alrededor para protegerse. Por eso nunca llegó a tener una relación estable con nadie. Cuando comprendía que la otra persona comenzaba a importarle la alejaba de ella. No quería volver a sufrir. Llegar a comprender una verdad tan grande la abrumó. Eso era lo que intentaba hacer con Armando, alejarlo de ella antes de que le importara demasiado. No soportaría ser vulnerable de nuevo y perderlo. Debía alejarse antes de que fuera demasiado tarde. Si, debía marcharse después de la fiesta…